Si pensamos que los regímenes de adelgazamiento son una necesidad y una invención moderna estamos totalmente equivocados, en todas las épocas existieron las personas obesas y consecuentemente se tuvo la necesidad, en casos extremos, de estudiar métodos para combatir las molestas grasas, sobre todo cuando imposibilitaban al sujeto para ejercer su profesión. Este fue el caso del rey de León (España), Sancho I, el cual tuvo que acudir, al mejor galeno, especialista endocrino, de su época y que ejercía como tal en tierras de su enemigo natural, en el califato de Córdoba.

Como todo el que acude a un buen especialista, la consulta y subsiguiente tratamiento, tiene unos honorarios ‘casi’ prohibitivos, inclusive para  las clases más pudientes, ya que de todos es sabido que la clase médica tiene la habilidad de comer gracias a la boca de otros, hecho este que no se da en todo el reino animal. 

También es cierto que cuando queremos acudir a un afamado médico debemos de tener lo que llamamos ‘enchufe’ para que se nos cuele en la larga lista de enfermos, que como Lázaros, suplican a las puertas de sus consultas su sapiencia y sus dotes ‘mágicas’ para que sanen sus enfermedades y dolencias, a no ser que cuando nos toque la vez ya no necesitemos nada porque estemos siendo abono de las hierbas del cementerio o con suerte hayamos sanado.

Nuestro hombre, Sancho I, tuvo que recurrir a su abuela, la reina Toda Aznar de Navarra, que por cierto creemos que nada tuvo que ver con un pasado presidente español, llamado Jose Mari, famoso por ser modelo fotográfico, ver su foto de las Azores con otros dos presidentes malévolos y que desencadenaron la guerra contra Irak, que a su vez, me refiero ahora de nueva a la reina Toda, era tía del califa de Córdoba, Abd ar-Rahman III, llamado también Nasir el Victorioso.

Corría el año 955 cuando Sancho I ascendió al trono tras la muerte de su medio hermano Ordoño III que no dejó descendencia, al poco tiempo, año 958, los leoneses hartos de un rey que no les servía para nada, dada su obesidad, decidieron que era hora de hacer un cambio ya que desde su punto de vista no era representativo un monarca que no podía montar a caballo ni blandir una espada, algo corriente en aquella época. Para más afrenta tomó el trono su otro medio hermano Ordoño IV 'El Malo', que para colmo era jorobado, con la mala suerte que eso trae.

Decidido a todo para volver a sentarse en el trono se encaminó con su abuela y su séquito a la capital del bello califato de Córdoba donde fue recibido con los brazos abiertos por el ya mencionado Abd al-Rahman III, el cual lo puso en manos de su médico Abu Yusuf Heysday ben Shaprut previo presupuesto facultativo y que era el ceder diez castillos fronterizos para el disfrute del califa y sus tropas en las inacabables batallas, una vez aceptado se comenzó el tratamiento.

Fueron cuarenta días de calvario para Sancho, según cuenta en su libro Ángeles de Irisarri titulado ‘El viaje de la reina’, donde le prohibieron la ingesta de alimentos sólidos, permitiéndole sólo la toma, siete veces al día,  de infusiones hechas de aguas de sal, de toronjas, de menta, arrope de saúco y otros líquidos que le hacían tener vómitos y diarreas que casi lo llevan a la tumba, no es esto una apreciación mía sino algo real.

Pasado este tiempo, y ya convertido en un bello doncel, dentro de lo que la naturaleza le permitía, el califa de Córdoba puso a su disposición un ejercito para asegurarse de reponer en el trono a Sancho y así poder cobrar los honorarios del galeno. Una vez conseguidos los objetivos y pensando Sancho que era un abuso lo que le querían cobrar por hacerle pasar hambre nunca pagó su deuda, de ahí, seguramente, la costumbre de los doctores en medicina de cobrar por cada consulta y nunca al final del tratamiento.

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