En el nombre del plátano (2): Avistamientos europeos

ainartEn episodios anteriores… descubrimos la inexplicable confusión nominal que rodea a la palabra <plátano>. Por un lado, designa desde la antigüedad a un árbol de sombra (Platanus sp); por otro, en algún momento del s. XVI, en castellano esta palabra se agarra también a otro vegetal muy distinto: el plátano de comer (Musa, conocido también como banana según qué lengua y dialecto hables).

Hasta aquí, el planteamiento del misterio.

Ahora, adentrémonos en los entresijos históricos de lo que pasaba por las mentes y plumas que escribieron sobre esta megahierba en tiempos remotos…

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Si lo pensamos bien, darle nombre a un vegetal novedoso y desconocido es algo que nos ha tocado hacer con frecuencia a lo largo de la historia. En el caso concreto que nos ocupa, veremos que el plátano de comer, Musa, parece haberse prestado a ser comparado-confundido con otros árboles.

Ello no es nada excepcional en el lenguaje común. Las taxonomías (sistemas de clasificación) populares funcionan dividiendo la realidad en categorías, y las entidades nuevas que uno va descubriendo son asignadas a alguna de las categorías preexistentes, en la que nos parezca que encaja mejor.

Así, el maíz (Zea mays) a menudo es llamado “trigo”: en inglés, la palabra corn, que hoy ya suele usarse sólo para el maíz, en su origen designaba al trigo; en italiano viene llamado “trigo turco”, grano turco; blat de moro en catalán (trigo moruno)… Sigue leyendo

En el nombre del plátano, (1)

ainartEn general, acostumbramos a fiarnos del diccionario.

También tendemos a pensar que los significados de las palabras que contiene han permanecido más o menos intactos desde el albor de los tiempos hasta nuestros días.

Y la tercera cuestión, de gran importancia al hablar del mundo natural, es que solemos tener la impresión de que los nombres comunes que empleamos para referirnos a los vegetales (por poner un ejemplo) reflejan una realidad biológica.

Oséase: que existe algo en el mundo vegetal que se corresponde exactamente con lo que llamamos rosa, o acelga, o menta.

Pues bien.

Siento aguaros la fiesta, pero tendré que echar por los suelos estas tres ideas, que a menudo tenemos bien enraizadas en nuestro interior —¡aun sin haberlas nunca pensado!—, y que tanta seguridad suelen darnos.

Porque, al menos en lo que a los vegetales se refiere, no funcionan.

1 | El diccionario se equivoca. No lo hace a propósito, pobre; creo que se debe, sencillamente, a que los que redactan las definiciones referidas a entidades naturales no son científic*s… y claro, si ya entre profesionales se arman unos líos fenomenales, para los no expertos el cacao lingüístico puede ser aún peor.

2 | El diccionario, y la relación entre significantes (palabras) y sus correspondientes significados, evoluciona en el tiempo y en el espacio. Que una palabra usada actualmente aparezca en una obra del s. II aC, no quiere decir automáticamente que su sentido entonces, coincida con el que hoy posee; puede ser, sencillamente, que tuviese un significado distinto que luego perdió.

3 | Las lenguas no están ‘hechas’ para ser precisas a nivel botánico (ni zoológico, ni lógico, ni ná de ná).

Y dejadme que lo ilustre tomando un ejemplo curioso, que es el del plátano.

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