Biografía del restaurador Ramón Cabau Guasch, un suicida en el mercado de la Boquería de Barcelona

Carlos AzcoytiaEn mi anterior trabajo dedicado a la historia del mercado de la Boquería de Barcelona ya amenacé con escribir la biografía de Ramón Cabau, un hombre que estuvo muy vinculado a dicho mercado y a la historia de la hostelería de la ciudad, yo me atrevería a decir que fue un icono de toda una época y un precursor de la nueva cocina donde muchos se han inspirado.

Hablar de este personaje es bastante complejo dada su personalidad tan desconcertante: hijo de una tierra que da genios y también locos, incluso una mezcla de ambas cosas o quizá es lo mismo, donde el viento de la Tramontana hace perder a muchos su cordura, al igual que ocurre en Tarifa, Cádiz, donde se da la tasa más alta de suicidios del país.

Su vida estuvo íntimamente ligada a su pasión por la vida, a su concepción metafísica del todo o la nada cuando se embarcaba en un proyecto, a la extravagancia filosófica de una vitalidad que indefectiblemente le fue consumiendo hasta llevarlo a callejones sin salida y finalmente al suicidio.

No era en verdad un cocinero, era un teórico de los fogones, un alquimista, un intelectual que aplicaba conceptos surrealistas a situaciones concretas, lo mismo que hizo Dalí, al que por cierto le unía una cierta semejanza tanto en su continente cómo en su contenido, los dos hijos de la tierra, ambos perdidos en sus mundos oníricos o en sus otras realidades. Sigue leyendo

Historia del mercado de la Boquería (Barcelona), la plaza de abastos de Europa

A Nuria Coll Gelabert de Cataluña Radio

Carlos AzcoytiaPara un provinciano como yo el visitar por primera vez el mercado de abastos de la Boquería de Barcelona fue como entrar en un museo consagrado a la alimentación, un lugar donde cada tienda es un altar dedicado a productos exquisitamente seleccionados y presentados, no existe en ese lugar la lujuria colorista de los mercados sudamericanos con frutas ni imaginadas, allí todo es correcto, sin defecto, ordenado y sabiamente colocado para incitar al comprador; es lugar de cita, de visita y de comercio, es museo y es popular en el sentido más profano de la palabra.

La primera vez que lo visité fue a finales de los años sesenta del pasado siglo, he de aclarar que pertenezco a la generación de aquellos iluminados que pensábamos en el 68 que con imaginación el mundo podía cambiar, se gritaba en Francia ‘debajo de los adoquines estaba la playa’, en definitiva éramos los hijos del desengaño que se preguntaban qué sentido había tenido una Guerra Mundial si nada había cambiado; pertenezco a la generación de aquellos que traicionamos nuestros propios ideales y que despertamos del sueño para entrar en la pesadilla que hoy se vive, donde cada día somos menos libres y títeres de unas élites sin escrúpulos que nos manejan a su antojo.

Eran mis primeros pasos en la investigación gastronómica, no vista como una necesidad de alimentar el cuerpo sino de encontrar las conexiones que existían entre el nutrirse, la historia y la antropología de los pueblos, algo que por entonces poco importaba a la mayoría en una España que todavía se sacudía el hambre o su recuerdo cada mañana. Sigue leyendo