Historia de los toros, bueyes y vacas en el antiguo Egipto

 Estudio de Carlos Azcoytia
Enero 2009

                                    

Es difícil hablar de la cultura egipcia y no hacer mención a los bóvidos, los cuales estaban muy ligados a todos los aspectos de sus vidas, como iremos viendo en la lectura de este estudio. Desde animal de carga a alimenticio y motivo de culto religioso, el buey y la vaca fueron unos de los elementos aglutinadores y de progreso de toda esta civilización.

Quizá fue el rey Narmer (3050 a.C.) el primero que introdujo en la religión el culto al toro en el periodo protodinástico. Existe una tabla del rey rica en símbolos religiosos relacionados con el culto al soberano, donde lleva ya los signos de la unificación de los dos reinos en que estaba dividida entonces la región: el Alto Egipto y el Bajo Egipto. El rey Narmer aparece en dicha tabla en distintas actitudes, mientras acepta ofrendas, pisa a un enemigo vencido o, en forma de toro, destruye las murallas de una ciudad enemiga.

UN TURISTA LLAMADO HERODOTO NOS CUENTA LA VIDA DE LOS EGIPCIOS Y SU AMOR A LAS VACAS

Hay veces que resulta más instructivo conocer la historia desde distintas ópticas, la de los propios personajes que la forjaron y la de los visitantes que, de forma crítica, nos dejaron constancia de aquello que vieron. Por eso he recurrido a personajes tan dispares como los que encontrará a continuación y con los que diseccionaremos, como si fuera con un bisturí, no sólo lo que nos contaron, sino también el contraste que a nuestros ojos puede ofrecernos el choque de las distintas percepciones de la realidad, como consecuencia de la disparidad en el concepto de la religión, la política o, lo que es más importante, el comportamiento y aprendizaje social de cada uno de ellos.

En primer lugar he recurrido a Herodoto de Alicarnaso (484-425 a.C.), en concreto a sus ‘Nueve libros de la historia’ y donde en su libro II, dedicado a la musa ‘Euterpe’, en su parte primera, nos narra las costumbres alimenticias, sociales e incluso higiénicas de los egipcios, datos tomados de su viaje a dicho país que duró tres meses.

En su apartado 37 nos narra, si se lee entre líneas, algo que nos puede dar idea de lo sucios que podían llegar a ser los griegos de aquella época, sobre todo cuando leemos que los egipcios son sumamente supersticiosos, mucho más que todos los hombres, porque, entre otras cosas, en sus ceremonias beben en vasos de bronce, los cuales limpian todos los días, algo que cuenta como excepcional, me refiero a limpiar los vasos, pero no termina ahí su sorpresa ante el aseo y limpieza, ya que continúa contando que los sacerdotes se rapaban todos los pelos de su cuerpo a diario para “que ni piojo ni sabandija alguna se encuentre en ellos”, con lo que se deduce, que los griegos, con sus barbas y largos pelos debían llevar consigo una fauna variada de pequeños animales. Sigue contando que los sacerdotes, esto debió maravillarlo, se lavan dos veces al día y dos por la noche con agua fría, todo esto le lleva a pensar que se justifica por las ventajas que les reportan “pues no gastan ni consumen nada de su propia hacienda; se les cuecen panes sagrados y a cada cual le toca por día gran cantidad de carne de vaca y de ganso; también se les da vino de uva; pero no les está permitido comer pescado”, haciendo posteriormente referencia (esta nota es marginal) a que las habas estaban consideradas como legumbres impuras y nadie las comía.

Ya en su apartado 38, Herodoto, habla de los bóvidos, los cuales dice que pertenecen a Épafo, antiguo rey egipcio, que según la mitología era hijo de una vaca, que cuando nació no lo era y me explico: resulta que la mujer del dios Zeus, que era celosa de esas de armas tomar, la convirtió en ese animal, sería por las tetas que miraba su marido de soslayo, la cual, para más INRI la castigó con un tábano que la perseguía dándole la lata; la pobre harta de tanta monserga caminó y caminó hasta llegar a tierras de Egipto, una vez allí los acontecimientos le dieron la razón a la celosa, ya que Zeus se lió a acariciarla, y de tanta caricia nació el tal Épafo, pero antes, tras tanto toqueteo y sus consecuencias, se había convertido en mujer de nuevo, que ya la mitología tenía imaginación.

Pues bien, aparte del dios a los que pertenecían estos animales rumiantes, en el apartado 38, Herodoto, nos cuenta que los sacerdotes los examinaban milimétricamente y si le encontraban aunque sólo fuera un solo pelo negro lo tenían por impuro; ¿Qué ocurría si la res era pura?, pues muy fácil, le sacaban la lengua para ver si tenían un estigma en ella, del cual hablaré más adelante, y también observaban si la cola o rabo le había crecido naturalmente. En el caso que fuera puro, por todas estas señales, el sacerdote le ponía enrollado en su cuerno un papiro, a modo de denominación de origen en estos tiempos, o le pegaban, a manera de lacre, tierra o barro con un sello. Los animales impuros, que tenían un solo pelo negro, si se sacrificaba para su consumo, el infractor merecía la pena de muerte, estricto que eran ellos para estas cosas.

En el apartado 39 ya nos cuenta la forma de sacrificar a los bóvidos como ofrenda religiosa, que era de la siguiente forma: “Conducen la res ya marcada al altar donde sacrifican; prenden fuego; y luego al pie del altar derraman vino sobre la víctima y la degüellan invocando al dios; después de degollarla, le cortan la cabeza. Desuellan el cuerpo de la res y cargando de maldiciones la cabeza, se la llevan; donde hay mercado y mercaderes griegos establecidos, la llevan al mercado y la venden; allí donde no hay griegos, la arrojan al río. Maldicen a la cabeza diciéndole que si algún mal amenaza a los que hacen el sacrificio o a todo Egipto, se vuelva sobre esa cabeza. En cuanto a las cabezas de las reses sacrificadas y a la libación del vino, todos los egipcios observan las mismas normas para todos los sacrificios, y por esta norma ningún egipcio probará la cabeza de ningún otro animal”.

Ya en el apartado 40 se explica el proceso a seguir una vez liquidado el animalito: se le extraían las entrañas, las cuales, dependiendo el tipo y modelo de sacrificio, eran quemadas, posteriormente, habiendo dejado en el cuerpo las asaduras y la grasa, le cortaban las patas, la punta del lomo, las espaldillas y el pescuezo; una vez realizada esta operación se rellenaba el buey de pan de harina pura, miel, uvas pasas, higos, incienso, mirra y otros aromas; una vez relleno lo quemaban, derramando sobre él aceite en gran abundancia, eso sí, antes ayunaban los sacerdotes, sería para tener más hambre, y mientras el alimento se hacía se daban goles en el pecho sin descanso, imagino, siempre en plan humorístico, pensando: ‘esto es para mi’, cosas de las religiones, que siempre fueron el opio de los pueblos y que me recuerda una canción a ritmo de jota aragonesa que dice: ‘Si los curas comieran chinas del río no estarían tan gordos los tíos jodíos’.

Para terminar con Herodoto recurriremos a su apartado 41 de su segundo libro, donde se llega hasta el erotismo, tras indicar que todos los egipcios sacrifican toros y terneros puros, pero nunca vacas por estar consagradas a la diosa Isis, y conociendo que ellos, los griegos, sí las comían,  dice lo siguiente: “Los egipcios, todos a una, veneran a las vacas muchísimo más que a todas las bestias de ganado. Por ese motivo, ningún egipcio ni egipcia besaría a un griego en la boca, ni se serviría de cuchillo, asador o caldero de un griego, ni probaría carne de buey puro trinchado con un cuchillo griego”.

Concluye, ya definitivamente Herodoto con el entierro de los bueyes con las siguientes palabras: “Sepultan del siguiente modo a los bueyes difuntos: echan las hembras al río, y entierran a los machos en el arrabal de cada pueblo, dejando por seña una o entrambas de sus astas salidas sobre la tierra. Cuando está podrido y ha llegado el tiempo fijado, arriba a cada ciudad una barca que sale de la isla llamada Prosopitis. La isla está en el Delta, la cual tiene nueve esquenos de contorno. En esta isla Prosopitis hay entre otras muchas ciudades, una de donde salen las barcas destinadas a recoger los huesos de los bueyes; el nombre de la ciudad es Atarbequis, y en ella se levanta un venerable santuario de Afrodita. De esa ciudad parten muchas gentes para diferentes ciudades; desentierran los huesos, se los llevan y los sepultan todos en un solo lugar. Del mismo modo que a los bueyes sepultan también a las demás bestias, cuando mueren, pues en este punto tal es su ley, y en efecto, tampoco a éstas matan”.

 

HISTORIA DE APIS, EL BUEY SAGRADO DE LOS EGIPCIOS

En el siglo II de nuestra Era, Claudio Eliano, del que haré mención de forma muy especial en otro artículo, nos desvela los misterios religiosos de los egipcios y su adoración por los bueyes, porque no sólo fue el dios Apis el único como veremos según avancemos en su recopilación de la historia.

Como Herodoto, Eliano, nos dice que Apis es un dios que se manifiesta a los egipcios en cuerpo y alma, también nos cuenta que nació de una vaca, sobre la que cayó una luz celestial que fue la causa de la fecundación de dicho animal, y ahora vienen las controversias, ya que no existe religión que no la tenga, cuando dice: “Los griegos lo llaman Épafo (en esto parece coincidir con Herodoto) y determinan su filiación diciendo que Io de Argos, hija de Unaco, fue su madre. Pero los egipcios rechazan esa historia teniéndola por falsa y utilizan como testigo los buenos oficios del tiempo. Dicen, en efecto, que Épafo nació en fecha tardía y hasta reciente, y que, en cambio, el primer Apis había anticipado su venida al mundo en un montón infinito de miles de años”.

Como ya hemos leído, para ser un buey Apis, o la reencarnación de dicho dios, el animal elegido debía tener una serie de señales que lo identificaran, aquí nos aclara Eliano que deben de ser veintinueve, aunque no nos explicita cuales deben de ser todas, ya que, según nos dice, hay algunas que constituyen símbolos de diferentes objetos y que no son de fácil precisión para ojos profanos e ignorantes en cuestiones de identificaciones de carácter divino; sólo nos desvela algunas de ellas con estas palabras: “La verdad es que ellos dicen que hay en el buey otras señales que muestran a escala reducida el desbordamiento del Nilo y la estructura del Universo. Pero es que, además, verás hasta cierta señal que, según ellos pretenden, simboliza que las sombras son más antiguas que la luz”.

Eliano nos cuenta que hay señales que anuncian a los egipcios el nacimiento del dios, de ahí copiaron los judíos para su Nuevo Testamento, en concreto los cristianos, las señales que anunciaban la venida del Mesías y que está en el Evangelio de San Lucas 2,11. Éste nacimiento es percibido por “algunos de los doctores sagrados, a quienes asiste la ciencia, transmitida de padres a hijos, que los capacita para conocer al dedillo la prueba relativa a las señales”.

Una vez localizado el ternero, estos sabios, siguiendo, según dice, las prescripciones de Hermes, construían una casa donde viviría el animal durante una pequeña temporada, la cual debe debía estar orientada hacia el este o hacia el sol naciente y que tenía que ser lo suficientemente espaciosa como para albergar tanto a la madre como a otras vacas nodrizas, ya que su periodo de lactancia debía ser de cuatro meses. Una vez desarrollado el ternero, “justo a la hora en que empieza a salir la luna nueva” salían a su encuentro doctores y profetas sagrados, los cuales llevarían al animal a la capital, Menfis, lugar en donde viviría en su templo. Este templo-vaquería debía tener todas las comodidades para dar al nuevo dios una vida placentera, así que estaba equipada con todas aquellas cosas que le hicieran agradable su estancia, como era un lugar para correr, jugar con el polvo, hacer ejercicios, establo de vacas de la más bella estampa para su desahogo sexual y pozos y fuentes de agua fresca, nunca agua del Nilo porque, según los sacerdotes, el agua dulce engorda y es mejor.

Continúa Eliano recreándonos con los eventos y festejos que se celebraban a la llegada del buey con estas palabras: “Sería largo de contar las procesiones que mandan, los actos sagrados que celebran los egipcios cuando sacrifican víctimas por la venida del nuevo dios, las danzas que organizan, los banquetes y reuniones festivas que llevan a cabo y cómo todas sus ciudades y aldeas sin excepción andan de continuo en un ambiente de sana alegría”.

Pero deberíamos preguntarnos: ¿Qué pasaba con el verdadero dueño del ternero?, la respuesta es que a los ojos de todos era una persona admirada y venerada.

Otra pregunta que debemos hacernos es la utilidad que tenía un buey adorado ¿si, aparentemente, no servía para nada?, duda que nos despeja Eliano cuando nos dice:”Bien se ve que Apis es excelente adivino que no hace sentar, ¡por Zeus!, a muchachas o mujeres de avanzada edad sobre trípode alguno, y que en absoluto se impla de bebida sagrada, sino que sucede esto: uno, cualquiera, ruega a este dios que le aclare algún asunto, y unos niños que se divierten fuera y brincan al son de las flautas, volviéndose inspirados, enuncian en verso las respuestas del dios, una a una, con el resultado de que sus enunciados son más verídicos que los sucesos ocurridos a orillas del Sagra”, aquí Eliano hace referencia a una batalla ocurrida a orillas de dicho río, que no está identificado geográficamente y que posiblemente esté situado en la región de Calabria en Italia, en donde el pueblo locrio venció, con la ayuda de los dioscuros, a los crotones, cuyas fuerzas eran diez veces superiores.

A continuación Eliano nos revela parte de ese mundo oculto de las religiones, donde el pueblo no puede tener acceso, y nos dice: “Cierto relato de los profetas, no conocido por todo el mundo, cuenta que Menis, rey de los egipcios, se dio a pensar en un animal de condición tal como para venerarlo en vivo, y que, a renglón seguido, había optado, claro está, por el buey, plenamente convencido de que es él, entre todos los animales, el de más bella estampa, siguiendo Menis al pie de la letra, según dicen, el juicio que a Homero le merecen estos animales, por eso que Homero dice en la Iliada (II,480): ‘Como en la vacada destaca enormemente del total de reses un buey, concretamente el toro padre: en efecto, sobresale entre el montón de vacas…’”.

Pero no era Apis el único buey sagrado de los egipcios ya que Eliano nos habla del buey Mnevis que estaba consagrado al sol, mientras Apis lo estaba a la luna, y cuya historia es la siguiente, siempre desde una perspectiva partidista e influenciada políticamente, ya que habla del faraón Bócoris (Siglo IX a.C.), el cual fue el que expulsó a los judíos de Egipto, y que este autor desprestigia diciendo que tenía una gloria engañosa y una fama, que no contaba de él nada verídico, ya que daba la impresión de ser justo en sus atinados juicios y de tener dispuesto su espíritu para la piedad, pero que, por el contrario, demostró que aquella apariencia de excelente legislador era en realidad todo lo contrario, sin decir los motivos que justificaran dicha opinión sobre éste faraón, sólo termina con esta frase: “De momento omito los más de los datos que así lo evidencian, menos qué fue lo que hizo a Mnevis, por ganas de molestar a los egipcios”. A continuación narra la historia o la leyenda de lo ocurrido con estas palabras: “Trajo un toro salvaje para que se le enfrentara. Y ocurrió que Mnevis empieza a mugir, y el advenedizo respondió a sus mugidos. A continuación, el extraño, llevado de su furia, se lanza, deseoso de caer sobre el toro amado del dios, pero resbala y, yendo a caer sobre el tronco de un árbol perséa, quedó sujeto a él por el cuerno, y entonces el otro, Mnevis, lo mató corneándolo en el costado. Bócoris quedó avergonzado, y los egipcios desde entonces lo aborrecieron”. Resulta extraño el desprecio que muestra Eliano por este faraón, ya que según se desprende de lo encontrado arqueológicamente, fue un legislador bueno, que fue protector de las masas agrícolas del país, dictando leyes, para entonces revolucionarias, en las que reglaba las prácticas judiciales, los prestamos e intereses, incluso reglamentó el mismo poder del faraón.

Tras esta descripción Eliano termina de narrar la historia de los bueyes sagrados de Egipto, haciendo la siguiente aclaración, que resulta, como mínimo, curiosa: “Y si alguien considera una soberana falta de respeto al lector ir a caer en los mitos dejando de lado la historia natural, es tonto, pues digo cuanto ocurre hoy a propósito de estos toros, cuanto ocurrió entonces y cuanto he oído decir al respecto de los egipcios. Resulta, pues, que no son mitos, ya que la mentira resulta a ese pueblo la cosa más detestable”.

No sería la historia totalmente creíble o, por lo menos, fiable si sólo buscáramos la opinión de un solo autor, ya que éste podía llevarnos a engaño, ya sea por influencia cultural, por desconocimiento del medio o incluso parcialidad en lo que cuenta, por eso he recurrido a otro autor de la época, Gayo Plinio Secundo (siglo I d.C.), del que ya he comentado otros pasajes de su libro ‘Historia Natural’ en otros trabajos.

En su libro VIII, 71,84, Plinio cuenta que el buey Apis debe de tener, como señal, en el lado derecho, una mancha blanca en forma de cuernos de luna creciente, y una nubosidad o mancha debajo de la lengua, que los egipcios llamaban ‘cantharus’, que en realidad debería tener forma de escarabajo.

Inmediatamente después nos desvela algo que se le escapó a Eliano, el animal tenía fecha de caducidad, dicho con un lenguaje vulgar, ya que si sobrevivía más de 25 años, o mejor dicho, justo con esa edad, era sacrificado, contándolo de la siguiente forma: “No permite la religión que sobrepase unos determinados años de vida y, hundiéndolo en la fuente de los sacerdotes, lo matan, dispuestos a buscar durante el luto otro con el que sustituirle; hasta que lo encuentran muestran su aflicción, incluso afeitándose la cabeza; sin embargo nunca se busca durante mucho tiempo”.

Una vez encontrado el ternero coincide en todo con Eliano, aunque es más preciso en los detalles, por ejemplo dice que cuando es llevado a la ciudad de Menfis lo hace acompañado de cien sacerdotes, algo que el otro autor no se detuvo en contar, para él eran una multitud; también nos desvela otro detalle, una vez que entraba en la ciudad, muy interesante: “Esta ciudad tiene dos templos, a los que llaman ‘tálamos’, que sirven de augurios a los pueblos; que el animal haya entrado en uno es un buen presagio, que lo haya hecho en otro anuncia sucesos terribles”.

Sobre la función adivinadora de este animal sagrado, que era la finalidad que tenía, cuenta que daba respuesta a los ciudadanos particulares cogiendo comida de la mano de los que le consultaban, y dice que rechazó la que le ofreció Germánico César (año 15 a.C. – 19 d.C.), general romano que era sobrino e hijo adoptivo del emperador Tiberio y padre de Calígula y Agripina, el cual poco tiempo después de este suceso murió envenenado por el propio Tiberio, según Suetonio en su obra ‘Tiberio’ y Tácito en ‘Anales’.

Independientemente de comer o no de la mano, lo que tenía indudablemente un sentido positivo o negativo, radical y directo, no aportaba nada a sus dotes de adivinación, para eso, y también coincidiendo con Eliano, dice que generalmente lo mantenían apartado, no iba a estar el animalito todo el día trabajando, pero cuando irrumpía en una reunión, unos lictores, especie de agentes judiciales actuales, iban abriéndole paso, cerrando la comitiva un grupo de muchachos que entonaban cantos en su honor, como vemos todo coincide con lo ya leído; estos grupos de jóvenes, nos cuenta Plinio, entraban en trance de repente y predecían el futuro del interesado.

Nos sigue contando Plinio que una vez al año, en época de celo, le soltaban una vaca para que diera rienda suelta a sus instintos sexuales y de reproducción; dicha vaca debía de tener unas marca propias, aunque distintas al buey y, ese mismo día, una vez montada por el macho sagrado, se le daba muerte; nunca acto tan placentero tuvo un final tan cruel en la historia, mejor seducida y abandonada que eso o, incluso mejor, en tono de humor, reina por un día y madre para toda la vida.

Por otra parte Eliano, en su libro XII, 11, nos cuenta que los egipcios veneraban a otro toro negro que llamaban Onufis, al cual le crecía el pelo contrario al de los demás toros y nos narra: “Resulta que, de todos los toros, éste es el de mayor tamaño, incluso superior al de los toros de Acogen, que los tesprotas y epirotas llaman gordos y cuyo origen hacen derivar de la casta de los bueyes de Gerión, el citado toro se alimenta de alfalfa”, casi todo éste capítulo procede de Aristóteles; por otra parte hacer la aclaración que Gerión se cree que fue un rey de Tartessos que habitaba en la zona de la bética, río Guadalquivir, en el sur de España. Gerión es citado en la literatura griega por ser el rey al que Hércules de robó los toros en uno de su Trabajos.

Pero no sólo el buey era adorado en Egipto, ya que Eliano nos cuenta que en una pequeña ciudad de nombre Cusas adoraban a Afrodita, a quien llamaban Celestial. Honraban también a la vaca, y la razón de ello era que, como la diosa, poseían una poderosa excitación por la cosa sexual, hasta tal punto que lo deseaban más que los toros, fogosas dichas vacas como vemos. A tanto llegaba que trascribo: “Tanto es así, al oír el mugido del toro que la llamaba al apareamiento, arde en deseos de ellos. Y los que tienen experiencia de haber visto con ojos estos singulares hechos aseguran que una vaca oye, incluso desde una distancia de treinta estadios, a un toro cuando muge significándole con ello la señal convenida entre ellos y que habla de amor y apareamiento. Por otro lado, los egipcios esculpen y pintan a la propia Isis con cuernos de vaca”.

Para saber más visite en nuestra revista La alimentación de los egipcios

Bibliografía básica utilizada en este estudio:

Eliano, Claudio; Historia de los animales. Edición José Vara Donado, editorial Akal S.A.

Arte/Rama, publicación de noviembre de 1962

Herodoto de Alicarnaso: Nueve libros de la historia

Gayo Plinio Secundo: Historia natural

Suetonio: Tiberio

Tácito: Anales 

Nuevo Testamento

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