Historia de un intento de independencia en México hacia 1566

 

 

Estudio de Martha Delfín Guillaumin
Agosto
2010
 

 

En los países de América Latina que pertenecieron al Imperio Español se ha festejado y se sigue festejando durante este año 2010 el bicentenario de la Independencia. En México, de hecho, se están celebrando tanto los 200 años de la Independencia como los 100 años de la Revolución Mexicana. Por ese motivo, es oportuno recordar que un famoso historiador mexicano llamado Fernando Benítez fue quien reconoció la rebelión de los hermanos Ávila a mediados del siglo XVI como un antecedente de la revolución de independencia[2], es decir: “el primer paso hacia la independencia de Nueva España”.[3]


Jarra de barro p’urhépecha de Santa Fe de la Laguna, Michoacán[1]

Alonso de Ávila y Gil González Benavides de Ávila, mejor conocidos como los hermanos Ávila, son los protagonistas de esta historia. Ellos eran criollos, hijos de españoles, pero nacidos en la Nueva España. Su padre, Gil González Benavides, había sido uno de los conquistadores que acompañó a Hernán Cortés; ellos eran terratenientes y, además, poseían encomiendas. Sin embargo, tuvieron la idea de separarse de España y nombrar como su nuevo monarca al hijo de Hernán Cortés, es decir, a don Martín Cortés Zúñiga, marqués del Valle de Oaxaca. ¿Qué los animó a hacerlo? Las Leyes Nuevas de la década de 1540 todavía no se habían aplicado en México porque la rebelión pizarrista en el Virreinato del Perú alertó al virrey de la Nueva España para no padecer la misma penosa experiencia de una guerra civil. Estas leyes, aunque algunas fueron derogadas, eran un mecanismo para hacer desaparecer las encomiendas, para restarle poder a los señores. Hay que considerar que el sistema feudal estaba dando paso al capitalista en su fase embrionaria del mercantilismo. El rey de España se convertiría en un monarca absolutista, los feudos y los señores feudales desaparecerían. En la Nueva España es muy probable que los criollos sintieran que sus privilegios peligraban con la imposición de estas leyes y con la llegada de más funcionarios españoles peninsulares.

Lo interesante de esta rebelión para un enfoque gastronómico son los festejos que se llevaron a cabo durante el bautismo de los hijos gemelos de Martín Cortés Zúñiga, el 30 de junio de 1566. Como parte de la celebración se adornó la Plaza Mayor con un bosque artificial en donde había cedros, encinas y otros árboles, en donde se movían diversos animales como venados, liebres y codornices, algo muy parecido a como se había ornamentado en los festejos ofrecidos por Hernán Cortés y el virrey Antonio de Mendoza en 1538 para celebrar las paces establecidas entre el rey Francisco de Francia y el emperador Carlos V.[4] Además, a cada lado de la puerta principal de la casa del marqués había dos toneles, uno con vino blanco y otro con tinto. “Dos criados negros daban de beber a todo el pueblo, que entrando al patio cortaba en seguida grandes rebanadas de un toro asado, que entero y de pie estaba colocado en el centro. Este banquete se renovó constantemente durante ocho días.”[5]

 

 En la casa del marqués, éste se reunía con sus amigos, entre ellos precisamente los hermanos Ávila, para disfrutar de los banquetes que les ofrecía en honor a sus hijos recién bautizados. Una de esas noches, como parte de los festejos, Alonso de Ávila se atavió como Moctezuma y junto a otros españoles disfrazados de nobles indígenas colocaron sendas coronas de laurel al marqués y a su esposa mientras gritaban que les quedaban muy bien esas coronas a sus señorías. Aunque Manuel Payno no menciona qué tipo de platillos se sirvieron a los comensales, debe suponerse que éstos fueron extraordinarios y muchísimos, de tal suerte que el cronista franciscano fray Juan de Torquemada pensara que era un exceso gastronómico combinado con los brindis que hicieron Martín Cortés Zúñiga y sus invitados.[6]

 

Es interesante la manera en que Payno describe el comedor y la vajilla del marqués del Valle:

 

El comedor era un salón que tenía más de veinticinco varas de largo y siete de ancho, con los techos formados con vigas labradas de oloroso cedro; pero al entrar en la noche, era necesario ponerse la mano en los ojos para no cegar con los reflejos de tantas vajillas, platos y vasos de plata y oro como estaban colocados en los aparadores que cubrían la pared, casi hasta el labrado artesón.

[…] ~ Por Dios ~exclamó don Hernán Gutiérrez~, que esta vajilla con ser de tierra no es menos curiosa que la de plata.

El marqués y sus amigos se pusieron a examinar la vajilla que por orden de Ávila se había construido, y era toda de barro tan primorosamente labrado, que cada pieza era curiosidad digna de un museo. Este servicio de mesa, hecho por los indígenas mexicanos, había sustituido al de plata del marqués que se hallaba distribuido en los aparadores, con excepción de una primorosa taza de oro que tenía la forma de una corona, y que estaba intencionalmente colocada en el lugar preferente de la mesa en que debía sentarse el marqués del Valle.

[…] Todos los caballeros que hemos mencionado, el deán Chico de Molina y otros más que habían entrado tomaron sus asientos y comenzaron a comer y a catar los ricos y exquisitos vinos españoles de que tan bien provistas estaban las bodegas del palacio.

[…] El vino circuló con profusión, los brindis comenzaron y las conversaciones no tuvieron freno.[7]


Ollas de barro

 

No brindan los autores consultados mucha información sobre los banquetes de mediados de 1566 en casa del marqués del Valle, sin embargo, podemos imaginar que éstos fueron similares a los que ofrecieron Hernán Cortés y el virrey Antonio de Mendoza a sus comensales durante el festejo mencionado de 1538 y que describe de manera muy interesante Bernal Díaz del Castillo. En ambos casos fueron cenas en sus respectivas casas. Sobre el banquete ofrecido por el virrey Mendoza, Bernal Díaz del Castillo comenta que había dos cabeceras muy largas en las mesas puestas para el convivio, en una estaba el virrey y en la otra el marqués, “y para cada cabecera sus maestresalas y pajes y grandes servicios con mucho concierto.” Luego describe lo que se sirvió para comer:

 

Al principio fueron unas ensaladas hechas de dos o tres maneras, y luego cabritos y perniles de tocino asado a la ginovisca [sic]; tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real; luego, pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche, y luego alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus pañizuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; éstas no se comieron, ni aun de muchas cosas del servicio pasado; luego sirven de otras empanadas de pescado; tampoco se comió cosa de ello; luego traen carnero cocido y vaca y puerco, y nabos y coles, y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entre medio de estos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras, con picos y pies plateados; tras esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras enteras, por grandeza, y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, arpas, vihuelas, flautas, dulzainas, chirimías, en especial cuando los maestresalas servían las tazas que traían a las señoras que allí estaban y cenaron, que fueron muchas más que no fueron a la cena del marqués, y muchas copas doradas, unas con aloja, otras con vino y otras con agua, otras con cacao y con clarete; […] Aún no he dicho del servicio de aceitunas y rábanos y queso y cardos [tachado en el original: y luego mazapanes y almendras y confites y de acitrón y otros géneros de cosas de azúcar], y fruta de la tierra; no hay que decir sino que toda la mesa estaba llena de servicio de ello. […] Y aún no he dicho las fuentes del vino blanco, hecho de indios, y tinto que ponían. Pues había en los patios otros servicios para gentes y mozos de espuelas y criados de todos los caballeros que cenaban arriba en aquel banquete, que pasaron de trescientos y más de doscientas señoras. Pues aún se me olvidaba los novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino. Esto fue en el patio abajo entre los mozos de espuelas y mulatos y indios. Y digo que duró este banquete desde que anocheció hasta dos horas después de medianoche, que las señoras daban voces que no podían estar más a las mesas, y otras se congojaban, y por fuerza alzaron los manteles, que otras cosas había que servir. Y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas.[8]


Jarritos, loza y verduras

 

 Además, llama la atención lo que comenta sobre las grandes colaciones que se dieron a las señoras españolas que eran esposas de los conquistadores y otros vecinos de México y “que estaban a las ventanas de la gran plaza” y en los corredores durante la celebración. Les sirvieron mazapanes, alcorzas de acitrón, almendras, confites, frutas de la tierra, “vinos los mejores que se pudieron haber: pues aloja y elarca [sic] y cacao con su espuma, y suplicaciones, y todo servido con ricas vajillas de oro y plata”.[9]


Jarritos, vajilla y jarras de barro

 

Desafortunadamente, para los hermanos Ávila, esta historia tuvo un final muy penoso, fueron decapitados el 3 de agosto de 1566 en la Plaza Mayor, sus viudas terminaron siendo despojadas de sus pertenencias, se ordenó demoler a sus casas y sobre los solares se echó sal.[10] Para colmo, su bella hermana María también padeció una vida triste y tuvo un trágico final. Años antes de esta conspiración, ella se había enamorado de un mestizo, sus encolerizados hermanos, al enterarse, la metieron a un convento y le hicieron creer que su novio había muerto, cuando, en realidad, lo habían enviado a España. Tiempo después él reapareció y como ella era monja, desesperada de amor se suicidó colgándose de un árbol en el jardín del convento. A su cadáver lo echaron a un muladar por desesperada, es decir, por pecadora.[11] Pero bueno, lo mejor es seguir celebrando el bicentenario con una buena copa de tequila.

 

 


Cocina del Museo del Exconvento franciscano de Santa Ana de Tzintzuntzan, Michoacán[12]

 


 


Bandeja para salsa y entremeses p’urhépecha[13]

[1] Colección Sáez Delfín.

[2] Cfr. su obra Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, México, Ediciones Era, 2004. 

[3] Covadonga Lamar Prieto, “La conjuración de Martín Cortés en la monarquía indiana de Fray Juan de Torquemada”, Universidad de Oviedo, PRIMERAS ARCHIVUM 06,

 http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=2898330&orden=0, p. 91.

[4] Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, México, Editorial Porrúa, Colección “Sepan cuántos…”, Núm. 5, 2000, pp. 544-545.

[5] Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, El libro rojo, México, CNCA, 1989, p. 104.

[6] Covadonga Lamar Prieto, op. cit., p. 104.

[7] Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, op. cit., pp. 105-106.

[8] Bernal Díaz del Castillo, op. cit., pp.546-547.

[9] Ibid., p.546.

[10] En la actualidad se puede leer en una placa de piedra que se halla en las ruinas del Templo Mayor del centro de la Ciudad de México que cerca de allí estuvieron las casas de esos personajes.

[11] Cfr. Luis González Obregón, “La hermana de los Ávilas”, en La novela del México colonial, México, Aguilar, 1979,  tomo II, pp. 1002-1007.

[12] Ésta y las demás fotografías de la cocina del Museo del  Exconvento franciscano de Santa Ana de Tzintzuntzan, Michoacán, fueron tomadas por Martha Delfín Guillaumin el 22 de noviembre de 2008. La vajilla, los jarritos, las jarras y las ollas fueron hechos por los artesanos p’urhépechas.

[13] Colección Sáez Delfín. Según me comenta nuestro director Carlos Azcoytia, este tipo de recipiente en España se usa para entremeses y en medio lleva aceitunas.

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