Un breve comentario sobre la historia de los tianguis y los mercados de México

Estudio de Martha Delfín Guillaumin
Noviembre
2010
 

En México se le llama tianguis al mercado al aire libre, originalmente la palabra tianguis, tiantiztli, tianquiztli,[1] era empleada por los indígenas del período precolombino para referirse en lengua náhuatl a lo que los conquistadores españoles identificaron como mercado. Éstos se maravillaron por el orden y limpieza que había en los tianguis mexicanos, en particular, el mercado de Tlatelolco les llamó mucho la atención. Siglos más tarde, en el período posrevolucionario indigenista, artistas como Diego Rivera y sus discípulos hicieron murales en donde recreaban estos tianguis precolombinos. Sobre cómo admiraron los recién llegados españoles al mercado de Tlatelolco tenemos que uno de los hombres fuertes de Hernán Cortés que lo acompañó desde el inicio de la conquista, Bernal Díaz del Castillo, comenta:

 

Y desde que llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían situados y señalados sus asientos. […] Luego estaban otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido, y cacahuateros que vendían cacao, y de esta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva España, que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías, por sí […] Pasemos adelante y digamos de los que vendían frijoles y chía y otras legumbres y yerbas a otra parte. Vamos a los que vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y anadones, perrillos y otras cosas de este arte, a su parte de la plaza. Digamos de las fruteras, de las que vendían cosas cocidas, mazamorreras y malcocinado, también a su parte. Pues todo género de loza, hecha de mil maneras, desde tinajas grandes y jarrillos chicos, que estaban por sí aparte; y también los que vendían miel y melcochas y otras golosinas que hacían como nuégados[2]

 


Tianguis de Tlatelolco, venta de pescado, venado, ánades e iguana. Mural de Diego Rivera en el Palacio de Gobierno Nacional[3]

 

El cronista también menciona lo que se usaba para pagar, es decir, los xiquipiles de cacao o las mantas. Los xiquipiles era una unidad monetaria que equivalía a unos 8,000 granos de cacao.[4] Las mantas de algodón, las quachtli, eran también empleadas como forma de pago:

                       

La creciente importancia de los quachtli y del cacao como medios de cambio aceptados universalmente lleva a la misma conclusión. En Tenochtitlan eran de uso común por lo menos tres denominaciones de quachtli, valuadas en 100, 80 y 65 cacaos respectivamente […] Aunque los españoles estaban muy intrigados por el uso de un tipo de “dinero que crece en los árboles”, los textos de Sahagún y otras fuentes tempranas hacen mucho más énfasis en los quachtli[5]

 


Quachtli, manta de algodón[6]

 

 

Otra excelente descripción de los tianguis indígenas en los primeros años de la conquista española nos la ofrece fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía:

 

El lugar adonde venden y compran llámanle tiyantiztli, que en nuestra lengua diremos “mercado”, para lo cual tenían hermosas y grandes plazas, y en ellas señalaban a cada oficio su asiento y lugar, y cada mercaduría tenía su sitio. Los pueblos grandes, que acá llaman cabecera de provincia tenían entre sí repartido por barrios las mercadurías que habían de vender, y ansí los de un barrio vendían el pan cocido, otro barrio vendía el chilli, los de otro barrio vendían sal, otros malcocinados, otros fruta, otros hortaliza, otros loza, otros podían vender centli. En esta lengua, cuando el pan se coge, y todo el tiempo que está en mazorca, que así se conserva mejor y más tiempo, llámanle centli; después de desgranado llámanle tlaulli; cuando lo siembran, desde nacido hasta que está en una braza, llámase tloctli [toctli]; una espiguilla que echa antes de la mazorca en alto, llámanla miyauatl; ésta comen los pobres, y en año falto, todos.

Cuando la mazorca está pequeñita en leche muy tierna, llámanla xilotl; cocidas las dan como fruta a los señores. Cuando ya está formada la mazorca con sus granos tiernos y es de comer, ahora sea cruda, ahora asada (que es mejor), ahora cocida, llámase elotl. Cuando está dura bien madura, llámanla centli, y éste es el nombre más general del pan de esta tierra. Los españoles tomaron el nombre de las islas, y llámanle maíz.

A una parte se vende el pan en mazorca y en grano, y cerca las otras semillas, ansí como frisoles, chiyan [chía]; que es como zaragatona, y sacan dellas aceite como de linaza, y usan de ella molida para sus brebajes, y con esta mezcla la semilla de los xenixos y bledos. […] A otra parte se vende el pescado; que barren la laguna y arroyos hasta sacar lombricillos y cuantas cosillas se crían en el agua. […] Véndese en estos mercados mucha ropa, que es el trato principal; la más de ella es de algodón; también hay mucha de metl [agave] y de las hojas de un género de palmas hacen unas mantas gruesas, de que los españoles hacen mantas [para los caballos y otras cosas]; y cerca de éstas [hay] otras con seda de pelo de conejo; en lana y en madejas tenían de todos colores y lo mesmo de hilo de algodón. Sacábanse al tianguez, ungüentos, jarabes, aguas y otras cosas de [las] medicinables, con las cuales curan muy naturalmente y en breve, ca tienen hechas sus experiencias, y de esta causa han puesto a las yerbas el nombre de su efecto y para qué es apropiada. […] y véndese piedra alumbre, aunque no purificada; pero es tan buena la de esta tierra, que sin la beneficiar hace mucha operación, e hay muchas sierras y montes de alumbres, unos buenos y otros mejores.

Véndese en estos mercados madera, las vigas por sí y cerca la tablazón y las latas, y a su parte leña. A otra parte venden plumajes y pluma de muchos colores, oro, plata, estaño y herramientas de cobre y cacauatl [cacao]; finalmente se vende en estas plazas cuantas cosas cría la tierra y el agua, que los indios pueden haber, y todas son moneda, e unas truecan por otras. Verdad es que en unas provincias y tierra se usa más una cosa pro moneda que otra. La moneda que más generalmente corre por todas partes son unas como almendras que llaman cacauatl. En otras partes usan más unas mantas pequeñas que llaman patol coachtli; los españoles, corrompiendo el vocablo, dicen patoles coacheles. En otras partes usan mucho de unas monedas de cobre cuasi de hechura de tau, de anchor de tres o cuatro dedos, delgadas, unas más y otras menos. Adonde hay mucho oro también traen unos cañutillos de oro e ya andan entre los indios muchos tostones de a dos y tres y cuatro reales, y a todos los llaman tomines; pero muy bien saben cada tostón de cuántos tomines es.[7]

 


Tianguis, maqueta del Museo Nacional de Antropología e Historia[8]

 

 

Algo muy interesante que incluye Motolinía en su escrito es acerca de las frutas y verduras traídas por los españoles y que ya se habían vuelto parte de la dieta de los indígenas hacia 1541, de hecho, las vendían en sus mercados:

 

Legumbres de hortaliza, como la buena de España, sino que en esta tierra nunca falta de invierno y de verano y tienen buena sazón los cardos y coles y lechugas y rábanos, &c. La fruta de árboles, que entre los indios se ha mucho multiplicado y las venden en sus mercados, son granadas, duraznos y membrillos: también tienen peras y manzanas: los higos comienzan agora, y de esta fruta ha de haber tanto como la que más.[9]

 

Pero, ¿por qué fray Toribio de Benavente usaba el sobrenombre indígena en lengua náhuatl de Motolinía? Eso tiene que ver con su llegada a la Nueva España y las experiencias que tuvo con los indígenas que conoció y trató durante su travesía a la ciudad capital de México. Sobre este particular nos informa L. Nicolau d’Olwer en su introducción al texto de fray Toribio, Relaciones de la Nueva España:

 

Imaginémonos pues a fray Toribio emprendiendo franciscanamente a pie descalzo la subida desde el mar hasta la meseta. Nada nos cuenta él de su ruta, pero otro viejo historiador refiere la anécdota que dio origen a su nombre de elección. Al pasar por Tlaxcala un día de tianguis, la multitud se sorprende de aquellos hombres blancos cuyo aspecto contrasta en todo con el de los soldados: inermes, descalzos, miserablemente vestidos, de porte austero. Son objeto de todas las conversaciones, a las cuales fray Toribio, en su deseo de irse familiarizando con la lengua indiana, presta oído atento. Entre tantas palabras de fonética difícil, oye repetidamente una que, por el contrario, retiene en seguida: Motolinía. “¿Qué significa?, pregunta a un intérprete. Pobre, desgraciado.” “Éste es el primer vocablo que sé en esta lengua, y para que no se me olvide, éste será de aquí adelante mi nombre”, exclama fray Toribio, desde entonces, Motolinía. Esta versión, por ser la de [fray Gerónimo de] Mendieta, compañero de convento y discípulo de fray Toribio, es preferible a la que da Bernal Díaz del Castillo.[10]

 

Durante el período colonial, los indígenas siguieron vendiendo sus mercancías al aire libre; por ejemplo, en Tacubaya a fines del siglo XVI, el ayuntamiento español daba permiso a los indígenas para vender sus productos como el pulque, candelas, entre otras mercaderías:

 

            En el dicho día, mes y año dicho [26 de noviembre de 1591] se dio licencia a Catalina Tracapan natural del pueblo de Tlacubaya para que pueda vender candelas y ocote y oxite y todo género de fruta guardando la ordenanza sin que se le ponga impedimento.

En el dicho día, mes y año dicho se dio licencia a Juana María, natural del pueblo de Tlacubaya para que libremente venda lo propio sin que le pongan impedimento[11]

 

De cualquier forma, es preciso aclarar que durante el virreinato, en la ciudad de México, los indígenas fueron trasladados a vender todos los días a la Plaza Mayor, ya no semanalmente como solían hacerlo. Una pintura muy hermosa de Cristóbal de Villalpando muestra esta actividad comercial a finales del siglo XVII. En ese cuadro también se puede apreciar el costado del palacio virreinal que se hallaba destruido por el incendio que provocaron los amotinados de 1692; la acequia real o canal de la Viga por la que viajaban en sus canoas los indígenas mercaderes, cruzada por varios puentes; a su lado el Portal de Mercaderes y la casa del cabildo; la catedral metropolitana que se encontraba en construcción; la Alcaicería, mejor conocida como el Parián en la segunda mitad del siglo XVIII, que apenas se estaba edificando aunque el pintor realiza un dibujo ideal, y que era el mercado de productos ultramarinos, un edificio trapezoidal de madera dividido en secciones en donde los españoles tenían sus cajones en los cuales, entre otras cosas, vendían los productos traídos por la Nao de China; el Baratillo chico, donde se vendían productos artesanales manufacturados nuevos o de segunda mano, localizado al centro de la plaza y a cuyo alrededor se hallaban “los jacalones del mercado de bastimentos o «puestos de indios» construidos por Francisco Cameros, asentista de los puestos y mesillas de la Plaza Mayor”[12]; y, al fondo, la vista de los volcanes Iztaccihuatl y Popocatépetl. A esto habría que agregar que es una imagen muy completa en cuanto a las personas que salen representadas en ella, puesto que son todos los grupos étnicos y sociales con los que contaba México en ese entonces: españoles, criollos, indígenas, negros, mestizos, afromestizos y las llamadas castas.

 


La Plaza Mayor de la ciudad de México, 1695[13]

 

 

En el siglo XVIII también había otro mercado importante, El Volador. Se supone que le llamaban así porque allí se realizaba en la época prehispánica la ceremonia de los voladores, como los de Papantla que hasta la fecha existe en la República Mexicana. Inclusive, durante el período colonial se siguió efectuando en el centro de México esta maravillosa acrobacia acompañada por la música del flautista que se encuentra en la parte de arriba del mástil.

 


Voladores de Papantla[14]

 

 

Según refiere Rebeca Yoma y Luis Alberto Martos:

 

La Plazuela de El Volador se localizaba frente al costado sur del palacio [del virrey]; su función como plaza de mercado se remonta al 11 de noviembre de 1533, cuando se dio a Gonzalo Ruiz la posesión de un espacio en ella para levantar tiendas y cajones, cuyos productos serían destinados a servicios municipales. Con el tiempo, otros comerciantes se instalaron en el sitio, formándose entonces un mercado “al viento”, es decir, sin un edificio o local que albergara a todos los que allí trataban.

Cuando el Baratillo fue trasladado a la Plazuela de El Volador, los fruteros, verduleros y demás comerciantes de comestibles siguieron en la Plaza Mayor, incluso allí permanecían por varios días y noches hasta concluir totalmente con la venta de sus mercaderías; lógicamente el embarazo, saturación y suciedad del centro de la ciudad continuó siendo un grave problema para el ayuntamiento. Finalmente, en 1791, el segundo Conde de Revillagigedo mandó limpiar y despejar la plaza de vendimias, para lo cual […] reubicó a todos los comerciantes en la de El Volador, en donde se construyó para 1792 un importante mercado que se convirtió en el principal centro de abasto para la ciudad de México[15]

 

Esta situación perduró, según estos autores, hasta mediados del siglo XIX, cuando se planeó construir el Mercado de La Merced en lo que fuera el exconvento de los mercedarios en abril de 1861. El 31 de diciembre de 1880, el Mercado de La Merced fue concluido. La idea era que este nuevo mercado “absorbiera al total de comerciantes instalados en El Volador”. Otra cuestión importante es recordar que a fines del siglo XIX, luego de finalizadas las guerras intestinas y las intervenciones extranjeras en México, los políticos mexicanos buscaban proseguir con el desarrollo y expansión de la ciudad capital. Comentan Yoma y Martos: “La Merced es una clara manifestación de estas ideas modernizantes, buscándose por todos los medios lograr el arreglo, el control, y buen aspecto de los mercados de la capital.”[16]

 

 Actualmente la Central de Abastos ha desplazado al Mercado de la Merced desde la década de 1980. En cuanto a los mercados, los que se localizan en edificios, se encuentran en las diversas delegaciones políticas de la capital del país. Hay algunos muy hermosos, como el Mercado Abelardo L. Rodríguez en el Centro Histórico de la Ciudad de México en la Delegación Cuauhtémoc, que fue construido en lo que fuera el antiguo colegio jesuita de San Pedro y San Pablo en 1934 y que cuenta con unos hermosos murales hechos por Pablo O’Higgins y varios discípulos de Diego Rivera.

 

Obviamente, lo que continúa hasta la fecha es la costumbre de realizar tianguis semanales en la Ciudad de México autorizados por las delegaciones políticas correspondientes. Asimismo, los tianguis se encuentran en otras entidades de la República Mexicana. Aunque la voz tianguis es de origen náhuatl, se usa en varias partes del país.

 


Tianguis de artesanías en Tzintzuntzan, Michoacán[17]

 

 


Tianguis en Chiapa de Corzo, Chiapas[18]

 


 

[1] Rémi Siméon, Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, México, Siglo XXI Editores, 1984. “tianquiztli s. Mercado, plaza. Entre los mercados más importantes se contaba el de Tlatilulco; estaba rodeado de hermosos pórticos y dividido en barrios, formando calles, donde se colocaban los comerciantes foráneos”, p. 546.
 

[2] Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, México, Editorial Porrúa, Colección “Sepan Cuántos…”, N° 5, 2000, pp. 171-172.
 

[3] http://s2.subirimagenes.com/otros/4997838tlatelolco.jpg, consultado el 9 de noviembre de 2010.
 

[4] Rémi Siméon, op. cit., “xiquipilli s. Alforja, morral, saco, bolsa; por ext. ocho mil”, p. 767.
 

[5] Edward E. Calnek, “El sistema de mercado en Tenochtitlan”, pp. 97-114, en Pedro Carrasco y Johanna Broda, editores, Economía política e ideología en el México Prehispánico, México, CIS-INAH, Editorial Nueva Imagen, 1985, p. 110.
 

[7] Fray Toribio Motolinía, El libro perdido. Ensayo de reconstrucción de la obra histórica extraviada de fray Toribio, dirección Edmundo O’Gorman, México, Conaculta, 1989, pp. 606-608.
 

[8] Foto digital sacada en el Museo Nacional de Antropología e Historia por la autora en octubre de 2010.
 

[9] Ibid., p. 613.
 

[10]  Fray Toribio de Benavente, Motolinía, Relaciones de la Nueva España, Introducción y selección: L. Nicolau d’Olwer, México, UNAM, 1964, segunda edición, pp. VI-VII.
 

[11] Ramo Indios, Vol. 6.2, Expedientes 225 y 226, foja 50 anverso, Archivo General de la Nación. El árbol de ocote, pino, produce una resina. El oxite (Oxitl) era un ungüento.
 

[12] Jorge Olvera Ramos, Los mercados de la Plaza Mayor en la Ciudad de México, México, Ediciones Cal y Arena, 2007.
 

[15] María Rebeca Yoma Medina y Luis Alberto Martos López, Dos mercados en la historia de la ciudad de México: El Volador y La Merced, México, Secretaría General de Desarrollo Social, Departamento del Distrito Federal, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1990, p. 60.
 

[16] Ibid. p. 153 y pp. 160-161.
 

[17] Fotografía digital tomada por la autora el 28 de noviembre de 2008.
 

[18] Fotografía digital tomada por la autora el 13 de julio de 2010.

 

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