LA COCINA COMO ESCENARIO DE LA VIOLENCIA EN EL CINE

 Miguel Krebs
Diciembre 2009

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La violencia, que es inherente a la propia naturaleza humana, no siempre es condenable teniendo en cuenta la razón que la genera, si bien para muchas personas, no existe razón alguna que la justifique, en particular, si se hace uso del razonamiento y la reflexión mediante la persuasión y la palabra.  

Algunas de las motivaciones para llegar a un acto de violencia pueden tener distintas vertientes, especialmente en el orden psicológico y social, pero que no está exenta de cuestiones personales como el odio, el poder, la ambición  o la venganza.

Este aspecto oscuro del individuo es uno de los atractivos de los que se vale el cine para seducir al espectador poniéndolo ante la disyuntiva de justificar o condenar una acción violenta. En El Crimen de Cuenca, la directora española Pilar Miró, casi con un regodeo sádico, se empeña en transmitir lo demencial, absurdo y aberrante de la tortura a través de la violencia que genera su discurso fílmico que impacta al espectador, a extremos de abandonar la sala de proyección.

Costas Gavras, en Amén, consigue estremecer al público con una violencia ausente en la pantalla, que solo se manifiesta en la mirada atónita y horrorizada del protagonista, que observa a través de una mirilla en el portón de una barraca, como cientos de personas mueren envenenadas durante los primeros experimentos de exterminio, con gas Ziclón B.

En cambio, asistiremos a una violencia enfermiza, truculenta y sádica, que genera en el espectador una sensación de catarsis, de gozo, de placer irracional, que da rienda suelta a sus instintos más primitivos y que muchos directores la justifican como un aspecto estético del arte cinematográfico, mientras las productoras se benefician con los ingresos en taquilla.

 El protagonista que se ve acosado salvajemente por su enemigo, pone al público inmediatamente de su lado sin reparar en los medios que emplea para aniquilarlo, justificando complacientemente, la quebradura de huesos, la puñalada en el estómago o el hacha clavado en la cabeza de su contrincante.   

Charles Bronson, en el papel del arquitecto Paul Kersey, en El vengador anónimo, hace justicia por su cuenta para vengar la muerte de su esposa y su hija, empleando métodos y justificaciones que son avalados por el espectador. En Los Jueces de la Ley, Michael Douglas interpreta al juez Hardin, que junto a un grupo de sus pares, decide hacer justicia con su propia mano, al sentirse impotente ante la misma ley que obliga a dejar en libertad a un violador. Clint Eastwood personificando al detective Harry Callahan, es otro justiciero solitario que quiere barrer de la tierra a delincuentes, asesinos y violadores con métodos pocos ortodoxos. Y así podríamos hacer una larga e interminable lista de personajes y situaciones que a primera vista, justificarían la violencia en el cine.


 


Las travesuras de Dunston

Esta violencia, necesariamente debe contar con un marco propicio para desarrollarse, un espacio físico o geográfico que brinde los elementos necesarios para potenciar esa vehemencia que haga vibrar al espectador y sentirse inmerso en la acción. Por eso, en El Mito de Bourne, el amnésico agente de la CIA, no escatima esfuerzos para dejar un reguero de autos convertidos en chatarra sin importar la cantidad de muertos y heridos que deja a su paso, durante una frenética persecución por las calles de Moscú. Silver Estalone, en Cobra, entra decidido a un supermercado para matar a un psicópata que acaba de asesinar a un cliente y tiene a otros de rehenes en medio de la mercadería destruida y desparramada por los pasillos. El presidente de los EEUU, en la ficción interpretado por Harrison Ford en Air Force One (Avión presidencial), se carga, él solito, a una banda de terroristas rusos que intentan secuestrarlo, dejando muertos esparcidos por todos los rincones del avión, y en Asalto al Tren Pelham 123, con John Travolta interpretando al líder de una banda criminal que amenaza con matar a los pasajeros de un tren subterráneo a cambio de un cuantioso rescate, provoca un caos infernal en las calles de Nueva York y debajo de ellas.

 Valgan como ejemplo estos cuatro escenarios en los cuales las acciones violentas generan en el público un aumento de adrenalina exigiendo castigo a los culpables.

Pero un ámbito propicio que puede acarrear graves consecuencias por sus acotadas dimensiones, es en la cocina de un restaurante o un hotel, donde predominan elementos potenciales que contribuyen a dar un mayor énfasis a las acciones violentas.

El aceite humeante de una freidora, una plancha caliente, estanterías cargadas de huevos, frascos con condimentos y botellas de aliños, caldos hirvientes de una olla, cuchillos, sierras y hachas, hasta un simple microondas, todo se transforma en verdaderas armas asesinas. En este ámbito, los platos preparados, prontos a ser despachados a la sala donde aguardan los clientes, agregan un elemento estético a la violencia y que no pasan desapercibidos cuando se aplastan en una lucha cuerpo a cuerpo o vuelan astillados en medio de un tiroteo.

En la versión original de La Femme Nikita del director francés Luc Besson, como en La Asesina, filmada tres años más tarde por el norteamericano John Badham, la protagonista tras haber asesinado a un importante personaje dentro de un restaurante, descubre que la vía de escape señalada por su jefe, no existe, que ha sido un engaño. Perseguida por los guardaespaldas de la víctima, Nikita busca otra salida atravesando la cocina del establecimiento donde es interceptada, originándose un espectacular tiroteo.

Y aquí es interesante analizar las dos versiones para tener en cuenta como cada director concibe la violencia dentro del ámbito en que se desarrolla la acción. En la versión francesa, Luc Besson refuerza la acción en la protagonista, su frustración por haber sido engañada por su superior y las pocas chances que tiene de salir con vida de esa cocina, mientras las balas de los sicarios perforan las puertas de los grandes refrigeradores, astillan platos, derriban mampostería y ceden en medio de este infierno, las estanterías colmadas de ollas y sartenes. Solo en una toma, aparecen desdibujados dos platos con algo parecido a unas hojas de lechuga; todo lo demás, es el blanco de los azulejos, el gris metálico de las mesadas, refrigeradores y cacerolas, envueltos en una atmósfera cubierta por el vapor de los caldos y el humo de la balacera, conformando una secuencia de imágenes desleídas de escaso contraste fotográfico.


Escena de la película Nikita

La versión yanqui, en cambio, es notablemente más violenta porque los guardaespaldas matan a cuanto cocinero que se interponen en su camino y la totalidad de esta secuencia, está enmarcada fotográficamente en una combinación de colores contrastantes de verduras y hortalizas en medio del vapor de las ollas que nos advierten el peligro de su contenido. La protagonista es sorprendida por una ráfaga de metralla que destruye preparaciones emplatadas artísticamente, salpicando la pantalla de salsas, carnes y verduras. Como epílogo de esta masacre culinaria, Nikita se lanza como un acróbata chino a través de dos estantes repletos de multicolores postres y pasteles que las balas pulverizan sin dejar rastros.

Para esta secuencia, el director yanqui ha puesto todo el énfasis en destruir la cocina y elementos que la componen, restándole dramatismo al personaje que actúa como si fuera una “súper woman”.   

Como variante de la violencia en una cocina, la encontramos en Alerta  Máxima, film protagonizado por el indestructible Steven Seagal,  interpretando a Keys,  jefe de cocina a bordo de un buque de guerra estadounidense, que empleará toda su astucia como experto en artes marciales y ex solado de elite en Vietnam para reducir a un grupo de terroristas que se introducen en la nave con la excusa de animar una fiesta a bordo. Seagal se ha destacado siempre por la violencia empleada en dirimir situaciones conflictivas, y más allá de sus habilidades culinarias en esta ocasión, la cocina será el ámbito donde pondrá fuera de combate a dos terroristas clavándole un cuchillo en la yugular a uno, y al otro, le quebrará la espina dorsal con ese “crak” característico, intensificado en la banda sonora con un sonido seco y opaco. Antes de abandonar la cocina, preparará con dos ingredientes que saca de una alacena, una bomba casera que hará detonar accionando un horno microondas.

Menos violenta y en tono de humor es la pelea que sostiene en la cocina del Majestic Hotel en Nueva York, su director Robert esgrimiendo un batidor de alambre, y un ladrón de alto vuelo, armado de un cucharón, en Las travesuras de Dunston.  


El Cartero siempre llama dos veces

Más modesta será la cocina del griego Nick Papadakis, dueño de una gasolinera y un restaurante al borde de una carretera secundaria a los Ángeles, durante los años de la gran depresión, en El cartero siempre llama dos veces. Cora, su mujer (Jessica Lange), se encarga de cocinar para sus clientes habituales y los que ocasionalmente se detienen allí, como Frank Chambers (Jack Nicholson), que se quedará a trabajar en la estación de servicio, pero siempre con los ojos puestos en la atractiva  y apetecible Cora. Aprovechando la ausencia del dueño y en una secuencia de desbordante erotismo, Frank acosa con violencia a Cora que resiste el embate, para ceder finalmente a sus instintos, poseyéndola de manera salvaje sobre la mesa de cocina que la propia Cora se encargará de  despejar, arrojando al suelo los panes, la harina y un cuchillo que había sobre ella. Un nuevo y original ámbito para consumar las relaciones sexuales, que más tarde copiarán otros guionistas y directores.

Pero superando esta violencia erótica con características culinarias, la cocina familiar es también escenario para las mismas intenciones pero con resultados más sangrientos en El coleccionista de amantes, cuando Kate (Ashley Judd) se resiste a una violación que acomete Nick Ruskin (Cary Elwes) en medio de sangrantes heridas, cuchillos, vidrios rotos, puntapiés y todos los elementos de cocina que uno pueda imaginar, en medio de una terrible pelea. El final, es inesperado.

En fin, como queda dicho, las situaciones de violencia son interminables, pero pocas se desarrollan en el ámbito de una cocina. En las próximas notas, continuaremos hablando ocasionalmente sobre el tema y analizaremos  individualmente aquellas películas cuyas historias contengan como marco de referencia, distintos aspectos relacionados con la gastronomía y la desbordante pasión que vuelcan los cocineros ejerciendo su profesión.  


Steven Seagal, un cocinero muy especial en Alerta máxima

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