Historia de la alimentación de las Filipinas española: El viaje.

Con motivo del estreno hace poco de la película «Los últimos de Filipinas», un ‘remake’ de otra del año 1945, que narra uno de los actos épicos más importantes de las tropas españolas en la pérdida de su imperio en 1898, reavivó en mi la curiosidad sobre el tema que desde pequeño me impresionó por el arrojo y la tenacidad de unos soldados, abandonados a su suerte, que resistieron hasta más allá del deber, y que, a su vuelta, no fueron recibidos como los héroes que eran, eso fue reconocido años después, y donde los gobiernos de turno, con su golfeo de siempre, consintieron la decadencia de un país en favor del enriquecimiento propio, al igual que en la actualidad, sin invertir en tecnología, los barcos españoles por ejemplo eran de madera contra los norteamericanos de acero haciendo que tuvieran que embarrancarlos para ser más certeros en los disparos al tener su artillería menor distancia y ser menos precisos, o el dar una alimentación a la soldadesca en algunos casos paupérrimas, lo que hacía que sufrieran más por el estrés en los combates.

La mayoría de los españoles saben poco de Filipinas, es ajena a todos pese a haber sido una colonia española desde 1565, esta sí que fue colonia ya que en América eran provincias españolas, la causa puede ser que tenemos, como los peces, una memoria a muy corto plazo.

Este trabajo se va a dividir en varias partes, siendo esta primera dedicada a los viajes de ida y vuelta desde la península hasta las islas, una aventura muy compleja como iremos comprobando la de aquellos pobres soldados que defendían los intereses de una oligarquía española que despreciaba o ignoraba a aquellos que daban su vida por ellos y que comían como cerdos, claro está que me refiero a esa oligarquía.

Como siempre que escribo en primer lugar quiero situar al lector en algo que muchos olvidan, la ecuación espacio tiempo, muy importante para entender aquel presente y donde la percepción del mundo era mucho más grande de la que hoy tenemos, de igual forma creo importante situar a quien me lea en el concepto que se tenía de las cosas, contextualizar en definitiva, porque el mayor error que se puede cometer es juzgar el pasado con una mente de hoy o desde nuestro presente, intentando evitar en lo posible el entrar en complejos de culpabilidad o dar ocasión a que ladrones de la historia nos culpabilicen sobre un pasado totalmente distinto al que fue en realidad, combatiendo de esta forma algunos nacionalismos dictatoriales.

Pues bien, debemos situarnos a mediados del siglo XIX, en concreto sobre el año 1857, momento crucial por estar recién inaugurado el canal de Suez y poco antes de la utilización de los barcos de vapor de la Compañía Transatlántica Española que ya operaba en Cuba.

Para hacernos una idea de la relación espacio tiempo es bueno saber que yendo por el sitio más corto,  por el Canal de Suez, se tardaba en llegar desde España a Filipinas dos meses y por el cabo de Buena Esperanza, lo normal para ahorrar y forrar el bolsillo de algunos políticos y militares, ciento treinta y cinco días, y claro está con distinto régimen gastronómico dependiendo la ruta elegida y el desgaste de la tripulación al tener que pasar del Hemisferio Norte al Sur pasando por el ecuador para volver a pasarlo, todo un destrozo psíquico y físico como veremos más adelante.

Sorprende leer al Jefe de Sanidad Militar de dichas islas, Antonio Codorniu Nieto, cuando cuenta lo siguiente: «Los que vienen por la primera vía, que son los menos, (se refiere a los que iban por el Canal de Suez) viajan con todas las comodidades que proporcionan los grandes vapores de la compañía inglesa Peninsular y Oriental, haciendo uso de comidas frescas, suculentas, preparadas con toda clase de condimentos estimulantes«, así que es evidente que sólo se permitían el lujo aquellos privilegiados que enviaba el gobierno.

Sorprende hoy leer el concepto sobre el tiempo cuando comentaba que esos dos meses de viaje eran muy rápidos, un signo de modernidad y uso de las tecnologías del momento, cuando cuenta: «La celeridad del viaje hace que no puedan empezar á acostumbrarse al calor del país que van á habitar, de manera que sufren un tránsito rápido del clima templado al ardoroso de los trópicos», no puedo ni imaginar que diría este hombre si se le contara el tiempo que se tarda en avión desde España (un poco más de 12 horas) y lo pronto que se puede adaptar el ser humano al cambio de la climatología.

Ahora toca hablar de la gastronomía como remedio médico contra los males del trópico porque es nuestro cometido, independientemente de ser sumamente interesante, sobre todo porque la mayoría cuentan historias de recetas que ni tan siquiera tiene visos de verosimilitud, de modo que contaba: «La excitación del estómago por las comidas fuertes y sustanciosas se opone también á su aclimatación, por cuanto tiende á conservar el exceso de fuerza digestiva y de fibrina en la sangre. La hematosis se modifica algo por la humedad del aire que respiran en diversos mares; pero esta modificación se neutraliza en parte por los terrenos que atraviesan en el desierto (Los que iban por el Cabo de Nueva Esperanza) y por los muchos puntos donde se detienen los barcos de vapor, y pueden los pasajeros bajar á tierra y hacer el ejercicio que proporciona la curiosidad de examinar nuevas poblaciones. De manera, que el europeo que viene á Filipinas por el istmo de Suez conserva en su mayor fuerza las condiciones de tonicidad y predominio sanguíneo del país de que procede, y por consiguiente llega en condiciones opuestas para la aclimatación«.

Por contra los parias, los que tenían que dar todo un rodeo a África, aquellos soldados a los que todos les volvían la espalda y que eran movilizados a la fuerza, sacados de sus pueblos con la tristeza de los suyos y los que muchos morían defendiendo no sabían qué, como vamos a ver, la vida se les hacía muy difícil y se veían obligados «á situarse en Sevilla ó Cádiz, que son los puntos de Europa más inmediatos á los trópicos, en los cuales su naturaleza empieza á sufrir la primera preparación que la ciencia aconseja. Esta detención en el Mediodía de España se prolonga más ó menos, según las proporciones de salida de buque para Manila, que por término medio se puede referir á dos meses. Después de estos dos meses de preparación, se embarcan en un buque que navega por espacio de cuatro y medio, sin tocar en tierra hasta que llegan á Singapur, ó á la isla de Java, es decir, casi al término del viaje» y así «Las comidas en tan larga navegación son malas, pues se reducen á carnes saladas ó conservadas en latas, á legumbres secas, galleta ó pan, que gradualmente se hace de peor calidad por la alteración de la harina, y á carnes frescas de las reses que se matan cada ocho días, y que al fin de la semana comen los pasajeros casi en estado de putrefacción. La detención en el Mediodía de España, la humedad que se respira en tan larga navegación, el mal régimen de alimentos, los mareos que mas ó menos se repiten en los borrascosos mares de las altas latitudes del hemisferio austral, y los calores de la línea ecuatorial que por dos veces se atraviesa, producen en los europeos el primer efecto del clima de los trópicos, debilitando la mucosa digestiva y la sangre, y modificando la hematosis. Resulta, pues, que con variedad, según las condiciones individuales, llegan los europeos por esta larga vía en menor estado de superabundancia sanguínea que los que vienen por el istmo, y perfectamente preparados, con arreglo á los preceptos higiénicos, para la aclimatación«.

Ahora llega la sorpresa, porque al contrario de lo que se pensaba, aunque para nosotros es de lógica, al contar que lejos de que aquellos que venían por el lugar más corto, pese a su falta de aclimatación, «es claro que los que llegan á Filipinas por el istmo de Suez deberían ser atacados por las enfermedades del País con más fuerza que los que vienen por el cabo de Buena Esperanza. Pero lejos de suceder así, la observación de nueve años consecutivos nos ha demostrado lo contrario. Ni un solo caso hemos presenciado de fallecimiento por influencia del clima entre los europeos recién llegados por la vía corta; y aunque los que vienen por el Cabo constituyen el mayor número, es lo cierto que hemos visto sucumbir á muchos, poco tiempo después de poner el pié en tierra, por las enfermedades reinantes de la estación. En el año de 1849, algunos deportados que habían llegado en buen estado de salud, fueron víctimas del cólera morbo pocos días después de su desembarco; y como esta enfermedad ataca de preferencia á los naturales y á los europeos antiguos en el País, es evidente que aquellos desgraciados debieron su muerte al principio de aclimatación que habían adquirido en su largo viaje«.

Llegados hasta aquí sólo resta contar las reglas profilácticas alimenticias que se aconsejaba seguir una vez puesto los pies en tierra, porque había que aclimatarse, resumiéndose en un dodecálogo y que hoy nos puede resultar, como mínimo, raro.

El primer consejo era «No hacer uso durante la navegación de alimentos demasiado suculentos, de condimentos estimulantes, ni de bebidas alcohólicas, sino en cantidad muy moderada«.

El segundo consistía en la búsqueda de alojamiento, debiendo procurar vivir en habitaciones espaciosas, expuestas a los vientos del este, procurando que dicha vivienda no estuviera a orilla de ningún estero o junto a aguas embalsadas o pantanosas.

El tercero consistía en seguir un régimen alimenticio vegetariano, exento de condimentos estimulantes.

El cuarto aconsejaba «Usar el vino con moderación, los que tengan costumbre de hacerlo; proscribir las bebidas alcohólicas, y evitar toda clase de abuso en comida y bebida«.

El quinto, aunque pueda parecer raro, era el hacer un uso moderado en la ingesta de los refrescos acidulados.

El sexto lo trascribo literalmente: «Hacer uso de las frutas consideradas de fácil digestión, pero tomándolas siempre después de la comida y en corta cantidad. Las frutas buenas son las siguientes: la manga, el plátano lacatan y latundan, el ate, el chico, la naranja, el cagel y el lanson» (en próximos capítulos se dará buena cuenta de estas frutas).

El resto de las recomendaciones nada tienen que ver con los alimentos, de modo que los trascribo de corrido: No usar ropa interior de lino, sólo de algodón, lana o seda, debiendo mudarla siempre que esté mojada de sudor. No hacer ejercicios físicos en las horas de calor, como mucho limitarse dar paseos a pie o a caballo por la tarde y madrugada. Evitar los rayos de sol. Cuidarse de la humedad de la noche, aconsejando, en las horas de sueño, cerrar las ventanas del dormitorio. Tomar baños con el agua templada o moderadamente fría. Lo más importante, ya que era el ‘mal’ general de casi todos los españoles: «Rechazar cuanto sea posible las ideas melancólicas, procurándose la conveniente distracción«.

Toda esta serie de recomendaciones se hacían a los europeos, en realidad a los españoles porque a Filipinas nadie quería ir entonces, durante el primer año de estancia en aquellas islas, dando por hecho que tras «pasado este tiempo, su constitución, algo debilitada, se ha puesto en armonía con el clima, y entonces conviene modificar el régimen arreglándose á lo que la práctica enseña. Debe empezar haciendo uso de alimentos más sustanciosos, acompañando alguna cantidad moderada de vino, y abandonando los refrescos y los ácidos; porque si se prolonga la alimentación tenue y poco excitante, se haría grande la pérdida de fuerzas y la relajación de los tejidos. La languidez de las funciones nutritivas manifiesta la necesidad de variar el régimen alimenticio; pero esta variación no debe ser rápida ó violenta, porque la mucosa intestinal oculta en medio de su atonía cierta irritabilidad, que provoca fácilmente la acción secretoria del hígado; y la diarrea biliosa pudiera ser la consecuencia de un plan tónico precipitado«.

Hasta aquí lo que podría denominar un prólogo sobre la alimentación, en sus principios, de los españolas que por desgracia tenían que ir a aquellas tierras y que bien podrían llamar el fin del mundo y donde muchos no volvían al sucumbir por enfermedades o de tristeza, dedicando el siguiente capítulo a la alimentación de carne, para proseguir con la de pescado y terminar con la de los vegetales y las frutas.

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