Medicina y sexualidad hace 2.000 años en Roma según Plinio el Viejo

Estudio de Carlos Azcoytia
Diciembre 2007

Como advertencia he de decir que afronté este estudio dentro de una clave de humor dado lo jocoso que puede resultar el sexo, sin la pretensión de herir susceptibilidades de nadie y siendo en todo momento espontáneo en el comentario de ciertas recetas, en definitiva he mostrado, en todo momento, mi pensamiento sin intencionalidad malsana. Ahora les invito a leer algo que la mayoría de las personas ni podían imaginar, todo sobre los problemas del sexo de los romanos y que no se atrevía a preguntar, que todo no iban a ser orgías como vemos en las películas.

Desde que los seres humanos fueron conscientes de la importancia de la alimentación y convirtieron el acto de nutrirse, por necesidad biológica, en un placer, siempre buscaron entre los componentes que cocinaban el sentido mágico y medicinal de ellos, al observar las digestiones que les hacían sentirse bien o mal dependiendo de las personas.

La literatura médica de la antigüedad se basa casi exclusivamente en los humores y el temperamento de las personas, a las que le correspondían un tipo de alimento determinado dependiendo de su complexión o el carácter.

Entre los cientos de libros escritos por nuestros antepasados me detendré en esta ocasión en el escrito por Gayo Plinio Secundo, nacido en Como (Italia) en el año 23 d.C. y muerto durante la erupción del Vesubio en el año 79, titulado 'Historia Natural' compuesto en total por 37 libros que podemos definir como la primera enciclopedia de la naturaleza.

Independientemente a las miles de observaciones de todos los animales y plantas conocidas en la época también contiene un importantísimo espacio dedicado a las enfermedades y otras materias relacionadas con la salud y dentro de este apartado una serie de indicaciones y recetas para combatir los males del cuerpo y deficiencias sexuales, que por la importancia que tiene, tras estos dos mil años que nos separa, he creído esencial transcribir.

No todos los remedios se basan en la alimentación, aunque sí en productos naturales e incluso algunos mágicos y que hoy nos pueden parecer sorprendentes. Esta forma de observar la naturaleza, que se basaba en aciertos más errores, nos puede llevar a comprender muchas cosas de la cosmética y la medicina moderna, incluso nos puede hacer recapacitar en esas fórmulas magistrales, las cuales, algunas sólo, podrían comercializarse hoy día y que incluso serían más lógicas que muchas de las que el mercado actual nos ofrece hechas con placenta, colágeno de peces o baba de caracol, entre otras porquerías.

Tendríamos que comenzar sabiendo que era para Plinio el sexo, como se asimilaba dentro de la moral romana, para entender, aunque sólo sea en parte, el sentido de este tratado que nos ocupa. Para ello en su libro X-171 hace una primera definición sobre la sexualidad, donde por cierto sólo se centraba en los hombres en lo relativo al placer, dejando a las mujeres el papel meramente reproductivo, aunque es cierto que también hay muchos remedios 'medicinales' relacionados con la ginecología y la obstetricia.

Volviendo al libro X, apartado 171, del que he hecho referencia, nos dice algo que debe  de hacernos pensar que muchos hombres de entonces padecían de fimosis ya que cuenta: "Sólo el hombre le causa dolor el primer coito, como presagio de la vida, desde su comienzo, conlleva dolor". Para continuar hablando de la estacionalidad de las relaciones sexuales de los animales y del celo permanente del hombre que puede hacerlo a cualquier hora del día o noche y la sensación de insatisfacción de los humanos en el lecho.

Es curiosa la referencia que hace en su libro X, apartado 172, desde ahora X-172, donde cuenta los vicios de Mesalina, esposa del emperador Claudio, la cual compitió con la más famosa meretriz romana sobre cual de ellas mantendría más relaciones sexuales en un día con los hombres y de como ganó la esposa del emperador al yacer con VEINTICINCO hombres en veinticuatro horas, todo un record que le debió dejar escocidos los bajos durante un buen tiempo, aunque, eso sí, con los ojos en blanco de tanto disfrutar.

Continúa diciendo que en la especie humana los machos tienen desviaciones sexuales, las cuales considera aberraciones de la naturaleza, en cambio las hembras sólo tienen abortos, este hombre no aprendía despues de conocer lo de Mesalina y piensa que las mujeres son un trozo de carne.

Termina este apartado diciendo que los hombres sienten un deseo sexual más fuerte en invierno y las mujer, por contra, en verano, algo que nunca había comprobado en carne propia, yo pensaba que el clima no afectaba, según que sexo, a los deseos, incluso en verano, al ir las mujeres más desvestidas, los hombres están más excitados.

Una vez hechas estas aclaraciones y declaraciones de Plinio sobre el sexo es hora de adentrarnos en el proceloso mundo de los remedios medicinales para, por ejemplo, tener unas buenas erecciones con las que satisfacer los sentidos de los romanos. Y como la humanidad siempre fue igual, con los mismos deseos y carencias; entonces qué mejor que indagar en lo referente a los productos que estimulaban los penes o lo que es lo mismo: conocer de que estaba compuesto el Viagra de la antigüedad.

En primer lugar encontramos los remedios caseros, después los puramente psicológicos y para terminar los 'científicos', ya que como se sabe el sexo nace de un estímulo cerebral que transmite la orden al pene, aunque algunos piensen que es al contrario, pero hablar de este tipo de personas nos llevaría a otros mundos que entran más en el campo de la psiquiatría.

Para los romanos y romanas debía ser divertido, si conocían el mundo de los amuletos, el ver a su amigo, vecino o desconocido con uno de ellos, sobre todo si este estaba relacionado con el sexo, como por ejemplo este remedio que debía llevarse en una bolsa y que dice en su libro XXVIII-88 lo siguiente: "Llevar atada como amuleto la parte derecha de la trompa con tierra roja de Lemnos es un afrodisíaco", enigmática frase si antes no se lee en que consistía el 'truco'. En este lugar se estudia todo lo referente a las propiedades medicinales que podía ofrecer el elefante, entre las que se encontraban la de mezclar limaduras de marfil con miel del Ática para quitar las impurezas de la piel o simplemente aplicando el polvo de marfil directamente para curar el panizo. Igualmente comenta que tocando la trompa del elefante se pasa el dolor de cabeza, más eficazmente si en ese momento está estornudando, remedio casero complicado ya que se me hace difícil imaginar la llegada del romano a casa y decirle a su mujer: 'Traigo un dolor de cabeza tremendo, no te importaría traerme el elefante?'. Termina este apartado diciendo que la sangre de este animal viene bien a los enfermos de consunción y su hígado a los epilépticos.

Otro amuleto que recomienda en su libro XXVIII-107 como afrodisíaco, por raro que parezca, es el de atarse en el brazo derecho los dientes de la mandíbula derecha de un cocodrilo del Nilo.

Pero si creyó haber leído todo sobre la magia de los romanos en el terreno sexual se equivoca porque en su libro XXX-141 da los siguientes consejos, que por cierto no son los más fantasiosos como leeremos más adelante: "Un lagarto ahogado en la orina de un hombre inhibe el deseo sexual del que lo ha matado; en efecto, los magos lo cuentan entre los filtros amorosos". Continúa con los inhibidores sexuales diciendo que los excrementos del caracol y de paloma tomados con aceite y vino también sirven para tal fin. Y como traca final de este capítulo no se pierda lo que sigue: "La parte derecha de un pulmón de buitre, colgada como amuleto en una piel de grulla, excita el deseo sexual del hombre; igual que si se toma a sorbos, con miel, yema de cinco huevos de paloma, mezclados con un denario de grasa de cerdo; o se toman en la comida gorriones o sus huevos; o se cuelga como amuleto, en una piel de carnero, el testículo derecho de un gallo".

Pero si lo que desea es llegar al paroxismo en el terreno sexual, si lo que quiere es montarse una orgía de esas que no se olvidan, en donde, como vulgarmente se dice: 'corre el vino y las mujeres', sin ser mal pensado e imaginar que las féminas corren buscando la puerta de la calle para largarse, no se pierda esta receta que ya entra dentro no de la magia sino del afrodisíaco echo casi en laboratorio y que está contenido en su libro XXVIII-122: "Son también exóticos los caracales (ojo no confundir con los caracoles porque así no sale), que tienen la vista más aguda de todos los cuadrúpedos. En la isla Cárpatos cuentan que quemar todas sus garras con la piel es muy eficaz. Beber esta ceniza inhibe la conducta impúdica de los hombres y rociarse con ella, el deseo sexual de las mujeres".

En su libro XXVIII-261 nos da una relación de afrodisíacos en general que son buenos saberlos por si alguna vez nos pudieran hacer falta y que son el usar la hiel de jabalí como linimento; la médula de cerdo bebida; el sebo de burro con grasa de ganso macho untada como linimento. Pero según va cogiendo confianza con el lector este hombre nos cuenta que lo mejor de lo mejor, haciendo mención a otros autores, en este caso a Virgilio, el cual, según cuenta, que escribe en sus Geórgicas, lo que podemos considerar la panacea en esto del sexo: "El líquido procedente del coito del caballo y los testículos de caballo secos para que puedan ser diluidos en la bebida; el testículo derecho de un burro bebido en una dosis proporcional de vino o atado en un brazalete". Para terminar con otra recomendación de Ostanes en la que dice que lo mejor es tomar la espuma, procedente del coito recogida en una tela roja y metida en plata, de un burro.

Otros afrodisíacos procedentes del burro, animal famoso por su miembro viril, es el sumergir los testículos en aceite hirviendo, me refiero a los del burro y no los del hombre que necesita dicho afrodisíaco, siete veces y despues untar con ellos las partes pudendas del paciente, según recoge de otra recomendación de Salpe. De Dalión recoge que se debe de beber la ceniza de los testículos del burro, pobre animal, o beber la orina de toro después del coito de este y se aplique en linimento con su propio lodo al pubis. Eso sí, dice que "pero al contrario, es un antiafrodisíaco para los hombres el linimento de excremento de toro" (libro XXVIII-262).

Si a estas alturas del artículo sigue con ganas de tener sexo, no se preocupe que todavía quedan muchos remedios por descubrir y que eran experimentados por los romanos, yo me planteo a estas alturas si es cierto ese dicho de 'que cualquier tiempo pasado fue mejor'.

Pero si Vd. lector es de esos que aborrecen las relaciones sexuales con las mujeres le advierto que Plinio tiene el remedio contra ello con esta fórmula magistral: Tome los genitales de un ciervo con miel y le asegura que ya no podrá resistirse al sexo contrario. También esta fórmula, contenida en su libro XXVIII-98, con ciertas variantes pude servir para que una mujer no aborte, eso sí debe de atarse al cuello la carne blanca del pecho de la hiena, siete pelos y los genitales del ciervo, colgando de piel de gacela.

También es posible que su fémina le atosigue y le reclame su deber conyugal más de lo que su cuerpo puede responder, sin tener que recurrir a un amigo que le ayude en esas delicadas tareas, para lo cual, y según recoge de otra recomendación de Ostanes, libro XXVIIII-256, se puede solucionar frotándole a la mujer en la zona lumbar sangre de una garrapata de un buey negro salvaje, lo que le produce hastío de los placeres amorosos. Otro remedio que propone es darle a beber orina de macho cabrío pero con nardo para evitar la repugnancia; repugnancia que tendrá por Vd. y que, por poco lista que sea, intentará solucionar sus ardores uterinos con el repartidor de bombonas de butano, con el dependiente del supermercado o con el primer hombre que muestre ser menos imbecil y más potente en esto del coito.

Si alguna vez sale de copas con los amigos y, cosas de los que beben, se le ocurre miccionar en la calle tenga mucho cuidado donde lo hace, ya que si se le ocurre orinar sobre otra de perro se volverá reacio al sexo y entonces tendría que aplicar el remedio del párrafo anterior a su pareja, todo un lío. Esta recomendación incluida en su libro XXX-143 se complementa con lo siguiente: "Cosas asombrosas, si son ciertas, se dicen también sobre la ceniza de salamanquesa: envuelta en un paño, en la mano izquierda, estimula el deseo sexual y las inhibe, si se pasa a la mano derecha; asimismo estimula la libido un hilo, impregnado con sangre de murciélago y colocado bajo la cabeza de las mujeres, o la lengua de oca, tomada en la comida o en brebaje".

En su libro XXXII-139 sigue con lo mismo pero con distintos componentes, que remedios tenía un montón Plinio: "La rémora, la piel de la parte izquierda de la frente del hipopótamo, envuelta en piel de cordero, y la hiel de la tembladera viva aplicada a los genitales, inhiben el impulso amoroso. Lo aumentan la carne de caracoles de río preservada en sal y administrada con vino, el comer erytini, el llevar como amuleto el hígado de rana diopetes o calamites envuelto en una piel de grulla, o una muela de cocodrilo atada al antebrazo, o un caballo de mar, o tendones de rana rubeta atados al brazo derecho", para terminar dándonos el remedio por el que dejaremos de estar enamorados: "Se acaba con el amor llevando colgada del cuello una rana rubeta envuelta en una piel fresca de oveja".  

Y ahora llegamos al verdadero remedio contra la impotencia, el elixir sexual por excelencia, el Viagra de los romanos, el remedio rotundo para muchos hombres y que parece ser tiene algo de veracidad; me refiero a un producto que se obtenía del escinco, un reptil procedente del Nilo, y del que dice que es más pequeño que la mangosta y que en ciertas partes del libro lo confunde con el cocodrilo terrestre. Sobre este animal, el escinco, habla en varios lugares de sus libros y le da mucha importancia por lo benefactora que es su carne en otros muchos remedios fuera del terreno sexual, por ejemplo contra los venenos. Cuenta que era importando a Roma conservados en sal y en su libro XXVIII-119 nos da la fórmula para su preparación y comercialización en pastillas: "Su hocico y patas bebidos en vino blanco son afrodisíacos, especialmente con satirión (un tipo de orquídea 'orchismorio L.' o una bulbosa 'Fritillaria graeca L.') y semilla de jaramago, mezclando una dracma de cada ingrediente con dos de pimienta; las pastillas así obtenidas, de una dracma cada una, deben de ser bebidas". Continúa en el mismo libro, apartado siguiente, con otra fórmula, mejor aún que la anterior, si se prepara tomando la carne de los flancos en la proporción de dos óbolos, con igual medida de mirra y pimienta y se bebe. Terminar diciendo que el jugo del animal, cocido y tomado con miel, inhibe el deseo sexual.

Claro está que después de todas estas recomendaciones, y a falta de anticonceptivos, lo normal era que la mujer se quedara embarazada o por mala suerte se pillara alguna que otra enfermedad de esas llamada venéreas, para lo cual tenía también remedios, algunos muy ingeniosos.

Para aquellos que insistían en el coito y tenían deseos de ser padres sin conseguirlo proponía los siguientes remedios, téngase en cuenta que todavía no estaba inventada la fecundación 'in vitro': Libro XXVIII-97. "La esterilidad femenina se corregirá comiendo un ojo de hiena con regaliz y eneldo: está garantizada la concepción en un plazo de tres días". En su libro XXX-142 dice: "Hacen que se queden embarazadas las mujeres, en contra de su voluntad, las crines de cola de mula, si se arrancan durante la monta y se anudan en el transcurso del coito humano". En este mismo apartado, dando por hecho el embarazo, da la fórmula para que no se aborte de la siguiente forma: "Las friegas con ceniza de ibis y grasa de oca y aceite de iris mantienen el feto en el útero; por el contrario, dicen que se inhibe el deseo sexual con los testículos de un gallo de pelea frotados con grasa de oca y colgados como amuleto en una piel de carnero; igual que con los de cualquier clase de gallo, si se colocan debajo del lecho con la sangre del animal". También el el libro XXX-124 da este consejo: "La ceniza de erizos, ungida con aceite, protege el parto contra los abortos".

El parto, ese momento doloroso y feliz de las mujeres, se atenúa con recetas como esta, incluída en el libro XXX-124: "Dan a luz más fácilmente las que han bebido excrementos de oca en dos ciatos de agua o las secreciones que fluyen de la matriz de la comadreja por la vulva"

De todos es sabido la degradación de los pechos de las mujeres tras el parto y el amamantamiento de los hijos y como es lógico también Plinio nos da remedios, como el que se puede leer en su libro XXX-124: "Los excrementos de ratón, diluidos en agua de lluvia, restablecen las mamas de las mujeres, hinchadas después del parto". Y hablando de tetas nada mejor que lo contenido en el libro XXX-131 donde dice: "Después del parto protege las mamas la grasa de oca, con aceite de rosas y tela de araña. Los frigios y los licaones descubrieron que la grasa de avutarda resulta útil para las mamas dañadas por el puerperio", para continuar más adelante con estas recomendaciones: "La ceniza de cáscara de huevo de perdiz, mezclada con cadmía y cera, conserva los senos firmes. También, según se cree, trazando tres círculos alrededor de ellos con huevo de perdiz no se caen y, si se sorbe el contenido de los huevos, favorece la fecundidad y hasta la abundancia de leche; si se frotan las mamas con grasa de oca disminuyen los dolores y se desprenden las molas del útero; calma el picor vulvar, si se aplica en un linimento con un chinche triturado".

A las que padecían sofocación histérica (entonces se atribuía a una afección uterina) se les aplicaba cucarachas en linimento.

Para terminar, porque pienso dejar aquí este estudio ya que Plinio tiene cientos de consejos relacionados con el sexo, daré un pequeño repaso a los medicamentos destinados a calmar las infecciones de los genitales, por si lo necesita tras la lectura de estas recetas y que a mi me dejaron tan perplejo en muchos de sus pasajes.

Habla de un compuesto, que bien podría manufacturarse de nuevo, llamado esipo, que se obtenía tras la cocción a fuego lento, en caldero de cobre,  de la mugre y la grasa de lana de oveja. La grasa que flota o nada en la superficie del caldero es muy rica en lanilina, estearina y oleína, la cual se lavaba en agua fría y se colaba por un paño y después se guardaba dentro de una cajita de estaño. Esta grasa mezclada con otra de oca se utilizaba para curar las úlceras de los ojos, las de la boca y los genitales, independientemente de remediar las inflamaciones de la matriz, las fisuras anales y los condilomas (excrescencia similar a una verruga, en particular en la zona genital o anal) si se mezclaba con meliloto y mantequilla.

Otra utilidad que tenían los vellones de oveja, una vez limpios, era el aplicarlos directamente, añadiéndole azufre, a la zona afectada por dolores internos y su ceniza estaba recomendada para las dolencias genitales (Libro XXIX-37 y 38).

Para saber más sobre el sexo en la dieta puede visitar estos artículo también en nuestra revista: La cocina afrodisíaca y Gastronomía afrodisíaca peruana.

Una vez terminado este estudio me di cuenta que faltaba alguna anotación sobre los anticonceptivos y, dos días después de haberlo escrito, lo sumo a este recetario dedicado a la sexualidad romana para que el lector tenga una idea global del mundo amoroso de hace 2.000 años.

En su libro XXIX-85 nos enseña Plinio, no sin cierta reserva, ya que las mujeres estaban destinadas a la procreación, salvo las dedicadas a la prostitución, el método, según él infalible, para que la preñez no sea obstáculo dentro del matrimonio y así poder disfrutar libremente del sexo, eso sí, una vez que la señora de turno estuviera bien cargadas de retoños (a buenas horas Mangas Verdes, como se dice en España).

En este apartado habla sobre un tipo de arañas en concreto la llamada 'phalangion' por los griegos, tambien conocidas con el nombre de 'lobo'; este tipo de araña le lleva a otra, una tercera especie que tiene el mismo nombre y que es peluda, de cabeza enorme, en cuyo interior, al cortarla, dicen que se encuentran dos gusanitos. Estos gusanitos atados a las mujeres en una piel de ciervo antes de la salida del sol hacen que no conciban, haciéndose eco de un tal Cecilio que lo dejó escrito en sus 'Comentarios' y que sus efectos duran un año.

Termina justificándose ante tamaña osadía de dar esta fórmula contra la fertilidad con estas palabras: "Permítasenos mencionar sólo éste entre todos los métodos anticonceptivos, ya que la fecundidad de algunas mujeres, cargadas de hijos, necesita de tal indulgencia".

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