HISTORIA DE LA GASTRONOMÍA GALLEGA

1909 y 1913, Manuel Martínez Murguía: Dos cariñosos homenajes al Patriarca

Estudio de Mercedes Fernández-Couto Tella y Carlos Azcoytia
Noviembre 2010

Nota: Este trabajo fue publicado por la revista, perteneciente al Museo do Pobo Galego, 'ADRA' en su número 5 en el año 2010, estando el original en gallego. La traducción que aquí ofrecemos es de Mercedes Fernández-Couto Tella.
El Depósito Legal de la obra es: C-2367-2005 y el ISSN: 1886-2292, publicándose en este sitio con la autorización del Museo do Pobo Galego.

Hierve la sangre juvenil, se exalta 

lleno de aliento el corazón, y  audaz

el loco pensamiento sueña y cree

que el hombre es, cual los dioses, inmortal.

no importa que los sueños sean mentira

ya que al cabo es verdad

que es venturoso el que soñando muere,

infeliz el que vive sin soñar.

Rosalía de Castro. En las orillas del Sar

 

2.1.- Pequeña biografía: una infancia protegida, una juventud rebelde y una madurez esplendorosa.

Nace Murguía -como se le conoce comúnmente- el 17 de mayo de 1833 en Arteixo, A Coruña. Es hijo de Juan Martínez farmacéutico que tuvo botica primero en A Coruña y más tarde en Santiago de Compostela.

Protegido de más por su madre, Concepción Murguía Egaña, tuvo una niñez atípica, diferente a los otros niños de su edad, pues estudia con un preceptor particular, sin relacionarse con otros niños coetáneos, hasta su entrada en el bachillerato de Filosofía, título que obtendrá en 1850.

Forma parte, en sus primeros años, del Liceo de la Juventud de Santiago de Compostela, de donde saldrá una generación de provincialistas y en donde conocerá a Rosalía de Castro. Es aquí en este momento donde afianzará su vocación literaria y de historiador.

Los continuos fracasos académicos del joven Murguía alarman a su padre que quiere que estudie farmacia. Una vez realizado el curso preparatorio de esta especialidad, su padre decide enviarlo a Madrid para apartarlo de la influencia materna. A una infancia y adolescencia problemáticas que provocan tensiones en su familia, añadirá en poco tiempo el abandono de Farmacia, la opción que su padre había elegido para el.

Con este panorama marcha pues Murguía a Madrid en 1853. Empieza los obligados estudios de Farmacia que, como ya vimos no terminará, e inicia una carrera literaria que pronto abandona para centrarse en las ciencias históricas y promover la cultura gallega. Comienza aquí lo que se convertirá en una constante a lo largo de su vida: la inestabilidad económica. Establece en la capital relaciones políticas que le ayudan a abrirse camino como periodista y también como escritor.

Vive como bohemio en la capital del reino, subsistiendo gracias a su pluma, cosa que siempre fue muy difícil en España, colaborando en periódicos y revistas y escribiendo folletines tales como Un can-can de musard, El ángel de la muerte y La mujer de fuego entre otros.

En el año 1856 Aurelio Aguirre, uno de los fundadores del Liceo de la Juventud, organiza junto con Eduardo Pondal, otro compañero del Liceo, el famoso Banquete de Conxo el día 2 de marzo. Un acto de tinte socialista y de confraternización entre estudiantes y obreros. En él se hizo apología de Galicia, de la tierra y del pueblo, y la hicieron juntos obreros y estudiantes con toda su energía juvenil. Este evento, al que podría haber acudido Rosalía de Castro, tiene el apoyo de Manuel Murguía desde las columnas del periódico vigués La Oliva, dirigido por Alejandro Chao.

Cumpliendo las peores expectativas de su padre se casa, en 1858 - en Madrid- con Rosalía de Castro; tiene él 25 años y ella 21, les aguardan siete hijos, uno ya en camino, y una vida muy azarosa.

Pronto estará la pareja de vuelta en Galicia, al año siguiente de la boda, y Murguía ocupa la dirección del periódico El diario de La Coruña y escribe sus primeras obras de tema gallego.

En 1866 publica el primer tomo de La Historia de Galicia donde elabora un concepto de Galicia que será el núcleo de las ideologías regionalistas y nacionalistas posteriores. Es esta la etapa más esplendorosa de Murguía: se convierte en el líder y principal figura el movimiento galleguista. A pesar de poseer una personalidad compleja y un carácter fuerte y autoritario que lo indispone a menudo con compañeros, colegas y amigos, Murguía simboliza toda una época del galleguismo.

En 1868 ingresa en el cuerpo de Archiveros y lo destinan a Simancas, donde permanecerá dos años, y luego será nombrado, en 1870, director del Archivo General de Galicia.


Fotografía Murguía Castro.
Fondo Murguía de la Real Academia Galega

Las convulsiones políticas del país crean la figura del “cesante”, definido en un diccionario de la época como el que se queda sin ocupación como resultado de reformas políticas, y hacen que Murguía pase a formar parte de las legiones de parados, que muchas veces se congregaban alrededor de los cafés próximos a los ministerios esperando un cambio de gobierno, que les devolviese sus puestos de manguitos y viseras; una estampa trágica de la vida española de la época donde no existía justicia social y los derechos de los trabajadores eran casi nulos. Estos continuos ceses, reingresos y atrasos en las tomas de posesión son el camino que conducirá a una jubilación sin derecho a pensión, al no haber trabajado los años que marca la legislación del momento.

Pese a que como dijimos antes, de la pluma en España no comen ni las aves, a Murguía no le queda más remedio que volver a su trabajo de periodista. Emigra, pues, a Madrid en el año 1878, donde dirige La Ilustración Gallega y Asturiana y después La Ilustración Cantábrica de su amigo Alejandro Chao, que no le llega para cubrir sus necesidades económicas mínimas por lo que tiene que pluriemplearse.

Llega en 1894 el último destino para Murguía: A Coruña, ciudad en la que ya se quedará hasta su jubilación en el año 1905. Continua con su actividad liderando al grupo de regionalistas que se reunían en la librería de Carré, también conocida como A Cova Céltica, de donde saldría la idea de fundar la Liga Gallega, en la que Murguía no participará, y la Academia Galega –sobre  una idea anterior de Aureliano Pereira-, que no llegará a buen puerto hasta que no se recoja la idea en la Habana. Murguía será el presidente de la Academia desde su constitución en 1905 hasta su muerte.

A modo de corolario de este pequeño homenaje a Murguía, sólo queda decir que su vida estuvo destinada a demostrar la nacionalidad gallega, su grandeza y la injusticia que España comete con ella a los largo de los siglos. Es Murguía un intelectual sin proyección política, no fue hombre de acción si no un teórico de la formulación histórica de la nación gallega. Pone Murguía el idioma como elemento central de afirmación nacional y habla de una auténtica personalidad colectiva gallega. 

2.2.- 1909. Primer banquete en una Galicia en fiestas.

Pasear por Galicia en esta centuria es festejar la Exposición Regional Gallega que se celebró en Santiago de Compostela. Fue, la Exposición, una muestra artística, cultural e industrial que creó muchas expectativas sobre todo por la imagen del país que se proyectaba en el exterior. Y al igual que hoy en los grandes acontecimientos se hace un conteo de los días que faltan para la fecha tan señalada, los medios informativos de la época en Galicia, desde meses antes, insertaban un recordatorio del día de la inauguración.

Todavía había otro motivo de excitación, la visita el día 25 del rey Alfonso XIII a la Exposición. La presencia real que, sobre todo en aquellos tiempos, daba categoría a cualquier celebración y provocaba el entusiasmo de la gente.

El magno evento reúne más de 600 instalaciones, reunidas en once pabellones. Su catálogo es inmenso: diez mil piezas de arqueología, obras de arte e históricas llegadas de todo el mundo: Alemania, Cuba, Portugal…, y de todas las provincias españolas.

Algunas novedades llaman poderosamente la atención como el laberinto –de autoría japonesa-, o el hipódromo con concurso hípico incluido, las magníficas escaleras de mármol del palacio central de la exposición y un cinematógrafo, todo un adelanto en ese momento.

No solo muestra la exposición planos, mapas, cuadros, maquetas, fotografías, grabados y libros  también la cultura más ligera tiene su espacio pues se contrataron, para el pabellón de teatro, las actuaciones de: Los Corbetta con su cantante, la bella Claudia, conocida como “la voz de oro”; Isabelita Muñoz la reina de la jota; el imitador Follier; Saldac instrumentista; el prestidigitador Florences y otros afamados artistas.

Entre las muchas medallas que se concedieron en la Exposición hay que destacar una –por estar este trabajo dedicado básicamente a la gastronomía- que es la concedida a los melindres, dulce gallego por excelencia, una especie de rosquilla hecha con harina de trigo, yemas de huevo, manteca de vaca, jarabe de azúcar y glaseadas.

Brilla Santiago este año con la Exposición pero hay todavía otro motivo de fiesta: es también el primer Año Santo del siglo, del que nos quedará como recuerdo las medallas que se acuñaron para tal fin. Para los que estén interesados hay que decir que las medallas eran de aluminio y de un tamaño de 4 cm. En el anverso se reproduce al Apóstol con el báculo de progreso en una mano y en la otra un libro y una orla donde se lee ”Deus Hispania S. Jacobe. Ora pro nobis”. En el reverso, el sepulcro con la estrella y el texto ”Año Santo de 1909”. 

2.3.- Una cena nada provinciana en el restaurante La Provinciana con amigos y admiradores en una larga noche de conversaciones, cariño y abrazos.

Este primer banquete que comentamos es un homenaje celebrado en la fonda La Provinciana, el lunes 2 de marzo de 1909, y fue ofrecido por “amigos y admiradores”. La fonda todavía existe y esta situada en la calle Castelar hoy renombrada como Rúa Nova  en el centro mismo de la ciudad.

Estuvieron presentes el Marqués de San Martín, el Abad de la Colegiata, López Soler, Pita, Martínez Salazar, Tettamancy, Lugrís, Álvarez Ínsua, Ponte y Blanco, MARCHESI Buhigas, J. García, Mon, Camino, Barreiro Costoya, Pérez Linares, Álvarez Díaz, Aguía, Fáginas, Vaamonde, Panisse, Mariñas, Badía, Carré, Tejada, Seijo, Castillo, Martínez Morás, Tafu, Ulloa García Fernández, Cortés, Villanueva, Rodríguez González, Carnota, Sanz y Barreiro. Como dice la Voz de Galicia, un amigable grupo de entusiasta devotos. Pero todavía hay más porque manifiestan su adhesión y disculpan su asistencia Marcelo Macías, Fernández Alonso, Lenzano Requejo, Rodríguez López, Vega Blanco, García Rivera, Díaz, Salvador Golpe, Salgado y Barbeito.

Murguía presidía la mesa. Hubo brindis y discursos: Tettamancy ensalza a Murguía, Lugrís expresa la adhesión del Centro Gallego de La Habana, Álvarez Ínsua pide una patria nueva y fuerte, Castillo habla en nombre de la juventud, Sanz pide la unión de los gallegos, Bernárdez reclama jefes para conducir a un pueblo valeroso, Carnota y Martínez Salazar resumen en un abrazo su admiración y fidelidad a Murguía, Barreiro Costoya propone enviar flores a las hijas del homenajeado y así transcurre la noche hablando de Rosalía, de Curros… hasta que –como en las bodas que de una sale otra- llegan al acuerdo de otra comida íntima a celebrar el próximo domingo, esta vez en homenaje a Martínez Salazar. Acaba pues el acto y los comensales, cansados y con una nueva cita en sus agendas acompañan al patriarca a su casa.

La invitación lleva en el ángulo superior izquierdo el busto de Manuel Murguía de frente firmado por C. Vilas. La tarjeta es sencilla, indica el menú motivo y lugar de la celebración y por toda decoración presenta el antedicho retrato. 

2.4.- Cena de frutos de la tierra como muy bien dice la tarjeta.

Comienza la copiosa cena con un rico caldo para abrir boca. Es lo más típico del país y aunque aquí le llamen zumo de garbanzo con repollo no es más que un caldo gallego. El caldo se puede hacer de repollo, de grelos, de nabizas y de berzas, todos exquisitos aunque cada uno tiene sus defensores. La receta es muy sencilla: se pone el agua en una tartera, las habas –que se espantan un par de veces si no se dejaron en remojo- un hueso, unto y sal y se deja cocer hasta que las habas estén casi hechas, se le añade entonces las patatas y la verdura cortadas en trocitos y se deja cocer otros 15 minutos. Ahora habría que decir “y servir” pero lo cierto es que el caldo está mas rico de un día para otro y para otro…

A continuación, un revuelto de arroz con pescado, pollo y frutos de la tierra que es lo que hoy llamaríamos paella mixta. La paella es el plato más conocido de la rica y variada cocina española.

El origen de la paella no está confirmado todavía pero, como todos los platos de la cocina popular, no es más que la conjunción de los elementos que cada pueblo tenía a su alrededor. En Levante, con su rica zona de huerta de regadío, abastecía de verduras frescas a los habitantes, si juntamos la habitual cría de pollos y conejos para el consumo familiar, la proximidad de la albufera con la existencia de arrozales, y por lo tanto de arroz, aparecen las condiciones necesarias para la creación de este plato. A todo esto hay que añadirle el marisco y el pescado del litoral, el aceite de oliva propio de la zona del Mediterráneo y tenemos así todos los ingredientes con que se realizan la mayoría de las paellas clásicas.

Se ponían las verduras que hubiese en ese momento en la despensa: alcachofas, habas, habones… a toda esta mezcla se le añadía el arroz y ya estaba la comida del día arreglada. Pero no tiene la ventaja del caldo de servir –y mejorar- durante varios días, lo que es de gran ayuda para la sufrida ama de casa.

En la paella mixta – la menos ortodoxa de todas- es aconsejable rehogar primero la carne y después el pescado auque hay quién lo hace todo junto.

Después sigue una “peixota”, producto también muy típico de la cocina gallega aunque ese apellido “á cruñesa” sea seguramente una versión localista de “a la gallega” que no es más que una deliciosa ajada que acompaña al pescado cocido.

Y si todavía queda un hueco en el estómago “lomo de ternera asado” lo que internacionalmente se conoce como “rosbif”. Básicamente un asado al horno. Típico de la gastronomía inglesa, sirve tanto para hacer sabrosos bocadillos como para engalanar la mesa un día festivo.

Las golosinas consisten en queso, suponemos que será también del país pues los hay excelentes y variados. Los más famosos son los que tienen denominación de origen: Arzúa-Ulloa, Tetilla, San Simón e Cebreiro; pero todavía hay más, el requesón (hay una deliciosa competencia entre el de As Neves y el de A Capela), quesos de oveja de gran calidad como el de O Rexo, quesos artesanales de cabra y todos los quesos llamados “del país”.

Peras como fruta fresca y a continuación las verdaderas golosinas a las que con mucho secreto se refieren como cosas dulces dejándonos con la intriga y la imaginación pegajosa por el azúcar.

La comida estuvo acompañada por vinos de la tierra –Ribeiro- y algunos extranjeros aunque no se indica el grado de “extranjería” y, como no, el inevitable champaña que como ya hemos observado no falta nunca. Luego la bonita tradición de café y copa, ésta de coñac: de la tierra, no podía ser de otra manera. 

2.5.- 1913. Cuatro años más tarde otro tierno y generoso homenaje a Murguía, esta vez por su cumpleaños.

Pasados cuatro años del homenaje anterior, el 17 de mayo de 1913, se le hace en A Coruña otra gran fiesta con motivo de su 80 cumpleaños. Ya mayor el Patriarca – vivirá todavía 10 años más- le acompaña no sólo la ruina física propia de la edad si no también, y como siempre, la económica, unas dificultades monetarias manifiestas que se vislumbran en los discursos, regalos y deseos que se le ofrecen en está comida.

El escenario para este afectuoso acto es el salón de fiestas de la Reunión de Artesanos que se decora expresamente para este momento con un lienzo, obra del artista levantino Enrique Saborit, que alude al amor de Murguía por Galicia. El menú fue servido por el Hotel Continental, el catering del momento.

La entrada de Murguía al salón, escoltado por dos mujeres: Filomena Dato y María Barbeito, es apoteósica ya que los 200 comensales lo reciben con una entusiasta salva de aplausos.

Es en la sobremesa cuando se inician los brindis y discursos. Comienzan con un panegírico de Casás que ensalza al homenajeado en todas y cada una de sus facetas, al final de su discurso recuerda la pensión que Francia otorga al historiador, político y poeta Alphonse de Lamartine solicitando el mismo reconocimiento de Galicia para Manuel Murguía.

A continuación Filomena Dato lee unos versos en gallego que ella misma compuso para la ocasión y que son aplaudidos por el público, después el representante de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, señor Requejo, comienza un discurso de variada temática en que en primer lugar – y no podía ser de otra forma- loa vehementemente a Murguía pasando después a pedir la unión de los gallegos y a reprobar a las clases dirigentes que desertan de los puestos de honor. Con algo de memoria vemos que aunó los discursos pronunciados por Sanz y Bernárdez en el homenaje anterior a Murguía. Pero todavía no terminó Requejo, pues en este discurso exige a los organismos oficiales que cumplan la deuda que moralmente Galicia tiene contraída con el historiador.

Le sucede Mirambell que lee unas cuartillas patrióticas y se hace eco de la idea de Dávila de obsequiar a Murguía con una casa, casa que llevaría el Nombre de Rosalía. A continuación Domingo Ares lee una extensa poesía que compuso expresamente para esta ocasión.

Bien sabemos que obras son amores y no buenas razones y otra vez serán los emigrantes los que darán una lección de generosidad: el Centro Gallego de Buenos Aires comunica –mediante un telegrama que lee Manuel Casás- una asignación mensual vitalicia que será entregada por el Banco Pastor y que hace que la sala estalle en un enorme aplauso. Recuerda Eugenio Carré, con algo de celos quizá ante la magnanimidad porteña, que el Centro Gallego de La Habana siempre había contribuido a propulsar la obra del historiador y como demostración Lugrís Freire comunica que es depositario de 2.500 pesetas para la edición del quinto tomo de la Historia de Galicia. Grandes aplausos y agradecimientos a este centro que siempre sustentó materialmente las iniciativas gallegas.

Luego, los representantes de Valencia, Cataluña y Castilla fueron dibujando sus apoyos, interrumpidos por Fraiz Andón que en un hermoso discurso sobre Murguía termina diciendo: “el héroe ya está aquí: ya se halla sobre el pedestal glorioso de su obra ¡Alzadlo!.

Toma la palabra Lugrís para leer el discurso escrito por Murguía en el que agradece las muestras de estima y aprecio, que consiente en recibir solo si es en nombre de todos los que lucharon y sufrieron por Galicia.

Una gran ovación pone fin al discurso y comienza el desfile. En una carroza Murguía y Casás acompañan –como caballeros que son- a Filomena Dato a su casa y después seguidos a pie por un gran numero de admiradores, se dirigen a San Agustín donde el escritor tiene su domicilio. Allí es aplaudido y aclamado como final de tan bonita fiesta.

Al día siguiente y como continuación de los festejos de cumpleaños habrá una velada literaria en el Circo de Artesanos, pero ese acto excede la finalidad de este artículo.

La invitación, austera y en blanco y negro está presidida por un grabado realizado por F. Cortés y la imprimió Ferrer. En el centro, un busto de Manuel Murguía enmarcado en un circulo, a la derecha un ángel que sostiene la cinta que lleva escritos los títulos de sus obras junto al laurel, símbolo de inmortalidad. Así mismo una gaita representando a Galicia y una lira y la paleta de pintor como símbolo de las artes.

El banquete comenzó con entremeses o  como se escribe en la carta del menú hors d’oeuvres, que quedaba mas fino y le da empaque al ágape.

A continuación un puré al que llaman “cultivador”, lo que querrá decir –atendiendo a la etimología de la palabra- que sería de patatas y verduras, un pobre comienzo para un banquete que  prometía hartazgo.

El primer plato que se sirve, después de estos engaña estómagos, es una merluza con salsa vinagreta y salsa remolada. Es tan fácil de hacer que solo se necesita cocer el pescado y hacer las salsas, la vinagreta lleva una parte de vinagre por tres de aceite, sal y pimienta y la remolada es una mayonesa con alcaparras, pepinillos, perejil, perifollo, estragón y cebollitas. Es de suponer que se servirían en salseras para que cada comensal tomase la que más le gustase.

Y ahora parece que vamos hacia atrás pues de segundo tenemos volován de ave y fiambres, que más parecen componentes de un aperitivo que de un plato en medio de la comida.

El volován de ave es un hojaldre relleno. Ciertamente, el de las pluma sería gallina, pollo no podría ser por el precio que entonces alcanzaba y ya otro tipo de aves voladoras tendrían el precio por las nubes, nunca mejor dicho y aprovechando el chiste fácil.

La preparación consistiría en deshuesar el ave y cortar en pedacitos la carne. Con suerte se saltearía con champiñones u otras setas en mantequilla, con algo de harina añadida para darle cuerpo y posteriormente, caldo para sacarle la espesura. Una vez hervido se le añadiría nata o leche y vino de Jerez que le daba muy buen sabor al guiso que finalmente se salpimentaba. Con este preparado se rellenaba el volován al que se le añadiría perejil muy picadito.

Cuesta resistirse a no contar la historia del volován, cuya paternidad es atribuida a Antonin Careme (1783-1833), afamado cocinero francés, al que un día se le ocurrió rellenar el hojaldre y se puso manos a la obra. La levedad de la pasta hizo que en el horno tomase forma de una pequeña torre, al verlo el panadero gritó alarmado:”Antonin, elle vole au vent”, este grito de sorpresa le hizo tanta gracia a Careme, que le aplicó el nombre al plato.

Sorprende la anarquía del servicio ofreciendo en medio de los platos los fiambres variados, como ya vimos, pues los fiambres –de sabor más fuerte- estropearían la degustación del lomo.

Presentados antes de la carne asada, pero seguramente acompañándola, guisantes a la inglesa que no es otra cosa que guisantes con mantequilla, patatas glaseadas que son patatas cocidas que se vuelven a poner en el fuego con mantequilla y azúcar. Una deliciosa guarnición para la carne a la que también acompaña una ensalada Closer.

Por si habían resistido todo lo anterior, en los postres se sirvieron bombas de vainilla, también llamadas de Berlín o berlinesas y “petits Condés”, que son muy parecidos a los panquenques argentinos, además de queso y fruta.

En los vinos ninguna novedad, ignorados los gallegos ante el Rioja que fue blanco para el pescado y tinto para la carne.

El champaña fue todo un dispendio, incluía dos marcas extranjeras, de manera que en la carta no hubo espacio ni para los vinos gallegos ni tampoco para los espumosos catalanes. Y la sobremesa como siempre con café y puro.

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