Historia de las piscifactorías y la acuicultura en Roma

Estudio de Carlos Azcoytia
Fotos del autor tomadas en Riofrío, Granada
Agosto 2008

La vida de los seres humanos hay veces que está basada en una sucesión de fraudes y mentiras que sólo persiguen encubrir una necesidad de enriquecerse o buscar la gloria profesional, algo así ocurre con la acuicultura, que en la actualidad toma el rango de ciencia cuando en realidad no pasa de ser una especialización en la cría de animales en cautividad. Sorprende visitar una piscifactoría y oír como nos cuentan la aplicación de técnicas modernas o estudios biológicos avanzados que permiten explotar granjas de peces de determinada especie como si fuera un logro de la tecnología de estos tiempos, cuando en realidad sólo se aplican técnicas conocidas desde hace más de dos mil años que estaban basadas en la observación del reino animal.

Lo que en la antigüedad era un trabajo de granjeros hoy es producto de la ingeniería y donde antes había una piscina excavada en el terreno, donde se criaban peces, hoy existe un laboratorio al cuidado del cual hay expertos biólogos, veterinarios y químicos que miden la pureza de las aguas, la temperatura, las enfermedades e incluso sirven de anfitriones en el acto reproductivo.

Lo más sorprendente de todo esto es que el resultado era y es el mismo, eso sí, el pescado capturado en la antigüedad era más barato y de seguro más sano que el que nos venden hoy, como podrá apreciar si sigue leyendo este estudio.

Es imaginable pensar que desde que el ser humano formó las primeras sociedades agrícolas soñó en crear granjas de animales marinos, al igual que lo hacía con los terrestres, consiguiendo así, con el mínimo esfuerzo, una gran diversidad de alimentos sin tener que depender de las inclemencias del tiempo y sin poner en peligro su vida, pero la tarea era compleja ya que esta técnica necesitaba una infraestructura que sólo se conseguiría tras milenios de observación de la naturaleza. De seguro que en sus épocas de marisqueo el hombre observó como al retirarse la marea, en las zonas rocosas, quedaban animales marinos atrapados en oquedades, como son los llamados corrales, y que por ejemplo en Rota (Cádiz) todavía existen y son explotados.

Por otra parte, en pequeñas bahías, conoció la docilidad y confianza de estos peces que venían a comer de la mano del hombre, llegando a existir entre humanos y animales marinos una simbiosis que llegó hasta asociarlos a la religión y la adivinación, prueba de ello, aunque sólo sea un ejemplo pequeño de todos los que hubieron, está el que nos dejó Claudio Eliano en el siglo II en su Historia de los animales (libro XII,1) y donde nos narra como en la región anatólica (Turquía) de Mira de Licia había un templo dedicado a Apolo en un golfo que tenía una fuente y donde el sacerdote alimentaba a un tipo de peces, 'los orfos', (seguramente parecidos a los besugos) con carne de las terneras sacrificadas en honor del dios y donde cuenta: "Y los oferentes de los sacrificios se alegran, porque interpretan que el banquete que se dan los peces es para ellos un buen augurio, y dicen, en consecuencia, que el dios les es propicio, porque los peces se han dado un atracón de carne. Pero si los peces arrojan con sus colas la carne a tierra, como despreciándola y considerándola impura, se tiene la convicción que ello representa la cólera del dios. Los peces conocen incluso la voz del sacerdote y, si los peces atienden a su llamada, alegran a los oferentes, en razón de quienes son llamados, pero si hacen lo contrario, les causa dolor".

De ahí a pensar en cerrar un golfo o una zona del mar acotada de forma artificial y tener una piscifactoría sólo hay un paso y este llegó, según cuenta en el siglo I Plinio en su Historia Natural y donde nos dice, en su libro IX, 171, que el primero en hacer un vivero, en este caso de morenas, fue un tal C. Hirrio, el cual cedió en préstamos seis mil morenas para las cenas del triunfo del dictador César; pues no quiso darlas a cambio de dinero ni de otra mercancía. Los estanques hicieron que se vendiera esta villa, menos que modesta, en cuatro millones de sestercios (Macrobio reproduce esta noticia, citando a Plinio).

Supongo que viendo el triunfo y los beneficios de esta primera piscifactoría Lucio Licinio Murena, que tomó el apellido por su amor a estos animales, creó el primer vivero de peces de distintas especies. Murena fue lugarteniente de Lúculo durante la guerra contra Mitídrates, después pretor y gobernador de la Galia Transalpina, para en el año 63, tras ser elegido cónsul, ser acusado de corrupción, siempre la clase política tendió a la corrupción como podemos ver, y que fue defendido por Cicerón en el llamado 'Pro Murena'.

Pronto esta costumbre de hacer viveros fue adoptada por la nobleza romana, siguiendo el ejemplo, entre otros  Filipo, Hortensio y Lúculo; este último  perforó incluso una montaña, cerca de Nápoles, para abrir un canal y dejar entrar agua, con más gasto del que había hecho para construir su casa; por este motivo Pompeyo Magno la llamaba ‘Jerjes con toga’. Los peces de los estanques fueron vendidos después de su muerte en cuarenta mil sestercios (Plutarco afirma que el sobrenombre de Jerjes con toga se lo puso a Lúculo el filósofo estoico Tuberón. Cicerón alude a varias cartas en tono jocoso a la moda de mantener piscinae, y a la frivolidad de los piscinarii, que atendían más a sus peces que a los asuntos públicos), estando todo esto recogido en el libro IX, 170 de Plinio en su Historia Natural.

En el libro IX, 172 Plinio nos cuenta como el orador Hortensio, en Baulos, en la zona de Bayas, tenía un estanque en el que había una morena a la que quería tanto que dicen que, cuando murió, lloró (Macrobio cuanta una historia similar de otro personaje, el censor Craso, que lloró la muerte de su morena favorita como si de una hija se tratase). En la misma casa de campo, Antonia, hija de Druso, le puso unos pendientes a una morena a la que tenía gran cariño; su fama atrajo a algunos visitantes a Baulos.

También hace referencia Claudio Eliano (175 - 235 d.C.), en su tratado Historia de los animales, el caso de Craso en su libro VIII, 4 cuando nos dice: “Se cuentan cosas encantadoras de la murena del romano Craso (posiblemente se refiere a un tal M. Licinius Crassus); que iba engalanada con pendientes y collarcitos que llevaban incrustadas piedras preciosas igual que una moza lozana; que, si la llamaba Craso, reconocía la voz, emergía a la superficie, y que, si le ofrecía, fuera lo que fuera, ella lo tomaba prontamente y lo comía con sumo apetito. Y ocurrió, según tengo oído, que cuando esta murena dejó este mundo, Craso lloró por ella y hasta la enterró. Y, cuando una vez Domicio le dijo: '¡Tonto que lloraste por una murena que se murió!', el replicándole, le espetó lo siguiente: Yo lloré por un animalillo, tú, en cambio, que enterraste a tres esposas no has llorado por ellas”.

La anécdota más terrible, ahora que estoy narrando la cría de las morenas, fue la protagonizada por Vedio Polión, amigo del emperador Augusto, y que cuenta Plinio en su libro IX, 77 de su Historia Natural, donde dice que encontró la forma de probar su crueldad por medio de este animal: arrojaba a los esclavos que condenaba a muerte a estos estanques de las morenas, no porque no hubiese fieras terrestres suficientes para esta tarea, sino porque de otra forma no era posible contemplar cómo un hombre era destrozado completamente en un momento. (También atestiguado por Séneca y Tertuliano).

El refinamiento llegó a tal límite que, según nos cuenta Plinio, aprendió a enfurecer a estos animales echando previamente en el estanque vinagre, un hombre éste con evidente mala leche como se dice por mi tierra.

Una vez muerta la morena su piel servía para hacer látigos con los que castigar a los jóvenes rebeldes, según sigue contando Plinio: “Su piel es muy fina, mientras que la de la anguila es más gruesa; Ebrio cuenta que era costumbre azotar con ella a los jóvenes libres y que por eso, se dice, no había multas establecidas para ellos” (según Fray Isidoro de Sevilla en sus Etimologías menciona éste método como castigo en las escuelas por carecer la piel de la morena de escamas y ser tan gruesa como la del anguila).

Seguimos con Plinio y una referencia que hace en su libro IX, 167.  en la que habla de la longevidad de los peces y donde incide en la costumbre de criar estos en cautividad: “Hace poco hemos oído una historia de peces longevos digna de ser recordada; Pausílipo es una aldea de la Campania no lejos de Nápoles; allí, en los estanques de César, cuenta Anneo Séneca que un pez introducido por Polión Vedio murió a los sesenta años, y que otros dos, de la misma especia y de la misma edad que éste, vivían aún entonces”.

Todo parece indicar que fue en la bahía de Nápoles donde se desarrollaron las primeras piscifactorías, en concreto en la hoy desparecida ciudad de Bayas, cuyas ruinas están en parte sumergidas en el Mediterráneo como consecuencia de la oscilación del suelo y de sucesivos terremotos, y que se están estudiando y haciendo trabajos arqueológicos por los que sabemos, gracias al arqueólogo Bernhard Andreae, el cual está especializado en excavaciones submarinas, de la existencia de un ninfeo destinado a banquetes (gruta natural dedicada a una ninfa), donde los comensales se colocaban al borde de un estanque de agua y los alimentos flotaban en ella dentro de barquitos o con forma de aves acuáticas, toda una fantasía gastronómica.

También Plinio nos cuenta en su libro IX, 168 de quien fue el primero en poner viveros de ostras de la siguiente forma: “Cayo Sergio Orata (siglo I a. C.) fue el primero en poner viveros de ostras en Bayas en la época del orador L. Craso, antes de la guerra con los marsos (llamada también la Guerra Social); y no para comer bien, sino para hacerse rico, porque recibía grandes rentas de sus inventos; como de vender casas con baños colgantes, puesto que fue  el primero al que se le ocurrió. Fue también el primero que atribuyó un sabor excelente a las ostras lucrinas, porque la misma especia acuática es mejor en unos sitios que en otros”. Según Columela, del que hablaremos más adelante, el apellido de Orata procedía de su afición a criar peces llamados auratas, que en castellano son las doradas.

Plinio, aunque no tenga nada que ver con la acuicultura, también informa que poco antes de la guerra civil que tuvo lugar contra Pompeyo Magno, Fulvio Lipino estableció viveros de caracoles en Tarquinia.

Para terminar con Plinio y sus referencias a la acuicultura, obrante en su libro Historia natural que mejor que transcribir el contenido de su libro IX, 169 donde habla de las magníficas lubinas que se pescaban en el río Tiber a su paso por Roma, en concreto las que se criaban entre los llamados ‘dos puentes’, famosas en todo el Imperio Romano, y que comparaba con los pescados más exquisitos de la época, como eran el rodaballo de Rávena, la morena de Sicilia y el elops de Rodas. De estas lubinas hablan también Horacio, Columela, Macrobio y Varrón y no se sabe exactamente entre que dos puentes eran pescadas, aunque todo apunta a una de estas dos posibilidades: el puente Sublicio y el Fabricio o entre el Sublicio y el Cestio.

Según Plinio, Macrobio comenta que fue Varrón el primero en alabar el pescado del Tíber, pero menciona asimismo el punto de vista de Lucilio, para quien este pez tan apreciado engordaba con los vertidos de las cloacas de Roma. Sobre el rodaballo de Rávena, Juvenal y Ovidio mencionan el del Adriático en general. A las morenas de Sicilia hacen también mención Macrobio y Varrón. Al esturión de Rodas son también referenciados por Varrón, Columela y Aulo Gelio. Termina diciendo: “No disponíamos aún de las costas de Bretaña, cuando Orata, daba título de nobleza a las ostras a Brundisio, en los confines de Italia, y, para que no hubiese disputa entre los dos sabores, hace poco surgió la idea de hacer que saciasen a Lucrino el hambre producida por el largo viaje desde Brundisio” (sobre las ostras de Lucrino habla Marcial, sin que existan referencias a las de Brundisio, hoy Brindisi, aunque es sabido que se hacían transplante de ostras). 

Antes de entrar en el conocimiento de cómo los romanos construían las piscifactorías no me resigno a contar una receta para hacer salmonetes que se le debe a Claudio Eliano y que obra en su tratado dedicado a la historia de los animales y donde en el libro X, 7 cuenta: “ Acabo de enterarme que los cocineros meticulosos en su oficio, cuando quieren que no se abran las tripas de los salmonetes al asarlos, besan sus bocas, hecho lo cual permanecen enteros, según dicen”.

He dejado para el final las enseñanzas que nos dejó el gaditano Columela (siglo I), del que ya he hecho muchas referencias en otros estudios que obran en esta web, el cual en su obra 'Los doce libros de agricultura' habla de los cuidados que se deben de tener con los peces al hacer piscifactorías, aunque como él mismo indica "considere su cría como cosa ajena a los labradores, pues ¿que cosa se puede concebir más contraria a la tierra que el agua?, sin embargo, no lo omitiré. Porque nuestros mayores tuvieron tanta afición a estas cosas, que llegaron al punto de encerrar los peces de mar en agua dulce, y criaron con tanto cuidado el mújol y la pintarroja, como ahora la murena y el lobo marino".

En su libro VIII, 16 hace un repaso por la historia y origen de esta industria, que corrobora  mucho de lo ya contado por otros autores, para después informarnos como se deben de hacer las piscinas y el cuidado de los distintos peces. Sobre los orígenes de las piscifactorías nos cuenta en primer lugar lo siguiente: " Aquella antigua y rústica progenie de Rómulo y de Numa, comparando la vida del campo a la del pueblo, tenia en mucho el que no le faltara ninguna especie comestible en sus provisiones; por lo cual, no sólo poblaban las piscinas que ellos mismos habían construido, sino que también llenaban los lagos formados por la Naturaleza con peces que traían del mar. De ahí resultó que el lago Volino, el Sabatino y el de Viterbo, hubiesen procreado lobos marinos y doradas, y todas las demás especies que podían criarse en agua dulce. Después, la edad siguiente abandonó este cuidado, y el lujo de los opulentos despreció el mar y el mismo Neptuno en tiempo de nuestros mayores, cuando se extendió, como muy agudo un hecho y dicho de Marcio Filipo dictado por una vanidad excesiva. Cenando éste, por casualidad, en una casa donde estaba hospedado en Casino, y habiendo gustado un lobo pescado en un río inmediato y que le habían servido, echó fuera el bocado y continuando su mala acción con un dicho igual dijo: '¡Muera yo si no pensé que era un pescado!'. Esta exclamación hizo más sutil la gula de muchas personas, y enseñó a los paladares más inteligentes y delicados a mirar con hastío los lobos de río, como no fuesen recogidos en el Tiber, después de remontar su corriente".

Para Columela el cuidado de las piscinas y lagunas donde se criaban peces era una ayuda para el labrador y no una actividad exclusiva, como la que tenían los nobles, y donde se diversificaba la producción en distintos cultivos y actividades en los caseríos en previsión de épocas de malas cosechas, como por ejemplo los olivos que se plantaban de forma extensiva dejando espacio entre los árboles para plantar cereales, propiciando así el máximo aprovechamiento de las tierras. De igual forma hace consideraciones para aquellos que siendo propietarios de tierras litorales sin productividad agraria por la esterilidad del suelo puedan sacar beneficios de éstas, para lo cual comenta: "El primer paso de esta empresa es examinar la naturaleza del lugar donde su hubiere determinado hacer las piscinas, pues no se pueden tener todas las especies de peces en todas las costas. La situación fangosa cría el pez aplastado, como el lenguado, el rodaballo y la platija; también es muy conveniente para los conchiles, los murices y las ostras, como así mismo para las pechinas de púrpuras y perlas, bellotas marinas y los esfondiles. La situación arenosa  no mantiene muy mal los peces aplastados, pero alimenta mejor los de alta mar, como las doradas, los dentones y las ombrinas, bien sean de Cartago o bien de nuestro país; para las conchas son menos a propósito.

Por otra parte, el mar que está lleno de peñascos, cría peces de su nombre, esto es, saxátiles en latín, que equivale a algo parecido a cosa de peñascos, porque se recogen en ellos, como los meros, los tordos marinos y los melanuros. Así como conviene saber las diferentes costas, así también es conveniente conocer las de los mares, para no dejarnos engañar con peces de otras latitudes; pues los hay que no pueden estar en todas los mares, como el helope, que vive en el mar de Pamfilia, y no en otro; como en el mar Atlántico la gallineta, que en nuestro municipio de Cádiz se cuenta entre los mejores pescados, y por una costumbre antigua se llama zeo; y como el escaro que sale con muchísima abundancia de las costas de toda Asia y de la Grecia hasta Sicilia, y nunca ha llegado al mar de Liguria, ni ha pasado por las costas de las Galias al de Iberia. Así, aunque después de cogidos se traigan a nuestros viveros, no se pueden conservar mucho tiempo. De todos los peces exquisitos, solamente la murena, aunque es originaria del mar de Tarso y del de Escarpanto, que está a la extremidad de éste, aguanta cualquier mar extraño a que se transporte".

Es en su libro VIII, 17 donde encontramos lo más interesante, la forma de hacer una piscifactoría y todo aquello que debe de tenerse en cuenta para que la empresa no esté abocada al fracaso y donde en primer lugar nos dice que el estanque   es perfecto cuando está dispuesto de manera que las olas del mar que entran en él echen fuera las anteriores y no dejen que permanezcan allí. Pues el estanque es muy semejante al mar, porque agitado por los vientos se renueva  continuamente y no puede calentarse, ya que hace subir el agua desde el fondo a la parte superior. Este estanque, o se abre en piedra, para lo cual se presenta muy rara vez la ocasión, o se construye en la orilla con obra de sillería. Pero sea cual sea su construcción, si está siempre fresco por el agua que le está entrando, debe de tener cavernas junto al suelo, unas sencillas y derechas para que se metan en ellas los peces escamosos; otras con revueltas a manera de caracol, y no demasiado espaciosas para que se escondan las murenas. Aunque a algunas personas no les agrada que éstas se mezclen con peces de otras especie, porque si les acomete la rabia, a la cual están sujetas por lo común como los perros, persiguen con furia a los peces de escama y se los comen. Si la naturaleza del sitio lo permite, será conveniente dar paso al agua por todos los lados de la piscina, pues la que ha estado en ella algún tiempo sale fuera con más facilidad cuando al entrar la ola por una parte tiene abierta la salida por la opuesta. Los conductos para este paso, indica que es de la opinión que se hagan por la parte inferior del dique, si la situación del lugar es tal que, puesto el nivel en el suelo de la piscina la superficie del mar esté a siete pies de elevación sobre él. Porque a los peces del estanque les es suficiente tener el agua de esta altura; y no hay duda que de cuanta mayor profundidad viene el agua más fresca está, lo cual es muy conveniente a los peces.

Continúa explicando lo siguiente: "Si el sitio donde intentamos establecer el vivero está a nivel con el agua del mar, se abrirá una piscina de nueve pies de hondo, y se conducirán las aguas por dos canales que se harán en la parte superior, procurando que vengan con muchísima abundancia, pues las aguas estancadas que están por debajo de dicho nivel no salen si no entra un gran golpe de agua nueva. Muchas personas creen que en semejantes estanques han de hacerse largos escondrijos para los peces, y en los lados cavernas con revueltas a fin de que cuando tengan calor puedan estar a la sombra. Pero si no entra continuamente en el estanque agua nueva les es perjudicial que se haga esto; porque estos escondrijos no reciben bien las aguas nuevas, y al no salir las antiguas sino con dificultad, les hacen más daño estas pudriéndose que provecho la sombra. Sin embargo, deben excavarse en las paredes cierta especie de hornillas, de manera que los peces puedan ponerse a cubierto cuando huyen del ardor del sol, y que den fácil salida al agua que haya entrado en ellas. En las bocas de los conductos por donde sale el agua de las piscinas se pondrán unos enrejados de cobre con agujeros pequeños para impedir que se escapen los peces. Si la anchura de ellas lo permitiere, no será fuera de propósito que queden dentro algunos peñascos de la orilla, repartidos en el espacio que ocupan, sobre todo los que están cubiertos de algas a fin de que representen, hasta donde pueda alcanzar el ingenio del hombre, la imagen de un verdadero mar, para que a los peces que estén encerrados en ellas les sea más grata su prisión".

Una vez terminada la piscina se introducirán en ella los peces, teniendo siempre presente aquella máxima adoptada con respecto al ganado terrestre, que también se aplica en este caso, que aconseja observar lo que da de sí cada país. "Por consiguiente, no queramos mantener en un vivero una multitud de barbos como la que hemos visto alguna vez en el mar, porque esta especie de peces es muy delicada y que lleva muy a mal la esclavitud; entre muchos millares es cosa rara encontrar alguno que aguante el encierro; en cambio, el mujol y el lobo rapaz se ven frecuentemente dentro de las piscinas. Por lo cual hemos de considerar, como yo había propuesto, la cualidad de nuestra costa para ver si hemos de evitar dejar en nuestras piscinas peñascos, o no lo hemos de evitar. Echaremos en ella tordos de muchas especies, meros, lampreas glotonas, como igualmente lobos sin manchas, pues también los hay manchados, y asimismo murenas de Sicilia, que son las más celebradas, y si hay algunos otros peces de buenos precios entre los saxátiles, pues los ordinarios, no digo ya mantenerlos, sino que ni aún pescarlos acomoda. Estas mismas especies pueden encerrarse también en estanques que se hagan en la playa arenosa; pues los que están llenas de fango y cieno son más apropósito, como he dicho antes, para las conchas y para los peces aplastados. La posición de los estanques que reciben estos peces no es la misma que la de los que reciben los que se mantienen derechos, ni se les da la misma comida. A los lenguados, rodaballos y otros peces semejantes se les abre una pequeña piscina de dos pies de profundidad, en aquella parte de la orilla que nunca deja el reflujo seco. En sus márgenes se fijan enrejados cerrados que excedan siempre la altura del agua por muy grande que sea la marea. Después se rodea de diques, de suerte que comprendan en su seno toda la extensión del estanque y tengan más elevación que él; pues así, con la posición de este parapeto se quebranta la impetuosidad de las olas, y los peces, manteniéndose en calma, no son arrojados de sus moradas, y al mismo tiempo, el estanque no se llena del cúmulo de algas que vomita la violencia del piélago durante las tempestades. Convendrá que en algunas partes se hagan cortaduras tortuosas a estos diques, y que sean pequeñas y angostas, para que den paso a las aguas del mar en lo más riguroso del invierno".

Termina Columela explicando el tipo de alimentación que debe de dispensarse a los peces cuidados en las piscinas, dependiendo de su especie y hábitat donde se desarrollan, con estas recomendaciones: "La comida de los peces aplastados debe ser más tierna que la de los saxátiles, porque como no tienen dientes, o bien la lamen o se la tragan entera, sin poderla mascar. Así conviene darles anchoas secas, cálcides saladas, sardinas podridas y no menos aletas de escaros, y todos los intestinos que tiene el atún nuevo y la chocha marina, y asimismo los ventrículos de las caballas, el can marino y de la elagata. En una palabra, todos los desperdicios de los pescados salados que arrojan las tiendas donde los venden. Pero nosotros hemos referido todas estas especies de alimentos, no porque se encuentren en todas las costas, sino porque de todos ellos se den los que se tengan a mano. Entre las frutillas verdes les acomoda el higo abierto; también se les han de dar nueces partidas con los dedos, y no menos servas tiernas cocidas en agua, y aquellas especies de comida que se acercan a las que se pueden sorber, como queso fresco hecho de la leche recién ordeñada, si la condición del lugar y el precio de la leche lo permiten. Sin embargo, alguna comida se les da más convenientemente que las referidas salazones, porque tienen olor y todo pez aplastado busca más bien la comida con el olfato que con la vista, porque como siempre está tendido boca arriba, sus ojos ven hacia adelante y hacia lo alto, y no se ve con facilidad las cosas que están en el suelo  a su derecha y a su izquierda; así, cuando se le echa pescado salado, llega a esta comida atraído por su olor. Estos pescados salados son suficientes para alimentar los demás peces, tanto saxátiles como los de alta mar, aunque se mantienen mejor con los frescos.

La anchoa  recién pescada, el camarón y el globo pequeño, y por último cualquier pescado menudo sirve de comida al mayor. Sin embargo, si lo riguroso del invierno no permite que se les de comida de esta especie, se les echan pedazos de pan bazo o frutas de la estación picadas. El higo pasado se les echa siempre si lo hay en mucha abundancia, como ocurre en las provincias de la Bética (Andalucía en España) y Numidia. Pero no debe incurrirse en lo que hace muchas gentes de no darles cosa alguna, con el pretexto de que pueden mantenerse sin comer aunque estén encerrados mucho tiempo. Pues si el pez no engorda con la comida de su amo, lo flaco que está, cuando se lleva a la pescadería, indica que no se ha pescado en medio del mar, sino que se ha sacado de la piscina, lo cual hace bajar muchísimo su precio".

Ya en el siglo V Casiano Baso en su tratado ' Geopónica o extractos de agricultura' en su libro 20, 1 se hace eco de las recomendaciones de Florentino, primera mitad del siglo III y que fue autor de unas Geórgicas, y donde dice que tierra adentro deben construirse unos estanques, tan grandes como uno quiera y pueda, y criar en ellos los peces que se dan en agua dulce o trasladar allá incluso los que desde el mar van a aparearse en agua dulce, y llenarlos. Termina con algo que ya Columela advertía:  "Pero los que viven cerca del mar o de un lago echan en el artefacto las clase de peces que suela producir esa zona del mar. Hay que acomodarse también a la naturaleza del lugar, y si es pantanoso, echar peces de pantano, mientras que si es peñascoso, los llamados 'peces de roca'. De alimento se les echa hierba muy tierna, los peces más pequeños, incluso agallas y vísceras de ciertos peces, higos tiernos troceados, queso blando, tanto a los de alta mar como a los de roca, camarones, gobios o cosas por el estilo que se tenga, galletas de pan de salvado o higos secos picados. Pero habrá más peces en general si agregas al agua que los mantiene la hierba pol"sporos, que se asemeja mucho a la centinodia, picada".

Como epílogo de este estudio que mejor que hacer referencia de nuevo a mi 'casi' paisano Columela cuando hacía referencia a Varrón cuando dijo: 'Ningún faramallero, ni ningún hombre bajo hay en este siglo que no esté convencido de que es indiferente tener el vivero poblado de semejantes peces o de ranas'. Para terminar diciendo: "Sin embargo, en los mismos tiempos que Varrón decía esto, se alababa sobremanera la austeridad de Catón, que con todo eso, cuando era tutor de Lúculo, vendió en la enorme suma de cuatro millones de sestercios las piscinas de su pupilo; pues eran célebres las comilonas en las hosterías cuando se hacía venir el agua del mar para llenar los viveros. Sergio Grata y Licinio Murena, muy apasionados a ella, se complacían tanto con estos sobrenombres que tomaron por razón de los peces que habían pescado, como los que tomaron antes los de Numantino e Isaúrico, por las naciones que habían vencido".

Sin saber la razón me traía a la memoria de forma machacona, mientras escribía este estudio, lo que viví en el lago Titicaca, en la zona peruana de Puno, cuando visité las comunidad de los Uros y conocí las pequeñas peceras que tenían los aborígenes en las islas hechas con las neas de totora y que tanto me sorprendieron.   

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