América: La cuna del tomate

Carlos Azcoytia
Original febrero 2004 actualizado en Junio 2007

 Si tuviéramos que hacer un ranking relativo a la historia más rara y apasionante de un alimento desde luego que el tomate se llevaría el primer puesto: es una planta que nace en un continente (América) y se hace famoso en otro (Europa) tras múltiples vicisitudes dignas de un cuento tipo Cenicienta, llegando a nuestros días como el rey de los alimentos vegetales, eso sí, con una crisis de identidad digna de estudiar y siendo el 'conejillo de Indias' de todos los laboratorios que compiten por sus favores.

Pero no quiero desvelar el final de esta historia porque estoy seguro que Vd. que me lee puede pasar un rato divertido conociendo al más desconocido e indocumentado de los alimentos.

Su origen sigue siendo un misterio, pero todo hace apuntar a que los Andes fueron su cuna, algo tan discutido que hasta 'casi' una crisis diplomática estuvo a punto de producirse cuando con motivo del quinto centenario del redescubrimiento de América (ya estaba descubierta antes por los habitantes del continente) se publicó en Courrier de la Planète un artículo con los nombres de aquellos alimentos traídos desde México y Guatemala, entre los que no figuraba el tomate, pero si figuraba entre los que llegaron de los Andes y de Chile, esto hizo desatar las iras de Fernando del Paso, escritor y diplomático, el cual en su libro dedicado a la gastronomía mexicana, editado en París, titulado 'Douceur y passion de la cousine mexicaine' dijo indignado: "... escandalizado por la insolencia de algunos seudo-sabios que atribuyen al Perú el origen del tomate.", como se puede apreciar este hombre será diplomático de profesión pero no de condición.

Yo, por suerte, me encuentro entre esa variopinta legión de 'seudo-sabios' que defienden la andinidad del tomate, algo que he defendido tanto en mi asesoría de la historia de la gastronomía de Europa Latina T.V. que se edita en París, en su artículo dedicado a 'Los cangrejos a la Villedary', que puede ver si presiona aquí y en mi ponencia presentada en la conferencia dedicada al 'Aula de cultura alimentaria a orillas de Ebro', acto auspiciado por el Excmo. Ayuntamiento de Zaragoza y organizado por Slow Food España, celebrado el pasado 17 de mayo de 2007, que llevaba por título 'Que culpa tiene el tomate', así como en mi libro 'Historia de la cocina occidental'. Evidentemente solo con mi palabra no basta para convencer y mucho menos el insulto para imponerme, así que ahora me toca presentar mi tesis para defender mis argumentos.

Aunque es cierto que en las lenguas nativas del Perú, entre ellos el quechua de los incas,  no existe una palabra para designar esta fruta, porque es una fruta independientemente que se utilice como una hortaliza,  ni tampoco figure en los ajuares funerarios representado en los dibujos de sus mantas, en los que se reflejaba toda la vida cotidiana, no quiere decir que no fuera originario del lugar, sólo nos dice, dentro de la suposición, que no era alimento utilizado localmente y únicamente era una planta salvaje.

Si no lo encontramos documentado históricamente o arqueológicamente tendremos que recurrir a las nuevas tecnología y a la observación sobre el terreno. Con respecto a esta segunda posibilidad hay que decir que en Perú existen ocho especies salvajes en una franja comprendida entre el norte de Chile y sur de Ecuador, entre los que están el tomate que conocemos, sin variaciones genéticas, el esculentum, el tomate de la cereza, el tomate de la pasa, el peruviarum, el hirsutum, el cheesmanii, el chilense, el chmielewskii y el glandulosum, siendo los tres primeros de fruto rojos y el resto de color verde amarillento. Por otra parte si tenemos en consideración las recomendaciones del famoso biólogo y genetista Nicolai Ivanovich Vavilov (1887-1943) referentes a que sólo una especie es la que se escogió para la domesticación y la necesidad de buscar en el lugar donde más diversidad se tenga del tomate no tendremos dudas en lo referente al origen. Si a esto sumamos el estudio genético del tomate, que se comenzó en España, sobre los parentescos, estudio hecho a la inversa, demuestra que los originarios de las estribaciones de los Andes son los más alejados de la domesticación y por lo tanto más primitivos.

Si damos como buena esta hipótesis entonces deberíamos preguntarnos ¿como pudo llegar a Mesoamérica el tomate para ser domesticado si ni siquiera era apreciado como alimento?, todo hace evidenciar que las semillas llegaron llevadas por el viento, los ríos, el mar o algo más simple: transportada en el estómago de las aves en su migración, hecho observado por el jesuita Bernabé Cobo en 1653 en su libro 'Historia del Nuevo Mundo' al contar que ciertas palomas se alimentaban de tomates silvestres que tenían formas de bayas.

Este ignorancia sobre el pasado y domesticación de este alimento se debe en parte a la labor de los españoles en borrar toda la memoria histórica de los aborígenes americanos en su invasión cultural que fue desde la cultural, pasando por la religiosa y terminando en la puramente gastronómica, imponiendo sus costumbres en todo los ámbitos, prueba de ello, en lo referente a la alimentación, lo tenemos desde el segundo viaje de Colón, cuyo cometido fue el enviar semillas y alimentos al gusto europeo en un claro desprecio por la gastronomia de los indígenas (ver mi artículo dedicado a este viaje presionando aquí).

Una de las primeras noticias documentada sobre la existencia del tomate la tenemos, como no, de las crónicas de los españoles, en concreto de Bernal Díaz del Castillo el cual cuenta como en el año 1538 fue apresado por unos indios en Guatemala y se lo querían comer, a el y a sus hombres, en una cazuela aderezada con sal, ají y tomates. También este mismo conquistador cuenta sobre las antropofagias rituales de los aztecas en México preparando los brazos y piernas de sus vencidos con una salsa de chimole hecha de pimientos, tomates, cebollas silvestres y sal.

A estas alturas no creo que nadie dude del uso por primera vez del tomate en la gastronomía mexicana, al que los aztecas llamaban xitomalt y las tribus más al sur denominaban tomati, nombre que tomaron los españoles por no haber fruta parecida en Europa, no así la piña o el pepino que se parecían en apariencia a los conocidos en España, y cuyo  nombre perdura en casi todos los idiomas pese a franceses e italianos que lo llamaron manzanas del amor o manzana de oro.

Gracias a Bernardino de Sahagún (1499-1590) tenemos constancia del uso del tomate en la cocina de los indios cuando en su 'Historia general de las cosas de Nueva España' habla de los mercados indígenas y de la costumbre de las vendedoras de platos preparados como hacían el tomate: "Venden unos guisados hechos de pimientos y tomates, suele poner en ellos pimiento, pepitas de calabaza, tomates, pimientos verdes y tomates gordos y otras cosas que hacen los guisados sabrosos". Este texto está traducido a la lengua nahualt y es allí donde hace la distinción entre los dos tipos de tomates de los que habla, algo que en castellano no tenía traducción y que llama a los primeros tomalt y a los segundos xitomal, siendo estos últimos los que se comen en casi todo el mundo, los gordos y jugosos, siendo el tomalt unos pequeños y agrios. Hoy día en México se le denomina a los pequeños, verdes y agrios tomates y a los grandes y rojos jitomates.

Creo muy importante la aportación de Bernardino de Sahagún  porque en América Latina se come en los mercados de abastos y la alimentación que allí se toma es el exponente del gusto de los nativos y un lugar ideal para conocer a fondo la gastronomía del pueblo.

Con el tiempo el gusto de los conquistadores se fue imponiendo al indígena y poco a poco va desapareciendo las referencias al tomate, que seguramente se siguieron consumiendo en las casas de los nativos y quizá también en aquella en las que los españoles se casaban o amancebaban con las indias.

Y ahora le invito a seguir la historia de esta fruta y su llegada a Europa, por favor presione aquí.

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