Artículo de Graciela Pacheco Balbastro
Agosto de 2007

 

Libros sí, hamburguesas también

 

Nota aclaratoria: Este artículo fue publicado el sábado 18 de enero de 1997 en el programa de radio CAMPAMENTO LITORAL, emitido por Radio Universidad, ciclo en el que la escritora colaboraba  con un micro semanal
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Este largo y caluroso enero santafesino sirve como puesta en valor de muchas cosas. La peor: confrontar los planes que elaboramos durante todo el año lectivo sobre cómo aprovecharíamos  las vacaciones para que sean tales, pero también para hacer lo que durante todo el año laboral no podemos... y la realidad del termómetro que nos pone ante la evidencia de que el calor apenas nos permite el esfuerzo mínimo. Durante todo el año nos proponemos una cosa, pero el verano decide otra. 

En estos casos asoma a mi memoria la genial poesía “Mujer en borrador”. Lo cierto es que decidí “pasarme en limpio” y cumplir con lo que por trescientos sesenta días me prometo: entrar a saco y espada en mi biblioteca y arreglarla. ¡¡Al fin arreglarla!! 

Así que reuní las briznas de disciplina interior que apenas me quedaban, junté hilachas de decisión, alguna que otra hebrita de mis mejores intenciones, hice con ellas un atadito miserable y poniendo la escalera que mi marido guarda en su “P.U.M.” (la Pieza de Usos Múltiples)  (el cuartito de las herramientas, ¡bah!) allá me trepé para alcanzar los estantes que la altura defiende.  

Pero hacer precario equilibrio allá arriba, mientras ridículamente encaramada leía, no fue lo peor. No, lo peor vino después y fue elegir. Toda elección significa ejercicio de la voluntad. A Sartre le dolía tanto tomar decisiones que escribió “estoy condenado a ser libre”. Y condenada al ejercicio de mi “libero arbitrio” yo debía elegir y condenar muchos papeles al exterminio. “Elegir, siempre es renunciar a algo”, escribió Ingenieros.            

. . .éste sí, éste no, éste tampoco... éste menos. Elegir, eso sí que fue difícil. Como fue difícil darle lugar a todo lo que fue quedando. Libros, carpetas, fichas y recortes periodísticos que sobrevivieron, se apretaron, se apretaron... mis libros aumentan y los metros cúbicos de la habitación, no. Fue como guardar un elefante, ingresándolo por la ventana. Pero ahora está. Por fin las carpetas derechitas, los recortes en cajas etiquetadas, los libros ordenados y enriquecidos con noticias de sus autores que les guardo adentro. Todo ordenadito y etiquetado. Menos yo.           

Debe ser ésa la causa (el menjunje) para que me atreva a escribir sobre asuntos que me son ajenos, como el l60º aniversario de un personaje famosísimo: la hamburguesa. 

Y estas noticias son algo que leí allá arriba, en la escalera bamboleante: resulta que varios ases de la cocina mundial sitúan los lejanos orígenes en las “tortas de carne” que eran muy populares en los países de Europa Central durante los Siglos XVIII y XIX. De Alemania pasó a América, según leo en un viejo artículo de La Nación, en el que se cuenta la sabrosa historia de esta comida folclórica del planeta Tierra.           

El restaurante Delmónico’s de Nueva York la llamó Hamburg Steak. En la actualidad se consumen unas 200.000 hamburguesas por minuto en el mundo. Al principio no fueron hechas con carne picada, sino con pequeñas rodajas de carne machacada. Hacia l920 recién fueron elaboradas con carne molida y acompañadas con anillos de cebolla. Por estas tierras, producto de la transculturación, coexistieron hamburguesas con albóndigas. 

Nuestra albóndiga no puede negar su ascendencia árabe. El vocablo deriva de “al bandunga”, la avellana y dice el diccionario de la Real Academia que consiste en “bolas  que se hacen de carne o pescado picado menudamente y trabado con ralladuras de pan, huevos y especias y que se comen guisadas o fritas.” 

Mientras escribo esto se me ocurre pensar que ambas nacieron, tal vez al mismo tiempo, en geografías muy distantes y debidas al ingenio de la persona que debía cocinar en épocas de “vacas flacas” y conocía el valor del reciclaje. Un poco de esto, un poco de aquello, más lo que quedó del mediodía bien picadito y ¡zas!!, acabo de inventar una comida universal. 

Pero aquellos eran otros tiempos. Nuestra cibernética posmodernidad ha creado otras recetas: la “comida chatarra”, por ejemplo. 

Y como las viejas preceptivas del relato indicaban que a las narraciones hay que darles un final redondito, para ir terminando ésta se me ocurre que uno redondo, redondo como una hamburguesa, será el mejor.

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