Historias gastronómicas de la ocupación inglesa entre los años 1806 y 1807

 Estudio de Roberto L. Elissalde
Mayo 2009
  

Cuando el general Beresford tomó militarmente Buenos Aires en junio de 1806, además ocupó el cargo de gobernador de la ciudad. Para conocimiento de los vecinos hizo pregonar y pegar varias proclamas. Para congraciarse con algunos de ellos propietarios de los barcos mercantes anclados en el Riachuelo (que en algunos mapas ingleses aparece con Río Chuelo) con mercaderías; se los devolvió sin considerarlo presas de guerra.

Semejante atención de parte del gobernador inglés, obligó a los prósperos comerciantes a ofrecerle una recepción que se hizo en la casa de don Martín de Sarratea (que era el suegro de Liniers) ubicada en la calle Venezuela, que aún se conserva en pié.  Parece que Beresford estuvo más que atento con todos los presentes y sus jóvenes oficiales con las niñas porteñas, todos se sorprendieron del hábito de sus visitantes de chocar las copas en el momento de los brindis, algo que era ajeno a la etiqueta española.

Los oficiales paseaban según un testigo “del brazo por las calles con las Marcos, las Escaladas y Sarrateas” [1]. Unos versos de la época, refiriéndose a los obsequios de las muchachas dice: Si dieron las señoritas /  por efecto natural / convites al general / apreciando sus visitas  / que harían las pobrecitas / si estaba su corazón / todo lleno de aflicción / que ninguno respiraba / pensando en que las tragaba / sin remedio aquel cañón[2].

Parece que Beresford no se sentía muy a gusto con la vajilla que había en su residencia del Fuerte, quizás Sobre Monte además del tesoro se había llevado hasta los cubiertos. Lo cierto es que mandó hacer una docena de cubiertos de plata con dos cucharones, los que costaron 135 pesos, y otra docena de cubiertos solamente por los que el Cabildo debió pagar 116 pesos al maestro platero José Enrique Ferreira[3].

También hubo algunos problemas por parte de los visitantes con su afición a la bebida. Según cuenta el francés Pierre Gicquel días antes de la reconquista, se encontraba en la fonda de los Tres Reyes, desgranando unas uvas moscateles cuando el comisario inglés Alexander Gillespie comenzó a molestarlo acusándolo de extranjero y de andar mirando todo. El inglés estaba bastante pasado de copas y pretendió desenvainar su espada mientras que el ofendido se limitó a poner su mano derecha debajo de la capa, sobre la empuñadura de un puñal que guardaba en la bota. Para evitar roturas en el local, el posadero don Juan Bonfillo, se armó con disimulo de un grueso bastón, que no tuvo necesidad de usar ya que Gillespie entre rezongos optó por retirarse.

Cuando Buenos Aires fue recuperada, algunos heridos británicos fueron transportados a la flota comandada por el almirante Popham. El 15 de agosto el almirante Popham a bordo del navío Diadem frente a Montevideo, solicitó al gobernador de esa plaza para dar de comer a los enfermos 100 carneros y 30 docenas de gallinas, cuyo importe estaba dispuesto a satisfacer. Las provisiones pedidas fueron enviadas en una nave con bandera parlamentaria, acompañadas de una nota de Ruiz Huidobro, que no aceptaba por razones humanitarias el importe del cargamento de comestibles[4].

Mientras tanto en Buenos Aires don José Hidalgo repartía en los cuarteles del Retiro y la Residencia platos de madera, ollas, 2 cucharones, tinas de agua, raciones de pan, arroz, café y sal para alimentar a los efectivos que habían reconquistado la ciudad[5].

Según apunta Beruti en sus Memorias Curiosas, el 4 de agosto un grupo de soldados ingleses fueron al almacén de pólvora de don Diego de Flores, en el barrio homónimo, temerosos de que los nuestros la sacaran. Al no poder cargarla toda, la tiraron en un pozo y el resto al suelo y la desparramaron con la tierra. Al mismo tiempo pasaba un “buey, lo cogieron, lo mataron, y habiendo hecho fuego para asarlo y comerlo” la pólvora se prendió fuego, llegando al pozo que se prendió y explotó. Los ingleses debieron contar unos cuantos muertos y heridos, en este frustrado asado[6].

A los pocos días  de reconquistar Buenos Aires don Santiago de Liniers, convocó al pueblo por medio de una proclama a cumplir con : “Uno de los deberes más sagrados del hombre”, como es la defensa de la patria. Se organizaron los nuevos cuerpos militares, así nacieron los Catalanes, Vizcaínos o Cántabros, Gallegos, Andaluces, Castellanos, Voluntarios Patriotas de la Unión y Patricios. La presentación de las nuevas tropas se realizó el jueves 15 de enero de 1807, con una gran revista militar, suspendida varias veces a causa de las fuertes lluvias del verano, que habían convertido a los caminos de la ciudad en verdaderos fangales. Todo comenzó ese día a las cuatro cuando los miles de efectivos salieron hacia Barracas, después de las ceremonias de ordenanza, se rompió la formación. A eso de la una, se sirvió un gran almuerzo, que ofreció Liniers, al que asistieron las autoridades, el Cabildo, el Obispo, la Audiencia, los Jefes militares y un capitán, un teniente, un alférez y un soldado de cada cuerpo. Lo mismo hicieron muchas familias, costeándose ellas mismas sus vituallas, lo que hoy llamamos un picnic. Los soldados vivaquearon, refugiándose del sol que caía con fuerza al mediodía, en los bosques de sauzales, cerca del Riachuelo, con las provisiones que el Cabildo y muchos particulares ofrecieron generosamente[7]. Según un testigo “El Cabildo había costeado desde el pan hasta el vino, dando un barril de éste por compañía” [8]. Sin embargo el 29 de mayo de ese año el panadero Sebastián López, pidió al cuerpo que le pagara la “deuda de 122 pesos y 7 y ½ reales por la provisión del pan el día de la revista”.

Cuando desembarcaron los ingleses en Ensenada en junio de 1807, el teniente coronel Holland, ocupó una casa, cuyos moradores habían huido, pero “habían dejado una cantidad prodigiosa de pollos y gallinas, carne vacuna ya cortada, harina de trigo en abundancia... con tan buenos elemento, nos arreglamos para preparar una aceptable cena que saboreamos a las nueve; después fumamos cigarros” [9]. No le fue tan bien a un oficial George Bent, que en sus Memorias inéditas que posee mi amigo Luis García Balcarce, dice que no comieron nada y vivieron como “cerdos”. El teniente Bent que en Montevideo las obligaciones eran muchos, pero que el vino era muy barato y era fácil emborracharse.

No fue una gran comida, aunque hoy lo sea para nosotros, en las primeras horas del 5 de julio de 1807, el general Whitelocke envió un emisario al Cabildo: “suplicando se le remitiesen cuatro calderos de pucheros para sus heridos, y los nuestros porque no tenían provisión para hacerlo, y padecían considerablemente aquellos miserables por la falta de alimentos”. Aceptada la propuesta destinaron al comandante del segundo batallón de la Legión de Patricios, don Esteban Romero, que se ofreció espontáneamente para marchar a cumplir la tarea hasta el Retiro[10].

En la tarde, ya rendido el ejército británico, cuenta un oficial que junto a otros camaradas fue llevado prisionero al Fuerte, donde le trajeron para comer “algunas galletas y un pedazo de carne ahumada, bastante repugnante”. Al otro día a  manera de desayuno tomaron un poco de chocolate. Cuando el oficial que nos dejó sus recuerdos fue al lugar donde se encontraba el grueso de los prisioneros los hallaron envueltos en una nube de humo, “se han convertido en más fumadores de cigarros que los mismos españoles. Para el desayuno le dieron unos bizcochos muy buenos lo que produjo gran revuelo”. Esa noche del 6 de julio compartió la cena con Liniers, y le pareció “bastante buena”. Quizás la mayor sorpresa la tuvo al día siguiente cuando buscando como procurarse una camisa limpia, un español lo condujo a la habitación del mismísimo Liniers, quien de inmediato le procuró una navaja y una camisa, y también un cepillo de dientes nuevo[11].

El 11 de julio de 1807, en la víspera de la partida del ejército británico, Liniers, acompañado por sus oficiales, ofreció una comida en el Fuerte en honor del general John Whitelocke, quien concurrió acompañado por el general Robert Gower y todo su estado mayor. A los postres una banda tocó “Good save the King”, para brindar después el anfitrión por el Rey de Inglaterra y Whitelocke por el de España. No sabemos que comieron, pero sí que la buena mesa volvió a reunir una vez más a ambos contendientes[12].

Las política mundial después de Trafalgar en 1805 motivó a muchas caricaturas relacionadas con el tema. Una de ese año, de Gilrray, presenta al globo terráqueo sobre una mesa preparada para un gran festín. Dos comensales se sientan en ella el ministro inglés Pitt y Napoleón, que a su modo cortan a la tierra en trozos. El primero como lo requieren las normas de urbanidad aprendida en los mejores colegios usa cuchillo y tenedor; Bonaparte que apenas pudo aprender maneras en su vida militar, está tan impaciente que tiene en su mano un sable. Otra  publicada en 1808 contra el general Whitelocke representa un grupo de siete militares brindando animadamente. Por muchos años en la sobremesa de los casinos de oficiales, se brindaba “Success to grey hairs, but bad luck to White locks” (Buena fortuna a los pelos grises, pero mala suerte a los cabellos blancos), juego de palabras que aludía al apellido del militar[13].


[1] NÚÑEZ, IGNACIO. Noticias Históricas de la Republica Argentina. Senado de la Nación. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires. 1960. Tomo I. p. 228.

[2] MUSEO MITRE. A. E. C. 2.3.1.

[3] ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Sala IX. 19-9-5.

[4] LUZURIAGA, JUAN CARLOS. Una gesta heroica, las invasiones inglesas y la defensa del Plata. Ediciones Torres del Vigía. Montevideo. 2004. p. 137.

[5] A.G. N. Sala IX. 19-9-5.

[6] BERUTI, JUAN MANUEL. Memorias Curiosas. Emecé. Buenos Aires. 2001. p. 48

[7] IBÍDEM. p. 55.

[8] SAGUI,  FRANCISCO. Los últimos cuatro años de la dominación española. Biblioteca de Mayo. Buenos Aires. 1960. Tomo I.p. 47.

[9] HOLLAND, LANCELOT. Expedición al Río de la Plata. Eudeba. Buenos Aires. 1975. p. 111.

[10] WILLIAMS ALZAGA, ENRIQUE. Documentos relativos a la actuación de Martín de Álzaga en la Reconquista y en la Defensa de Buenos Aires. (1806-1807). Buenos Aires. 1948. p. 134.

[11] HOLLAND. Expedición al ... ob.cit. p. 123-124.

[12] BERUTI. Memorias... ob.cit. p. 3694.

[13] ROBERTS, CARLOS. Las invasiones inglesas. Ed. Emece. Buenos Aires. 2000. p. 416.

 

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