Desde los tiempos más remotos el hombre siempre sintió un gran respeto  y camaradería por el animal que le había acompañado en todos los  momentos de su vida y de su desarrollo, desde la guerra hasta la muerte, pasando por las labores de arar la tierra o como transporte, tanto propio como de mercancías. Este animal, noble y fiel por naturaleza, junto con el perro, ha sido el compañero inseparable de los seres humanos hasta hace bien poco; naturalmente me refiero al caballo. Ese respeto y camaradería hizo que fuera respetado a la hora de alimentar al género humano, sólo quebrantado en casos de extrema necesidad y como última alternativa. Los españoles en su historia saben mucho sobre el tema porque en su tarea de conquistar América muchas veces debieron sus vidas, en las muchas hambrunas que pasaron, al comerse a sus compañeros de viaje, valga como un pequeño ejemplo el caso de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca que en su libro 'Naufragios' nos cuenta lo siguiente: "Uno de a caballo que se decía Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no esperar entro en el río, y la corriente como era recia, lo derribó del caballo, y se asió a las riendas, y ahogó así y al caballo, y aquellos indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchelín, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallaríamos a él por el río abajo; y así fueron por él, y su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces ninguno nos había faltado. El caballo dio de cenar a muchos aquella noche".

No siempre fue como nos cuenta Cabeza de Vaca, otras, a lo largo de la historia, fueron las matanzas de caballos como alimento las que salvaron las vidas tanto de exploradores o sitiados y siempre como último recurso para la supervivencia, siendo este acto el preludio de canibalismo, en definitiva siempre fue el último recurso alimenticio antes de morir de hambre o devorar a sus semejantes, en tanto aprecio se le tuvo siempre.

Es cierto que los asnos si fueron comidos, y según gusto de los expertos del  momento siempre dijeron que su carne era superior a la del caballo, de hecho en los pueblos orientales el asno salvaje era muy apreciado en la cocina, en Roma el gastrónomo Mecenas, famoso por fomentar el desarrollo cultural de su época, hablo de la primera centuria de nuestra Era, apoyando económicamente a Virgilio y Horacio entre otros, ofrecía pequeños asnos asados a sus comensales. También en la Edad Media, en plena región de Perigod, famosa por su gastronomía, se servía espetones de asno rellenos de pajarillos, aceitunas verdes y trufas enteras. El preceptor del rey absolutista Francisco I de Francia (1494-1547), el cardenal Duprat, tenía establos donde criaba asnos para el consumo, afición esta que transmitió al monarca que era muy aficionado a la carne de burro, así como a su leche, nos referimos a la de burra naturalmente, dándose el caso que sanó, según él, gracias a una dieta de leche de burra, haciendo famosa esta cuarteta que escribió: "Por su bondad, por su sustancia / la leche de burra ha restaurado mi salud / Y le debo mucho más, en esta circunstancia / que a los burros de la Facultad".

  Retomado el motivo de este artículo sobre los primeros banquetes cuyo menú era el caballo debemos remontarnos al 6 de febrero de 1855 en París y en concreto al Gran Hotel donde como una de las muchas excentricidades se ofreció un banquete para doscientas personas donde como único alimento estaba el caballo; el menú era el siguiente para aquellos que sientan curiosidad: "Consomé de caldo de caballo. De entremeses: Salchichas y charcutería de caballo. Carnes: Caballo hervido, caballo a la moda, ragout de caballo y filete de caballo con champiñones. Ensalada de patatas salteadas con grasas de caballo. Postre: Pastel al ron con tuétano de caballo".

Deberíamos pensar que los asistentes, que al final no fueron 200 porque sesenta y ocho rehusaron asistir por cuestiones morales, debían ser personas poco conocidas y de mal gusto, nada más lejos de la realidad porque asistieron nada menos que los siguientes personajes: M. Decroix, influyente socio de la 'Sociedad Protectora de Animales y Plantas' de Francia, el célebre naturalista Geoffroy Sain-Hilaire, acompañado por otros sesudos profesores de ciencias naturales, el famoso escritor Alejandro Dumas, Gustavo Flauvert, que escribió 'Madame Bovary', Carlos Augusto Sainte-Beuve, Jules Janin o los gastrónomos, Carlos Monselet y el barón Brisse, famoso por sus pastas y masas, entre otros distinguidos comensales.

 No tuvo que estar mal tal banquete porque años más tarde se volvió a repetir en el mismo restaurante y en el año 1868, en el colmo del esnobismo y del mal gusto, se celebró en el famoso Jockey Club de París otro banquete donde fueron consumidos tres pura sangre ingleses, los cuales costaron 140 libras esterlinas, para que el lector se percate hasta donde puede llegar la podredumbre de las llamadas clases privilegiadas de una época que se mitifica pero que en el fondo sólo era una vulgaridad.

Yo he probado la carne de caballo, de esto hace muchos años por razones que no vienen al cuento, y debo de decir que pese a mi gran pena, mi tristeza y mi conciencia, es de sabor más azucarado que el de vaca o buey, también más fibrosa y seca. Por otra parte, y en defensa de aquellos que la comieron en la antigüedad he de decir que este animal no padece tuberculosis ni tiene ténias, pero nadie que se considere bien nacido se debe de comer a su mejor amigo y al que tanto le debe la raza humana.

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