Historia de la industria azucarera en el Valle de Cuautla, Morelos (México),

 durante la época colonial: aspectos físicos y humanos

Estudio de Martha Delfín Guillaumin
Noviembre 2008

 

 Introducción 

Con este escrito pretendo dar a conocer, de manera general, el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar y su procesamiento en el Valle de Cuautla o Plan de Amilpas, Morelos, desde sus orígenes en la época colonial hasta fines del siglo XVIII. De cualquier modo, creo prudente acercar al lector a una breve semblanza de los antiguos habitantes de la zona para comprender la transformación tanto física como humana de dicho valle.

En este texto trataré de hacer un recorrido desde los inicios de la industria cañera en la Nueva España, la crisis[1] por la que atravesó hasta su resurgimiento, desarrollo y auge durante la segunda mitad del siglo XVIII. Utilizaré el término “Morelos” tal como lo hace Gisela von Wobeser para referirse a la zona o área geográfica que está limitada “con características definidas que la diferencian de las regiones limítrofes” (von Wobeser, p. 41). Esta región está conformada por sendos valles intercordilleranos. De la Sierra del Ajusco se desprende una cordillera de elevadas montañas que la une con la Sierra Nevada (Popocatépetl). De las faldas meridionales de dicha cordillera se forma “lo que políticamente se llama Estado de Morelos”. Esta entidad se divide en dos grandes y características porciones geográficas, limitadas por montañas: el Plan de Amilpas al oriente y la cañada de Cuernavaca al occidente que son espléndidos valles cruzados por numerosas corrientes de agua que dan origen a los ríos que nutren con sus aguas a los feraces campos donde se siembra la caña de azúcar, el arroz y los árboles frutales. Morelos, a su vez, se encuentra dividido por una cordillera interior que comienza en los montes de Tepoztlán, continúa hacia el sur y termina en el cerro de Jojutla, la cañada de Cuernavaca y el Plan de Amilpas. Fue en estas dos depresiones donde se desarrolló vigorosamente, según von Woseber, el cultivo de la caña de azúcar (pp. 41-42). Horacio Crespo menciona que:

La industria del azúcar se ha desarrollado en México en forma ininterrumpida desde la década inicial de la Conquista española, siendo una de las actividades de mayor tradición y trascendencia en el desarrollo histórico del país. (Crespo et al., p. 11) 

Antes de pasar a la descripción de los antiguos pueblos indígenas que habitaron la región, me gustaría proporcionar unos datos acerca de la geografía del lugar. Cuautla o Plan de Amilpas es un amplio valle que se encuentra en la vertiente sur del eje volcánico, inclinado de norte a sur. Lo limitan por el este y norte, las estribaciones del lado suroeste del volcán Popocatépetl; por el noroeste, los cerros de Juchiquetzalco y Caracol que lo separan del valle de Yautepec; por el oeste, la sierra de Tlaltizapán y por el sur la sierra de Huautla. Posee un clima caliente y semihúmedo; es un valle muy fértil puesto que es atravesado por el río de Cuautla o Chinameca, tributario del Amacuzac, el cual es afluente, a su vez, del río Mezcala o de las Balsas. Tiene aguas termales y balnearios famosos como el de Agua Hedionda. En la actualidad, los principales cultivos de la región son: caña de azúcar, arroz, maíz, fríjol, aguacate, frutas tropicales, principalmente plátanos, chirimoyas, guayaba, tamarindos, limones, mango y papaya (Historia, biografía y geografía de México, pp. 780-781). 

Paisaje y sociedad 

Los habitantes del Valle de Cuautla durante la época prehispánica: organización sociopolítica y económica 

Los antiguos pueblos indígenas del actual Morelos fueron los tlalhuicas, quienes, a su vez, serían sometidos por los aztecas (mexicas). Según Manuel Mazari, los tlalhuicas, pertenecientes a la familia nahuatlaca, fueron “la quinta tribu” en la peregrinación hacia el sur desde el lugar mítico de Chicomoztoc o las Siete Cuevas. Este grupo “pobló la parte meridional del Anáhuac, al otro lado de la serranía de Axochco [Ajusco], territorio que es hoy el Estado de Morelos, fundando los señoríos de Cuauhnáhuac, Yauhtepec, Tetlamatl, Huaxtepec, Xiuhtepec, Yecapichtla, Tlahquiltenanco y […] Ocuituco, confundiéndose con los restos de las tribus que con anterioridad habían poblado la región”, como sería el caso de los xochimilcas quienes habían fundado los señoríos de Tepoztlán y Tlayacapan, o los chalcas, fundadores de  Totolapan (Mazari, p. 73). 

Al parecer, los tlalhuicas en su peregrinación hacia el sur cruzaron por Xochimilco en donde no contaron con la simpatía de sus habitantes, por lo que continuaron su viaje atravesando “la sierra del Ajusco, y en 'La Cima', pudieron darse cuenta de que, al Mediodía, en un plano inclinado, se extendía un territorio casi inhabitado, pues sólo restos quedaban de las primitivas razas pobladoras, de origen chichimeca la última” (Mazari, p. 78). Cuando descendieron llegaron hasta la Sierra de Huitzilac en donde en su parte meridional se asentaron –según este autor- hacia el año 1197 de nuestra era, fundando su capital en las cercanías de la actual Cuernavaca, con el nombre de Tlálhuic (p. 78). Después de asentados se esparcieron por todo el territorio y, según refiere Mazari, esta acción provocó el desagrado y la hostilización de los xochimilcas al sentirse amenazados en sus posesiones por la presencia tlalhuica. De cualquier forma, vale mencionar que los tlalhuicas rendían culto a las mismas deidades que los mexicas; así, entre sus divinidades se hallaba Opochtli, “Zurdo” o “Siniestro”, era el dios de la pesca y de los pescadores; se le rendía culto en Yautepec, Cuautla, Tenetuca, Tlaltizapán, Xicatlacotla y Tehuixtla, principalmente (Mazari, pp. 78-87). 

Según Mazari, los tlalhuicas no eran sabios como los toltecas y el Códice Ramírez los presenta como toscos, pero como buenos constructores: “Creció en ella [en la región de Tlálhuic]  tanto esta generación que está poblada de muchos y grandes pueblos de muy suntuosos edificios y muchísimas villas y lugares” (Mazari, pp. 88-89). 

Por su parte, el cronista franciscano fray Bernardino de Sahagún dice que los tlalhuicas que “son los que están poblados en tierras calientes, y son nahuas, de la lengua mexicana”, en general eran considerados inhábiles y toscos pues “sus defectos que tienen son que andan demasiadamente ataviados, y con rosas en las manos, y eran muy tímidos y toscos o torpes” (Sahagún, Libro X, párrafo undécimo, tomo 2, p. 668). 

A su vez, Maldonado Jiménez ofrece una magnífica reconstrucción del Morelos prehispánico señalando que su estratégica situación “en el corazón mismo del Altiplano Central, en cercanía con el valle de México” hizo que Morelos estuviera “involucrado dentro de una destacada dinámica sociocultural mesoamericana que se remonta a la época Preclásica y seguía siendo importante en el siglo XVI” (p. 23) 

Antes de la llegada de los xochimilcas y los tlalhuicas, portadores de la lengua nahuatl, se piensa que el matlatzinca y/o ocuilteca se hablaba en el oeste, y el mixteco y/o popoloca al este del actual Morelos. Esta introducción del náhuatl al territorio morelense pudo haber ocurrido alrededor del 1000-1300 de nuestra era puesto que, según informa Maldonado, el Posclásico se presenta como el período en el cual ocurrió la mayor influencia de migrantes, tanto a la cuenca de México como en los valles circunvecinos. Son varias las fuentes (tradición mexica, chalca y tlatelolca) que incluyen a los xochimilcas y a los tlalhuicas entre los grupos migrantes nahuas en tiempos inmediatos al derrumbe del “Imperio Tolteca”, luego del año 1156 d. C. De esta manera, continúa el autor, las dos grandes divisiones étnicas de xochimilcas y tlalhuicas se asentaron en lo que hoy es el actual estado de Morelos. Los xochimilcas se establecieron al noreste (Tepoztlán, Tlayacapan, Totolapan, Hueyapan, Xumiltepec, Tlamimilulpan, Tetela del Volcán y Ocuituco) y en las laderas sur del Popocatépetl (Tlacotepec, Zacualpan y Temoac). Mientras que los dominios de los tlalhuicas abarcaron la parte oeste de Morelos, es decir, la “Provincia de Cuauhnáhuac”, y en el este se extendían hasta Yauhtepec, Huaxtepec y Yacapichtlan (Maldonado, pp. 25-30). 

Relaciones con Tenochtitlan 

De esta forma, se puede afirmar que desde principios del siglo XIII (1200-1220) los señoríos xochimilcas y tlalhuicas tuvieron el control político y económico del territorio morelense. Sin embargo, estos dos pueblos se verían hostigados a fines del siglo XIV por los mexicas. 

En un primer momento, luego de 1398, es probable que el algodón de Morelos fuera transferido a los aztecas por medio del comercio y no por tributo o intercambio de regalos. Mucho tiempo antes de que el área de Morelos “fuera conquistada e incorporada al imperio mexica, los comerciantes mexica estuvieron involucrados en la importación del algodón de Morelos hacia el Valle de México” (Maldonado, p. 255). El cultivo del algodón fue un rasgo característico del Morelos prehispánico y aparece con frecuencia citado en las crónicas porque se daba “mucho en aquella provincia” de Cuauhnáhuac. Inclusive, era tal la importancia del algodón que éste se usaba, al igual que el cacao, como unidad de intercambio en las transacciones comerciales en el Morelos prehispánico. 

Pero a raíz de la conquista de Cuauhnáhuac realizada por Itzcóatl (1438c), se institucionalizó el pago del tributo a los aztecas. Según lo indican la Matrícula de Tributos y el Códice Mendocino, “los mexicas crearon en el siglo XV en Morelos dos provincias tributarias que dieron una estructura política más firme a la región” (Maldonado, p. 262): la provincia de Cuauhnáhuac y la provincia de Huaxtepec, a las cuales Maldonado denomina “unidades políticas mayores a nivel imperial”. A ellas se integraron los señoríos (Tlatocayotl) existentes en la región, situación que se prolongó hasta el momento de la conquista española (Maldonado, p. 60). 

Existieron dos clases de tributo: en trabajo y en especie. El tributo en trabajo consistía en que los pueblos de Morelos proveían de mano de obra “para la construcción de obras públicas en Tenochtitlán como en la participación de empresas bélicas a favor de los mexicas” (Maldonado, p. 269). Tanto la Matrícula de Tributos como el Códice Mendocino registran que el tributo en especie entregado por las provincias de Cuauhnáhuac (con 16 pueblos) y Huaxtepec (con 26 pueblos) a Tenochtitlan “incluía productos textiles de algodón (mantas, colchas [o cubiertas]. Maxtlatl [pañetes o bragas], huipilli [camisas de mujer], cuéitl [faldellines]); así como productos alimenticios (maíz, fríjol, semillas de chía y huauhtli); y productos elaborados como el papel, las jícaras y, finalmente, los trajes guerreros” (Maldonado, pp. 267-268). Es interesante destacar que probablemente el árbol del amate para producir el papel (amatl) se diera en abundancia en dichas provincias lo que conllevó la técnica especializada de la fabricación del papel. En cuanto a la elaboración de los trajes guerreros, este fue un trabajo artesanal altamente especializado que se suprimió inmediatamente después de la conquista española, al igual que el cultivo del algodón (Maldonado, pp. 268-269). 

La provincia de Huaxtepec antes de la conquista española 

La provincia de Huaxtepec (Oaxtepec) comprendía 26 pueblos sujetos  teniendo por centro administrativo a la primera locación que aparece enumerada en las fuentes, es decir, Huaxtepec; ésta era la ciudad-capital (Tlatocayotl) o “cabeza de provincia” en donde residía el calpixque mexica  -el recaudador de tributos-, más un señor local bajo cuyo mando había doce jueces quienes constituían la autoridad a nivel local (Maldonado, p. 87). No obstante, es probable que Yauhtepec, Tepoztlán, Yacapichtlan y Totolapan fueran pueblo-cabeceras desde la época prehispánica con sus respectivos “pueblos y estancias sujetos” como lo sugiere Maldonado basándose en un testimonio del 21 de octubre de 1532 realizado por Hernán Cortés porque aunque no mencionaba a Totolapan como cabecera, en noviembre la Audiencia aclaró que dicho poblado era “una cabecera de por sí” (p. 85). 

De esta forma, tenemos que la provincia de Huaxtepec “comprendía en 1519 la parte este del actual estado de Morelos. Al norte se extendía hasta los pueblos cabeceras de Tepoztlán y Totolapan  con sus respectivos pueblos sujetos, donde la agricultura de temporal fue la más predominante. En la zona central tenía su sede el pueblo de Huaxtepec que a su vez era la capital de la provincia; así como los pueblos cabeceras de Yauhtepec (al oeste) y Yacapichtlan (al este), cuyos pueblos sujetos quedan comprendidos hacia la zona sur donde los cultivos de temporal y de riego formaban parte de la economía regional” (Maldonado, p. 164). Fue precisamente a la provincia de Huaxtepec, a la que perteneció el pueblo sujeto de Cuauhtlan o Cuautla, según lo refieren el Códice Mendocino y la Matrícula de Tributos. Siguiendo a Druzo Maldonado, éste refiere que dentro del territorio de Huaxtepec se localizaba también el grupo de pueblos conocidos como “las Amilpas”. El término puede provenir de las voces amilli que significa “tierra de regadío” y pan que es locativo, es decir, “en la tierra de regadío”. Entre los pueblos enlistados en la Descripción de Guastepeque de 1580 se hallan Xochimilcatzingo, Tzompango, Cuauhtlixco, Amilcingo, Ahuehuepan, Cuautla, Anenecuilco y Olintepec. 

Cuautla, situado a orillas del río del mismo nombre, contaba, según Maldonado, entre sus cultivos “de que antiguamente se sustentaban” al maíz de tipo cimarrón (azecentla), fríjol, chía y al chianzontle “que es una semilla muy menuda con que hacen atole”. En un documento, citado por este autor, que data de 1544 sobre tributos y divisiones territoriales de Huaxtepec y las Amilpas, aparece la noticia de que “…en el dicho pueblo de Guastepeque y su sujeto se a cogido y coge mucho algodón e los vecinos e naturales tratan y an tratado en ello, y la tierra es apropiada para ello […] cogen mucho mays dos veces en el año y agí, frijoles e camotes e melones de España y de la tierra, xícamas e otras frutas e tienen muchas huertas y árboles de España y de la tierra” (pp. 167-168). 

En cuanto al algodón se sabe que, inclusive, el nombre de Ixcatepeque, estancia de Huaxtepec, venía del vocablo ixcatl que es una es una especie de algodón conocida como “arbolillos de algodón” y de tepetl que significa tierra en náhuatl, o sea, “tierra de algodón”. Éste es un ejemplo que nos permite determinar la importancia del algodón en Huaxtepec. Así, en las tierras de riego de Huaxtepec y los pueblos conocidos como “las Amilpas”, el cultivo del algodón se asociaba con el del maíz, frijol, chile (ají), chía, camote, jícama “e otras frutas” (Maldonado, p. 168). 

El Marquesado del Valle.

Introducción del cultivo de la caña de azúcar 

Cuernavaca fue conquistada por Hernán Cortés y su hueste el viernes 12 de abril de 1521. De esta manera quedó consumada la campaña militar hispana sobre el actual Morelos, es decir, los señoríos mexicas de la Tlalnáhuac: Huaxtepec, Yecapixtla, Tepoztlán, Xiutépetl, Cuernavaca, Yautepec, Totolapan (Mazari, p. 103). 

En 1523, Carlos V nombró a Cortés gobernador y capitán general de Nueva España, más adelante, el 6 de julio de 1529 le fue concedido el título de “Señor de Toluca, Calimaya, Tacubaya y Coyoacán; y premiando sus tareas militares lo hizo Marqués del Valle de Oaxaca, señalándole 22 villas y lugares y 23,000 vasallos” (Mazari, pp. 105-106). La región de Morelos formaba parte del Marquesado del Valle y llegó a ser “la mejor y la más productiva” (von Wobeser, p. 47). 

Según Mazari, hacia 1523 Cortés volvió a territorio morelense e “hizo su entrada a Tlaltenango, construyendo en este pueblo, antes que la de Cuernavaca, la iglesia de San José y del Señor de la Misericordia […] Además, introdujo el agua para los riegos y mandó construir los canales para conducirla; edificó en este pueblo, el primer ingenio de moler azúcar […] dio tierras a los indígenas de Tlaltenango, más bien, respetó los derechos que aquéllos tenían sobre sus heredades” (Mazari, p. 105). Años más tarde, según refiere este autor, ya con el título de marqueses del Valle, los descendientes de Cortés trasladaron el ingenio de hacer azúcar a Amatitlán y luego a Atlacomulco definitivamente (p. 111). 

Sin embargo, otras fuentes aseguran que al mismo tiempo que Cortés comenzó la construcción de su palacio de Cuernavaca, en el año de 1526, llevó a la región morelense la caña de azúcar “cuyas primeras plantas sembró en Tlaltenango” (Arenas, p. 39)[2]. Por su parte, von Wobeser apunta que Cortés se adjudicó cinco de las seis encomiendas fundadas por él en Morelos y que desde 1522 estimuló el desenvolvimiento agrícola de esta zona. El tributo de dichas encomiendas “le era retribuido en especie que en un principio consistía principalmente en maíz, frijol y algodón”. No obstante, enseguida Cortés introdujo “dentro de sus encomiendas plantas de origen europeo tales como trigo, caña de azúcar, vid y probablemente morera, ampliando así la gama de los productos que se cultivaban tradicionalmente en la zona”. De dichas variedades introducidas, la caña de azúcar “fue la que tuvo mayor arraigo en Morelos y con el tiempo llegó a ser el principal producto de la región” (von Wobeser, p. 47). De todas maneras, es preciso señalar que, por lo menos durante el siglo XVI, no se expandió la industria azucarera en el marquesado del Valle, pero sí en las tierras realengas aledañas a las posesiones de los descendientes de Cortés. Tanto el clima benigno para los cañaverales como la cercanía a la ciudad de México que la convertían en un mercado seguro, hicieron que la industria azucarera prosperara en la región de Cuautla Amilpas: 

En 1581 el contador real Gordián Casasano y el Hospital de la Santa Cruz de Oaxtepec obtuvieron mercedes para sembradíos de caña en terrenos cercanos a Cuautla, y a partir de esa fecha se fueron sucediendo las concesiones virreinales de predios con esa finalidad. Una particularidad fue que desde esta época temprana hubo asentamientos de trapiches en Tlacotepec, Zacualpan y Temoac, situados en las cercanías del Popocatépet, en los linderos de lo que se considera “tierra fría”, un lugar poco apto para ese cultivo, pero que de todos modos subsistieron durante siglos, hasta el Porfiriato, dedicados en buena medida a la destilación de aguardiente. Los jesuitas asentaron un ingenio allí antes de 1600 en Chicomocelo, que desmantelarían más de un siglo después, en 1707, cuando la bonanza azucarera era cosa del pasado, para dedicar sus tierras al cultivo del trigo. (Crespo et al., p. 86) 

Durante el período de mayor auge de los precios del azúcar, 1581-1620, se registran cuarenta y cuatro fundaciones de trapiches, cañaverales o ampliaciones de las zonas de cultivo en las áreas de Cuautla y Yautepec. Esta expansión territorial de la actividad azucarera se basó en las mercedes virreinales, pero también en el arrendamiento o compra de tierras a los pueblos indígenas. Fueron comunes los abusos cometidos por los terratenientes españoles y criollos al usurpar terrenos y fuentes de agua de las comunidades, “lo que dio origen a un conflicto secular por la posesión de la tierra.” (Crespo et al., p. 88). 

Pero antes de continuar sobre este aspecto del arrendamiento y despojo de tierras indígenas por parte de los terratenientes españoles y criollos, quisiera concluir la semblanza de la división territorial de Cuautla de Amilpas para que el lector aprecie la transformación física y humana que ha tenido esta región a lo largo del tiempo con el pretexto de la industria azucarera. 

Con la recomposición del espacio geopolítico morelense ocurrida a raíz de la conquista y formación del Marquesado del Valle desapareció la provincia de Huaxtepec como unidad política mayor (Huey Altépetl) y se convirtió Huaxtepec en cabecera, lo mismo que Yauhtepec, Tepoztlán, Yacapichtlan, Totolapa con sus respectivos pueblos y estancias sujetos. En un primer momento, Cuautla de Amilpas perteneció como pueblo sujeto a la encomienda de Huaxtepec, tributaria de Cortés. Cuautla, a su vez, contaba con una estancia llamada Amilzingo. Es posible, sin embargo, que Cuautla haya estado bajo la jurisdicción del Marquesado sólo por poco tiempo (Barrett, p. 244). 

Desde 1534, Morelos perteneció jurisdiccionalmente a la provincia de México (creada para el desempeño del gobierno y de la administración junto con las provincias de Michoacán, Coatzacoalcos y la de las Mixtecas). Eclesiásticamente formó parte del Arzobispado de México. Desde 1646, la provincia de México se denominó audiencia de México que comprendió todo el territorio de la antigua provincia, en consecuencia, Morelos quedó incluido en aquélla. En 1786, Cuautla Amilpas formaba parte de la Intendencia de México. 

El cultivo de la caña de azúcar en la región de Plan de Amilpas 

Con lo que respecta a la introducción del cultivo de la caña de azúcar a la región de Cuautla Amilpas, puede decirse que ésta fue del todo exitosa. Se observa a nivel general en la Nueva España, una reconversión de tierras dedicadas a determinados cultivos, como el trigo, hacia la producción azucarera; transformación de buenas tierras de regadío en cañaverales desde mediados del siglo XVI (1547 ó 1548) hasta el primer cuarto del XVII aproximadamente (de la Peña, p.102). En las zonas de Cuautla Amilpas e Izúcar, este proceso llegó a tener gran importancia (de la Peña, pp. 97-98). En otras regiones como el Obispado de Michoacán, en Taretan, en 1581, un indígena principal del lugar donó un terreno para sembrar caña de azúcar y dispuso que ésta se moliera “en un trapiche que había allí cerca” [3]; con sus rentas se sostendría el culto del patrono Santiago en el pueblo indígena de Tingambato, más adelante, esa huerta fue de plátanos, ya no de caña, sin embargo, Taretan se distinguió por ser zona cañera y por su ingenio que todavía producía a mediados de los años cincuenta del siglo XX. 

Mazari afirma que el progreso que en todo el territorio morelense “obtenía el cultivo de la caña, fue mucho mayor en el fértil Plan de las Amilpas, al grado de que los primeros trapiches fundados en esa región, empezaron a agrandarse” (Mazari, p. 127). Resulta interesante destacar que la principal zona productora de caña de azúcar y sus derivados, la cuenca Cuernavaca-Cuautla, proveía a la ciudad de México. De esta forma, la región azucarera Cuernavaca-Cuautla fue la más importante en el México colonial, por ser la más próxima al mayor mercado. Señala Barrett que hacia 1600 operaban en la región doce ingenios de diversos tamaños, siendo el de los marqueses del Valle el mayor productor. Por su parte, de la Peña informa que el número de haciendas azucareras existentes a principios del siglo XVII en Nueva España era alrededor de cuarenta. De esta cifra, una tercera parte eran ingenios y el resto trapiches. En la región de Cuautla Amilpas calcula que había cinco trapiches (de la Peña, p. 101). 

A manera de ejemplo, cito los casos identificados por Sandoval de licencias y mercedes otorgadas a particulares y órdenes religiosas para sembrar caña y hacer trapiches o ingenios en Cuautla Amilpas. Según refiere este autor, el 23 de enero de 1602, el conde de Monterrey dio licencia al convento de Santo Domingo de México para terminar su ingenio de azúcar comenzado a construir en términos de Cuautla Amilpas. Se les concedió la referida licencia porque “los de Santo Domingo mudaron la piedra con que se molía la caña y montaron una prensa de madera, de lo que resultaba mayor seguridad para los trabajadores” (p. 103). 

El Hospital de San Hipólito[4] de la ciudad de México obtuvo una merced de tres caballerías de tierra en términos de Cuautla y de Olintepec el 7 de agosto de 1608 (Sandoval, p. 104). En el caso de particulares, el 3 de febrero de 1620 se concedió licencia a Menén Pérez de Solís para sembrar seis caballerías de tierra y hacer trapiche o ingenio en términos de Cuautla Amilpas. De esta forma, las mercedes para ingenios y trapiches se dieron a “tres tipos de propietarios azucareros: los que tenían sus fincas en tierras del Rey o de realengo; los que se establecieron en el Estado del Valle de Oaxaca; y las fábricas que pertenecían a órdenes religiosas” (Sandoval, pp. 77, 82 y 95). 

Organización social del trabajo durante los siglos XVII y XVIII. Características principales de las haciendas azucareras.

Ingenios y trapiches (maquinaria y tecnología) 

A continuación trataré de señalar las principales características de los ingenios y trapiches novohispanos durante los siglos XVII y XVIII. Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española aparecido en 1611, ofrece los siguientes significados para las palabras trapiche e ingenio

Trapiche.- El ingenio de açúcar, del verbo τρεπω, verto, porque  la rueda del dicho ingenio, revolviéndose, muele los troços de las cañas, y por esso se dixo trapiche o trepiche

Ingenio.- […] También llaman ingenio el modo de sacar el açúcar de las cañas, que dezimos el ingenio de acúcar 

Von Wobeser aclara que generalmente se denominaba ingenios a las haciendas cuyo equipo de molienda utilizaba el agua como fuerza motriz y trapiches a los que empleaban fuerza animal (p. 49); es decir, la diferencia estribaría en el tipo de fuerza motriz utilizada en uno o en otro: “Se halla muy difundida la idea de que el uso de la palabra “ingenio” implica que la fuerza del molino provenía de agua en movimiento, a diferencia del “trapiche”, en que mulas o bueyes movían cigüeñales conectados al rodillo central” (Barrett, p. 123). También se observa que la distinción en dichos términos puede derivarse de las mismas máquinas o instalaciones y del tipo de producto terminado en cada uno: “En la mayoría de los  inventarios de la plantación de Cortés de los siglos XVI y XVII el equipo de molienda es denominado trapiche, mientras que se da el nombre de ingenio al conjunto de la instalación de procesamiento. Parece ser que las plantaciones que producían azúcar blanca, más cara, se llamaban ingenios, y en general utilizaban además el agua como fuerza motriz, mientras que las que producían el piloncillo, más barato, utilizaban la fuerza animal y se llamaban trapiches” (Barrett, p. 123). 

Los cañaverales eran las plantaciones de caña de azúcar que se extendían alrededor del ingenio y que le proporcionaban la materia prima. La técnica agrícola de la caña era especializada, de ahí que desde un principio los indígenas fueran enseñados a sembrarla. Se les llamaba “cañavereros” y como se trataba más bien de indígenas, se les menciona como “indios azucareros” (Sandoval, pp. 151-153). 

El ciclo de crecimiento de la caña (caña criolla) era de aproximadamente 15 a 16 meses y dependía de una serie de factores como el clima y la época de la siembra (von Wobeser, p. 62). Se tenía mucho interés en que la mano de obra para la siembra y cuidado de la planta fuera calificada y se ponía especial atención en regar a tiempo y escardar “porque esta planta pide limpieza en el pie y mucho jugo por de dentro, si le falta el riego en algunos tiempos, se añuda la caña y tiene poco jugo, si no se escarda bien y no se le quita del pie todo el bagazo, allí se pudre éste y cría gusano que subiendo a lo más blando mata la guía y la caña se empalma, no crece más y pierde mucho dulce” (Sandoval, p. 154). 

Sandoval indica que en medio de los cañaverales se erguían el ingenio o el trapiche en donde se elaboraban los azúcares. Desde el principio se utilizaron prensas para moler movidas por rueda hidráulica, sin embargo, como se ha visto, había diferencias en cuanto a la fuerza motriz (agua o tracción animal) en ingenios y trapiches. Como ya lo mencioné, en 1602, los dominicos de las Amilpas recibieron licencia para cambiar en su ingenio la piedra con que molían la caña por una prensa de madera, para que los trabajadores corrieran menos riesgos. Este autor llega a decir que esto “parece ser un punto de partida para el cambio de técnica azucarera en la Nueva España” (p. 158). 

Con lo que respecta a los llamados trapiches, vale destacar que existieron dos tipos de fábricas, las muy rudimentarias llamadas trapichillos de mano o  zangarrillo, y los trapiches de importancia que solían componerse de andén, casa de calderas; éste era un trapiche con paredes de cal y canto y techo de tejamanil. Sandoval localiza un documento del ramo Tierras del Archivo General de la Nación de México en el que se describe: 

un trapiche en corriente y armado de cuatro castillos, dos capirotes, teleras, banco, cuatro calderas, tres moledoras de teguague, canales  para el caldo con más tres moledores chicos en bruto. Y en dicha casa de calderas sentadas y puestas cuatro calderas de cobre fundidas […] Un tanque para recibir el caldo, un cazo que sirve de resfriadero […] cuatro espumaderas, una bomba de cobre […] dos espátulas de fierro. La casa de vivienda con la panochera dentro […] cuarenta y tres machos y mulas de asno […] treinta y cuatro aparejos […] seis machos de cortar caña. Una asuela de carpintero, de fierro, dos hachas, cinco cinchos para los moledores de fierro (p. 158). 

En el inventario avalúo del trapiche de San José de Cuautla (no de las Amilpas, sino de la doctrina de Masatepec de la jurisdicción de Cuernavaca del Marquesado del Valle), se describen en 1797 la casa vivienda, ajuar de la casa, purgares, casa de calderas y hornallas, herramientas, casa de la tienda (tienda de raya), campo de caña “para la molienda que sigue”, campo “que estamos moliendo” y ganado, con un caudal líquido por la cantidad de 34,731 pesos 3 ½ reales. Menciono, a manera de ejemplo, algunos de los artículos que aparecen contemplados en la lista de “Herramientas”: 

Primeramente veinte huacales[5] forrados en pellejo […] siete baretas con peso de cinco arrobas […] cuatro sierras la una es grande brasera, dos medianas y la otra es hoja sin armar […] ocho hachas de fierro con peso de veinte y seis libras […] cuatro machetes monteros […] seis coas[6] […] tres rejas de arar […] diez y seis yugos largos […] veinte arados armados con sus timones […] doce docenas de reatas […] una dicha de hoces […] dos arrobas de estaño […] ciento y once arrobas once libras de cobre […] dos millares de ladrillos […] una tabla nueva para pesar azúcar […] una resma de papel de Barcelona celeste”[7]  

En cuanto a los ingenios, Sandoval nos informa que éstos tenían una gran cantidad de maquinaria y eran una verdadera industria, aunque no hubo muchos ingenios grandes en la Nueva España. Se distinguían de los trapiches por el tipo de fuerza motriz que empleaban. Ésta consistía en una rueda hidráulica que movía las prensas y era alimentada por su parte superior por medio de acueductos y atarjeas, aclara este autor. Los ingenios tenían casa de molino, éste contaba con una rueda y dos o tres prensas, casa de calderas, hornallas, casa de purgar, asoleaderos y tanques para la miel. Los trapiches, informa Sandoval, eran construidos entre cuatro maderas que sostenían un techo de paja mientras que los grandes ingenios eran edificios de cal y canto, los cuales, durante el siglo XVIII particularmente, tenían galeras de piedra con techo de medio cañón para la maquinaria (pp. 158-159). 

En las Amilpas, Francisco Calderón de Vargas tuvo un ingenio importante valuado en ochenta mil pesos y se componía de los elementos que a continuación se mencionan: 3 trapiches, 1 prensa, calderas, casa de purgar, casas de vivienda y cuadrilla, 8 caballerías de tierra, capilla, 60 esclavos, 200 bueyes, 100 machos, 50 yeguas (de la Peña, p. 96). 

Patrones y trabajadores: relaciones laborales 

Von Wobeser indica que existían dos tipos de trabajo fundamentales, el administrativo y el productivo, el que a su vez se dividía en las labores del campo y el procesamiento de la caña de azúcar. Los españoles fueron los que realizaron preferentemente el trabajo administrativo y directivo ocupándose en el puesto de mayordomo o administrador; otras funciones que desempeñaron los trabajadores del ingenio fueron las de mandador, labrador (encargado de preparar la tierra para la siembra), cañaverero (encargado de cuidar la caña) y maestro de azúcar (encargado de supervisar el procesamiento de la caña). Exceptuando la función de mayordomo o administrador, estas ocupaciones fueron realizadas por individuos pertenecientes a las castas e, inclusive, gente negra, como en el caso del maestro de azúcar: “… pero el verdadero jefe de un ingenio o de un trapiche, era el maestro de azúcar que en algunos casos era español y en otros un esclavo negro” (Sandoval, p. 156). 

Por medio de un contrato era como se formalizaba el empleo de este grupo de trabajadores quienes recibían un salario –a menos que se tratara de esclavos negros- que podía ser en dinero y en especie (maíz, carne de borrego, azúcar y chocolate, por ejemplo). El mayordomo o administrador recibía el pago más elevado pues se suponía que ocupaba el puesto más relevante (von Wobeser, p. 59), sin embargo, a pesar de que el maestro de azúcar tenía el segundo sitio en importancia ya que de él dependía en gran medida el éxito de la elaboración del azúcar, puede decirse que “siempre eran los personajes más importantes en toda la fábrica porque conocían la fabricación del azúcar en todos sus aspectos” (Sandoval, p. 156). 

En un principio, el trabajo productivo era desempeñado por indígenas y esclavos negros, pero luego, a medida que los grupos étnicos se fueron mezclando, serían los mestizos y mulatos quienes lo realizarían. Por otra parte, de igual manera que la siembra de la caña requería de mano de obra calificada, el proceso de producción del azúcar también necesitaba de una mayor especialización de sus trabajadores. Las diferentes tareas fueron las de arado, siembra, irrigación, corte, molienda, hervido, purga y transporte. De éstas, las primeras cuatro fueron ejecutadas por indígenas fundamentalmente (durante la segunda  mitad del siglo XVI por indígenas de repartimiento y luego de 1599, según von Wobeser, por indígenas libres asalariados). En proporción mucho menor participaban de las labores del campo los esclavos africanos y en medida creciente tanto mestizos como mulatos (p. 60). 

Los indios libres asalariados fueron la fuerza de trabajo más importante desde mediados del siglo XVII. Se dividían a su vez en trabajadores residentes, pues vivían en la hacienda, conocidos también como peones o sirvientes (fuerza de trabajo permanente), y en trabajadores eventuales o jornaleros. Los trabajadores residentes vivían dentro de los límites de la hacienda (inmediaciones del casco), contaban con un contrato de trabajo y gozaban de diversas prestaciones como casa y solar. El salario consistía en una ración de maíz  (y/o demás productos en especie) y en un sueldo que en la práctica no se daba como tal pues usualmente “la hacienda abonaba a favor del trabajador el sueldo que había devengado y éste, a su vez, obtenía a crédito los artículos necesarios para subsistencia en la tienda de raya de la hacienda (von Wobeser, pp. 60-61). También podían solicitar préstamos en efectivo. Cada año se ajustaban las cuentas de esta “operación contable” y se “determinaba si la hacienda le debía dinero al peón o si éste le debía a la hacienda” (von Wobeser, p. 61). Este documento ilustra el citado ajuste de cuentas: 

Ytem Doscientos sesenta pesos cinco reales que deben los sirvientes de este trapiche, y consta por menor en el cuaderno N° dos desde el folio primero a el treinta y ocho, como la quarta parte de ellas se concidera incobrables”[8] 

Los trabajadores eventuales o jornaleros complementaban, si las necesidades de la hacienda azucarera así lo requerían, la fuerza de trabajo permanente. Estos jornaleros eran contratados en los pueblos, a través de los gobernadores o caciques, por determinado número de días o semanas. Recibían su sueldo de forma inmediata y no gozaban de las demás prestaciones. Como el suministro de este tipo de trabajadores era muy irregular, se usaban para aquellas tareas que no requerían especialización informa von Wobeser (p. 61). 

En cuanto a las actividades relacionadas con el procesamiento de la caña, éstas fueron ejecutadas principalmente por esclavos negros durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII porque estaba prohibido emplear indígenas en los ingenios comenta von Wobeser (p. 61). Por su parte, de la Peña dice que “Hay que tener presente, además, que las reiteradas disposiciones prohibiendo el trabajo de los indígenas, fundamentalmente en el ingenio en sí, obligaron desde muy pronto a la adquisición de esclavos, numerosos dada la gran cantidad de mano de obra necesaria en esta industria” (p. 97). 

Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XVII los esclavos negros fueron disminuyendo en número para ser sustituidos progresivamente por trabajadores asalariados provenientes de las castas. Luego de 1779 la participación de esclavos africanos siempre fue inferior al 5% (von Wobeser, p. 61). Quizás a esto contribuyó no sólo los cambios producidos en las castas, en la sociedad novohispana en su conjunto, sino el costo que significaba comprar y mantener a dichos esclavos: “Estos superaban, incluso ampliamente en muchos casos, el centenar y hasta los doscientos; lo que habida cuenta de que su precio medio hay que situarlo sobre los 300 pesos, conllevaba una inversión tan importante como arriesgada, dado el elevado índice de mortalidad y el alto porcentaje de viejos, niños y enfermos existente entre ellos” (de la Peña, p. 97). 

Las tareas de molienda y hervido eran sumamente rudas pues implicaban un riesgo personal y su ejecución requería un adiestramiento especial; no obstante, se compensaba con una alta remuneración en el caso de trabajadores libres, sobre todo en los puestos directivos (von Wobeser, p. 61). Además de los trabajadores que se relacionaban directamente con el cultivo y procesamiento de la caña, “en las haciendas azucareras se ocupaba a un grupo de trabajadores especializados que se dedicaba a la realización de tareas específicas como por ejemplo los carpinteros, los herreros, los arrieros, los carreteros, los boyeros y los alfareros” (von Wobeser, p. 61). Así, por dar un ejemplo, los alfareros que se encargaban de hacer los signos o formas de barro para los panes de azúcar, recibían dinero según la cantidad de piezas realizadas (Sandoval, p. 157). 

  Costos de fundación y mantenimiento de las haciendas azucareras 

La tierra para instalar las haciendas azucareras se podía obtener, como ya lo he señalado, mediante una merced, por medio de un censo o arrendándola; en este último caso, frecuentemente los pueblos de indígenas rentaron sus tierras a los dueños de los ingenios y trapiches. En el citado documento del Archivo General de la Nación sobre el inventario avalúo del trapiche de San José de Cuautla dice: 

Ytem Doscientos veinte y ocho pesos cinco reales, y tres quartillas que hasta primero de Abril presente se le tiene suplido a la Comunidad de los Naturales del Pueblo de San Miguel Quautla a cuenta del arriendo de las Tierras en que está fundado este trapiche, el recibo de esta cantidad consta en el libro qe. para en poder de dichos interesados, en el qe. tenemos aquí N° uno desde el folio uno a el cinco vuelta”[9] 

A su vez, las instalaciones y la maquinaria requerían de una inversión muy fuerte, lo mismo que la compra de ganado y de los esclavos, así como la construcción de obras hidráulicas que representaban gastos elevados. Para el financiamiento de sus empresas los hacendados recurrían al crédito manejado por las instituciones religiosas y por los particulares, especialmente por los comerciantes agiotistas. Este tipo de créditos ocasionó el endeudamiento de los hacendados ya que muchos de ellos no estaban en condiciones de pagar los réditos y solventar sus deudas. Frecuentemente las haciendas fueron embargadas o rematadas. En Morelos la excepción a esta situación fueron la hacienda de los Marqueses del Valle “que se mantuvo en manos de los descendientes de Cortés hasta el siglo XIX y que nunca estuvo gravada por censos, debido a que su financiamiento provenía de los múltiples ingresos del Marquesado” y los ingenios que pertenecieron a las órdenes religiosas que, “aunque estuvieron endeudados, no experimentaron cambios de propietario porque las comunidades religiosas disponían de diversos fondos para refaccionar sus propiedades agrícolas” (von Wobeser, pp. 65-66). Por ejemplo, la hacienda de San Salvador Miacatlán tuvo diez propietarios por ventas directas o remates entre 1621 y 1732 (von Wobeser, p, 66). 

A los casos de fundación y mantenimiento de la hacienda (gastos del cañaveral, de la fábrica) habría que añadir las pérdidas por maltrato de la mercancía (panes de azúcar) durante el transporte a manos de los arrieros; los robos de azúcar de los purgares realizados por los esclavos; las alcabalas y los diezmos que “aumentaban los costos del azúcar y cuando los precios eran bajos arruinaban a los azucareros” (Sandoval, p. 163). 

De la Peña señala que el gran desembolso que conllevaba la fundación de un ingenio estaba motivado por la abundante mano de obra que requería y por “la relativa complejidad, notable en algunos casos, y la especialización que representaba la elaboración, aperaje y puesta en el mercado” (p. 96). 

Transporte y venta del producto 

Para transportar el azúcar al mercado se alquilaban recuas de mulas, “viajes de azúcar, o arrias, que de todas estas maneras solían conocerse los envíos del dulce en convoyes de bestias” (Sandoval, p. 163). 

Como ya lo he señalado, la zona productora de azúcar en la cuenca de Cuernavaca-Cuautla proveía a la capital de la Nueva España. Inclusive, señala Sandoval, la venta de azúcares en la ciudad de México tuvo gran importancia hasta llegar a darle nombre a una de sus calles. Las cargas de azúcar provenientes de Cuernavaca entraban en arrias por el rumbo del Ajusco, al sur de la ciudad; y por Chalco al suroeste entraba el azúcar en canoas procedente de Amilpas, Chictlán y otras zonas, que hacían ocho y diez horas de navegación (Sandoval, p. 164). El mismo autor nos recrea la manera como se comercializaba el producto: 

Todos estos azúcares se vendían en la calle de Meleros (hoy avenida Corregidora), y en los bajos de la Universidad existían tiendas en las que se vendía azúcar, panocha y miel. En grandes tinajas y en botas de dos arrobas de peso se depositaban las mieles. Atravesaba esta calle la acequia real que después se cegó en la época del Virrey Revillagigedo.

 

Desde Chalco venían las canoas hasta el desembarcadero principal que era el Puente de la Leña, por eso en sus cercanías estaban las encomiendas de azúcar, en donde se acostumbraba vender las mieles a ojo de buen cubero, sin peso ni medida, y mezclarlas con agua, vendiéndolas a precios a veces excesivos (Sandoval, pp. 164-165). 

Situación general de los ingenios azucareros en el Valle de Cuautla (Plan de Amilpas) durante el siglo XVIII. La crisis azucarera. 

En este apartado deseo brindar una breve semblanza de la crisis de la industria del azúcar entre 1630 y 1730[10] en la Nueva España. Según Crespo et a.: 

Este inmenso proceso de crecimiento no estuvo exento de dificultades. A partir de 1600 algunas haciendas comenzaron a acusar el descenso en el precio del azúcar y a enfrentar problemas financieros. Por otra parte, una serie de heladas en la década de 1630 dañó a muchos campos de caña y a partir de 1640 la separación de Portugal del imperio español complicó el  tráfico de esclavos, dominado en ese momento por los lusitanos. La presión del gobierno virreinal para que los terratenientes pagasen por la legalización o “composición” de sus títulos de propiedad constituyó una carga suplementaria bastante enojosa. Los problemas fueron agudizándose en el resto del siglo XVII, y en su última década llegaron a su momento más crítico. Una nueva serie de heladas invernales causó mucho daño a los cultivos, a la vez que los precios seguían descendiendo. La competencia entre las haciendas de Cuernavaca, Jojutla, Yautepec y Cuautla se hacía cada vez mayor y la crisis financiera se acentuó. Como resultado, en la segunda década del siglo XVIII varios ingenios habían cesado de producir por completo y toda la industria azucarera regional entró en una severa recesión que se extendió entre 1690 y 1760. (Crespo et al., pp. 89-90) 

Por su parte, de la Peña opina que esta crisis no se debió “ni a las secas, como en el sector agropecuario, ni a las disposiciones del virrey reformador, como ocurrió en los obrajes, ni al dar en agua y baja de la ley como en las minas, sino a la baja generalizada en el precio del azúcar” p. 104). Marca el inicio de este período de descenso hacia los años de 1620-1623 y considera bastante probable que se haya derivado de “un fenómeno de superproducción al que se unía el cierre de los mercados exteriores, el proteccionismo y buenas condiciones a los obrajes antillanos y el gran desarrollo de la producción y mejor comercialización brasileña muy manifiesta la primera a partir de 1629 sobre todo” (p. 104). Agrega que es, “en consecuencia, una contracción económica derivada del retraimiento que la coyuntura general imponía a la demanda por su signo recesionista, agravada por la política de la metrópoli” (p. 104). 

Otros factores que es probable también intervinieran en dicho estancamiento de la industria azucarera novohispana serían “el agravamiento de los problemas de financiación y el aumento de las dificultades para conseguir una adecuada competitividad en un mercado, tanto interior como exterior, en una progresiva recesión general, especialmente en lo que al mundo hispánico se refiere” (de la peña, p. 105). Añádase a lo anterior el hecho de que sólo los metales preciosos (plata, oro), la grana cochinilla y el añil ocupaban un lugar primordial en el comercio interoceánico reglamentado por la Corona; los demás productos, como el azúcar, cumplían una función subalterna. Además, también influían los elevados costos del embalaje de los panes de azúcar. El comercio hacia España (Veracruz-Sevilla) del azúcar novohispano resultaba poco práctico a la Corona porque la distancia era mayor que entre las Antillas y la metrópoli, lo cual encarecía los costos, de ahí que el tráfico de azúcares a Sevilla desde la Nueva España se vio prácticamente anulado en beneficio de los obrajes antillanos. Asimismo, señala de la Peña que “los costos de transporte desde los ingenios, salvedad de los jalapeños y veracruzanos, eran también superiores en Nueva España respecto a las islas o Brasil. De otro lado, los novohispanos no tenían unos circuitos de capitalización y comercialización como los que, en gran parte debido a judíos y conversos, poseían ya por estos años portugueses y holandeses” (p. 105). 

En cuanto a la fundación de nuevos ingenios y trapiches, al parecer, fue a partir de 1619 cuando empezaron a decrecer el número de licencias, la extensión de tierras de las haciendas azucareras y el importe de las inversiones hasta casi llegar a “paralizarse a mediados del siglo, aunque sin desaparecer del todo, llevando un ritmo lánguido durante el resto del XVII” (de la Peña, pp. 101-102). Resulta interesante considerar que para este período de recesión manifestado en la reducción del número de peticiones de licencias para fundar haciendas azucareras “dados los costos y las dificultades del mercado, se produjeron conversiones o reconversiones de haciendas azucareras al cultivo de cereal” (de la Peña, p. 102). Ofrezco como ejemplo, el caso del trapiche de Cuautepec que hacia 1732 fue convertido en una hacienda productora de trigo. Otra hacienda jesuita, la de Chicomocelo, también fue transformada en productora de trigo. Al parecer, la decisión de convertir los trapiches en haciendas trigueras fue un éxito porque resultaron mucho más productivas durante este período de recesión (von Wobeser, p. 54). 

A su vez, von Wobeser brinda su interpretación de la crisis azucarera novohispana y fija su punto de arranque hacia 1630 que se prolongó hasta 1730 aproximadamente, siendo las tres primeras décadas del siglo XVIII el momento de mayor dificultad. Entre las posibles causas de la recesión, esta autora enumera a las restricciones gubernamentales –la Corona española de un marcado interés inicial por la creación de ingenios y trapiches pasó a fines del  siglo XVI a la prohibición sistemática de nuevas fundaciones-, la baja continua del precio del azúcar a partir de 1630, la escasez de mano de obra (producida por el descenso demográfico que experimentó la Nueva España durante los siglos XVI y XVII, y por el retiro de los indígenas de repartimiento forzoso de las haciendas azucareras), el alza de precios de una serie de elementos indispensables para el funcionamiento  de los ingenios (esclavos, animales de trabajo, herramientas y metales, particularmente el cobre) comenta esta autora (p. 53). 

Según señala Sandoval, esta crisis terminó al iniciarse el segundo tercio del siglo XVIII cuando los precios comenzaron a subir. Al aumentar los precios, la producción siguió en ascenso. Al iniciarse esta recuperación todavía los precios no satisfacían del todo a los azucareros, inclusive, en 1788 se manifestaron en desacuerdo con los precios y señalaban que “por falta de venta y porque se les avinagraba con el mucho calor aún teniéndola en tanques subterráneos” los dueños de los ingenios llegaban a derramar las mieles de azúcar (Sandoval, pp. 162-163). No obstante, las cosas cambiaron al finalizar el siglo XVIII e iniciarse el XIX, “en 1798 el inspector del Ramo de Aguardiente Juan Espino informaba al administrador general de Aduana que «el subido precio» en que los fabricantes de aguardiente de caña estaban comprando las mieles, se prestaba a que los azucareros abusaran. La libertad de comercio del aguardiente de caña aumentaba la demanda de mieles y con ello la producción de las fábricas” (Sandoval, p. 163). Con el auge de la producción del aguardiente de caña volvieron a establecerse más trapiches en la Nueva España (Sandoval, p, 91). 

Noticias de las haciendas azucareras en el Valle de Cuautla (Plan de Amilpas) durante el siglo XVIII 

En este último punto deseo proporcionar algunos datos sobre Cuautla, también conocida como la Provincia de las Amilpas, que aparecen particularmente en la obra de Villaseñor y Sánchez escrita en la primera mitad del siglo XVIII. A mediados de esa centuria, México contaba con cerca de trescientas fincas azucareras que iban “desde  el zangarro humildísimo y los trapichillos, pasando por los trapiches grandes hasta los enormes ingenios poblados de gran cantidad de esclavos y operarios libres y con técnica y maquinaria a la altura de su tiempo, verdaderas empresas industriales de enorme significación económica” (Sandoval, p. 91). 

En agosto de 1732, el Valle de Cuautla contaba, según Mazari, con las siguientes haciendas, aunque este autor no aclara si todas se dedicaban a la producción azucarera: Tenextepango, Mapaxtlan y Mortero, Quahuixtla, Buenavista, Hospital, Santa Inés, Guadalupe, Casasano, Calderón, Quautepec, Chicomocelo, San Pedro Mártir y Huamango (p. 149). Por su parte, Sandoval cita a Villaseñor y Sánchez quien encontraba muy florecientes a Cuernavaca y Cuautla “indicando que en su recinto existían treinta y un ingenios o trapiches en los cuales servían mil seiscientos negros esclavos; sin embargo, es posible que su número, contando las fincas de los religiosos, llegase a cuarenta ingenios o trapiches en el siglo XVIII” (p. 102). 

En 1746, José Antonio Villaseñor y Sánchez ofrecía una detallada descripción de la jurisdicción de “Coautla, Amilpas, y sus Pueblos” en su obra titulada Theatro Americano. Describe al pueblo de Cuautla el cual era cabecera de la provincia en donde residía el alcalde mayor con el gobernador y demás oficiales de la República de Indios. Vivían allí 36 familias de españoles, 60 de mestizos, 40 de mulatos y 200 de indios “con tal disposición, que los Indios habitan en la mitad de la Población divididos en tres Barrios, y los Españoles, y demás calidades en la otra mitad” (Villaseñor, Libro I, Cap. XLII, p. 18). 

Luego del informe que brinda sobre la Alcaldía Mayor de Cuautla de Amilpas procede a describir los demás poblados comprendidos en el valle y, desde luego, los ingenios y trapiches que se hallaban en la región. Por ejemplo, el “Ingenio de hacer azúcar” de San Pedro Mártir que se hallaba al noroeste de Cuautla tenía “un sumptuoso Templo, y muchas casas, en las que viven cerca de quarenta familias de Españoles, Mestizos, y Mulatos, y en él assiste un Ministro Religioso para la administración de dichas familias, y también al crecido numero de Indios Gañanes, que sirven en ella, y en otra, que llaman la de Calderón, que se halla al Noruest, quarta al Norte, con trece familias de Mulatos, y muchos Indios Gañanes” (Villaseñor, Libro I, Cap. XLII, pp. 18-19). 

Hacia el suroeste de Anecuilco (Anenecuilco) a distancia de más de una legua se hallaba el trapiche o hacienda de Mapaztlan y aclara Villaseñor que: 

y a su inmediación está una Ranchería compuesta de veinte, y dos familias de Mestizos, y Mulatos, y contigua a ella ay otra Hacienda de moler metales de plata perteneciente al Real de Minas de Coautla; y entre varias, que se hallan descubiertas, sola está una en corriente, nombrada la Peregrina, de la que annualmente se saca cantidad de plata: este Real se halla al Suduest de la Cabezera principal, en distancia de doce leguas, y distante de él dos leguas al Sur Suduest, ay dos Ingenios de hacer azucar, y en los dos viven cincuenta, y seis familias de Españoles, Mestizos, y Mulatos, y para la administración assi de estos Ingenios, como de los Mineros, que trabajan en el Real, reside en él un Religioso Dominico, con título de Vicario de la Doctrina de Coautla.

[Hacia el noreste se hallaba el pueblo de Tlacotepec que] es Gobierno, y Republica de Indios, dista de la Cabezera seis leguas al Lest, quarta al Nordest, y en él senumeran seis familias de Españoles, ocho de Mestizos, y sesenta de Indios, y su administración es por Religiosos Augustinos de el Convento de este Pueblo, por el que pasa el caudaloso Rio de Amazinaque, de cuyas aguas logran copioso riego las muchas Huertas de varias especies de frutas, que se hallan en sus orillas, y los Ingenios de su curso.

Numeranse en el distrito de la Jurisdicción ocho Haciendas de labor con dilatados términos, las que annualmente producen abundantes cosechas de trigo, mayz, frixol, lenteja, cebada, alverjon, y otras semillas, que sirven de comercio a sus Vecinos, a mas de la abundancia de frutas, que cultivan los Indios en sus Huertas, y Jardines, siendo de igual entidad las porsiones de azucar, pilonsillo, y de miel, que se hace  en los Ingenios, o Trapiches, que se hallan en su recinto, cuyo temperamento es por la mayor parte caliente, y humedo (Villaseñor, Libro I, Cap. XLII, pp. 19-23. El autor hace referencia al pueblo de Temoaque, situado al sureste de la cabecera). 

En el período colonial tardío, comenta Sandoval, la Nueva España tuvo doce o catorce grandes ingenios (cuya maquinaria se movía por medio de rueda hidráulica), lo cual significaría, en proporción, un número pequeño entre las trescientas fincas azucareras calculadas por Sandoval para mediados del siglo XVIII; sin embargo, “estos grandes ingenios producían azúcar blanca que los trapiches no fabricaban y por su maquinaria representaban a la verdadera industria azucarera”. Estos ingenios contaban, según este autor, con “casas de habitación para los dueños, los empleados y los religiosos; “reales” o pueblos en donde vivían los esclavos negros, y “real” de indios, que en el siglo XVIII eran gañanes acasillados en la hacienda. Además de extensos cañaverales, sitios de ganado mayor y menor, maizales, campos de trigo, tomas de agua y sus imprescindibles acueductos que dieron su nota característica a los ingenios” (Sandoval, pp. 133-134). 

Por último, quisiera señalar que creo que el principal objetivo de este escrito fue alcanzado en términos generales, es decir, aportar información sobre el desarrollo de la industria azucarera durante la época colonial en la región de Cuautla o Valle de las Amilpas. No es mi intención cansar al lector con otras reflexiones, baste decir que esta zona fue cuna y protagonista de una lucha social encabezada por los pueblos indígenas que habían sido despojados paulatinamente de sus tierras por los hacendados latifundistas; así, no es casual que aquí se reprodujera la demanda campesinista rusa de “Tierra y libertad” en boca de Emiliano Zapata y sus seguidores en 1910. Comenta Morales Ríos: 

En el territorio morelense existieron conflictos de todo tipo, ya fueran por tierras, o por agua, o por la forma de pago. Estos conflictos nunca cesaron ni perdieron fuerza, muchos de estos tuvieron sus orígenes en los siglos coloniales, otros más se desarrollaron durante el siglo XIX. De cualquier forma todos estos conflictos terminaron desembocando en el movimiento agrario Zapatista de 1910-1911. (p. 6) 

Y para cerrar con algo dulce, nada mejor que una receta con azúcar que se halla incluida en el Nuevo Cocinero Mexicano en forma de Diccionario de 1888: 

ALFEÑIQUE. Se escoge el azúcar de un pilon ó pan que tenga una veta negra, y se hace almíbar de medio punto, que se clarifica con limon y clara de huevo. Se guarda hasta el dia siguiente, en que sacándose porciones pequeñas, se ponen estas á hervir hasta que tengan el punto de quebrar en el agua : se echan en un cajete húmedo y se levantan en una piedra lisa ó mármol, estirándose hasta que estén muy blancas, y formándose con ellas las figuras que se quieran. (p. 18) 

FUENTES EMPLEADAS 

Arenas, Francisco Javier, Un viaje por México: Estado de Morelos, México, Porrúa, 1968 

Barrett, Ward, La hacienda azucarera de los Marqueses del Valle, México, Siglo XXI Editores, 1977 

Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la lengua Castellana o Española, [1611], Barcelona, S.A. Horta, I. E., 1943 

Crespo, Horacio et al., Historia del azúcar en México, México, FCE, 1988. Volumen I. 

de la Peña, José F., Oligarquía y propiedad en Nueva España 1550-1624, México, FCE, 1983 

Diccionario Porrúa. Historia, biografía y geografía de México, México, Editorial Porrúa, 1986 

Maldonado Jiménez, Druzo, Cuauhnáhuac y Huaxtepec (Tlalhuicas y Xochimilcas en el Morelos prehispánico), Morelos, UNAM-CRIM, 1990 

Mazari, Manuel, Bosquejo histórico del Estado de Morelos, México, publicación del autor, 1966 

Morales Ríos, Mónica Silvy, “De lo dulce a lo amargo. La realidad de las Haciendas Azucareras en Morelos”, en Passus, México, N° 1, año 1, agosto, 2008, pp. 2-8 

Nuevo Cocinero Mexicano en forma de Diccionario (Reproducción facsimilar de la edición de 1888), prólogo de Guadalupe Rivera, México, Miguel Ángel Porrúa, librero-editor, 1986   

Sandoval, Fernando, La industria del azúcar en Nueva España, México, UNAM, 1951 

Villaseñor y Sánchez, José Antonio, Theatro Americano. La región de Morelos en 1749. Summa Morelense, Ediciones del Gobierno del Estado de Morelos 

von Wobeser, Gisela, San Carlos Borromeo: endeudamiento de una hacienda colonial (1608-1729), México,  UNAM-IIH, México 

Ramo Tierras, volumen 1288, expediente 4, año de 1797 del Archivo General de la Nación, México.

 

Parte central de la Nueva España,  siglo XVIII[11]

 

 

Mapa de Quautla (sic) Morelos, año de 1589. Signatario. Pedro de la Piedra, alcalde.[12] 


 

[1] La bonanza de las haciendas azucareras novohispanas se fincó en la explotación de la mano de obra indígena y africana. No obstante, un largo período de decaimiento económico asoló a las plantaciones, ingenios y trapiches a consecuencia de la fuerte crisis de la industria azucarera ocurrida entre 1630 y 1730 en la Nueva España.

[2] Al parecer, los primeros contactos de Cortés con la industria del azúcar se dieron durante su estancia en las Antillas y de hecho fue el primero “que la trasplantó al Continente fundando, hacia 1524, el ingenio de Tuxtla en el actual estado de Veracruz”. Sin embargo, es probable que la producción de azúcar se iniciara en el área de Morelos hacia 1528 cuando Cortés se dirigió a España puesto que “la primera Audiencia cedió, durante su ausencia, su encomienda de Cuernavaca a Antonio Serrano de Cordona o Villarroel, enemigo de cortés. Villarroel compró tierras a los indios de Cuernavaca para fundar el primer ingenio de la región, el que llevó el nombre de Axomulco” (von Wobeser, pp. 47-48).

Cuando el conquistador regresó de España tomó posesión de su señorío e inmediatamente inició un pleito en contra de Serrano por haber usurpado sus tierras estableciendo el ingenio. Luego, Cortés plantó algunas extensiones de caña en Morelos y fundó el ingenio de Tlaltenango hacia 1536 que, como aventura von Wobeser, pudo ser para contrarrestar la influencia de su poderoso rival. Años más tarde, “el ingenio de Axomulco fue adquirido por los descendientes de Cortés, quienes lo destruyeron hacia 1574, integrando su maquinaria al de Tlaltenango”. De cualquier forma, este ingenio también desapareció porque la región donde se hallaba no tenía el clima adecuado para el cultivo de la caña de azúcar. Para 1642, fueron trasladados la maquinaria, el ganado, los aperos y los esclavos al nuevo ingenio de Atlacomulco (von Wobeser, p. 48).

[3] Fr. Diego Basalenque, Historia de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán, Morelia, Balsal Editores, Colección Documentos y Testimonios, 1989, pp. 244-245.

[4] Entre 1581 y 1620, coincidiendo con el periodo de mayor auge de los precios de azúcar, se registraron cuarenta y cuatro fundaciones de trapiches, cañaverales o ampliaciones de las zonas de cultivo en las areas de Cuautla y Yautepec, una cifra muy elocuente para demostrar el enorme interés que despertaba el negocio azucarero y el atractivo que ejercía la region para la inversion en el sector. […] Varios de estos trapiches fueron el origen de grandes ingenios, propiedad de órdenes religiosas como El Hospital, San Pedro Mártir Cuahuixtla y Xochimancas, de los frailes hipólitos, de los dominicos y de los jesuitas, respectivamente, y de los laicos, como Santa Bárbara Calderón, Santa Inés, Guadalupe y Casasano en la zona de Cuautla, y San Diego Atlihuayan, San Carlos Borromeo, Pantitlán, Cocoyoc, Apanquetzalco y Juchiquetzalco, en la de Yautepec. (Crespo el al., p. 88)

[5] Huacal, caja de madera.

[6] Coa, instrumento de labranza de origen prehispánico en México.

[7] Archivo General de la Nación (AGN), Ramo Tierras, volumen 1288, expediente 4, año de 1797. Se respeta la ortografía original del documento.

[8] Archivo General de la Nación (AGN), Ramo Tierras, volumen 1288, expediente 4, año de 1797.

[9] Archivo General de la Nación (AGN), Ramo Tierras, volumen 1288, expediente 4, año de 1797.

[10] Elijo este período porque es el que manejan la mayoría de los autores consultados, aunque en algunos casos la crisis se extendió hasta 1760 en Cuautla y Yautepec. (Crespo et al., p. 90)

[11] Carlos Paredes Martínez (introducción y paleografía), Descripciones Geográficas del Obispado de Michoacán en el siglo XVIII, Publicaciones de la Casa Chata, México, CIESAS-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2005.

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