HISTORIA DEL CONEJO

Carlos Azcoytia
Actualización: Agosto 2007

Si existe un animal amado y odiado al mismo tiempo, y con la misma intensidad, no dudaría en decir que es el conejo; su abundancia arruina las cosechas y su escasez desequilibra el ecosistema, siendo en la antigüedad una importante fuente de proteínas de la población. Esto me recuerda una canción popular en la que se dice: "ni contigo ni sin tí mis males tienen remedio, contigo porque me matas, sin tí porque yo muero" y eso es lo que siempre ocurrió con este animal.

Por estudio de fósiles se sabe que es una especie muy antigua y que antes de la última glaciación habitaba casi toda Europa; con el enfriamiento del continente por las glaciaciones se fueron desplazando hasta quedar relegados a España y norte de África, siendo aquí donde comienza la historia de su convivencia con los humanos.

Estudiando la 'Geografía Hispana' de Estrabón, para otro artículo relacionado con las costumbres alimenticias hace dos mil años, encontré una magnífica referencia de estos roedores a los que llamaban 'pequeña liebre' y que tanto Barrón, Plinio y Eliano igualmente describen. Hablando de la Turdetania, lo que hoy podría identificarse como Andalucía, dice Estrabón lo siguiente: "Es muy grande también el número de ganado y de la caza. Gran ventaja es que faltan animales dañinos. Sólo los conejos abundan y hacen mucho daño a plantas y sembrados, comiendo las raíces", algo que ocurrió hasta la llegada de la mixomatosis hacia la mitad del siglo XX, pero dejemos para más adelante este acontecimiento porque de lo contrario ya podía dar por terminado este artículo.

En época de Estrabón el conejo sólo era conocido en el norte de África, España, sur de la Provenza en Francia, islas Baleares, Córcega y Cerdeña, conociendo los romanos al conejo después del año 218 a.C. en sus guerras ibéricas, de hecho su nombre proviene del ibérico cuniculus que era el nombre que le daban a las minas o túneles que hacían bajo tierra para hacer sus madrigueras y esconderse.

Claudio Eliano (170 d.C.-244 o 249 d.C.) en su 'Historia de los Animales' comenta sobre el conejo: "Existe otra especie distinta de liebre, de complexión pequeña, y que no crece más. Su nombre es conejo. No soy inventor de nuevos nombres, razón por la cual en esta historia conservo también la denominación de origen que le pusieron los íberos de Hesperia, entre quienes se cría y es abundante. Pues bien, su color, a diferencia del de las otras especies, es negro y tiene un rabo pequeño, pero en lo demás, allá se va con las otras especies antes mencionadas. Bueno, difiere también en el tamaño de la cabeza, pues la de éste es más pequeña y es una cosa tremenda la poca carne que tiene en ella, y es más corta. Es más lascivo que las restantes liebres..., por lo que se solivianta y enloquece cuando anda tras la hembra".

Era tan frecuente el conejo en España, según Cátulo, que en las monedas de Adriano el conejo aparece como símbolo de Iberia. A tanto llegó su poder de destrucción que según Estrabón “los habitantes de Baleares, no pudiendo resistir a los conejos, pidieron a los Romanos otras tierras”, corroborado también por Plinio, el cual se expande diciendo que los habitantes de Baleares padecían hambre y pidieron a Augusto que les enviase soldados para combatirlos, posiblemente recogido de un párrafo de Posidonio.

Según los escritores antiguos los conejos de Baleares descendían de una pareja que fue llevada allí y Estrabón comenta, refiriéndose a la petición de los habitantes de Baleares, que “sólo en tiempo de gran abundancia de conejos hace falta este medio extraño de combatirlos con soldados, sucediendo tal abundancia ‘pestífera’, algunas veces también con otros animales dañinos como culebras o ratones”. También cuenta que “el hurón se emplea contra los conejos y es llevado de África”. Es posible que este animal, el hurón, ya fuera conocido por los Tartessios, pueblo que habitaba en Andalucía, ya que hay una referencia de Herodoto al respecto.

Describe Estrabón la caza del conejo con hurón, los cuales se metían dentro de las madrigueras, conejeras o cuniculus y los cogían con las uñas o los obligaba a salir de su madriguera para ser matados por el cazador que los esperaba.


Pipa de boquilla hecha de la canilla de un conejo propiedad del autor de este artículo.

Desde entonces el conejo sirvió como alimento y ruina de muchas cosechas, así como sustento de unas cuarenta especies de la fauna ibérica, estando considerado básico en el conjunto de las especies que integran la fauna del bosque mediterráneo por servir de comida a un gran grupo de carnívoros encabezados por el lince, en extinción por la desaparición de este roedor al formar el 80% de su dieta, el jabalí, los reptiles, el lagarto ocelado, el erizo y todo tipo de aves carnívoras.

Una característica de este animal, cuya longevidad es de tres o cuatro años, es su fecundidad, que en unas condiciones normales, según el biólogo W.G. Foster, puede llegar, una pareja, a tener a lo largo de su vida 1.848 crías y para muestra baste un botón, como decía mi abuela, y el ejemplo lo tenemos en Australia, donde un granjero introdujo tres parejas y a los tres años se calculaba que había catorce millones de conejos en dicho continente gracias a que no había ningún depredador que limitara su crecimiento demográfico.

Ahora viene la nota jocosa, porque se idearon muchas formas de combatirlos, entre la que se encontraba el soltar zorros para que los cazaran, pero los dichos populares son sabios y el zorro se comportó como tal, de forma astuta se dio cuenta que había otras especies que no corrían tanto y que no les hacían la vida tan difícil, como eran los marsupiales que no estaban acostumbrados a la presencia de depredadores, y para infortunio de los adoradores de la cerveza Foster se encontraron con un doble problema, y es como digo: 'las desgracias nunca vienen solas' porque tras la importación de ovejas que desertizaron la mayor parte del país, llegaron los conejos y para terminar los zorros se están comiendo a los pocos animales que quedan, vamos que están dejando el país hecho un asquito, estimándose en la actualidad que hay unos trescientos millones de conejos y de zorros para que contarlos.

Las trompetas del apocalipsis para los conejos sonó en el año 1952 cuando un iluminado médico francés, con muy mala leche, el Dr. Armand Delille, se le ocurrió eliminar a los animales que arruinaban sus viñedos, y como un malvado de baja estopa inoculó el virus de la mixomatosis a unos conejos, enfermedad que se transmitió por los mosquitos y las pulgas, creando una verdadera pandemia que diezmó en tan sólo siete años casi toda la población de la península ibérica, llegando en algunos lugares a matar al 95% de ellos.

Yo, por mi edad, he tenido la suerte de conocer los campos y las sierras llenas de conejos al atardecer, en concreto recuerdo un atardecer en Loranca de Tajuna (Guadalajara) donde en una loma pude contar más de cien conejos que corrían sin miedo delante mía.

En el año 1988 un virus procedente de China, también creado por el hombre, el EVH, volvió a diezmar a la población de conejos de España, con el agravante que mientras la mixomatosis atacaba en verano el nuevo virus mataba en invierno dejando el país casi despoblado. Tan grave son las epidemias que han unirse a las federaciones de caza con el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología para encontrar una vacuna eficaz contra dichas enfermedades y que puedan trasmitirse de igual forma que esta.

¿Estamos en el ocaso de la existencia de los conejos por la estupidez del ser humano o es posible que todavía exista un atisbo de volver a ver los campos llenos de estos animales?, eso es algo que debemos esperar con la ilusión de que otras especies dependientes no desaparezcan con ellos, como es el caso del lince ibérico.

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