Los tenedores, cuchillos, cucharas, saleros, platos, todos ellos son artefactos con funciones específicas. Estas funciones han correspondido siempre a las necesidades sentidas por sus dueños o usuarios. Estas necesidades han sido muy diversas entre sí, como evitar el contacto directo con la comida (por higiene) o la necesidad de prestigio social mediante el uso de artefactos hechos ad hoc para el acto de comer y que las clases influyentes pusieron “de moda” en diversas épocas y lugares. 

 

Cubiertos de mesa. Segunda década del siglo XX.  

El mero uso de estos objetos podía constituir per se un mensaje de “cosmopolitismo”, “poder” y “distinción social”. Pero también es verdad que el material de que estaban hechos y su ornamentación —los detalles accidentales, no esenciales— generaban o reforzaban dichos mensajes. No era lo mismo usar cucharas de madera o metal común que usarlas de plata. Comer en platos o escudillas de madera o barro no significaba socialmente lo mismo que cuando se usaban piezas de porcelana china o de plata.    

Los enormes recursos de la Nueva España —particularmente los argentíferos— dotaron a la inmensa mayoría de la población con la posibilidad de contar con servicios de mesa de plata, de acuerdo a las posibilidades de ingresos y generación de excedentes de cada familia o individuo. Sin duda alguna, la plata es el metal mexicano por excelencia, como lo fue para la Nueva España.

En el septentrión del virreinato se ubicaba la Gobernación o Reino de la Nueva Vizcaya, cuyo enorme territorio superaba en cien mil kilómetros cuadrados la actual superficie de España. Durante 200 años comprendió en su jurisdicción lo que ahora son los estados mexicanos de Durango, Chihuahua, Sonora, Sinaloa y el sur del estado de Coahuila.[1] Los inventarios que se utilizaron para este artículo corresponden al sur de Coahuila en los siglos XVII y XVIII, particularmente lo que fueron la villa de Santiago del Saltillo (ahora capital del estado) y el pueblo de Santa María de las Parras.

En la villa de Santiago del Saltillo de la Nueva Vizcaya se estableció un vitivinicultor —aproximadamente en 1640— nacido en Consuegra y vecino de Parras: Juan González de Paredes,[2] casado con la criolla María de Olea.[3] Con las bodegas parrenses de San Lorenzo —propiedad de su compadre don Francisco Gutiérrez Barrientos— en mente,[4] Juan González adquirió hacia 1640 la hacienda de San Juan Bautista, llamada desde entonces “de los González” o simplemente “Los González”, ubicada a unos 4 kilómetros al noreste de Saltillo. Esta hacienda contaba con 4 caballerías de tierras agrícolas y dos sitios de ganado menor (1,732 hectáreas en total) con sus derechos de agua de la acequia y la merced de los ojos de agua de “Manteca” y “Los Babanos”.[5] En sus tierras, Juan González plantó entre 14,000 y 20,000 cepas de vitis vinífera.[6]  En 1666 se calculaba que la inversión hecha por González de Paredes en el viñedo, bodega, vasijas, y lagar se llevaba aproximadamente el 77 % de la inversión total de la hacienda.[7] Su fuerza principal de trabajo era una encomienda de indios “Jumanes”.[8] San Juan Bautista de los González producía asimismo trigo, maíz, chile (ají), maiz, piscete (una variedad silvestre de tabaco llamada piscietl en Náhuatl) y carne. En la hacienda también se criaban caballos. Juan González era pues benemérito, pequeño terrateniente y productor agropecuario. Estaba emparentado con las principales familias de pobladores y militares del Saltillo.

Siglo XVII. El servicio de mesa en el Saltillo y Parras.

Como en el resto de la Nueva España, en la Nueva Vizcaya del siglo XVII la posesión de servicios de mesa respondía a la necesidad percibida de contar con artefactos de uso individual para contener y manipular los alimentos preparados, particularmente para el momento de su consumo. La cuchara era el artefacto que se usaba para transportar los alimentos entre el plato u otro recipiente, y la boca. Su uso y difusión en la Nueva Vizcaya fue anterior a la del tenedor. Ahora bien —como mencionamos anteriormente— el hecho de que tales objetos pudieran estar hechos de cerámica, metales comunes o de plata, sugiere diferentes lecturas.

Los inventarios levantados en 1663 en la hacienda de San Juan Bautista de los González muestran que, por lo que se refiere a servicio de mesa, había solamente objetos de plata: un plato grande, otro plato; dos tembladeras y algunas cucharas pequeñas. En otro inventario levantado en la misma hacienda en 1665, se consigna el peso de estos artefactos:  nueve marcos y seis onzas de plata labrada, es decir, dos kilos y doscientos cuarenta y dos gramos.

Puede decirse que para los habitantes de la Nueva España en general, la plata era símbolo de prestigio social (nobleza) y de riqueza 6 además de constituir un excedente con valor metálico de fácil intercambio. En San Juan Bautista, el valor suntuario y el práctico se amalgamaban en el servicio de la mesa.  Notamos que los objetos descritos conformaban el “ajuar básico”: los platos para servir la comida; las tembladeras, que eran recipientes anchos, redondos, con base y con dos asas a los lados,7 que servían para contener alimentos líquidos en la mesa. Encontramos también las cucharas, pequeñas en este caso. Puesto que son raras las piezas de platería civil novohispana del siglo XVII que han sobrevivido el paso del tiempo, y porque por lo general proceden del centro de lo que hoy es México, no deja de ser interesante contar al menos con la descripción de las piezas de esta platería civil en el Septentrión Novohispano, y que por cierto, no eran piezas difíciles de encontrar.

            Notamos también que el ajuar de San Juan Bautista era para dos personas, seguramente para don Juan González y para su mujer, doña María de Olea.  En su testamento, aquél dice poseer menaje de plata en su casa de la villa, aparte de los objetos descritos.8  

            En el Saltillo, como en otras partes, la plata  y los objetos elaborados con ella se clasificaban siempre con criterios fiscales.  La plata del diezmo era la que pagaba de impuesto sólo un 10% de su valor, por estar en posesión del minero (reconocido como tal) que la produjo.  La plata de un minero pagaba, pues, menos impuestos.  Si el minero la vendía, esta plata cambiaba de estatus y se convertía en plata de rescate y para fines taxativos, pagaba un 20% de su valor (un quinto).  La plata quintada era aquella que ya había pagado el impuesto del quinto, y se le ponía la marca que lo evidenciaba 12 .

            Desde el punto de vista de la relación entre artefactos e inventarios, estas distinciones, son interesantes en cuanto nos dan cuenta de algo más que su valor intrínseco o función.  La plata del diezmo sólo puede aparecer en el inventario de un minero.  Así aparece designada una parte de la plata del capitán Domingo de la Fuente, poblador, encomendero, comerciante y vecino y miembro del gobierno de la villa del Saltillo. En la enumeración de los bienes del presbítero don Pedro de la Cerda, no se le designa explícitamente por su nombre, pero fue inventariada aparte de la plata quintada y de la de rescate; y en ese caso estamos ante la figura de un presbítero-minero, nada extraño en aquella época y lugar.

            La totalidad de la plata que se menciona en la hacienda de San Juan Bautista es designada como “plata labrada del rescate”, lo cual implica, en primer lugar, que don Juan González no era minero productor de ese metal; en segundo lugar, que los objetos manufacturados (plata labrada) fueron adquiridos por compra y aún no estaban quintados. Por lo que se refiere al servicio de mesa, San Juan Bautista contaba con los mismos artefactos que solía haber en las “mesas hidalgas” del Saltillo del siglo XVII. Platos, tembladeras, cucharas, aunque desde luego, su uso era privilegio de los señores de la casa. Llama la atención que no hay referencia alguna a los tenedores en ninguno de los inventarios saltillenses del siglo XVII incluidos en la muestra.13

            En casa del ya mencionado Capitán Domingo de la Fuente encontramos en 1646 el menaje de plata labrada, que consistía en un plato, una tembladera grande, otras cuatro tembladeras “normales”; un salero, otro medio salero; dos cucharas y una cucharita.

            En 1651, en casa del cura beneficiado del Saltillo, don Pedro de la Cerda, encontramos la mayor cantidad y diversidad de cubiertos de mesa de plata: tres platones, tres tembladeras, dos jarros (uno de ellos grande), tres saleros, una taza, siete platillos, siete cucharas, unas cucharillas, un cucharón. Había además un barquillo aovado y tres veneras.  Tan sólo en servicio de mesa de plata, el beneficiado poseía 46 kilogramos del metal precioso.

            En casa del capitán Nicolás de Asco, en Parras (1690) encontramos “un salero de plata que pesó dos marcos”, es decir, casi medio kilo (460 gramos).

Contrastando con lo anterior, María de Herrera, quien era descendiente de conquistadores y pobladores venidos a menos, no poseía más plata que una cajita de polvos, y la tenía empeñada en seis reales.

            Sin pretender contar con una muestra saltillense estadísticamente completa desde el punto de vista cuantitativo —las casas de un hacendado-encomendero, un capitán-encomendero-comerciante y un cura beneficiado— consideramos que, dadas las coincidencias, es bastante representativa, sobre todo al contrastar con los dos vecinos de Parras que se mencionan: el capitán Nicolás de Asco (siglo XVII) y don Pablo José Pérez (siglo XVIII).

Siglo XVIII. Parras

A inicios del último tercio del siglo XVIII, don Pablo José Pérez era vecino de Santa María de las Parras,[9] cosechero español o criollo,[10] miembro “del comercio”[11] y mayordomo de la Cofradía del Santo Ecce Homo que se veneraba en el santuario de nuestra Señora de Guadalupe de dicho pueblo.[12]  Era dueño de una casa con su tienda anexa ubicada en la céntrica Calle Real o de Guanajuato, y en su mesa —como sucedía en cualquier casa acomodada de la Nueva España— se comía con platos y cubiertos de plata.[13] En este caso, se trataba de objetos que totalizaban un peso de 18 marcos de plata menos una onza, esto es, 3 kilos con 910 gramos. Se trataba de 4 platos, 10 cucharas, 10 tenedores, un salero y un vasito, valuados en $107 pesos de la época. Don Pablo José era propietario de dos pequeñas viñas llamadas “del Escultor” y de “la Orilla del Agua.”

A partir del inventario de su servicio de mesa, podemos concluir que los tenedores ya eran artefactos de uso común en la Parras de la segunda mitad del siglo XVIII. 

Siglos XVII y XVIII. La Talavera poblana.

En los inventarios de la hacienda de San Juan Bautista de los González no se menciona ningún plato de loza, por lo que suponemos que la gente de servicio no los utilizaba, a pesar de que consta que en los comercios del Saltillo en esa época se vendían platos de barro de la Puebla9 .  

Loza estilo Talavera poblana 

La loza poblana (Talavera novohispana) era bastante popular en las mesas de los habitantes de la Nueva Vizcaya en los siglos XVII y XVIII. En la sucesión hereditaria del Capitán Nicolás de Asco, en 1690 en Parras, encontramos “dos dozenas de platos y dos de escudillas de la Puebla...”.10  En el inventario levantado en la casa y tienda de los Pérez Medina en Parras en los meses de junio-julio de 1773, se contaban entre los “efectos de tienda” “seis docenas y dos platos de Talabera a quatro rr(eale)s dozena”.[14] Hoy en día, un plato de aquéllos sería el orgullo de cualquier coleccionista de antigüedades del mundo. Según leemos, en Parras se vendían por apenas cincuenta centavos de peso mexicano la docena, es decir, aproximadamente 1/24 de euro.  

            Las familias que gozaban de títulos de Castilla y una renta apropiada, mandaban hacer sus vajillas de porcelana a China, poniendo cuidado de que se representaran en ellos las armas familiares.   

Armas del marqués de Jaral de Berrio en porcelana china.
Siglo XVIII. Colección del Museo Franz Mayer. México.

 


[1] Alessio Robles, Vito. Coahuila y Texas en la época colonial. P. 163.

[2] De acuerdo a nuestra nomenclatura actual, Juan se apellidaría González Santos. Pero él y sus descendientes usaban el González de Paredes como un solo apellido.

[3] Corona Páez, Sergio Antonio. San Juan Bautista de los González. Cultura material, producción y consumo de una hacienda saltillense en el siglo XVII. Archivo Municipal de Saltillo – Universidad Iberoamericana Torreón. México. 1997.

[4] El 29 de marzo de 1637 fue bautizada en Parras Juana, hija de “Joan Gonçalez y María de Olea, su mujer, españoles.” Los padrinos fueron Francisco Gutiérrez Barrientos y doña María de Cárdenas, su mujer. El 2 de abril de 1641 fue bautizada —también en en Parras— Beatriz, hija de “Joan Gonçalez y María de Olea. su mujer” Los padrinos fueron “Pedro de Amaya y Beatris de Cárdenas, su mujer.”  Vid Libro 1 de Bautismos de la parroquia de Santa María de las Parras. Fondo Sacramentos del AHCSILP. No deja de ser interesante notar que el compadre de Juan González de Paredes, Francisco Gutiérrez Barrientos (padrino y tío materno de la recién bautizada Juana González Olea) era uno de los primeros vitivinicultores parrenses y por las fechas del bautismo dueño de la hacienda y bodegas de San Lorenzo.

[5] Archivo Municipal de Saltillo (AMS). Testamento de Juan González. 17 de septiembre de 1663. Testamentos 1; caja 2; expediente 7

[6] Ibid.

[7] Unos $ 5,399 pesos de la época. Ibid.

[8] Esta encomienda se la otorgó el gobernador de la Nueva Vizcaya, y subsistía en 1666. Vid Juan González: testamento.

6 John C. Super en su obra La vida en Querétaro durante la colonia 1531-1810 al hablar del siglo XVII, nos dice (p.128) “Las inversiones en plata se habían convertido en una costumbre común en los residentes del Querétaro recién enriquecidos; y los miembros del clero, los agricultores y los ganaderos, los que comerciaban con seda e indios compraban plata.  La cantidad era variable, e iba de 29 marcos a mas de 200.  La plata tenía sus propios atractivos para los inversionistas; proporcionaba a sus dueños cierto alivio frenta a la inestabilidad económica y, lo que es más importante, les daba fuerza en una economía en que había escasez de esa mercancía.  Así, la propiedad de la plata era equivalente al prestigio social tanto como a la riqueza”. Lawrense Anderson escribe en su excelente obra “El Arte de la Platería en México”, en su capítulo V denominado “La platería del siglo XVII”: “Ademas, no habiendo ni bancos, ni billetes ni acciones, la única riqueza portátil acumulable fue el oro y la plata.  Gran parte del tesoro así acumulado tomo la forma de plata labrada, que era útil, lujosa, y de fácil realización” (PP.121-122).Por su parte, Doris M. Ladd en su obra La nobleza mexicana en la época de la independencia, 1780-1826, en el capítulo “El estilo de vida de la nobleza”, y sin referirlo a una época específica, dice: “La vida en la ciudad era también costosa por la ostentación que los nobles debían reflejar en las actividades más mundanas.  Una familia de nobles comía en platos importados de China -Compañía de Indias- y usaba vajillas de plata que valían miles de pesos” (p.99).

7 Tembladera: “vaso ancho de plata, oro o vidrio, de figura redonda, con dos asas a los lados y un pequeño asiento.  Las hay de muchos tamaños, y se hacen reg larmente de una hoja muy delgada que parece que tiembla”. Diccionario Espasa; Espasa Calpe. S.A.; 5a. Edición, Madrid, 1983. Tomo 5.

8 En su testamento, Juan González menciona “...todo el omenaje de cassa que (tengo en la) villa y dos plattos de plata uno grande y otro... y dos tembladeras y algunas cucharas pequeñas” (fojas 1vta; 2). Esto significa que tenía cubiertos de plata tanto en la casa de la villa (Saltillo) como en la Hacienda.  En 1665 se contabilizan por peso (9 marcos y 6 onzas) y por su valor de cincuenta y seis pesos (fo ja 13).

12 Véase Bakewell: “Minería y sociedad en el México Colonial. Zacatecas (1546-1700)”. Fondo de Cultura Económica. México.

13 Para Jean-Louis Flandrin, los cubiertos de mesa constituyeron una innovación que respondía a una necesidad de mayor higiene, proscribiendo con su aparición la costumbre de usar un plato común en el cual los comensales metían los dedos para llevárselos a la boca, costumbre que subsistía en Francia en los siglos XVII  y XVIII. Cfr. Jean-Louis Flandrin: La distinción a través del gusto en“Historia de la vida privada de Philippe Arles y Georges Duby, directores. Editorial Taurus. Madrid. 1992. Tomo V: “El proceso de cambio en la sociedad de los siglos

XVI-XVII”; pp.267-268.

[9] Archivo Histórico del Colegio de San Ignacio de Loyola de Parras (AHCSILP), expediente 323. Copia de la Universidad Iberoamericana Torreón.

[10] En la España del siglo XVIII, los cosecheros de vinos eran los viticultores. Sus funciones consistían en el cultivo de la vid y la elaboración del mosto y de vinos en claro y añejos. Vid Vid Maldonado Rosso, Javier. (Tesis Doctoral) La formación del capitalismo en el Marco del Jerez. De la vitivinicultura tradicional a la agroindustria vinatera moderna (siglos XVIII y XIX). Huerga & Fierro Editores. 1998. El Puerto de Santa María. España. pp. 44-45. En Parras, eran considerados cosecheros aquellos que vinificaban las uvas de sus propios viñedos, en contraposición a los que compraban la uva (uva de comercio) para vinificarla (comerciantes). Sabemos que don Pablo Jose Pérez era español o criollo porque no gozaba de dotación de agua del pueblo, y porque era uno de los vecinos a quienes los tlaxcaltecas disputaban la posesión de predios en el Pueblo cuando llevaron el pleito a la real Audiencia de Guadalajara. Por esta razón, el albacea de los bienes de la familia Pérez Medina entregó una carga de vino como contribución a la defensa de la causa anti-tlaxcalteca. AHCSILP, expediente 325, foja 23-vta. 

[11] “De el comercio de Parras” AHCSILP, expediente 323, fojas 5, 7, 64-vta. Vid Inventario.

[12] AHCSILP, expediente 710. Mayo de 1771. Información sobre la producción vinícola y demás ingresos y rentas de las Cofradías de Parras.

[13] El marco de plata constaba de 8 onzas y pesaba 0.230 kilos.

9 En el inventario de bienes del Capitán Domingo de la Fuente. ya citado, se mencionan como trastes de tienda es decir, objetos del comercio del Capitán que estaban a la venta, “una dosena de platos de la Puebla”. 

10 AHCSILP. Testamento Sucesión hereditaria del Capitán Nicolás de Asco, Parras, 1690, expediente 306.   

[14] AHCSILP, expediente 323.

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