El origen de los primeros olivos que se plantaron en la zona del Pacífico comprendida entre Chile, Argentina y Perú se le debe al talaverano, y uno de los conquistadores de Chile, Francisco de Aguirre de Meneses (1508-1581). En concreto la actividad olivarera comenzó en Argentina el año 1562 cuando se plantaron esquejes traídos del Perú, pero el origen del olivo actual en Argentina habría que buscarlo en la leyenda popular porque este desapareció por avatares históricos, envolviendo todo en un mito que ha llegado hasta nuestros días. Este mito cuenta que siendo Virrey del Perú, Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, (1667-1672, duración de su virreinato) el cual ordenó la tala de todos los olivares que estaban plantados en los terrenos de su jurisdicción como consecuencia de otra orden, esta  real, que se interesaba en el comercio con España y cuya economía precisaba una reordenación y racionalización de las distintas producciones agrícolas para evitar la inflación y mantener los precios.

Las fuerzas a su cargo fueron las encargadas de que la orden real y virreinal se llevara a cabo y todos los olivos fueron talados o arrancado... bueno, todos no, y aquí entra la leyenda con tintes entre bíblicos y mitológicos; en la villa de Aimogasta, departamento de Arauco, en la actual provincia de La Rioja, una anciana, por razones que desconocemos, cubrió con su manto un esqueje de olivo, por lo que pasó desapercibido a la vista de los probos funcionarios. Con el tiempo la pequeña planta se convirtió en árbol y de él salieron todos los que hoy se conocen en esa región y que, quizá siguiendo las leyes de Mendelson por los continuos cruces, origino una nueva variedad que recibió el nombre de Arauco, original nombre que viene del lugar de origen.

 Pese a todo lo contado lo cierto es que en Argentina no se tuvo una cultura olivarera hasta finales del siglo XIX, que es cuando se producen las grandes migraciones desde Europa como consecuencia del despoblamiento de los campos y principio de la era industrial. Es entonces, como resultado de las costumbres alimenticias traídas de sus respectivos países, sobre todo de Italia, cuando se crea la necesidad de abastecer el mercado de aceite de oliva, el cual es importado desde España principalmente.

Los acontecimientos políticos y sociales en España hacen que se tenga desabastecimiento en el mercado argentino, por lo que en 1932 se promulga la ley de Fomento núm. 11.643 por la cual se promociona el cultivo del olivo, imponiendo fuertes tasas aduaneras a estos productos, posteriormente se sanciona también otra ley de Olivicultura en 1946, núm. 12.916 dirigida al mismo fin. Pero no es hasta 1954, y como consecuencia del desabastecimiento total como consecuencia de la posguerra civil española, cuando nace el slogan ‘Haga patria, plante un olivo’ que parte de la Conferencia Nacional de Olivicultura.

Toda esta consecución de leyes traen consigo una gran expansión de las plantaciones de olivos, centradas estas en terrenos hasta entonces poco productivos, llegando en 1965 a contar con cinco millones de olivos y cerca de cincuenta mil hectáreas dedicadas a este cultivo. Este dislocado crecimiento, sin una política de asistencia ni de capacitación, condujo al abandono de muchas zonas de plantaciones de olivos por no ser rentables.

Pero no todo iba a ir mal, se podía poner peor aún, como ocurrió en la década de los 70 cuando, por la política del gobierno que primaba el aceite de semilla, arremetió contra el aceite de oliva en campañas en las que tildaba de producto nocivo para la salud debido a su alto contenido de colesterol, con ello le hacían flaco favor al aceite de oliva e inducían a la población a tomar aceite de maíz, que aparte de ser ‘más sano’ era también, y milagrosamente, más barato.

De un plumazo y con una administración sin rumbo se cortaba de forma traumática la producción de aceite de oliva, que se transformó en abastecedora de aceitunas de mesa, pero, y esto también dice mucho sobre la falta de visión de futuro, se tomó la variedad Arauco como aceituna a comercializar ya que tenía un gran rendimiento y se adaptaba a las distintas regiones del país, pero que por su difícil comercialización no se podía exportar a excepción de Brasil, lo cual creaba una dependencia.

Y si alguien dudaba de la mala administración y peor política agraria de Argentina sólo hay que decir que en la década de los noventa del siglo pasado de nuevo volvió a ser una actividad rentable la del olivo para el aceite como consecuencia de las normas de la Comunidad Europea sobre la reducción de la producción para mantener los precios, lo cual se aprovecha para reventar precios y apropiarse de un mercado bajando estos precios. Se aplica la Ley 22.021 por la cual cualquier empresa pueda diferir el pago de impuestos nacionales durante un periodo determinado, utilizando ese monto para realizar inversiones en el sector agropecuario, siendo en las plantaciones de olivos de 16 años, después de los cuales comienza la devolución de los intereses.

Teniendo en cuenta que un olivo necesita de dos a tres años para que empiece a dar fruto y un mínimo de siete años para que sea realmente productivo se comprenderá perfectamente la crítica que se hace en este artículo.

Comienza la década de los 90 en una República Argentina con una superficie olivarera de 29.500 Has. Distribuidas principalmente en Mendoza, San Juan y Córdoba, para pasar en 1998 a tener plantadas unas 71.000 Has. De las cuales el 70% estaban destinadas a la producción aceitera y creciendo, de nuevo vuelve el descontrol hasta llegar en 2005 a contar con 110.000 Has de olivos, de los cuales 80.000 Has son plantaciones de alta densidad.

Toda esto es una historia que raya en la locura o como se dice en mi tierra: 'A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga'. 

Bibliografía empelada:

Aceite de oliva en Argentina de José Luis Marginet Campos

Producción de de la industria olivarera de en Aimogasta

Extracción experimental agropecuaria Catamarca de César Matías

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