Retrato de Estebanillo González por  Lucas Vorsterman

Estebanillo González y el relleno imperial aovado

Dentro de la novela picaresca española existe una obra anónima, que posteriormente se le atribuyó al desafortunado escritor del siglo XVII Gabriel de la Vega, titulada 'La vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor. Compuesto por él mesmo' que contiene la receta más original y jocosa que he podido leer, el famoso 'Relleno imperial aovado', ruina de quien lo haga y desafuero gastronómico que nace de una estafa del actor de la novela a un granjero alemán.

Pero antes creo preciso presentar la novela y su protagonista, editada en Amberes en el año 1646, porque es una obra atípica dentro del género literario que es la picaresca, no tanto en la forma como sí lo es en el fondo porque sutilmente nos transmite un mensaje de denuncia de una sociedad, los estamentos que la sustentan y es, también, un alegato antibelicista de una Europa que se desangraba en guerras inútiles que enriquecían a algunos y arruinaba a muchos.

La obra narra la vida de Estebanillo, en primera persona, en un periodo comprendido entre los años 1608 y 1642 donde sirve como criado de muchos amos y soldado en algunas ocasiones y donde el personaje se presenta en la novela de la siguiente forma: "Mi nombre es Estebanillo González entre los españoles, Monsieur de la Alegreza entre la nación francesa; mi oficio es el de buscón y mi arte el de la bufa, por cuyas preminencias y prerrogativas soy libre como novillo de concejo".

El centro de la narración corresponde a la batalla de Nördlingen (1634), la Guerra de los Treinta Años, donde ejerce su oficio, según cuenta: "Gastaba las horas del día de esta forma: desde el alba hasta las nueve ejercitaba el oficio de destilador de aguas, que este título le había dado porque no llamasen aguardentero a quien tenía entrada y amistad con todos los oficiales mayores de el ejército; de las nueve a las once hacía mis empanadas y las vendía; y de las once a la una era visitador general de las cocinas ajenas, sobrestante de las ollas, reconocedor de las cazuelas, superintendente de los asadores y pesquisador de los vinos; de la una a las tres, veedor de las dos mesas referidas, gracejo de sus dueños y ejecutor de sus despojos; y de las tres hasta ponerse el sol, merchante de quesos y estanquero de naipes". Es allí donde hace escarnio de la guerra con pasajes como el que sigue: "... ganamos algunas villas cuyos nombres no han llegado a mi noticia, porque yo no las vi ni quise arriesgar mi salud ni poner en contingencia mi vida... Y después de ponerse mi amo a la inclemencia de las balas y de venir molido, me hallaba a mi muy descansado y mejor bebido y tenía a suerte comer quizá mis deshechos y beber, sin quizá, mis sobras", llegando al paroxismo cuando ve llegar a su amo mal herido y la conversación que mantienen, por la que muchos lo tachan de cobarde, aunque creo que es coherente a su condición de hombre libre y apátrida: "Encontré a mi amo que lo traían muy bien desahuciado y muy mal herido, el cual me dijo:
- Bergante, ¿como no habéis acudido a lo que yo os mandé?.
Respodíle:
- Señor, por no verme como vuesa merced se ve; porque, aunque es verdad que soy soldado y cocinero, el oficio de soldado ejercito en la cocina y el de cocinero en la ocasión. El soldado no ha de tener, para ser bueno, otro oficio más que ser soldado y servir a su rey; porque si se emplea en otros, sirviendo a oficiales mayores o a sus capitanes, ni puede acudir a dos partes ni contentar a dos dueños
".

Al final termina rentabilizando en provecho propio su 'experiencia soldadesca'  cuando narra a sus nuevos amos las aventuras en la guerra con estas palabras: "conté maravillas de la batalla, y mentiras ni vistas ni imaginadas, ganando mucho más con ellas que no gané en Yelves a coger aceitunas".

La vida que nos cuenta se desarrolla entre estafas, peleas, engaños, borracheras, robos y prostitución para terminar con una enfermedad venérea, una gota, que permite al protagonista compararse con Carlos V, y el proyecto de escribir el presente libro.

Borracho, por no decir alcohólico, hace el siguiente canto al vino: "... que si después de muerto y engullido en la fosa, con un cañuto o embudo me lo echasen por su acostumbrado conducto, me tornarán el alma al cuerpo y se levantará mi cadáver a ser esponja de pipas y mosquito de tinajas".

Bufón pero digno, hidalgo y barriobajero nos sorprende con apreciaciones como las que siguen: "Aquí despaché muy bien una nueva provisión que había hecho de agua ardiente, pero no me atrevía a pregonarla por las mañanas por saber cuan bajo es el oficio de pregonero, y así la vendía cantando por no ignorar cuan honroso es el de cantor" o esta otra referente a los criados con los que se ve obligado a alternar: "Yo le dije... que se persuadiese que no había cocinero que no fuese ladrón, saludador que no fuese borracho, ni músico que no fuese gallina", sin faltar sentencias tan rotundas y llenas de verdad como la que sigue: "No hay hombre más cruel que un gallina cuando se ve con ventaja, ni más valiente que un hombre de bien cuando riñe con razón".

Ahora los dejo con la receta del RELLENO IMPERIAL AOVADO, motivo de este artículo, todo un derroche de fantasía gastronómica imposible: "Este huevo está dentro de este pichón, el pichón ha de estar dentro de una perdiz, la perdiz dentro de una polla, la polla dentro de un capón, el capón dentro de un faisán, el faisán dentro de un pavo, el pavo dentro de un cabrito, el cabrito dentro de un carnero, el carnero dentro de una ternera y la ternera dentro de una vaca. Todo esto ha de ir lavado, pelado, desollado y lardeado (untado con grasa) fuera de la vaca que ha de quedar con su pellejo. Y cuando se vayan metiendo unos en otros, como cajas de Inglaterra, para que ninguno se salga de su asiento, lo ha de ir el zapatero cosiendo a dos cabos. A continuación se asa y es un manjar tan sabroso y regalado, que antiguamente comían los emperadores el día de su coronación". Como es lógico sólo se come el huevo, el resto son sobras de la preparación.

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