HISTORIA DEL HAMBRE EN ESPAÑA EN EL SIGLO XX Y EL COMIENZO DE UNA CRISIS ECONÓMICA EN EL SIGLO XXI

CAPÍTULO I

 Estudio de Carlos Azcoytia
Junio 2009
  

HISTORIA DEL HAMBRE EN ESPAÑA ENTRE 1900 Y 1936 

PRÓLOGO

Lo que en un principio fue un proyecto de investigación sobre las cartillas de racionamiento tras la Guerra Civil española, poco a poco, tras muchas conversaciones, nos fuimos convenciendo que el fenómeno del hambre y el intervencionismo del estado en los precios, o en el reparto de los alimentos, no fue un invento del franquismo y sí una consecuencia de las desastrosas políticas agrarias y sociales de una sucesión de gobiernos, algo endémico en el país desde siempre, que se agravó como consecuencia de distintas guerras, tanto propias como ajenas, y que tocaron techo tras los acontecimientos del enfrentamiento entre hermanos de 1936, posteriormente agravado con la Segunda Guerra Mundial y el aislamiento internacional que se padeció como consecuencia del régimen fascista.

Escribir sobre el hambre en la historia de España daría para varios tomos, ya que siempre fue una constante de nuestro pasado; por una parte el clima, que con sus sequías cíclicas han devastado las cosechas, hasta la propia orografía del terreno, la mayor parte montañoso, han hecho las comunicaciones por tierra, en muchos casos, imposibles hasta hace relativamente poco. Si le unimos, a esos ‘casi’ supuestos aislamientos poblacionales, la falta de cohesión entre los pueblos que componen el territorio, nos encontramos ante un problema de difícil solución y que a duras penas hemos soportado hasta épocas muy recientes, sin que quiera decir con esto que están superados, porque la cosa parece que va para largo.

Se ha dividido este capítulo en dos partes, una titulada 'El hambre' y otra que se llama 'La historia', ambas pueden subsistir independientemente la una de la otra, la diferencia estriba en que la primera de ellas es más general y la segunda ahonda en los problemas económicos, sociales, políticos e históricos por los que se pasó de forma cronológica y que, sin conocerlos, sería imposible discernir la razón real por la que se llegó a la Guerra Civil, el segundo capítulo del estudio.  

EL HAMBRE

A modo de aproximación

Escribir sobre los 35 años que determinaron no sólo la historia presente de España, sino también el desarrollo de varias generaciones como consecuencia de su nutrición, se puede convertir en un complejo trabajo de investigación, sobre todo porque muy pocos, hasta ahora, se han atrevido a profundizar en esos cruciales momentos que desembocaron irremisiblemente en una lucha fraticida y donde los intereses ideológicos se supeditaron a los intereses comerciales, económicos y de poder, como veremos más adelante.

Salvo, y veladamente, en la literatura poco se sabe del hambre de esos siete quinquenios tan intensos que vivieron los españoles y donde el pueblo, como en una película, sólo actuaba de figurante y, también, como los grupos de presión jugaban de forma miserable con ellos.

Decir que el hambre fue una constante en todo ese momento histórico no es una barbaridad, aunque sí es cierto que los hubo de cierta bonanza, que no significa decir hartazgo y ni siquiera una cierta estabilidad en el régimen alimenticio. Se padecieron, de forma cíclica, dos baches importantes donde muchos, por no decir casi todos, había días que no tenían nada que llevarse a la boca, pero no es bueno anticiparse a los acontecimientos y creo conveniente, en primer lugar, esbozar, aunque sea burdamente la España de entonces.

Un pueblo tiene posibilidades de estar bien nutrido si tiene buenas infraestructuras, si existe una política coherente y planificada agraria, si el estado vela por el libre comercio luchando contra la especulación y acaparamiento y por último si se tiene una tecnología suficientemente desarrollada en la conservación de los alimentos.

Con estas premisas, tan básicas, intentaremos adentrarnos en el asunto, para comprender, a vista de pájaro, la problemática existente en aquellos momentos.

 España tenía una aceptable red de ferrocarriles que unía estratégicamente distintos puntos neurálgicos del país en la distribución de alimentos y que, desde Isabel II, habían ido creciendo lentamente. Muchos tramos, los llamados de vía estrecha, pertenecían a empresas privadas, haciendo este sistema de transporte deficitario y de dudosa eficacia, algo que por razones económicas se estancó, me refiero a su modernización e integración en una red general en el país, convirtiéndose más en un caos que retrasaba el progreso industrial del país que en acicate que favoreciera el desarrollo comercial. Esta red de comunicaciones no se modernizó en los 35 años de este estudio, por lo que el gráfico refleja exactamente lo que había en esa época histórica.

También poseía España una magnífica red de puertos de mar, herencia de muchos siglos de comercio, no sólo con las colonias americanas.

La red de caminos y carreteras era desastrosa, hay que tener en cuenta que los vehículos de motor estaban, por decirlo de alguna forma, en experimentación y no llegaron a muchos sitios del país por primera vez hasta casi el final del periodo que estudiamos.

Este estado de cosas hacían que existiera una gran desigualdad económica, y por consiguiente alimenticia, dependiendo del lugar donde se viviera, por lo que se puede generalizar sólo en los estudios macroalimenticios y no hacer extensivo a lugares puntuales de la geografía hispana si se quiere ser ecuánime en el estudio.

Siguiendo con los postulados anteriormente descritos hay que hacer mención, como podrá leer en el apartado 'Historia', la carente o nula política agraria y de planificación, precisamente en un país donde casi toda su economía se sustentaba en  los productos del campo y donde los acaparadores y latifundistas, que solían ser los mismos, jugaban con el precio de los alimentos de forma escandalosa, unidos, aunque enfrentados a veces, a las industriales catalanes, la siderurgia del norte y más tarde a los bancos, para terminar, en el último momento, con las petroleras, que fueron las que dirigieron los invisibles hilos de la política de abastecimientos y financiaron a los golpistas.

El último factor a tener en cuenta es el de la conservación de los alimentos, inexistente en aquellos momentos, sólo los salazones, los ahumados, conservados en aceite o grasa y los embutidos como hacía dos mil años y las incipientes fábricas de enlatados, sobre todo de pescado, eran lo único que hacía mantener los alimentos de una forma más o menos estables en su estado de conservación para el consumo. El frío industrial, aunque ya se conocía, brillaba por su ausencia, y en los hogares el frigorífico no era más que una quimera que rozaba la ficción en la realidad cotidiana. Esto hacía que el consumo se limitara a alimentos frescos y de rápido consumo. El alimentarse de productos de temporada traía consigo épocas de relativa calma para los estómagos, como es en primavera y verano, y otras de escasez, en otoño y sobre todo en invierno. A esto habría que sumar los derechos sociales de los trabajadores y unos salarios dignos, algo que hasta el final del periodo brillaba por su ausencia, porque en el fondo seguía rigiendo el sistema feudal.

Sus cuerpos y sus muertes delataban la miseria y el hambre que pasaban y pasaron

Existe un magnífico trabajo de Javier  Moreno Lázaro, de la Universidad de Valladolid, presentado en el VIII Congreso de Historia Económica, celebrado en Galicia en 2005, en el que hace un estudio antropométrico sobre el impacto en la talla o altura de los mozos llamados a filas, como consecuencia del atraso económico en el bienestar de Castilla y León, en el periodo comprendido entre 1840-1970, que aunque no podría generalizarse para toda España, como ya he apuntado, si es lo suficientemente revelador como para darnos una idea, muy precisa, de la relación entre la alimentación y las tallas o altura de los jóvenes de la época.

En dicho estudio, Moreno Lázaro, en  un trabajo digno de elogio, hace varios gráficos comparativos que son lo suficientemente explícitos como para no comentarlos, sólo he colocado un velo color azul para que el lector pueda centrar su atención en el periodo sobre el que trabajamos.


Gráficos obtenidos de la tesis de Javier Moreno Lázaro

Otro estudio interesante al que he tenido acceso, muy novedoso por cierto, publicado en la web del Instituto de la Salud Carlos III, en un trabajo elaborado por Laura Inés González Zapata, Carlos Álvarez-Dardet Díaz. Andreu Nicolasco Bonmati, José Aurelio Pina Romero y María José Medrano, donde se analiza si el hambre influye sobre la mortandad por cadiopatía isquémica (ataques al corazón de todo tipo) de las personas que nacieron en ese periodo, según lo planteado en la hipótesis de Barker acerca de la posible programación fetal de enfermedades de la edad adulta.

Aunque el trabajo se centra, principalmente, entre los nacidos o engendrados durante la Guerra Civil y años posteriores se pueden ver en sus gráficos que el estudio llega hasta casi principios del siglo XX, de modo que he extraído los siguientes gráficos, que cotejados con los anteriores, y debidamente interpretados, podremos apreciar las coincidencias existentes en ambas teorías.

Estos dos trabajos serán citados en los sucesivos capítulos dedicados, tanto a la Guerra Civil como a los años de hambre, ya creo que deben de considerarse de vital importancia.


Gráfico obtenido del trabajo de dichos investigadores

Para leer este trabajo en su totalidad aconsejo visitar la página donde se encuentra alojado si pincha aquí.

Del ¿que tenemos para comer hoy? al  ¿tenemos para comer hoy?

Las distintas formas de cocción como hoy la conocemos, ya que se cocinaba sólo con carbón o con leña, la monotonía en los componentes de los guisos, y por consiguiente en la alimentación, así como la precariedad de los abastecimientos y los bajos salarios no haría la gastronomía muy atrayente para un comensal de hoy. La sanidad de los alimentos dejaba mucho que desear por carecerse de una eficiente conservación y un transporte adecuado, sobre todo en los mercados de las grandes ciudades, como podían ser Madrid o Barcelona, y donde las amas de casa más dependían de lo último que se desembarcaba en las lonjas que de el lujo de pensar que se deseaba comer, se comía lo que había, que por cierto no era mucho.

Teniendo en cuenta que aproximadamente un 80 por ciento de la población estaba compuesta por obreros sin calificación, con un poder adquisitivo muy bajo, es fácil comprender que la alimentación ni podía ser equilibrada ni mucho menos variada, algo que se fue agravando con los movimientos obreros que con sus huelgas colapsaban los abastos de las ciudades, haciendo bueno el dicho o refrán de que era ofenderse como el que escupe y le cae encima.

Los distintos ciclo de crisis económica, como las de 1907 y 1915 hicieron más tediosa, si cabe, la vida y que se intentaba remediar con riadas de emigrantes, en un deambular constante buscando mejor fortuna tanto dentro como fuera del país, siendo Sudamérica el dorado de muchos jóvenes.

Pese a la proliferación de libros de cocina de principios de siglo, entre los que se encontraban los escritos por firmas tan importantes como las de Emilia Pardo Bazán, Manual María Puga y Parga 'Picadillo', Wenceslao Fernández Flores y un largo etcétera, lo cierto era que, entre el analfabetismo existente y la carencia de dinero, pocos lectores podían beneficiarse de ellos. Prueba de lo que digo lo podemos leer al final del prólogo del libro de Emilia Pardo Bazán titulado 'La cocina española antigua', editado en 1913, donde dice: "En las recetas que siguen encontrarán las señoras muchas donde entran la cebolla y el ajo. Si quieren trabajar con sus propias y delicadas manos en hacer un guiso, procuren que la cebolla y el ajo los manipule la cocinera. Es su oficio, y nada tiene de deshonroso el manejar esos bulbos de penetrante aroma; pero sería muy cruel que las señoras conservasen, entre una sortija de rubíes y la manga calada de una blusa, un traidor y avillanado rastro cebollero".

En estos 36 años primeros del siglo nunca se llegó a racionar los alimentos, eso es cierto, pero habría que preguntarse si no existía un racionamiento encubierto ante la falta de compradores y la escasez de abastos en los mercados, donde más se soñaba con la comida que se llenaban los estómagos, sobre todo en las zonas rurales.

La cocina era evidentemente sencilla, poca carne o pescado y mucha hierba; mucho caldo y poco sólido en un subsistir constante donde, a pesar de todo, cualquier tiempo pasado fue peor, porque España siempre fue un país de muertos de hambre.

           

LA HISTORIA

Cuando todos los caminos conducen al hambre

La entrada en el siglo XX para España no pudo ser más desastrosa, dos años antes se habían perdido las últimas colonias en una guerra desigual contra Estados Unidos, y con ellas la sensación de un futuro incierto y pesimista se fue adueñando de todos los estratos sociales.

A estos acontecimientos habría que sumar la denominada ‘Crisis agrícola y pecuaria’ que tuvo efecto dominó en la economía del país, como muy bien describe Carlos Hermida Revillas en su trabajo ‘La política triguera en España…’, y donde, desde antes de comienzo del siglo, grandes cantidades de trigo llegaban a los distintos puertos a precios muy inferiores a los nacionales, contra los cuales era imposible competir, desmoronándose el mercado interior y llevando a la ruina a miles de pequeños agricultores.

Tabla I

Lugar de procedencia

Estados Unidos

Rusia

Palencia

Valladolid

Zamora

Salamanca

Precio en pesetas por cada 100 kgs.

28,18

28,27

Entre 28,67 y 28,75

Entre 29,56 y 29,86 (1)

29,49

Entre 29,26 y 29,84

(1)     Ya aquí se contempla la caída de precios con relación a 1889, ya que en ese año se vendía a 34,45 pesetas.  

Las implicaciones de este derrumbe de la economía cerealística del país hizo que se unieran, exigiendo al estado un mayor proteccionismo, la burguesía catalana, que veía como quedaban sin salida en el mercado interior sus productos textiles, la siderurgia vasca y la minería castellano-leonesa, que estaban obligadas a apagar los altos hornos y cerrar sus minas ante la falta de demanda de maquinarias y piezas de repuesto para los aperos de labranza y los distintos vehículos de transporte.

No fueron los minifundistas agrícolas los que se movilizaron y se unieron a las industrias del momento, aunque sí se beneficiaron de dicha unión; los principales artífices del llamado ‘Eje Valladolid-Barcelona-Bilbao’ fueron los terratenientes y los grupos económicos industriales, en definitiva la oligarquía del país.

Hasta la aprobación de los aranceles en 1906, el pan, por ejemplo, según Manuel Tuñón de Lara, subió hasta un 39%, las patatas un 43,3 %, el aceite un 35,5 %, las verduras un 30,4 %, el bacalao  un 45,4 % y sobre estas cifras el resto de los alimentos, que por cierto eran básicos en la cesta de la compra.

Si tenemos en cuenta los sueldos de miseria del proletariado de la época no se puede dudar que el fantasma del hambre se había instalado en las míseras casas de aquellos desgraciados, creando desesperación y sensación de injusticia, algo que sabiamente supieron aprovechar los movimientos anarquistas, sobre todo en las regiones más deprimidas.

Quien mejor supo definir lo ya narrado fue Sánchez de Toca cuando dijo: “En un país esencialmente agrícola, la manera más eficaz de fomentar la producción manufacturera, asegurándole ventajoso mercado, consiste en que los agricultores consigan buen precio para sus cosechas.
Sin esto la industria fabril tendrá que acumular saldos de producción sin demanda, y la clase popular de las ciudades y los jornaleros de las industrias verán reducidos fatalmente sus salarios sin que nada sea capaz de contener esta depreciación universal originada por la disminución de la demanda, disminución que a su vez procede de que las clases agrícolas no pueden comprar por falta de beneficio
”.

Este proteccionismo integral conseguido de 1906, tenía sus antecedentes en otra ley de 1893, y se caracterizaba por la movilidad, a modo de fuelle, de los aranceles intentando mantener un precio competitivo con los extranjeros.

A este estado de cosas habría que sumar la sangría que supuso en la economía del país la llamada Guerra del Rif o Guerra de África, entre los años 1911-1926, donde las tropas españolas luchaban, faltas de estímulo, sobre terrenos yermos y sin ningún valor, despojo del reparto del norte de África que hicieron Francia, Alemania e Inglaterra.

Aquella guerra requirió recursos de todo tipo, muy necesarios en momentos críticos de la economía del país. En el aspecto humano se produjo un casi despoblamiento de mano de obra joven, que era movilizada, tan necesaria para el campo y las incipientes industrias. Se calcula que más de 400.000 hombres fueron llamados a filas, con la particularidad de que no eran de todos los estratos sociales, ya que en aquella época se podía pagar a otra persona para ocupar el puesto del llamado a filas, de modo que ‘la carne de cañón’ o soldadesca era de extracción humilde.

Este campo de batalla, que por cierto fue un desastre militar, independientemente de ser un foco de corrupción, fue el lugar de entrenamiento donde se formaron los golpistas que años más tarde cambiaron la historia reciente de España, como fue el general Franco.

    

La Primera Guerra Mundial y el encarecimiento de los alimentos

Puede parecer raro que un país que permanece neutral en una gran guerra no salga beneficiado de ella, muy al contrario ocurrió en España, ya que a nivel general se terminó peor que los contendientes en el conflicto. La razón la encontramos en las estructuras socioeconómicas del país, donde unos pocos, los especuladores, se hicieron ricos en perjuicio de la gran mayoría, dato muy a tener en cuenta a la hora de valorar lo que desencadenó la Guerra Civil.

Pese a dictar el Gobierno la ‘Ley de Subsistencias’, el 18 de febrero de 1915, que pretendía mantener los precios de los alimentos básicos, y de todo tipo, éstos se dispararon hasta alcanzar cifras muy por encima del poder adquisitivo del ciudadano medio y así las patatas experimentaron un incremento en sus precios del 218,2%, los huevos el 121,2 %, el trigo 117% y el azúcar 153%, de igual forma el combustible casero en esos momentos, el carbón, aumentó su precio un 277%.

Mientras los salarios crecían en una progresión aritmética, los precios lo hacían de forma geométrica, así que la inflación llegó a situaciones límite, depreciándose el valor del dinero, en un solo día, un 25%, según indicaba en una novela Wenceslao Fernández Flores.

La citada ‘Ley de Subsistencias’ en esencia decía lo siguiente: “para contrarrestar las deficiencias de nuestras cosechas siempre amenazadas por los rigores de nuestro clima, la creciente alza de precios en los mercados extranjeros y el ininterrumpido encarecimiento de los fletes y conseguir que vendiendo los productos de primera necesidad de manera reglada, se impidan las perturbaciones del consumo”, que evidentemente no atajaba el problema.

El 21 de marzo de 1915 se convocó un mitin en el teatro Barbieri de Madrid, patrocinado por ‘La Casa del Pueblo’, donde se plantearon  las vicisitudes económicas y de abastecimientos por las que casi todos estaban pasando y donde se ponía de manifiesto y se denunciaba públicamente a la clase política y las oligarquías (nobles y clero) de anteponer sus intereses personales a los del pueblo.

Interesante es conocer la tesis planteada por el concejal madrileño García Cortés, el cual criticaba al gobierno del conservador Eduardo Dato de no abrir los aranceles para la importación de trigo, consintiendo, de esta forma, que los acaparadores hicieran negocios fabulosos encareciendo el producto, según sus palabras.

García Cortés se preguntaba cual era la razón de exportar libremente el arroz y no hacer lo mismo con los garbanzos, denunciando igualmente como se hacía ‘la vista gorda’ con la pérdida de la cabaña de ganado vacuno al dejar salir en dirección a Portugal, desde Galicia y Extremadura, grandes cantidades de estos animales de carne, incluso desde el puerto de Algeciras 1.100 reses, que previamente habían pasado por Madrid, en beneficio de un solo expendedor, un tal Sr. Gómez.

Tras sucesivas intervenciones de otros oradores plantean la necesidad de pedir al gobierno que no consintiera por más tiempo estas situaciones, que hasta entonces se habían solucionado reprimiendo al pueblo cruelmente cuando protestaba, porque se estaba empezando a pasar hambre.

Todos los estratos sociales estaban afectados, en mayor o menor medida, por la falta de alimentos, incluidos los militares, siendo los sectores más afligidos, éstos de forma trágica, los jornaleros de los campos de Andalucía, los de las dos Castillas y los de Extremadura, donde el hambre hacía estragos de forma cruel.

Ese mismo año se crea el Ministerio de Abastecimientos y las Juntas Provinciales de Abastecimientos, que debían velar por el control del trigo, el centeno, el maíz y sus harinas, la patata, el arroz, las legumbres, los aceites, tanto de oliva como cualquier tipo, el pan, la fruta, las hortalizas, las carnes frescas y en salazones, las grasas de cerdo, la leche, el azúcar, el vino, el pescado y sus conservas y cualquier otro producto que fuera considerado de consumo general.

 

Terminada la Guerra Mundial los gritos de los estómagos españoles llegaron a ser ensordecedores

Pese a los supuestos cambios gubernamentales, en lo referente a la economía, la verdad es que sólo tuvieron tintes de maquillaje, ya que sólo se cambiaba la forma pero no se tocaba el fondo de la cuestión, que estaba en manos de las oligarquías, las cuales movían los hilos de la política, con el consiguiente desgaste social de las instituciones e incluso de la Corona.

En 1917, tras una huelga general de agosto en protesta por la inflación, que fue precedida por las protestas de los militares 'Las Juntas de Defensa' y de la burguesía catalana 'Asamblea de Parlamentarios', se crea la Comisaría de Abastecimientos con no muy buen pie, ya que en once meses de existencia tuvo cinco Comisarios, todo un desastre. La misión de dicha Comisaría era la de enseñar a comer a los españoles, tarea difícil si les faltaba la materia prima con las que dar las clases. No contento con eso, al año siguiente, en el acabose de paroxismo, se inaugura un nuevo ministerio, el de Abastecimiento, con tan 'buena' acogida entre el público que en veinte meses tuvo que ser suspendido, dejando un saldo de nueve ministros tirados en la cuneta, no les daba tiempo ni de calentar con sus pomposos e ilustres culos la poltrona.

Mientras los movimientos obreros, que en principio sólo se circunscribían a las ciudades, pasaron al campo, así que, como medida disuasoria, el gobierno puso en movimiento todo su aparato represivo dejando el solar patrio lleno de muertos y prisioneros, eso sí, no eran ya de hambre, siempre con la ayuda inestimable de la Guardia Civil y del glorioso ejército, el mismo que no tuvo el valor de defender los intereses españoles en África frente a unas cabilas de moros mal armados.

De nuevo, y viéndole esta vez las orejas al lobo, el gobierno decide intervenir en el precio del trigo, que como vemos era más valioso que el oro, dictando el 11 de abril de 1918 nuevas tasas, regulando su precio, para el 11 de agosto del mismo año dictar un Real Decreto donde se establecía un régimen especial para la compra venta de dichos cereales y sus derivados, en concreto las harinas. Estas medidas en lugar de aliviar el problema lo recrudeció, hasta tal punto que el Gobierno no tuvo más remedio que crear una Comisión Consultiva, que tenía la finalidad de armonizar y conciliar todas las exigencias de los distintos sectores. A esto le siguieron un chorro, por decirlo de alguna forma, de Reales Decretos y Reales Órdenes que, por su inmediatez, no daban tiempo de desarrollarlas, en una atropellada carrera hacia ninguna parte.

Lo único cierto de todo esto es que la lucha entre la España industrial y la agrícola estaba servida, donde los únicos perjudicados de este fuego cruzado fueron las clases menos favorecidas, que vivían entre la precariedad y la miseria en un país de golfos especuladores sin escrúpulos… ¿y así hasta el día de hoy?.

Los terratenientes castellanos, en su cruzada particular, no cejaban en sus ataques a los intereses catalanistas industriales, mientras el resto de España permanecía como espectadora de un partido de tenis, moviendo la cabeza de un lado al otro, apostando por su jugador o interés favorito y es que siempre nos distinguimos por la miopía en los asuntos políticos y económicos.

El periodo comprendido entre 1920 y 1923 más podría definirse como kafkiano, donde se dictaban leyes y contra leyes a destajo para contentar a todos, creando el malestar  general como es lógico, y así nos encontramos con la Real Orden de fecha 7 de septiembre de 1920 donde se permitía la libre circulación y contratación de trigo. El 6 de abril de 1921 otra Real Orden restablece los derechos arancelarios para la importación de trigo y el 10 de junio de 1922 se prohíbe la entrada de todo tipo de cereales en el territorio nacional, siempre y cuando el precio del cereal no rebasara durante un mes las 53 pesetas los 100 kilos.

Todo este proteccionismo agrario redundaba negativamente en el desarrollo industrial del país, tan necesitado de él, creando un distanciamiento o fractura social como el ocurrido en Estados Unidos entre el norte y el sur que les llevó a la Guerra de Secesión.   

Un rebaño donde no hay pastores se lo comen los lobos: La llegada de la Primera Dictadura

 El 13 de septiembre de 1923, apoyado por la Corona, los latifundistas agrarios del trigo y los llamados 'señoritos andaluces', así como con la aquiescencia del Partido Socialista, el país vivió el primer golpe de estado del siglo, a la cabeza del cual estaba el general Primo de Rivera, de familia y entorno inconfundiblemente conservador.

La prueba más contundente del apoyo del sector agrario, en especial el cerealístico, por el golpista Primo de Rivera lo tenemos en la edición del periódico 'El progreso agrario y pecuario' de fecha 22 de septiembre de 1923, donde se dice lo siguiente: "En situación de gravísimo peligro se hallaba y se halla España, y era de esperar —lo contrario sería suponerla cadáver— que la reacción se produjera en la parte más viva de su organismo: el Ejército.
Deben, pues, los productores -que no supieron ocupar a tiempo su puesto-, y en especial los agricultores, que representan la casi única producción de España, la que mantiene nuestra población y la que mantiene en el mundo el nombre de España como país exportador, recibir con especial complacencia la actual situación de fuerza y esperar con calma sus determinaciones, que, indudablemente, han de ir dirigidas a la salvación del país e inspiradas en el más elevado patriotismo.

Claro es que los militares no saben gobernar, ni deben gobernar más adelante: no tienen preparación para ello, ni es esa su misión. Pero, de momento, pueden hacerlo a maravilla, y el bisturí empleado por ellos sin duelo y con los más altos móviles, es el que ha de salvar a España, separando del organismo nacional los pólipos que envenenan su sangre, las lacras que inmovilizan sus miembros, la gangrena que mina su existencia
".

La llegada por la fuerza de un dictador, de tendencia fascista al estilo Musolini, al gobierno zanjaba, aunque sólo fuera temporalmente, los tumores que padecía el país y entre los que se encontraban la continuidad de la Corona, la crisis institucional y sobre todo el miedo a una revolución proletaria.

Como no todo el mundo es malo ni bueno en su totalidad, hay que decir en favor de Primo de Rivera que terminó de forma definitiva la guerra de desgaste que se padecía en África con el desembarco de Alhucema, apoyado por las tropas francesas, y que fue un rotundo triunfo. Las grandes inversiones en obras públicas que atrajo mucha mano de obra, con lo que se redujo drásticamente el paro y donde nació una nueva fuerza social, la de los bancos. Consecuencia de todo esto fue la progresiva industrialización del país y la armonización de los poderes fácticos, algo que pasaría factura, muy negativa por cierto, más de una década después. En definitiva, virtualmente se había alcanzado la paz social.

Recuerdo una anécdota de mi juventud que bien podía ser el ejemplo de lo que es estar bajo el mandato de los militares, que son de todo menos diplomáticos y dados a la cultura. Como contaba, aún recuerdo las palabras de un sargento que tuve en mi época de soldado cuando una tarde, al intentar razonarle una idea, me dijo: ‘Conio, es que los militares estamos hechos pa matá y no pa pensá’, era un ideólogo de la milicia sin lugar a dudas este hombre. Algo parecido la pasó a Primo de Rivera, que tras fundar un partido único, Unión Patriótica, se fue enemistando con todos los estamentos de la sociedad, incluida la Corona y los intelectuales, hasta quedarse solo, algo que pudo soportar durante los siete años de su mandato; que llegó el general para arreglar los problemas y por poco dura tanto como el indeseable dictador Franco, así son los salvadores de las patrias y los político, se sacrifican tanto por el pueblo que después no hay quien los eche a la puta calle. 

Acto final con un desenlace a todas luces previsible e infeliz

En enero de 1930 fue 'cesado' Primo de Rivera, ya ex militar, aunque le sucedió en el cargo otro de la pandilla, el general Berenguer, que no era muy rápido de reflejos el hombre, aunque es cierto que su gobierno fue de transición y lo que era hasta entonces una dictadura se llegó a denominar popularmente como una 'dictablanda'.

Con la cantidad de platos rotos que había llegó la hora de pagar todo el estropicio que habían hecho, así que el el rey Alfonso XIII no tuvo más remedio de coger sus maletas y marcharse para siempre el 14 de abril de 1931, instaurándose la Segunda República en un país ya roto, como el mismo reconoció en su discurso o carta de despedida.

El siguiente y último quinquenio fue un deslizarse peligrosamente por las tesis y modelos de la revolución soviética con un desmembramiento de la unidad nacional y un descontento de todos los sectores, algo que podrá leer en cualquier libro de historia.

Nada mejor para despedir este trabajo, en su primer capítulo, que las palabras de Carlos Hermida Revillas, que en su estudio titulado 'La política triguera en España y sus repercusiones en el bloque de poder: 1890-1936', del que ya se hizo referencia, nos dice:

"Pero la política en favor de los terratenientes del denominado bienio negro ya no tenía como objetivo recuperar la hegemonía política de la burguesía agraria en el bloque de poder, sino enfrentarse mediante una represión brutal a la creciente combatividad del proletariado. Aunque la crisis de hegemonía seguía abierta, y ya hemos visto que adquirió tintes dialécticos muy violentos, la crisis de dominación era ahora el principal problema de las clases dominantes. Cuando los trabajadores comiencen, a partir de febrero de 1936, a rebasar definitivamente el reformismo republicano, trigueros e industriales, burguesía castellana y catalana, respaldarán la rebelión militar de 1936. Sus enfrentamientos pasan a un segundo plano ante la necesidad de derrotar al enemigo común".

El 17 de julio de 1936 comenzó la peor pesadilla que jamás pudo imaginar el pueblo español en toda su historia, la Guerra Civil.

Bibliografía utilizada: 

-      Azcoytia Luque, Carlos: Historia del champán y el cava en España
-         
Diario 'La Vanguardia': Hemeroteca de distintas fechas.
-         
Díaz Yubero, Ismael: El hambre y la gastronomía. De la Guerra Civil a la Cartilla de Racionamiento.
-         
Hermida Revillas, Carlos: Coyuntura económica y movilización en Castilla la Vieja: 1914-1923.
-         
Hermida Revillas, Carlos: La política triguera en España y sus repercusiones en el bloque de poder: 1890-1936
-         
Moreno Lázaro, Javier: El impacto del atraso económico en el bienestar. Castilla y León, 1840-1970. Una constatación antropométrica.
-         
Martorell Linares, Miguel Ángel: Gobiernos y mayorías parlamentarias en los años previos a la crisis de 1917. Historia de una paradoja.
-         
Palomo González, José: Del hambre a la abundancia: Alimentación y cultura en Almonaster la Real.
-         
Sánchez de Toca, J: La crisis agraria europea y sus remedios en España.      

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