ACHICAY: La Bruja Cocinera 

Sobre cómo la mágica belleza de la buena sazón conquista el corazón de los hombres.

Jaime Ariansen Céspedes

 

Hace muchos años, en Huánuco, nació una niña muy poco agraciada, que tenía todos los defectos estéticos que ustedes se puedan imaginar. Conforme crecía se acentuaban estas características: una larga y aguileña nariz que se encontraba con una prominente y curva barbilla. Flaca y desgarbada, coronaba su estrecha espalda con una puntiaguda joroba, pelo negro retinto, hirsuto, grueso, imposible de peinar, complementaba su extraña y horrible figura. 

Como algunos niños son crueles, se burlaban de la apariencia de la extraña criatura y le gritaban “cara de pájaro”, ¡Achicay!, y otros mil improperios, pero este apodo fue el que quedó grabado como el más popular. 

Poco a poco, y conforme crecía, “Achicay” se fue separando de las maldades del mundo y silenciosamente se fue alejando de todo, hasta que decidió irse a vivir al campo, a un solitario paraje donde nadie se burlara de su estrafalaria figura. Y se fue quedando completamente sola. Las gentes de la región conocían de su existencia, pero nadie del lugar se le acercaba ni le brindaban su amistad y por supuesto comenzaron a brotar miles de cuentos y chismes atribuyéndole toda clase de brujerías.  

Un día pasó por su destartalada choza un apuesto capitán inca, llamado Allka Huallpa, sobrino del emperador y muy reconocido en todo el Tawantinsuyo por su valor en las batallas. Su apetito, después de la larga jornada, fue la guía que lo condujo hasta esa pobre y solitaria morada de la que salían tan sugestivos aromas. Cuando uno de los soldados llamó a la puerta para pedir posada para su señor, no pudo evitar un estremecimiento de temor al enfrentarse a esa horrible y tenebrosa vieja. 

Estaba dispuesto a regresar sin pronunciar palabra, pero lo detuvo la mano fuerte de Allka Huallpa, quien había bajado de su litera y estaba junto al soldado, diciendo: “amable señora, podría compartir con usted la comida que tan bien huele. Soy un hambriento embajador del poderoso Huayna Cápac”. Achicay hizo un torpe ademán indicando que podía pasar a la choza. 

Allka Huallpa se sentó en una sencilla butaca de madera, mientras la mujer procedía a servirle una humeante taza de chupe. Desde el primer bocado comenzó una extraña transformación, el lugar se fue inundando de una suave y tibia claridad, mientras que los toscos utensilios y muebles se afinaban y cobraban diferentes tonalidades. 

Pero lo que más impresionó al joven guerrero fue la transformación de la cocinera, que protagonizó una rápida y cadenciosa metamorfosis hasta lucir como una joven de impresionante belleza, con una larga, reluciente y negra cabellera que enmarcaba una dulce cara con los ojos más hermosos y brillantes que se puedan imaginar. La delgada túnica trasparentaba un esbelto y voluptuoso cuerpo que encandiló al visitante hasta paralizarlo de admiración. 

El hechizo de Allka Huallpa fue instantáneo y completo, comprendió que había llegado a él la felicidad eterna y sabría que desde ese momento no debería separarse ni por un instante de tan celestial doncella y estaba dispuesto a renunciar a todo para compartir el resto de su vida con tan sensual belleza. 

Por otro lado, nadie comprendió, nunca jamás, qué había pasado, y cómo un apuesto galán, un príncipe del Tawantinsuyo, había renunciado a todas sus glorias y privilegios para irse a vivir a una humilde choza, de un olvidado paraje, con la más horrible de las mujeres. 

Muchos años después, una cocinera del lugar me explicó el sentido de esta romántica historia de amor: la buena sazón de las mujeres huanuqueñas conquista a cualquier ser de buena voluntad, con una magia muy sutil y tan poderosa que puede transformar la fealdad en la belleza  absoluta.  

Desde entonces hasta nuestros días, las hábiles cocineras del lugar lucen siempre como esculturales princesas ante los comensales de sus deliciosos potajes. No importa lo viejas y feas que puedan ser, las buenas cocineras lucirán siempre muy hermosas.

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