Historia del maíz en España y la pelagra o el mal de la rosa

El maíz fue una de las primeras plantas traídas desde las Indias Occidentales por Cristóbal Colón en 1493, en su segundo viaje, creyendo adivinar el almirante las grandes posibilidades que tenía este cereal y ante la necesidad de que los Reyes Católicos siguieran patrocinando su aventura, ya que oro traía poco aunque decía que había tanto que hasta los chorizos los hacían en aquellas tierras con ese metal, evidentemente, tras esta ironía que me he permitido incluir, que podría ser casi creíble tras la lectura de mi otro trabajo titulado ‘El segundo viaje de Colón a las Indias Occidentales‘ .

En principio, y pese a lo que podría esperarse, no tuvo el maíz la aceptación esperada para el consumo humano, siendo su primera utilidad la de planta forrajera para la alimentación de los animales, aprovechando así las tierras de barbecho; siendo sólo más tarde, al criarse en los huertos de los agricultores, aprovechable para la alimentación de las personas, pero no porque fuera muy apetecible al gusto europeo, sino porque esta planta estaba exenta de pagar los cánones señoriales y también libre de los diezmos a la iglesia, motivo por el cual es para tenerla como alimento de las clases menos favorecidas, de ahí la poca bibliografía existente de sus comienzos.

Muy pronto se extendió su cultivo, gracias a su rápida climatización, a Andalucía, Castilla y Cataluña, para pasar a Portugal sobre 1520. En Francia se sabe que entró por Bayona en 1523 y llegó a Italia, concretamente a Venecia, entre 1530 y 1540, para seguir su viaje hasta la península de los Balcanes y Grecia.

Por las razones antes expuestas el aprovechamiento para el consumo humano, supliendo principalmente al mijo, hizo que se le conociera en Francia, Italia y Albania con el nombre de ‘mijo de España‘ o ‘mijo grueso‘ y no por su verdadero nombre.

Con el crecimiento demográfico del siglo XVIII, según Jean-Louis Flandrin y Massimo Montanari en su libro ‘Historia de la alimentación’, los agrónomos empezaron a interesarse por esta planta de rendimientos milagrosos, ya que de un grano de maíz se podían obtener hasta ochenta, mientras que el centeno producía apenas seis y el trigo aún menos, razón por la cual se plantaron grandes extensiones con este cereal alimentando a los campesinos de forma barata, que no a los ricos, momento en el que se gravó con cánones este tipo de cultivos, que la Hacienda no era tonta, y el beneficio de los pobres se esfumó en el aire, pese a las protestas de esta clase asalariada que veían como cada día se degradaba más sus lastimosas vidas, algo que, emulando la Ley de Murphy cuando dice ‘que si una cosa va mal puede ser aún peor‘, hizo que padecieran una de las más terribles enfermedades que la mente humana podía imaginar y que tras muchos años y decenas de nombres fue conocida oficialmente como la pelagra, aunque en España, que fue la primera en padecerla, se la conociera en sus principios con otro nombre más poético.

Para comprender todas las vicisitudes que se pasaron para que fuera aceptado el maíz en Europa aconsejo leer mi trabajo Historia del maíz en Europa

‘EL MAL DE LA ROSA’, UN POÉTICO NOMBRE QUE OCULTABA A UN GRAN ASESINO  HISTORIA DE LA PELAGRA

Una misteriosa enfermedad que mataba a los agricultores pobres asturianos.

Nada hacía presagiar al doctor Gaspar Casal, médico que ejercía en Asturias, que aquella mañana del 26 de marzo de 1735 comenzaría una de las mayores pesadillas de la clase médica en la historia, donde todos los galenos europeos lucharían contra un asesino que, sin piedad, se cebaba con sus víctimas utilizando una crueldad inusitada hasta que las mataba tras un atroz sufrimiento, escogiendo preferentemente a los más desheredados habitantes de aquellas tierras.

He de decir que si la historia del tomate, desde su llegada a Europa, fue emocionante por el anonimato y sigilo con el que se introdujo en la alimentación tras siglos de controversias ante su posible toxicidad; la del maíz, pese a ser conocida su llegada y su expansión, protagonizó uno de los mayores rompecabezas y fue motivo de investigación durante más de un siglo por todos los médicos de la Europa septentrional, los cuales veían impotentes como parte de la población moría presa de una especie de lepra y escorbuto a la que llamaron, según el lugar, pelagra, mal de la rosa, lepra asturiensis, escorbuto alpino, pellarina, etc. Así, una fruta como el tomate, a la que se tenía como venenosa, cambió el sabor de Europa al ser sana y beneficiosa para todos, por contra, un cereal, del cual se pensaba que podía salvar muchas vidas, por su gran producción, fue el asesino escondido, que como una venganza de los dioses aztecas, mermaba las poblaciones de las naciones invasoras americanas de España, Francia, Italia y Grecia, entre otras, incluyendo países del norte de África, como Egipto.

Pero volvamos al principio de esta documentada historia y al Dr. Gaspar Casal, que fue el primero en el mundo en conocer la enfermedad, el cual nos cuenta: «El 26 de marzo de 1735 se me presentó, para que le curase, un enfermo como de cuarenta años, que padecía este mal, quien me refirió lo siguiente: Dijo solía padecer de tiempo en tiempo una fiebre efémera, sin que por eso careciese de apetito, al bien cuando acababa de comer se sentía inmediatamente atacado de sopor, quedando como estúpido por algún tiempo, especialmente en el mes de marzo. Tenía poca sed, pero sentía continuamente laxitudes espontáneas, y en especial en las piernas; cuando andaba o paseaba con alguna velocidad, se le turbaba y conmovía la cabeza hasta el punto de hacerle caer la violencia del vértigo, a no sostenerle de intento o pararse, siendo de notar que no por esto perdía el conocimiento. Tenía presentimientos triste y melancólicos, sumo enflaquecimiento con continuo amargor de boca; no podía tolerar el frío, aunque era casi insensible. Sus pies estaban fríos, como el hielo, cuando estaba parado y ardientes e inflamados si caminaba. Se le solía hinchar a menudo la lengua, y si a causa de la respiración el enfermo bostezaba, se arrecia y ardía a un mismo tiempo, es decir, se estremecía«.

Curiosamente la mujer de este paciente también padecía la enfermedad, pero ella, entre todos los síntomas, tenía uno especial, que a decir del Dr. Gaspar Casal, era el que más le atormentaba, éste era el no poder soportar el calor del sol ni el fuego, ya que le producía “un lancinante dolor de cabeza”, por otra parte no sentía el frío. Todos los años, poco antes de primavera, se le llenaban los metacarpos y metatarsos de sus manos y pies de terribles costras que en verano caían, dejando cicatrices.

No cuenta el Dr. Casal que ocurrió tras esta primera visita, ya que sigue su estudio narrando como al poco tiempo se presentó otro paciente, esta vez nos dice su nombre y procedencia: Manuel Carreño, vecino de un pueblecito llamado Bolienes, el cual presentaba los mismos estigmas de aquella rara enfermedad y que Casal, con precisión científica, describe su desarrollo minuciosamente. A este enfermo le siguieron otros muchos y todos con síntomas parecidos y que curiosamente aparecían, casi siempre, en primavera para desaparecer en verano, siguiendo así por espacio de tres años o ciclos con cambios que iban desde las afecciones cutáneas y desarreglos intestinales hasta la fase terminal, donde se desarrollaba una locura que, en la mayoría de los casos, terminaba con el suicidio del paciente por ahogamiento en charcas y ríos, final común entre los afectados que ponían fin a sus miserables vidas, mientras el resto moría dentro de un estado de imbecilidad, según declaraciones de Casal.

Para aquellos que conozcan Asturias o estén interesados en saber sobre los primeros focos de infección detectados de la pelagra trascribiré, a ser posible, nombre y lugar de procedencia de algunos de los enfermos tratados por el Dr. Casal: Mujer de 26 años que vivía en Brañas; mujer de 26 años procedente del pueblo de San Cucufato; Lorenzo García Tuñón, vecino del pueblo de Balsera; mujer vecina de la villa de Valduno. Independientemente de conocer estos casos inequívocos de pelagra cuenta Casal que en el verano del año 1727 se produjo ‘una epidemia’ de locura furiosa en el concejo de Piñola donde “en menos de veinte días, incurrieron en ella once o doce personas, sin fiebre ni otro mal perceptible”.

Curiosamente la enfermedad parecía sólo circunscrita a la región de Asturias, y quizá a parte de Galicia, ya que durante muchos años no se vuelve a hablar de casos parecidos en el mundo, al menos de forma oficial dentro de la clase médica. Pero una serie de acontecimientos hicieron que de nuevo se reavivara el interés por todo esto. En una fecha imprecisa el Dr. Casal pasa a ser, de la noche a la mañana, médico de cámara del rey Felipe V, proto-médico de Castilla y Académico de la Real Academia Médica Matritense. Una vez en la Corte conoce a un tal Dr. Thiery (no puedo localizarlo exactamente, por lo que me es imposible ofrecer más datos de este médico) que había seguido al duque Duras a España, donde estaba como embajador de Luis XV de Francia. En este encuentro los dos científicos, al intercambiar experiencias profesionales, hablaron del misterioso ‘mal de la rosa’ que había descubierto Casal, lo que llenó de interés a su colega francés, el cual publicó ese mismo año, 1755, en el diario de medicina de Vandermonde las experiencias de su colega español, enviando un extracto de su estudio al  Decano de la Facultad de París, un tal Chomel. Más tarde, en 1791, publicó un libro sobre medicina, donde en su tomo II, página 90 y siguientes habla del ‘mal de la rosa’ y del descubrimiento de Casal y donde dice: “He alcanzado estas nociones en los manuscritos y conversaciones del D. Gaspar Casal, médico de la corte, sencillo amigo de la verdad, que ha estudiado bien este país, donde ha practicado por espacio de 25 a 30 años”.

Salvo que un tal Sauvages incluyera esta enfermedad en su libro ‘Nosología metódica’, clasificándola como una caquexia o especie de lepra a la que bautizó como ‘lepra asturiensis’, todo pareció quedar en el olvido de nuevo.

Tras la muerte del Dr. Casal se publicó un libro de este científico y médico titulado ‘Historia natural y médica de el principado de Asturias’, del que he tenido acceso y de donde he sacado la información de los primeros casos de la pelagra, impreso a expensas de un amigo y mecenas, D. Juan José García Sevillano, el cual da a conocer todos los estudios sobre esta enfermedad, viendo la luz en el año 1762, quizá doce años después de la muerte de tan insigne doctor, cuya biografía es bastante escasa e imprecisa.

Pasa el tiempo, y con ellos el sufrimiento y las muertes de quien sabe cuantos cientos de desgraciados como consecuencia de la enfermedad, a nadie parecía importarle nada de lo que ocurría entre aquellos montes de Asturias.

En el año 1786, un viajero inglés, el Dr. Towsend, observó la enfermedad en Oviedo y tomó notas de ella cedidas por los doctores Antonio Durán y Francisco Noca, agregados al hospital de la ciudad; dichas notas se vieron publicadas en Inglaterra en un libro de viaje titulado ‘Viage a España’ que nada tenía que ver con el mundo científico.

Casi veinte años debieron pasar desde la publicación del libro de Casal y de las noticias de Thiery en Francia para que un profesor de la Universidad de Padua, Antonio Pujati, observara que en los pueblos del distrito de Feltre, en Venecia, la existencia de una enfermedad de la que ‘ningún otro autor había hablado’ y que le llamó la atención por la virulencia y gravedad de sus ataques. Pujati imaginó que la enfermedad era una forma de escorbuto particular de esta región subalpina y ni se molestó en hacer un estudio serio de ella, aunque sí, una vez que fue catedrático de dicha universidad, al dictar sus clases, en concreto sobre esta enfermedad, la denominaba con el nombre de ‘escorbuto alpino’, que por cierto tenía las mismas afecciones que otra que los médicos milaneses llamaban ‘pelagra’, nombre que, desde hacía algunos años, era conocida en las campiñas lombardas.

En el año 1771 un médico del hospital de Milán, Francisco Frapolli, admirado por la progresión de la enfermedad publicó una corta descripción de ella y cuatro años después un práctico de las cercanías del lago Mayor, llamado Francisco Zanetti, compuso una memoria descriptiva de ella, la cual había observado desde el año 1769. Es desde esta fecha, después de estar media Europa infectada,  cuando se activa la alarma y los médicos alertan a los gobiernos y sus colegas de profesión para que se investigue sobre esta terrible enfermedad, ¡habían pasado cuarenta años desde que se conocieron los primeros casos en España!, todo un record de dejadez por parte de la clase médica y de la oligarquía y de desprecio para con los pobres, los cuales, me refiero a los médicos, salvo honrosas y gloriosas excepciones, sólo vivían y viven, me refiero a esa élite académica,  para enriquecerse ajenos e insensibles al dolor humano al que pronto se acostumbran, no del médico de a pié que tan concienciado está, en la mayoría de los casos, ante el sufrimiento del pueblo.

En un informe sobre la historia de la pelagra de la época se hace relación de los estudios más importantes entre los que estaban: Gherardini en 1780, Albera de Varese en 1781, Widemar en 1784 y 1794 y Cayetano Strambio con una serie de trabajos que van desde 1786 a 1794. En dicho informe se dice: “Desde el año 1781 la Sociedad Patriótica de Milán, afectada por la gravedad de esta afección, redactó un programa de preguntas y cuestiones que dirigió a los médicos de partido prometiéndoles un premio importante si respondían de una manera satisfactoria. En 1784 el Gran Consejo de la ciudad de Milán, en virtud de órdenes del emperador José II, fundó en la pequeña ciudad de Lugano, situada a seis leguas al norte de la capital de Lombardía, un hospital especial con plazas para sesenta pelagrosos. El sabio y concienzudo Cayetano Strambio fue nombrado médico en jefe de este establecimiento que se suprimió a los cuatro años de existencia aún a pesar de haber sido útil y haber sido objeto de observaciones preciosas”.

Pese a todo, la alarma estaba activada y todos los médicos europeos seguían con atención el desarrollo y expansión de la enfermedad, aunque todavía no se habían unido los cabos para definir como única la de Asturias y las de distintos lugares de Italia. Tanto es así que en el año 1776 un discípulo del ya mencionado Dr. Pujati, de nombre Jacobo Odoardi, en un trabajo titulado ‘Una especie particular de escorbuto’ habla de la enfermedad en distintos estados de Venecia, muy conocida por los labriegos, que la bautizaron con los nombres de pellarina, scottatura di sole, calor de hígado y mal dellas pienza, sin advertir que era igual que la pelagra de Lombardía o el mal de la rosa en España, diciendo muy de pasada en su trabajo: “Según lo que ha comunicado el sabio Omobon Pisoni, profesor de la universidad de Padua, han publicado en Milán la descripción de esta enfermedad, o de una afección análoga llamada pelagra”.

Por otra parte, Francia, que se creía ajena a esta enfermedad y que era el centro de la intelectualidad médica del momento, miraba hacia otro lado sin dar la importancia que merecía la epidemia, tanto es así que en el mes de noviembre de 1830 un médico que venía de Italia, el Dr. Briére de Boismont, leyó en la Academia de las Ciencias sus investigaciones sobre la enfermedad y tiempo más tarde escribía con indignación lo siguiente: “Muchas gentes piensan que todo está en París, y cuando yo publiqué mi memoria acerca de la enfermedad, ¿qué afección es esta, preguntaban, de que nosotros no hemos oído hablar? Y sin embargo, apenas había doscientas leguas desde París hasta el punto en que millares de personas se hallaban afectadas de esta terrible enfermedad”. En algo se equivocaba Briére de Boismont, en la distancia de París al foco de la infección, porque ya en esas fechas la pelagra hacia estragos entre los jornaleros y gente pobre de Burdeos, a la que llamaban ‘enfermedad de la Teste’, pero no sólo ahí estaba presente la pelagra en Francia, había casos en Arcachon, en los pueblos al norte de la Gironda, en las cercanías de Baza y en pleno corazón de la república al darse brotes en Montluçon en la región de Auvernia.

No fue hasta abril de 1842, ¡más de un siglo después de detectarse los primeros casos en España!, cuando las autoridades sanitarias y políticas francesas tomaron conciencia del peligro de la enfermedad que se extendía por el país aglutinando todas las experiencias y dando un nombre único a la enfermedad; se comenzaba una lucha desigual que duraría casi otro siglo hasta que se descubriera el motivo de tantas muertes. Se pasaron a todos los médicos cuestionarios que debían de rellenar y donde se pretendía, no sólo saber el alcance del mal, sino también dilucidar los motivos de aquella nueva enfermedad que diezmaba a las poblaciones marginadas del sur de Europa; dicho cuestionario en España constaba de las siguientes preguntas:

1.- ¿La pelagra de Asturias, mal de la rosa, es una forma o variedad de la pelagra propiamente dicha?.

2.- ¿Cuales son las condiciones de alimentación en las diversas localidades donde se observa la pelagra?.

3.- ¿La pelagra ataca a la clase rica, proporción comparada con la clase pobre?.

4.- ¿Existen algunas condiciones especiales relativas al cultivo, sazonamiento y alteración de los cereales, del mijo y panizo en particular, bajo las cuales pueda desarrollarse la pelagra?.

5.- ¿Cual es, acudiendo a la observación y experiencia, el valor de las opiniones que atribuyen la pelagra al uso de las gachas, a la presencia de un criptógamo, o alguna enfermedad de los cereales?.

6.- ¿Se encuentra la pelagra fuera de estas condiciones de alimentación y cual es la proporción con relación al total de la población?.

7.- ¿Cuales son las otras causas más comunes de la pelagra?.

8.- ¿Que debe pensarse de las propiedades hereditarias y contagiosas de la pelagra?.

9.- ¿Cuales son las principales reglas de higiene que la experiencia haya acreditado como más eficaces para la profilaxis de la pelagra?.

Más que aclarar las causas de la enfermedad, desde una perspectiva actual de las cosas y a toro pasado, confundió, aún más si cabe, a la clase médica, ya que se especuló con la posibilidad de una enfermedad genética o predisposición a ella, que se descartó posteriormente; se llegó casi a afirmar que era una mezcla de enfermedad entre la lepra y el escorbuto porque tenía características parecidas y se desechó la causa principal, el que los afectados tenían una dieta común y casi única, el maíz, ya que no todos los que se alimentaban de este cereal padecían la enfermedad, independientemente de que era un grano probado en la alimentación de los humanos durante siglos en América, donde por cierto no se padecía ese mal o al menos no se tenía constancia de ello. Por otra parte no se observaban plagas en las cosechas de maíz, como ocurrió con el cornezuelo del centeno y los episodios de locura que se aparecieron en la Edad Media, todo un rompecabezas muy difícil de solucionar con los adelantos científicos de la época.

¿Que provocaba y provoca la pelagra?.

 Los españoles, y los europeos en general, tomaron los frutos americanos como sustitutos de los que existían en sus tierras, ya sea por su mayor producción o su resistencia a las epidemias, desechando las formas como los nativos los preparaban. En este caso concreto del maíz se trabajaba al gusto europeo tras su recolección, como si fuera trigo, avena o centeno con los que hacer los panes o gachas en España o la polenta en Italia por ejemplo, sin mayor tratamiento que la molienda.

Lo que no se percataron, tanto las autoridades como los médicos, era que el indio americano trataba las semillas, en la cocción de estas, con álcalis, como el agua con cal, lo que hacía que se liberara un elemento indispensable para la salud humana y que es la niacina, también conocida como vitamina PP o vitamina B3, por lo que una dieta casi únicamente basada en el maíz, el pan de los pobres, traía como consecuencia una serie de desarreglos y deficiencias que llegaban hasta provocar la locura y la muerte de los que la padecían.

Este mal no sólo se circunscribió en la historia a Europa, ya que a principios del siglo XX, por lo menos hasta la década de los años veinte, era la enfermedad predominante en los estados del sur de Estados Unidos entre los agricultores pobres. También hizo estragos la enfermedad en Egipto y zonas del África sudoriental, téngase en cuenta que en  países como Tanzania, por poner un ejemplo, el maíz es la base cerealistica en la alimentación, así como en ciertas zonas de la India.

En 1960 se produjo un brote importante de pelagra en Tanzania, de la que he hablado, como consecuencia de la ayuda humanitaria de Estados Unidos tras la guerra civil en aquel país y donde se intentaba alimentar a los refugiados básicamente con este grano.

Pero no pensemos que este mal está erradicado desde hace tiempo, ya que hasta 1994 fue el azote de los pobres de Sudáfrica, donde un informe estatal indicaba que el cincuenta por ciento de los enfermos tratados en una clínica del Transvaal padecían la enfermedad, así como la casi totalidad de los enfermos mentales tratados en distintos hospitales.

Teniendo presente las guerras que asolan los países pobres y la escasez de alimentos del llamado ‘Tercer Mundo’ no es de extrañar que se repitan de nuevo estas tragedias, sobre todo por el desconocimiento de muchos gobernantes de la enfermedad, que por cierto se soluciona administrando a la población pastillas de vitamina B3.

Como actúa la pelagra y sus fases.

 La pelagra actúa en tres fases claramente diferenciadas, según el Dr. Ildefonso Martínez, autor del libro que sirve de base y referencia para elaborar este estudio y que en el año 1848 vio la luz como un monográfico dedicado a la pelagra, siendo estas las siguientes:

Periodo primero.- «Sin sentirse los sujetos atacados con señales de predisposición, principia en la primavera o en el mes de marzo con una erupción o afección parecida a la erisipela, que afecta solamente al dorso del metacarpo y metatarso de ambas manos y pies; la rubicundez que tira un poco a amarilla, y el escozor que perciben, duran un poco más de 30 días, y luego se le pone áspera la piel de dichas partes, cayéndose con lentitud la epidermis en láminas o pedacitos más o menos grandes, quedándose lisa la piel, y hasta que por julio o agosto próximo ha desaparecido del todo este exantema. Otras veces si comienza muy pronto o poco antes de la primavera, sigue y completa su curso con más precipitación, volviendo a aparecer de nuevo en junio, extendiéndose hasta el otoño.

Llegados al otoño e invierno, sufren en este primer año, a intervalos y con largas intermisiones, lasitudes, inapetencias, ardores en el epigastrio, astricciones de vientre, y las mujeres histerismo: cuyos síntomas desaparecen en todo o en la mayor parte, acercándose la primavera, en la que se renueva el eritema. Siguen de este modo reproduciéndose el orden de síntomas dicho 3 o 4 años más, según la robustez o debilidad del sujeto, pues los débiles y mal alimentados corre en menos tiempo la renovación, duración, e intensidad de los síntomas«.

Periodo segundo.- «De cada año más, tanto en el estado de erupción, como fuera de él, se aumentan los síntomas dichos, y sucesivamente aparecen vértigos tan frecuentes y violentos, que a cada instante caen a tierra los enfermos: dolores vagos en el abdomen y extremidades, nauseas, vómitos, anorexias, bulimia, astricciones de vientre, diarreas, insomnio, frío en las extremidades, ardor en la cabeza y epigastrio, una tristeza y melancolía tan profundas que nada les divierte, llorando a cada instante sin saber por qué, muchas veces la lengua roja y enjuta con sed. La paroxismos histéricos se repiten con más frecuencia e intensidad. Mientras que duran los síntomas, el pulso se pone más acelerado, duro y pequeño, sobreviniendo remitente algo aguda.

Toda esta serie de incomodidades no guardan el orden regular que se observa en la mayor parte de otras enfermedades, sino que se suceden de un modo raro y al parecer contradictorio: pues la diarrea viene de repente después de la constipación de vientre y vómito; después del sueño moderado y profundo, la pertinaz vigilia; de la tristeza suma, por algunos intervalos cortos el jocoso humor, y en seguida del apatito excesivo el fastidio a la comida. Los órganos de la respiración parecen hallarse sin alteración.

Vuelta a verificarse la expulsión dicha en primavera, se modera este conjunto monstruoso de molestias. Prosiguen los infelices, aunque ya con dificultad, en el ejercicio de sus tareas ordinarias, mientras dura el eritema y el calor del verano, exacerbándose todos los síntomas cuando viene el frío. En unos años son más o menos molestados según el método dietético y rigor de la estación. Este estado o periodo dura tres, cuatro y más años«.

Periodo tercero.- «Transcurrido el número dicho de años se aumenta más y más intensidad de todos los síntomas. Ya no sale de manos y pies la erupción erisipelatosa. En todos los individuos las potencias intelectuales se hallan trastornadas, pasando de la melancolía a la manía en otros, y en otros el delirio ya lento y las más veces furioso. Se les nota y sienten tensión, ansiedad, y dolor en el hipocondrio derecho, cuando hasta entonces ninguna lesión tópica anterior se les había advertido. La cutis y conjuntiva se ponen subictéricas: la orina unas veces aguasosa, y otras roja con sedimento latericio: los excrementos que salen para el ano varían de color y consistencia. La debilidad es grande. En algunos casos se presentan las convulsiones, y en las mujeres el histerismo con todas las modificaciones de que es susceptibles; los afectos y simpatías nerviosas son numerosas. La calentura lenta remitente se hace continua: la digestión pervertida: sobreviene una moderada, pero pertinaz, diarrea; la extenuación, sudores de la parte superior del cuerpo, calor quemante, no sólo en el epigastrio e hipocondrios, sí que también en todo el cuerpo: pulso pequeño y muy frecuente, respiración fatigosa: el marasmo, extremidades frías, cara hipocrática y la muerte. Fine este episodio en 5 o 6 meses y a fines de invierno«.

A modo de final

Aún sin saber, pese a las evidencias, el motivo de la enfermedad, aunque se sospechaba del maíz, es emocionante leer la llamada que hace el Dr. Ildefonso Martínez al final del libro monográfico de la pelagra en 1848, lleno de humanidad y digno de ser recordado como un canto a la justicia social y los derechos de todos los seres humanos a vivir una vida digna, y donde deja constancia del gran hombre que era cuando escribe: “Modifíquense, como llevamos dicho, los alimentos; aliéntese a la industria; prémiese la constancia y trabajo del agricultor, y se habrá hecho algo a favor de los desgraciados jornaleros, víctimas de la pelagra.

Mientras esto no se ejecute, mientras la administración y los propietarios permanezcan indiferentes a los clamores de las víctimas, y a los consejos de los médicos; la pelagra no disminuirá, sino que aumentará progresivamente, a medida que vayan escaseando los medios; a medida que se aumente la miseria y los impuestos, y mientras se deje contraer libremente matrimonio a los pelagrosos y a los proletarios, sin atender a los medios del aumento de producción y riqueza, a la creación de amplios asilos de beneficencias y vicios, de las sociedades actuales.

¡Ricos y gobernantes, apiadaos una vez siquiera de los que gimen y padecen; cread asilos y tendréis derecho a ser respetados por los que las desgracia ha sumido en la degradación y miseria!.

Y vosotros médicos y cirujanos que practicáis en Asturias, especialmente en los concejos en que la rosa es endémica, en ese foco de desolaciones y miserias, interponed vuestro sagrado ministerio a favor de los pobres, unid vuestros votos a los hombres filantrópicos: excitad la caridad de los ricos, para que modificándose el régimen y condiciones de las clases desgraciadas, podáis evitar este terrible azote, que consume con atroces tormentos a sus desgraciadas víctimas.

Finalmente, como médico y como paisano, deseo que vuestras observaciones echen nueva luz, den nuevos preceptos, que puedan arrancar algunas víctimas, si no todas, a la parca fiera y destructora, que personificada en la pelagra, no encuentra en la terapéutica árbol de vida, sino de desesperación y muerte”.

Tras estas emocionantes palabras sólo resta recurrir a las frías cifras que ofrecieron dos reputados médicos del siglo XIX que trataron a los desgraciados que padecieron la terrible enfermedad de la pelagra:

Cayetano Strambio:

Individuos

Años

15 de 1 a 25
29 de 25 a 35
67 de 36 a 60
3 de 61 a 80

Calderini

Individuos

Años

83 menos de 3
15 de 3 a 12
20 de 12 a 20
120 de 20 a 35
59 de 35 a 46
55 45 a 50

     

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