Historia de las intoxicaciones por embutidos

Carlos AzcoytiaRepasando mi biblioteca encontré un librito escrito y editado en el año 1854 por Juan F. de Michelena que lleva el original y largo título ‘Adulteración de alimentos, bebidas y medicamentos o método fácil para descubrir los fraudes de los especuladores’, todo un tesoro para poder investigar la alimentación y su manufactura en los comienzos de la Era Industrial, donde se puede apreciar el precio que debieron pagar nuestros antepasados, algunos hasta con su vida, en un mundo cambiante donde los adelantos en la conservación alimenticia iban a años luz de la legislación y donde, también, muchos desaprensivos se aprovecharon para hacerse ricos sin importarles las vidas y el dolor ajeno, lo que nos demuestra que canallas siempre existieron, no es un invento moderno, y donde el castigo debería haber sido el darles de comer aquellos venenos que vendían o, en la actualidad, pagarles con la misma mísera cantidad de dinero que cobran los desheredados, la mayoría de la población, a los corruptos políticos para que comieran sus familias y murieran de hambre, que es lo que se merecen, para terminar, de una vez por todas, con esta cleptocracia donde vivimos.

Juan Francisco Michelena, autor del libro del que tomo la bibliografía como base del presente trabajo, hijo de otro médico llamado Juan Bautista (muerto en febrero de 1851), llegó a ser Doctor en Farmacia de la Real Universidad de La Habana e Individuo Numerario de la Real Sociedad Económica de dicha ciudad; participó en El Repertorio Económico de Medicina, Farmacia y Ciencias Naturales de la Real Aduana de Matanzas; el 24 de junio de 1871 leyó unas memorias en el Casino Español de Matanzas (Cuba).

No se puede decir que el libro de Michelena fuera totalmente original, ya que recurría con frecuencia a otros autores europeos de renombre en ese momento, como podían ser Juan Bautista Chevalier, Kerner o Geisler, entre otros muchos, lo qué lo hace, por lo menos, interesante al recopilar experiencias en distintos lugares, importante para tener una idea de conjunto y no puntual de los fraudes alimenticios en un momento crucial en los cambios alimenticios de la población, sobre todo en Europa, en los albores de la Era Industrial, donde se comenzaron a experimentar nuevas formas de conservación de alimentos y donde nació, gracias a las guerras, los enlatados que tantas vidas salvó y a tantas personas mató en sus comienzos, de los que ya tengo varios trabajos.

Cuando se llega al capítulo dedicado a los chorizos (no confundir con los políticos), embuchados (no son tampoco los banqueros) y varios, en el libro de Michelena, nos puede llegar a chocar la falta de controles sanitarios existentes en el siglo XIX y la naturalidad con la que se aceptaba lo que hoy podría tipificarse cómo delitos contra la salud pública y así podemos leer en su comienzo lo siguiente: “Nada extraño es que los chorizos, embuchados, longanizas, salchichas, salchichones y rellenos que nos vienen de afuera, estén preparados con jamón alterado y carne de cerdos, muertos en el camino por la fatiga de un largo viaje, ó muertos de enfermedades, en los que aparecen sus carnes sembradas de vejiguillas trasparentes llenas de un líquido acuoso (hidátides); cuyas carnes, ni el sahumado, ni la salazón bastan para corregirle su maldad; ó bien contengan carnes de caballo, de perro, de gato y de otros animales, adobadas é incorporadas con las de cerdo”, terrorífico relato que hoy nos puede parecer inadmisible, aunque a saber qué es lo que comemos muchas veces, baste recordar qué recientemente se descubrió como se vendían hamburguesas elaboradas con carne de caballo y que la industria de los establecimientos que expenden comida basura tan bien supo silenciar, ‘Poderosos caballero es don Dinero’ como muy bien reflejó en su poesía Quevedo.

Claro está que dichos embutidos, como explica más adelante, no estaban destinados a las clases pudientes, que esos comían carne controlada y buena, era alimento de los de siempre, de los obreros y la clase baja e incluso media a los que se les vendía a precios acomodados para hacerles ver en el paraíso en el que se vivía, truco de los oligarcas que funcionó tan bien que hasta hoy se sigue explotando en esta cleptocracia en la que vivimos.

Como consecuencia de la incipiente técnica de la conservación de los alimentos, sobre todo el desarrollo de la cadena del frío casi inexistente, no hacía aconsejable comer dichas carnes adobadas en ciertas épocas del año y lo cuenta así: “es perjudicial en ciertas épocas del año, por las enfermedades que suele padecer el cerdo, por lo cual en la Península se prohíbe su venta durante el verano. Y las morcillas, preparadas con toda clase de sustancias como sangre, hígado, sain, sesos, leche de vaca, harina, pan, arroz, huevos, sal, especias, etc., no estando bien condimentadas, teniendo poca sal, y el sahumado haya sido incompleto ó tardío, se desarrolla, según Kerner, una putrefacción particular que comienza en el centro de la morcilla sin que se desprenda cuerpo alguno gaseoso, siendo el color de la mezcla menos intenso en el interior, poniéndose las partes que están en descomposición más blandas y conteniendo ácido láctico libre ó lactato de amoniaco, á la par que todas las sustancias animales y vegetales azoadas que están en una verdadera putrefacción. Nada extraño es, lo repetimos, porque la vergonzosa industria de la adulteración va desarrollándose cada día más”, abundando más adelante sobre el tema y que ahora pongo de mi propia cosecha al comparar la lucha contra esa clase de especuladores delincuentes que lo mismo nos matan con venenos en los alimentos que estafando con Preferentes de las Cajas de Ahorro y que sabiamente se han repartido, según su representación parlamentaria, sin distinción de creencias o ideas, incluso si su misión es la defender sindicalmente a los trabajadores, haciendo verdad el dicho de “todo por la pasta”, la verdad es que somos tan buenos que hasta parecemos tontos por no echarlos a patadas, y el autor nos dice: “Para contener ese desbordamiento de los especuladores, para ponerle remedio á ese tan grave mal que amenaza destruir la salud pública, necesario es hablar sin rebozo, y hacerles ver á la Autoridad, á las madres de familia y á las personas que por su destino y posición se hallan interesadas en el mejoramiento de las costumbres, el inminente riesgo que corre la sociedad con esos adulteradores, que sin miramiento ni respeto alguno todo lo sacrifican por labrar su fortuna”, lo que me recuerda a un comic de los años 50 que hizo famosa la frase: “igualico, igualico, que su difunto agüelico”.

Los legisladores, todos ellos de letras, no de ciencias, siempre utilizaron la lógica de qué no se pueden promulgar leyes hasta que no se cometan los delitos o se cree dicho delito, un razonamiento que parece lógico excepto cuando lo llevamos a la ciencia y donde choca la lógica con el pragmatismo o lo que es lo mismo, por poner un ejemplo absurdo pero muy gráfico, con esa mentalidad los físicos de los años cuarenta debieron esperar a que les explotara la bomba atómica antes de tomar las debidas precauciones y los protocolos para la manipulación de dicho artefacto, aberración esta razonada que se pone de manifiesto, por ejemplo, cuando ambas formas de pensar trabajan en conjunto, por ejemplo en la administración, donde un dictamen de un técnico se puede hacer en una unidad de tiempo determinada y entre lo que tarda en llegar a él y posteriormente, tras el análisis de dicho técnico, vuelve al administrado ese acto administrativo puede dilatar por diez el tiempo de espera.

Entrando en el terreno de la justicia ya se llega a lo surrealista, no sólo en el dictamen de leyes sino en su aplicación, de modo, esto lo he presenciado, si un sujeto ve peligrar su vida porque tiene sospechas de una agresión el juez le dice que no puede actuar hasta que el delito se cometa, algo que a veces ya al interfecto, en algunas ocasiones, ni le importa porque ya está muerto y así podría seguir hasta el infinito, y para finalizar contar como, por ejemplo, cuando se actúa contra un corrupto se aplica la regla de tres de a más corruto más tiempo en dictar sentencia, llegando esta a ser de décadas, cuando ya nadie recuerda el delito cometido o el infractor o las víctimas murieron de viejos.

Algo así ocurrió con la sofisticación de los alimentos, mientras la gente moría intoxicada, la justicia ponía en marcha su lenta maquinaria, algo que fue aprovechado por aquellos desalmados que pretendían enriquecerse rápidamente, pese a que todos los científicos de la época, escandalizados, avisaban a la población, entre tanto, los corruptos, se iban introduciendo en el tejido político gracias a esas fortunas, ralentizando la puesta en práctica de dichas leyes tan necesarias.

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Como todo libro de toxicología de la época más se dedicaba a contar casos concretos, con la intención qué con su lectura los médicos pudieran identificar los síntomas, que una curación farmacológica, que también se hacía y así han llegado hasta hoy historias concretas y de momentos puntuales sin tener que recurrir al sensacionalismo periodístico de las hemerotecas.

En primer lugar cita a un tal Kerner, seguramente padre del famoso médico y poeta alemán Justinus Andreas Christian Kerner (1786-1862), el primer galeno que hizo una descripción del botulismo, y digo que podría ser el padre de dicho médico porque los dos eran de la misma ciudad alemana Weinsberg (Baden-Wurtenberg) y entre ellos había una generación de diferencia.

Del tal Kerner decía que en dicha ciudad de Weinsberg siguió, desde 1793 hasta 1822, treinta y seis casos de envenenamiento alimenticio, de los cuales ochenta y cuatro terminaron fatalmente. De entre todos estos casos veinticuatro sujetos comieron morcillas de hígado ahumadas de los cuales doce sucumbieron y el resto sufrieron todos los síntomas de envenenamiento, otros ocho fueron víctimas de jamones en mal estad y otro por haber ingerido buey graso ahumado e incluso experimento dicho médico en propia carne la intoxicación al comer arenques ahumados, como podemos ver el mismo autor resultó intoxicado, algo que debió ser corriente en aquella época, incluso más recientemente, ya que si se repasan le hemerotecas de principios del siglo XX los anuncios que más se prodigaban eran aquellos para quitar las molestias estomacales.

Entre los casos que exponía trascribo los siguientes: “En 1802 murieron seis personas de dos familias después de haber comido salchichería alterada. Entre las víctimas se encontraba un médico, su esposa, su hija y una criada. Habiéndose investigado la causa de este envenenamiento no pudo atribuirse á la presencia del cobre sino más bien á la alteración de la carne.

El mismo año de 1802 tres individuos que habían comido unas cortezas de tocino compradas á un tocinero experimentaron vómitos reiterados, dolores vivos en el vientre y frecuentes evacuaciones albinas”.

En los informes facultativos reseña los siguientes:

El 7 de Mayo de 1832 Chevalier y dos facultativos fueron comisionados para reconocer unas carnes de tocinería que habían producido accidentes desgraciados y dieron el siguiente dictamen:

«Nosotros Jaime Angelo Durocher, doctor en medicina; Juan Luis Grouri Duvivier, doctor en medicina, y Juan Bautista Chevalier, químico, miembro de la Academia Real de Medicina; encargados por M. B. comisario de policía para el examen de las carnes de tocinería vendidas por Mr. L…, carnes alteradas, vendidas á una mujer que habiéndolas tomado como alimento se vio afectada de vómitos, purgaciones y otros accidentes.

Antes de proceder al análisis de esta carne, acompañados del comisario de policía nos dirigimos á casa de Mr. L…. con el fin de examinar si entre las carnes expuestas á la venta pública, las había que fuesen alteradas y de mala calidad, semejantes á las que habían dado lugar á los accidentes mencionados, y si los vasos y utensilios se hallaban en buen estado. Esta visita nos manifestó: L… que entre las carnes expuestas al público para vender había un plato de restos ó recortaduras de aspecto repugnante, muchas de las cuales estaban alteradas y sobre las que se observaban vegetaciones ó enmohecimientos, y cuyas recortaduras fueron recogidas para analizarlas; 2° que un vaso de plancha de hierro que servía para preparar ó calentar las salsas se hallaba en un desaseo asqueroso; otros vasos aunque bien estañados y no inspiraban recelo respecto al cobre tampoco presentaban el estado de limpieza que se requiere.

La carne vendida que había causado los accidentes, se componía de muchos pedazos cortados sobre una masa de la preparación conocida en el comercio de la tocinería con el nombre de queso de Italia, preparación ordinariamente compuesta de restos picados, fuertemente sazonados y convertidos en una masa ó pasta compacta que se vende al por menor en lonjas. Las lonchas ó pedazos que hemos debido examinar, estaban cubiertos de enmohecimientos que en ellos se habían desarrollado, unos de color azul y otros verdes que le daban un aspecto cobrizo.

Esta carne se dividió en tres partes; una de ellas se trató con agua destilada, y la disolución acuosa en seguida se examinó con los reactivos que no hicieron descubrir sustancia alguna metálica susceptible de causar un trastorno en la economía animal. Otra porción de dicha carne se trató con la misma agua destilada, habiéndola empero acidulado con ácido nítrico; la disolución obtenida se evaporó; el residuo se disolvió con nueva agua y los reactivos no descubrieron en la disolución cuerpo alguno venenoso. La última parte se introdujo en un crisol nuevo, se carbonizó é incineró; pero el examen de las cenizas manifestó que nada de cobre contenían. Repetidos los mismos experimentos sobre las recortaduras tomadas del mostrador de Mr. L…. tampoco se pudo descubrir el menor vestigio de cobre ó de otra sustancia metálica cualquiera susceptible á dañar á la salud.

Resulta de estos hechos que la carne vendida por Mr. L…. no contiene cobre pero ha sufrido una alteración manifiesta que en diferentes circunstancias puede desarrollar los accidentes en cuestión; estableciendo que las carnes alteradas no solo pueden desarrollar accidentes más ó menos graves, sino hasta causar la muerte.— Durocher.—Grouri Duvivier.—Chevalier.«.

Si algo distinguía lo poco preparada que estaba la clase sanitaria europea era que sólo se buscaba en dichas intoxicaciones la presencia de metales dañinos, tales como el cobre o el plomo, y pasaba desapercibido el de las bacterias, hongos o virus que sobre todo se desarrollaba en las carnes picada, donde son el caldo de cultivo ideal de estos tipos de intoxicaciones y para nuestra nada mejor que reproducir el siguiente caso:

«Posteriormente, en Sülte (Alemania) el doctor Paulus refiere la historia de siete individuos que enfermaron por haber comido queso de Italia, de los cuales sucumbieron tres.

El 29 de Julio de 1836 Mr. Plassiard compró un pastel de jamón en casa de Mr. Preton Lesage en la calle de Montorqueil, y acompañado de su familia comió parte de la carne de dicho pastel; al día siguiente fue comida la costra con la carne que aun quedaba, y tres horas después Plassiard experimentó una desazón general acompañada de sudores fríos, de temblores seguidos de fuertes dolores de estomago y en seguida de vómitos reiterados. Su hija de 27 años y un niño de 9 experimentaron idénticos accidentes. El médico que los asistía lo atribuyó á la presencia del verdete (acetato bi-básico de cobre) que podía proceder de los moldes de que se valen los pasteleros. Olivier, D’Angers y Barruel fueron encarnados de proceder al análisis de los restos del pastel y de las materias procedentes de las deyecciones albinas del niño al intento de manifestar si existían vestigios de cobre ó de otra cualquiera sustancia venenosa; pero los resultados del análisis fueron puramente negativos bajo este aspecto.

El mismo año de 1836 muchas personas experimentaron accidentes análogos á los de la familia Plassiard después de haber comido pasteles de jamón comprados á Mr. Lesage. Y sin embargo, las investigaciones que en estas diversas circunstancias se hicieron en casa del mismo pastelero, manifestaron que todo se había preparado con el mayor aseo” y aquí se me escapa una exclamación: ¿tan lerdos fueron los médicos que pese a repetirse reiteradamente el mismo problema no se planteaban que las causas debían estar en ‘algo’ que se les escapaba?, a decir verdad no me extraña, el tener un título no da garantía de fiabilidad o sapiencia y la prueba está que se tardó medio siglo en descubrir las causas y el causante del ‘Mal de la rosa’ o Pelagra y ¿para qué contar la historia del escorbuto?, lo que he dicho siempre, la medicina progresó gracias a los muertos que fue dejando a su paso.

Sigo con otro caso de intoxicación alimenticia o con otro caso, que ya más parece que estamos hoy aquí vivos de milagro, ahora entiendo a los que creen en dioses.

El año de 1839 en una fiesta popular celebrada cerca de Zurich donde había reunidas más de seiscientas personas, tuvo lugar una comida que consistió principalmente en ternera asada fría y jamón. Poco después de haber tomado estos alimentos, casi todos los convidados experimentaron algunos accidentes y á los ocho días la mayor parte se hallaban en cama. Sentían calofríos, vértigos, diarrea y vómitos, desarrollándose en muchos de ellos el delirio. Más tarde algunos experimentaron una salivación más ó menos fétida, y hasta unas úlceras de mal aspecto invadieron la cavidad de la boca. Un prolijo examen hecho sobre el jamón y la ternera que formaron la base de la comida que había desarrollado todos estos accidentes, hizo ver que ya se hallaban alterados dichos alimentos por una putrefacción incipiente”, vaya, ya parece que iban en la pista para descubrir el agente asesino, tanto es así que en el siguiente caso hasta se culpó al villano estafador carnicero.

El 13 de Octubre de 1842 Mr. Etienne y su esposa se desayunaron en Reims, con salchichería comprada en casa de Mr. Lacourte. Después de algunos minutos ambos esposos se vieron atacados de vómitos y cólicos violentos. El mismo día idénticos accidentes se desarrollaron en diversos sujetos que habían comido jamón vendido por el mismo tocinero. Ninguno de ellos corrió peligro de muerte, pero Mr. Etienne, aunque de una constitución robusta, no pudo dejar la cama por cinco días. Su mujer, de una constitución más débil y que anteriormente había padecido una enfermedad de entrañas, sucumbió después de treinta y cinco días de padecer. Lacourte fue perseguido bajo la prevención de homicida por imprudencia”.

Concluye Michelena con las siguientes recomendaciones, para después hacer un panegírico dedicado a un gran hombre, Nicolás de Appert, del que tenemos un estudio, de los primeros, en nuestro sitio, bastante somero y que debo de actualizar.

Las recomendaciones que hacía el autor eran las siguientes: “Todos estos desgraciados hechos históricos harán ver á las madres de familia y á toda persona que aprecie su vida, el inminente riesgo que se corre con esta clase de alimentos, cuando no son recientes, cuando ignoramos si la mano que los ha preparado es de persona de ciencia y de conciencia, y cuando reina la estación de los calores. Por todo lo que, deducimos: 1° que las carnes ahumadas son más susceptibles de experimentar una descomposición perjudicial; 2° que el jamón alterado y la carne de cerdo, muerto de vejez, de cansancio en el camino ó de enfermedad, causan efectos deletéreos á la economía animal; y 3° que las carnes de caballo, de perro y de gato, adobadas, mezcladas y preparadas por esos especuladores de mala fe, originan, las más de las veces funestos accidentes.

¿Y qué diremos de los guisados y pasteles que nos vienen de afuera de hoja de lata herméticamente cerrados, según el método de Mr. D’Appert, barnizados algunos, con inscripciones y divisas de patente de privilegio? Y cuenta que no es nuestro ánimo criticar el procedimiento de Mr. D’Appert, de ese hombre á quien tanto le debe la humanidad por sus conservas alimenticias, de que tan inmenso uso hace la Inglaterra para alimentar sus escuadras, evitando de este modo un sin número de enfermedades que desarrollándose á bordo de los buques por el continuo uso de alimentos salados, diezma la marinería, esos brazos tan útiles corno necesarios para el poderío de las naciones: empleando también dichas conservas vegetales y animales en sus hospitales de las colonias, y mayormente en Bengala. Repetimos, que no es el ánimo nuestro criticar el proceder de ese benéfico hombre, muerto hace pocos años en un estado casi de miseria, ¡triste ejemplo de la indiferencia que se profesa á los grandes hombres que ilustran y enriquecen su patria!”.

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Antes de terminar creo interesante trascribir las intoxicaciones alimenticias que se produjeron en la isla de Cuba en esos mismos años, dedicado a todos esos cubanos que nos leen, que son muchos según veo en nuestras estadísticas, y que algunas veces nos escriben.

Los primeros casos documentados datan del año 1833 en la ciudad de Matanzas, el mismo año que asoló dicha provincia una epidemia de cólera morbo que diezmó a la población pese a las prevenciones de las autoridades, dictando el brigadier gobernado, Francisco Narváez de Bórdese, edictos para que se crearan comisiones para, entre otras cosas, para visitar las panaderías y aseguraran que el pan estuviera bien cocido y de buena calidad con las harinas existentes en dicha ciudad, también vigilar que no se vendieran comestibles en mal estado ni bebidas adulteradas, por lo visto sin epidemia los tenderos tenían patente de corso, vigilando especialmente la policía el aseo de los puestos del mercado de verduras y carnicería.

Pese a todo el celo puesto en hacer cumplir las órdenes dos personas enfermaron después de comer salchichón: los síntomas fueron vómitos, dolores abdominales y fuertes diarreas, intoxicación que fue atendida por el doctor José Pambrun, que era a la sazón Secretario de la Junta de Sanidad, que tras una inspección de dicho embutido llegó a la conclusión que estaba ‘alterado’.

En el año 1835, en la Habana, otro médico, José Pérez Bohorques, asistió a otro paciente que padecía “horripilación (calofríos), espasmo (temblor ó contracción de los músculos), náusea (grandes esfuerzos para vomitar), y por último parafrosine (delirio), por haber ingerido en su estómago jamón frito, el que reconocido se encontró alterado”, dándose también otro caso parecido en el barrio de José María de la Habana y reportado por José Román Pérez, doctor en farmacia y fiscal interino de la Real Junta Superior de dicha facultad.

En el año 1839 tres personas, vecinos de Matanzas en la barriada de Versalles, cenaron unas butifarras y empanadas fritas, y todos pasaron una noche fatal con vómitos, gastrodinia y diarreas, sobreviniéndole á uno de ellos una calentura biliosa y presentándosele a los ocho o nueve días una epistaxis (hemorragia de la nariz) y concluyendo con una efidrosis (sudor excesivo). Por fortuna escaparon de la muerte, atribuyéndose esta especie de envenenamiento más que a la presencia del acetato básico de cobre (cardenillo) qué a la corrupción de las carnes.

Para terminar estos casos, que evidentemente no son significativos ni llegaron a tener entidad para tomarlos como una alarma social, creo interesante, por ser una curiosidad histórica, el informe de un médico, Pablo Isidoro Verdugo, que reportó lo siguiente: “El año de 1848 hallándose temporalmente en la Habana el célebre oculista doctor Wills y próximo á embarcarse para los Estados Unidos á donde se le esperaba para practicar una operación, abrió una lata de atún (su plato favorito) que había comprado para el viaje; apenas comería de dicha sustancia como una onza, y tan pronto como fue ingerida en el estómago sintió una repugnancia extrema y tal que le obligó á procurarse el vómito por medio de grandes cantidades de agua tibia con objeto de arrojarle, mas estos esfuerzos no dieron aquel resultado hasta pasadas cuatro horas. La expulsión de una cantidad de atún que dicho doctor consideró como el total, produjo un ligero descanso, el que fue seguido de un conato tal al vómito que el mismo doctor no pudo disipar á pesar de haber tomado pedazos de hielo y zumo de limón: este conato al vómito coincidía con un estado que Wills consideraba mortal. En esta circunstancia se puso bajo la protección médica del doctor D. Vicente Antonio de Castro, D. Pablo Verdugo, D. Félix Giralt, D. Antonio Oliva y D. José Trujillo. Estos señores consideraron que aquel conato al vómito era efecto del instinto visceral que aun luchaba por arrojar alguna pequeña fracción de aquella sustancia existente aun en el estómago; en efecto, apenas se le dio un poco de aceite con agua arrojó un pedazo de dicho atún, pero costándole tan grande esfuerzo que apenas le expelió cuando se presentó una hematemesis (sangre del estómago) que ni los recursos de la ciencia, ni los esfuerzos de los que le asistían, ni el mejor y más grande deseo de salvarle bastaron para contener la hemorragia que en trece horas lo dejó exangüe«.

Hasta aquí algunos casos de intoxicaciones, pero habría que contextualizar todo lo contado para llegar a la conclusión de que esos casos conocidos sólo eran la punta del iceberg, como muy bien describe Michelena, cuando concluye diciendo: “¡Cuántas innumerables desgracias habrán sucedido en la Isla de Cuba de la ingestión en el estómago de carnes alteradas, pero que habiendo recaído en personas de poca ilustración, y en las clases menos acomodadas, han quedado cubiertas con un denso velo! ¡Cuántas familias pobres, sin otro patrimonio que la miseria, habrán padecido de diarreas, obstruciones, vómitos, calenturas biliosas, gástricas y de otras clases, por haber ingerido en su estomago tasajo ardido, abadejo ó bacalao corrompido, jamón alterado, aguas estancadas, cenagosas, impuras, etc. Y sin embargo, sus enfermedades y sus muertes han pasado desapercibidas!

No nos cansaremos de repetirlo: la alteración de los alimentos y su sofisticación causan mil enfermedades, degenerando algunas en epidémicas”.

Dejo para una segunda parte el contenido de un libro de mi biblioteca que considero un tesoro y que perteneció a un antepasado mío, procedo de una familia de médicos que se pierde su antigüedad en la memoria, y que de tanto usarlo perdió las tapas, razón por la que no puedo datar su fecha exacta de publicación, sé a ciencia cierta que fue editado a comienzos del siglo XX y que lleva por título ‘Manual de toxicología clínica y médico-legal’, siendo una traducción de otro francés del doctor Ch. Vibert.

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