Historia de la lechuga

Este trabajo es una actualización de otro anterior al año 2002

La lechuga o ‘lactuca sativa L.‘ es una planta hortícola que ha tenido y tiene una cierta importancia en la medicina, la historia y la cocina del Mediterráneo, tanto por sus hojas como por el aceite que se obtiene de sus semillas. Originaria de la India, según la enciclopedia Sopena, fue domesticada en el Próximo Oriente a partir de la especie (Lactuca Serriola L.) alcanzando pronto una diversidad extraordinaria como atestigua Teofrasto (372 a.C.-287 a.C.), que habla de la Lactuca sativa L., de la Ulva lactuca L. y de la lechuga silvestre (Lactuca serriola L.), de la lechuga blanca comenta: «Es la más dulce y tierna. De esta planta hay otras tres clases: la de tallo aplanado, la de tallo redondo y la laconia. Ésta última tiene la hoja como el cardillo amarillo, pero en vertical, de vigoroso crecimiento y no tiene tallos laterales procedentes del principal.»La lechuga silvestre tiene la hoja más corta que la cultivada y, cuando ha adquirido su pleno desarrollo, está erizada de espinas. El tallo es también más corto, mientras que el jugo es amargo y medicinal. Crece en los campos, se dice que su jugo elimina la hidropesía, aleja las cataratas de los ojos y suprime las úlceras de los ojos echado en leche de mujer. La lechuga cultivada es estomacal, un tanto refrescante, soporífera, molificativa del vientre, acrecentadora de leche. Cocida se vuelve más nutritiva. Comida sin lavar es conveniente para afecciones del estómago. Bebida la simiente de la lechuga, socorre a los que tienen poluciones con frecuencia durante el sueño y refrena el apetito sexual. Si se comen lechugas con frecuencia producen ambioplía (ojo vago) Se conservan en salmuera. Las lechugas talludas tienen una virtud semejante a la del zumo y a la de la leche de la lechuga silvestre«


Por la descripción que nos hace Teofrasto podemos imaginar la larga historia que la lechuga nos puede contar de la mano de agrónomos, médicos, escritores, incluso gentes del pueblo llano que vieron en éste vegetal la solución a una serie de problemas de salud y también de orden moral en una sociedad que se encerraba en sí misma oprimida por una religión judaica que centraba la dominación del ser humano en tenerlos pillados por los genitales, de esta forma aquellos que estaban dotados para el sexo podían ser doblegados hasta el extremo de amansarlos en sus pasiones, como veremos más adelante, convirtiéndolos en mansos corderos con dicho antiafrodisíaco y así intentaron frenar la concupiscencia de aquellos pobres pecadores cuyo único delito era el de querer hacer algo tan natural como el dar rienda suelta a sus instintos básicos y así jóvenes de ambos sexos, viudas u otro tipo de personas, pasaron, más mal que bien, su peregrinaje por la vida pagando, eso sí, un caro peaje.

La lechuga en la mitología

El asociar la lechuga y el sexo es una constante en la historia de dicho alimento desde la más remota antigüedad y, como no, aparece en las narraciones maravillosas, transmitidas oralmente en sus comienzos por los pueblos, donde, fuera de tiempos históricos, divinidades asociadas a la escala más alta del pensamiento religioso o espiritual justificaron las posteriores represiones de otros hombres que, en nombre de esos seres abstractos llamados dioses, buscaban el poder imponiéndose, la mayoría de las veces, por la fuerza tanto en sus vidas, sus pensamientos y en algo tan privado como es la intimidad de sus dormitorios.

En Egipto, a mediados del Reino Antiguo (3000-2200 a.C.), encontramos un enfrentamiento entre el dios Horus y su tío Seth que tiene mucho que ver con la planta de la que cuento su historia y la lucha ambiciosa por poseer el reinado de Egipto y que tuvo, sin lugar a dudas, tintes claramente homosexuales.

En principio creo conveniente, para que el lector se familiarice con los actores de esta historia, hacer una breve reseña de cada uno de ellos:

Seth o Set, siempre dentro de la mitología egipcia, representó el mal, una dualidad que indefectiblemente han tenido los hombres al contar las historias y de la que ni se salvaron los dioses al querer hacerlos a semejanza de los mortales con sus miserias y virtudes; era originario de la ciudad agrícola de Kom Ombo, en el alto Nilo, y se le tuvo como una deidad del desierto, siendo temido por su cualidad de constructor/destructor, asociado con las tormentas de arena del desierto. Mató a su hermano Osiris, padre de Horus.

Horus, el otro interviniente en esta historia, sobrino del anterior como ya he dicho, era producto de unas relaciones incestuosas entre su padre, Geb (la tierra de Egipto) y su hermana Nut (el cielo) y a su vez, Horus, se casó también con su hermana Isis, algo muy corriente en las religiones antiguas, basta saber que Eva, en el Antiguo Testamento, tuvo que tener relaciones sexuales con sus hijos para reproducir la especie humana por el mundo y algo parecido le ocurrió a Noé y su familia.

Con este lioso entramado de consanguinidad todo puede complicarse aún más rizando el rizo, ya que según cuenta leyenda, y ya entrando en la historia mitológica de la lechuga, Seth intentó violar a su sobrino Horus con el fin de acusarlo ante los dioses de ser indigno para gobernar Egipto. A su vez, en un gran entramado de estrategias, Isis, la hermana y esposa de Horus, recoge el semen de su marido y lo deposita entre las hojas de una lechuga, la cual sirve de desayuno a Seth el día del juicio ante los dioses. Una vez en el juicio Horus invoca a su semen para que se presente allí donde esté y, para sorpresa de todos, éste se manifiesta sobre la cabeza de Seth en forma de globo o disco, algo que nunca llegué a entender, a no ser que pusiera la lechuga como sombrero, ya que por lógica debería haber aparecido en otro lugar de la cabeza. Ante esa evidencia el tribunal divino decide que Horus seacoronado rey de Egipto. (Bibliografía tomada de J. Gwyn Griffiths, ‘The Conflict of Horus and Seth from Egyptian and Classical Sources‘. Liverpool, 1960); (H. Te Velde, Seth, God of Confusion. Leyden, 1967)

En Grecia la cosa no fue menos complicada y enrevesada que la egipcia, ya que parece que los dioses disfrutan, según los humanos, teniendo una maldad inusitada, sólo con repasar por encima la Biblia hay motivos sobrados para no creer ni en Dios.

La leyenda comienza cuando un día Cupido o Eros (nombres que vienen de la palabra deseo), y que depende de si lo cuenta un griego o un romano, decide burlarse de su madre, Venus o Afrodita (dualidad de nombre que al igual que el Cupido es conocido así dependiendo el país), diosa del amor, para lo cual le clavó una flecha de oro en el pecho, lo que hizo que se enamorara locamente de Adonis. Antes de seguir hay que aclarar que el arma se la había regalado la madre, desoyendo los consejos sensatos de que a los niños no se les puede dar cosas que puedan hacer o hacerse daño (dicho en clave de humor). En éste armamento había dos clases de flechas, unas con la punta de oro y otras de plomo, dependiendo cual lanzara así le iría la cosa al afectado: si era del noble metal se llenaría de deseo y pasiones y si por el contrario era de plomo estaban destinadas a sembrar el olvido y la ingratitud en el corazón del alcanzado por dicha arma en detrimento de su pareja.

Volviendo a la lechuga y ya con Venus locamente enamorada de Adonis, que por cierto estaba, Venus, casada con Marte, se comenzó a tramar la tragedia griega, nunca mejor dicho, de modo que el marido despechado y celoso, con motivo, envió a un jabalí contra Adonis en uno de sus días de caza el cual mató al amante, con estas Venus desesperada con el cadáver de Adonis, en una acto trágico-romántico, convirtió su sangre en una planta roja que todas las primaveras lo recordarían y así nacieron las amapolas: después enterró su cuerpo entre hojas de lechuga, la cuales, desde entonces, apagaron los ardores lujuriosos de los humanos, ya que el sexo no tenía sentido para ella.

La lechuga en el refranero

En el libro ‘Refranes o proverbios en romance’ de Hernán Núñez, en el refrán 46 que titula: «A la ramera, y a la lechuga, una temporada les dura«, lo explica o razona el dicho popular de la siguiente forma: «Ninguna cosa hay en esta presente vida, que permanezca siempre en un estado, sino que con la mudanza y diversidad de los tiempos, así también se muda la sazón de las cosas: y lo que en un tiempo agradaba, viene a ser menospreciado; y vemos, que todas las cosas tienen su vez, que una fruta nace por el verano, y otra en el estío. Y así cada una tiene su temporada.
Así dice nuestro refrán, que la ramera, mientras vende el vino de su mocedad al ramo de la tez, y buen parecer de su cara, dúrale la ganancia. Venida la vejez, su frescura se le pierde, así le pone por semejanza la lechuga, que es una de las verduras más contrarias a las rameras, que hay, de quien dice el Florentino en el libro de Agricultura, 12.cap.13. Aplicado a Constantino Cesar, que es la lechuga fría y húmeda, y es buena para las inflamaciones muy ardientes, es comida que mata la sed, atrae sueño, y da leche a las mujeres, cocida es de más nutrimento, es contra el apetito venéreo, enfríalo; los pitagóricos la llaman Eunuchton, que es porque contradice al tal apetito, como lo trata Plinio en el libro 19.cap.8. Y las mujeres la llamaban Astylis, porque hace los hombres mal aparejados para sus deleites.
Dice Dioscórides en el lib.2.cap.129. que la simiente de la lechuga bebida, estorba y aplaca las fuertes y continuas imaginaciones de lujuria, mientras que duermen, y es enemiga de Venus, y por esto cuenta Ateneo en el libro 13 como lo traen algunos autores tratando de la historia de los poetas, a Venus estando enamorada de Adonis, y matándoselo un jabalí, lo cubrió de hojas de lechuga, como que ya se acababan sus amores. Contraria de esta lechuga es la oruga, como dice Plinio, en el lugar de arriba. Y así hizo una emblema a ello, que en otro lugar vendrá muy justa, pues con razón pone el refrán a la lechuga, que pues se acaba, siendo tan poderosa, que también la ramera acaba su tiempo. Así Lays famosa ramera de Corinto, siendo ya vieja consagró su espejo a la diosa Venus, según lo trae Ausonio en sus Epigramas«.

Y para que no falte de nada ahora unas adivinanzas muy españolas cuya soluciones ya se dan por sabidas, porque tratamos de la lechuga, y que dicen: «Soy una loca amarrada que sólo sirvo para ensalada» o esta otra: «Fui a la plaza, le remangué la falda y le vi la cosa» y para finalizar esta: «¿Que planta es la que para comerla la tienes que amarrar?«.

La lechuga en la agronomía antigua

El refrán de Hernán Núñez me da pie a adentrarnos en los conocimientos que nos dejaron los antiguos sobre el cultivo y las propiedades de dicha hortaliza y así nos encontramos con las recomendaciones de Columela en el siglo I, del que tenemos en nuestra web muchos estudios, en sus ‘Doce libros de agricultura’, donde refiriéndose a la forma de plantarlas dice: «La lechuga debe de trasplantarse con tantas hojas como la col (cuando tenga seis hojas). En sitios abrigados y en los marítimos es muy bueno ponerla en el otoño: en los de tierra a dentro y fríos, al contrario, en el invierno no es tan bueno ponerla. La raíz de ésta también se debe de untar con estiércol, y necesita más agua que la col; de esta suerte su hoja sale más tierna. Hay muchos géneros de lechugas que conviene sembrarlas cada una en su tiempo; entre ellas, la que tiene hoja oscura y como purpúrea, o también verde y crespa como la siciliana, es bueno sembrarla en el mes de enero. La de Capadocia, que tiene la hoja pálida, peinada y espesa, en el de febrero; y la que es blanca, como las que hay en la provincia de la Bética (Andalucía, España), en los confines del municipio de Cádiz, se pone muy bien en el mes de marzo. Hay también una especie de lechuga de Chipre, blanca que tira a roja, con las hojas lisas y muy tiernas, que se pone cómodamente hasta los idus de abril. Sin embargo, por lo común, la lechuga puede sembrarse casi durante todo el año, siendo el clima templado y habiendo abundancia de agua. Para evitar que suba su tallo muy pronto, así que tenga algún incremento, se pondrá en medio de ella un casco pequeño de teja, y reprimida con esta especie de carga, se extiende en latitud. El mismo método se sigue también con la chicoria, a excepción que aguanta más bien el invierno, y así se puede sembrar aún en los países fríos en el principio del otoño«.

Sobre la forma de conservarla Columela en su libro duodécimo, capítulo IX que titula ‘Cómo han de encurtirse los tronchos de lechuga, la achicoria, y los cogollos de zarza, tomillo, ajadrea, orégano y rábano rustico’ decía: «Conviene salar en un lebrillo los tronchos de lechuga mondados desde el pie hasta el sitio donde se verán salir las hojas tiernas, y dejarlos en él un día y una noche hasta que arrojen la salmuera; después hay que lavarlos en ella, exprimirlos y extenderlos sobre zarzos hasta que sequen, y ponerles un lecho de eneldo seco, hinojo con un poco de ruda y puerros picados y mezclarlo todo. Después, estos tronchos secos se pondrán de manera que haya entre ellos guisantes verdes enteros, los cuales, asimismo, deberán estar antes un día y una noche en remojo en salmuera fuerte, y luego que se hayan secado del mismo modo se echarán con los manojos de las lechugas, y se les tirará por encima un caldo compuesto de dos terceras partes de vinagre y una de salmuera; por último, se comprimirán con un manojo de hinojos de manera que sobrenade el caldo. Para que esto se verifique, la persona encargada de hacerlo deberá echar muy a menudo caldo nuevo sobre el primero y no dejar que se sequen las hierbas encurtidas, sino que además de lo dicho, que es muy propio para esto, enjugará por fuera las vasijas con una esponja limpia y las refrescará con con agua de fuente recién cogida,. Se ha de advertir que esto que hemos escrito se compone en tiempo de primavera«.

También en el mismo siglo, Marco Valerio Marcial en sus epigramas Xenia, en concreto el número 14, nos da un aporte muy estimable del cambio que se produjo en el orden en el que servía en la mesa romana cuando dice: «¿La lechuga que solía cerrar las cenas de nuestros abuelos, dime, por qué inicia ella nuestros banquetes?«.

De Cayo Plinio Secundo, muerto en la erupción del Etna, encontré una fórmula magistral para curar el tenesmo o pujo, las ganas constantes de defecar y orinar, diciendo que el caldo de pescado cocido en una cazuela con lechuga hacía desaparecer dicha enfermedad.

Aunque pueda parecer raro, dado que el consumo de lechugas era habitual en Roma, no hace referencia a ella en ninguna de sus recetas, Marco Gavio Apicio en su famoso ‘De re coquinaria’, lo mismo no era un alimento exótico y vulgar.

Del griego Florentino, que vivió en la primera mitad del siglo III y que fue autor de unas Geórgicas, encontré muchas referencias sobre esta planta, comenzando por decir que la lechuga es una verdura jugosa y refrescante y que por eso viene bien contra las inflamaciones ardientes, para seguir diciéndonos que es un alimento que no produce sed, es soporífero y estimulante de la leche. Cocida, continua Florentino, referenciado por Casiano Baso en el siglo V en su libro ‘Geopónoca o Extractos de agricultura’, se vuelve más nutritiva y distrae de la unión sexual, por lo que los pitagóricos la llaman ‘eunoûchos‘, o sea, ‘el guardián del lecho‘ y las mujeres ‘astytis‘, palabra relacionada con ‘astysia‘ o dicho en castellano impotencia.

Recomienda, si se desea recolectarlas con hermoso aspecto, atarles las cabelleras, es decir, las hojas superiores, pues así serán blancas y hermosas o también esparcirle desde arriba arena. También hace recomendaciones para cosechar las más jugosas y carnosas, sin que desarrollen el tallo, quedando achaparradas y redondeadas si son trasplantadas y regadas. Cuando alcanzan el tamaño de un palmo, aconsejando cavar alrededor de manera que las raíces queden al descubierto, recubriéndolas con excremento fresco de buey, regándolas enseguida. Cuando crezcan, comenta, hiende el brote con un hierro muy afilado y ponle encima un fragmento de vasija sin empegar para que aumente de tamaño a lo ancho y no a lo alto, recomendaciones similares hacen Columela y Plinio. Hay un consejo sorprendente y que se refiere a obtener lechugas perfumadas si se le introduce en su semilla una de cidro y se siembra así.

Sobre sus cualidades curativas o medicinales comenta que la lechuga despierta el apetito, baja la inflamación, refrena la actividad sexual, y tomada junto con vino dulce o vinagre templa la hiel; con hisopo y vinagre ayuda al hipocondrio; frita en aceite de rosas hace desaparecer el cólera.

No hay duda que en la antigüedad se tenía a la naturaleza y las cosas que daba al hombre un sentido mágico, de ahí el rosario de virtudes que tiene la lechuga y que le concede las siguientes cualidades: Si se toma su látex hace bajar la hinchazón de las entrañas y untada con leche de mujer hará sanar la erisipela. Ahora sigue una serie de excelencia que da la lechuga que puede dejar perplejo al lector, sobre todo cuando comenta que triturando su semilla y bebida curará a los que han sufrido la picadura de un escorpión, alivia el pecho enfermo y si se coloca debajo del colchón de un paciente, no especifica tipo de enfermedades, «sin que lo sepa, y recolectándola con la mano izquierda con su raíz antes de la salida del sol, sanará. Aunque pueda parecer una fantasía del que escribe puedo asegurar que está casi copiado de sus escritos al pie de la letra. Si se aplica el jugo de la lechuga sobre la frente del enfermo traerá sobre él el sueño, algo que debo de probar porque siempre tuve insomnios, de todas formas si algún lector lo experimenta le rogaría que me escribiese para contármelo«.

Oftalmológicamente le atribuye la cualidad de que si se come con frecuencia detiene la ambioplía (más conocida como ojo vago), y proporciona una vista penetrante, sobre todo si es dulce. Si se comen en gran cantidad sueltan el vientre y si en poca lo contiene, y atenúan el catarro, algo que también contradice Plinio y Dióscenes los cuales postulan que si es tomada en exceso perjudica la vista.

Entre las maravillas de esta planta hay una que se refiere a la virtud que tiene para aquellos que viajan a países extranjeros para que no noten los sabores distintos de las aguas que beben si la toman en ayunas o tomarla previamente a una juerga ya que no se podrá emborrachar por más que se beba, coincidente con los consejos de Plinio.

Volviendo a sus propiedades sexuales comenta que si se beben sus semillas previenen el derrame seminal, por lo que lo recomienda para aquellos que tienen habitualmente poluciones nocturnas.

Para terminar, Florentino aconseja colocar cinco, tres o una hojas de lechuga, que en eso no es muy explícito, debajo del colchón de un enfermo en secreto porque eso le traerán el sueño, eso sí, si se hace de la manera que las que han sido arrancadas del tallo miren hacia los pies y las de la parte externa hacia la cabeza.

Dídimo, cuyo nombre significa gemelo o mellizo, seguramente el teólogo cristiano más sabio del siglo IV, en el más difícil todavía, nos da la fórmula para obtener; lechuga en la misma planta, y con las mismas raíces, apio, oruga, albahaca, y plantas semejantes, de la forma más sencilla jamás imaginada y que consiste en coger una cagarruta de cabra o de oveja, y horadándola, aunque sea pequeña, vaciarla limpiamente y meterles apretadas en el orificio las semillas de las plantas antes indicadas, enterrarla una profundidad de menos de dos palmos, extendiendo previamente en el fondo un estiércol suave y distribuyéndolo espaciadamente, después se echa encima tierra ligera y se riega con agua moderadamente, y cuando broten las semillas; regarlas, esparciendo continuamente estiércol; cuando desarrollen el tallo otorgarles muchos más cuidados y entonces nacerá una lechuga con las semillas que se enterraron. Pero, continúa, otros abren; dos o tres cagarrutas de cabra o de oveja, las llamadas sirles, mezclan con ellas las semillas, las ponen en un pañuelo, lo anudan y lo entierran, otorgándoles los demás cuidados y obtienen lechugas de variedades diferentes.

Tanto Paladio como Plinio se hacen eco de este sistema por lo que supongo que tomaron todos las mismas fuentes ya que en el caso de Paladio es exactamente igual que al que nos cuenta Dídimo.

La lechuga entre los árabes de la península Ibérica

Sobre el año 1100 el árabe de origen sevillano, Abu Zacaria Iahia, en su tratado ‘Libro de agricultura’, segunda parte, artículo III, titulado ‘De la manera de sembrar las lechugas’ dice: «Son de dos especies de ellas, según Abu el Jair y otros autores, unas de hoja larga y aguda conocidas como sevillanas; otras de hoja corta y ancha conocida como cordobesas, las cuales sufren» (ser sembradas) «temprano, y lo son del mismo modo que las sevillanas. También hay de ellas especies silvestres«

Refiriéndose a Junio Moderato Columela, ya mencionado anteriormente, y citando a otro agrónomo árabe, Aben Hajáj, dice, que «cuando se trasplantaren las lechugas, deben ponerse separadas unas de otras, y que es muy bueno vayan atadas por encima del pie al tiempo de sembrarlas«. Dice Zacaria que deben de sembrarse en octubre, y también en todo noviembre, enero y febrero, y son de las hortalizas que vienen en tiempo de primavera; las cuales cuando son sobrecogidas del calor del aire, se descubre en ellas cierta calidad amarga, que impide su digestión. Según la Agricultura Nabatea, las lechugas son plantas cuyo tallo y hojas son comestibles; pero alimentan poco, y son frías. Las hay de tres especies, o de cuatro respecto a que una de ellas se subdivida en dos. Todas son lácteas, y lo son más y de sabor amargo desde mediados de primavera, o después del veintitrés de abril en adelante. También dice que si se siembran en septiembre, y se trasplantan a finales de octubre y en todo noviembre, y no se crían buenas y robustas como no se trasplanten; que han menester continuo estercolado, empelando estiércoles que tengan mezcla de excremento humano repodrido juntamente con ciertas plantas, que expresaba en otro lugar del libro sobre la composición de los estiércoles.

La primera especie de lechugas de que se hace mención, sigue Zacaria, son las comestibles, comunes en todas las regiones, las cuales son de tres especies; unas de grandes y grueso pie, de larga ancha y gruesa hoja, y cuyo tallo se levanta de la tierra como un codo poco más o menos; de cuyas especies comestibles hay una que enteramente carece de tallo, antes bien es redonda de pie, siendo la hoja que hace no larga, y pequeño su tallo del tamaño de tres o cuatro dedos. También hay especie de hoja sutil, de largura muy extendida, y aunque tierna es muy enjuta, la cual no crece ni se cría mucho sino en los países de la Grecia, la Siria y la Mesopotamia. Las hojas que nacen de la caña (que es derecha, del grueso del brazo, y de figura cuadrada) son cuatro una frente a otra, las cuales comprenden bajo de sí otras iguales, o más pequeñas. En lo alto de la caña llevan a manera de flor, que en la realidad no lo es, sino cierto pericarpio para la simienta, que se contiene en él en mucha abundancia. «Cuando las lechugas comienzan a tener leche» (que es en la primavera cuando ha templado el tiempo) «son menos provechosas, pues debilitan el cuerpo del que las come. Cómense crudas y cocidas; aquellas son más frías y estas menos, si bien son de digestión fácil. Sagrit dice, que no alimentan el cuerpo a no comerse sancochadas; y que si se comen crudas, no alimentan«

Por lo demás, Abu Abdalah Ebn el Fasél y otros agrónomos árabes son de la opinión, «que conviene a las lechugas la tierra gruesa y el agua dulce, y que fuera de ellas ninguna otra le conviene: que si se siembran en tierra áspera y fuerte se ponen en ellas parduscas; y por cuanto se resquebraja por la falta de agua, no prevalecen en ella a no ser por medio de riegos copiosos: que para trasplantación se siembran en tres tiempos, las tempranas, medias y tardías: que las primeras se siembran en septiembre en tablares labrados y estercolados, en sitios que miren a perfecto oriente de un sol dominante, revolviendo blandamente su simiente con la tierra para que quede con ella incorporada, introduciéndoles el agua en la misma forma, sacudiéndoles con ella una o dos veces hasta que nacen, y regándola dos veces en la semana cuando están medianamente crecidas: que hallándose en competente disposición, se trasplanten en noviembre en tablares hechos en sitios donde bañe el sol en el día, no dominados por los vientos, y que hayan labrado y estercolado con mucha copia de estiércol desmenuzado, y de excremento humano» (el cual es mejor para ellas y con el que grandemente prevalecen), «colocando en ellos sus plantas en fila a un palmo o poco más de distancia una de otra a lo largo, y por los lados como hasta palmo y medio, regándolas frecuentemente hasta que estén sazonadas para comer: que también se fijan sus plantas sobre los caballones y las regueras; y que en diez tablares se siembra en dicho tiempo como dos onzas de simiente: que las del tiempo medio se siembran en octubre en la forma expresada, echando en diez tablares como dos onzas de simiente; y que trasplantándolas en diciembre, cuando estuvieren en disposición, se fijen sus matas en los tablares y sobre los caballones y las regueras, dejando algunas en los tablares sin transplantar; pero que aclarando lo que estuviere espeso, se escarden y rieguen frecuentemente hasta que se acaben de criar: que las tardías se siembran en noviembre, echando en diez tablares dos onzas de simiente, y se transplantan en enero: que así que se descubren la yemas en sus matas, se les escarde la tierra, a cuyo efecto ha de estar jugosa y blanda: que hallándose sedientas, se rieguen luego y escarden segunda vez, cuando la tierra se le haya enjugado y se halle para esto en competente disposición, siguiendo esta alternativa de sequedad, de riegos frecuentes, y de escarda, sin que la tierra se les seque del todo: y que estas lechugas» (que son más suaves y mejores) «se coman en mayo. Ya quede arriba expresada la plantación de las lechugas en los tablares, y sobre las regueras y los caballones«.

Sobre la forma de plantar las lechugas Abu Zacaria escribe: «dice Abu Abdalah y otros autores que introducida a ellos el agua por las regueras intermedias, fíjense las plantas de las lechugas en lo más alto de estos caballones, distando un pie de otro el espacio expresado al principio, y riéguense con frecuencia hasta que lleguen perfectamente a su término. Este modo de plantarlas es muy bueno, pues reciben el agua por el pie por igual, al contrario de las que están en los tablares; en los cuales lavándolas y cubriéndolas de agua no la embeben lenta y pausadamente. Si se ordena así la siembra de las lechugas en todos los tiempos, vienen a alcanzarse unas a otras«.

Según Kastos, agrónomo griego procedente de dicha isla, según recoge Zacaria «que si puestas en un cacho de cidra alguna simiente de lechugas la sembrares en él, vendrán estas con el mismo olor agudo de la cidra. Añade, que si las lechugas brotasen con languidez sin que esto las haga menos sabrosas, sea tu secreto esparcirles por encima cada tres días alguna arena enjuta: que también sea tu secreto para que vengan de apretadas y grandes hojas, enanas y no altas, que arrancándolas de raíz las mudes en otro sitio, y cuando lleguen a un palmo de alto las excaves el pie hasta quedar descubiertas sus raíces, y embarres estas con boñiga fresca cubriéndolas después con la tierra de forma que las domine y cubra; que las riegues y las dejes estar hasta que bien afirmadas se levante y descubra su pie sobre la tierra cuanto tres dedos extendidos; que excavado este lo hiendas en la parte que se descubre sobre la tierra con cuchillo de hierro, y poniendo en aquella hendidura un jirón de trapo de orillo del tamaño de su capacidad, después lo cubras con la tierra y lo riegues, pues haciendo aquel trapo que las lechugas crezcan de pie y en ancho, no se levantan por este medio a mucha altura«. «Asimismo se dice, sigue comentando, «que si quieres que sean las lechugas redondas, anchas y de grueso pie, las mudes en sitio donde las bañe el sol, y las riegues de madrugada; que cuando vegetaren, pongas en el corazón de cada una una piedrecita. Otros son de opinión, que si antes de arrancar las lechugas para comerlas les segares por igual las hojas de su mismo sitio, engruesarán entonces de pie, y y vendrán de gusto delicado«.

Las propiedades según los árabes era que lechugas son provechosas para cortar la sed, conciliar el sueño a quien padece desvelos, aumentar (si se comen cocidas) la obesidad, la pasión venérea, y la leche a las mujeres que crían. Su simiente hace todo lo contrario. La hojas de ellas comidas con vinagre mitigan el ardor de la cólera; y se dice, que puestas las mismas debajo de la almohada del enfermo y hacia sus pies sin que él llegue a entenderlo, consigue dormir (mediante Alá).

Abu el Jair decía que las lechugas engendran mejores humores que todas las otras hortalizas, y también sangre no mala, especialmente las que se comen crudas conforme están: y que cuando empiecen a florecer en verano, se pongan a ablandar en agua dulce y se coman con aceite, murria y vinagre, o con otros condimentos (o aderezos) con que se hacen con gusto delicado. «Pero generalmente se comen las lechugas antes que comience a arrojar la flor, como yo lo practico. Según mi observación, las tempranas se siembran en Sevilla en enero«.

Los cristiano españoles y las lechugas

En el primer libro topográfico medicinal editado en España, tercero del mundo, de Juan de Avignon, escrito en 1418 y editado por primera vez gracias Nicolás de Monardes Alfaro en 1545, que llevaba por título ‘Sevillana Medicina’, dice sobre la lechuga: «Lechugas son frías y húmedas en segundo grado, y engendran buena sangre, y son buenas para la tos; enfrían el estómago y al hígado, y dan sueño y tiran el dolor de la cabeza de caliente materia. Comiéndola cruda con vinagre da apetito de comer y gobierno más que otras yerbas, señaladamente las cocidas; y no deben ser lavadas, porque no sean más frías ni más ventosas, y tiran la beudez del vino, y oscurece la vista por su frialdad, y matan la calentura natural; mas la que es cocida en agua acrecienta la leche, y tira la amarillura del cuerpo, y amansa el talante del dormir con la mujer, y hace correr la orina, y no restriñen, ni alargan; y las que son amargas son más abrideras que las dulces, señaladamente las montesinas, y las que son más luengas son más frías que las redondas«.

Casi cien años después de escribirse, aunque no de haberse publicado, ‘Sevilla Medicina’ se editó el libro de agronomía, ‘Agricultura General’, escrito por talaverano Gabriel Alonso de Herrera, que vio la luz por primera vez en el año 1513 y que estuvo en vigencia hasta la pasada Guerra Civil española con pequeñas actualizaciones, siendo el libro técnico agronómico con más ediciones de la historia de España. El capítulo XXII es el dedicado a las lechugas en su totalidad y comienza diciendo: «Las lechugas quieren tierra gruesa y suelta, y muy estercolada con estiércol muy podrido, y muy cavada, y se puede sembrar todo el año, si hubiere abundancia de agua, más la mejor postura de ellas es la primavera, y aún en el principio del otoño se hacen, más no tales, y si las quieren poner en fin del otoño, para que vengan al invierno, sea en lugares abrigados y calientes, y solanas, y bien estercoladas con estiércol muy podrido, que aunque a las lechugas no las quema tanto el hielo como a otras verduras, no nacen si hace grande hielos, y no medran tanto después de traspuestas, y están desmedradas y revegidas: siempre siémbrense en eras como las coles, y para cuando se siembre el lechuguino, es bueno estiércol de palomas, que esté muy podrido, y sea poco en poca cantidad, y muy mezclado con otro, porque por sí quema mucho, no siendo echado moderadamente, ayuda mucho a nacer, y si es demasiado, y va vivo,quema los hortalizas. Esto es también muy bueno para el cebollino y el perejil, y para las hortalizas que tardan en nacer, que con ello nacen más presto, y con este estiércol quieren las era más agua. El lechuguinos viene muy presto, que a cuatros o cinco días viene nacido, y a lo mucho tarda seis. Las lechugas son de muchas maneras y hechuras, más todas quieren una labor: y las que son tanto vedes que tornan en negras, y las que tienen las hojas muy coloradas, se pueden sembrar mejor en invierno: y otras que son muy crespas, se siembran en enero y febrero: y otras largas en marzo y abril: y quien las quisiere tener para invierno, siémbrelas en lugares muy abrigados y solanas. De todas son las mejores las más crespas, por ser más tiernas, y más sabrosas, y tras ellas otras que se cogen, y aprietan en sí las hojas, como repollos: verdad es, que éstas tallecen muy más presto que otras ningunas. Las que tienen las hojas muy duras, sufren mejor el invierno, y se pueden sembrar más temprano que las otras.
Trasponénse bien las lechugas cuando tienen seis hojas , y si cuando la trasponen les embarran las raíces y tronchos con estiércol de vacas o cabras, o de ovejas, se hacen mejores, y serán más sabrosas, y se han de cortar las barbajuelas que estuvieren muy largas, y aún si las han puesto, y no les pusieren el estiércol, como dije en las raíces, puédenla excavar, y echarlo en torno al pie. Bien sé que dirán algunos hortelanos: Demasiado me estaba yo en andarme en esas loguerías, hágalo el que quisiere, que aquí no forzamos a ninguno. Esto les sé decir, que serán las lechugas mayores, y más sabrosas y tiernas con ello, que sin ello«.

Aunque pueda parecer repetitivo, y haciendo referencia a los clásicos romanos, escribe: «Dice Paladio, y aún Plinio, que tomen unas cagarrutas de estiércol de cabras, y con una alesna las hacen huecas, y les sacan sutilmente todo lo que tienen dentro, y en aquello hueco ponen una simiente de lechuga, y otra de mastuerzo, o de rábano, y oruga, y albahaca, y después embarran aquella pelotilla con más estiércol de aquello mismo, y la ponen en tierra bien estercolada, que el rábano crecerá hacia abajo, como suele, y que la lechuga tendrá en sí algo de sabor de las otras plantas o simientes. Más estos se han de hacer en las lechugas que no se han de trasponder, y es para presentar una lechuga por excelencia. Y para que lo prueben personas deseosas de experiencias y secretos naturales, y lo ejerciten los que tienen cargo de jardines de grandes señores, que no es mi consejo que lo hagan los hortelanos que venden en la plaza por tanto lo bueno como lo malo, y a mi parecer esto será mejor, y más perfectamente, y tomará mejor el sabor de aquellas semillas de ésta manera que diré: Tomen anís o hinojo, albahaca o mastuerzo, y otras semillas que huelan bien, y estas quebrántenlas un poco, como no nazca ninguna, y tomar algo de cantidad de estiércol de las cabras, y amánsenlo bien, y metan allí en medio la simiente de la lechuga en medio de las semillas quebrantadas, y todo ello entre el estiércol amasado, lo cual sea, o de cabras, o de ovejas, y así lo siembren, y después de nacidas, que estén bonitas, las pueden trasponer.
Esto tal es mejor en las lechugas que no se riegan, sino en las que se ponen a la primavera en las solanas, porque el agua quita mucho el olor y sabor de cualquier planta, y por eso así en las frutas, como en las yerbas, son mucho más olorosas, y aún más sabrosas las de sequera que las de regadío. Y es necesario regar (si quieren hacer esto en el estío, o en otro cualquier tiempo) que esté la tierra húmeda cuando se sembraren, y no lo rieguen hasta que nazca, que será al sexto día, o por ahí, y en aquel tiempo tomará parte de aquellos olores de las otras yerbas, por poco que entonces tome, siempre crecerá con la yerba, que como Teofrasto dice, por poca que sea la mudanza de la planta cuando chica, o en la simiente, siempre crece con el árbol y con la yerba, y que de la manera que fuere la simiente, de tal manera crecerá la planta de ella, y en aquel estiércol que aparejan con aquellas semillas majadas, pueden poner muchos granos de lechugas, porque toman la virtud, y después se puede muy bien trasponer cada uno por sí, y si se pueden multiplicar en muchas lechugas este olor , sin costa, ni trabajo (si es verdad que allí toma aquella virtud, y olor), y dice más Paladio, que se pueden muy bien hacer de otra manera, que arranquen la lechuga cuando ya estuviere algo bonita, y le quiten las hojas más bajas, y en aquellas llagas pongan aquellas semillas olorosas, excepto de los rábanos, y embarren todo el tronco con estiércol, y que la tornen a poner, y regar, y que saldrá como dije. Hay una lechugas que no crecen en alto, sino que extienden las hojas por bajo, como enanas. Dice Abencenif que se harán estas lechugas mucho más anchas, y muy mayores, si en alguna solana estercolaren bien la tierra, porque estas sufren más el frío del invierno, y allí las siembran ralas, o las traspongan chiquitas, y que las estercoles muy bien con estiércol de vacas, y desde que comenzaren a nacer, écheles encima del cogollo un poco de estiércol, y pasarán así mucho más«.

Y cómo no, cita al gran agrónomo latina Columela así: «que estas tales lechugas se harán más anchas, si cuando son chicas les ponen encima del cogollito una tejuela de no le deje crecer, ni levantar en alto, y dice que se harán las hojas blancas, si cuando son chicas les echan arena menuda de río, o de mar entre las hojas, y las cogen y atan que junte una con otra como capullito o repollo, esto se hace muy bien en las lechugas que llevan blanca la simiente, y no en otras.
Se hacen más sabrosas las que no se riegan, más tales no son más de la primavera, y en lugar muy estercolado: y con estiércol muy podrido, al tiempo de trasponer, o sea en tiempos húmedos, o las rieguen luego encima, y si hace sol, es mejor trasponerlas a la tarde, y si es día nublado en todo el día: quieren las del estío mucha abundancia de agua, se deben trasponer muy ralas, porque ensanchen, y si no tallecen tan presto, y si están espesas, entresáquenla como fueren creciendo, y si desque se paran talludas, traspónganlas otras vez cuando comienza el tallo, y con esto por prender, se pierde algo el tallecer, y aún de aquella manera se hacen más tiernas, y más sabrosas, aunque el despigar de las lechugas, y aún de todas las hortalizas, más lo causa el tiempo caluroso de la primavera, y soles, y casi todas espigan por mayo, más que otra hortaliza, que aunque una planta sea vieja, no espiga tan presto en invierno, como las nuevas a la primavera«.

Sobre las escarolas comenta: «Hay una manera de lechugas crespas, que tiene la hoja harpada, como sierra de aserrar, y aún Platina las llama lechugas serradas: en Roma la llaman endivias, acá vulgarmente las llaman lechugas romanas, otros las llaman escarolas, estas verdaderamente son chicorias, y así tiene algo amargor, estas se siembran allá para el invierno, y traspónense ralas, porque se extienden por el suelo, y sea por dos o tres temporadas el sembrar y trasponer, para que haya de ellas en todo el invierno, y desde que estén grandes, recójanlas todas cada una de por sí, excavándolas primero que queden en su raíz, y aten las hojas por las puntas; y cúbranlas con arena blanca, como quien acohombra cardos, más muy mejor es con tierra gruesa, y muy estercolada, y muy podrida, y se hacen muy bien en sombrías, y maduran más si el invierno es pluvioso, después de maduras las sacan blancas, o amarillas como cera, muy tiernas, y muy sabrosas, y de amargas que eran, se tornan dulces; y si esto no les hacen, créceles tallo, y están duras y verdionas, amargas y sin sabor. Han de sembrar las lechugas si no son para trasponer, por sí solas en sus eras, y si no para trasponer, se pueden sembrar entre otras hortalizas, como son rábanos, nabos, coles, y para esto vayan ralas, y bien hondas, y estas son solamente para el invierno, más las lechugas mucho mejoran si se trasponen: dice Paladio, que es mejor arrancarlas a mano, que no con escardadera, y quieren mollirse muchas veces, porque crecerán más, y serán mejores«.

Sobre las propiedades de las lechugas dice: «Las lechugas se llaman así de este nombre de leche, o porque tienen mucha leche y entonces no valen ellas nada para comer, mayormente crudas, porque si las mujeres que crían las usan comer, les hace tener abundancia de leche. Dan sueño crudas o cocidas, son buenas un poco estrujadas del agua para ensaladas, para personas delicadas y enfermas, y viejos, con aceite, y poco vinagre, y sal, o azúcar, y para templar su frialdad, mézclenle un poco de canela molida.
Las lechugas, y toda verdura, crían la sangre aguosa, ellas, y su simiente, acrecientan la leche, y para ser buenas sea de las que el hecho muy contrario del nombre, digo que no sean muy lechosas: las lechugas mientras más verdes son mejores: porque son nuevas«

Para el sueño comenta: «Dice Crecentino, que si muelen bien la simiente de ellas, y la mezclan bien con leche de mujer, que haya parido hija, y la ponen en las sienes, que traen sueño al enfermo que no pudiere dormir, y lo mismo hace la simiente bebida con leche, y es mejor con agua a los que tienen calentura, digo con agua, porque beber leche no es bueno para todas las enfermedades«

En el aspecto farmacológico Herrera dice sirven para curar la erisipela, o al menos paliar los síntomas de la enfermedad, que es una infección aguda e infecciosa de la piel, y que en castellano antiguo se denominaba ‘alombra‘ o ‘apostemas calientes‘, aconsejaba majar las hojas de la lechuga y ponerlas encima de la zona afectada, continuando diciendo que era bueno mezclarlas con un poco de aceite rosado. Verdes las lechugas refrescan mucho el cuerpo, y quitan la sed, y por esto son mejores para el estío, que para el invierno: refrescan el cuerpo y quitan mucha la fuerza de la lujuria, y aún bebida la simiente con agua, quita presto las poluciones, porque refresca los lomos, y los templa, y les quita mucho el ardor, y así quitan la lujuria, y acrecientan la sangre. Crudas causan sarna y comezón, son mejores para los coléricos, que para los flemáticos, ni melancólicos, son de fácil digestión, más las cocidas son buenas, cocidas con carnero y aves, provocan la orina, y crudas impiden con su frescura algo de la embriaguez, y quitan mucho la sed. Por eso el Emperador Augusto como era sabio (más que muchos señores de nuestro tiempo, que buscan achaques para emborracharse), cuando tenía sed, por no beber, comía un cogollo o troncho de lechuga. Las lechugas con vinagre son apetitosas y refrescan, más a quien mucho la usare acortan la vista, y si se pudiere que no las laven para comer, si están limpias es mejor, porque pierden mucho de su bondad, y con agua son ventosas, y pierden algo de la sustancia, suavidad y sabor. Para las ensaladas, mayormente en el invierno, es bien mezclarles algunas yerbas calientes, como son perejil, hierbabuena, cogollitos de orégano, almoradux, ajedrea y otras yerbas semejantes, por que no sean tan frías.

Sobre su conserva les llama ‘gorja de ángeles‘ y cuenta: «De los tronchos de ellas se hace muy buena conserva, mondándolos bien, y cociéndolos en poco en agua, y después en azúcar, esto es excelente conserva para los que tienen tercianas, y otras enfermedades que proceden del cólera, porque refrescan mucho«.

En 1557 se edita en librito en Amberes, escrito por Juan Xarava que llevaba por título ‘Historia de las yerbas y plantas, sacadas de Dioscórides Mazarbeo y otros insignes autores, con los nombres griegos, latinos y españoles<i>'</i> (ver bibliografía) en el que dice sobre la lechuga: «La lechuga nace y se cría en los huertos: florece en el mes de julio. Dioscórides dice que la lechuga cultivada en los huertos es provechosa al estómago. Resfría, hace dormir, ablanda el vientre, y hace venir copia de leche a las mujeres, mayor sustancia y mantenimiento la cocida que cruda: y es provechosa a los viejos, que tienen el estómago débil y flaco: la simiente es buena a los que muchas veces sueñan en cosas de lujuria, y hace quitar el deseo«.

En otra manera o forma de lechuga dice: «La segunda diferente de la primera cuanto a las hojas, más en el resto es del todo semejante. También viene en los huertos como la otra. Lleva su flor en el mes de julio, y desde aquí echa el grano. La lechuga es fría y húmeda, no excesivamente. Simeón Sethi la hace fría y húmeda en el tercer grado«.

Habla sobre otra variedad que llama ‘Lechuga montés‘ para terminar diciendo: «Dioscórides dice que adoba la lechuga con sal para guardarla. Galeno dice que la lechuga es buena para inflamaciones que queman, y que hacen que no tengan sed«.

Misceláneas y noticias lechuguinas

Husmeando en el llamado ‘Códice Romanoff’ atribuido a Leonardo da Vinci, que es un fraude pero astutamente urdido, comenta sobre la lechuga lo siguiente: «La lechuga, debido a su alto contenido de humedad, despierta el apetito para otras comidas, y en consecuencia no debe ofrecerse al principio de una comida a menos que vuestra despensa esté bien nutrida. Si la cocináis en aceite resultarán beneficiosas para calmar la tos y pueden también utilizase como laxante; pero si se toman en cantidades excesivas, o demasiado a menudo, pueden dañar la vista. Mi cocinera Battista gusta de servirme lechuga sin lavar en un caldo de color marrón que tiene sabor a limón. Temo que no soy muy aficionado a ellos y, por lo general, se lo doy a mi perro, si puedo hacerlo sin que Battista me vea.
La leche que chorrea de una lechuga cuando se corta el tallo principal favorece en gran medida al sueño tranquilo, si obtenéis la suficiente para empapar un poco de pan, aunque se afirme que no se vierte en los ríos o en el mar puede hacer que mueran los peces«.

Se sabe que posiblemente fue llevada por Colón a América en el año 1494 con otra gran cantidad de semillas ya que los españoles no se habituaban a los nuevos sabores americanos.

Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos IIde España, ordenó que le echaran a la olla podrida más berzas o repollo, así mismo escarola, lechuga o cardo para las aves guisadas. Según la temporada se daban una o dos coliflores al día para su plato de ‘regalo’, docena o docena y media de alcachofas y una libra de criadillas de tierra.

Martínez Montiño, el célebre cocinero de Felipe III y IV, fríe en la grasa de cerdo las carnes o incluso en la grasa de vaca utilizándola igualmente para freír cebolla en la sopa de lechuga y para aderezar el esturión, lo que hacía que las digestiones fueran pesadas, conociéndose en el año 1684 el consumo de aceite que alcanzaba a las 1.637 arrobas y que se usaba para raciones y recompensas en la Corte. También del mismo cocinero encontramos esta receta para hacer tallos de lechuga en conserva :»Hanse de tomar y mondarlos, y después de mondados, echarlos en sal, y de que esté salada, sacarla de la sal, y echarla en agua clara, hasta que esté desatada y ponerla a cocer hasta que esté bien cocida, y ponerla a escurrir, y luego ponerla en su vasija, y tomar azúcar clarificado, y echárselo hirviendo, como sale de la lumbre, y luego darle nueve cocimientos, hasta que haga el azúcar un punto que haga hilos entre los dedos«.

Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V, utilizaba las verduras como guarnición, apareciendo las judías verdes guisadas, las alcachofas y las espinacas como postre. Las puntas de espárragos acompañan a las tórtolas, las lechugas rellenas eran guarnición de los pollos rellenos y el jamón cocido a la brasa era acompañado de espinacas.

En Francia, en el siglo XVIII, vuelve a resurgir el gusto por tomarlas siendo su principal valedor el rey francés Luis XVI.

¿Es la lechuga, o puede llegar a ser, una droga dura?

A comienzos del siglo XIX Francia tenía el monopolio de la venta de opio para usos médicos en occidente haciendo que el precio de dicho producto, aprovechando la ley de la oferta y la demanda, fuera excesivo, de ahí que Inglaterra, Estados Unidos o España buscaran desesperadamente un sustituto de la droga para sus hospitales, experimentando para su obtención de otros vegetales, esto antes de la conocida Guerra del Opio entre las potencias occidentales en compensación de droga por plata para equilibrar la balanza de pagos de las exportaciones con China que desestabilizaba la economía de Francia, Holanda, Inglaterra, Portugal, España y Estados Unidos.

Entre dichas investigaciones para la obtención del opio encontré en el ‘Semanario de Agricultura y Artes dirigido a párrocos’ del día 20 de agosto de 1801, número 242, páginas 119 a 120, un trabajo que llevaba por título ‘Medios de sacar el opio de las adormideras blancas’, siendo su autor un francés de apellido Dubuc del que poco o nada he podido saber sobre su biografía.

En dicho artículo informaba de los trabajos que estaba llevando a cabo el Doctor Coxen de Philaderfia y que había publicado en el tomo 4º de su libro ‘Las transacciones filosóficas de América’, donde decía que el zumo concentrado de lechuga común de jardín (Lactuca Sativa L.) era un verdadero opio, y según las apariencias, de mejor calidad que el que les llegaba del Levante (francés). Tales eran los resultados de los experimentos de Coxen y de las pruebas que se habían repetido en el hospital de Pensilvania.

Dubuc en su informe decía: «El jugo lechoso que forma este opio existe en el troncho y las hojas de la planta: no se halla indiferentemente repartido en toda ella, sino que se encuentra en los vasos que le son propios y que siguen a lo largo de la parte fibrosa del troncho. La parte medular de la planta es inocente y dulce al gusto, y abunda en ella un jugo transparente y mucilaginoso, que no tiene ninguna analogía con el jugo lechoso de que aquí se trata» y seguía diciendo que la mejor ocasión de recoger dicho jugo lechoso era cuando la planta comenzaba a espigarse, ya que antes no tenía toda su virtud, y más tarde producía mucho menos.

El método para la extracción del opio era similar al que se extraía de las adormideras, por incisión, con la diferencia de que en estas se hacía y hace la incisión a lo largo, y en las lechugas se debía hacer circular, y bastaba que fuera muy poco profunda, para continuar diciendo: «El zumo sale en gotas blancas que se recogen inmediatamente, o bien se dejan sobre el tallo para recogerlas después de la seca. Se ha hecho la prueba de sacarlo por presión; pero los otros jugos de la planta se mezclan con éste y le inutilizan enteramente«.

Afirmaba que todas las especies de lechugas contienen más o menos opio, pero la lechuga silvestre o virosa (Lactuca silvestris virosa L.) catalagogada por Linneo es la que contiene más. Los ensayos se hicieron con la lechuga común, que no es la que menos da; «de suerte que los tallos que se dejan espigar, pueden dar en adelante este doble provecho«.
Contrasta su información con lo aparecido en un periódico de Londres, el (Philosophical magazine), en que se daba. noticia de este descubrimiento, advirtiendo que se había sabido en Inglaterra al mismo tiempo que Carwrigt hacía iguales experimentos con feliz éxito. Cartwrigt es el mismo que descubrió que la levadura de la cerveza era un específico contra las ‘fiebres pútridas‘, añadiendo una nota que decía: «Siempre se ha sabido que la leche de la lechuga tiene la propiedad que hoy nos dan por nuevo descubrimiento«.

Dioscorides decía que «se parece en su virtud a la adormidera» y Andrés Laguna de Segovia, famoso médico humanista español, añadía que «el zumo de sus hojas bebido en gran cantidad y en ayunas, mata ni más ni menos que el opio, así es tenido por veneno mortífero«

Importante redescubrimiento el que expongo y que concuerda con todo lo dicho, me refiero a los efectos, sobre la lechuga en toda su historia.

Lechugas en lata

Hasta se intentó a comienzos de 1900 enlatar las lechugas en España para sorpresa de todos, sobre todo porque no imagino el comprar una conserva de ese tipo cuando lo que se desea es comerlas frescas, pero cosas peores se venden en la actualidad en los supermercados. El método y fórmula de fabricación se le debió a Augusto Corthay, parece ser que era un inglés que montó una fábrica de enlatados a finales del siglo XIX en Alcañiz (Teruel), y que consistía en escoger las lechugas tiernas y recién recogidas a las que se les quitaban las hojas más o menos averiadas; con un cuchillo se cortaba el tronco en punta y se lavaban largamente en agua corriente, con el fin de quitarle la tierra que pudiera tener en el corazón; operación que debía hacerse con cuidado para que todas las hojas quedaran pegadas al tronco.

Para el blanqueo se ponía agua a ebullición ligeramente sulfatada, 50 centígramos de sulfato por litro; al primer hervor se sumergían las lechugas en el cazo y se dejaban a fuego fuerte un minuto, se sacaba después la cesta con la palanca y se dejaban enfriar las lechugas en agua fresca. Se sacaban después una por una apretándolas con la mano para secarlas; se colocaban después en corona dentro de cajas redondas y bajas, se les añadía un poco de caldo o manteca clarificada, se soldaba la lata y se ponía el autoclave 55 minutos para las 1/2 cajas y 1 hora y 15 minutos para las cajas enteras y ya estaban listas para comercializarse.

En el presente no se concibe una ensalada sin lechuga, alimento indispensable en los países de clima tórrido de Europa, donde además aporta las necesarias vitaminas y minerales.

En la medicina naturista es una planta muy apreciada ya que casi la consideran una panacea por servir para combatir múltiples enfermedades, sirviendo como diurético porque ayuda la eliminación de la orina; el aparato digestivo, ya que libera de molestias flatulencias, protege el estómago y facilita la digestión; el aparato circulatorio, al prevenir arteriosclerosis y disminuir el colesterol; aparato respiratorio porque ayuda a combatir los ataques de asma y los espasmos bronquiales, así como para combatir la tos; para el aparato genital femenino en casos de dismenorrea al hacer un preparado en infusión de 100grs. de hojas de lechuga por litro de agua tomado en dos veces al día. En uso externo tiene muchas utilidades como analgésico, colirio ocular y desodorante natural entre otras muchas aplicaciones y también para enfriar los ardores sexuales, que esto es importante.

Escribir sobre la lechuga hoy es repetir lo que otros han dicho, así que le remito a una interesante web que habla sobre ello si aprieta aquí.

BIBLIOGRAFÍA:

Alonso de Herrera, Gabriel: ‘Agricultura general’. Editado originalmente en 1513, para este trabajo la reedición de 1790 en la imprenta de Josef de Urrutia.

Aviñon de, Juan: ‘Sevilla medicina’. Original fechado en 1418, editado por primera vez en 1545 a expensas de Nicolás de Monardes Alfaro, para este trabajo se utilizó una reedición de 1885 en una impresión reducida para los componentes de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 144 ejemplares.

Baso, Casiano: ‘Geopónica o Extractos de agricultura de Casiano Baso’. Traducción y comentarios de María José Meana, José Ignacio Cubero y Pedro Sáez. Editado por el ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria. Edición 1998.

Corthay, Mauricio: ‘Las conservas alimenticias Único tratado práctico y seguro de fabricación dividido en seis libros’. Tipolitografía de Luis Tasso, Barcelona 1900.

Lejavitzer Lapoujade, Amalia: ‘Hacia una génesis del epigrama en Marcial Xenia y Apophoreta’. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Postgrado, Universidad Nacional Autónoma de México. Edición año 2000

Lejavitzer Lapoujade, Amalia: ‘Alimentación y cultura: el De re coquinaria de Apicio’. Editado por la Facultad Autónoma de México. Tesis para obtener el grado de Doctora en Letras. Asesora: Amparo Gaos Schmidt. Edición año 2010.

Moderato Columela, Lucio Junio: ‘Los doce libros de agricultura’. Traducción de Carlos J. Castro. Edición de ‘Obras Maestras’. Editado en 1959.

Núñez Hernán: ‘Refranes o proverbios en romance, que coligió, y glosó el Comendador Hernán Núñez, profesor de Retórica, y Griego en la Universidad de Salamanca’. Libro editado a costa de Luys Menescal, mercader de libros, en Lérida. Año 1621.

Xarava, Juan: ‘Historia de las yerbas y plantas, sacadas de Diposcórides Mazarbeo y otros insignes autores, con los nombres griegos, latinos y españoles’. Editado en Amberes, imprenta de Juan Lacio, en 1557

Zacaria Iahia, Abu: ‘Libro de agricultura’. Traducción de Josef Antonio Banqueri. Imprenta Real, Madrid 1802.

Este trabajo es una actualización de otro de fecha Mayo de 2005

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