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Historia de la alimentación de los enfermos de la peste en el siglo XVIII


Trabajo de Carlos Azcoytia

   Diciembre 2011

Encontré un libro editado en 1756 en Madrid, imprenta de Antonio Sanz, que lleva por título 'Systema physico-médico político de la peste, su preservación y curación para el uso é instrucción de las diputaciones de sanidad de este reyno', escrito por Juan Díaz Salgado y dedicado al rey Fernando VI, que tras su lectura me dejó pensativo al saber el poco conocimiento que se tenía sobre dicha epidemia y la forma de como se transmitía hasta entonces, recomendando leer mi trabajo titulado 'Historia de la epidemia de peste que padeció la ciudad de Sevilla (España) en 1649'

Ateniéndome únicamente a la dietética o la alimentación conveniente que debían seguir dichos enfermos, para no salirme del cometido de esta web, me llevé la sorpresa, como espero también el que lea este trabajo, de encontrar tal desatino que más parece un libro de brujería que uno dedicado a la medicina.

Sin más dilación entraré en el texto porque no tiene desperdicio en su contenido.

Comienza describiendo que era la peste con estas palabras: "Se llama peste a una enfermedad muy aguda, común, epidémica, mortal y contagiosa en grado excelente: se dice muy aguda por su vehemencia y celeridad suma; común, porque la padecen muchos al mismo tiempo: epidémica, para distinguirse de las enfermedades comunes a un lugar, provincia o reino: mortal, porque es brevísimo tiempo acaba con los que la padecen: y finalmente contagiosa en excelente grado, porque se comunica por contacto y por otros medios".

Sobre la forma de propagarse o contagio ya es más que sorprendente porque lo achaca al aire infecto de hálitos podridos que despiden los lugares cenagosos. Otro medio es el hálito que despedían los cadáveres que quedaban al descubierto después de una gran batalla, como igualmente lo era los que despedían los pescados arrojados por el mar en gran cantidad y que se pudrían en las playas; otra forma de contraer la enfermedad, según suponía, era el comer alimentos podridos; y finalmente el haber tocado alguna cosa apestada, tanto sea rozando los vestidos o tocándolas, tanto si eran vestidos, madera de la cama, el suelo, las paredes "y todo lo que pueda servir para adorno u otro fin en la pieza en la que esté, porque todo puede recibir y retener la semilla del contagio a excepción del metal".

Bajo dichas premisas de contagio y las elucubraciones que hace sobre el aire y la predisposición previa de los individuos más parece un relato de ciencia ficción que una enfermedad transmitida por las ratas desde hace miles de años.

Centrándonos en la alimentación encontramos en el apartado titulado: 'Medios de precaver de la peste a una ciudad, villa o lugar', título X y siguientes: "Habrá además en cada puerta (de las ciudades) una o dos personas honradas que vean y toquen todo lo que entrare para abastecer la ciudad, de trigo, cebada, leña, paja, etc., después de averiguar de donde viene: y a todo ha de estar presente el escribano"

El título XI dice: "Conviene que el pueblo se provea con tiempo de pan, carne, aves, vino y cosas de regalo, mandando que nadie venda cosa alguna a forastero, porque si llegase a escasear, habría mucha dificultad en traerlo de fuera".

El título XVI y XVII habla de las precauciones profilácticas con respecto a los mataderos y mercado: "Se nombrará un médico por diputado de las carnicerías para que en compañía de la justicia vea y declare si la carne es de buena calidad, a fin de permitir su consumo: estando mala se arrojará, y no se admitirá mortecina que traigan de los campos, aunque al parecer no esté corrompida por los muchos daños que ha causado: y aun será mejor no permitir que entre sino la de caza fresca", siguiendo con las frutas del siguiente modo: "Lo mismo se hará con las frutas examinando de donde vienen, y el testimonio que traigan formado del cura, alcalde o corregidor y escribano del pueblo de donde vengan, y pasarán al reconocimiento de firmas por el escribano de la puerta, y después de aprobado, se verá la fruta, que no siendo buena, se arrojará a donde ninguno pueda comerla".

Continúa con el pescado de la siguiente forma: "En materia de pescados hay diferencia de opiniones: la mía es, que ninguno es bueno en la peste, sino dañoso, tanto el fresco, como el curado y añejo; y por eso se quitan las cuaresmas en semejante tiempo. Si se permite algún pescado, sea con orden del médico que aconseje el modo de conservarlo, y el lugar donde se ha de vender, y que los residuos de las lavaduras tengan vertiente para que no se estanquen en las plazas o calles".

Sobre las posadas, los mesones o las ventas hace la advertencia de la necesidad de interrogar a los que están en ellas castigando severamente a aquellos que mintieran, debiéndose hacer inspecciones tales como: "Un diputado rondará las ventas cercanas al pueblo, y examinará quien ha estado, dormido, comido o bebido en ellas; verá las camas de los huéspedes, mandará que se tengan con mucha limpieza, que no se recibirá a ninguno que venga enfermo, o de mal olor, y que se registre la comida y bebida que haya en la venta, y dé parte a la junta de lo que observe".

Termina haciendo una observación sorprendente al decir que "Se aconseja que el pueblo amenazado de la peste se provea de bastante nieve, por ser uno de los mayores remedios para precaverla y curarla".

  En el apartado que lleva por título 'De la guarda y providencia que debe tener cada una en particular cuando aun no está tocado de la peste' y tras decir que deben de matarse a todos los perros y gatos, "porque en el pelo pueden traer fácilmente el contagio, y pasarle de unas casas a otras por los tejado" e indicar que se disparen algunas escopetas cargadas de pólvora para que su explosión rompa el aire y consuma los hálitos malignos entra directamente en la alimentación cuando en el título V de dicho apartado indica: "Lo que más hace para libertarse es la elección de buena comida, evitando toda la que se pudre con facilidad. Cómanse frutas agridulces, y échese agrio de limón en toda la comida: se excusarán ensaladas y verduras a excepción de las lechugas y borrajas bien cocidas, echándolas azúcar y vinagre: también se podrá comer escarola".

El título VI puede dejarnos aún más perplejos a. decir: "Los ajos lo pueden comer toda clase de personas como preservativos de la peste: ellos son la tríaca de la gente del campo, aunque por su mal olor es rara la persona delicada que los come solos, y así sólo sirven para sazonar las comidas" y si le pareció ya mucho no se pierda los que dice en sus títulos VII, VIII, IX X y XI porque no tienen desperdicio, ya que en ellos dice que debe de comerse la carne, de cualquier tipo, con moderación asada con zumo de limón, así mismo dice que no debe de comerse mucha variedad de manjares y la bebida en las comidas debe de ser moderada y en verano bien fresca, sin que esté helada, a la que habría que echar algunas gotas de limón. El que estuviera acostumbrado a beber vino debía de hacerlo igualmente con moderación, ya que en verano "enciende mucho", siendo mejor beberlo aguado, exceptuando los que son débiles por naturaleza o por la edad. El agua debía ser cocida con escordio (un tipo de planta usada en medicina), ya que tenía la virtud contra la pestilencia.

El título XII recomienda a los ricos hacer un pomo de plata, en el que meterán una bola hecha de clavo, estoraque, canela, cortezas de cidra, mirra, benjuí, todo en polvo, añadiéndole de cuatro a seis gramos de ámbar y almizcle y un poco de láudano; por contra los pobres, ya en el título XIII, al no tener dinero suficiente, debían tener un pomo de enebro, ciprés o sabina, y dentro debían llevar una esponja mojada en vinagre rosado aderezado con almizcle.

Ambos, y no es broma ni exageración, debían llevar sobre el corazón unos saquitos llenos de polvos gruesos de flor de rosa, violeta, lengua de buey, diamargaritón frío, sándalo, genciana, escordio y bolo arménico, con unos gramos de almizcle o ámbar, todo metido en dos tafetanes encarnados basteados y acolchados y en el caso que no se dispusiese del tafetán bueno era meterlo entre dos lienzos.

El último artículo que trataré es el que llama: "De la curación de la peste, y modo de alimentar a los apestados" y que trascribo tal cual porque de lo contrario parecería  una invención mía: "En la peste conviene un alimento moderado para evitar la debilidad y decadencia de fuerzas, y poder expeler este veneno por sudor o alguna otra excepción.

La cantidad de alimento ha de ser conforme a la naturaleza, edad y hábitos del enfermo: en todo caso es mejor que se dé algo de más que de menos.

Comúnmente se prefieren las gallinas, capones, pavipollos, perdigones, pollas hechas y el carnero castrado, y se reprueba vaca, cordero, tocino, cabrito y aves de agua.

Todo lo que comieren los enfermos, será con una salsa de limón, de agraz, de agrio de cidras y acederas; y aún será mejor comer las dichas carnes asadas, si el enfermo las apetece; y si no que tome buenas sustancias, panetelas, pisto y caldos espirituosos, echando siempre el zumo de agraz o de limón.

La bebida en tiempo de mucho calor será agua de nieve fría y cocida en el escordio y escorzonera.

Si la debilidad fuere mucha, se podrá dar a los enfermos vino aguado, en especial a los que estén acostumbrados a ello, y a la gente de campo.

Los huevos son buenos pasados por agua, ni duros ni blandos, echándoles algún agrio: de fruta sólo se permitirán las guindas, naranjas, limones, melocotones y camuesas".

Casi al final del libro hace referencia de la costumbre que había en el Levante español para precaverse de la enfermedad y que no era otra cosa que, aquellos que tenían dinero, tener dos puertas en su casa, una a la calle y otra más adentro, lo que se llama en Andalucía dejando un zaguán, en donde los que traían las provisiones las dejaban para no tener contacto con la familia y los sirvientes; una vez que se marchaban se recogían y se pasaban por vinagre toda cosa que tuviera pelos, lavando el resto, exceptuando, claro está, el pan "al que parece que no se pega".

Toda una barbaridad de los médicos que incluso se atrevían a decir que otros las hacían y de las que el libro está lleno y de esto hace solamente doscientos cincuenta años, como aquel que dice desde antes de ayer. 

 

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Se recomienda leer también nuestro trabajo titulado Historia de la epidemia de peste que padeció la ciudad de Sevilla (España) en 1649 y nuestros monográfico dedicado al Hambre en España

 


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