HISTORIA DE LA COCINA Y LA GASTRONOMÍA

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Historia de la gelatina y la sopa de huesos o el caso del doctor Jekill y mister Hyde en la gastronomía


Trabajo de Carlos Azcoytia

   Diciembre 2011

 

Bajo el mismo principio: una cocina al servicio de los pobre y otra a favor de los ricos.-

Hablar de la cocina de vanguardia o la cocina molecular es, por definición propia, el llevar el laboratorio a la cocina o hacer cocina en el laboratorio, tomando los alimentos como elementos químicos, que mezclados y tratados, no de forma natural o como en la costumbre ancestral se han trabajado, dan como resultado un nuevo alimento artificial, o no, que busca, entre otras cosas, geles, cocciones y emulsiones que cambian los conceptos que tenemos de  la gastronomía, llegando incluso a engañar los sentidos de los comensales, algo muy aplaudido por un tipo de público que busca más el esnobismo que la sanidad en lo que come, porque no saben los efectos adversos que pueden tener en el organismo dichos productos tratados por manos inexpertas, ya que no están capacitados esos cocineros para ejercer como químicos o físicos y tienen una muy mediocre formación en la historia de su profesión, trabajando al borde de la legalidad y donde el Ministerio de Sanidad mira para otro lado sin exigir las fórmulas, para hacer un estudio en sus laboratorios, de esos productos que tan celosamente guardan los mal llamados gurús de la cocina.

A tanto llega el desconocimiento sobre la materia que ni saben cuando comenzó su 'nueva' cocina, porque todos se arrogan esa ciencia infusa o conocimiento directamente recibido de Dios, o como mucho algunos llegan a reconocer que todo comenzó en 1969, tras las investigaciones de los físicos This y Kurtis, cuando en realidad lo que hicieron dichos individuos fue retomar las investigaciones que Parmentier, Deyeux y  Cades de Vaux, que, entre otros, hicieron a finales de la década de 1790. La única diferencia que existe, independientemente de la tecnología usada como consecuencia de los adelantos técnicos, estriba en que el grupo liderado por Parmentier trabajaba para paliar el hambre del mundo y los del grupo de, por poner un ejemplo, Ferran Adriá son los de satisfacer las vanidades de los ricos.

Nos encontramos ante una situación parecida a la que describió Louis Stevenson en 1886 cuando publicó su famosos libro 'El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde', una dualidad entre el bien y el mal dentro de la esquizofrenia en la que vive nuestra sociedad capitalista y donde tras tomar una pócima, nunca mejor dicho, nos desinhibimos de nuestra calidad humana para transformarnos en seres egocéntricos entregados a los placeres, despreciando las necesidades de los otros que están en nuestro entorno.

Lejos de mi intención está el dar un sermón moral o religioso, sobre todo porque soy ateo, y sí, como conocedor de la historia de la gastronomía, de desenmascarar a esos vividores que se aprovechan de aquellos que cegados por el dinero y el aburrimiento hacen colas en las puertas de los restaurantes a la espera del elixir divino que los diferenciará de los pobres desgraciados, que quizá a pocos metros de ellos, también hacen cola para sobrevivir en los comedores de la beneficencia, todo un insulto que más temprano que tarde pagará esta sociedad en la que por desgracia nos toca vivir, ya que en una única comida esos favorecidos por la fortuna pagarán lo que necesitarían para un mes una familia para subsistir.

Todo lo contado, y lo que queda, no sería comprensible si antes no se lee mi otro trabajo titulado 'Historia de las primeras comidas químicas a comienzos de 1800 o la historia de la cocina molecular y las dentaduras postizas', ya que este trabajo formará parte de un gran monográfico dedicado a la revolución en la alimentación en el siglo XIX.

Cadet de Vaux, un científico filantrópico excepcional.-

Que los huesos hacen buen caldo es algo que se conoció desde la más remota antigüedad, incluso el aprovechamiento de los asados del día anterior para conseguir una buena sopa nutritiva, llegándose a utilizar en instituciones públicas, hospitales, cárceles y hospicios, hasta avanzado el siglo XIX, dichas sobras con sus huesos incluidos, algo que hoy nos podría parecer poco higiénico.

En la lucha contra el hambre, y dentro de la cocina química, encontré un trabajo excepcional de uno de los mencionados científicos del grupo de Parmentier y amigo de Benjamín Franklin cuando fue embajador de EE.UU. en Francia, Antonio Alexis Cadet de Vaux (también se le cita como Cades), del que dice el 'Diccionario Universal de Historia y Geografía', escrito por Francisco de Paula Mellado, J. Pérez Comoto, F. F, Villabrille, V. Díez Canseco y C. Iturralde, editado en 1846, lo siguiente: "Cadet de Vaux, Antonio: Farmacéutico, nació en París en 1743 y murió en 1828; tuvo una botica, después quitó este establecimiento para entregarse a investigaciones científicas y filantrópicas. Se preocupó sobre todo de experimentos y publicaciones relativas a la salud pública, al cultivo de vinos, a los alimentos económicos y trabajó mucho tiempo en unión de Parmentier. Cadet de Vaux, fundó en 1777 el Diario de París que prosperó mucho tiempo entre sus manos", a lo que habría que añadir que también fue miembro de la Sociedad de Agricultura del departamento del Sena en París.

De sus muchos trabajos publicados me detendré en  el titulado 'Mémoire sur la gélatine des os et son application à l'économie alimentaire' publicado en París en 1803, base del trabajo que está leyendo.

  Del caldo de los huesos.-

En su trabajo dice que una libra de huesos puede hacer un caldo tan sustancioso como seis de carne, añadiendo que si dichos huesos son de animales tiernos darán tanta gelatina como doce libras de carne. Indica igualmente que es conveniente dicho caldo de huesos para los convalecientes y enfermos que tienen fiebre, añadiendo que si se hace bien dicho caldo no se diferencia del de carne, siendo útil a la economía doméstica porque ofrece el aprovechamiento de una sustancia que se despreciaba y que podía servir tanto al rico como al pobre. Era igualmente útil por la mucha carne que se podía ahorrar en los hospitales.

Con los huesos que contenían cien libras de carne se podía hacer una cantidad de caldo mayor y más sustanciosa que con dichas cien libras de carne, indicando que era útil para la tropa, principalmente en una plaza sitiada; con la particularidad de que los huesos de un buey enfermo no participan de la degeneración de las partes de su cuerpo blandas y fluidas. También la aconseja para la marina "porque corrige el defecto de las comidas saladas de que procede el escorbuto", evidentemente todavía no se sabía aún el causante de la enfermedad. Para los presos podía ser de la mayor utilidad, ya que les preservaría de aquellas enfermedades que se experimentan en las cárceles y "si de tanta cantidad de huesos como se arroja y pierde se aplicase una sola onza para cada pobre, se podría sacar de ella tres o cuatro onzas de gelatina, que forma un caldo mejor que el que puede dar una libra de los despojos de las carnicerías".

Si sabemos leer entre líneas sacaremos la conclusión de que los 'desheredados de la tierra' en aquella Francia de la revolución, y de tiempos anteriores, debieron pasar, como se dice en mi tierra, más hambre que un caracol en un espejo porque para rematar termina diciendo: "Si se agrega la sustancia de los huesos a los alimentos groseros de que se mantiene la gente pobre, gozará ésta de mejor salud, vivirá más tiempo y se aumentará la población. La sopa es prolífica, y más si se le añade la gelatina animal".

Y para aquellos que ni cocinar podían, los que iban a la beneficencia, se les podía alimentar fácilmente y con mucha economía, ya que con el poco combustible que se gastaba se compensaba con la grasa que sobrenadaba al cocer los huesos y que se ponía aparte para cocer las legumbres y guisar otras cosas, porque les daba muy buen gusto. "así es que siendo los huesos el alimento más sustancioso, y no costando nada, se puede decir que son un don gratuito que hace la economía a la indigencia".

La costumbre parece ser que estaba ya extendida por otros países europeos, de hecho se daba en Inglaterra, Alemania y España, donde se utilizaba en hospitales, hospicios, cárceles y en el ejército, haciendo el comentario de que "en Francia dan seis libras de carne de inferior calidad para un rancho de catorce hombres; cocinada ésta y separados los huesos, quedaba tan reducida, que apenas tocaban a cada uno tres onzas y media; pero triturados los huesos que trae la carne, dan para la tarde un caldo más sustancioso que el de por la mañana; y la grasa que sacan de ellos les sirve para aderezar un plato de legumbres; de suerte que la cena es más apetitosa y nutritiva que la comida, mejorándose mucho la subsistencia del soldado". Es evidente que ser soldado en el siglo XIX debía ser un suplicio, largas marchas, poca comida y el día que tocaba carne era como masticar chicle o comerse las suelas de los zapatos.

Otra pista que nos da, creo que importante, es la de que desde el puerto de Nantes ya salían embarcaciones con huesos preparados por el comercio marítimo para alimentar a los negros que eran llevados a América como esclavos.

La preparación de dicho caldo evidentemente era sencilla: sólo había que ponerlos con agua al fuego en una olla, se les echaba sal, se espumaban, se les añadía legumbres, se hervían lentamente, de seis a siete horas, se le quitaba la grasa que sobrenadaba, y con el caldo se hacía una sopa de pan, de arroz o de fideos. Aclarando que unos huesos tenían más gelatina que otros, pero de todos se sacaba un buen caldo: sin embargo se debían preferir los que antes se hubieran cocido, porque los crudos solían hacer "un caldo semejante al de ternera y de los otros salían de un sabor como el de carne".

La innovación de todo este invento era el de aprovechar como alimento el hueso al completo, para lo cual se debían machacar en un gran mortero de hierro colado, que tenía por mano un cilindro de hierro acerado que se levantaba y bajaba por medio de una palanca elástica, de esta forma por cada libra de huesos machacados que se echara a las legumbres se podía considerar que eran el equivalente de cuatro libras de carne, a cuyo guiso se le podían añadir cebolla tostada, clavo, zanahorias y corteza de pan tostado, haciendo especial hincapié en que debía cocerse a fuego lento ya que ahí estaba el secreto para que saliera un buen caldo.

Sigue de Vaux diciendo que "los huesos crudos suelen dar a tres onzas de grasa por libra: los cocidos dan menos, pero siempre dan bastante. Esta grasa es de las mejores que se pueden hallar para los guisos. La libra de la mejor carne no da más de siete onzas de gelatina: una libra de huesos da dos libras de la misma, y aún cuatro si éstos son de animales tiernos". Una libra de huesos se podían cocer en cinco o seis de agua, no soltando en la primera cocción toda la gelatina, siendo en la segunda, que se hacía al día siguiente, con la mitad de agua como se extraía toda, suponiendo que en una y otra cocción se hubieran añadido las legumbre y demás aderezos, como se indicó anteriormente, tanto era así que decía que el segundo caldo salía tan bueno como el primero   y al enfriarse se convertía en jalea.

El no haber inventado aún los frigoríficos, el mal estado de los caminos y carreteras y la lentitud en el transporte hacen que escriba lo siguiente: "De los huesos se hace en cualquier tiempo un caldo como el de la carne fresca, lo que no es de poca consideración para los que viven en pueblos en que sólo se vende carne en el verano una vez en semana. Después de cocidos como antes se ha dicho en suficiente agua, se aparta su primer caldo cuando está todavía hirviendo, y los huesos, que se secan pronto, se espolvorean con sal, y así se conservan meses enteros en un paraje fresco. El hacendado puede hacer a los pobres la caridad de repartir este caldo, pues siempre dan de sí bastante, aún estando enteros para darles sustancia, y dicho caldo se conserva mejor que el de carne. Al paso que vaya consumiendo la carne en su mesa, hará bien en poner aparte los huesos, y de todos los de la semana sacar el caldo del lunes, así para el uso de su casa, como para dar a los pobres. No se puede hacer mal caldo si se usa la marmita u olla americana (ver mi trabajo Historia de las primeras comidas químicas a comienzos de 1800 o la historia de la cocina molecular y las dentaduras postizas), dentro de la que se mete otra ollita pequeña de hoja de lata toda agujereada, en la que se ponen los huesos y las legumbres con separación en dos senos para que los bañe el agua sin que se esparza en ella. Metidos los huesos en dichas vasijas, los agita el hervor sin levantarlos arriba, se salan y se espuman. Las legumbres también están aisladas aparte, y después de cocidas quedan enteras sin que se deshagan. Hecho el caldo se le quita por encima mucha grasa, que se pudiera regular a tres onzas por libra: en los Estados Unidos de América la destinan para hacer jabón; artículo importante en la economía doméstica que deben de saber todas las mujeres, como otros muchos menos necesarios en lugar de tanta boberías como aprenden". Comentario final machista en extremo y muy acorde con la época, hoy lo llega a escribir y lo corren por la calle a escobazos.

Termina el estudio o consejo, que no sabría encasillarlo, diciendo que en un lugar, que no especifica, estuvo siete meses con la familia y donde todos usaban de dicho caldo que servía igualmente para todos los guisos y que, con una papeleta del cura, lo daban también a los enfermos. Añade ya como final, y no miento, que en Montpelier se alimentaban los pollos artificialmente con huesos pulverizados, manteniendo a las aves domésticas o de corral a poca costa.

Los ingleses aportaron hasta una anécdota.-

El presidente de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, Joseph Banks (1778-1820), comentaba en una carta dirigida a la Sociedad Filantrópica de Paris que la gelatina de los huesos era un gran descubrimiento y que sería de suma utilidad a todas las naciones, quejándose del poco uso que se hacía de ella en Inglaterra, pese a que años antes se generalizaron como consecuencia de las malas cosechas pero que en ese momento nadie se acordaba de ellas pese al favor que se haría a los pobres del país.

En su carta comenta lo que le ocurrió a un rico, que deseando socorrer a los colonos que tenía en sus tierras y lo que le contestó uno de ellos: "Sea todo lo que Vm. quiera menos la sopa; y ¿por qué no la sopa? respondió; ¿por qué? añadió el pobre, porque once que éramos el año pasado los que nos aprovechábamos de la que Vm. nos daba LOS NUEVE TIENEN A SUS MUJERES EMBARAZADAS".

Era evidente, por el comentario descrito, que la sopa daba fuerzas a los pobres y fomentaba la natalidad, algo muy importante al comienzo de la Era Industrial que estaba deficitaria de mano de obra obrera barata.

Por los comentarios de Banks sabemos, gracias a la correspondencia que mantenía con Rumford y Parmentier, el gran aprecio que tenían por las sopas como alimento salvador de muchos desgraciados, a tanto llega que refiriéndose a ellos escribe: "Han observado que el agua combinada con sustancias nutritivas se hace alimenticia. Los pueblos que se mantienen de pescados son más fuertes y numerosos por la abundancia de gelatina que contiene el pescado; y las sopas de legumbres serían todavía más nutritivas si se aprovechasen en ellas los huesos, como se hace en Strasburgo, Colmar y otros pueblos. Entonces merecerían las sopas con más razón el nombre de económicas, porque la grasa que sueltan los huesos al cocerlos basta para suplir por la que se acostumbra echar en ellas".

También hace referencia a que los encargados de los hospicios de Génova habían dispuesto una máquina en la que un hombre solo podía moler, en muy poco tiempo, gran cantidad de huesos y que en Nantes se había formado un establecimiento para extraer la gelatina bajo la supervisión de un médico y que se usaba en los navíos, consiguiendo así la marinería "un caldo fresco y sustancioso, que libertará del escorbuto en los viajes largos", terminando por decir que el aprovechamiento de los huesos ofrecía a los ricos un medio muy importante para socorrer a los pobres, como vemos hasta en la alimentación siempre hubo clases, tema del que seguiré investigando porque aquí comienza la verdadera revolución en la historia de la cocina.  

 

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Se recomienda leer también nuestro trabajo titulado Historia de las primeras comidas químicas a comienzos de 1800 o la historia de la cocina molecular y las dentaduras postizas 

 


 

 

 

 

 

 

 

 


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