Historia de un té que pudo cambiar el mundo, el de Bogotá

   Hay veces que los acontecimientos políticos o militares pueden influir en la historia, tanto por los cambios que estos actos generan o, por el contrario, porque cercenan nuevas iniciativas que posteriormente las hacen inviables, ya que los nuevos mapas geopolíticos, consecuencia de los resultados de dichas vicisitudes, no propician la idea primigenia que los inspiraron. Este podría ser el caso que nos ocupa y que como consecuencia de las Guerras Napoleónicas quedaron en suspenso.

   La noticia de la que hablo comenzó por una publicación francesa escrita por un tal Denulel de la que se hizo eco y que se reimprimió en España en el ‘Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos‘ del jueves 18 octubre de 1804, en su número 407, y donde el célebre botánico Josef Celestino Mutis y Bosio (docente que fue del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario en Bogotá (Colombia), de donde es académica nuestra compañera Cecilia Restrepo) lanzó la idea de cambiar las rutas y los focos de producción del té, que se traía desde oriente, principalmente desde China, por otro tipo que se producía en Colombia, de esta forma, de seguro de haberse llevado a efecto, quizá hoy las corrientes de comercio y de producción de riqueza serían muy distintas.

   La invasión francesa de España (el 2 de mayo de 1808), la muerte del gaditano Mutis (el 11 de septiembre del mismo año) y la independencia de Colombia de la corona en 1810 truncaron, quizá para siempre, el desarrollo de una idea, como mínimo original, de abastecer a Europa del tan deseado té que tan pingües beneficios reportó y reporta a los países productores como son Ceilán (Sri Lanka), China o la India, así como a las grandes compañías que se dedican a comerciar con dicho artículo, ya que los costes de transportes serían más baratos.

   La idea de Mutis, que tituló: ‘Observaciones sobre la posibilidad de hallar entre nuestras plantas indígenas un equivalente del té de la China o de América‘ fue verdaderamente revolucionaria y desconocida, al menos que yo sepa, en la biografía de éste gran hombre al que tanto le debe la humanidad, demostrando que no siempre está reñido el ingenio y la ciencia con los negocios.

   Comenzaba el artículo, a modo de prologo en su exposición, con una descripción de la siguiente forma: «El té, que llaman los Chinos y Japoneses cha, teha o tsia, es la hoja de un arbolito que abunda en las inmediaciones de Pekín, en Nanquín y en el Japón, verde, delgada, puntiaguda de un lado y redonda del otro. El del Japón se diferencia del de la China en que las hojas son mas pequeñas, y su olor y gusto mas agradable. El que nos traen los Olandeses e Ingleses viene en una forma artificial que le dan los Chinos poniendo las hojas al vapor del agua hirviendo para secarlas después sobre planchas o chapas de cobre, a un grado de calor necesario para esta operación que las deja arrolladas.
Este método tiene el inconveniente de que el agua disuelve la parte extractiva que se descompone al tostar la hoja, y le queda un gusto acre, amargo y poco agradable que se reprueba a veces en el té
«.

   Después hace un inventario de los distintos tipos de té con los que se comerciaba, distinguiéndolos como los denominados ‘imperial‘, ‘negro‘ y el ‘menudo o flor de té‘, haciendo la aclaración de que «estas son invenciones de los mercaderes para venderlo mejor«.

   Pasa casi de inmediato a explicar que en La Martinica se cultivaban dos clases de té (1) y que eran arbustos que crecían en parajes pedregosos cerca del mar, para añadir que los naturales lo usaban como el té común; pero ni uno ni otro daban la misma tintura al agua, añadiendo: «Lemery, sabio y filósofo admirador de la naturaleza, piensa que en cada clima produce cuanto puede lisonjear al apetito de los que le habitan, y así aconseja el uso de la betónica, de la melisa, de las yerbas vulnerarias, de la flor de amapola y de diferentes culantrillos, como plantas indígenas, propias para suplir por el té extranjero. Verdad tanto mas recomendable, cuanto la confirman con su conducta los Japoneses y Chinos, que estiman tanto la salvia fina que crece en nuestros campos, que de buena gana cambiarían su té por esta planta: y manifiestan lo mucho que la aprecian cuando dicen ¿porqué muere el hombre que tiene salvia en su huerto?»(2)

   Aquellas consideraciones unidas al deseo de nos ser tributarios de los Asiáticos, ni de los Europeos que iban a comprarles ese artículo de lujo para revenderlo, le hace escribir: «me excitó a hacer algunos ensayos con la betónica; y después de haber imitado servilmente con sus hojas el método de los chinos, conseguí unos efectos que me causaron bastante satisfacción, porque con ella se hacia una bebida, como la del té, muy agradable, bien que inferior á la del té superior. Yo no había hecho antes algunas reflexiones que después me han servido; pues está en nuestra mano el reunir varias plantas para conseguir el efecto que se desea«. Era evidente, según descubrió, que con la infusión del té se intentaba lisonjear, como él decía, el gusto y el olfato para seguir aclarando: «pero los que usan para esto de plantas indígenas no han pensado en que es necesario tomar de una planta la parte aromática, separándola de las que no lo son, y que acaso la hacen ingrata al paladar, ó poco saludable«.

   Tras los consiguientes análisis del té conformaba que contenía una parte extractiva bastante amarga y «ácido semejante al de las agallas que se emplean para hacer tinta».(3), pensando que dicho ácido era, probablemente, el causante de que algunos lo tuvieran como «desecante y alterante«, efecto tan terrible, decía, como que los aficionados al té experimentaban temblores en algunos miembros si lo tomaban con demasiada frecuencia, llegando a afirmar que el mejor té, ya se tomara como un remedio o por gusto, sería aquel que siendo una bebida agradablemente aromatizada se pudiera tomar en grandes cantidades sin que hiciera daño.

   Siguía diciendo: «Por los experimentos que he hecho con diferentes plantas aromáticas me persuado de que la mayor parte de las que nos rodean pueden ser útiles á este fin; pero no se han de mezclar de cualquiera suerte unas con otras, ni se han de preparar todas de un mismo modo para conseguir lo que se desea. Hay diversidad entre la naturaleza de los principios de los vegetales, y en su cantidad, y no es siempre uno mismo el medio de separar los que conviene. Yo he conseguido sustraer a muchas plantas de la familia de las labiadas todo lo que puede perjudicarlas para que con ellas se haga una infusión agradable a manera de té, sin que conserven mas que la sustancia aromática, que es lo que se desea para este fin, Semejantes análisis de los vegetales no pueden dejar de interesar al comercio, y a los que amen a su patria lo bastante para no pagar á los extranjeros lo que tienen en su casa«.

   En una nota indicaba que el ya mencionado Celestino Mutis había descubierto hacía años el llamado té de Bogotá y que había remitido varias muestras a España con el fin de darlo a conocer y que el que escribía el trabajo tuvo la suerte de probarlo.

   Esa cita a la nota da pie a que transcriba parte de los estudios del Botánico y así citó a Mutis:

«Las propiedades de esta planta, dice Mutis, son de un grado muy eminente con tal que se sepa usar de ella. Distingo el té puro del té lavado: de aquel se usa como remedio, y de éste como alimento; pero no se debe introducir en el comercio esta distinción para evitar supercherías de mercaderes, sino que ha de pasar a Europa el té preparado y puro; y solo para el uso se tendrá presente una distinción tan necesaria.
El té puro da la primera tintura por infusión, y entonces es un remedio de admirables propiedades si lo manejan médicos inteligentes; y advierto que pueden tomar la primera infusión una vez al dia por dos semanas las personas de quebrantada salud, las de vida sedentaria, las de complexión fría, las que pasan de cincuenta años, y generalmente las que necesitan recuperar vigor y fuerza. Como no puedo dar reglas para una infinidad de casos particulares en estas abreviadas advertencias, me ciño á esta regla general.
Tal vez se puede tomar por gusto la infusión de la primera tintura; pero como remedio no se puede continuar mucho sin que produzca pronto sus efectos: por esto se pueden dilatar en agua las primeras infusiones, y harán una bebida muy provechosa para toda edad, sexo, estado y clima.
El té, después de la primera infusión, es propiamente té lavado que se puede usar como alimento, del mismo modo que el té de Asia y el café.
La primera tintura medicinal se hace como la del té de la China, echando la hoja en agua hirviendo acabada de separar del fuego, y dejándola en una vasija tapada por espacio de quince a veinte minutos. La segunda tintura se hace también por infusión, y resulta mas débil que la primera; pero todavía tiene virtud y buen gusto. La tercera se hace por cocimiento, poniendo el té de la segunda infusión en agua y al fuego hasta que comience a hervir, y manteniéndolo después separado el mismo tiempo de quince a veinte minutos.
Mezcladas las tinturas con leche hacen una bebida de gusto muy agradable. A cada cuartillo de agua se echarán dos cucharadas de hoja, si está entera, y una si está molida.
Un cuartillo de infusión medicinal se dilata lo suficiente en doce cuartillos de agua de fuente. Según estas proporciones es fácil separar el té lavado, que se puede tomar como alimento mañana y tarde, de la primera infusión destinada para componer agua saludable de todo pasto común.
Las tinturas se toman con la correspondiente porción de azúcar
«.

Por otra parte, según he podido recoger de la web oficial de la Alcaldía Mayor de Bogotá D.F., Mutis se lo hizo saber primero al Virrey Caballero y Góngora su descubrimiento, el cual a su vez le escribió a su sucesor, Francisco Gil y Lemos, lo siguiente: «Pero en mi concepto lo que hace el principal ornamento y gloria de la Expedición Botánica es el té de Bogotá […]. Siempre es cierto que […] puede ponerse mejor y acaso más barato en Europa que el de China […]. Aunque ha sobrado para hacer muy abundantes remisiones, he cuidado de que no se hagan sino en unas cajitas curiosas con sus frascos y botes de la posible decencia«.

   No debió caer en saco roto el informe de Celestino Mutis, ya que el informante da cuenta del examen que hizo en Madrid el Ministerio correspondiente, no dice cual, del té de Bogotá, lo que contradice a otros investigadores que hablan sobre el tema :

«1º. Que las hojas del té de Bogotá son serradas por sus bordes, siempre verdes y propias de algún arbusto.
2º.Por su consistencia, color y olor se conoce que han sido tostadas con calor artificial, como preparan su té los Chinos y Japoneses.
3º. Así preparadas tienen olor a hierba tostada con vestigio de aroma; pero reduciéndolas a polvo se percibe mayor fragancia y sabor astringente con resabio picante al fin. Tiene mas olor y sabor que el té asiático.
4º. Tomado el polvo por las narices escuece y hace estornudar de suerte que no puede dudarse de que esta planta debe ser un estimulante de tanta eficacia que exige la preparación que su sabio y feliz descubridor ha acertado a darla, a imitación de lo que ejecutan los orientales con su té para corregir su virulencia, y de lo que practican nuestros americanos con la raíz de la yuca ó cazabe, y otras plantas.
5º. Infundida una cucharada de hojas quebrantadas del té de Bogotá en un cuartillo de agua, con arreglo al papel de advertencias remitido para su uso, dieron una bebida de color dorado o pajiza, y de sabor y olor aromático y agradable, que necesita muy poca azúcar para su dulcificación. Probada esta infusión por varias personas acostumbradas al té verde de la China, y señaladamente por algunas señoras de delicado gusto, les mereció unánimemente decidida preferencia el té de Bogotá sobre el oriental, así en la hermosura del color y diafanidad de la bebida, como en lo grato de ella al paladar y al olfato; siendo innegable que la infusión del té de Asia con que se ha comparado la del té de Bogotá sale siempre de un color mas o menos encendido o vinoso, con menos fragancia, y es austera y algo amarga, y por lo mismo consume mayor porción de azúcar para poderse usar generalmente; lo que no solo hace la bebida mas cara, sino también menos conveniente a los estómagos débiles por razón de la abundancia de azúcar que entra en ella.
6º. Varias personas de las que tomaron esta infusión del té de Bogotá, sintieron á poco rato como refocilados sus estómagos, más brío, un ligero sudor por todo el cuerpo, y una alegría y sensación suave y agradable en su cerebro, al modo que resulta excitarla los licores espirituosos probados en corta cantidad.
7º. La segunda infusión , o sea la que se hizo con el té lavado, o por mejor decir, disfrutado ya por la primera, manifestó todos los mismos accidentes que aquella, aunque en grado más remiso: pero todavía muy notable y superior a los del asiático, con la apreciable ventaja de que sale perfectamente clara y cristalina sin perjuicio de su buen olor y sabor. Esta infusión es la que destina justamente el Doctor Mutis para el uso dietético o común de los sanos, debiendo reservarse la primera, como mas eficaz para los que necesiten el té medicinalmente.
8º. La disolución clara y transparente del vitriolo de hierro (sulfate de hierro) puso verde a la infusión del té de Bogotá, y al contrario, algunas gotas de dicha disolución fueron suficientes para volver casi negra como una tinta la infusión del té oriental. Este experimento comprueba la aserción que dejamos sentada, de que el té común o de Asia es mucho mas astringente y aun austero que el nuevamente descubierto.
9º. El cocimiento o tercera infusión del mismo té, disfrutado ya dos veces, sacó todavía bastante olor y sabor agradable: uno y otro se mantuvieron en el líquido sin color por más de veinte y cuatro horas en una vasija destapada en que se conservó por ocho días; al cabo de los cuales se advirtió haberse disipado la fragancia, reteniendo solamente algo del sabor debido a la parte extractiva que ya le iba comunicando también un viso de color.
10º. Destilada una corta porción del té de Bogotá con agua común, salió como una tercera parte del licor impregnado de un aroma aun más subido que el de la infusión, y el residuo quedó destituido de olor. Evaporado este residuo dio un extracto gomo-resinoso de sabor astringente. Esta destilación deberá repetirse con mayor cantidad de hoja.
11º. La parte resinosa de que abunda este simple, y en la cual principalmente consiste su virtud, se separó a fuerza de infusiones de dos dracmas de hojas en espíritu de vino bien alcoholizado, y juntas todas ellas y evaporadas según arte, resultaron diez y seis granos de materia perfectamente resinosa, negruzca, de sabor astringente y algo picante, que vuelve perfectamente verde la saliva; retiene tenazmente su buen olor aromático, y encendida a la candela arde con llama viva, y se consume casi toda dejando muy poca ceniza ligera como pavesa.
12º. Finalmente sumergida una onza de carne de vaca en un vaso de cada infusión, y del cocimiento del té de Bogotá, y en el mismo instante que se puso a macerar igual porción de carne en otro vaso de agua común, se pudrió esta última a las ochenta y cuatro horas, habiendo tardado las otras en dar las primeras señales de putrefacción doble tiempo
«.

   A tenor, tanto del informe de Mutis como el estudio del gobierno español, el informante se hace una serie de reflexiones que dan fin al motivo de este trabajo de investigación que como mínimo es muy original por todo lo que desvela sobre la historia del té y que hasta ahora, al menos que yo sepa, era desconocido del gran público, y de los estudiosos del tema.

   Y así en la primera reflexión considera el té de Bogotá casi un artículo muy probable de ser adoptado en la dieta tanto de los españoles como de las colonias, al considerarlo muy superior al asiático «añadiendo a su mayor y más grata fragancia sus demás propiedades perceptibles por los sentidos y su menor consumo de azúcar; además de ser cosecha nacional y seguir todas las apariencias de cortísimo coste respecto del otro«.

   La segunda reflexión está relacionada con la medicina ya que, según dice, no admitía tampoco duda de que era mucho más eficaz que el té de China y Japón, ya que excitaba los espíritus, alegraba el ánimo y promovía la transpiración y el sudor.

   La tercera reflexión creo que está muy bien estudiada para las necesidades de la época, y que transcribo: «En los dilatados viajes por tierra, y en las navegaciones en que muchas veces no se encuentra otra agua que beber que la mala, llena de insectos o corrompida, es fácil llevar consigo la porción necesaria de este té de Bogotá para cocer y corregir el agua potable y restaurar las fuerzas con su uso, como lo han practicado con mucho fruto con el té de Asia Kalm en sus peregrinaciones por la América septentrional, y Forster por los desiertos y prados a la otra parte del Volga«.

   En la cuarta reflexión nos da pistas generales del consumo del café de Moka y del té, entonces llamado de la China, ya que dice que eran desconocidos en Europa hasta mediados del XVII y donde dice que se había introducido en todos los países excepto en España e Italia, evidente en nuestro país porque aquí la bebida nacional era el chocolate, aclarando, refiriéndose al té: «se han hecho aquellos géneros de primera necesidad, no usando apenas las naciones, principalmente las del norte, de otro desayuno ni de otro refresco y bebida de gusto y recreo que de las hechas con aquellos dos simples ultramarinos. La Inglaterra por ejemplo, tiene calculado el consumo de un año con otro en una increíble suma de millones de libras de té, sin contar el que entra de contrabando«.

   La quinta reflexión está relacionado con los aspectos del comercio y la facilidad del transporte, ya que dice: «De esta verdadera, y al parecer irremediable desgracia de la gran Bretaña, pudiera sacar nuestro gobierno la ventaja recíproca de proveer a los ingleses del té de Bogotá, que ellos sustituirían insensiblemente y preferirían al que traen de Cantón; lo primero porque el nuestro es de mejor calidad ; lo segundo porque se les pondrá a precio mas cómodo; y lo tercero porque lo encontrarán en Cádiz, Málaga y otros puertos cercanos a su país en cambio de géneros de su comercio«.

   Le sexta reflexión está relacionada con el marketing y es preámbulo de la siguiente y donde sucintamente dice que para introducir en nuevo té en Europa sería necesario tener presente lo que se hizo para propagar el uso del café y el té de Oriente.

   La séptima reflexión de nuevo nos da pistas del comienzo de la comercialización y las argucias comerciales que se utilizaron para introducir el café y el té en Europa y que dice: «En el año de 1666, que tuvo principio este tráfico, vendían los Olandeses cada libra de té de la China a sesenta pesetas. Este excesivo precio, que al parecer se oponía directamente a la extensión de su uso en el pueblo, sirvió para acreditarle y hacerle mas apreciable en los principios entre la gente acomodada, la única que podía esperarse que emplearía parte de su caudal en un género no necesario y de puro lujo y regalo. Acreditado el té, y rebajado oportunamente su precio, se proporcionó a las clases menos ricas el medio de satisfacer el natural deseo que el ejemplo de las personas opulentas había excitado en ellas de usar de la nueva y preciosa bebida. Así se vino a hacer general su uso en Olanda, y respectivamente en todos los países del norte«.

   La octava reflexión está más relacionada con los controles de sanidad así como la estrategia de distribución del producto para hacerlo apetecible en el mercado y obra así: «Convendría imprimir en España el tratado del Doctor Mutis luego que llegue, con las observaciones que resulten del examen del té Americano, y sus efectos comparados con los del Asiático, que pudiera hacer el tribunal del proto-medicato, añadiendo lo mismo que los ingleses han publicado de los perjuicios del té de Asia.(4) Luego se pudieran repartir algunas cortas porciones entre personas de primera distinción con una instrucción sobre el modo de curarlo, y también convendría enviar alguna cosa a los ministros del Rey en países extranjeros«.

   La última reflexión se refiere a la patente y marca, nada extensa por cierto, y donde tan sólo dice: «Por ultimo parece que en lugar de té de Bogotá, se puede llamar a esta bebida sencillamente bogotá«.

   Obviando mis consideraciones del comienzo de este trabajo, por el mal momento histórico donde se quiso implantar el producto, hay que pensar en lo ingenuo que llegaron a ser, en el terreno comercial, los promotores de la idea, porque pienso que pecaron de un entusiasmo exacerbado llevados por su deseo de lanzar al mercado un producto que pensaban que era bueno, sin tener en cuenta el proteccionismo y las barreras arancelarias consecuencia de proteger el comercio de las potencias europeas con sus colonias y donde algunas veces en la historia tuvieron que ser subvencionadas, teniendo pérdidas económicas para la hacienda de los países dominantes en favor de mantener puestos militares y comerciales en confines del mundo muy alejados de sus metrópolis.

   El descubrimiento de estos documentos tienen una doble vertiente: la primera es el dar a conocer algo que por razones ajenas a la idea que la creó pasó al olvido y la segunda es el hacer soñar a los empresarios colombianos en que todavía hay una puerta que conecta con el pasado, y que estudiando su viabilidad puede hacer renacer el espíritu investigador de José Celestino Mutis, en una novedosa industria que aún puede abrirles mercados en un mundo donde no existen ya intereses coloniales, aunque sí neocolonialismo, y también que las guerras e independencias de la que yo llamo Era Preindustrial han dejado de existir.


1.- A la una la llaman Cariópbilaia ó Cuambu y a la otra Capraria.

2.- En lugar de té hemos usado y usamos muchas veces de muestra salvia fina de la Alcarria sin cargar mucho el agua , y la hallamos una bebida muy agradable.

3.- Echando una infusión ordinaria de té sobre una disolución de sulfate de hierro, se pondrá la mezcla tanto más negra cuanto mejor sea el té, y el té que yo hago no tiene este inconveniente.

4.- Véase el escrito de Juan Coakey Letton, impreso en Londres año de 1772.

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