Historia del escorbuto: Una enfermedad asociada a la alimentación (Parte I)

Carlos AzcoytiaLa historia de la enfermedad del escorbuto, la forma de tratarla en distintas épocas y consecuentemente su forma de curación definitiva, a mi parecer, fue la más vergonzosa historia de la investigación médica de occidente, tan egocéntrica y soberbia, donde se demostró la deficiente formación en el razonamiento y la deducción de unos galenos que durante siglos no progresaron de forma significativa en los conocimientos de la medicina, entendiéndola más como casi mágica y duramente influenciada por la religión, algo que chocaba con la casi mesiánica labor que ejercieron la mayoría de ellos al estar en contacto no sólo con la enfermedad sino también con las miserias humanas.

Es cierto que no todos están obligados o pueden tener la imaginación y la fantasía para desarrollar una teoría de lo absurdo que al final puede terminar en una genialidad, algo que cuando escribía este trabajo pude comprobar: cayó en mis manos una publicación norteamericana que, como mínimo, me sorprendió por lo arriesgado del método de teorización y de investigación y que entra dentro de la antropología como una explicación causal de algo que posiblemente no llegue a ser ni tan siquiera a eso, pese a que lejanamente tiene lazos con el tema que nos ocupa; el trabajo al que aludo fue un ensayo de dos grandes economistas actuales, Steven D. Levitt y Jhon J. Donohue III[1], los cuales tuvieron la extravagante idea de proponer que la causa más importante en el descenso en números de delitos cometidos en EE.UU., en la década de los noventa del siglo XX, fue consecuencia de la legalización del aborto, todo un anatema para algunos que no deja de tener un razonable punto de veracidad pese a que otras muchas variables pudieran influir en el resultado, algo que razonaban diciendo que al ser las madres, en su mayoría, adolescentes de la clase baja de la sociedad americana no estaban preparadas, ni económicamente ni culturalmente, para educar a sus hijos y que los abocaba a la delincuencia desde la infancia. Si puede parecernos extravagante dicha teoría, algo parecido ocurrió en el pensamiento de los galenos de entre los siglos XVI y XIX que, salvo excepciones pese a que no podían intuir algo más allá de su cotidianidad o realidad y que no les dejaba ver el bosque, no supieron o no pudieron desarrollar teorías revolucionarias dentro de su conocimiento técnico. Algo que se desarrolló no hace tanto, en la Era Industrial, donde hasta entonces el conocimiento de las enfermedades y de la química estaban basadas en lo que la naturaleza ofrecía y no en la agresividad de las medicinas sintéticas como ocurre en la actualidad o el principio de autoridad que, por suerte, va desapareciendo gracias a la globalización y las comunicaciones, aunque aún hoy sigue teniendo un gran peso en muchos campos académicos para desgracia de todos y lo borreguiles que son muchos profesionales.

Al no tener conocimiento de las vitaminas, los virus o las bacterias, entre otras cosas, habrá momentos en la aventura que viviremos en la qué nos resultará chocante encontrar que la enfermedad era tenida por un castigo divino o, en otros, conocer terapéuticas, que por su mala praxis, aceleraba el fin de los pacientes en una carrera de aciertos y errores clínicos que hasta nos pueden hacer reflexionar incluso sobre la fiabilidad de la medicina actual.

escorbuto

No sólo fue esta enfermedad, el escorbuto, la única que azotaba a los pueblos y que no llegaron a entender durante décadas, incluso centurias, también estuvo entre otras el beriberi, la pelagra, la peste, la tuberculosis y así un largo etcétera, muchas de ellas asociadas a una monótona, deficiente o nula alimentación de las clases más desfavorecida de la sociedad.

Una enfermedad tan antigua como la humanidad.

La carencia de una vitamina en la alimentación como es la C, que se encuentra en los vegetales frescos, produce dicha enfermedad, por lo que podemos deducir que, salvo excepciones de personas que no pueden asimilarla, sólo se puede dar en condiciones especiales en los humanos, como por ejemplo en los campos de concentración, ciudades sitiadas o casos de aislamiento de personas que no puedan disponer de alimentos frescos vegetales, algo que se daba en las largas travesías de los barcos como ocurrió hasta casi comienzos del siglo XX, o en las distintas guerras que padeció y padece la humanidad y donde, por ejemplo, encontramos casos escandalosos, unos juzgados, como fueron los nazis tras la Segunda Guerra Mundial por lo ocurrido en sus campos de concentración, el sitio de Leningrado y otros que han quedado impunes como fueron los campos de concentración franquistas en España, donde hasta se dejaban morir de hambre a las personas y de los que he tenido testimonios directos de dichas atrocidades y que están quedando impunes mientras los torturadores mueren en sus camas plácidamente de viejos.

Al ser casos puntuales y aislados en la antigüedad es lógico pensar que los síntomas pasaran desapercibidos y confundidos con otras enfermedades, sobre todo porque una vez liberada o rendida una plaza o la llegada a puerto de los barcos desaparecían de forma rápida los síntomas, achacando todo al hacinamiento, pureza del aire o la falta de aseo, algo que iremos viendo en el presente trabajo.

En la navegación no era un mal hasta la llegada de las grandes travesías, hay que tener presente que hasta el descubrimiento por los españoles del continente americano las navegaciones se hacían costeando, de forma que tanto el abasto de agua y vegetales frescos estaban asegurados, de ahí que en la mayoría de los escritos, desde el año 1500, se tuviera como una enfermedad nueva y extraña, incluso achacables a otras causas, algunas rayando en el ridículo intelectual.

Por otra parte, en los países nórdicos y en los largos inviernos, era crónico el escorbuto, hasta tal punto llegó que se pensaba que desde ahí llegaba la enfermedad a toda Europa, algo que iremos conociendo por medio de este estudio, que por cierto es el primero que desde una perspectiva histórica y médica aborda el tema con cierta profundidad y donde podremos ir analizando no solo el conocimiento que se tenía de la enfermedad sino también el desarrollo del pensamiento científico entre los siglos XVI y el XX, importante para llegar a entender la demora en el descubrimiento de sus causas y su remedio.

Etimología del nombre.

La etimología de su nombre tiene origen en los pueblos del norte de Europa, existiendo en la actualidad distintas teorías que paso a contar.

Según Lind[2] el nombre viene del eslovaco scorb que no es otra cosa que enfermedad, sin especificar más, siendo el escorbuto el padecimiento dominante y endémico del país, de ahí su generalidad a la hora de identificarla. Por otra parte existieron otros autores que opinaban que la palabra escorbuto se derivaba de la danesa scorbect o de la holandesa scorbech, cuya definición de ambas era la de úlceras en la boca.

El cartógrafo, sacerdote y escritor sueco Olao Magno[3] la describió dentro de las enfermedades castrenses de las ciudades sitiadas, añadiendo que la llamaban scorbok y de la que se libraban de ella obteniendo, a cualquier precio y riesgo, víveres frescos, aunque también la denominaba con otros nombres de scorbuk y scoerbuch y que creía originarse como consecuencia de tomar alimentos salados e indigestos.

En los países latinos no se tiene constancia de su raíz etimológica para como se conoce escorbutus por lo que pienso que debe de ser aceptada desde antiguo al tener contacto con los países nórdicos, de modo que en Inglaterra es conocida como scorbery y scurvy, en Francia scorbut o en España escorbuto, encontrando otra denominación en los marineros portugueses que la conocieron como Mal de Loanda al ser conocida y padecida por Vasco de Gama (1460 o 1469 – 1524) en las costa africanas de Luanda, la cual pensaron que era original y exclusiva de aquel lugar por ser desconocida por todos.

Su historia.

No hay duda que no fue hasta la llegada de los grandes viajes oceánicos, como ya he comentado, cuando fue conocida la enfermedad por parte de la marinería y sólo de forma anecdótica y puntual en las ciudades sitiadas y en las poblaciones eslavas, tan alejadas en la mente de los europeos como veremos a continuación.

De todas formas hay quién le atribuye a Hipócrates[4] la primera noticia cuando hablaba de las enfermedades del bazo y más modernamente por los latinos Gayo Plinio Segundo (el Viejo), cuando trató de los ejércitos que mandó César Germánico en Flandes, o Estrabón cuando contaba la expedición militar de Elio Gallo a Arabia, ambos contaron cómo los ejércitos romanos fueron acometidos de ulceraciones en la boca, que llamaban stomacace, e igualmente por una especie de parálisis en las piernas que denominaban scelotyrbe, siendo sus descripciones y síntomas tan generales de todos ellos que bien pudo tratarse de otras enfermedades.

Curioso resulta leer el libro de Pedro María González (ver bibliografía) cuando aseveraba lo siguiente: “Los pueblos civilizados, aún sin solicitarlo directamente, se han precavido de ellas, y mucho más aquellos que gozaron por su localidad la influencia de un clima templado; al contrario, los pueblos del norte, sumergidos en una ignorancia estúpida, y viviendo bajo una temperatura rígida y destemplada, han estado siempre más expuestos a la impresión de las causas escorbúticas, y por consecuencia debían experimentar sus efectos; así vemos que el escorbuto era endémico entre aquellos pueblos, mientras en los más templados y cultos no hay memoria ni vestigios de que se padeciese”, refiriéndose a la falta de comunicación, en la antigüedad de los países mediterráneos con respecto a los del norte de Europa. En parte tenía razón Pedro María porque es cierto que ni los médicos griegos, los romanos o los árabes hicieron mención de la enfermedad, no así tenía razón en su percepción sobre la “ignorancia estúpida” que según él padecían.

La primera noticia escrita, siempre según Pedro María González, que se tiene, no comprobado por el autor de este trabajo, es la de un tal Juan Ecthio[5] o Ecchio y de su sucesor en esas labores de investigación, el holandés, médico, ocultista y demonólogo, Johann Weyer (1515 – 1588), cuyo apellido latinizado, por el que fue conocido, Wierus, y más recordado por sus libros racionalizados contra la creencia de las brujas, los demonios y los actos que les atribuían.

torquemada

Pese a ser cierto que es, al parecer, la primera noticia en un libro de medicina, es más cierto que las primeras deberían haber sido conocidas por aquellos que la padecieron, así como su intento de curarla y que conocemos en las memorias del capitán Juan Vizcaíno[6] en su conquista y expedición a las costas de México, trascritas años más tarde por Fray Juan de Torquemada en la primera parte de su libro ‘Monarquía Indiana’[7] donde da razón muy veraz e inconfundible de la enfermedad y donde contaba: “Y porque me pareció no sería fuera de propósito, tratar aquí, de qué enfermedad dio en común, a la Gente de esta Armada, quise aquí dar cuenta de ella, por ser la misma, que comúnmente da en este paraje a los Navegantes, que vienen de China, a la Nueva España, de la cual suelen morir los más de los que en las Naos vienen.

Corre en altura un aire muy delgado, y frío, que traspasa a los hombres flacos; y entiendo debe de traer consigo algo de pestilencia; y si no la trae, con su sutileza, y delgadez, la causa en los cuerpos cansados, flacos, y molidos, con el trabajo que hasta allí se padeció. Da lo primero de todo, un dolor universal de todo el cuerpo, y queda tan vidrioso, y sensible, que cualquier cosa que le toca, le causa tanto dolor, que si no es a gritos, y voces, no se puede tener descanso, ni un punto de sosiego, y tras esto se llena todo el cuerpo, y en especial del medio cuerpo abajo, de unas pintas moradas, mayores, y más abultadas, que granos gruesos de mostaza; y tras estas, se siguen luego unos verdugones, de dos dedos de ancho; y más, que del mismo humor, y color de las pintas dichas, se engendran debajo de las corvas de la rodilla, que cogen desde medio muslo, hasta la rodilla, y estos son duros como piedras, y con esto quedan las piernas embarazadas, que no se pueden extender, ni encoger un punto, más del estado en que el tal accidente cogió las piernas, y con esto quedaban tullidos, sin poderse menear, ni revolver de una parte a otra, sino con grandes dolores; y estos verdugones, como si fueran manchas de aceite, en fino paño, se extienden de suerte, que toda la pantorrilla, y muslo queda todo morado, y cárdeno; y tras esto, este mal humor se derrama por todo el cuerpo, y en especial carga más en las espaldas, que en otra parte, y con esto da unos terribles dolores de lomos, espaldas, y riñones, que no dejan mover un mísero cuerpo, si no es acosta de dolores, y gritos, que son tan crueles, que todos tuvieran por muy buena suerte el morirse, antes que padecerlos.

Para tal disposición los cuerpos este mal humor, que estaban como diviesos, o nacidos enconados; y era de tal suerte el sentimiento, que en su cuerpo estos enfermos tenían, que la ropa que les ponían encima, les arrancaban la vida; y como no se podían mover, ni revolver a un lado, ni a otro, daban voces, que las subían al cielo; y si los que tenían salud llegaban a socorrerlos, y quererles ayudar, en sentirse llegar a sus cuerpos, eran los dolores crueles doblados; de suerte que la mayor ayuda que allí se les podía dar, era el no ayudarles, ni tocar, aún a la ropa de la cama. Y no era solo esto, lo que en estos cuerpos humanos causaba esta enfermedad, y pestífero humor, sino que causaba otros accidentes más insufribles, que los pasados; y era, que las encías de la boca, altas y bajas, y las de dentro, y fuera de los dientes, se hinchaban, y crecían tanto, que los dientes, y muelas no se podían juntar unos a otros, y quedaban los dientes tan descarnados, y sin arrimo, que en meneando la cabeza, se meneaban ellos; y hubo personas, que por escupir saliva, que se venía a la boca, escupían algunos los dientes de dos en dos. Con esto no podían comer, si no eran cosas líquidas bebidas, como eran poleas, hormiguillos, almendradas, y otras cosillas, que si no eran bebiéndolas, de ninguna otra manera podían entrar en sus cuerpos; con esto se enflaquecían de tal suerte los enfermos, que faltándoles la virtud natural, se quedaban muertos, hablando, y conversando con otros; y todos, por la Misericordia de Nuestro Buen Jesus, recibieron los sacramentos de la Penitencia, y Extremaunción, por lo menos, cuando no había ocasión, por lo menos, de poder darles el Viático. Esta es la enfermedad que tocó a todos, y la que llevó de esta vida, a los que en este viaje dieron las suyas al Creador, y Redentor”.

Si hemos leído la primera descripción exacta de la enfermedad, su desarrollo y sus funestos resultados ahora, ya en el capítulo LVIII, sabremos la forma cómo resolvieron el problema ante esta desconocida y nueva dolencia entre los españoles, todo un ejemplo de supervivencia y de observación, algo de lo que carecían los galenos de la época.

Por lo que queda dicho en los capítulos pasados, y por lo que en este hemos tocado, cualquiera podrá entender cual llegaría la gente que en este navío capitana venía cuando entró en el puerto de estas islas de Mazatlán, que es cierto cosa increíble lo que acerca de esta materia se podría decir con toda verdad, y así sólo diremos que de la misma enfermedad de que tratamos venían todos tullidos y enfermos, y tan hinchadas las encías de la boca, que ni hablar ni poder comían: cuando aquí llegaron, venían todos muy peligrosos; y como la enfermedad era tan pestilencial y enconosa, ninguno pensó en cobrar salud perfecta en su vida, si no fuese a costa de muchas curas y medicamentos; por verse todos cuales dijimos solía poner y ponía esta enfermedad a los que de ella se sintieron tocados y heridos.

En el navío no se oían, cuando aquí llegó, sino gritos y exclamaciones a nuestra Señora; y así ella, como Madre piadosa, se compadeció de tanta gente, y acudió, de suerte, que en diecinueve días que la nao aquí estuvo cobraron todos la salud y fuerzas, y se levantaron de las camas de suerte que cuando salió de aquí esta nao podían ya acudir a marear las velas, y a gobernar el navío, y hacer sus guardias y centinelas como antes; y porque mejor se conozca como la salud fue venida de tales manos, sabrán los que esta relación leyeren que no hubo medicinas, ni drogas de boticas, ni recetas, ni medicamentos de médicos, ni otro remedio humano que se entendiese como medicamento y medicina contra esta enfermedad; y si algún remedio humano hubo, fue el uno el refresco de las comidas frescas y sustanciosas que aquí se les dio de las cosas que hizo proveer el General, y en comer de una frutilla que se halló en estas islas, y los naturales llaman xocohuitztles”.

Sorprendente lo trascrito, sobre todo porque tras esta cita va a leer cosas que le harán pensar que, o es una tergiversación de la historia, una mentira o posiblemente un error de apreciación por mi parte, de ahí que me preocupe en citar perfectamente todo; no hay dudas al respecto, la medicina y los médicos no han sido tan sabios, ni tan científicos, ni tan dioses, esto me recuerda una vez que visité a un urólogo al padecer una prostatitis y como me indicó que debía quitarme la próstata y así evitar el cáncer, tras hacer biopsias y análisis negativos, menos mal que al ser fumador otro no me dijera que debía extirparme los pulmones u otro el estómago al padecer gastritis, así que ante tan ‘sabio’ dictamen abandoné la consulta para nunca más volver, esperando pacientemente mi final, que hasta el día de hoy no llegó, encontrándome sano tras ya casi treinta años del diagnóstico, sin impotencia, sin estar mutilado y sabiendo que dicho doctor le costó esperar algo más para terminar la obra de su chalet en el campo.

Tras este paréntesis que sólo pretendía despertarlos del sopor de la lectura, porque soy consciente que a nadie le preocupa, ni importa, mi próstata, estuve repasando el libro más importante botánico que existe para saber a ciencia cierta que plantas existían en México en el momento de la conquista, el escrito por el médico y biólogo Francisco Hernández, en su libro ‘Cuatro libros de la Naturaleza y virtudes de las plantas y animales que están recibidos en el uso de la medicina en la Nueva España’, obra original perdida en un incendio del Monasterio del Escorial, que no llegó a ver la luz, pero que fue copiado del latín por Fray Francisco Ximenez en el año 1615, con la intención de saber que vegetal era el ‘xocohuitztles’, sin obtener un resultado positivo, posiblemente por mi impaciencia o impericia en encontrarlo, pero ahí dejo la pista para saber de qué planta se trata.

Nota: Tras la publicación de esta primera parte mi compañera en las labores de investigación, Martha Delfín Guillaumin, me hizo saber la existencia de otro libro que puede dar luz con respecto al xocohuitztles, el titulado ‘Historia de los vascos en el descubrimiento, conquista y colonización’, donde dice que dicha planta era parecida a la manzanilla; también me dirigió al diccionario de la lengua nahualt de Remi Simeon sin resultado positivo, al menos aparentemente, tan sólo dos palabras de raíces parecidas, siendo la primera socotl que significa manzana, fruta… y xococotl que significa planta medicinal usada contra la diarrea, hasta aquí, por ahora, todo lo que he podido investigar al respecto.

Llega un enredante galeno.

eugalenoPero si ya el conocimiento de la enfermedad y sus causas se había convertido, hasta ese momento, en misión imposible y especulativa entre todos, llegó un médico que aún enredó más las cosas, me refiero a Severino Eugaleno Docummeno que escribió en 1604 el libro ‘De scorbuto morbo liber’, toda una obra que más parecía que jugaba al despiste en un mundo ya confuso como el de la medicina de aquellos años.

Autor muy citado y respetado, al menos en España, hasta el siglo XIX, jugó con sus nuevas teorías, muy lejanas a lo ya investigado por otros, entre los que se encontraban los ya mencionados médicos (no doctores que viene la palabra de docto) Ecchio o Wierus, y donde, a modo de axioma, llegó a decir que dicha enfermedad la consideraba como un azote de la Justicia Divina contra los pecados de los hombres, llegando casi al paroxismo cuando remataba esa idea achacando al demonio las irregularidades y apariencias de dicho mal, algo que no nos puede extrañar porque en épocas recientes, cuando apareció la enfermedad del SIDA, algunos miserables y radicales católicos pregonaron que dicha dolencia era un castigo divino para con los homosexuales.

No terminaban ahí sus ‘doctas’ indicaciones sobre la enfermedad, ya que metió en el mismo saco, con el nombre de escorbuto, a todas aquellos males que no estaban bien descritos por los autores antiguos, de modo que enfermedades nerviosas varias, como podía ser la hipocondría o el histerismo, lo achacaba a dicho padecimiento, emparentándolo o incluso convencido que eran distintas fases de la enfermedad, que a imaginación nadie le ganaba.

El tozudo Eugaleno, tan empavonado estaba en sus creencias que ni hicieron caso, él y sus seguidores, que fueron multitud de médicos, a las noticias que llegaban de España sobre el padecimiento real de la enfermedad entre los marinos y conquistadores en el Nuevo Continente y la forma que tenían para combatirla dos años antes de su publicación como ya he descrito y citado, algo que la clase médica, con su soberbia, no hizo caso, lo que prolongó la agonía y la muerte de muchos miles de seres humanos al menos por 150 años más, cosas de las ciencias y los científicos de entonces, y que llegó a ser descrita dicha forma de actuar, ya en 1805, por el Doctor Pero María González de la siguiente forma: “Así se mantuvo la teoría de este mal sin avanzar nada a su perfección, antes más bien, desfigurándose más y más por la propensión natural de todo lo raro y admirable, que insensiblemente conducía a los escritores a introducir en la medicina el gusto por los prodigios, inclinación que en nuestros días solamente se conserva entre los charlatanes, que por desgracia del género humano inundan el arte de curar”.

Si la corriente, pensamiento y correligionarios de Eugaleno formaron legión no menos fue la de otro galeno llamado Thomas Willis (1621 – 1675) que se opuso a las teorías del anterior pero entrando en las mismas contradicciones y así llamó escorbuto a todas las enfermedades que no conocía, de tal forma que, en 1754, en la obra de James Lind (1716 – 1794), descubridor de la cura del escorbuto, añadió su traductor una nota sumamente interesante, en la obra traducida al francés, referente a las patrañas difundidas por Eugaleno y Willis que no tienen desperdicio y que decía: “Tenemos un ejemplo reciente de las malas consecuencias de las obra de Eugaleno y Willis en unas conclusiones sostenidas en las Escuelas de Medicina de París el año 1754, las cuales tienen por título: ‘An à diversa escorbutici índole, et sede morbi diversi?’ Según su autor, esta enfermedad es un proteo; sus progresos son más rápidos que el viento; es contagiosa, hereditaria, aguda y crónica: sus efectos son diferentes, innumerables, y enteramente puestos. El humor escorbútico produce en España las escrófulas, y la cólera morbo: en Francia el catarro, la tos húmeda y el reumatismo: en Inglaterra el sudor ánglico, y la melancolía: en Holanda la hidropesía, la jaqueca, y toda suerte de fiebres intermitentes: en Suecia los dolores violentos de entrañas, y durante el invierno una especie purpurina: en Irlanda los herpes rojos. El escorbuto produce además broncocele entre los habitantes de los Alpes: la tisis hereditaria, la ictericia e inflamación entre los portugueses. En el Bajo Languedoc el carbunco; la timpanitis y gota entre los italianos: la lepra en Egipto; la peste más destructiva y desoladora entre los turcos; y el gálico en las Indias. En una palabra, no hay achaque ligero, ni enfermedad de consideración que no produzca el escorbuto, y para prueba añade a las ya mencionadas la corea, o danza de San Vito; la consunción, la atrofia, la piedra, las manías, la epilepsia, la apoplejía, el letargo, la parálisis, las diabetes, la lientería, la podagra o gota, el furor uterino, el cancro de los pechos, el priapismo, la hipocondría, la pasión histérica, la esterilidad, etc.”.

Si esto nos puede parecer suficiente y lleno de rebuznos, cuando la medicina era una magia especulativa en lugar de una ciencia, debemos sumarle las opiniones de Juan Doleo[8], otro galeno importante de la época, que ya en la enajenación llegó a afirmar, sin tan siquiera ruborizarse, que hasta los que mueren de viejos deben al escorbuto la terminación de sus días, llegando a vanagloriarse de curarlo en tan sólo doce días, independientemente del estado en que se encontrara, gracias al mercurio dulce, eso sí, haciendo la fórmula de un modo muy particular, algo que mató a muchos inocentes enfermos y que debió hacerlo rico y prueba de lo que digo es cierto cito de nuevo al doctor Pedro María Gonzales que dice: “Kramer asegura que en las cercanías de Belgrado murieron cuatrocientos soldados de esta enfermedad por haberles administrado mercurio, Este acontecimiento desgraciado movió al Colegio de Médicos de Viena a tildar con la nota de infames a los que aconsejen la salivación mercurial en este mal, como a destructores del género humano[9]”.

Otro galeno, que la cosa iba de magos y estafadores, un tal Mainwaringe atribuía el escorbuto al uso inmoderado del azúcar, igualmente lo era el tabaco y los ejercicios de la caza, vamos, que este hombre iba para recibir el Premio Nobel si hubiera estado instaurado entonces.

Hasta en un tratado de enfermedades venéreas, el escrito sobre 1762, por el galeno Guillermo Gimel (ver bibliografía) achacaba al mal del escorbuto a la herencia genética y así comenzaba contando: “Hasta aquí se ha hablado solamente el mal venéreo, adquirido por alguno de los modos referidos: pertenece ahora decir algo del que viene por herencia de los padres a los hijos. Heredan estos la gota, el cálculo, el pthisis, escorbuto, etc. teniendo los padres este vicio los humores…”, apreciación que deja muy a las claras la ignorancia sobre la enfermedad.

Un libro raro y pintoresco.

pobresAntes de entrar en materia, que mejor qué comentar un curioso libro que como mínimo debería de tildarlo de extraño y que lleva por título ‘El Médico, y cirujano de los pobres’ (ver bibliografía) y que por subtítulo nos dice: “Enseña el modo de curar las enfermedades con remedios, así internos, como externos, fáciles de encontrar en el país, y de prepararse a poca costa, para toda clase de personas. Obras médico-quirúrgicas, corregidas, aumentadas e ilustradas con el conocimiento de las enfermedades, y otros tratados curiosos”, y tan curiosos diría yo porque al leerlo, en muchos de sus capítulos, se puede pasar un rato divertido en las tardes de lluvia.

En el capítulo dedicado al escorbuto comienza con estas originales palabras: “Es tan lícito como arreglado a razón el sofocar a un monstruo, cuando está en su cuna, y detenerle, antes que se halle en estado de excitar su furor, pues si no se ejecutase así, y se dejase tomar cuerpo, y que a la tiranía agregase la fortaleza, y el vigor, causaría una desolación universal, y dejaría en todas partes los vestigios, y señales de su violencia.

Esta es la pintura de esta enfermedad nueva, que molesta a Francia en este año de 1670, y que parece desde luego monstruosa en sus síntomas, cuya malignidad se aumentará, a no ser que con los remedios se rindiese; y con esta dolencia se halla con frecuencia en los pobres, como si estos fuesen solamente de su furor objetos, me he llegado a persuadir, que habiendo compuesto este libro a su favor, quedaría imperfecto si no propusiera los medios para descubrir este enemigo, y domar este monstruo; esto fue lo que motivó a mi pluma para que presentase este pequeño examen, e hiciese este bosquejo, ínterin, que otra mejor escriba, con más exactitud, y ciencia que alcance este asunto.

El escorbuto es un nombre; que salió de los países septentrionales de la Europa, en los que le llaman Scorbuck, y es una enfermedad, que se experimenta con frecuencia en los habitantes de las costas del Mar Báltico, como la lepra en los judíos, y los egipcios; las escrófulas o lamparones en los españoles; el bocio o papera en los habitantes de los Alpes; el morbo gálico, o lue venérea en los indianos”.

Interesante la forma como distribuye distintas enfermedades dependiendo del país o las razas, mucho más cuando habla de la primera noticia en que la padecieron los europeos, ya que decía que apareció en 1494 cuando el rey Carlos de Francia entró en guerra con Nápoles, aunque también decía que aparecieron los síntomas en los años 1270 y 1418, así que nada tenía claro, creo que ni de cómo se llamaba, y para que contar de la enfermedad, la cual confunde con otra u otras.

Los síntomas más generales, para no aburrir el lector, decía que era debilidad en las piernas, pesadez que se percibe en la región del vientre, la respiración empezaba a ser difícil y el color bermejo de la cara se ponía aceitunado; el enfermo “siente una deficiencia de ánimo, con una disposición melancólica, que destierra la alegría regular”, para cuando el mal ya estaba declarado y manifiesto “percibe un prurito, y comezón en las encías; el rostro está amarillo, y se pone lívido; la orina se vuelve turbia, y no se aclara; el pulso es parvo, débil y desigual; la respiración se pone más difícil, y el enfermo no puede mantenerse en una misma postura.

El se echa en la cama, y en el mismo instante se levanta, y anda con inquietud; quéjase de esacerbadísimos dolores en el vientre, las encías se hinchan, y a poco que se aprieten echan sangre; y finalmente, se corrompen de tal modo, que espiran, y donde sí un fetidísimo, e intolerable olor: la boca está siempre abierta, y hace una figura redonda, por la imposibilidad que el enfermo tiene para cerrarla, teniendo así mismo la de no articular bien sus palabras…”.

Hasta aquí todo puede parecer más o menos normal, ahora entra en explicarnos cuales son las causas de la enfermedad, donde comienza a dejarnos con los ojos en blanco porque nada más entrar en materia nos dice: “Entre las causas que los médicos buscan en las enfermedades, unas son externas, otras internas. Las causas externas son divinas, celestes, o sublunares. Por causas divinas entendemos, o Dios, que es la causa absoluta, y principal, o los ángeles, y los demonios, que son causas instrumentales de que Dios se vale algunas veces para causar las enfermedades, como los demonios se sirven también de los mágicos, o encantadores para el mismo fin.

Las causas celestes son las que dependen de las influencia de los astros, y las sublunares son los elementos, las estaciones del año, los alimentos, medicamentos, venenos, y otras causas no naturales, que alteran, y mudan nuestro cuerpo, y por este medio causan enfermedades”, o lo que es lo mismo, las gentes se curaban de milagro porque de la ciencia podían esperar poco, pero abundando más en las causas divina de las enfermedades dejaba claro el asunto: “Podemos decir de la nueva enfermedad de el escorbuto en nuestro clima, que ella tiene una causa divina, hablando con propiedad, que es Dios, e impropiamente la constitución del aire, que Dios envía a los hombres para castigarlos, y que el aire revestido de las cualidades, e influencia de los astros ha contribuido mucho para producir esta dolencia”, hay que tener presente que esto lo dice un médico del Hospital General de París, tenido por muy versado en su época, y no un curandero, que esto al final va a ser como las religiones, que si tienes estudios homologados representas a Dios y si no pues eres de una secta.

Pero en el fondo de estos hombres, de los galenos, latía sin duda un alma investigadora, de modo que también buscaban la otra verdad, la humana, para encontrar la ‘verdad’ de las cosas, que como vemos es muy relativa, y así decía: “Esta causa externa es universal, y por consiguiente no ha podido dar este efecto sin la ayuda de otras más particulares. La carne de vaca salada, usada con frecuencia, es muy dañosa a los que tienen alguna disposición a este morbo; porque aunque la sal sea correctivo a las humedades superfluas, que se engendran en el vientre inferior, sin embargo es como indigesta, se ha fijado con la sal, hace mansión por este medio en las primeras vías para motivar en ellas obstrucción, y dejar allí una impresión depravada. El pan mohoso, mal cocido, o comido caliente, el vino turbio, y corrompido, el agua pesada, y de mala calidad, son muy perjudiciales; los guisantes, habas, leche, y queso son propios para causar obstrucción, como las frutas, hongos, setas, pepinos, y calabazas para suministrar una serosidad, que con la detención que hace en las partes, se fermenta, y produce una cualidad escorbútica”.

Pasa al apartado del pronóstico de la enfermedad y de primeras nos dice que es contagiosa por saliva y el aliento, que es “hediondo y fétido”, por esa razón, según decía, infectaba el aire vecino y “que se introduce en el cuerpo, y por ministerio de los espíritus, que son susceptibles de esta mala cualidad deja esta molesta impresión en todos los que se hallan con disposición de recibirla”, seguía diciendo que se hacía crónica si no se atajaba a tiempo de esta forma tan original: “Cuando pueden impedir el insulto de este mal, que llega a ser monstruoso, y pertinaz en logrando apoderarse de las partes con tardanza, y detención, que en ellas ha tenido” y así una serie de recomendaciones entre las cuales están, como un repaso breve, la de decir que degeneraba en caquexia o hidropesía incurables; sobre las manchas que aparecían en los muslos eran más peligrosas cuando más se acercan a ser lívidas y si apareciese en vientre como puntitos a modo de picaduras de pulgas era señal mortal, sobre todo si venía acompañada de dolores en la región umbilical; otra de las cosas que decía este buen hombre era que: “Puede decirse que el escorbuto, como lo dijo Hipócrates hablando de las enfermedades del bazo, que si saliese la sangre por la ventana siniestra de la nariz, es una señal muy mala y funesta”, lo mismo hasta era verdad pero así a lo pronto parece que está de broma.

Entrando en la curación de la enfermedad, que una vez leído da hasta pena de aquellas personas que padecían a los médicos, quizá de ahí viene la palabra ‘paciente’, por todo aquello que hicieron padecer a todos, hablaba de recurrir a remedios mayores, como podían ser sangrías y purgas, “que son las dos columnas sobre que el cuerpo de la medicina se mantiene, y las dos más fuertes máquinas, o artefactos con los que ella tiene sus progresos”, así que imagino que con el escorbuto y sus terribles síntomas encima estar desangrado y con diarrea por culpa de los médicos deberían sentirse los pacientes con ganas de morirse y no curarse nunca, pero gracias a los consejos de Dodoneo, en su libro ‘Observaciones’, decía que lo mismo aquello se curaba solo y sólo se hizo en un caso una sangría porque el paciente era fuerte, al igual que los toros con las banderillas parece; sobre las medicinas y potingues a tomar, que servían para soltar el vientre, aún más da algunas recetas, tanto a nivel individual o industrial, para darlos a los ejércitos o las tripulaciones de los barcos, algunas de las recetas, sin saberlo, ricas en vitamina C.

Si todo lo anterior eran remedios internos, los externos ya parecían casi angelicales comparados con lo contado y así recetaba “un cocimiento de hojas de llantén, nicotina, prunela, y mastuerzo hortense, o coclearia, y a media libra de él añadirás dos onzas de miel rosada, y algunas gotas de espíritu de vitriolo para hacer gargarismos”, eso para las llagas de la boca y para las de las piernas “que mediante una cualidad maligna pudren las carnes, la lavarás con cocimiento de hojas de escordio, y raíz de aristoloquia redonda, hecho en vino blanco”, pero si la infección fuese ya muy grande y no cediese a dicho tratamiento entonces la cosa se ponía peor porque recomendaba: “agua de cal con un sublimado corrosivo descrito en otra parte del libro, añadiendo a una libra de agua dos dracmas de sal de mastuerzo, o una onza de hojas secas de dicho mastuerzo hechas polvo”, supongo que dejaría de sentir las piernas el/la pobre ya que se habrían disuelto en los ácidos.

En el apartado dedicado a la forma de preservarse de la enfermedad encontré unos datos muy interesantes porque da cifras de los enfermos en París y nombre del hospital, el de San Luis, de modo que contaba que en el mes de mayo de 1670, fecha cuando escribió el libro, ingresaron 66 enfermos, de los cuales 33 fallecieron, habiendo sido dados de alta 233, siguiendo ingresados 140, de lo cual se felicita por las altas ya que al parecer el invierno fue muy malo.

Siguiendo con la preservación de la enfermedad aconsejaba, esto es importante para saber que no sabía nada, abrir y cerrar ventanas de las casa dependiendo de la estación del año y así en el verano abrir las que miraran al oriente y al septentrión, “para recibir por ellas el aire purificado con los vientos y con los rayos de sol”, por el contrario, en invierno, debían abrirse al medio día “y las cerrarás al viento cierzo, que con su frialdad constipa los poros, e impide las traspiración del calor natural” y sobre todo “así mismo cerrarás las ventanas que corresponden a lugares cenagosos, y a donde hubiese cloacas, cuyos vapores son adecuados para excitar el escorbuto”. Con el trajín de tanto abrir y cerrar ventanas me he perdido y ya no creo que nadie sepa que es el escorbuto, al menos ‘el escorbuto’ del que escribe este hombre.

Después entraba en los consejos para alimentarse, de los cuales decía que no eran de menor consideración que los aires y las ventanas, y así aconsejaba que el pan debía estar bien cocido, sin moho, ni con “yojo”, ya que era propio para ulcerar las partes internas y externas; la carne debía de ser de buen jugo y de fácil digestión, evitando las de puerco y las de vaca de mucho tiempo saladas, procurar no comer frecuentemente los guisantes, habas, leche, queso y toda sustancia “grosera” que causara obstrucción, que este hombre era de paladar selecto, la pena es que el pueblo llano no podía serlo, no porque no quisiera, que a todos nos gusta lo bueno, es que su poder adquisitivo no se lo permitía.

Sobre el agua da unos consejos que más deberían estar en otro trabajo sobre su consumo e higiene del siglo XVII, algo que no está muy estudiado y que tantas desgracias trajo a nuestro antepasado y que dejo para mejor ocasión.

Ahora yo diría que lanza la bomba cuando escribe lo siguiente, que para echar culpas todo era bueno y así siempre podría tener razón en sus diagnósticos con respecto al escorbuto: “Es muy necesario evitar la gula y la repleción de vino y carne, pues hay que temer que si el escorbuto hace progreso, acometa a los campos de las tropas francesas, si estas continúan en exceso y desorden de vivir, porque darán las mismas disposiciones para esta enfermedad, que el aire de la mar con las salinas en los soldados, que están en navío; de modo, que se puede decir, que si la sobriedad es la muerte del escorbuto, la intemperancia es la que lo produce”, yo añadiría: ¡Toma ya!, siguiendo largo rato, unas veces alentando el ejercicio físico, otras con dietas y todo con el fin de “conservar el calor natural”, hasta que leemos lo siguiente: “… aquellos a quienes se le han suprimido las hemorroides, recurrirán a la sangría; pero los que tuviesen fastidio a la comida, nauseas, u otros accidentes, que testifican la cacoquimia pituitosa, o melancólica, se debían purgar” concluyendo este capítulo con una serie de recetas medicamentosas del momento.

Para terminar, en el capítulo IV, que titula ‘Reflexión sobre el escorbuto, enfermedad nueva en Francia’, cuenta que era una enfermedad importada desde Alemania, en concreto aclaraba que procedía del mar Báltico, y de la que decía: “que es quien la cría, a una tierra extraña, y la de aquella mima, que dándole el ser, le ha hecho tan monstruoso, que parece ha adquirido de una vez la malignidad, que no tuvo en los demás países si no es a costa de muchos años. Atribuimos la causa al cielo, a los astros, a el aire, a la tierra, y a todos los demás elementos; pero no veo, que de esto nos culpemos a nosotros mismos, y que en nosotros busquemos el origen de tan funestos síntomas”, para continuar como flagelo de propios y extraños, ya en plan maldición bíblica, diciendo: “esta impura y espantosa enfermedad es hija de nuestros pecados, de el mismo modo, que madre de la muerte, y que habiendo nacido de nuestra sublevación, e injusticia, rinde obediencia a Dios, ejecutando sus órdenes; pues con los nuevos desórdenes, que practicamos, le obligamos a que castigue con las correspondientes penas” y seguía el hombre con su mente ‘científica’ echando culpas y castigos a todo aquel que le ponía por delante, obedeciendo a un supuesto Dios reverenciado por todos, pese a su ‘mala leche’ y sadismo, no en balde nos hizo a su imagen y semejanza, pese a saber, según dicen, el pasado, el presente y el futuro de la humanidad, siguiendo contando una serie de aberraciones que por no hacer sufrir al lector y producirle pesadillas omito, sólo una pequeña muestra y lo dejamos ahí: “… justicia de Dios, quien castiga a estas partes (se refiere a los miembros inferiores y antes a los ojos, la boca y el aliento) aunque innobles, y las atormenta por haber sido cómplices en nuestros deseos, y llevado a nuestro cuerpo a parajes de desórdenes, deleites, y prostituciones; pero especialmente el furor de esta dolencia se experimenta en las partes internas del vientre inferior…”, y así páginas y páginas escritas por un loco religioso fundamentalista.

He considerado necesario estudiar dicho libro porque es la muestra de la mentalidad médica del momento en toda Europa, el desconocimiento no sólo de la enfermedad que estamos tratando, sino de muchas otras, así como el sentido casi mágico que aún se tenía de la naturaleza y de las enfermedades.

Una tímida luz al final del túnel.

Es cierto que no todos erraban tanto en la apreciación de la enfermedad como en su curación, aunque sin saber a ciencia cierta qué motivos eran los que la desencadenaba, así, de una forma sensata, decían que se producía como consecuencia de comer alimentos bastos y corrompidos, como eran los salazones de carnes y pescados o conservados ahumados, igualmente culpaban al agua ‘mareada’, corrompida de los barcos, o el aire poco sano, sin llegar a mucho más, un adelanto porque si no acertaron totalmente en las causas sí pusieron en la pista a otros para su identificación.

Los primeros de ellos fueron los doctores L. Ch. Roche y por L. J. Sanson, los cuales en su libro ‘Nuevos elementos de patología médico-quirúrgica, o Compendio teórico-práctico de medicina y cirugía’, editado en 1828, en el apartado dedicado a las astenias decían textualmente lo que sigue: “La naturaleza del escorbuto está muy distante de ser conocida; sin embargo, la opinión más favorable es que esta enfermedad consiste en una astenia del sistema sanguíneo, con alteración en la composición de la misma sangre. Se ignora en qué puede consistir la alteración de este líquido. ¿Los elementos que la componen están viciados en la naturaleza, o bien está disminuida solamente la afinidad que los mantiene en combinación por la presencia de principios extraños? ¿Existen muchas especies de escorbuto, como por ejemplo, uno de tierra y otro de mar? Estos no pueden resolverse en el estado actual de la ciencia. Mr. Broussais atribuye el escorbuto al vicio de la nutrición y a la mala composición de la sangre (Examen de las doctrina médicas, Tomo II, pág. 579) Annales de la médicale généralement adoptée 1816 François Joseph Victor Broussais 14 diciembre 1772 – 17 noviembre 1838

Causas. Todos los temperamentos

Método curativo. El método curativo es mucho más bien higiénico que farmacéutico. En efecto, los remedios sencillos con que se consiguen la mayor parte de las curaciones son: la remoción de las causas, un aire seco y caliente, los vegetales frescos, las carnes recién muertas y de buena calidad, el uso moderado de un buen vino, la alegría y las distracciones. El escorbuto de mar suele curarse muy frecuentemente y con una rapidez admirable, casi al momento que los individuos que le padecen llegan a desembarcar en una costa cuyo aire es puro, seco y caliente, y hacen uso de algunas carnes y vegetales frescos. El Dr. Keraudren, al cual debemos un excelente folleto sobre el escorbuto[10] , hace tiempo que ha hecho la importante observación de que entre los vegetales los más ventajosos son los que contienen mucho agua de vegetación. Las crucíferas, y en particular el berro, que tanto se han elevado, tienen poca eficacia, y se sacan mayores ventajas de los vegetales ácidos como la acedera. Por esta misma razón las bebidas que convienen más son las aciduladas preparadas con los jugos de cidra, de naranja, de grosellas, de fresa y con el agraz, o con el suero, el vinagre o un vino ácido. Parece que la carne y los caldos de tortuga producen excelentes efectos en todos los escorbúticos que la usan; y en su defecto puede llenarse el mismo objeto, aunque acaso con menos prontitud, con las carnes y caldos de pollo, de ternera, de carnero y de vaca. Las carnes tiernas y asadas, el pescado, la leche, las ensaladas de toda especie, todas las legumbres frescas y todas las frutas cuyos zumos hemos dicho que son útiles, contribuyen eficazmente a la curación.

Se ve que, como hemos dicho, la higiene presta los principales remedios curativos del escorbuto; sin embargo, hay casos en que es preciso recurrir a los productos de farmacia. La escila, la mostaza, el rábano silvestre, la raqueta, la coclearia, los berros, la bacabunga, etc. en infusiones acuosas o vinosas, en conservas y en jarabes pueden ser útiles en este caso. Pero no debe exagerarse mucho con frecuencia, principalmente debe evitarse su uso cuando al mismo tiempo que el escorbuto existe una inflamación en cualquiera órgano, y con más razón si fuese en el estómago, pues es claro que entonces serían más dañosas que útiles. El catedrático Foderé hace observar que en los países del norte todas las plantas acres llamadas antiescorbúticas son mucho menos fuertes que en los países meridionales, y por aquí explica sus buenos efectos en el norte y su ineficacia en el mediodía. Esta explicación nos parece muy plausible; pero es preciso tener también en consideración la diferente irritabilidad de los habitantes de estas diversas regiones.

Precaver la enfermedad: Siempre es útil precaver las enfermedades; pero en los campamentos, en los hospitales, en los navíos y en otras muchas circunstancias es indispensable impedir el desarrollo del escorbuto. El mejor medio para combatir este objeto, es la observación de las reglas de higiene: a este efecto es preciso prescribir la más escrupulosa limpieza; no dejar que los hombres usen de ropa blanca poco seca, ni duerman en camas húmedas; cuidar de qué los alimentos estén bien preparados; distribuir todos los días cierta cantidad de vino o de licores espirituosos; no fatigar a los soldados o marineros con un servicio demasiado largo y penoso; en los momentos destinados al descanso distraerlos por la música y todos los entretenimientos que consisten en el ejercicio del cuerpo; últimamente, separar con el mayor cuidado todas las causas de temor o de tristeza que puedan asaltarles. Estos preceptos son aplicables a los hombres en la vida civil; pero estos pueden reunir a ellos con frecuencia la elección de su habitación en un paraje seco, elevado y caliente, y el uso de vestidos interiores de franela; dos medios que contribuyen poderosamente a preservarlos del escorbuto”.

Una de guerritas escorbúticas.

Fue en la sitiada ciudad de Torun o Thorn, al norte de Polonia, patria de Copérnico y famosa por su pan de especias y las nabizas, donde el teólogo y médico Juan Federico Baschstrom[11] observó que la defensa de la ciudad por los polacos y conquistada por Carlos XII de Suecia, que duró cuatro meses, como tras su rendición, el 13 de octubre de 1703, donde perecieron entre cinco mil y seis mil personas entre la guarnición y personal civil a consecuencia del escorbuto y cómo los supervivientes se restablecieron de forma rápida sin otro auxilio que tomando vegetales frescos, pero dejemos al ya citado Pedro María González contarnos sus conclusiones: “Esta triste catástrofe, verificada en los mayores calores del estío, que fue toda la duración del sitio apoya más su dictamen, en cuanto excluye al frío, la humedad de la atmósfera, y otras causas que se acriminaban entonces, y parece que no tuvieron la menor parte, ni en su origen ni en sus progresos; pero a pesar de estas apariencias, si se reflexiona lo que sucede en una plaza sitiada estrechamente, se hallarán motivos poderosos para ocasionar el escorbuto, sin recurrir a la carestía de vegetales frescos” para de nuevo insistir en las ‘otras’ cosas que en principio hicieron sospechar de la falta de alimentos frescos y ricos en vitamina C, de forma que se tuvo en cuenta los alojamientos de los soldados en lugares subterráneos o a la población civil que vivía bajo las ruinas de sus casas infectas con un aire irrespirable o viciado al no poder renovarse adecuadamente y de nuevo achacando al aire y a la humedad parte de culpa de la enfermedad y así lo explica: “Para comprender mejor el perjuicio que puede seguirse a la salud de los que se alojan en semejantes habitaciones subterráneas entre las causas que más violentamente producen el escorbuto”.

Rendición de la plaza de Bellegarde

Rendición de la plaza de Bellegarde

Una de las plazas sitiadas en la que murieron españoles por el escorbuto fue la fortaleza de Bellergade en Francia, en plena Guerra de la Independencia, como consecuencia de, a mi punto de vista, un pésimo mando militar que dejó aislada la plaza y lejos de su ejército, tanto que Miguel Agustín Príncipe (ver Bibliografía) contaba lo siguiente[12]: “Bellegarde entre tanto, echados como estaban por tierra los planes que el conde de la Unión había formado para libertarla, se hallaba reducida al último extremo y privada de todos los medios de poder sostenerse más. Rodeadas todas sus avenidas por 30,000 franceses, y observada además por otro ejército de 40,000 hombres, había quedado completamente incomunicada con nuestras tropas en los tres meses que llevaba de sitio. Puesto á la más horrible de las pruebas el valor de sus defensores, habían estos sufrido el hambre y las enfermedades con heroica resignación, sirviéndoles de alimento en los últimos días la carne de los animales más inmundos. Sin viveros, sin recursos, sin ninguna noticia de sus compañeros, y habiéndose disminuido su guarnición de un modo considerable, fue preciso por fin capitular y el 17 de setiembre recobraron las tropas francesas la única posesión que sus enemigos tenían en el territorio de la república”.

Pues bien, dicha fortaleza, la de Bellergade, tenía una guarnición de 1.400 hombres alojados en casamatas en primer lugar y al comenzar los casos de disentería y escorbuto, por tenerlas como húmedas, con poca ventilación y oscuras, trasladaron a los soldados a unos pabellones a prueba de bombas, con las ventanas y puertas con parapetos, lo que al final terminaron siendo oscuras y sin ventilación, de forma que según un informe posterior de Manuel Copons, a la sazón Teniente Coronel del ejército y por entonces Sargento Mayor y defensor de la plaza, su atmósfera se corrompió y las enfermedades tomaron tal incremento que desde el primero de mayo hasta el 18 de septiembre, momento en el qué se rindió la plaza, habían muerto 334 hombres y había 460 enfermos, alimentados con galletas, menestra picada y salazones de carne hasta el momento, poco antes de la rendición, que tuvieron que alimentarse de ratas.

Es en la Segunda Guerra Mundial cuando el escorbuto se utilizó como un arma letal contra la población civil y militar en el sitio de Leningrado por las tropas alemanas, todo un genocidio estudiado milimétricamente que más parece una ficción diabólica a un hecho real con complejas ramificaciones aún no estudiadas en profundidad, me refiero al grupo de biólogos que envió el mando nazi en lo que más tarde, en épocas recientes, el mando norteamericano puso en práctica sus teorías en Irak y Afganistán con menos éxito, el forzar a la población, tras bombardeos selectivos y quirúrgicos de las infraestructuras, a vivir, o dar la sensación de ello, en otros momentos históricos con respecto a su estado actual, de forma que si cortan los suministros eléctricos y las comunicaciones, teléfonos y emisoras de televisión y radio , los haría volver al siglo XIX; si se cortan los accesos o redes viarias, así como los abastecimientos de agua y alcantarillado se estaría en la Edad Media y así hasta lo más elemental en la supervivencia y, que si se hace en ciudades con una cierta población, provocaría estallidos sociales y consecuentemente su rendición incondicional al carecer de lo más elemental, con el efecto psicológico de recibir a sus opresores como si fueran los liberadores.

Siguiendo con el sitio de Leningrado en el que se hizo el experimento de un tipo de ‘asedio medieval’ he de contar que cuando hice el estudio para mi libro ‘La historia de la patata’, sin editar aún, me llevé la sorpresa de encontrar datos históricos que a muchos, por no decir a todos, les pasaron desapercibidos y que haciendo un extracto dice así:Siguiendo con la historia en la que se basó la película de Indiana Jones, “El arca perdida”, y el momento histórico donde se desarrolló, Segunda Guerra Mundial; el grupo de los “malos” de nuestra historia estaba compuesto por un comando de las SS hitleriana formado por tres agentes: el capitán Konrad von Rauch, el teniente y botánico Heinz Brücher y un intérprete apodado Steinbrecher, su misión fue la de hacerse con el banco de genes no protegido de Vavilov[13] en Ucrania; la finalidad: ofrecer a Hitler la supremacía de la agricultura mundial, así como la de poder obtener mejores cosechas, libres de plagas, con las que alimentar a su ejército y al pueblo alemán.

De nuevo la injerencia de las ideas políticas se entremezclaban con la ciencia al pensar los nazis que la genética mendeliana apoyaba la idea de la pureza racial, que tanto y criminalmente defendieron, y que les hacía pensar que eran una raza superior.

Las semillas fueron llevadas al castillo de Lannach, cerca de la ciudad de Grach en Austria, salvándose sólo las depositadas en el museo de Leningrado por no poder tomar la ciudad los alemanes, con lo que se tuvieron que contentar con las depositadas en Ucrania y Crimea, territorios ocupados por los nazis.

La historia de las semillas de la ciudad de Leningrado, que se encontraban en la estación experimental agrícola Pavlovsk, centro principal, es toda una historia de heroísmo y abnegación ya que la ciudad estuvo sitiada dos años y medio por las tropas alemanas, llegando a tomar dicha estación aunque no pudo el comando de Brücher hacerse con las semillas al ser trasladadas en última instancia por los colegas de Vavilov dentro de la ciudad. Dichas semillas fueron protegidas de los mismos soviéticos que morían de hambre en Leningrado y donde se dieron casos de canibalismo. Dichos científicos, entre una docena y treinta, murieron de inanición y preservaron como héroes unas semillas que, tras la guerra, regenerarían la agricultura soviética[14].

Resulta extraño leer esto cuando el tema a tratar es el escorbuto, más puede parecer que lo he metido a la fuerza con calzador y nada más lejos de mi intención, porque entre dichos científicos ‘depredadores’ alemanes se encontraba uno apellidado Zigelmayer que fue el encargado de calcular exactamente el mínimo de efectivos en el sitio de la ciudad para que sin esfuerzo militar esta se rindiera por el hambre, algo que casi consigue porque, entre otras catástrofes, los habitantes de Leningrado padecieron una epidemia de escorbuto que casi termina con la población, sólo tenían para combatirla un preparado a base de hojas de pino o el polvo de tabaco.

Numancia

El caso del Numancia.

Sin contar los drogodependientes de la adrenalina, en cuyo caso me encontré atrapado hace algunos años cuando practicaba paracaidismo, parapente y ala delta, están, a mi modo de ver, los héroes, personas normales que por un error mental, en un momento de sus vidas y en algunos casos más de uno, pasaron miedo o pánico y que no tuvieron más remedio de huir incompresiblemente en dirección contraria de sus otros compañeros, estos lo hacen hacia delante mientras los más razonables lo hacen hacia atrás por instinto de conservación, lo que, en la mayoría de los casos, los convirtieron en difuntos honorables y con suerte en iconos a explotar por los mandatarios hasta su muerte con aureolas de héroes patriotas, sin que ni siquiera ellos supieran el motivo de la admiración de la población, me remito a lo que todos ellos han dicho cuando se les ha entrevistado o escrito en sus memorias y donde más se trasluce una laguna mental en el momento cumbre, algo muy normal porque la naturaleza nos hace tener amnesia para protegernos de la locura por pánico, caso corriente en los primeros saltos en paracaídas por ejemplo y de los que tanto llegué a saber, fui jefe de saltos.

También ocurre que en un país de mediocres, como es el caso español, donde a tantos pusieron en el disparadero, gracias o por desgracia a pésimos políticos y peores militares, donde hasta se les llegó a ignorar e incluso despreciar, un ejemplo claro en la época moderna fueron el de los últimos de Filipinas, los de la Guerra de Cuba, los de la Guerra Civil y entre medias cientos y cientos de ellos caídos en África, a tanto se llegó que muy pocas calles o plazas ostentan sus nombres en el nomenclátor de las ciudades y por contra sí de políticos corruptos, militares prepotentes que enviaron tropas a una muerte segura y sobre todo chulos, putas y folklóricas.

El caso del acorazado Numancia fue uno de ellos, de héroes a la fuerza claro está, donde a modo de lata de sardinas metieron a una marinería y les forzaron a dar la vuelta al mundo y donde se improvisó todo, en especial la alimentación, y así salió el experimento[15].

Se le debe a Benito Pérez Galdós el conocer el infierno que pasaron estos españoles en su particular odisea, contada en sus Episodios Nacionales, y qué para empezar decía sobre la enfermedad que tras un número circense que se organizó en el barco al ver la oficialidad el abatimiento de los marinos: “De nada valían tales artificios para atraer la alegría cuando esta no se dejaba coger. Si por momentos resplandecía sobre algunas extravagancias, pronto se iba, difundiéndose en el aire calmoso. Lo que al barco llegaba y en él ponía su alojamiento era el escorbuto, el mal marinero que destruye las tripulaciones cansadas, mal comidas y agobiada de tristeza de las grandes soledades oceánicas. En la Berenguela y Vencedora (dos barcos auxiliares) menudeaban los casos; en la Numancia empezaron las manifestaciones del mal a los tres días de salir de Callao. Los médicos vieron venir la terrible infección, y sin poder aplicar más que paliativos, suspiraban por llegar a cualquier isla donde hubiera limones. El primer atacado fue Desiderio García, que además tenía una herida de casco de metralla en el muslo, aún no cicatrizada; cayeron después un marinero vizcaíno, llamado Ansótegui, y dos fogoneros gaditanos. Empezaban con un recrudecimientos de la general tristeza, y con extrema flojedad, abatimiento y fatiga; seguía la hinchazón de las encías, síntoma determinante del mal; luego la reapertura de heridas, el que las tuviera, las manchas equimóticas que degeneran en úlceras, la emisión de sangre negruzca, la caída de los dientes, y, por fin, el marasmo, la muerte…”.

La muerte de Desiderio García, su agonía, fue terrible pese a que los primeros síntomas parecían que no revestían gravedad y tras sufrir intensa fiebre, fatiga, dolores tremendos en las vísceras, hemorragias, “las encías tumefactas no le cabían en la boca” y consciente ya, tras dos síncopes, de su muerte inminente, tras descubrir sus mentiras a sus amigos y confesado por el capellán, pidió un favor a todos, el ponerle en los pies dos balas del mayor calibre, en la cintura una parrilla y en el pescuezo un par de lingotes, “para cuando me arrojéis pueda yo irme derechito al fondo. ¿Sabes por qué digo esto?” preguntó a su amigo Ansúrez, “Pues anda por aquí una tintorera que viene dando convoy a la fragata desde que montamos la Punta de San Lorenzo. Tú la has visto, la han visto todos. Te aseguro que cuando yo la miraba desde la borda, la condenada no me quitaba ojo… Con sus ojos me decía: Te como, te como. Créelo: como hay Dios que nos viene siguiendo porque sabe que me arrojaréis… Estos animales son muy listos, y todo lo entienden. Pero si tú haces lo que te pido, ponerme mucho hierro, mucho peso, yo me reiré de la tintorera, y a escape bajaré a lo profundo, diciéndole. Fastídiate tintorera. No me comes, no me comes”.

Es el lado humano, esa historia única, la que me maravilla de la historia general porque son momentos que nos hacen conocer, a pequeños sorbos, esa otra que nos cuentan y que es tan inhumana, donde las personas son cifras frías, sin caras, como si fueran soldaditos de plomo, sin alma y sin sentimientos.

El Numancia, sin carbón para sus calderas, con calma chicha, avanzando a razón de cuatro o cinco millas por hora, era un barco fantasma con ciento diez hombres condenados por el escorbuto, tirados en sus literas, algunos cerrando sus bocas con fuerza por miedo a que se le cayeran los dientes, otros pescando convulsivamente horas y horas sin resultado y otros oteando el horizonte, imaginando tierras que confundían con las nubes del horizonte, esperando la muerte entre dolores tremendos.

Por fin, el 22 de mayo de 1886, arribaron a Papeete, hoy ciudad vacacional del Pacífico, terminando así su pesadilla y donde, tras hacer varias escalas, volvieron a España en una travesía que duró dos años, siete meses y 6 días.

Historias para no dormir.

No me sustraigo de trascribir unas historias clínicas referentes a la posible enfermedad del escorbuto, digo posible porque no encaja dentro de la falta de vitamina C por parte de los pacientes y donde todo hace indicar, pese a los síntomas evidentes, que podría tratarse de otra u otras enfermedades, como ya digo hasta la saciedad, de modo que dejo a juicio del lector las conclusiones y donde, aún en la mitad del siglo XIX, el desconocimiento que se tenía del escorbuto era evidente.

En concreto me detengo en las declaraciones o informes del médico Félix García Caballero[16] que ejerció en el Hospital General de Santo Domingo de Madrid y donde en su parte expositiva decía: “una monografía filosófica que requiere a mi entender detenidas reflexiones, juicios muy severos, estudio comparativo muy formal y mayor suma de antecedentes para establecer lógicas y concluyentes deducciones: no lo pretendo, ni intento, al consignarlos, es sólo reunir elementos y datos, ya de patología del escorbuto, ya de su casualidad y tratamiento, para que algún día se haga, y que hecho, se logre con ese útil estudio un beneficio para la sociedad”, loables palabras que le dignifican, pasando sin dilación a trascribir dos historiales clínicos a mi parecer muy interesantes:

Un joven carpintero de esta corte de vida poco higiénica, habitante de un barrio de esta capital, de los más sucios y peor ventilados, y en quien figuraba el antecedente de padecimientos sifilíticos, si no en primera línea, no en último término, fue sorprendido por un malestar y laxitud inexplicable cuando se creía con vigor para hacer frente a todas las exigencias de su licenciosa vida. Sin poder explicar lo que sentía, sufría, y no poco, por la afección que, insignificantemente para él, era de las más graves que podían afligirle. Pesadez, relajación de su fibra, desolación general, tirantez en los lomos, propensión invencible a permanecer tendido en cama y cansancio aún estando en ella, indiferentismo y tristeza sombría; he ahí el proemio de la obra patológica que se preparaba: anorexia, adipsia, sudores, cefalalgia, insomnio, fueron los fenómenos que se produjeron a aquellos, obligándole a buscar un asilo en nuestras enfermerías…”.

El paciente mostraba los estigmas siguientes: “su rostro pálido verdoso, abotagado, con especialidad en los párpados y labios, que lívidos y entreabiertos dejaban salir una porción de saliva sangrienta, me llamó muy particularmente la atención, juzgando a priori que se trata de una alteración sanguínea: el decúbito supino, las manchas lívidas, rojas, azuladas, más o menos extensas y diseminadas por la periferia del cuerpo, los equimosis circunscritos en que se observaba la gradación de colores desde el rojo al morado, dando ese aspecto vistoso al par que siniestro a la piel, el abotargamiento y fungosidad de las encías, y su pulso lento y débil, revelaban bien a las claras que el escorbuto era la afección con que luchaba nuestro enfermo”.

Pese a que el régimen alimenticio impuesto fue a base de limonadas, buena alimentación, o los preparados llamados antiescorbúticos, de los cuales no indica nada, a los doce días recayó en vez de sanar, lo que me hace pensar que pudo padecer fiebres tifoideas posiblemente agravadas por la sífilis que padecía o de su conjunción, lo que podría dar una imagen falsa de la enfermedad.

Intentó atajar la enfermedad con tintura de quina acidulada a razón de una libra en cuatro dosis diarias, lo que le llevó al total restablecimiento, terminando así: “Fue la convalecencia lenta; temí otra recidiva, pero los medios dichos y los ferruginosos terminaron la curación, haciéndola tan segura, que hoy disfruta el enfermo del máximun de robustez y salud”.

Le siguen otros tres casos más de supuestos escorbutos cuyas patologías están bastante bien descritas y que no trascribo para no cansar al lector, sólo una parte de uno de ellos que por ser de una cocinera me pareció interesante por como describe el trabajo de aquellas profesionales y que dice así: “En mayo de 1850 admití en el hospital una mujer joven, de constitución que conservaba restos de su actividad, y en quien el trabajo forzado de moza de posada, con cargo de preparar comida a los viajeros en una cocina asquerosa, sobrada de inmundicia y falta de aseo, con la precisión de dormir en reducido cuarto, rodeada de groseros utensilios, y muchas veces a pasar la noche sin desnudarse, se sintió acometida de fatiga y un cansancio insoportable”.

En realidad lo que pretendo es llegar a las meditaciones de dicho médico con respecto a la enfermedad, que sin duda no fue ninguna de las descritas, ya que ello nos puede dar las pistas para ser partícipes del desconocimiento que se tenía con respecto al escorbuto y la confusión que creaban los síntomas, así como la forma de adquirirlo, ya hemos leído de todo, desde ser una enfermedad hereditaria a que la producía el tabaco, todo un despropósito que a toro pasado nos puede parecer casi increíble de entender y así nos dice que el escorbuto era una enfermedad rara, de ahí, al no estar extendida entre la población era difícil su diagnóstico. Hacía una conjetura, cierta al menos, en la que aventuraba que los distintos tipos de escorbuto, de mar, de tierra o de campamentos militares, no eran distintos sino variantes de un mismo mal. Inmediatamente de nuevo la gran confusión, a tanto quería simplificar el tema que llegaba a escribir: “Fuera útil refundir en un solo nombre escorbuto, a las diferentes clases de púrpuras, hemorrágica, porphyra náutica, senil, la hemacelinosis o enfermedad de Werloff, etc., ya porque al descargar la nomenclatura se simplifica y favorece el estudio, ya también porque más o menos no altera la esencia de las cosas”. Admite la gravedad de la enfermedad, aunque es cierto que la confunde con otras muchas como hemos visto, y la compara, en su morbidez, con el cólera, diciendo que la mitad de los afectados morían. Reconoce que existía una confusión entre los médicos, menos mal, entre el escorbuto y el tifus, poniendo en duda si son la misma enfermedad, llegando a preguntarse si “¿Será sólo la humedad la que en tal caso determine las diferencias?… ¿en la causa morbosa, haciéndola apta para el escorbuto; en el sujeto disponiéndole para dicha enfermedad, porque cargue su sangre de más cantidad de agua, ya por la absorción, ya de otro modo?”, haciendo, tras su ignorancia del motivo de la enfermedad, según decían, se desarrollaba en las riberas, las inmediaciones de los lagos y en las ciudades marítimas, que era donde el escorbuto reinaba y de nuevo volvía a estar perdido porque decía: “… Yo en todos los enfermos que he visto, la humedad ha jugado un gran papel” y así hablaba de todos los historiales clínicos que había visto, reafirmándose en todo lo dicho, aún es más con respecto al tifus: “Hasta en los fenómenos cadavéricos y en el orden con que se suceden se halla semejanza; muy pronto por una y otra enfermedad se presentan los signos de descomposición cadavérica. Muy pronto la putridez, el hedor, la infiltración general, los gases en el vientre, el color verdoso y el reblandecimiento de la piel que se desprende en uno y otro caso cual si se hubiese podrido; y aconteciendo lo mismo con las livideces, los derrames externos e internos, así como en los músculos como en los parénquimas”.

Termina dicho doctor haciendo una serie de recomendaciones profilácticas, así como un llamamiento que bien nos puede hacer conocer esa historia oculta por todos de las difíciles condiciones de vida en la que vivían nuestros antepasados y donde me reafirma en la otra parte del dicho que no siempre, o casi nunca, cualquier tiempo pasado fue mejor, cuando escribe: “Solo una buena higiene con sus leyes protectoras puede librar de una plaga tan funesta: incúlquese en las gentes las nociones que las defiendan de los peligros a que el abandono les puede conducir en punto a aseo, vivienda que elijan y género de alimentación a que se sujeten, y en todo aquello que pueda serles nocivo. Impídase con severas restricciones el que se destinen para habitación esas inmundas mansiones, sólo buenas para reptiles e insectos asquerosos: evítese, girando visitas domiciliarias, la aglomeración de individuos en estrechas y lúgubres estancias, y mucho más a los trabajadores que, pobres y mal alimentados, están expuestos a todos los riesgos inherentes a las trasgresiones higiénicas. Castíguese con mano fuerte a esos traficantes con la pobreza, que hacinan en patios y boardillas a los infelices que, creyendo hallar un albergue que les defienda el rigor de las estaciones, hallan un foco de infección que les mata. Vigílense en esta corta las posadas, las casas destinadas para recibir huéspedes que sólo duermen en ellas por dos, cuatro y seis cuartos, y será repugnante lo que se verá, conmoverá la perspectiva, y se evitará y prohibirá por perjudicialísimo e inmoral. Era asunto para un tomo lo que podría decirse en este punto; pero se inflexible la ley con los abusos y con los contraventores, y la humanidad agradecida bendecirá al legislador que amparó su pueblo, le defendió de lo que desconocía como malo, y le conservó incólume en sus derechos de no ser atropellado por su ignorancia o su miseria[17].

CONTINUARÁ…

firmamiabuena


[1] Forther evidence that legalizad abortion lonered crime. 39 Jornadas de recursos humanos. 1 enero 2004.

[2] Lind, James: ‘Tratado sobre la naturaleza, las causas y la curación del escorbuto’. 1753. Tomo II, pág. 2

[3] Olao Magno: (1490-1557), en su obra ‘Storia dei popoli settentrionali’

[4] Hipócrates de Cos (460 a.C – 370 a.C.)

[5] Posiblemente se refiera a Juan Ecchio, un religioso fundamentalista del que poco he podido averiguar que parece que vivió en el siglo V y que impuso ‘su’ fe católica en Alemania.

[6] Por Real Cédula de fecha 7 de septiembre de 1503

[7] Libro V, cap. LIV y siguientes

[8] Escribió ‘Enciclopedia mediciae theoretico pracicae’ en 1684

[9] Kramer: ‘Disertatio epistolica de scorbuto y Bachstrom: Obsevationes circa scorbutum’

[10] breves reflexiones sobre el escorbuto, París 1804. Tomo II

[11] ‘Observaciones circa scorbutum’

[12] Príncipe, Miguel Agustín: ‘Guerra de la Independencia’, tomo I. Madrid 1844

[13] Nikolai I. Vavilov (1887-1943), botánico y genetista

[14] Para saber más aconsejo leer el siguiente trabajo http://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Leningrado

[15] Para saber más aconsejo leer http://es.wikipedia.org/wiki/Fragata_blindada_Numancia

[16] Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacias núm. 143 de fecha 25 de septiembre de 1853 y núm. 144 de fecha 2 de octubre de 1853

[17] La carta lleva fecha del 30 de agosto de 1853.

Bibliografía consultada:

  • Azcoytia Luque, Carlos. Diversos trabajos desarrollados en distintas conferencias y en historiacocina.com.
  • Bails, Benito. ‘Tratado de la conservación de la salud de los pueblos y consideraciones sobre terremotos’. Imprenta Joachin de Ibarra. Madrid 1781
  • Broussais, François Joseph Victor. ‘Historia de las flegmasías o inflamaciones crónicas, fundada en nuevas observaciones de clínica y de anatomía patológica’. Tomo I. Traducción de Suarez Pantigo, Pedro. Madrid 1828.
  • Buchan, Guillermo. ‘Medicina doméstica o tratado completo sobre los medios de conservar la salud, precaver y curar las enfermedades por un régimen y remedios simples’. Tomo III (segunda edición). Traducción del presbítero Sinnot, Pedro. Imprenta Real, Madrid 1792.
  • Cullen, Guillermo. ‘Elementos de medicina práctica’. Traducción de Piñera y Siles, Bartholomé. Tomo IV. Madrid 1791
  • Chelius, M. J. ‘Tratado completo de cirugía’. Traducción de Sánchez de Bustamante, D. A. Tomo I. Editado por Librería Viuda de Calleja a hijos. Madrid 1843.
  • Dubé: ‘El médico y cirujano de los pobres’. Traducción al castellano de Francisco Elvira. Edición de Gabriel Ramírez, calle Atocha frente a la Trinidad Calzada. 1755.
  • Eugaleno, Severino: ‘De escorbuto morbo liber’. Imprenta Bartholomei Voige. Año 1604.
  • García Caballero, Félix. ‘Boletín de medicina, cirugía y farmacia’. Tomo III, desde los números 105 al 156. Madrid 1853.
  • Gimel, Guillermo: ‘Tratado completo del morbo gálico’. Málaga, sobre 1772.
  • González, Pedro María: ‘Tratado de las enfermedades de la gente de mar, en que se exponen sus causas y remedios para precaverlas’. 1805, Imprenta Real, Madrid.
  • Grisolle, A.: ‘Tratado elemental y práctico de patología interna’. Madrid 1857. Tomo II.
  • Hernández, Francisco. Traducción del latín de Ximenez, Francisco. ‘Cuatro libros de la Naturaleza y virtudes de las plantas y animales que están recibidos en el uso de la medicina en la Nueva España’. Edición 1615.
  • Levitt, Steven D. y Donohue, Jhon J. Forther evidence that legalized abortion lonered crime. Edit. 39 Jornadas de recursos humanos. 1 enero 2004.
  • Lind, James: ‘Traitè du scorbut’. Tomo II.
  • Pérez Galdós, Benito. ‘La vuelta al mundo en La Numancia’. Episodios Nacionales, cap. XXVIII. Edit. Tecnibook Ediciones, 2011.
  • Príncipe, Miguel Agustín: ‘Guerra de la Independencia’, tomo I. Madrid 1844.
  • Roche, L. Ch. y Sanson, L. J. Traducción al castellano de Mariano Delgras y Diego de Argumosa. ‘Nuevos elementos de patología médico-quirúrgica, o Compendio teórico-práctico de medicina y cirugía’. Madrid, Imprenta de Verges, calle de la Greda. 1828.
  • Simeon, Remi: ‘Diccionario de la lengua nahualt o mexicana, redactado según los documentos impresos y manuscritos más auténticos y precedido de una introducción’. Editorial Siglo veintiuno.
  • Thomas, Roberto. ‘Tratado de medicina práctica moderna’. Tomo II (quinta edición). Traducción de Martínez Caballero, Celedonio. Imprenta que fue de Fuentenebro, Madrid, 1824.
  • Torquemada, Juan: ‘Monarquía indiana’. Libro V. Edición de 1615.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.