Historia del molino de harina de Santo Domingo, Tacubaya (México)

En Tacubaya, México, existen lugares de mucho interés, uno de ellos sería el barrio residencial de Santo Domingo situado en lo que antaño ocupó el molino del mismo nombre. Es un sitio pintoresco que nos transporta en el tiempo hacia épocas remotas, es decir, a la colonia, pues este molino tiene su historia que se antoja por demás interesante.

Fue el propio Hernán Cortés quien se adjudicó por primera vez las lomas de Tacubaya, instalando las más antiguas moliendas de trigo al aprovechar las «heridas de molino» (caídas de agua) que había «en las barrancas de ese lugar y que formaban el río que se llamó después de Santo Domingo»(Desentis y Ortega, pp. 1-2)[1]. Sin embargo, al partir Cortés hacia España en 1528 por mandato real, los oidores de la primera Audiencia encabezada por Beltrán Nuño de Guzmán, ocupan todos los molinos montados por el conquistador. Desgraciadamente, la construcción de dichos molinos perjudicó los intereses de los habitantes originales de Tacubaya como lo demuestra una carta de fray Juan de Zumárraga fechada el 27 de agosto de 1529:

«…Aún no ha veinte días se acabaron /las construcciones de/ los molinos del presidente /Nuño de Guzmán/, en medio de un pueblo de indios que se dice Atacubaya, con seis ruedas de molienda juntas, con un gran cercado de vergel que el señor de aquel pueblo tenía, con el despojo cometido por el oidor les será forzado ir a buscar do pueblen de nuevo porque les toman el agua para los molinos, que es la con que regaban sus labranzas y sementeras los pobres indios vecinos de aquel pueblo y sin ella de ninguna manera pueden vivir» (Desentis y Ortega, p. 3).

Las deudas contraídas por Nuño de Guzmán con la Caja Real, lo obligaron a verse desposeído del molino en cuestión, y así, en diciembre de 1533, éste pasó a manos de Juan Xuárez Marcaida, cuñado de Hernán Cortés por la suma de 1,100 pesos. Al morir Xuárez Marcaida, la heredad fue de sus dos hijos, quienes la dividieron en dos partes:

  1. A) La de Juan Xuárez de Peralta y su mujer Ana de Cervantes «con sus heridas de agua, troje, casas, huertas, herrería, batán y dos caballerías de tierra y constaba de dos casas de molino con tres piedras corrientes y molientes y derecho para instalar otra, frontero al Molino de Abajo llamado Las Defensas, con sus corrales y otras casas, huertas y otro pedazo de tierra que se extendía desde la casa de un tal Ortiz hasta el molino de Valdés, con un negro esclavo, trojes, doce mulas y además un derecho para reclamar a la Ciudad de México una indemnización que correspondía a esta mitad por haber estorbado la molienda a Juan Xuárez mientras se conducía el agua» (Desentis y Ortega, p. 4).
  1. B) La otra mitad del molino le correspondió a Luis Xuárez de Peralta, misma que recibió junto con su esposa doña Leonor de Andrada. Esta porción del molino era semejante a la heredada por Juan Xuárez de Peralta pero con sólo dos piedras, además de tres negros esclavos y el derecho de cobrar a la Ciudad de México 500 pesos por el agua que ésta le quitaba (Desentis y Ortega, p. 5).

Posteriormente, ambos hermanos vendieron sus respectivass porciones a los religiosos del convento de Santo Domingo. De esta manera, cada uno recibió 14,000 pesos en créditos y censos contra varias personas e instituciones, es decir, no recibieron el importe en efectivo. La compra se efectuó el 3 de mayo de 1576 y desde entonces se empezó a denominar «Molino de Santo Domingo», en honor del santo patrono de la Orden de Predicadores (Desentis y Ortega, p. 5):

            «María Severiana

            «mulata

            «molinos de Nuestro Padre Santo Domingo

«En veinte y dos de febrero de setecientos y cuarenta y nueve años bauticé solemnemente y puse los santos óleos a María severiana, hija de padres no conocidos, fue su padrino don Juan de artiaga, a quien amonesté su obligación y lo firmé.

«Fray Ignacio de la Torre, cura ministro» (Archivo Histórico Parroquial de la Candelaria, en adelante AHC, Sacramental bautizos, años 1747-1763, foja 106 anverso).

            «María Cristina

            «castiza

            «molinos de Santo Domingo

«En veinte y seis de julio de mil setecientos y cincuenta y dos años bauticé solemnemente y puse los santos óleos a María Cristina, hija legítima de Joan Joseph Delgadillo y de Teresa González, residentes en los molinos de Nuestro Padre Santo Domingo. Fue su madrina Gertrudis Rodríguez Guzmán, a quien amonesté su obligación y parentesco espiritual y lo firmé.

«Fray Ignacio de la Torre, cura ministro» (AHC, Sacramental         bautizos, años 1747-1763, fojas 123 reverso y 124 anverso).

Los padres dominicos construyeron otros molinos como el de San José, agrandaron el Del Portal (luego conocido como el Molino Grande), edificaron las trojes de Santa Rosa y de San Cristóbal y la capilla (que a la fecha existe), plantaron olivos y un jardín; construyeron también varios depósitos de agua, uno de los cuales subsistió hasta 1970. En su muro frontal tenía la siguiente inscripción:

                                               «Ave Ma Ria

            «Por orden del Exmo Sor Don Juan Visente Guemes de

            Honestas Virrey y Capa Gnl de esta nueba España

            &C&C se fabrico Este Tanque para separar las

            aguas de las que ban A la Cioudad para que no se

            empuerquen ni detengan Siendo Jues de las Aguas

            el Sor Don Ygnasio Iglesias Pablo y Administ.

            REPE MANUEL REVILLA Año de 1799

            CAPATAS GERBASIO RODRIGUEZ» (Desentis y Ortega, p. 5).

Cabe aclarar que, tanto el molino de Santo Domingo como todos aquellos otros que estaban próximos a la ciudad de México durante el siglo XVI, se instalaron en las lomas de la actual Tacubaya y aprovecharon el caudal de agua que llegaba de la sierra por la región conocida como El Desierto de los Leones (Desentis y Ortega, p. 1).

A principios del siglo XIX, el próspero molino pasó a manos del peninsular asturiano don José Pedro Alonso de Alles Díaz de Inguanzo, Marqués de Santa Cruz de Inguanzo, quien mandó hacer un plano de su propiedad en donde se observa «que los linderos, bardas y cuartos de las diferentes dependencias de la finca eran los mismos hasta 1970» (Desentis y Ortega, p. 6. Este plano se halla actualmente en el Archivo General de la Nación). Este personaje murió, según cuenta la leyenda, en la ruina y olvidado «dentro de los cuartos del Molino; quizá este sea el fantasma que de vez en cuando oyen las almas inocentes de las casas de ese lugar» (Desentis y Ortega, pp. 6-7).[2]

Doña Rosalía de Llano de Sánchez Escandón, viuda del Marqués de Inguanzo, se casó en 1804 con don Antonio González Alonso, asturiano, sobrino de su marido, quien heredó el título y en 1807 vendió el molino a don José Ignacio Mújica. A partir de este momento el molino tendrá varios dueños:

En 1823, la propietaria era doña Serafia Martínez de Arcos, viuda de Tomás Díaz Varela.

En 1841, el dueño fue el Pbro. don José Ignacio González de la Peñuela, antiguo apoderado de doña Serafia.

En 1852, González de la Peñuela fue demandado ejecutivamente, sin embargo, consiguió que sus acreedores aguardaran desde el 5 de octubre de 1853 hasta el año de su muerte acaecida en 1859, fue entonces que éstos promovieron un concurso ante el Juzgado Segundo de lo Civil al que se presentaron los señores José Marcial, Ignacia Bonilla y Brígida Elguea de Bonilla, como «acreedores herederos» de don Ignacio González de la Peñuela (Desentis y Ortega, pp. 8-9).

En 1863, aparece como arrendatario del molino el señor don Francisco Prieto. Luego, durante las Intervención Francesa, el molino fue convertido en hospital de los soldados de la armada invasora. (Desentis y Ortega, p. 9).

El 27 de octubre de 1877 se adjudicó el molino de Santo Domingo a don Juan de la Borbolla, español, de 34 años de edad, según consta en la escritura de adjudicación número 36 otorgada por el notario José Vicente Piña en el juicio concursal del referido González de la Peñuela.

Inmediatamente, la propiedad fue adquirida por don José Antonio Bonilla, quien por un tiempo se la vende a Manuel Guzmán, para luego efectuar una segunda operación en la que queda nuevamente como dueño. Bonilla pagó a Guzmán por el molino 70,000 pesos, según quedó escriturado el 17 de junio de 1884.

En 1888, aparece como arrendatario del molino el señor Juan Irigollen. Ya para 1902, funge como propietario el señor Benjamín Bonilla y como arrendatario, Pedro Albaiterro y Cía., representado, a su vez, por el señor Juan Irigollen. Estos tres personajes solicitaron la autorización para instalar la turbina Pelton, misma que autorizó la Dirección de Aguas. Esta acción significó un fuerte estímulo industrial, ya que se instaló la espuela del ferrocarril, lo que aumentó el volumen de operación del molino.

Legalmente, don Benjamín Bonilla y Ceballos heredó la propiedad de sus padres el 21 de agosto de 1907, y, al parecer, la operó hasta 1910. Bonilla fue secretario particular de José Ives Limantour, ministro de Hacienda de Porfirio Díaz y «pasaba según parece todos los fines de semana atendiendo su industria, es interesante anotar que el molino funcionó con la rueda Pelton utilizando la merced de agua concedida a Xuárez de Peralta y suprimida por el Regente Uruchurtu en el año de 1952» (Desentis y Ortega, pp. 15-16).

El molino quedaba cerca del ferrocarril que va a Cuernavaca, de esta manera, don Benjamín llegó a recibir a personajes de la época como sería Emiliano Zapata, suceso que consta en una fotografía, según refiere Desentis y Ortega.

A partir de 1930, Benjamín Bonilla y su esposa, la señora Edith Easton, de nacionalidad inglesa, aumentaron un piso a la casa principal y la arreglaron para utilizarla como albergue de fin de semana. El sitio contaba con una cancha de tenis ubicada en la parte baja de la huerta. Hacia 1940, la pareja se mudó a vivir a la casa principal del antiguo molino. Después de la muerte de don Benjamín, su viuda la siguió habitando hasta 1959, año en que falleció. La señora Bonilla había heredado la propiedad el 19 de octubre de 1942.

En su testamento, la señora Edith Bonilla declaró único y universal heredero al Lic. José Ángel Ceniceros[3] y legatario del molino de Santo Domingo al señor Efrén Bonilla «A quien le recomienda que conserve la propiedad durante el mayor tiempo que pueda, pues ha estado en la familia desde hace muchos años» (Desentis y Ortega, pp. 16-18).

En 1963, el señor Bonilla vendió sus derechos de legatario a los señores Ricardo Robina, José Saldivar, Iñigo Laviada, y Adolfo, Beatriz y Teresa Desentis Ortega, «quienes llegan a un convenio con el heredero universal y se les adjudica la Troje de San Cristobal, el Molino de Santo Domingo, el jardín de éste y el Molino de Abajo o de Santa Rosa» (Desentis y Ortega, p. 19).

De esta forma, el sitio se convirtió en una zona residencial al construirse casas habitación de estilo colonial que respetaban la arquitectura original. Lo que fue el casco del molino principal o de Santo Domingo, de cuatro niveles, lo ocupa la casa del Lic. Adolfo Desentis y Ortega (1925-2012).[4] Como dato interesante, vale señalar que la viuda del señor Bonilla dispuso por vía legal en su testamento que se les entregara una pequeña propiedad a los antiguos trabajadores de la administración del molino y servicio doméstico. Por esta razón, junto a la opulencia de las mansiones, se asoman tímidamente las casitas de estas personas y sus herederos, esto nos lo contó personalmente doña Lupita, en 1994, quien fuera la última cocinera de la señora Bonilla.


[1] Desentis y Ortega, Adolfo, “Molino de Santo Domingo: relación histórica”, México.

[2] En la novela histórica Heridas de agua: historia de uno de los primeros molinos de América de Claudia Marcucetti Pascoli. Editorial Suma de Letras. Santillana, 2012, se habla de otro fantasma:

“Tras conquistar la mítica Tenochtitlan y fundar lo que llegaría a ser la Cuidad de los Palacios, Hernán cortés mandó a construir uno de los primeros molinos del continente americano. Levantado sobre las ruinas de un centro ceremonial prehispánico, en Tacubaya, este sitio se vuelve testigo de los secretos, sueños e ilusiones de quienes durante más de cinco siglos, en él vivieron, trabajaron y murieron. Hacia final del siglo XIX, al casarse con un mexicano, Gioconda Cattaneo viaja desde su natal Italia a la Ciudad de México, que imagina como una urbe exótica y fantástica. Poco después de su llegada, al conocer el molino de Santo domingo se enamora de los paisajes que lo rodean y encuentra en sus antiguas construcciones, repletas de secretos históricos, el escenario idóneo para su nueva vida. En ese mismo lugar ella muere, en circunstancias poco claras. ¿Se trata de un suicidio o fue un asesinato? Obsesionado por encontrar respuestas, el fantasma de Gioconda se apropia del lugar y se convierte en una presencia constante a través de distintas generaciones. Al desentrañar su misteriosa muerte, Heridas de agua narra las historias de los personajes que rodean a la protagonista: su esposo José Crescencio, un noble venido a menos que se convierte en su yugo; José Yves Limantour, el flamante ministro de Hacienda del gobiernos de Porfirio Díaz, tan astuto como indescifrable; Fortunato Imana, un entrañable migrante Italiano de clase trabajadora que participa en los movimientos obreros que sacudieron al país en aquella época de cambios sociales. El porfiriato y el estallido de la revolución son el marco de esta cautivadora trama de amor y desamor, traiciones y lealtades, espectros y personajes reales que nos muestra cómo la historia de la civilización se repite cíclicamente.”, http://www.gandhi.com.mx/heridas-de-agua-historia-de-uno-de-los-primeros-molinos-de-america (Consultado el 11 de noviembre de 2017).

[3] La familia Ceniceros sigue viviendo en la Colonia Molino de Santo Domingo. Como vendieron parte del predio a particulares, ahora es una colonia residencial. Las propiedades heredadas incluían las minas de arena y los terrenos en donde actualmente se ubica la Estación de Metro Observatorio. Información proporcionada por doña Lupita en entrevista personal.

[4] “Un caso es el de Adolfo Desentis, conde de Guadalupe del Peñasco, quien adaptó parte de las edificaciones para vivir como el auténtico conde que es, y conserva muy bien conservadas viejas instalaciones fabriles y herramientas, como piedras de molienda y trenes de engranes, todas con su encanto. También custodia el viejo jardín con su sabor decimonónico y la capilla con su bellísimo altar neoclásico de fines del siglo XVIII.

Amante de la genealogía, el conde escribió un interesante libro para los amigos, con la historia del molino, en el que nos platica acerca de los dueños que ha tenido desde el siglo XVI hasta la fecha y las principales modificaciones que padeció, ilustrado con fotografías que nos adentran en todos los rincones, algunos maravillosos, de esa joya tacubayense. Y eso nos lleva a recordar algo de los orígenes de la antigua villa, que tuvo importancia desde la época prehispánica por su ubicación privilegiada en la cuenca, debido a su cercanía a los lagos, pero con la altura suficiente para no padecer inundaciones.”,

http://www.jornada.unam.mx/2004/04/25/036a1cap.php?printver=1&fly=  (Consultado el 11 de noviembre de 2017).

[5] https://www.timeoutmexico.mx/ciudad-de-mexico/que-hacer/guia-de-tacubaya (Consultado el 11 de noviembre de 2017).

 

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