La impotencia sexual y la alimentación en el siglo XIX

Carlos Azcoytia

Investigando un tema ajeno a este trabajo encontré en un libro titulado ‘Enciclopedia de medicina, cirugía y farmacia fundado en la experiencia de cincuenta años’, original escrito por uno de los más famosos neurópatas del siglo XIX, Christoph Wilhelm Hufeland (1762-1836), traducido al castellano en 1848 por Francisco Álvarez Alcalá, siendo el autor, no el traductor, primer médico del rey de Prusia, que estudió la impotencia masculina desde un punto de vista estrictamente reproductor, ya que comenzaba con estas palabras: “Imposibilidad de consumar un acto venéreo fecundo”, suponiendo que no quería entrar en enfrentamientos con las religiones, tan proclives a entrar en nuestras camas y en nuestros gustos sexuales, negando el placer sobre todo a las mujeres.

El autor hace un alarde muy erudito sobre las causas orgánicas que producen la impotencia, como pudieran ser la absoluta o la relativa, la psicológica o la física, abarcando todo el espectro relacionado con el sexo masculino, que pienso obviar en este trabajo por no creerlo necesario, considerando exclusivamente la forma de paliarlo desde la perspectiva nutricional, única hasta ese momento conocida salvo la ayuda psicológica.

En primer lugar, a modo terapéutico, recetaba tónicos generales y locales entre los que se encontraban la quina, la causia (caussia amara), el colombo, alimentos ferruginosos, el éter sulfúrico, el vino añejo de buena calidad, las especias, especialmente la vainilla, las aguas minerales ferruginosas, los baños de mar, verter agua fría desde cierta distancia sobre la columna vertebral y el perineo, las lociones en los genitales con un cocimiento de mostaza, licor anodino de Hoffmann (mezcla a partes iguales de alcohol de 36º y éter bien rectificado), ácido fórmico y por último electricidad, quedando el sujeto con su sexo chamuscado o irritado y dolorido.

Para aquellos que eran insensibles a dicho martirio aconsejaba “el uso circunspecto de la tintura de cantáridas en dosis de tres ó cuatro gotas, ó una cantidad muy moderada (un cuarto de grano) de fósforo disuelto en el éter sulfúrico”.

Sobre los alimentos, que es lo que nos interesa, aconsejaba huevos, caldos, carnes, ostras, chocolate, salep y para sorpresa nuestra jalea de asta de ciervo.

Terminaba asegurando que la impotencia más difícil de tratar era la que dimanaba del onanismo y de las continuas poluciones, llegando a la conclusión que la verdadera impotencia era la de los galenos hasta descubrir, por casualidad, que en un principio se comercializó como Viagra, quedando muy atrás en el tiempo los consejos de Plinio el Viejo hasta épocas muy recientes, en una lucha fracasada por encontrar el elixir que siempre iba dirigido a los hombres y su virilidad.

Aconsejo leer los links de este trabajo para llegar a entender la historia contra la impotencia.

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