Historia del primer ‘Milagro Alemán’ a finales del siglo XVIII o el manuscrito de un cónsul español informando sobre el hambre en la Baja Sajonia

Carlos AzcoytiaSorprende saber que el manuscrito que trascribo, un informe casi confidencial que trataba sobre la lucha contra la pobreza en Alemania, saliera a la luz con todo tipo de libertad por orden de Manuel Godoy y Álvarez de Faria, otro gran hombre a rehabilitar, en el ‘Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos’ del año de 1803 y que sus lectores, que los había de todas las condiciones sociales en el agro español como veremos, se hicieran eco de dicha noticia e intentaran llevarla a la práctica y no desde la iglesia, sino desde los estamentos y organizaciones laicas, entre las que se encontraba desde la Duquesa de Alba o el ayuntamiento de un pequeño pueblo de Logroño, Leiva, entre otros muchos por poner ejemplos extremos, en un intento de parar la miseria de las gentes y así mismo retrasar lo más posible los movimientos obreros que más tarde, con la Era Industrial, cambiaron todas las sociedades de nuestro entorno occidental europeo.

El manuscrito al que hago referencia era un informe del Cónsul General Español en la Baja Baviera (Alemania) de Juan Baptista Virio, que informaba a su ministerio sobre los experimentos económicos y sociales contra la pobreza que había introducido con éxito y mucha imaginación Benjamín Thompson, un inglés nacido en las colonias americanas, exilado por la independencia de Estados Unidos, y que tras el triunfo de sus ideas, como pudieron ser el invento de las cocinas de bajo consumo en combustibles o la erradicación de la pobreza y su lucha contra el hambre en Sajonia, ver su biografía, entre otros, le concedieron y fue conocido por su título nobiliario: Conde de Rumford, persona a rehabilitar históricamente y a la que la humanidad le debe tanto.

En el informe del cónsul español, notario de lo que ocurría en la Baja Sajonia, también se hacen apreciaciones personales en lo referente a la difícil situación por la que pasaba el pueblo alemán tras ser campo de batalla durante tantos años, haciendo de él un documento excepcional para conocer, desde otra perspectiva, cómo con imaginación se puede recuperar la economía de un país y llegar al pleno empleo, algo que los desprestigiados políticos españoles de hoy, entre procesados, gobernantes, opositores y cómplices todos, no están dispuestos a aprender.

Sin más dilación trascribo sucintamente, sin comentarios, dicho manuscrito tan completo y que hasta el día de hoy ha pasado inadvertido por casi todos.

Los inviernos rigurosos, la inestabilidad de varios ramos de comercio, la abundancia de forasteros que acude á esta ciudad con la vana esperanza de hallar ocupación lucrativa, quince mil criadas que ganan muy poco salario, y otras muchas abandonadas por su edad avanzada en un pueblo de 100.000almas, los impuestos sobre artículos de primera necesidad, y finalmente la natural inclinación de los hombres á la ociosidad, eran las causas de la pobreza que aquí se experimentaba, y en que se confundían los pobres verdaderos con los abominables mendigos, diestros en ardides para excitar la compasión.

La Sociedad patriótica, establecida para fomentar las artes y oficios, abrió una suscripción para acudir á la asistencia de los pobres enfermos, al mismo tiempo que mejoró la casa de corrección, y que consiguió que las limosnas, que se recogiesen en las iglesias y en los cepos, no se diesen á pobres ociosos, sino que se les obligase á trabajar; para lo cual se encargó una junta de vecinos de administrar estas limosnas, comprando lino y tornos, y enseñando á hilar a los que deseaban aprender.

El ejemplo de la Sociedad excitó el celo de muchos á visitar á los pobres en sus albergues, y hallaron tanta miseria, que se convencieron todos en general de la necesidad de un establecimiento de caridad, y de una rigurosa policía contra los vagos.

El gobierno tomó parte en la formación de un plan aprovechándose de las luces de algunos distinguidos patricios, y resolvió que las limosnas que antes distribuían los limosneros de las iglesias, las rentas destinadas al socorro de pobres y lo que produjesen las colectas de los particulares celosos, se juntase en una caja, y estuviese á disposición de la nueva junta general de caridad. Dicha junta nombró tres celadores para cada barrio, y se encargaron de este destino los vecinos más ricos y respetables, á los que se les dio la instrucción siguiente.

«Divídanse los indigentes en tres clases: á saber, pobres, necesitados y mendigos: pobres son los que apenas ganan con su trabajo lo que necesitan para el día: necesitados los que, á pesar de que trabajan, no pueden ganar bastante para mantenerse: mendigos los que de ningún modo emplean sus fuerzas, ó no lo hacen como conviene, manteniéndose de la beneficencia pública ó privada. En un estado bien ordenado ha de haber muchos pobres, pocos necesitados, y ningún mendigo.

Los pobres decaen en la clase de necesitados por las enfermedades, la falta de trabajo ú otra cualquiera desgracia: si entonces no se les socorre, venden lo poco que tienen y se hacen mendigos; y así se ha de dirigir el principal cuidado de los celadores á impedir estos extremos; descubriendo los necesitados y mendigos que hay en sus barrios; proponiendo los socorros que se les han de dar; é informando de su aptitud para trabajar, y de los auxilios que se les deban continuar.

Serán matriculados todos los pobres sin distinción, siendo cristianos; (los; judíos han adoptado el mismo sistema para socorrer á sus pobres) se les hará un interrogatorio de su edad, patria, estado, ofició &c. y se harán los asientos con separación en el libro, poniendo 1° las familias, 2° los viudos con hijos, y 3º los que viven solos, ó en compañía de otros. Concluido este examen por los celadores, comprobarán si es cierto, é informarán si á alguna familia pobre se puede asociar algún enfermo, ó niño, mediante una indemnización; si hay solteros de buenas costumbres que desde luego se puedan destinar; si los hay con oficio que puedan enseñar en el instituto, ó que prefieran ejercerlo en sus casas, á cuyo efecto se les dará que trabajar, si son zapateros, sastres,  tejedores, torneros, carpinteros, &c.

Hechas estas averiguaciones, conferenciarán los celadores entre sí sobre las necesidades de estos pobres, como de ropa, asistencia, sí están enfermos, si tienen que desempeñar algunas alhajas que les hagan falta, pagar alquileres, &c. sobre todo lo cual pondrán su parecer á continuación de cada interrogatorio particular.

Al mismo tiempo que el estado ofrece un socorro muy escaso al que puede trabajar, será más generoso con los enfermos y ancianos. El médico y cirujano del cuartel los visitarán, y recibirán gratuitamente los medicamentos, y demás cosas necesarias conforme á sus circunstancias.

Ningún necesitado recibirá socorro alguno del celador, sino trabaja todo lo que pueda; y cuando no lo haga voluntariamente, se le hará trabajar por fuerza en la casa de corrección, ó se le mantendrá en ella toda su vida con la ración más escasa que sea posible. El socorro del necesitado no ha de exceder de aquello que él no alcanza á ganar para subsistir trabajando con todas sus fuerzas, y no con la desidia que algunos lo hacen. El temor del hambre y la escasez es el único estímulo que mueve á esta gente á trabajar con vigor; y si ve el pan seguro por poco que haga, no hay que esperar el hacerla industriosa ni que conozca lo que valen sus manos, y las ventajas que le ofrece su laboriosidad para ganar con que vivir con aseo eindependencia.

Por estas consideraciones es preciso que la asistencia que se preste á los sanos sea tan escasa, y la vigilancia tan grande, que no se extinga en ellos el anhelo de libertarse de la estrechez que padecen; siendo por otra parte muy equitativo que el hombre se mantenga por sí mismo: y así han de averiguar los celadores qué oficio tienen los necesitados, ó en qué, y cuanto pueden ganar por sí mismos, y cuidarán de que se alojen juntos algunos solterones del mismo sexo, porque reunidos vivirán con mas economía y trabajarán mas.

A falta de otros cálculos más exactos, será menester atenerse á lo que se ve en las casas pobres para arreglar los socorros. Quince ó diez y seis cuartos diarios es la cantidad que se puede considerar necesaria para cada pobre, viviendo solo, para vestido, comida, alquileres &c., y aun este socorro solo se dará á los enfermos, bastando doce cuartos para los sanos. Cuando vivan juntos algunos solteros solo se darán veinte y dos cuartos para cada dos de ellos; para tres, veinte y ocho, y para cada niño de dos á cinco años, tres cuartos, y de cinco á doce, cuarto y medio.

La junta general se compone de cinco miembros del Senado presididos por un síndico del mismo, dos ancianos mayores del ayuntamiento y diez diputados de barrios, que han de ser hacendados, sin cuya circunstancia no pueden ejercer aquí ningún oficio. Cada miembro de la junta tiene á su cuidado algunos barrios y se entiende con los celadores de ellos: hay junta general los primeros jueves del mes en que se reconocen los asientos que lleva cada miembro ó director, y se toma razón de ellos por el Secretario.

En el reglamento hecho por el Senado se manda socorrer á los necesitados dándoles ocupación; y para facilitarla, que se pongan escuelas de industria en varias partes de la ciudad en que se enseñe á hilar, hacer calceta, y tejer; que los pobres de mala conducta se lleven á la casa de corrección, en donde solo se les dé lo que ganen, manteniendo á los negligentes á pan y agua, y aun en el cepo, sí fuese necesario; que se ponga el mayor cuidado en la enseñanza de los niños, como el único medio de libertar á las generaciones venideras de los peligros y daños que ocasionan los vagos y ociosos; que los fondos de este instituto se saquen de una suscripción general á que se convidará á cada vecino, y se recogerá por semanas ó meses lo que cada uno ofrezca, sin perjuicio de las demandas que se hagan con cajas cerradas, á cuya carga de pedir estarán sujetos todos los vecinos; que todas las instituciones piadosas den parte á la junta general de las limosnas que hagan y de las personas socorridas; que los pobres extranjeros que no sepan oficio útil, salgan de la ciudad, y sean castigados si vuelven; que las centinelas, guardas ó empleados en la frontera arresten á todo mendigo, pena de perder su empleo, y le conduzcan á la casa de corrección, en que estará, por primera vez, cuatro semanas; que no se deje entrar á ningún mendigo extranjero, ni gente de mala traza, obligándola á retroceder por fuerza; que el particular que introduzca en carruaje á tales personas pague por cada una 200 reales y lo mismo los que las den alojamiento; que los extranjeros que sin permiso hiciesen alguna demanda, sean conducidos á la casa de corrección; que la tropa auxilie estos arrestos; finalmente que se formen rondas para impedir que se den limosnas en la ciudad ni fuera de ella, pena de 100 rs. á el que las hiciere. El que quiera que lleve á su casa á los pobres y dentro de ella puede dar los socorros que guste ó enviar las limosnas á la junta que las dará el destino que él mismo indique.

Los niños de cinco á doce años han de ganar á lo menos la mitad de lo que necesiten para subsistir; los que pasen de doce años, todo lo que gasten; y los padres deben compensar con su mayor ganancia lo que dejan de ganar los niños más tiernos. Según esta regla no habrá que mantener más que á los decrépitos é inhábiles para el trabajo.

Examinaren los celadores á punto fijo cual era el precio de los jornales de todo género de obras en la ciudad; y al mismo tiempo los pobres, sus necesidades y aptitud para el trabajo; y en esta segunda parte advirtieron que ponían en uso todos los engaños á que les acostumbra la mendiguez para sorprender su buena fe.

La junta adoptó como principio fundamental la máxima de dar á los pobres por su trabajo menos de lo que ellos pudieran ganar sin dependencia del instituto, para estimular su actividad y amor al trabajo; porque el indolente y de mala conducta, que tuviese siempre seguro éste recurso y en él un buen jornal, no tenia estímulo para dejar su mala vida; y por otra parte quedarían los maestros de oficios en la necesidad de aumentar los salarios, si querían hallar oficiales; lo cual era un gran perjuicio para el país, y se arruinarían nuestras fábricas de algodón, lana y tabaco.

De siete partes de pobres se halló que las seis eran mujeres y niños, y que la ocupación mas proporcionada para unos y otros era el hilar; así porque esto se aprende breve, como porque la primera materia era barata, el despacho seguro (para Inglaterra), la labor propia de todos los tiempos, y que con igual beneficio la podían desempeñar los fuertes y los débiles, los ancianos y los jóvenes; y siempre que los pobres encontrasen ocupación más lucrativa podían dejar aquella.

Es circunstancia esencial no pagar las hilazas al peso, sino á la medida, para evitar fraudes; y así se vende el lino á los pobres á un precio bajo, y se les paga el hilado mas ó menos, según su finura y medida en las devanaderas. Esta labor se pagaba mucho más que en las demás fábricas con el fin de que todos los hilados se llevasen al almacén establecido al intento. A él acude cada pobre con su libro en que se apuntan las hilazas que entrega, y tiene siempre en sus manos un testimonio de su aplicación, que sirve para dar á cada uno el socorro que merece según lo que trabaje y gane. A los que no saben hilar se les enseña en tres meses, y luego se les regala un torno y una libra de lino para que comiencen á trabajar de su cuenta; y después se arreglan las limosnas conforme á su capacidad y laboriosidad.

Luego que esto se estableció fueron disminuyendo las instancias de los pobres, y se consiguió una regla infalible para distinguir la verdadera necesidad; pues siempre que alguno, gozando de salud, había dejado de ganar lo que podía, era señal de que había estado ocioso, ó de que había tenido otra ocupación más lucrativa, y así era escusado que por aquella semana pidiese socorro.

Este arreglo tuvo el más feliz éxito: cuando alguna vez subía la suma de los socorros, era señal de la desidia de los pobres, que abusaban de la confianza de los celadores, ó de la poca vigilancia de éstos; pero siempre que volvían á seguirse con puntualidad las reglas indicadas, volvía también la aplicación y aumentaba la cantidad de hilazas que al cabo de la semana llevaban á el almacén.

Las madejas se pagan según el número de vueltas que den en una devanadera de determinada extensión: los pobres que las habían de llevar ya devanadas cometían muchos fraudes, y fue necesario usar del rigor de cortar las que estaban faltas, y no pagárselas, para obligarles á usar de buena fe, y no engañar después á los compradores.

A los muy ancianos, y á los que padecían enfermedades incurables se les condujo al hospital, pagando el gasto que podían hacer; y para la asistencia de los enfermos con familia se nombraron cinco médicos, cinco cirujanos, y cinco comadrones, entre los cuales se repartieron los barrios: siempre se ha procedido con los enfermos con mas generosidad, por no ser tanto de recelar las malas consecuencias.

A los médicos se les encarga particularmente que asistan con la mayor atención y cuidado en los principios de la enfermedad. Se entrega al doliente una papeleta impresa en que se escribe de mano el nombre del pobre y las señas de su casa: con ella puede llamar al médico ó ir á su casa, si la dolencia se lo permite, á horas señaladas. Si urge la asistencia lo nota el celador, y si necesita cirujano le da el médico otra papeleta impresa para que le llame. Los celadores tienen en su casa cantidad de papeletas para que, aun cuando estén fuera, las encuentren los enfermos sin la menor dilación. El médico nota en la papeleta del enfermo desde la primera visita cuantas hiciese, y acude la enfermera todos los días á su casa á tomar las órdenes. Al mismo tiempo tiene el médico un plan ó estado impreso con distintas columnas ó casillas en que apunta los nombres de los enfermos, su edad, cuando comenzó á curarlos, la enfermedad, duración probable de ella, aptitud de cada doliente y de su familia para trabajar, medicamentos, dieta, y asistencia que recibe, el fin de la enfermedad y sus observaciones particulares.

No han de tener los enfermos la menor noticia de estos estados, ni persona alguna de su casa ó familia. Un dependiente del establecimiento va los sábados á copiar estas notas en el libro de enfermos del director respectivo, y al lunes siguiente lo lleva al celador que corresponde.

Las recetas se escriben en papel marcado por el instituto, y con ellas, dan los boticarios, señalados por el mismo las medicinas. Cuando el coste del medicamento pasa de 36 reales, no se ha de despachar sin dar parte en junta particular. No se asistía á los pobres cuando las enfermedades eran largas, pues para éstos están los hospitales, sino á los que padecían enfermedades ligeras y de que se pudiesen restablecer en poco tiempo: cuando pudiesen trabajar, aunque fuese con el auxilio de los asistentes, se les dejaba para que la misma naturaleza se fuese recobrando. A ninguno se asiste más de dos meses, y no estando restablecido en este tiempo, se dispuso que fuese al hospital. También se suspenden los socorros de los enfermos que no hacen lo que les manda el médico.

Cuando un matrimonio gana poco y tiene muchos hijos, se envían éstos al hospicio, ó se entrega á la madre algún socorro en dinero, ó bien se fiaban algunos niños de menos de seis años al cuidado de mujeres pobres y de buena conducta, dándolas alguna asistencia.

A todos los pobres se les impuso la obligación de enviar á sus hijos, desde seis hasta diez y seis años de edad, á la escuela, para que en ella trabajasen las dos terceras partes del tiempo, y en la otra aprendiesen á leer, escribir, contar, y las obligaciones del cristiano.

Se resolvió no socorrer á familia ninguna por un niño de más de seis años; pues le debe enviar á la escuela, en donde no solo se le paga su trabajo, sino que se le da un premio proporcionado á su asistencia, juicio y aplicación. Suele importar el que se reparte cada semana, una con otra, de tres á cuatro reales á cada niño ó niña, sin contar otras recompensas.

Así no eran gravosos á los padres, antes bien les servían de mucho, alivio, porque cuantos más eran, más ganaban para mantenerse. Establecido este método se desatendió absolutamente á los padres que no enviaban á sus hijos á la escuela, y á, los que se resistían á trabajar, y se consiguió que los niños.se acostumbrasen desde su tierna edad á mirar su manutención como el premio de su trabajo.

De la asistencia semanal que se da á los pobres se va reservando el establecimiento una corta porción para pagarles el alquiler de sus casas.

Principios del Instituto

A últimos de 1788 estaban hechos reglamentos, dispuestas escuelas para quinientos ó seiscientos adultos y otras para mil niños, y los celadores habían formado ya listas de los pobres de sus barrios con notas suficientes sobre las circunstancias de cada uno. Entonces se hizo saber al público, que en adelante todo necesitado recibiría infaliblemente los socorros precisos: se distribuyeron listas impresas de todos los celadores, y se insertaron en el Calendario las calles que correspondían á cada uno, á fin de que ningún pobre pudiese alegar que no sabía á quien dirigirse;y el vecindario supiese encaminarlos, que era el mayor favor que les podía hacer: al mismo tiempo se esparcieron entre los pobres millares de instrucciones sobre el modo con que obtendrían la limosna, y como la debían emplear.

Surtieron tan buen efecto estas diligencias, que nadie apenas en el pueblo dio ya limosna alguna, convencidos de que éste era el verdadero y único medio de desterrar la mendiguez: á los pocos contraventores á la ley, que prohíbe dar limosna en las calles y puertas de las casas, se les envía  la papeleta impresa, siguiente. “La junta de .caridad ha sabido que Vd. dio limosna á un pobre el día… a tal hora, contraviniendo al artículo…. de la ordenanza  de pobres: por tanto ruega á Vd. que en el espacio de ocho días sé sirva enviar la cantidad de… como un don gratuito para el instituto, ó de entregarla al dador, que se presentará á tal hora, y dará recibo. En defecto de esto se deberá Vd. atribuir á sí mismo el que se remita este asunto al conocimiento del juez á quien corresponda dar la providencia necesaria”.

A varias personas parecía muy complicado éste plan; pero la junta ha tenido la satisfacción de llevarlo á efecto, y aun de irlo completando de año en año. Cada seis meses á la entrada de la primavera, y del invierno renuevan los celadores las listas de los pobres anotando las novedades: dichas listas se hacen en la forma siguiente.

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Y siguen las divisiones que expresan la menor edad, etc.

Los socorros que se repartían á los pobres eran siempre iguales; porque aunque este método parecía duro en algunos casos, se comprehendió desde luego que serian incalculables las malas consecuencias que se seguirían de un repartimiento desigual en una empresa de tan grande extensión: á mas de que los pobres que han decaído de una fortuna conocida siempre hallan más recursos en la beneficencia privada, á la cual no se opone ningún establecimiento público.

Los pobres recibieron camas y vestidos, y se desempeñaron sus ropas; pero se les puso una marca indeleble, como si perteneciesen al instituto, y éste los permitía usar mientras el individuo tuviese buena conducta.

Los celadores proponen las limosnas, los directores las acuerdan y son los fiscales de su distribución. Cada celador tiene tres libros: uno es el registro de los pobres, otro el libro de caja, y el tercero el diario de los pobres no matriculados. En el registro se destina una hoja para cada pobre (con el mismo número que tiene en otra parte el pliego en que se anotan sus circunstancias), y en ella se escriben en pocas palabras los socorros que recibe, novedades ocurridas con él, enfermedades, aumento ó disminución de familia &c. En el libro de caja apunta lo que recibe y lo que gasta, y presenta la cuenta con claridad todas las semanas al director. En el diario apunta el celador lo ocurrido con los pobres no matriculados, enfermos, forasteros que han entrado furtivamente, casas sospechosas &c.

Los directores informan á la junta general de lo respectivo á sus barrios: en ella, se extienden las resoluciones á continuación de dichos informes por escrito, y después de registradas las resoluciones en los libros de los directores en que están apuntados los pobres de los barrios de su inspección, y las limosnas que se les hacen se entregan á los celadores, en cuyo poder quedan siempre, y por ellos dan cuenta semanalmente á los directores de lo que gastan para que pongan su visto bueno. La tesorería hace todas las semanas su balance, y todos los meses presenta sus cuentas á la junta general al mismo tiempo que las de los directores, con las que se coteja.

La experiencia enseñó que no convenía fiar a losceladores el cuidado de comprar ydistribuir las ropas que se repartían á los pobres; yasí se formó una diputación para ello, la cual manda hacer las camisas yvestidos á los pobres al mismo tiempo que se les enseñaba esta ocupación.

Alos pobres extranjeros se les hospeda tres días, ydespués se despachan con un socorro intimándoles que no vuelvan. El vecino que admita alguno en su casa sin dar parte á la superioridad ó al celador se le multa con rigor a favor del instituto. Este publica dos veces al año el estado de sus haberes y gastos, y tiene siempre abiertos para él público los libros en que están los asientos originales.

Socorría él instituto ó asociación en los tres primeros años á 7.391 personas de todas edades, yla mayor parte mujeres, y halló tan grande la miseria de los que todavía no habían mendigado, que no se podía describir.

Importaron las limosnas semanales, en reales de vellón

En los primeros ocho meses……….. 645.000

En el segundo año……………………796.000

En el tercero…………………………  894.000

El coste de la primera ropa hubiera excedido de estas sumas considerables, si las damas de esta ciudad no hubiesen contribuido tan generosamente con camisas y vestidos luego que supieron la falta que hacían: sin embargo se gastaron en cada uno de los dichos tres años á mas 90.000 reales en este ramo.

No salió bien el acopiar patatas y combustible para venderlo á los pobres á un precio bajo, porque había robos: ellos rehusaban el comprar precisamente de los almacenes dispuestos: tomaban á veces mucha provisión y la volvían á vender; perdían el tiempo en ir y venir; y por último se gastaba mucho en almacenar tanta cantidad de comestibles. Mejor salió el que algunos celadores acopiasen para quince ó veinte familias que socorrían por este medio.

El comprar tornos de hilar y otros enseres, y el mantener una escuela en que aprendían en los primeros años quinientos pobres á hilar, costó mucho dinero;  porque se les indemnizaba el tiempo que empleaban en aprender, y había que sufrir el menoscabo de la mala labor que hacían: el total de estos gastos llegó á 110.000 reales; pero se ha conseguido que á los tres años se contasen ya dos mil pobres que ganaban á la semana de tres á ocho reales en las horas que no podían emplear en otra cosa, y que antes pasaban en la ociosidad. Tenían en su poder tres mil tornos, cuyo ruido anunciaba la mayor actividad en los albergues, en que antes reinaba la desidia y la corrupción.

Los niños que se juntaban en las escuelas estaban sumamente corrompidos de costumbres, y costó mucho acostumbrarlos al trabajo; pero se consiguió con la dulzura y la perseverancia; á lo que concurrió la Sociedad patriótica enviando á su costa algunos jóvenes á las escuelas más celebradas para que aprendiesen su método, y lo siguiesen en las del instituto.

En los tres primeros años hubo 12.969 enfermos, y la curación de uno con otro costó unos 16 reales, habiéndose ahorrado mucho en no tener boticario asalariado ni hospital señalado. Se destinaban algunas mujeres pobres para enfermeras cuando los pacientes no tenían quien les asistiese, y desempeñaron bien este encargo. Esto ha hecho ver á la junta que en pocos casos recomendaba la experiencia el uso de los hospitales. El enfermo está con más gusto en su casa y cama entre sus gentes y vecinos, y puede emplear los ratos que lo permita su convalecencia en algunas labores fáciles, sin acostumbrarse á la ociosidad.

Los gastos subían progresivamente; pues al paso que los particulares suspendían las limosnas, acudían los pobres al instituto: éstos al principio no trabajaban de provecho, y no se vean todavía los efectos de la reforma en la educación: por eso se vio apurado el establecimiento; pero informado menudamente el público de su estado, continuó su generosidad y de los caudales percibidos en dichos años quedó un sobrante de 235.000 reales.

Examinados escrupulosamente los gastos se encontró negligencia en algunos celadores; que sé disminuía la hilaza, y que crecían las limosnas en dinero; y se tomaron precauciones para evitar estos perjuicios En lugar de dar dinero se determinó que la diputación de fábricas proporcionase labores á los pobres en casa de los comerciantes, fabricantes y dueños de establecimientos de industria con quienes estaba de acuerdo: y se observó que de 276 pobres, que alegaban falta de trabajo, los 116 quisieron engañar con este pretexto para lograr la limosna; y de los 160 que aceptaron la ocupación que se les buscó, más de la mitad la abandonaron por haber hallado otro trabajo más lucrativo. El empeño de obligar á los pobres á trabajar para ganar su vida produjo en el año de 1791 á 1792 tres mil líos más de hilaza; se enviaron á la escuela 300 niños más, y ahorró la asociación 112.000 reales, que habrían usurpado los pobres ociosos.

Repetidas veces confirmó la experiencia la absoluta necesidad de hacer depender la limosna del trabajo, la buena disposición de hacerles hilar, porque en la hilaza se tenía una medida segura de su aplicación, y la precisión de observar con rigor las reglas establecidas, que los pobres procuraban traspasar con una multitud de pretextos, y afectando la mayor miseria, hasta que lograban excitar la compasión de los celadores: por eso era lo más penoso de su empleo el cerrar los oídos á los clamores de los que no se avenían a las obligaciones prescritas para conseguir la limosna; pero era forzoso hacerlo, porque ocurrieron casos increíbles de la miseria que sufrían los pobres por no trabajar ni enviar sus hijos á la escuela; en los que sirvió la experiencia de constante aviso para que no se cediese á su empeño, ni se introdujesen abusos, que en breve harían de la limosna un salario, que ganaría el favor ó la parcialidad, y les excusaría de trabajar. Tales limosnas aumentan el número de ociosos, y la desgracia del vecino infeliz, laborioso y honrado, que ve al desidioso vivir de la beneficencia pública, cuando él no gana con toda su aplicación lo necesario para vivir.

En el año de 1793 ya se habían disminuido una sexta parte las familias pobres, y los socorros y alquileres también se disminuyeron mucho; no por muerte, antes bien gozaban más salud y vivían más sanos, sino porque ya vivían de sus oficios.

La prohibición de mendigar libertó á este vecindario de indecibles molestias, y con algunos vagos que se recogían y despachaban cada año, quedó el pueblo limpio.

Ya se pueden excusar las escuelas de hilar para los adultos, entre los cuales se han repartido 3.354 tornos á los mas aplicados é industriosos; y á todos se les da esta ocupación cuando no tienen otra en que ganar más. Se calculó que tenía de costa unos 53 reales el procurar á un pobre los medios de ganar al año, por malas que fuesen las circunstancias, cerca de 540 reales. El vestir á los niños costó en cada año de los tres primeros 62.000 reales.

Después que ocurrió la junta de caridad á las primeras urgencias, pudo destinar gran parte de sus fondos al más poderoso medio de disminuir la pobreza, que es la mejor educación de la niñez. En las escuelas variaban de ocupación y de salas al paso que iban creciendo: hilaban, hacían calcetas, tejían y cosían, aprendiendo al mismo tiempo la religión; y á los diez y seis años se podían recomendar con seguridad para servir en cualquiera casa, ó se destinaban á oficios ó á la marina. Al anochecer se abrían otras escuelas para los que trabajaban en casa de fabricantes y se quisiesen aprovechar de ellas, y aprender oficios para ganar la vida sin criarse en la delicadeza como plantas de invernáculos; y se les ocupa la imaginación más bien que la memoria. También se abren escuelas en los domingos adonde concurren 600 niños ocupados entre semana, y muchas criadas de las que tiene colocadas la junta.

Los fondos de esta institución consisten en algunos impuestos sobre haciendas, bienes y ganancias, en la suscripción del vecindario, la colecta general por las casas de los que no suscriben, los donativos, y 3.000 huchas de hoja de lata repartidas en varias casas y escritorios de los comerciantes para dar ocasión á los hijos, criados y negociantes de ejercitar su piedad, y presentarlas á los forasteros á fin de que hagan algún bien sin que les moleste el aspecto de la miseria. También se presentan en los banquetes (1) con el mismo fin; y de estas huchas se sacan al año más de 130.000 rs.

También se han hecho á este establecimiento legados que un año con otro han importado cerca de 18.000 reales, y unos 10.000 la mitad de lo que se ha hallado en los cepos de las iglesias, y las colectas extraordinarias en las mismas 136.000 rs.

Mucho costó el construir, un edificio para escuela de los niños pobres, y el mantener á los necesitados en el invierno de 1795 á 96: valía el pan muy caro, y se recogieron de las suscripciones grandes sumas, con que se hicieron acopios de trigo para repartir el pan á un precio moderado á los que lo pidiesen mediante una esquela de algún suscriptor. También se gastaron muchos caudales en hacer 75 habitaciones en que se acomodaron 212 pobres, que no podían pagar los alquileres de sus casas, por haber subido mucho el precio de éstas.

Se mantenían los pobres con un brebaje que tomaban dos veces al día, compuesto de un supuesto café, avena, raíz de achicoria y otros tales ingredientes tostados, que se vendían. Algunos estaban debilitados con tan miserable comida, y fue preciso enviarlos al hospital: en este estado trató el instituto de aprovecharse de los establecimientos que Sír Benjamín Thompson, Conde de Rumford,  había hecho en Munich para mantener á los pobres y desde luego mandó hacer un horno conforme al modelo que envió el mismo. No faltaron preocupaciones y dificultades que vencer para que los pobres se alimentasen con la sopa de Rürhford, y no fue poco el conseguir que desde los principios se aviniesen doce pobres á comerla: en pocos días se aumentaron hasta setenta los que se mantenían con ella; y después se daba la sopa como premio á los que la merecían en las escuelas. A mas de los que socorría con ella el instituto, la pidieron hasta 110 personas: á cada una se daba su ración de dos libras, que no costaba tres cuartos.

Para quince mil raciones se gastaban

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Los celadores repartían instrucciones impresas sobre el modo de condimentar esta sopa, á fin de extender cuanto fuese posible su consumo entre la gente pobre. Para mantener una familia de siete personas se requieren

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El día antes por la tarde se ponen en la olla los guisantes y cebada mondada con el agua para que se ablanden: para comer á las doce del día se enciende la lumbre en un rincón del fogón á las siete de la mañana, y sobre ella se coloca la olla, cuya tapa ha de ser muy ajustada, y el fuego muy suave, y aun se disminuirá al paso que vaya cociendo. Se consume así muy poca lumbre, y aun menos si la olla es chata, y no alta como las que regularmente se usan. Luego que han cocido los guisantes y cebada de dos horas á dos y media, se añaden las patatas mondadas y la sal; una hora después se pone el tocino ó la carne; y un cuarto de hora antes de comer se echa el vinagre; se corta el pan en pedacitos pequeños cuadrados, y encima se vierte la sopa. Cuando no hay pan duró se puede freír el que se hubiere cortado del modo dicho, á fin de darle la dureza necesaria para que obligue á mascarle, circunstancia indispensable para la mejor digestión.

Mientras esté la sopa cociendo se menea alguna vez para que no se pegue, se mezcle bien, y se disuelvan enteramente los ingredientes. Cuanto más espesa, es más nutritiva;pero si se quiere caldosa es necesario añadirle una décima parte más de agua.

Habiendo estado bien tapada la olla no debe menguar, de dichas 15 libras y cinco onzas, más que una libra y cinco onzas, y quedarán siete raciones de á dos libras, que es más de lo que pueden consumir siete personas; y así se guarda algo para el almuerzo, merienda ó cena, sin necesidad de comer pan.

Con la sal y vinagre, y la corta porción de carne ó tocino se hace esta comida muy sabrosa: sólo que es preciso aderezarla con aseo y cuidado, y que esté mucho tiempo sobre un fuego lento, cuando menos cinco ó seis horas.

Se puede variar de muchas maneras con otros ingredientes, y legumbres que ofrezcan las diferentes estaciones. Pero no se han de omitir las patatas ni la cebada mondada.

En lugar de tocino ó carne de cerdo se puede usar de carne de vaca salada ó cecina, cebollas picadas y fritas en grasa, y dos ó tres sardinas ó arenques machacados.

Si se quiere hacer esta comida más agradable, aunque cueste algo mas, se echan cuatro libras de patatas en lugar de dos libras y cinco onzas; se mondan cuando están á medio cocer, se desmenuzan, se añaden cuatro onzas de harina con un poco de sal y pimienta, y se hacen almondiguillas, que cuecen en la sopa hasta que naden en ella.

Aun cuando no hay verduras se la puede dar cada día un gusto ó sabor diferente.

Ha surtido muy buen efecto el arbitrio de animar á algunos particulares á que dispusiesen dicha sopa en varias partes de la ciudad, y la vendiesen á cuantos la necesitasen ganando en ella un corto interés. De esta suerte se ahorraba el tiempo y combustible que cada familia había de gastar en su casa en hacerla. El esmero con que algunos desempeñaron este encargo fue no menos útil á muchas personas en tiempo de carestía, que hallaban esta comida aderezada en sus barrios, que al instituto, que tuvo menos que socorrer.

En Marzo de 1800 se volvió á encargar á los celadores que procurasen el que varios individuos preparasen dicha sopa en sus respectivos barrios, y se advirtió que un día con otro se mantenían á razón de diez maravedís 200 niños, y que el número de personas que habían comido la sopa en el año anterior se acercaba á 50.000. Nadie se queja de que le haya causado la menor indisposición, y aseguran que en tiempo de la mayor carestía podía comprar cualquiera por tres ó cuatro cuartos una ración suficiente para hartarse.

Las ventajas de esta invención se conocerán si se advierte el precio que tienen los víveres, que de ocho años á esta parte se ha duplicado y triplicado el del pan de centeno, de las patatas, de la manteca, de la carne, de la turba &c. Sin este establecimiento hubieran perecido muchos, hubieran crecido los vicios, los robos y muertes, y hubiera padecido infinito todo el vecindario.

Tratase ahora de dar mayor extensión á las ideas benéficas del instituto, haciendo un hospital, dando mayor ensanche á la casa de partos, y tomando alguna providencia prudente para dar ocupación á muchas mujeres y evitar infinitos males. También se desea abrir ciertas salas ó piezas, en los barrios de la ciudad en donde las madres puedan dejar con seguridad á sus hijos cuando se vayan á su trabajo, y que no pierdan el jornal muchos centenares de ellas por acudir á este cuidado: y aun algunos centenares de muchachos de ambos sexos podrían frecuentar las escuelas del instituto en lugar de quedarse en su casa con el cuidado de sus hermanos menores.

Se desea hallar un medio de evitar que las madres enfermizas críen á sus hijos y perpetúen en ellos sus dolencias; y formar un establecimiento, como el de Londres, en que se endurezcan los muchachos pobres desde su tierna edad para el servicio del mar, sacándoles de una ocupación femenil en que no ganan más que doce reales por semana, lo que no les alcanza para subsistir en llegando á ser grandes.

Quisiera igualmente el instituto tener una casa bien dispuesta que sirviese de asilo á las jóvenes extraviadas, al modo de las que hay en Inglaterra. Así se podría contener la disolución que ha crecido tanto, que solo podrá esperar su remedio radical otra generación más venturosa.

En suma se extienden sus conatos á procurar que en las cárceles no se mezclen las personas de quienes se puede esperar enmienda, y que se hagan laboriosas y virtuosas con los delincuentes incorregibles de quienes solo aprenderían á confirmarse en sus vicios y á fraguar nuevos delitos.

Se han borrado muchos pobres de la matricula del instituto: 1º por no haber enviado á sus hijos á la escuela: 2º por no haber querido hilar: 3º por haberse ido: 4º por haber mudado de casa sin permiso: 5º por rateros, embusteros, viciosos é insolentes: 6º por haber cobrado dos socorros juntos, ó haber vendido los que se les daban.

El establecimiento ha procurado animar á los sirvientes y jornaleros de ambos sexos, á que hiciesen algunos ahorros, y la comisión nombrada para guardárselos informó que en 1791 se hallaban en su poder 150 depósitos desde 90 hasta 1.200 reales; que cada mes traían los criados, y otras personas, por consejo de sus amos, algunas monedas por el aliciente del interés que ganaban; y así se acostumbraban á vivir con cuenta y razón y á economizar. Muchos amos ponen á sus sirvientes, al recibirlos, la condición de que hayan de guardar una parte de su sueldo, y desde entonces se han aumentado mucho los depósitos mencionados. El instituto desea que se formen Sociedades que promuevan iguales ahorros entre las clases más pobres del pueblo, y que se depositen en la tesorería de la asociación, que pagará su interés correspondiente á los dueños, y teniendo el capital á su disposición evitará que muchas familias caigan en la miseria, por carecer á veces de una corta suma.

En el año de 1798 poseía el establecimiento en dinero puesto á intereses, primeras materias y manufacturas 1,429.000 reales. La administración de la caja estaba al cuidado de ciudadanos respetables y acomodados, que se repartieron los cuidados de cobrar, pagar, llevar asientos & c., y se daba al público la cuenta de todo por medio de la imprenta.

Desde el principio de este establecimiento no se permite mendigar en Hamburgo. En 1788 se condujeron 446 mendigos á la casa de corrección (2), y en el siguiente 147. En los diez primeros años se despacharon, dándoles algo para el camino, 3.081 pobres extranjeros. El que necesita socorro ya sabe que no tiene más que presentarse al celador de su barrio, que le socorre según sus circunstancias dándole que trabajar: el hombre ó mujer mas pobre de esta ciudad puede ganar á la semana de 12 á 13 reales, y si no le alcanza para subsistir recibe una limosna.

 En los mismos diez años se recibieron en la escuela de industria 2.698 niños, y se les enseñó la religión, á leer, escribir, contar, coser, hacer media, hilar, hacer bramante, &c. y en las demás escuelas del instituto 4.833, de los cuales se dedicaron muchos á varios oficios y á la marina. Todos recibieron vestidos con que se presentaban aseados en las escuelas de los domingos.

Por medio de los celadores, que son 180, y de los dependientes se saben todas las necesidades del pueblo; y como se visitan semanalmente todas las moradas de los pobres, se descubren con facilidad los delitos y los delincuentes. Los médicos y cirujanos nombrados evitan que los infelices se entreguen á curanderos y charlatanes que los echaban á la sepultura. Los pobres, cuya miseria crecía al paso que el número de sus hijos, hallan ahora mayor alivio cuantos más tienen, enviándolos á las escuelas, ó recibiendo por cada uno de tierna edad un socorro.

Todos los domingos celebra junta una diputación de los directores más ancianos del establecimiento para tratar de socorrer y auxiliar á los pobres que trabajan, y que no les falte que hacer: se han habilitado y levantado para siempre muchas familias, que sin esto hubieran caído en la mendiguez; y aunque no en todas ha producido igualmente tan buenos efectos el socorro, siempre se ha conseguido el gran bien de libertar de la miseria á 705 familias, sin que pase el coste de lo que se les ha dado de 120 reales por cada una. Así se han acostumbrado á vivir de su sudor, y el instituto no ha tenido necesidad de acudirles con limosnas; lográndose otra cosa más importante, que es la reforma de sus costumbres.

En los primeros años de este establecimiento había en Hamburgo 7.391 pobres, sin contar los de la casa de huérfanos, de la de corrección y del hospital. En los diez primeros años, desde 1788 hasta 1799, quedó reducido este número á 2.689, sin embargo de que la carestía era grande. Todos estos están vestidos, mantenidos y ocupados en las labores.

Los 1.592 tienen de 60 á 100 años.

908 de 40 á 60 con enfermedades crónicas.

189 estropeados y de menos de 40 años.

Ninguno de ellos se podría mantener por sí en ningún país por favorable que fuese, y principalmente habían de estar á cargo del Estado.

En lugar de 2.225 niños que se matricularon á los principios, solo había á los diez años 401. En el mismo tiempo se borraron de la matrícula 840 familias que ganaban para su manutención y no necesitaban socorros. De todo lo cual se que el obligar á los pobres á ser laboriosos es el medio más directo de disminuir la pobreza.

El bien que ha hecho á esta ciudad el instituto de pobres se ve en el plan siguiente.

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En dicho año de 98 á 99 hacia el instituto algunas anticipaciones á 237 pobres, y cuidaba de la educación de 1.045 niños, cuyos padres se mantenían por sí mismos.

Nota. Si se quisiese imitar el ejemplo de Hamburgo en nuestras ciudades, no seríamos tantos centenares de infelices como sostiene una caridad mal entendida á las puertas de las iglesias, de las catedrales y conventos del Reyno (se refiere a España). Crecería nuestra industria, se mejoraría la educación, y, lo que más importa, las costumbres, siempre pervertidas entre los pordioseros, que solo estudian en excitar nuestra compasión con las expresiones más tiernas de una religión santa que ultrajan con su vida licenciosa. Vergüenza es que una nación tan piadosa como la nuestra tenga que aprender de los protestantes el mejor modo de ejercitar la caridad, y que habiéndose repetido tantas veces los mejores medios de socorrer á los pobres, establecidos en Munich, en Londres, en Ginebra, en París y en Hamburgo, no se hayan imitado tan importantes instituciones en nuestras grandes poblaciones inundadas de mendigos que incomodan al vecindario, debiendo vivir de su sudor y trabajando en las ocupaciones que una buena policía les debe proporcionar.

(1)   Al salir de un banquete en Hamburgo hay la indecente costumbre de regalar algunas monedas á los criados de la casa, que se presentan á este fin. Los dueños de las casas aprovechan cualquiera pretexto para hacer contribuir á la hucha: v. g. al convidado que mancha el mantel se le hace echar en tono de chanza alguna moneda, y con este motivo dan también algo los circunstantes.

(2)   Antes se hilaba en ésta el pelo de vaca seco para tapetes de invierno; pero se notó que era perjudicial á la salud, y ahora se hila humedecido.

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