Historia del hambre en Europa y el conde de Rumford I

A modo de prólogo y superposición con los problemas actuales de España y la crisis económica.

Hoy, finales de julio de 2012, leer al conde de Rumford necesariamente nos lleva a reflexionar sobre la política económica que se vive en España en la actualidad, porque mirar el pasado es válido para comprender errores y aciertos del presente si se sabe leer entre líneas y se encaja, dentro del puzle internacional, todos y cada uno de los actos que, a toro pasado, nos pueden parecer lógicos sus desenlaces, sin detenernos muchas veces en extrapolar los datos y no siendo conscientes que los problemas sociales siempre fueron los mismos, en su forma más básica, desde que los humanos decidieron formar los estados.

El gran cambio político, económico y social de la Era Moderna parte, según la mayoría, en el momento que el pueblo francés decidió su futuro con la toma de la Bastilla, una aventura sin retorno cuyas consecuencias fueron imprevisibles en aquellos primeros momentos, cuando el pueblo pasaba hambre porque hasta le faltaba lo básico, el pan.

Desde ese momento, y durante dos siglos, hasta hoy, aún tiemblan las tierras con los ecos de aquel terremoto a modo de réplicas y dónde, como bucles, las mafias de políticos se alternan en el poder de forma absolutista, abusando y robando a todos aquellos que en teoría los pusieron ahí y que debían defender y mirar por sus intereses.

Cayeron las cabezas de reyes y nobles, cuyas noblezas, en muchos casos, eran de vergonzosa procedencia, al igual que nuestros mandatarios de hoy, para pasar a aquellos que quisieron y quieren perpetuarse en el poder de forma bastarda engañando a todos con palabrerías de charlatanes de feria, con el único fin de enriquecerse sin importarles ni siquiera su misma patria, porque los golfos nunca la tuvieron, y gracias a la pasividad de muchos.

Si leyó los otros capítulos que forman nuestro monográfico dedicado al conde de Rumford llegará, como me pasa a mí, a no comprender el olvido a nivel popular y oficial en el que ha permanecido durante dos siglos dicho gran hombre al que tanto le debe la humanidad, confirmando mis aseveraciones de que la historia se manipula según intereses de estado, religiosos, de oligarquías mafiosas y, cómo no, políticas; en el caso que nos ocupa las motivaciones de lo que digo fueron consecuencia de la necesidad de exportar las ideas neo colonizadoras de la Revolución Francesa en su intento de ser el eje industrial, científico y cultural de todo el mundo occidental en los comienzos de lo que conocemos como la Era Industrial.

Fue Rumford uno de los constructores que pusieron los pilares de lo que hoy es la gran  potencia económica alemana y cuyas ideas siguen siendo válidas, en su filosofía aunque no en su forma, pese a los avatares históricos ocurridos desde entonces y en los que no voy a entrar a analizar.

Hombre con una imaginación fuera de lo común supo importar, exportar y acomodar ideas que para sí las quisieran los botarates de los políticos modernos y como veremos en el presente trabajo un pueblo crece no destruyendo puestos de trabajo o marginando a los sectores más débiles de la población, muy al contrario hizo Rumford integrando a todos, industrializando y haciendo competitivo un país que estaba devastado por las guerras y creando una conciencia social que se adelantó algunos años a su tiempo y que no hizo necesaria la guillotina como más tarde la usaron sus vecinos franceses y al paso que vamos ya algunos quieren volver a desempolvar contra estos charlatanes de feria que dicen representarnos.

Cuando llegó Rumford al palatinado de Baviera a finales del siglo XVIII, ver biografía, se encontró como él dice: «reinan en casi todos los países de Europa la indolencia, miseria y mendicidad, y que los que han hablado de esta materia no se convienen en los medios» para seguir diciendo: «Nunca perdí de vista la máxima útil y verdadera de que ningún sistema político puede ser bueno sino contribuye al bien general de la sociedad» y bajo estas premisas, tan básicas y elementales, comenzó a efectuar todos los cambio para hermanar milicia, población civil y poderes fácticos del estado, evitando de esa forma posibles levantamientos y encontronazos sociales, aconsejo leer mi otro trabajo sobre la historia del maíz en Europa.

Tras reformar el ejército, que era una rémora de la sociedad, abordó el tema de combatir la pobreza y así nos lo dice: «Formóse una junta de caridad compuesta de consejeros y personas respetables que desempeñasen esta comisión solo por amor a la humanidad, y cada tres meses se imprimía la cuenta de lo que recibía, y en qué se gastaba: las limosnas se repartían públicamente los sábados en la casa de ayuntamiento delante de muchos diputados del vecindario, y después se ponían carteles con listas de los pobres que se habían socorrido, de su domicilio, y cuanto se les había dado. En cada barrio de la capital hay una diputación compuesta de un eclesiástico, un médico, un cirujano y un boticario. Uno de éstos asiste por turno a la junta de caridad en donde da cuenta de los memoriales de su barrio.

Cuando un pobre, de los que ya están en lista, u otro infeliz pide un socorro ha de acudir a la diputación de barrio, ésta le da desde luego lo más preciso, y si la necesidad da tiempo se da cuenta a la junta de caridad: si el pobre está enfermo se conduce al hospital, o se avisa al médico o cirujano que vaya a visitarle. Si muriere se hace inventario de lo que tiene, se cobra la diputación de lo que ha gastado en socorrerle y lo demás lo da a sus herederos.

Los fondos de la junta de caridad se componen

1º De una contribución voluntaria y mensual del bolsillo secreto del Soberano, y de la Tesorería.

2º Del producto de la suscripción voluntaria del vecindario.

3º De los legados que se hagan en favor del establecimiento.

4º De algunas contribuciones agregadas a esta caja.

No quise tocar a los fondos de varios establecimientos destinados desde su origen para el socorro de los pobres, y que se habían desviado de su primer objeto, por no adquirir enemigos a mi plan«.

Pues creo que casi es la primera O.N.G. de la historia y a cargo del estado, pero aún nos queda  mucho para llegar a entender su triunfo, dando trabajo a los desheredados, porque fue muy metódico a la hora de desarrollar sus ideas y de trascribirlas para que fueran aprovechadas por otros y así leemos lo siguiente: «El edificio tiene una buena cocina, refectorio, tahona, carpintería, obrador de tornero, y otras oficinas necesarias para las manufacturas, y para componer los instrumentos que en ellas se emplean; grandes salas para los que hilan el cáñamo, lino, algodón y lana: cada sala tiene su sobrestante en una piececita que sirve de almacén y contaduría, con una ventana que da a la sala por donde da a los que hilan las primeras materias, recibe las hilazas, y da pagarés del importe de éstas para que se cobren del cajero del establecimiento: en la misma disposición están las salas de los tejedores de sargas, rasos y telas de algodón, de medias de lana, y de paños, de tundidores, cardadores, tintoreros, etc. : se hizo en un arroyo inmediato un batan, y a todo se le dio buena forma en la arquitectura; se pintó interior y exteriormente, y delante del edificio se niveló el terreno dejándolo muy aseado; porque la limpieza influye tanto en nuestras costumbres, que nunca se verá que un hombre muy aseado llegue a ser un facineroso.

Sobre la puerta del edificio se puso con letras de oro: ‘aquí no se recibe limosna’«.

Rumford salía a la calle y se mezclaba con el pueblo, dando las órdenes a los funcionarios para que todo funcionara según sus ideas, canalizando las limosnas y fomentando la solidaridad de todos y así cuenta: «Estas suscripciones eran enteramente libres, y cualquiera podía aumentarlas, disminuirlas o suprimirlas a su voluntad, a cuyo efecto pedía papeletas nuevas en que hacia las alteraciones que gustaba. También se pusieron cepos en las iglesias, posadas, cafés, y otros parajes públicos para recoger las limosnas que cada uno quisiere echar. Los sacrificios que hacia el pueblo en las suscripciones exigían del gobierno que le libertase de la importunidad de los que pedían; y así se trató de dar del tesoro público alguna cosa a los estudiantes pobres, donados, beatas, y otros dependientes de establecimientos piadosos que estaban en la posesión de pedir, prohibiéndoselo enteramente«.

Con el dinero se creó una industria de confección de tejidos de cáñamo y de lana que pronto llegó a ser tan productiva como para convertirse en un bien exportable como veremos más adelante, felicitándose por dicha iniciativa al decir: «Fácil es concebir la dulce complacencia que inspira la presencia de tantos infelices de toda edad y sexo sacados de la miseria; pero no es mío el explicarla, ni hay lengua que pueda declarar las tiernas escenas que han pasado a mi vista. Al paso que estos miserables se levantan del estado de inercia y abandono como quien sale de un sueño, y se aplican con alegría y constancia a los ejercicios industriales, se van descubriendo en sus semblantes, pálidos y arrugados por la indigencia, los primeros rayos de la felicidad y satisfacción interior que experimentan«.

El  sistema de trabajo y alimentación consistían cómo él mismo cuenta en: «Han de venir a trabajar por las mañanas temprano, y si no, se les reprehende con dulzura, o se les quita la comida, y se da a los mas aplicados. A la hora de comer se toca una campana, y todos acuden al refectorio en donde se les da una buena sopa compuesta de guisantes, cebada mondada y pedacitos de pan blanco, y después un pedazo de buen pan de centeno de seis a siete onzas, el que guardan regularmente para cenar. Los niños reciben igual porción, y así la madre que tiene muchos junta otras tantas raciones.

Los que por enfermedad u otra indisposición no pueden concurrir al trabajo, las mujeres que están de parto, y las que las asisten, que tienen por mejor trabajar a la vista de las dolientes, no pierden por eso su ración, que se les abona con las debidas precauciones para evitar abusos«, para continuar diciendo: «Las provisiones de centeno, guisantes o habas, etc. se hacen por junto. El panadero recibe cierta cantidad de harina y por ella ha de dar tantos panes de a dos libras y media: cada pan se divide en seis partes, que se ponen en canastillos limpios y se van dando a los pobres cuando pasan al refectorio, donde ya tienen puesta la sopa en las mesas; y para evitar fraudes se reparte a cada uno por la mañana una plaquita de estaño que ha de entregar al tiempo de recibir el pan. En el refectorio presenta cada uno su pan para dar a entender que tiene derecho a sentarse y recibir una ración de sopa por cada porción de pan, y tienen la libertad de llevársela«.

Respecto a la cocina y el gasto de combustible añade: «La cocina está dispuesta con tal economía que tres cocineros bastan para dar de comer a mil, o mil y quinientas personas, y no llega a dos reales el importe de la leña que se consume al día (1), advirtiendo que cada rima o porción de leña de pino mide de cinco pies y nueve pulgadas de alto, y cinco pies tres pulgadas de ancho cuesta en Múnich 34 reales, y de leña dura, como encina o haya, cuesta doble. Y si pareciese exagerada la economía del combustible todavía añadiré que en la cocina u hornilla que hice construir en el hospital de la Pietá en Verona, todavía se gasta menos leña«.

La ecuanimidad a la hora del reparto de los alimentos y el orden estaba garantizado cuando  dice: «Uno de los principales empleados de la casa asiste siempre a la comida para que no sean defraudados los pobres en la cantidad y calidad, y para que se les sirva con el mayor aseo: también asisten dos alguaciles o ministros de justicia a fin de evitar pendencias: no basta una sala para todos, y así comen por compañías de a ciento y cincuenta, y los que trabajan en la casa son servidos antes que los que vienen de afuera. Los que trabajan en sus casas suelen enviar a pedir su ración, pero los viejos e impedidos que vienen a comer esperan en una pieza que se les ha dispuesto fuera del edificio, y que se les tiene muy abrigada y caliente en el invierno«.

La financiación e intendencia comenzó con aportaciones caritativas de aquellos que más tenían, ya que posteriormente se autoabastecían como ya adelanté en la historia del maíz en Europa.

«El gasto de comida ha disminuido mucho por las limosnas que envían de pan y carne de desecho los panaderos y carniceros de la ciudad, y también los taberneros, figoneros, hostereros, fondistas, etc. que daban a los pobres todos los sábados una contribución casi forzosa, envían socorros en agradecimiento de verse libres de sus importunaciones. Por esta misma razón ofrecieron varios ciudadanos beneméritos enviar todos los días cierta cantidad de carne, pan, sopa, etc. que recogen los criados de la casa, que a este efecto recorren la ciudad con carretillas bien pintadas y curiosas, y animaba mucho a que se hiciesen estas limosnas la confianza en que estaba todo el mundo de que nadie se aprovechaba de ellas sino los pobres. Para recoger los sobrantes de comida que destinaban las casas grandes para los pobres, llevaban los mozos sobre las carretillas un cubeto muy limpio en que conducían la sopa, y otro en que se echaba la carne: uno y otro cubeto o tonel tenía un letrero que decía:  ‘para los pobres’. También se puso en cada tabla de las carnicerías un cubo bien pintado y limpio con igual letrero en que los carniceros fuesen echando los desechos que quisiesen destinar para los pobres, y los que fuesen a comprar, las partes menos apreciables de la carne que tomasen, las cuales, después de bien limpias, hacían más sustanciosa y nutritiva la sopa de los pobres.

Del pan que se recoge por la ciudad se pudiera robar alguna cosa por los criados, pero se ha evitado este inconveniente haciendo unas carretillas con un cajón cerrado y clavado a ellas, en cuya parte superior hay un tubo alto que presenta una boca bastante grande para poder meter cualquiera pan, y no se puede sacar porque dicha boca está como las ratoneras: así llega el pan intacto a casa donde abre el cajón el Mayordomo y lo pasa al guarda-almacén.

El pan que se junta suele ser bastante duro, y se desmenuza bien para la sopa. El mayor y mas importante recurso para alimentar a los pobres es el que ahora comienzo a emplear que son las patatas, de que hablaré después muy por menor«.

Con todas estas medidas se intentaba conseguir, y parece que se consiguió, el pleno empleo, hacer nacer la autoestima de todos y crear un estado fuerte, industrioso y estable tanto social como políticamente, de ahí que cuando Francia quiso exportar su revolución pocos años más tarde no tuviera el eco esperado.

Que no fuera perfecto en su totalidad el sueño de Rumfod es cierto, sobre todo en lo tocante a la explotación de mano de obra infantil, ya que sus ideas se extendían a toda la población y así llega a decir: «Los hijos de los pobres llamaban particularmente mi atención a fin de acostumbrarlos desde luego al trabajo; y para estimular a los padres a que los enviasen al establecimiento aun antes de que pudiesen emplearse en cosa alguna, se les daba en él, no solo la ración, sino también cinco cuartos al día, solamente porque presenciasen el trabajo de los otros, pues así se les inspiraba muy temprano el deseo de imitar lo que hacían los otros más favorecidos y estimados: y esto produjo excelentes efectos porque no hay cosa más enojosa para los niños que el haber de estarse quietos mientras sus camaradas están alegres desempeñando un trabajo muy fácil, que es el hilar a torno el cáñamo y el lino, y así manifiestan la mayor impaciencia porque les dejen trabajar, y lloran sino se le conceden. Considere cada uno cuán agradables serian para mí estas lágrimas! El gozo con que bajaban de los bancos altos para trabajar era igual a la importunidad con que habían solicitado este favor: dábaseles un torno, y se acostumbraban por algunos días a hacerle andar con el pie, sin hacer otra cosa hasta que adquirían la costumbre de darle a la rueda un movimiento uniforme, aun cuando tuviesen la atención en otra cosa o hubiesen de responder a varias preguntas: entonces se les daba cáñamo o lino y se les enseñaba a hilar. Cuando ya estaban diestros en estas hilazas, pasaban, como por ascenso, a hilar lana, y en esta ocasión recibían públicamente un premio, tal como una camisa, un par de zapatos, y a veces un uniforme del establecimiento para animarlos a la perseverancia en la industria y aplicación«.

Aunque no descuidaba la educación de los más pequeños cuando en una de sus consideraciones dice: «Para que los niños no se fastidiasen con una ocupación seguida de muchas horas, se destinaban dos horas al día a otro entretenimiento, de ocho a nueve por la mañana, y de tres a cuatro por la tarde: en este tiempo iban a la pieza de comer, y allí se les enseñaba a leer, escribir y contar. También podían ir los grandes a esta escuela, pero había pocos que se aprovechasen del permiso: a los niños se les obligaba a asistir«, sin darle horas de juego, ya que al pensar que cómo vivían fuera de casa y cuando volvía a la suya gozaban del aire libre podían correr y recrearse en el camino, y así mimo disfrutar en los días de fiesta, que según su parecer eran entonces demasiados.

Todo el entramado productivo no habría tenido sentido si no se conseguía crear una industria competitiva que abriera mercado donde exportar sus excedentes y así, estando en contacto con el hospicio de la Pietá en Verona (Italia) al que asesoraba, les remitió unas muestras de una docena de vestidos de distintas tallas que fabricaban con una nota en la que indicaba el precio de venta que tendrían puestos ya a la venta en dicha ciudad y que era un 20% menos que los que allí se hacían “y en el mes de Septiembre de 1794 tuve el gusto de ver empaquetar y partir por el Tirol para dicha ciudad, 600 vestidos, lo que me hace esperar que los pobres de Baviera conseguirán su bienestar haciendo vestidos para los pobres de Italia”.

Sigue Rumford razonando en su ensayo sobre el trabajo y la dignidad humana, el integrar y no marginar a nadie, el hacer una sociedad más justa para todos y cuando digo para todos me refiero a nivel universal, exportando las ideas de la que los políticos de hoy y de siempre estuvieron tan faltos.

En su extracto sobre los alimentos más baratos que podían emplearse para mantener a los pobres podemos encontrar un tesoro gastronómico sobre la historia del hambre en Europa y también sobre los alimentos fáciles de adquirir y que comienza justificándolo cuando hace mención a la escasez de trigo que hubo en Inglaterra en el año 1795 y como se tuvieron que buscar alternativas para dicho cereal y que describiremos en el próximo capítulo dedicado a las recetas para alimentar a los pobres en Alemania.

Bibliografía:

Essais politiques, economiques et philosophiques, por Benjamín Conté de Rumford, editado en Ginebra en 1799 en dos volúmenes.

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