Crónica de un banquete de Napoleón en Egipto rescatado para la historia

 

Carlos AzcoytiaLa historia está llena de banquetes y comilonas, unas importantes y otros menos, pero todos nos muestran el poder que tenía el que lo organizaba y también los recursos con los que se contaban o la forma de presentar los alimentos.

En el caso que nos ocupa es un hallazgo casual con el que topé cuando buscaba información sobre los sorbetes de café, que serviría para ampliar el monográfico que estoy elaborando sobre la historia del café (ver links a los capítulo que hay publicados hasta hoy al pie de este trabajo) y que rescata para la historia de la gastronomía el que le ofreció a Napoleón, en el Cairo, el jeque Sadat, el 22 de diciembre del año VII francés (1798) con motivo de la fiesta de Segdat-Seimab (mujer santa de la familia de Alí, yerno de Mahoma).

Dicho banquete, me refiero a la narración del acontecimiento, fue enviado en el correo del siguiente día a Paris donde se informaba puntualmente de todas la hazañas del general Napoleón en su campaña de conquista de Egipto y Siria.

La importancia de dicho documento la iremos conociendo según se desarrolla la investigación que he tenido la paciencia de ir recopilando para formar el mosaico que nos haga sentirnos partícipes y cuyas fuentes me reservo en este caso por ser un trabajo exclusivo el que presento y que quiero mantener a salvo de los depredadores.

En primer lugar debería describir la pieza principal de los palacios y casas nobles del Cairo, el salón o comedor, porque es donde se desarrolló dicho banquete y que era una pieza abierta por la parte norte con el fin de disfrutar en verano de los vientos frescos que predominan y llegan desde esa dirección. Este lugar de la casa o salón se denominaba mandar y donde fue ofrecida la comida a Napoleón y a sus generales.

La comida fue servida en muchas escudillas de madera u horteras portátiles, alrededor de las cuales había entre diez o doce personas. Dichas escudillas, en sus bordes, estaban guarnecidas por una especie de pan negro de poca miga, según viene descrito en dicha carta, “en poca diferencia como una tortilla de huevos”, también las acompañaba platos de legumbres frías, que no se retiraron en ningún momento de la comida.

El centro de las escudillas fueron ocupados sucesivamente por unos treinta platos servidos enseguida unos tras otros con rapidez, pues ninguno fue dejado allí más de diez minutos, así, y esto es observación mía, si no se estaba listo y atento se podía uno quedar sin comer.

A un plato de carne le seguía otro de legumbres, de pastelería o uno de leche quemada. Cuando se terminaron las tandas se sirvió el llamado pilo, presentado de diferentes formas, este plato se componía de arroz cocido en agua, después mezclado con azúcar y sustancias perfumadas que excitaban el apetito y se presentaba de forma compacta.

Ya de postre se sirvieron lo que ellos llamaban sorbetes, que en nada se parecían a los que ya por entonces se hacían en Europa helados, compuestos estos que sirvieron de agua azucarada en la que se habían puesto perfumes y jarabes, tales como pistacho y una fruta que no he llegado a saber cual es y que llama bana.

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Al ser una comida de estado fue precedida y seguida de conversaciones y aquí salta la sorpresa porque Napoleón, por entonces con 32 años, mostró su rostro más duro y poco político soltando coces contra sus anfitriones, algo cotidiano en la arrogancia francesa, y que consistió en un comentario desafortunado que fue salvado, imagino, tragando saliva por parte de los egipcios que se tuvieron que comer el insulto sin digerirlo.

Bonaparte le dijo a los jeques que los árabes habían cultivado las artes y las ciencias desde el tiempo de los califas, pero que ellos se encontraban sumergidos en una profunda ignorancia. Debemos de imaginar la cara de sorpresa y de rabia de aquellos árabes que debieron hacer oídos sordos a lo que les decía su invitado y conquistador, a lo que uno de ellos le contestó que les quedaba el Corán, que era el libro que encerraba todos los conocimientos. Napoleón, como un imbécil arrogante les espetó, esto es copia literal del final de la carta a la que hago referencia: “preguntó si el Corán enseñaba a fundir cañones: todos los jeques que se encontraban presentes respondieron atrevidamente que sí”.

Final de un banquete en el que nos muestra a un Napoleón Bonaparte como un magnífico militar pero, si se le rascaba un poco con la uña muestra, el gran grosero que fue en lo político despreciando a los vencidos, algo que sufrimos los españoles en nuestras carnes.

Links a los trabajos hasta la actualidad editados de la historia del café:

La verdadera historia del café. Los orígenes de su consumo

 

La verdadera historia del café. Comienza la historia y termina la leyenda

 

 

 

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