Historia de la chumbera, opuntia, nopal o tuna y los higos chumbos

De pequeño, cuando algunas veces acompañaba a mi padre al campo, y de mayor, cuando era ya un profesional, observaba en los linderos de las propiedades o en los bordes de los caminos de tierra una planta que siempre me llamaba la atención, una mezcla de arbusto y planta que más de una vez me hizo sentir el escozor que produce el pinchazo de sus púas al clavármelas, de hecho aún conservo una pequeña marca de una de ellas que me clavé haciendo un levantamiento topográfico en un pueblo muy cerca de Sevilla, en concreto en Castilleja de la Cuesta; también recuerdo como vendían por las calles de mi cuidad, Sevilla, sus frutos unos hombres, a todas luces labriegos por su indumentaria, que las llevaban en carritos y cestos cubiertas con trozos de hielo, en una España de hambre y posguerra, y que con una navaja las abrían y las vendía a precios muy módicos, que eran el regocijo de los niños, también de los mayores, y de la que mis padres me decían que no comiera muchas porque me producirían estreñimiento.

   La planta, para un niño observador como yo, no formaba, desde mi perspectiva, parte natural o armónica con el paisaje de Andalucía con aquellas especies de hojas carnosas montadas como si fueran una arquitectura caprichosa, aunque se adaptaban perfectamente al clima caluroso de mi tierra con aquellas púas que las hacían defenderse de sus depredadores.

   Con el tiempo, en mi adolescencia, la vi por primera vez formando parte del escudo de México, algo que me llenó de sorpresa, porque no veía sentido que se trajera de América una planta cuya misión principal era la de servir como defensora de las propiedades y divisoria entre lo privado y lo público, de ahí que me interesara en su historia y que ahora, después de muchos años, rescato de entre mis archivos personales.

   En mi preadolescencia tuve la suerte de estudiar en un colegio muy alejado de las doctrinas fascistas del gobierno dictatorial del general Franco donde estaban matriculados, en mi clase, algunos hijos de los cónsules de algunos países, así como otros cuyos padres escaparon de la Segunda Guerra Mundial, alemanes e italianos, buscados por los Aliados y que eran protegidos por la dictadura; entre el grupo de los primeros estaba Roberto, hijo de un empresario y diplomático de la embajada de México en Sevilla, cuyo padre me explicó que hacía la chumbera en su escudo nacional , que tiene mucho que ver con la mitología azteca y que más o menos es de la siguiente forma: Esta planta nació del corazón de Copil, de ahí su nombre, una vez que fue arrancado de su pecho por su tío Huitzilopochtli tras una disputa familiar (como siempre los humanos hacen sus dioses a su imagen y semejanza con sus virtudes y miserias) la enterró entre unas rocas, me refiero al corazón del desdichado, de donde nació la planta, por lo que se la tenía como la planta de la vida. Sobre su morfología me remito a la R.A.E. que dice: Planta de la familia de las Cactáceas, de unos tres metros de altura, con tallos aplastados, carnosos, formados por una serie de paletas ovales de tres a cuatro decímetros de longitud y dos de anchura, erizadas de espinas que representan las hojas; flores grandes, sentadas en el borde de los tallos, con muchos pétalos encarnados o amarillos, y por fruto el higo chumbo. Procedente de México, se ha hecho casi espontáneo en el mediodía de España, donde sirve para formar setos vivos.

   Sus nombres fueron varios, ya que se le conocía como higuera de Indias, higuera de pala, tunal de Castilla, nopal de Castilla, chumbos, tuna chumbera, tuna mansa y simplemente tunal.

   Según el investigador R. V. Flannery en su libro ‘Los orígenes de la agricultura en México: las teorías y las evidencias’, 1985, debió servir como alimento humano entre el 7500 y el 5000 a.C. entre los primeros grupos indígenas nómadas de los valles de Hidalgo, México, Guerrero, Puebla y Oxaca, ya que fueron los primeros en utilizar la agricultura de las plantas nativas (frijoles, calabazas, chiles, aguacates y posiblemente tomates), aunque no se descarta que fuera alimento mucho antes recogido en estado silvestre y no cultivado hace más de 20.000 años, siendo utilizado tanto como alimento, bebida y medicina.

   Las primeras noticias que llegaron a Europa de aquel desconcertante árbol para los españoles provienen, en primer lugar, de Fray Toribio de Motolinia en el año 1539 y donde la describe de la siguiente forma: «Son árboles que tienen hojas del grueso de un dedo, algunas más gruesas y otras menos, tan largas como el pie humano, y tan anchas como la palma de la mano«, no fue muy explícito en su descripción pero menos es nada.

   Fray Bernardino de Sahagún ya parece algo más espléndido en la descripción y escribe en 1565, en su obra ‘Historia General de las Cosas de la Nueva España’: «El árbol llamado nopal, tiene hojas grandes y gruesas, verdes y con espinas; este árbol da flores en las mismas hojas, algunas son blancas, otras bermellón, otras amarillas, y otras color carne; producidas en este árbol hay frutas llamadas tunas que saben muy bien y salen de las mismas hojas«. En el mismo libro Sahagún, dice de ella: «Hay árboles en esta tierra llamados nopalli, lo que quiere decir tunal, o árbol de las tunas; es un árbol monstruoso, el tronco se compone de hojas, y las ramas se componen también de las mismas hojas; las hojas son gruesas, jugosas y viscosas; las mismas hojas tienen muchas espinas. La hojas de este árbol se comen crudas y cocidas«. Tras esta descripción y para un europeo, español de la época, que no la había visto debía desbordar su imaginación el formarse una idea de como era, así como el leer que los nativos vivían muchos años y eran sanos y fuertes gracias a la dieta.

   Y como no quiero dejar al fraile Toribio de Montolina en mal lugar pues transcribo otra observación suya sobre el tema del que trato en estos momentos ya que más adelante dice: «Estos indios… debido a que son de una tierra tan infértil que a veces carecen de agua, toman el jugo de estas hojas de nocpal«, claro está que también los indios, y esto no lo menciona porque se perdía las mejores, fermentaban una bebida hecha de maguey con la que cogían considerables borracheras.

   Para terminar con América, por ahora, sólo decir que con las hojas de la chumbera curaban los aborígenes las quemaduras de la piel haciendo un emplaste con miel y yemas de huevo, esto está recogido del Códice de la Cruz-Badiano.

   Gutierre Tibon en su libro ‘Historia del nombre y fundación de México’ explica el origen y significado del escudo mejicano que aparece en la bandera y que más sucintamente me contó el padre de mi compañero de colegio, ideado por el fraile Diego Durán y donde dice: «A la izquierda de la colina, una hermosa ave con las alas extendidas se posa sobre un nopal y canta, según su pico abierto indica. Una gran serpiente de lengua bífida se levanta en dirección a la planta…

   Así, el tenochtli, o nopal de tunas rojas, fue desde el principio, el árbol de los corazones humanos. La serpiente que emerge desde las entrañas de la tierra es la noche; el ave que canta sobre el nopal es el águila-sol...», nada que objetar al respecto teniendo presente que el escudo de España tiene un águila imperial que parece que le pasó una apisonadora por encima, al menos la de México está en 3D como se diría hoy.

   En fecha imprecisa se trajo a España la chumbera, siendo el primer lugar donde fructificó las islas Canarias y casi de inmediato pasó a Sevilla y de ahí al resto del país.

   Yendo al grano y citando lo todavía inédito, que lo anterior creo que es de dominio público menos lo relacionado con mi juventud, al menos eso pienso, he de hablar de mi hallazgo cuyo origen comienza en una publicación, el ‘Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos’, de fecha 27 de septiembre de 1798, firmado por el capitán del Regimiento de Caballería de Farnesio, Joseph García de Segovia, Académico de la Real Academia de San Carlos hasta finales de 1780, hombre ilustrado pese a ser militar, y al que se le debe también la traducción del francés de un libro en dos tomos sobre la biografía de la baronesa de Bateville, con el sobrenombre de ‘La viuda perfecta’, lo que no quita el pensar que García Segovia era hombre práctico, sensato y fiable en sus apreciaciones pese a ese fallo, ya que poseo otros estudios de él sobre la forma de exterminar el pulgón de la vid, de fecha 4 de abril de 1798, muy interesante y que escribió desde la ciudad de Málaga.

   Gracias a dicho autor sabemos que en francés la chumbera se llama o llamaba ‘cactier en raquette‘, lo que se me antoja que ni falta que nos hace, y que estaba catalogada por Linneo como ‘cactus opuntia’, pero entrando en materia porque, sin hacer descripciones físicas de la planta, hablaba con un lenguaje sencillo, para que todos lo entiendan, donde nos deja el testimonio inestimable siguiente: «Los higos chumbos son en su tiempo un recurso de los más considerables para las gentes pobres de esta ciudad (se refiere a Málaga), y hay muchos que se mantienen solo con ellos; lo mismo que con el batatín en la temporada de las batatas, y con lo boquerones lo más del año. Este pescado más pequeño que las sardinas y muy sabroso y dócil, suele venderse desde tres hasta ocho o nueve cuartos la libra carnicera, y con una o media tiene para comer y cenar una familia. El batatín vale regularmente siete, ocho o nueve cuartos la cuarta parte de una arroba, y cocida en agua esta cantidad de raíces, equivale en nutrimento a un par de panes. Los higos chumbos a pocos días de haber empezado se venden a ocho, diez, doce y catorce y más por un cuarto, y tres o cuatro docenas de ellos, pueden muy bien suplir por una comida a quien carece de otros medios más cómodos para alimentarse como lo acredita la experiencia en estas gentes«.

   Como mínimo se me hace estremecedor lo que contaba García de Segovia en lo relacionado con el hambre que pasaban en España los llamados desheredados de la tierra en el último cuarto del siglo XVIII y donde otros que se auto titulan escritores gastronómicos pintan un país que vivía nadando en la abundancia gracias al latrocinio que hacíamos en las colonias, cuando en realidad allí ni los nativos del otro lado del Atlántico padecían tantas penurias, hambrunas y miserias como en la metrópolis.

   El autor del trabajo hace alarde de su leguaje sencillo, como ya he dicho, pero que él recalca y que llegaba a todos gracias a sus años de profesor en el Colegio Militar de Ocaña, donde enseñó matemáticas en el cuerpo de los Desmontados, y así dice que era entendido por los capataces de sus tierras y demás gentes del campo «aún en aquellas cosas que para ellos son enteramente nuevas«.

   Tras bajarnos el ánimo con lo del hambre de las clases más desfavorecidas de la escala social de Málaga pasa este buen hombre a describir como se había desarrollado en los campos andaluces y el uso que se hacía de ella, que por cierto estaba y está infravalorada: «Las higueras chumbas espinosas que, como ya hemos dicho son las que aquí se conocen, prenden en cualquier terreno por malo que sea, y así se ven igualmente frondosas y fructíferas las que cubren estas playas hasta cortísima distancia del mar, y las que se crían en los más elevados y fértiles cerros de estas cercanías; pero por lo regular se hacen más poderosas y dan más sazonados frutos las de secano, y las que crecen entre peñascos y herizas«.

   Pasa a contar el uso de ellas de la siguiente forma: «Los más de los hacendados destinan para estos árboles tierras que para ninguna otra cosa les aprovechan sin dejar de utilizarse de ellos para las cercas de las haciendas y huertos, pero sin embargo no los liberan sus espinas de la golosina del ganado vacuno si la tienen a la vista y escasean los demás pastos«.

   Sobre su expansión y desarrollo dice: «La hoja que a veces prende y se arraiga fuertemente sólo con tirarla o dejarla en el campo suelta sobre la faz de la tierra sin abrir ni labrar, es de figura oval cubierta de espinas muy sutiles y punzantes; por lo común tienen como una tercia de largo y menos de un palmo de ancho, hacia la parte superior; es carnosa y de más de medio dedo de grueso«.

   Después sigue describiendo la floración y  el fruto como «la figura y tamaño de un huevo de pava cubierto de una piel de más de dos líneas de grueso, salpicada de pequeñas desigualdades, cuya vista exterior es en algo semejante a la de una piña. Esta piel está revestida de una infinidad de espinas muy pequeñas y sutiles, tan ligeramente sujetas, que el aire se lleva muchas de ellas, y la mano, ropa u otra cosa flexible que toque el higo sale bien claveteada«.

   Hasta aquí parece que García Segovia había trabajado haciendo un estudio sobre algo que casi no tenía utilidad, pero poco a poco se va adentrando en lo que él creía que podría ser un buen alimento para el pueblo famélico y así, cuando habla del fruto o higo chumbo va desgranando su recolección, algo que no ha cambiado durante siglos, ya que en la actualidad se sigue haciendo de la misma forma: «Para cogerlos, se refiere a los higos, usan de una caña larga abierta por una de sus puntas en forma de horquilla, con la cual se abraza el higo, y dándole un cuarto de vuelta , se desprende de la hoja, y se pone en una espuerta o capacho, con cuya precaución no hay riesgo de espinarse en ellos ni en las hojas, como sucedería infaliblemente si se cogieran a mano. La costumbre de manejarlos ha hecho a estos campesinos sumamente prontos y diestros en despojarlos de su piel para sacar el higo con aseo y sin espinas. Antes de tomar ninguno los barren todos muy bien con escoba, a fin de aligerarlos de espinas. Luego toman uno con dos dedos de la mano izquierda, y con una navaja, que tienen en la derecha le quitan la punta o coronilla, le hacen dos sajaduras de arriba a bajo, y con los dos dedos pulgares separan la piel a una y otra parte, presentando el higo limpio en medio para que le tome quien le haya de comer, o para ponerle en un plato; o si es para el mismo que los parte, le coge y saca de entre la piel con su propia boca«.

   Tras esta lectura no se puede uno resistir a hacer comparaciones con nuestro presente y esto, en plan antiguo, más parece un manual de instrucciones, como casi cuando se compra un armario desmontado y hay que montarlo, lo que hace que al final, al menos en mi caso, termine llamando a un carpintero porque lo conseguido se asemeja más a una figura o escultura abstracta y en el caso que nos ocupa se puede llegar, incluso, a conseguir, sin mucho trabajo, el tener una mano llena de cortaduras, espinas clavadas y el higo por los suelos lleno de tierra; y no debo de estar muy descaminado en mis apreciaciones porque hablando de los ya expertos en la materia que hacían esas maravillas para pelar el higo chumbo decía: «El que se ejercita en esta maniobra, no puede excusar que sus manos y quizá alguna otra parte de su cuerpo se llenen de espinas; pero la callosidad y dureza que adquiere el cutis de la gente trabajadora, les hace ligera esta incomodidad, que para un sujeto delicado sería insufrible: lo más que hace cualquiera de estos rústicos para quitarse algunas en el pronto, es restregarse las manos con tierra o un pedazo de paño dejando al tiempo el cuidado de liberarlos de los demás«, lo que también me recuerda a un torero, que no recuerdo el nombre en estos momentos, del siglo XIX que el toro lo empitonó sacándole el ojo y el pobre hombre con dicho ojo en la mano y mirando al público con el bueno decía «no ha sido ná«, pues algo parecido debía pasar con los recolectores del fruto por lo que cuenta, pese a ser rústicos y con pieles de rinoceronte.

   Del fruto ya pelado y comido decía: «Se mastica bien, y este conjunto hace un bocado dulce, sabroso y agradable. Son de difícil digestión si no se bebe agua sobre ellos, pero usando de esta precaución los comen estos naturales con un exceso que parece incompatible con la calidad de esta fruta. El vino, aguardientes y licores son un veneno después de haberlos comido«.

   Respecto a lo que contaba de que los naturales lo comían con exceso hacía una anotación personal que ya de por sí causa risa porque contaba: «Yo he visto desde un balcón de mi casa (por lo que se deduce que tenía varios balcones) comerse una mujer en un puesto de ellos que había en la esquina inmediata seis cuartos de higos, cuando daban nueve al cuarto, que con uno que le regaló el que los vendía son cincuenta y cinco: confesó la tal mujer, que no comía más porque no llevaba más dinero; pero sin embargo de lo exorbitante que parece esta cantidad, hay quien se come de una vez muchos más«, lo que no cuenta este hombre que le pasó a la pobre tragona cuando llegó la hora de evacuarlos de forma natural, algo digno de ver a una gorda glotona apretando con las lágrimas saltadas y con un estreñimiento digno de salir en el libro de los records.

   Sobre el aprovechamiento de las pieles de los higos chumbos, de los que tanto comía la señora antes referenciada, se aprovechaban para darlas de comer a los cerdos, incluso dice que algunos labradores suplementaban la dieta con higos chumbos enteros según se cogían del árbol, sin quitarles las espinas ni nada.

   Ahora viene la parte económica del negocio de criar las chumberas y que desarrollaba de la siguiente forma, según la visión de este hombre: «Es difícil comprender el gran consumo que se hace aquí de esta fruta. Estos moradores, tanto campesinos como ciudadanos, la comen en exceso, según ya hemos dicho, unos por necesidad y otros por gusto. En los lagares (esto es en las casas de campo de viñas) se mira como un ramo económico tener higueras chumbas…; porque con los higos que producen se ahorran muchas uvas de vino que gastarían los vendimiadores al fin de sus comidas.

   En la ciudad no hay esquina en que no se coloque algún puesto de higos chumbos, entre el cauce del río Guadalmedina, la playa, y la plazuela de la Merced, se cuentan más de cien barracas con esta fruta en su tiempo, y aquí como agasajo se llevan las gentes populares unas a otras a comerlos, como quien convida a una botillería o a un café, y hasta las señoras no se desdeñan de ir por extravagancia alguna noche en la temporada a probarlos en las mismas barracas. En cada uno de estos puestos se despachan diariamente una, dos o más cargas; y así para dar abasto se va multiplicando cada año más el plantío de higueras chumbas, y se ven montes enteros cubiertos de ellas en las inmediaciones de la ciudad con tanto beneficio de los propietarios que unas tierras endebles, y casi estériles para otra cosecha, producen actualmente a sus dueños mucho miles de reales al año«.

   Termina con un consejo altruista como patriota y solidario al decir: «De todo lo dicho puede interferirse cuan útil sería para muchos de nuestros pueblos y provincias la propagación del cultivo de esta planta, y del consumo de esta fruta, que con su abundancia es capaz de sostener al pobre, falto de otros alimentos, por más de la cuarta parte del año«.

   Tras las transcripciones de la utilidad de las chumberas en Málaga existía en mi ánimo un deseo de hacer justicia con esa provincia, porque fueron los pioneros en plantar las batatas y las patatas y muchos productos traídos de América a España; su suelo, que conozco muy bien, tanto de la sierra, que está a pocos cientos de metros de las costas, como del llano, son poco productivos y que sólo con el tesón y la laboriosidad de sus gentes, herederos de los árabes, supieron sacarle el máximo provecho a sus productos de forma admirable; hoy ya el cultivo es casi algo que pertenece al pasado porque toda su costa es un inmenso paisaje de torres de viviendas, hoteles y urbanizaciones que recogen a casi todo el turismo europeo, pero aún queda el recuerdo de sus vinos, que desaparecieron con la filoxera, o sus magníficas pesquerías de boquerones o chanquetes, las sardinas y del atún, esta fue la historia de una Málaga que murió y el inicio de otra que renació de sus propias cenizas, un tiempo intemporal a caballo entre un pasado lleno de historia y de un presente efímero y lleno de riqueza, pero muy lejos incluso hasta de la historia de la gastronomía.

   Del mismo año, 1798, encontré una carta escrita por Gervasio de la Cuesta, boticario del pueblo de Meruelo (Santander), fechada el 16 de noviembre, que complementa todo lo anterior y ahora desde una perspectiva médica, porque Gervasio pone en conocimiento público una serie de experimentos que hizo con las chumberas y que de ser ciertos se debería en la actualidad hacerse investigaciones en los laboratorios farmacéuticos para comprobar su viabilidad y bondad en la curación del cáncer, siendo dicha carta una contestación a la anterior de García de Segovia que he trascrito y comentado.

   Comienza nuestro boticario su misiva de la siguiente forma: «Para la provisión de mi botica cultivo un buen número de hierbas y plantas medicinales en mi huerta: en ella, entre varios árboles frutales, y diversas especies de higos, tengo los chumbos, en todo conformes con la descripción que de ellos hace la carta del sujeto de Málaga. El fruto es poco conocido en este Obispado de Santander, y menos la virtud curativa de sus hojas. En el autor Ribera, que solemos manejar los boticarios, había yo leído como a este árbol le llaman higuera de la India, y á su fruto, higos de Túnez. Insinúa este autor que esta planta tiene virtud resolutiva aplicada sobre las partes edematosas. Sin mas antecedente que esta insinuación determiné (de dos años á esta parte) hacer experiencia sobre tan importante asunto«.

   Pasa inmediatamente a contar sus experimentos, que hoy no tendrían mucha validez científica, explicando que había aplicado les hojas partidas por medio de su grueso, tostándolas primero un poco y dejándolas enfriar,  sobre los tumores escrofulosos y cancerosos resolviéndolos sin malos resultados, aunque estuvieran del tamaño de un huevo de gallina, siendo su dosificación la de aplicarlo de dos en dos días por espacio de quince días más o menos, para continuar diciendo: «He visto los buenos efectos en hombres y mujeres: cuento ya diez ejemplares sin haber vuelto a retoñar el humor«.

   Termina la carta exhortando a otros a que experimentaran con su método y que lo hicieran público en beneficio de la ciencia porque «los progresos de la medicina han venido por los experimentos, no por los sistemas filosóficos«, siendo consciente de que no era la panacea cuando finaliza diciendo: «Como no sabemos la causa y origen de la variedad de tumores, acaso habrá algunos, que no cedan á dicho medicamento«.

   En el libro ‘Diccionario de cocina, o el Nuevo Cocinero Mexicano’ editado por la Imprenta I. Cumplido en el año 1845 dice de la tuna o higo chumbo: «Fruta sabrosa y refrigerante que produce el nopal. La hay de diferentes clases, tamaños y colores; pero la mejor es la blanca grande que llaman Alfacayunca, aunque se produce en distintos puntos. Se come cruda y se hace con el zumo de una chiquita, dulce y colorada en vino delicioso, mezclándose el zumo con una tercera parte de aguardiente o espíritu de vino y un poco de azúcar, dejándose fermentar. Hay una tunita agria que llaman xoconoctli, que significa el fruto del nopal, que se mezcla en algunos guisados y se hace en conserva«.

    Pero si pensó que ya con esto estaba todo terminado le aconsejo que ahora se ponga cómodo porque lo mejor lo he dejado para el final, la trascripción de un libro fechado en el año 1615 y que lleva el siguiente largo título: ‘Cuatro libros de la Naturaleza, y virtudes de las plantas, y animales que están recibidos en el uso de la medicina en la Nueva España, y el método, y corrección, y preparación, que para administrarlas se requiere con lo que el Doctor Francisco Hernández escribió en lengua latina’, apostillando: «Muy útil para todo género de gente que vive en estancias y pueblos, donde no hay médicos ni botica«, para seguir diciendo: «Traducido, y aumentados muchos simples y compuestos y otros muchos secretos curativos, por Fr. Francisco Ximenez, hijo del Convento de Santo Domingo de México, natural de la villa de Luna del Reino de Aragón«. Dedica el libro a R. P. Maestro Francisco Hernando Bazán, Prior Provincial de la provincia de Santiago de México, de la Orden de los Predicadores, y Catedrático Jubilado de Teología en una Universidad Real. Se editó el libro en México, en casa de la Viuda de Diego López Dávalos y se vendía en la tienda de Diego Garrido, en la esquina de la calle de Tacuba, y en la portería de Santo Domingo.

   Antes de todo he de hacer dos advertencias que creo importantes: la primera es que he traducido al castellano moderno todas las palabras pero respetando las formas de las oraciones y las expresiones por lo que puede resultar complicada su lectura; la segunda advertencia que hago al lector es que esta parte del estudio está confeccionada para los eruditos y es más técnica, sin anécdotas, aunque aquí sí se habla de los efectos curativos medicinales de la planta y del fruto en su segunda mitad.

   Pues bien, si vamos a la página 30, capítulo XXXXIIII (así está escrito en lugar de XLIV) encontramos que lleva por título: ‘De las diferencias de la tunas, que llaman nochtli’ y donde dice: «Aunque esta planta que llaman los de la Isla Española, tuna, y los Mexicanos nochtli, y los antiguos como algunos piensan engañándose, opuntiana o árbol, palla, higuera de las indias, ya muy muchos años que se conoce en España, a donde se hallan a cada paso habiendo causado grande admiración a los que a los principios la vieron con su monstruosa, y extraordinaria forma, y con aquella portentosa y admirable trabazón de sus hojas tan gruesas, y tan llenas de espinas, porque en ninguna parte fuera de las Indias perfecciona y madura su fruta si no mal, y poco crecidas, no se puede decir cosa sino donde la fruta llega a su perfección, y se pone ordinariamente a la mesa, así de los enfermos, como de los sanos, me pareció dejar de escribir su forma tan conocida, ya de todo el mundo querer contar aquí sus facultades, y sus variedades y diferencias y en qué lugar y en que cielo sería mejor, y a que tiempo de ha de sembrar, y cuando suele dar y sazonar su fruto, y producir su flor sería cansada cosa, toman pues alguna veces las diferencias de las tunas de las flores, de la cuales se hallan rubias y blancas, en los extremos por fuera amarillas, y por de dentro de la misma color que la fruta, como claramente se ve en el tlatocnochtli, unas veces por fuera amarillas toman ni más ni menos de la grandeza y forma de las hojas del árbol, y que todas las tunas se levantan y crecen en altura de matas, sacando de este número solamente a los que llaman çacacochtli, y xoconochtli, las cuales llegan algunas veces a adquirir grandeza de árboles, también toman de las hojas, porque munas las tienen gruesas y otras delgadas y cortas, algunas hay redondas, no siendo ningunas hojas muy grandes y algunas se hallan notablemente pequeñas, pero principalmente toman estas diferencias de la misma fruta de donde a cada especie le vino el nombre, por tanto trataremos de estas más en particular. Son pues hasta ahora las especies de tunas, que habemos conocido en esta Nueva España. Las siguientes. La primera, se llama yztacnochtli, porque su fruta es blanca, la cual tiene las hojas redondas y pequeñas, lisas y con muy pocas espinas, la flor amarilla, la fruta espinosa y blanca. La segunda especie se llama coznochtli, porque lleva la fruta amarilla, tiene las hojas anchas redondas, llenas de agudas y dobladas espinas, la flor roja, tirante por los extremos amarilla y rara. Al tercero genero llaman atlatocnochtli, que quiere decir tuna que inclina de color blanco a rojo, tiene hojas angostas y largas y muy agudas tirantes a purpúreas, la cual es propia y particular de este género, porque todas las demás especies y diferencias de tunas, tiene las hojas verdes. La fruta del cuarto género, es también espinosa muy mucho la flor por fuera amarilla, y se dice tlapalnochtli, que es como decir rojo, tiene las hojas delgadas angostas y largas, pero más cortas que las pasadas, y menos espinosas, la flor pequeña, y que tira de color blanco a rojo, la fruta pequeña y de color de grana muy encendido. El quinto género de tunas, se llama tzaponochtli, por la semejanza que tiene con el fruto que los mexicanos llaman tzapotl, tiene las hojas oridas y de mal parecer, de figura oval, con algunas áspera y desabridas espinas, las flores son que de blanco tiran a amarillas. La orbácea y silvestre tuna que se llama tzacuhnochtli, suele crecer tan grande como un árbol es cóncava con muchas olas, tiene las hojas redondas y pequeñas y las flores amarillas, hay también otra especie de tunas que llaman xochinochtli, que en la forma se parece a la pasada así en la fruta como en las hojas excede a las demás de a donde le vino el nombre, son todas las tunas frías en el segundo grado, y húmedas sacando los granos que son secos y astringentes, también las hojas son frías y húmedas y salivosas, por lo cual el zumo sacado por expresión, mitiga el calor de las fiebres ardientes, quitan la sed, humedecen los miembros interiores demasiadamente la fruta comida con sus granos, dicen que restriñen el vientre, principalmente si procede de fuego y calor , dan agradable y refrigerante mantenimiento aunque algo ventoso y que se corrompe fácilmente como el otras frutas, aunque es gratísimo mantenimiento y de mucho gusto para los que se sienten calurosos, por lo cual usan de esta fruta en tiempo de estío, con no menos utilidad que apetito, y especialmente aquellos que tienen mucha cólera y padecen alguna destemplanza cálida, echa de sí esta planta una goma que templa el calor de los riñones y de la orina el zumo y el agua destilada, es admirable remedio contra las fiebres coléricas y pestilenciales si mezclan del fruto que llaman pitahaya, dio grande estimación y autoridad a esta fruta. El excelentísimo señor Don Martín Henriquez Virrey que fue de esta Nueva España, por qué usando comerla ordinariamente se libró de todo punto de muchas enfermedades nacidas del calor a que solía ser antes muy sujeto, sus raíces con ciertos especie de geranio, curan las hernias, sanan las ‘ysipulas’ (S.I.C.), y apagan el calor de las fiebres, o de otra cualquier causa que procedan, reparan el hígado demasiadamente caliente, las hojas sirven para lo mismo, cocidas y aderezadas con chile, se cuentan entre los mantenimientos fríos, untan los mexicanos las ruedas de los coches con el zumo de estas hojas, por que no se enciendan con la celeridad del movimiento, también dicen que la raíz de aquella tuna que es algo amarga, que es singular remedio para las llagas. Nacen estas plantas por la mayor parte en tierras montuosas y calientes, aunque no dejan de darse en lugares fríos, madura y sazona mejor la fruta en tierras calientes y templadas, y florecen en la primavera, y producen el fruto en el estío como los demás árboles, siémbrense en cualquier tiempo del año enterradas o pisadas las hojas con los pies, las cuales prenden luego con ,mucha facilidad, danse sin que de ellas se tenga ningún cuidado echan sus raíces creciendo con el tiempo, hace su justa y competente grandeza, también parece que pertenece a las especies de las tunas la planta que llaman tetzihuactli, la cual fuera muy semejante a la tuna, así en la naturaleza como en la forma si no tuviera las hojas y los tallos, de figura redonda y acanalados, y otros muchos de quien trataremos en su lugar, por proceder con la claridad y distinción que conviene, acuérdome haber leído en un cartapacio muy viejo y antiguo, que el árbol grande que nace de los montes que llaman árbol de las soldaduras, y los indios çacanochtli, que es especie de tunar, dicen que majadas las hojas, y puestas en forma de emplasto a los huesos quebrados, los concierta y suelda con mucha facilidad y presteza, todo lo cual creería que hará puesto que es glutinosa fría y astringente«.

   Creo terminado por ahora el estudio de una planta y su fruta que en un principio, cuando comencé la investigación, creía de segunda clase pero según obtenía información he ido convenciéndome de que es una de las más importantes traídas del continente americano y de la que todavía se sabe poco en Europa y mucho menos explotada como se merece, ya que está desapareciendo de los paisajes españoles aunque está muy desarrollada en Marruecos y casi toda la costa mediterránea.

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