Historia del café en Italia

Carlos AzcoytiaComo ya apuntaba en capítulos anteriores, al ser Venecia un estado con comercio casi exclusivo con Oriente es lógico pensar que dicho lugar fuera el primero en saber del café, que no es lo mismo que ser el primero en tomarlo a nivel popular.

Fue Próspero Alpino, un afamado médico y botánico de Padua, el que en 1591 publicó un libro en latín titulado ‘Historiae Aegypti naturalis’ en el que hacía una descripción del árbol que había visto en Egipto y al que llamó con varios nombres: Bon, Ban o Boun, obra que fue reimpresa en Padua en 1640 con anotaciones de otro célebre médico, alemán nacionalizado en Italia, Joannes Vesling, más conocido por Veslingius, el cual decía: “No sólo en Egipto tiene el café gran demanda, también en todas las provincias del Imperio Turco. Es querido incluso en el Levante y escaso entre los europeos, que se ven privados de un licor muy saludable”, apreciación esta que nos hace pensar que ya era conocido en Europa.

También Vesling hace una anotación que considero de vital importancia cuando comenta que en el Cairo encontró dos o tres mil casas de café, y es revelador, esto de dice: “Algunos comenzaron a poner azúcar en su café para corregir la amargura del mismo, y otros hicieron confites de las bayas”.

Y ahora llega una anécdota casi porque parece otra de las muchas mentiras que se han inventado sobre la historia, más que nada porque las fechas no coinciden con lo documentado, aunque habría que mantener en cuarentena dicha información, y en la que se cuenta que en Roma, me refiero al Vaticano, se intentó excomulgar a quien lo tomara por parte de algunos sacerdotes radicales, creo que siempre lo fueron todos ellos pero estos más, y como llevaron el café ante el Papa Clemente VIII para que diera una orden prohibiéndolo, alegando que era un invento de Satanás para dárselo a los musulmanes en sustitución del vino, ya que este fue santificado por Jesucristo y simbolizado como su sangre en plan vampiro, siempre hablando de una forma simbólica, llegando, en sus mentes calenturientas, a deducir que el beberlo era caer en la trampa satánica en la que perderían sus almas.

Clemente VIII, Santo Padre curioso según cuentan, mandó que le trajeran aquel brebaje y al oler su aroma tan agradable no dudó en darle un chupetón y exclamo: “¿Por qué la bebida de este Satanás es tan deliciosa?, sería una lástima que los infieles tuvieran uso exclusivo de ella. Vamos a engañar a Satanás al bautizarla y la haremos una bebida verdaderamente cristiana”, y se quedó tan pancho el hombre.

Esta historieta me recuerda a la que cuentan de la historia de la horchata los incultos y en la que un rey al dársela de beber una buena moza exclamó: “Esto es oro chata”, que ya es poner imaginación, por lo que aconsejo leer la verdadera historia en nuestro sitio.

En el año 1644, un veneciano llamado Pietro della Valle llevó café a Marsella, para poco tiempo después, no he podido precisar la fecha exacta, otro viajero llevó no sólo el café, sino todos los utensilios para tomarlo, como podían ser pequeños muebles, servilletas de muselina, de seda bordadas en oro, plata, tal y como se hacía en Turquía, haciendo la salvedad de que esto más bien fue como objeto de mera curiosidad, no con la finalidad de tomarlo y mucho menos de comercializarlo.

De Pietro della Valle tenemos el siguiente comentario: “Los turcos tienen una bebida de color negro que durante el verano es muy refrescante, mientras que en invierno calienta el cuerpo sin modificar su contenido. Se bebe caliente y a tragos largos, nunca a la hora de la cena, como algo delicado, bebiéndolo lentamente mientras hablan con sus amigos. No se puede encontrar ninguna reunión entre ellos donde no la beban… Esta bebida que ellos llaman cahue se hace con el grano o la fruta de cierto árbol llamado cahue… Cuando vuelva voy a traer un poco para mí y voy a impartir su conocimiento entre los italianos”.

Pese a que los italianos quieren arrogarse el ser los primeros en tomar café en Europa, en concreto en Venecia en 1615, lo cierto es que sólo se tiene constancia de su uso en medicina, lo que hizo que se disparasen los precios, ya se sabe que la farmacopea es uno de los negocios más pingües.

Grabado del café Florián de Venecia

Grabado del café Florián de Venecia

Siguiendo con los rumores, porque nada concreto y documentado existe, se dice, o cuentan ellos, que el primer café se inauguró en 1645, pero lo único ‘casi’ cierto es que pudo ser vendida por las calles junto con limonadas y otros tipos de refrescos, sólo estando documentada la primera tienda donde se vendió el café en Venecia en 1683 y el café Florián, que se abrió en dicha ciudad, en la plaza de San Marco, en 1720 por Floriono Fracesconi y donde en la actualidad cobran por un café parte de su historia, como si el consumidor se fuera a llevar un trozo a su casa.

El primer tratado sobre el café se editó en 1671, escrito en latín, siendo su autor Antoine Fausto Nairon, profesor maronita de los idiomas caldeos y sirios en el Colegio de Roma.

Pronto el café se fue popularizando, como ya he indicado, a todas las clases sociales del país, siendo frecuentado en las mañanas por profesionales liberales, tales como comerciantes, abogados, médicos; por las tardes por trabajadores y vendedores ambulantes y por las noches por mujeres y la clase más ociosa, había nacido un lugar de reunión donde lo mismo se conspiraba que servía de mentidero, algo que hoy suple, esto último, los deleznables programas de televisión que se auto titulan del ‘corazón’, y también se hacían juegos de azar en apartadas y pequeñas habitaciones.

Y como constante en la historia del café de nuevo se convirtió en un lugar maldito y en 1775 comenzaron las acusaciones contra estos lugares de reunión, donde se les estigmatizaba, con razón o sin ella, de ser antros de inmoralidad, vicio y corrupción, algo que había que erradicar por ser una lacra social, pero pese a todo, más bien que mal, siguieron subsistiendo.

Retrato de Antonio Pedrocchi

Retrato de Antonio Pedrocchi

En Padua un tal Antonio Pedrocchi de la ciudad de Pérgamo, vendedor de sorbetes y limonadas, hizo famoso un café, que en principio estuvo pensado como centro de reunión de los estudiantes y los homosexuales de la ciudad; el local estuvo situado, al menos ese era el proyecto, en una vieja casa que estaría dividida en habitaciones.

Cuando comenzaron las obras de reforma el edificio se vino abajo, en tan mal estado estaba la construcción. Tras este desastre, ya sin dinero, no se amilanó y comenzó, en el mismo solar a excavar una bodega y para sorpresa de todos resultó que el edificio estaba erigido justo encima de la cripta de una iglesia y dentro de ella sepulcros con muchas piezas de valor, de las que no dudó en apropiarse. Con dicho tesoro reconstruyó lo que con el tiempo se había deteriorado o destruido y aquí comienza la historia de uno de los cafés más emblemáticos de Italia.

El lugar estaba en el centro neurálgico de la ciudad, equidistante de la universidad, el mercado, el ayuntamiento y la oficina de correos, abriendo sus puertas en el año 1772, heredando el negocio su hijo Antonio (1776 -1852) que fue el verdadero artífice de la obra de arte en que se convirtió y de la que existen constancia de los arquitectos y decoradores que la fueron completando, entre los que se encontraban Giuseppe Jappelli y Bartolomé Franceschini entre otros, inaugurándose 1831 la planta baja y en 1842 se terminó la planta primera. A su muerte, sin dejar descendencia, heredó el negocio el hijo de uno de sus empleados, Domenico Cappellato, que a su vez, cuando murió en 1891, cedió todo a la ciudad.

Como todo lo que cae en manos de la administración se fue degradando, hecho que se agravó con la Primera Guerra Mundial, tras la cual, en 1924, comenzó su restauración que terminó en 1927.

En la época fascista la cosa se puso peor, ya que fueron despareciendo la mayor parte del mobiliario original, pero, tras la Segunda Guerra Mundial, recibió la puntilla con sucesivas restauraciones que más parecían destrucciones por las barbaridades que se cometieron, algo parecido ocurrió en España en la arquitectura urbana y el mal entendido modernismo importado por los sajones y donde se perdieron grandes edificios en aras del Corte Inglés y otros centros comerciales, costumbre que sigue hasta la actualidad, ejemplo de ello es la sustitución de la solería de mármol del Archivo de Indias en Sevilla, pero eso ya es harina de otro costal.

En las décadas de los ochenta y noventa el café permanece cerrado por desavenencias entre los dueños del local y la administración para, en 1994, emprender una gran reforma por parte del arquitecto Umberto Riva, abriendo al público su primera fase en 1998.

En Francia veremos como un italiano hizo famoso el café en dicho país y en la historia de las cafeteras como un industrial italiano inventó la primeras de ellas.

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