Historia de la mitología y sacralización de los alimentos en Norte y Centro América

A mi compañera de investigación Martha Delfín, sin ella este trabajo estaría plagado de errores

Carlos AzcoytiaCuando comencé a escribir el presente trabajo lo tomé como un descanso en mi investigación a caballo entre otros dos que me tienen muy ocupado y casi colapsado por la complejidad en sus contenidos y de los que ya tendrá noticias más delante. Este ‘casi’ descanso, como casi todo cuando se toma de forma seria, se ha ido complicando hasta convertirse en otro de similares características, aunque éste lo estoy tomando ya como un reto que debo solucionar.

En principio la idea era hacer un estudio sobre la mitología de los alimentos en América, de forma que con el tiempo enlazara con otros similares de otras partes del mundo, pero se ha ido complicando hasta convertirse en un gran estudio de investigación, que por otra parte me deja el sabor de boca que está incompleto, así que intento solucionar dicho problema en ir sumando, más adelante, a este trabajo todo lo que encuentre y sea novedad, por lo qué debe tomarse lo que está leyendo en un trabajo vivo que irá creciendo en el tiempo, de ahí qué le aconsejo, si está interesado en el tema, que lo visite con cierta regularidad.

El ser humano como tal, casi desde sus orígenes y como animal social que es, se formó en grupos familiares estables de recolectores, para más tarde en plurifamiliares, formando concentraciones de población, tras la domesticación tanto de animales como vegetales, que hizo más fáciles sus vidas, tema en el que no voy a entrar en el presente trabajo por lo qué lo invito a leer un ambicioso proyecto inconcluso que comencé hace ya algunos años y que puede ver en ‘La loca historia de la gastronomía’.

Dichos humanos fueron conscientes  de que eran dependientes del mundo que les rodeaba, desde ese momento intentaron explicarse los fenómenos atmosféricos, los siderales, como era el nacimiento y puesta del sol del que tanto dependían, de la luna o las estrellas, del ciclo reproductivo de las plantas y los animales, de la muerte o la cotidianidad, desarrollando dos mundos paralelos: el de la experiencia, la observación y la lógica, y otro mágico y abstracto que a modo de saco se iba llenando de sucesos fuera de su entendimiento, algo parecido a lo que hoy hacen los ufólogos, donde cualquier hecho que no se puede explicar es un acto atribuido a otros seres que están en otro plano, en otra esfera, y de ahí nacieron los dioses, las religiones y la superchería, de modo que según los humanos avanzaban en su sapiencia, la comprensión y creencias de sus dioses cada día estaba y está más lejana.

mercaso

No es mi intención el hacer un trabajo antropológico ni etnográfico por no competir con Lévi-Strauss o Malinowski, por poner un ejemplo de los padres de la antropología, porque para eso tenemos en nuestro sitio a una eminente profesional, nuestra compañera Martha Delfín Guillaumin, la idea que voy a exponer es un deseo insatisfecho de muchos años: el de recopilar el mayor número de leyendas relacionadas con el nacimiento o invención de los alimentos y que nuestros temerosos antepasados inventaron para sobrevivir a nivel mental y espiritual dentro de sus miserables vidas, donde la escasez de alimentos fue y es la tónica imperante, excepto en épocas muy recientes donde sólo un grupo determinado de la población tiene excedentes de comida en detrimento del resto.

El descubrimiento de la agricultura y con ella la tecnología para producir comida fue uno de los hitos más importantes para el triunfo de la especie humana, de ahí la necesidad de saber qué existió dentro del saco mágico del que hablaba antes, cómo se explicaba el hombre primitivo, y digo bien el hombre porque las hembras estaban marginadas de la abstracción del pensamiento, el origen de dichos alimentos.

Creo, y esto es algo personal, que sin conocer la mitología y la cosmología de los alimentos es dejar un espacio en blanco dentro del lienzo de la comprensión y del entramado que nos ayude a entender parte, del desarrollo humano.

Esta primera parte la quiero dedicar a América, aunque a posteriori he tenido que subdividir el trabajo en capítulos.

Desde la antigüedad más remota la sacralización de los alimentos, como he expuesto al comienzo del presente trabajo, fue la base, o parte importante, de sus religiones y así encontramos en Egipto, Grecia, Roma y en la misma religión cristiana una comunión de las creencias que fueron los pilares básicos de la cultura en que nos desarrollamos, de modo que en el cristianismo encontramos el vino como símbolo de la sangre, el pan con el de la carne, algo que se repite en otras partes del mundo antiguo, y el aceite como el halito vital y divino. En el oriente del Mediterráneo, cuna de toda la civilización occidental, otros alimentos fueron representados dentro de las historias de los dioses que fueron sus creadores y donantes a los humanos.

Los cereales, en casi todas las civilizaciones, fueron el pilar básico de la alimentación y así encontramos que en América el maíz; el trigo, la avena, el mijo o el centeno lo fueron en Europa y Eurasia y el arroz lo fue en Asia, pero siempre éstos, los cereales, la base de la mitología de los pueblos y todos tuvieron historias muy similares, por lo que nos damos cuenta que el ser humano, salvo excepciones, es bastante rutinario en el pensamiento.

A la hora de recopilar la información, entrando de lleno en el motivo del presente trabajo, topamos con el destrozo cultural que hicieron los españoles cuando invadieron el continente, algo que, pese a ser una imposición a los vencidos, trajo beneficios, como pudo ser una única lengua y una religión común, uniformando todas las estructuras sociales, administrativas, políticas y religiosas, piedra base donde se asientan hasta hoy todos los países latinoamericanos de una forma más o menos común [1], creando nuevas señas de identidad ideales para, una vez independizados los colonos y los nativos, crear los cimientos de los Estados Unidos del Sur del Continente, de nombre desconocido, que fracasó de forma estrepitosa por los intereses de políticos que han ido esquilmando sus fincas, más que sus países, hasta el día de hoy, excepción hecha de conatos de unión federal que siempre fracasaron, exacerbando el odio hacia la antigua metrópolis, culpándola de todos sus males y enrocándose en sí mismas, modelo desastroso que llevó a la miseria a todo el continente sur, algo que choca con respecto al modelo político de sus vecinos sajones que se formaron en una federación de estados con las mismas bases antes mencionadas y evidentes antagónicos resultados.

Dicha aculturación de los pueblos, con el resultado de la amnesia colectiva, hace que para saber del antes de la invasión, la mayoría de las veces, debamos confiar en el legado escrito de los conquistadores y su ‘sui generis’ forma de ver las cosas, en las especulaciones interpretativas arqueológicas actuales o las tradiciones orales, a todas luces estas últimas muy contaminadas; a todo esto hay que sumar las muchas mentiras interesadas que de tanto repetirse se convierten en verdades, producto esto de lo ya comentado de los caciques actuales y de la esquizofrenia de todos en busca de sus señas de identidad como países que, en el mejor de los casos, no superan los doscientos años y donde, como consecuencia del enrocamiento antes mencionado aísla más que une a todos, facilitando el neocolonialismo tanto cultural como económico, de modo que países ricos en recursos sean dependientes de otros donde prima la unión, tema este que escapa a la intención del presente estudio.

Al enfocar este trabajo me asaltó la duda de por dónde comenzar, si desde el foco cultural a la llegada de los españoles (los pueblos mexicanos y los andinos, etc.) o, como he decidido, llevando un orden geográfico para no confundir al lector, yendo de norte a sur del continente, advirtiendo que este trabajo se irá ampliando, como ya he dicho, según encuentre nuevos dados, por lo que cuando llegue el final de este escrito no quiero que interprete que no quiere decir fin del estudio de investigación, sino un continuará.

América del norte y las tribus nómadas

Recuerdo que hace muchos años, cuando aún no escribía sobre la historia de la gastronomía y los alimentos, como una buena amiga, Jayme Armstrong, me contaba como los indios del noroeste de Estados Unidos, creo que se refería al pueblo de los Chinook, se alimentaban principalmente de la pesca, cuando llegaba la primavera y los salmones comenzaban a remontar los ríos, a los primeros que pescaban los ponían en el fuego ceremonialmente, simbolizando el humo al quemarse el alma de dichos peces, los cuales comían quitándoles las espinas con sumo cuidado para posteriormente volver a montar su esqueleto a orillas del río, orientando sus cabezas en la dirección del nacimiento del caudal, de esta forma pensaban que aseguraban su regreso al año siguiente.

En lo que hoy es Canadá y Estados Unidos predominaron los pueblos trashumantes que al no conocer la seguridad, o la gran probabilidad, de tener alimentos o dominio sobre ellos, llegaron a ser los primeros ecologistas al tener un contacto más íntimo con la naturaleza y saber de la fragilidad del ecosistema.

Como aperitivo recomiendo leer el siguiente trabajo de mi compañera Martha Delfín que tituló ‘Breves noticias sobre la comida y la bebida entre los apaches y otros pueblos indios del norte de México’, un magnífico estudio que nos aproximará al objetivo propuesto en el presente trabajo.

Las primeras noticias sobre la sacralización de los alimentos de los distintos pueblos americanos fueron conocidas en Europa por lo escritos de los religiosos españoles, que a mi entender hicieron una muy loable labor no sólo evangelizadora sino de aceptación y defensa de los pueblos oprimidos, de ahí su integración a la Corona Española de los habitantes del continente en un plano de igualdad, llegando con Carlos III a darles estatus de ciudadanos españoles.

Pero deberíamos preguntarnos qué pensaban los egocentristas europeos sobre la mitología indígena americana tras siglos de dominación, labor esta de investigación que me llevó a un libro publicado en 1864, escrito por un tal Juan Bautista Carrasco, qué desde mi punto de vista no tiene desperdicio porque comienza así: “Las creencias religiosas de las poblaciones salvajes de América, en la época que los europeos arribaron a este país, llevan el sello de la barbarie”, debiendo entender que esa palabra ‘barbarie’ como peyorativa con el mismo significado que le daban los latinos y griegos a las tribus del norte de Europa o todo pueblo que no tuviera su cultura.

Continua haciendo un repaso para adentrarnos en la mitología de los pueblos del norte diciendo: “La mayor parte de los salvajes de la América del Norte, reconocieron un Ser Supremo, al que llamaban Manitu (Espíritu), y que ordinariamente se ha confundido con el Sol.

Pero además admitían un gran número de divinidades inferiores, clasificadas, como en los Iroqueses, en divinidades maléficas y benéficas: en ciertas tribus las nombran también Manitus, precediendo a este nombre un epíteto”, de forma que estos Manitus de segunda eran tenidos por los europeos como fetiches al reencarnarse en una piedra, un perro o una serpiente, practicando con ellos los chamanes, siempre desde la perspectiva de los colonizadores, brujerías y magias.

Soy consciente que sobre los aborígenes del norte del continente dejo muchas lagunas, que con el tiempo iré desecando, ya que creo que ante la gran variedad y cantidad de pueblos que existían ahí que ahondar más en el tema.

 Mesoamérica y la abstracción del pensamiento

Donde más historias mitológicas encontré, relacionadas con los alimentos, fue en Mesoamérica y casi todas relacionadas con el maíz, de modo que sirvan las anteriores historias como prólogo de todo lo que viene.

La mitología y la sacralización de los alimentos en Mesoamérica

Resulta, como mínimo, chocante el leer en un libro de mitología del siglo XIX el concepto que se tenía sobre la religión de los mexicanos precolombino al leer: “La religión de los antiguos pueblos de México, era de sumo grado triste y cruel en sus ritos. Sus divinidades, representadas con formas las más horribles, se complacían sólo en el terror y la venganza. Los ayunos, las mortificaciones, las penitencias atroces, los sacrificios humanos, todos estos medios se empleaban para aplacar la constante ira de los dioses. Los prisioneros de guerra se sacrificaban con ostentosas ceremonias de ferocidad: el corazón y la cabeza de la víctima, pertenecían a los dioses, y lo restante del cuerpo se dejaba para el dueño del prisionero y para los amigos que se obsequiaban en un festín”. Quitando la parte última más parece que habla de la religión cristiana, donde su Dios se complacía en poner a prueba a su pueblo, sacrificaba a su hijo de la forma más cruel y quemaba a las personas por el simple hecho de ser apóstatas, algo que choca en una mente racional cuando se piensa que dicho Dios era sabedor del pasado, presente y futuro de todos y de todo, pero como veremos las cosas no eran así en el México inventado por los ganadores o donde se deduce que la historia se manipula y se usa como arma política y donde tenemos un ejemplo actual en boca del Presidente Nicolás Maduro o de los gobiernos capitalistas en relación con los árabes.

La primera historia, pese a todo lo contado, fue recopilada en el año 1543 y editada en 1558 en francés por el franciscano francés Adre Thevet donde refería la creencia de los pueblos nahuas, que habitaron el centro del México actual, del origen de los alimentos y que en síntesis era la siguiente:

Dos de sus dioses llamados Piltzintecuhtli y ella, ya que eran pareja, Xochipilli tuvieron un hijo al que llamaron Cintéotl (el dios mazorca), este nuevo dios deseoso de dar a los humanos alimentos se hundió en la tierra, por lo visto las gentes no comían hasta entonces, y como si fuera una semilla milagrosa brotó de forma polimórfica agraria y así de sus cabellos nació el algodón, de una oreja una planta llamada huauhtzontli (para saber más aconsejo leer a nuestra compañera Martha Delfín en el siguiente trabajo: Huauzontle, bledo como cabello), de la nariz la chía, de los dedos los camotes, de las uñas de los dedos el maíz y otros vegetales comestibles de otras partes del cuerpo.

No existe la duda que distintos grupo étnicos y culturales poseen, o han poseído, discursos simbólicos y rituales muy parecidos, algo que veremos cuando lleguemos a la región andina, ya que la historia anteriormente contada casi coincide, al menos en el mensaje, aunque difiere poco en la forma.

México, casi al igual que España, es una unión de pueblos con distintas culturas, de hecho la región huasteca está habitada por los pueblos nahuas, otomíes, pames, Ñanú, huastecos y tepehuas. Por otra parte existen otros pueblos, como los que habitan la península del Yucatán, el pueblo macehualob y precisamente de ellos y sus creencias trató un libro anónimo, escrito hacia el año 1550 por un aborigen que aprendió a escribir en caracteres latino, algo a tener en cuenta cuando se habla de la esclavitud y desprecio hacia los indios americanos por parte de los españoles. El libro en cuestión es conocido por ‘Popol Vuh’ o ‘Popol Vuj’, con una historia de novela por sus vicisitudes hasta que fue conocida por el público en el año 1861. En dicho libro se cuenta que el ser humano, su carne, fue creada por los dioses de maíz, simbolismos que se repite en la religión cristiana.

maizdioses1El Dr. Miguel A. Bartolomé, antropólogo, Miembro de la Academia Mexicana de las Ciencias e investigador del Centro Regional INAH-Oaxaca recogió la tradición oral macehual en Calcachén (X-Cacal) en el Yucatán donde dice: “El alimento que nosotros comemos actualmente, el alimento que tomamos todos los días, fue sacado de una ciudad llamada Xurux, un pueblo encantado por el fuego, donde se sacaron las semillas del Santo Maíz. Ese lugar estaba encantado por Dios; lo había encantado con fuego. Como este lugar estaba lleno de fuego, nadie podía entrar a buscar la semilla. Entonces se juntaron todos los animales del mundo. Se juntaron todas las abejas de todas las colmenas. Se juntaron grandes animales y grandes pájaros que lucían preciosos plumajes de hermosos colores. El xpokin, un pájaro del tamaño de un fruto de cacao, andaba entre los grandes animales. Entonces se dio una orden: los grandes pájaros de hermosos plumajes tenían que cantar para que bajaran las llamas, y así alguien pudiera ir a buscar las semillas. Pero en lugar de disminuir, las llamas del lugar encantado subían cada vez más, y los animales se espantaban y huían. Entonces dijo la pequeña xpokin:

–       Si no me matan, yo les cantaré una canción para que la escuchen.

Ellos respondieron que podía cantar, que no harían nada. Y la xpokin dijo:

–       Tengo miedo de que me maten, me pueden pisar y me matarían, ¿no ven que son ustedes muy grandes?

Pero le respondieron:

–       No te haremos nada; canta pues, si sabes hacerlo.

Y la xpokin comenzó a cantar:

–       ¡Okidzama ma-mao!

Y el fuego comenzó a bajar, así durante tres veces y cuando terminó el gran fuego se apagó y sólo quedaron trozos de carbón. Entonces pudieron entrar los kitanob (cerdos del monte), los ha’leb (pacas), los venados, los pavos silvestres y todas las grandes aves. Y entonces el pájaro Toh dijo:

–       A mí me gusta mucho dormir, así que mejor me voy al camino y pongo mi cola sobre él, para que cuando pase la gente me despierte.

Los hombres que pasaban por allí eran los que iban a sacar las semillas. Los mukpik fueron los últimos que pasaron, y le pisaron la cola al Toh. Él se despertó y corrió gritando:

–       ¡Muk-pik!, ¡Muk-pik!

Y desde entonces ése es su grito. Luego el Toh fue a buscar la semilla en el lugar del Santo Maíz. Pero sólo encontró semillas de tomate, y las sacó. Y desde entonces hubo semillas para sembrar tomates. Porque Dios tenía encantadas las semillas de todas las plantas en el santo pueblo de Xurux. De allí fue sacado todo alimento y de ahí nació toda la gente que existe ahora”.

Esta historia da pie a la costumbre actual en México de sembrar un poco más de maíz en los campos para que los pájaros puedan comerlo en agradecimiento a aquellos que lo obtuvieron para todos los seres humanos.

En 1907, el etnólogo alemán Konrad Theodor Preuss documentó la siguiente versión de uno de los mitos que dieron origen de esta semilla, y que publicó con el título ‘La boda del maíz’. El relato trascurre en una época mítica anterior a la adquisición de este grano y dice así.

Watakame, que vivía con su anciana madre, exclamó:

–       ¡Tengo hambre!, voy a preguntarle a la gente. 

En su camino, Watakame se topó con la “gente-hormiga” que transportaba maíz.

– ¿Dónde lo compraron? —preguntó.

– Allá hay maíz, vamos hacia allá a comprarlo.

Y Watakame se fue con ellos.

– Aquí vamos a pasar la noche —le dijeron.

Todos se fueron a dormir. Cuando Watakame despertó ya no estaba la “gente-hormiga”, pero sus cabellos habían desaparecido. Las hormigas arrieras se los habían robado.

Entonces Watakame se dio cuenta de que estas arrieras no compraban el maíz, sino que se lo robaban.

– ¿Qué hago? —pensó Watakame —tengo hambre. Y en ese momento se sentó en la cresta de una sierra y, desde ahí, vio cómo se acercaba una paloma [kukurú, güilota] que traía masa de maíz en el pico. La paloma es la madre del maíz.

– ¿Puedo visitarte en tu casa?—le preguntó. 

Pronto llegó al rancho de la paloma, y preguntó:

– ¿Aquí venden maíz? 

– Bueno —dijo la dueña del rancho, que era una viejita —lo que te puedo dar es una muchacha.

Ella abrió la puerta y empezó a llamar: 

– Ven, maíz amarillo; maíz rojo, ven; maíz negro, ven; maíz pinto, ven; maíz blanco, ven; ven, flor de calabaza; ven, amaranto rojo. Maíz amarillo, tú te vas a ir con él.

– No —contestó este último.

– Maíz rojo, te vas.

– No.

– Maíz negro, te vas.

– No. No voy.

– Maíz pinto, te vas.

– No voy. Porque mañana o pasado mañana me va a regañar. Camino muy despacito.

– Flor de calabaza, te vas.

– No. Me cortará con un cuchillo.

– Amaranto rojo, te vas.

– No. Me tirará.

La viejita entonces le dijo a Watakame:

– Construye cinco trojes y un adoratorio bonito [es decir, un xiriki]. Durante cinco días coloca flores rojas de cempasúchil en el sur, flores amarillas de cempasúchil en el norte, betónicas en el oriente, tempranillas en el poniente, y en el centro vas a colocar flores de Corpus. Durante cinco días enciende una vela. No vayas a regañar a las muchachas. Ponlas en el adoratorio, y nunca dejes de barrerlo.

Watakame se fue a su casa e hizo lo que le dijo la viejita. A los cinco días llegó la muchacha del maíz, y entonces él vio que sus trojes estaban llenas de maíz y comió. Pero este idilio no duró mucho. La madre de Watakame no pudo aceptar que las cinco Niwetsika fueran tratadas como princesas y no le ayudaran con las tareas de la casa.

Entonces la madre de Watakame regañó a su nuera: 

– ¡Prepara la comida, eres una mujer y no un hombre para que te sirvan la comida! —dijo ella.

La muchacha maíz se puso a moler en el metate. Un chorro de sangre salió de sus manos. Llorando molió el maíz. Se quemó las manos. Al final desapareció. Ya no hubo maíz en el rancho.

– ¿Qué voy a comer? —exclamó la viejita y le dijo a su hijo: —Niwetsika se fue a su casa. ¡Tráemela otra vez! Watakame regresó al rancho de la madre del maíz y dijo: 

– Perdí a Niwetsika, ¿vino aquí?

– Te dije que no la regañaras. Ya no te la voy a dar. Aquí vino. Aquí está. Sus manos quedaron totalmente quemadas. Vete tú solo. Se fue. Llegando a su choza regañó a su mamá: 

– La regañaste. Por eso se fue, y nosotros nos vamos a morir de hambre.

Otras versiones de este mito cuentan que el hombre y su madre sobreviven a la hambruna y se convierten en los antepasados de los seres humanos, pero sólo después de arduas negociaciones con la madre de las muchachas. Watakame le lleva a su suegra muchos obsequios: carne de venado, tamales. También elabora para ella velas, jícaras y flechas, es decir las ofrendas que actualmente se preparan en ocasión de las fiestas del xiriki. Así es como se celebró la primera ceremonia de este tipo. Ahora el maíz ya no crece por sí mismo, sino que requiere mucho esfuerzo, tanto físico como ritual”.

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En un libro titulado ‘Cuentos y relatos indígenas’ encontré un trabajo de Patricia Maldonado Núñez en donde cuenta una tradición oral trasmitida por su abuela, en la que nos introduce en otra historia mitológica del maíz, que tituló ‘El maíz y las arrieras’, y que la clasificaría dentro de los cuentos simplemente porque la tradición oral se contamina, ya lo he dicho anteriormente, del presente del narrador y su entorno mientras camina hacia el futuro, frase esta que no sé si puede ser entendida o bien interpretada por quien me lea, algo que no ocurre con los libros donde el contaminado es el lector y no el narrador que permanece anclado en su tiempo.

En dicho cuento o casi fábula la benemérita abuela contó a su nieta qué hacía muchos años, o érase una vez…, la gente cosechaba los alimentos en exceso, lo que seguramente les llevaría a una deflación importante, de modo que no se dieron cuenta de lo importante que era el maíz entre otros alimentos agrícolas, había tanto que por más animales domésticos que se tuvieran siempre tenían excedentes, de forma que ante tanto sobrante los productos no tenían salida en el mercado, desequilibrando la balanza de la oferta y la demanda, terrible dilema de la economía de los países y de los tenderos y comerciantes en general, ya que los precios de los alimentos debieron derrumbarse, esto último es de mi cosecha.

Ante dicho estado de cosas, según contaba la abuelita, “Maltrataban al maíz que se pudría y lo dejaban donde quiera; nadie se preocupaba por levantar los granos tirados en el suelo de las casas y los pisoteaban”, lo que hizo que el maíz llorara como los niños y al darse cuenta la gente se atemorizó, incluso los hombres querían salir huyendo del pueblo, a tanto llegó el miedo que se negaban a comerlo porque estaba vivo. Pero el hambre hizo que algunos, pasado un tiempo, lo volvieran a comer y al ver que no pasaba nada olvidaron lo ocurrido, hasta que al año siguiente lo sembraron y “a los pocos días empezaron a notar que las milpas crecían muy mal. Y cuando llegó la hora de la cosecha salieron pocas mazorcas, poco maíz, por lo que comenzó el hambre”, pasando de una deflación a una inflación ante la carestía del alimento básico, lo que hizo que los precios subieran hasta niveles especulativos, tanto si era en moneda o en especies,  y así el pueblo tuvo que “a acostumbrarse a comer la cabeza del plátano, moliendo un poco de maíz, algunos comían puro camote, la yuca del plátano”.

Por dos o tres años el pueblo sufrió hambre, soñaban que el maíz se había escondió de ellos por despreciarlo, algo corriente en el pensamiento humano que no sabe discernir y razonar las verdaderas razones de sus miserias, porque este cuento tiene varias lectura, de ahí mi interés en hacerle mención.

Pero un día un hombre salió a trabajar muy temprano, antes de que amaneciera. Llevó un ocote (especie de pino colorado con mucha resina que sirve de combustible) alumbrado para ver el camino. Al momento alcanzó a mirar algo que pasaba cruzando. Se paró a observar qué era, y descubrió que eran las hormigas arrieras y que cada una cargaba dos granos de maíz”, de modo que, por casualidad, encontró a los pequeños especuladores y acaparadores de su alimento base que estaban llevando a su pueblo al hambre y la miseria.

Este hombre retuvo a la hormiga hasta que se hizo de día, “entonces empezó a gritar a sus compañeros, diciéndoles que había encontrado un grano de maíz, (lo que hace pensar que ya se había comido uno). Rápidamente se juntó la gente y entre todos tuvieron una gran idea: era mejor soltar a la arriera para saber a dónde iba; así que la fueron siguiendo”. Dicha hormiga llegó a un promontorio y se metió entre las rendijas de una piedra, los hombres intentaron levantarlas, pero ante la imposibilidad de hacerlo decidieron que lo mejor sería “tirar un rayo para volar en pedazos el cerro. Y encargaron esa tarea a los rayos rojos”. Dichos rayos atacaron tres veces, hasta que la gran roca saltó en pedazos, dejando a la vista de todos una gran gruta que estaba llena de granos de maíz, estaban ante lo que en la economía de los países capitalista hoy se conoce como los trust o cártel.

Al momento de su descubrimiento apareció un hombre viejo muy enojado (atentos que era un dios) y todos se postraron ante su presencia, dicho personaje les gritó: “¿Qué quieren? ¿Por qué rompieron la puerta de mi casa?”. “Todos se morían de miedo, temblaban; pedían disculpas; le decían que vivían hambrientos”, a lo que el anciano con arrogancia, porque el poder no sólo abusa de los oprimidos sino que también los humilla, les dijo: “Yo mandé recoger el maíz. Aquí lo tengo almacenado porque ustedes lo maltrataban. Si les vuelvo a dar es porque mi casa ya está toda llena; mis bestias (se refería a las hormigas) siguen trayendo más por aquí, porque allá no caben todas, pero me tienen que traer un regalo y hacer una gran fiesta. Quiero tabaco puro y el trago más fuerte”.

Los incautos pueblerinos le obedecieron e hicieron la fiesta tal y como deseaba el gran especulador en lugar de cortarle la cabeza y terminar para siempre con la tiranía, este último pensamiento es mío también, y todos felices y en manos de un hombre, que en realidad era un dios como ya he comentado, que desde entonces jugó con el hambre de todos siendo inmensamente poderoso y adorado.

Quiero terminar con la mitología del maíz en México, que es tan extensa como para escribir un libro, citando a Mariano Gómez Méndez que recopiló un relato del pueblo chamula y que tituló: ‘La hija del dios subterráneo’ y qué también edito de forma más extensa Enrique Pérez López bajo el título ‘El hombre que se casó con la muchacha del ángel’ y que es como sigue, siendo esta la historia contada por el primero de ellos: “Una mujer fue a la milpa a sacar tres mazorcas  de maíz. Esa noche, cuando su marido regresó a la casa, se enfureció al ver la gran cantidad de maíz que ella había recogido, pero lo cierto era que las mazorcas se habían multiplicado mágicamente. El hombre estaba tan enojado, que le dio un puñetazo en la nariz. La mujer se limpió la nariz sangrante con una mazorca de maíz, y así nació el maíz rojo. En el momento en que el marido la golpeó, cayó muy cerca un rayo y empezó a llover. El padre de la mujer les había dejado, a sus dos hijos, una olla mágica que producía comida. Se suponía que el marido no tenía que verla, pero el hombre la halló, comió de ella y luego la rompió, con lo que dejó a los niños sin su fuente de sustento. Cuando la mujer regresó y descubrió esto, les dio de comer maíz rojo. También les dio maíz blanco (que obtuvo de sus lágrimas).

Mientras tanto, el hombre había ido a la morada del dios subterráneo para reclamar a su esposa, que había desaparecido, pero el dios no quería devolvérsela. Echó al marido de su casa, y poco después el hombre murió de pena. Posteriormente, la mujer repartió maíz rojo entre todos los que habían sido sus amigos”.

Esta historia contada por dos autores refuerza lo ya comentado anteriormente sobre la contaminación a la hora de trascribir una tradición oral, ya que siendo la misma historia, la contada por Mariano Gómez y Enrique Pérez, su interpretación o encaje difiere  notablemente, por lo que siempre será a gusto del narrador y no del origen la que se obtiene, de forma que al transformarse en el tiempo hasta es posible que ni se parezcan, algo que creo que confunden algunos profesionales que buscan en los viejos del lugar historias tradicionales de antes de la llegada de los españoles, sin tener presente que han pasado muchas generaciones trasmisoras de narradores, más de 500 años, y que nada de lo que cuentan puede tener parecido con las ideas originales, sólo satisfacen, posiblemente, el fatuo deseo de la notoriedad ante el mundo y principalmente entre sus colegas de profesión, intentando demostrar o mostrar una señas de identidad que se perdieron irremisiblemente hace siglos o que se han transformado aunque prevalezca en ellas (las historias tradicionales) el sentido de identidad… grupal, como pueblo originario, como mestizo, como….

Esta unión entre lo sagrado y lo cotidiano o viceversa, tomada esta apreciación desde la perspectiva de cual indujo a la otra, choca de forma brutal, por ejemplo, entre los pueblos en los que la tradición es consecuencia de sus vidas y así nos encontramos con el pueblo huichol que sacraliza su existencia y sus costumbres tomando como eje su alimento básico, el maíz, donde está prohibido por el consejo comunal hacer uso de plaguicidas o fertilizantes o yendo más allá, el enviar todos los años, aquéllos que viven fuera de dicha comunidad, dinero a sus familiares para contribuir a las fiestas del maíz, so pena de perder los derechos comunales y de esa forma todo lazo con su pasado.

Para terminar con la sacralización del maíz aconsejo leer a todos los interesados, dentro del ‘Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana’, editado por la UNAM, un trabajo sobre la ‘Adivinación con granos de maíz’ que es una delicia.

nopal2Una extraña planta y sus frutos que estaba fuera de la triada de alimentos mesoamericanos que preconizo en mi trabajo ‘Historia de los alimentos que llevaron los europeos a América’, formada por el maíz, el frijol y el chili o pimiento, estaba considerada casi una ambrosia en la mente de los aborígenes y como tal también se sacralizó y formó parte de la mitología, me refiero al nopal, una planta que se usó ya como alimento por los indígenas nómadas de los valles de Hidalgo, México, Guerrero, Puebla y Oaxaca, ya que fueron los primeros agricultores de las plantas nativas (frijoles, calabazas, chiles, aguacates y posiblemente jitomates), aunque no se descarta que fuera alimento mucho antes recogido en estado silvestre y no cultivado hace más de 20.000 años, siendo utilizado tanto como alimento  y medicina, según decía el investigador R. V. Flannery en su libro ‘Los orígenes de la agricultura en México: las teorías y las evidencias’.

La mitología contaba que dicha planta nació del corazón de uno de sus dioses llamado Copil, de ahí su nombre, que tras una pelea doméstica con su tío Huitzilopochtli, que por todas las trazas debía tener un humor de perros, le arrancó dicho órgano esencial para la vida y lo enterró entre unas rocas de donde al poco tiempo nació el nopal.

Las primeras noticias que llegaron a Europa de aquel desconcertante árbol para los españoles provienen, en primer lugar, de Fray Toribio de Motolinia en el año 1539 y donde la describe de la siguiente forma: “Son árboles que tienen hojas del grueso de un dedo, algunas más gruesas y otras menos, tan largas como el pie humano, y tan anchas como la palma de la mano“, no fue muy explícito en su descripción pero menos es nada.

Según la Real Academia de la Lengua española dice sobre su morfología lo siguiente: “Planta de la familia de las Cactáceas, de unos tres metros de altura, con tallos aplastados, carnosos, formados por una serie de paletas ovales de tres a cuatro decímetros de longitud y dos de anchura, erizadas de espinas que representan las hojas; flores grandes, sentadas en el borde de los tallos, con muchos pétalos encarnados o amarillos, y por fruto el higo chumbo. Procedente de México, se ha hecho casi espontáneo en el mediodía de España, donde sirve para formar setos vivos”.

Para saber la historia de esta planta, sobre todo en España, les remito a mi trabajo titulado ‘Historia de la chumbera, opuntia, nopal o tuna y los higos chumbos’.

Entrando en las bebidas sagradas, que con la llegada de los españoles perdieron todo su sentido sacramental, prohibiendo su consumo hasta con penas de cárcel, está el agave o maguey, que fue la bebida que alegró las almas y los cuerpos cuando sentían que perdían sus señas de identidad y donde disfrazaron sus creencias religiosas abrazando la impuesta por los invasores, consiguiendo una permeabilización de donde sin nacer otra nueva sí consiguieron no borrar su idiosincrasia.

Para saber más sobre esta planta aconsejo leer los trabajos de mi compañera Martha Defín Guillaumin titulados: ‘El pulque en Tacubaya en la época colonial’ y ‘Pan de pulque de Tlaxcala: El rescate de una tradición’.

Un intermedio reflexivo entre dos cultura: la maya y la inca

No hay duda que existen diferencias notables cosmológicas entre los pueblos del norte y sur del istmo de Panamá, la razón está en la casi incomunicación entre ambos hemisferios, de ahí que no fueran permeables las ideas y las costumbres, la del norte más religiosa y radical y la del sur más permisiva y dependiente de la climatología, algo que trataremos en un próximo capítulo.

 


[1] Al revisar el trabajo mi compeñera Martha Delfín me hace la siguiente apreciación que por interesante adjunto: «Esto, por más que es lo que identifica a la actual Latinoamérica, también puede matizarse, me refiero a que el castellano y el cristianismo tienen aparejado el que hayan sobrevivido algunas lenguas indígenas o que se usen palabras que provienen de ellas, como maíz o tomate, por ejemplo. En cuanto a la religión, la manera como se permearon los cultos antiguos con el cristianismo, por ejemplo, las mayordomías o el sistema de cargueros que si bien alaban a santos o vírgenes católicas, también recrean tradiciones antiguas como las peregrinaciones a los cerros y los bailes. Claro, no estoy considerando las otras religiones que con fuerza han penetrado en Latinoamérica desde el siglo XIX, pero sí lo que hay de santería, de Santa Bárbara Changó, de caracoles y otras cosas que están presentes en nuestros países americanos«.

 

Bibliografía:

Adivinación con granos de maíz: Documento en línea editado por la Unam en su Biblioteca  digital de la medicina tradicional mexicana.

Bartolomé, Miguel A.: ‘El mundo maya del maíz’. Revista Artes de México, núm. 78 del año 2006.

Carrasco, Juan Bautista: ‘Mitología universal, historia y explicación de las ideas religiosas y teológicas de todos los siglos’. Madrid 1864.

Delfín Guillaumin, Martha: Diversos trabajos en nuestra web.

Flannery, R. V.: ‘Los orígenes de la agricultura en México: las teorías y las evidencias’, 1985

Jarquín Pacheco, Ana María: ‘Ofrendas a Mayáhuel, diosa del maguey en Zultepec-Tecoaque’. Arqueología mexicana. 2014

Kauffmann Doig, Federico: ‘Los dioses andinos: los dioses del sustento’. Anotaciones del autor enviados a nuestra compañera Martha Delfín. 2013

Maldonado Núñez, Patricia: ‘El maíz y las arrieras’. Universidad Autónoma de Chiapas, 1998.

Martínes Vargas, Enrique: ‘Ofrendas a Mayáhuel, diosa del maguey en Zultepec-Tecoaque’. Arqueología mexicana. 2014

Neurath, Johannes: ‘Pueblos indígenas de Máxico y agua: Huicholes (Wixarika). Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y ‘La boda del maíz’

Pérez López, Enrique: Muk’ulil San Juan: ‘Cuentos y cantos de Chamula’. Universidad Autónoma de Chiapas. 1998.

Preuss, Konrad Theodor: ‘La boda del maíz’. Revista Ciencias, Núm. 92 – 93, octubre-marzo, 2009, pp. 34-40, Universidad Nacional Autónoma de México.

Thevet, Andre: ‘Histoire de Mechique’. Francia 1558.

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