HISTORIA DE LA COCINA Y LA GASTRONOMÍA

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Historia de los pepinos o de los Cucumis sativus


Trabajo de Carlos Azcoytia

 Junio de 2011

El día en que los alemanes nos metieron los pepinos por donde más amargan.-

Resulta sorprendente que en una Europa moderna y extremadamente exigente a la hora imponer la mayor sanidad y calidad en los alimentos que consume se puedan producir casos de infecciones alimenticias y envenenamientos de la población a nivel masivo, pero si eso es ya algo inesperado e hipotéticamente impensable pero cierto, lo aberrante es que el afectado, en este caso el gobierno alemán, inmediatamente, sin tener pruebas concluyentes, actúe de forma irreflexiva y culpe a uno de sus socios de ser el causante de dicho desastre, en este caso los agricultores españoles y en concreto los productores de pepinos de la zona de Almería, dejando al sector al borde de la quiebra e indefenso ante unas acusaciones no contrastadas.

En todo este tiempo se han oído, de boca y escrito por los periodistas, barbaridades tales como que las hortalizas españolas, entre las que se encontraba el tomate, estaban prohibidas en toda Europa, sin saber que el tomate es una fruta y no un producto de huerta, algo que hace pensar sobre una profesión supeditada más a la tirada de sus diarios que a la cultura de la información y donde la celeridad en dar las noticias, muchas veces sensacionalistas, caigan en los más espantosos ridículos y en otros casos en el esperpento, pero pasemos sobre esto sin darle mayor importancia porque ni siquiera lo merece.

Haciendo un extracto de lo ocurrido, porque ya es parte de la historia de la alimentación y del continente europeo, todo comienza cuando se declara un brote infeccioso en Alemania producido por un tipo de bacteria E. coli denominada Husec 41, resistente a los antibióticos, que da lugar a una enfermedad denominada 'Síndrome hemolítico urémico' que destruye los glóbulos rojos de la sangre y que finalmente produce fallos renales que en algunos casos terminan con la vida del que lo padece, tanto es así que en pocos días se colapsaron los hospitales alemanes de Hamburgo, lugar donde comienza el brote epidémico, llegando al día 26 de mayo de 2011 a tener 4 muertos y más de 200 enfermos, toda una tragedia.

En ese momento, tanto las autoridades como los científicos alemanes, en una carrera contra reloj intentan parar la propagación de la enfermedad, y parafraseando el dicho español, 'intentan matar mosquitos a cañonazos' buscando responsables y como dicha bacteria se propaga por el abono de las verduras, que se hacen con materias orgánicas animales, léase mierda, que mejor que culpar, como siempre ocurre, a otros de nuestros desastres. Así que el Instituto de Higiene de Hamburgo hace pública la nada convincente suposición de que la procedencia de la bacteria viene de España, principal proveedor de productos de huerta en Alemania, indicando que tres de los cuatro pepinos analizados en sus laboratorios estaban infectados y que iban a ser destinados a elaborar ensaladas en una Europa que cuida su salud, como vemos, alimentándose con productos naturales. Inmediatamente la senadora de la ciudad-estado de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storks decreta la prohibición del consumo de los productos de huerta españoles porque según sus palabras "puede que haya otros productos que sean fuente de la infección".

Pese a todo, en un ir y venir de pepinos carreteras arriba y abajo, al ser devueltos, los casos se multiplicaban, sólo en Alemania o en personas que habían estado allí, y no en España, posible foco de la enfermedad, algo a todas luces incomprensible y que desbarataba dichas hipótesis.

El 12 de junio, tras una labor detectivesca digna de una novela de intriga, tras 30 muertos en Alemania, 1 en Suecia y cientos de afectados, se pudo encontrar el foco de la enfermedad y salta la sorpresa porque el agente causante son los brotes de soja y otras semillas germinadas procedentes de un huerto ecológico de la Baja Sajonia, de modo y forma que los alemanes se infectaron de su propia mierda y su falta de higiene a la hora de lavar los productos de la huerta, algo muy importante si no se quiere padecer infinidad de enfermedades entre las que está la amebiosis.

Sobre esto del abono con elementos orgánicos de procedencia animal recuerdo algo que encontré, investigando para la historia del pan, y que transcribo por lo humorístico de la situación y que cuando escribí el libro para la historia del pan lo redacté así: "Dentro de este contexto es digno de mencionar un episodio contado por Herodoto (484-425 a.C.), padre de la historia y de la antropología, contenido en su libro Historias (libro III, cap. 22) donde narra, en un diálogo imaginario entre los mensajeros del rey de Persia y el soberano de los etíopes, en el que este último, al conocer las costumbres alimenticias de los persas, que se sustentaba en el pan de trigo candeal, muestra su repugnancia al conocer que para cultivar el trigo hay que fertilizar las tierras con abonos animales, llegando a la conclusión, tras extraños recorridos por vericuetos neuronales de su cerebro, que los comedores de pan son en realidad comedores de excrementos. Hay que aclarar que la dieta de los etíopes de aquella época estaba compuesta primordialmente de leche y carne hervida".

Ahora la Comunidad Económica Europea intenta, junto con el gobierno alemán, resarcir económicamente a los agricultores españoles; eso sí, los políticos, lacra social de todo el mundo, siguen justificando tan precipitada decisión que hunde la agricultura española, a lo que hay que sumar la que llamaremos asquerosa actuación de los agricultores franceses que quisieron ocupar el hueco que dejaba España por medio de sus sindicatos, toda una vergüenza de oportunistas sin escrúpulos.

La historia de una hortaliza llamada pepino.-

El origen de esta planta, según Ángel Muro en 1892, es de la India o Tartária, algo que tras sus más de 3.000 años de consumo por todas las culturas carece de importancia, sobre todo porque es imposible hoy día satisfacer dicha curiosidad, al no encontrar dicha hortaliza en estado salvaje, por lo que se han perdido todas las pistas para esclarecer su origen.

Las primeras referencias al pepino se encuentran en Mesopotamia y casi a la misma vez en Egipto. En el primer lugar se sabe de su existencia gracias a una recopilación de recetas, publicadas por el arqueólogo Jean Bottéro (ver nuestro trabajo Las recetas más antiguas de la humanidad... hasta hoy), donde nos da la siguiente fórmula: Se calientan seis litros de agua previamente aromatizada, por infusión, con mostaza hasta que hierva, luego se echan 15 gramos de pepino. Se cuece hasta que se reduzca a un litro y se cuela. Por último se cuece ahí la carne de un animal sacrificado.

En Egipto, mucho más estudiado arqueológicamente, encontramos su presencia hace ya más de 3.000 años (ver nuestro trabajo titulado La alimentación en el antiguo Egipto) gracias a las semillas que quedaron en las ofrendas de las sepulturas en el Reino Nuevo.

Tanto en el Corán como en el Antiguo Testamento, en el Libro de los Números, capítulo XI, encontramos como los judíos que iban con Moisés añoraban, tras el hartazgo del insípido maná, los productos que comían en Egipto entre los que se encontraban los cohombros y pepinos.

Julio Moderato Columela, el gran agrónomo romano que era natural de la ciudad de Gades o Cádiz en Hispania y del que tenemos muchos estudios en nuestra revista, comenta en su libro 'Los doce libros de agricultura' que en los sitios donde no se pueden regar se siembren de la siguiente forma: Debe de hacerse un surco en la tierra más bien hondo en el mes de febrero, como de dos palmos, y debe de ponerse en el fondo de él unas pajas; en el mes de marzo se debe echar encima tierra muy bien estercolada y la semilla encima y se termina de cubrir de tierra. Según vaya creciendo se echa de nuevo tierra, hasta igualar el surco, de esta forma, según dice, durará el fruto todo el verano y tendrá mejor sabor que regándolo.

Si a los romanos se le debe la difusión del pepino por toda Europa es España la que lo llevó a América, sin saberse la fecha de su llegada al Nuevo Continente, no es el pepino tan importante como datarlo en su emigración.

En el libro de Casiano Baso titulado 'Geopónica o extractos de agricultura' del siglo V encontramos transcripciones sobre el cultivo y cuidados de los pepinos que fueron escritos por los dos hermanos agrónomos Quintilios: Sexto Quintilio Valerio Máximo y Sexto Quintilio Condiano, que eran oriundos de Alejandría de la Tróade y que fueron ejecutados por orden del emperador romano Cómodo en el año 182 d.C.

Gracias a dichos agrónomos y a Casiano Baso que los trascribió sabemos que el pepino era una hortaliza que se plantaba entre las cepas de la vid para aprovechar al máximo la plantación de las tierras y que compartían nicho con las habas, los yeros y las calabazas (libro V, capítulo 11, apartado 1 de Geopónica).

En el capítulo XII, 19 del citado libro Geopónia...encontramos un casi tratado dedicado a los pepinos titulado 'Sobre las calabazas y pepinos y las curas con ellos, y cómo se puede conseguir que una y otro no contengan semillas y obtenerlos tempranos. De los Quintilios'  que transcribo y donde nos daremos cuenta de la importancia que tenía en aquella época: "1. No tendrán semillas en su interior de este modo: en cuanto crezca el primer vástago o rama de la calabaza o del pepino entiérralo, como los sarmientos de la vid, de manera que sólo sobresalga la punta de la rama, y cuando crezca cúbrela de nuevo igualmente con tierra, repitiendo por tercera vez la operación; corta los brotes de los segmentos centrales que salen de la tierra dejándole tan solo el último, o sea el tercero, y tendrás tanto calabazas como pepinos sin semillas. 2. Obtendrás igualmente pepinos y calabazas sin pepitas si antes de enterrar las semillas las remojas durante tres días en aceite de sésamo. 3. Conseguirás pepinos y calabazas tempranos del modo siguiente: echa en canastos o en vasijas inservibles tierra cribada y mezclada con estiércol, con lo que le proporcionas mayor humedad; y anticipándote a la estación habitual, por ejemplo al comienzo de la primavera, planta las semillas, y cuando haga sol y calor y en el momento en que llueva convenientemente saca los canastos al aire libre, llevándolos a un lugar techado a la caída del sol; haz esto de manera habitual, asperjándolos cuando invite la necesidad. 4. Cuando cesen del todo las heladas, lleva los canastos o vasijas a un terreno labrado y entiérralos con el borde a ras del suelo, otorgándoles los restantes cuidados; si les suprimes las ramas darán fruto antes. 5. Los harás grandes así: si echas agua en un almirez o en algún otro recipiente y lo pones cerca de ellos a cinco o seis dedos, pues al día siguiente los pepinos de habrán desarrollado otro tanto; pero si el almirez no tiene agua los pepinos retroceden y se replegarán: hasta tal punto gustan de la humedad y evitan la sequedad. 6. Adoptarán la figura que quieras si modelas recipientes de barro cocido y cuando aún son pequeños los encierras en ellos y los atas, pues rellenarán los moldes y las formas. 7. Por eso también si abres a lo largo una caña, la vacías, la vuelves a unir y la aprietas atándola de punta a punta abriéndole metido el pepino o la calabaza cuando aún es pequeña, al crecer llenará la caña en toda su longitud. 8. Las calabazas son emolientes del vientre. Curan los dolores de oído si se instila su jugo en ellos. Por su parte, la simiente de los pepinos es normalizadora y evacuante de orines agrios. 9. Estos cultivos no serán estropeados por pulgas si hincas junto a ellos ramitas de orégano cuando aún son jóvenes, pues destruyen las pulgas existentes y no permiten que se generen otras. 10. Si a un niño lactante con fiebre le pones al lado en el lecho pepinos de su misma longitud, enseguida sanará, pues los pepinos absorben todos los calores. 11. La raíz de cohombrillo amargo desecada, desmenuzada y bebida con vino dulce o con hidromiel es un admirable remedio contra los vómitos. 12. Si quieres tener pepinos sin jugo, cuando caves la zanja en la que vas  aplantarlos rellena la mitad de la cavidad de paja o de matojos, echa tierra encima y plántalos sin regarlos. 13. Algunos consiguen hacerlos laxantes como sigue: trituran raíz de cohombrillo amargo, la remojan en agua potable durante dos o tres días y los riegan con esa maceración durante cinco días, repitiendo la operación cinco veces. 14. Pero se hace más laxante si después de que retoñen cavas las raíces, echas a las ramitas una porción de eléboro, las las cubres con tierra y los dejas. 15. Echa los pepinos en hez suave y no alterada de vino balnco, llenando hasta arriba el recipiente y calafateándolo, y se mantienen frescos. Asimismo, se conservan también puestos en salmuera. 16. Preservarás lozanos los pepinos si los cuelgas en un recipiente que contenga un poco de vinagre, sin contacto con éste, y calafateas el recipiente para que no les de el aire, y así los tendrás fresco durante el invierno. 17 y 18 habla de las calabazas. 19. Lograrás pepinos y calabazas grandes plantando las semillas con la punta hacia abajo".

Siguiendo con Geopónica encontramos otras dos citas a los pepinos escritas por dos veterinarios, Hierocles, del siglo V, del que poco se sabe, y de Teomnesto, ambos especialistas en ganado equino, publicando el último su obra entre los años 313 y 324 d.C.

Hierocles para sanar a los caballos dice que para curar el cólico sirve también administrarle como bebida de apio y la misma cantidad de pepino, cada cosa con vino y miel a partes iguales (Geopónica XVI, 9, 3).

Teomnesto aconseja para quitarles las pulgas a los perros bañarlos con agua de mar o con salmuera, untándoles a continuación aceite de alheña con eléboro, agua, comino y uva agraz, o bien raíz de pepino con agua (Geopónica XIX, 3, 2).

Durante la dominación árabe de España el sabio andalusí Albihamaran Abencenif, según escribe Alonso de Herrera, hace amplias referencia a la forma de plantarlo, de conseguir que no tuvieran semillas o la forma de conservarlos todo el verano sumergidos en salmuera. 

Es evidente que el cultivo de los pepinos en Europa, sobre todo en toda la cuenca mediterránea, fue importante, tanto que Leonardo da Vici, en su discutido como auténtico Códice Romanoff, escribe sobre esta hortaliza desde todas sus vertientes en un apartado que titula 'De los variados y curiosos usos del pepino' y donde cuenta que "Aunque un pepino puede comerse crudo (pero sin la piel y las semillas) y también estofado, aún hay quienes lo utilizan únicamente como ornamento, tallando figuras variadas sobre sus costados", para continuar con su uso a modo de consolador femenino o complemento sexual cuando cuenta que una tal Elena Batisbari fue condenada a la hoguera por su coqueteo con uno de ellos, continuando explicando su uso médico por Ludovico el Moro que lo tenía como laxante y como por último su aplicación en cosmética al decir: "mientras que mi señora Beatrice manda que le traigan seis cada noche y frota su piel con la gelatina que crece alrededor de la semilla, sobre todo en su cara, y a esto atribuye ella su brillo, que tantos comentan", para terminar diciendo muy expresivamente que lo único que pide es un pepino encurtido en vinagre.

En otro apartado del Códice que lleva por título 'Nuevas observaciones sobre algunas verduras y sus variadas cualidades' dice del pepino: "Las semillas del pepino blanco puestas en vino dulce son a menudo una ayuda para las mujeres con problemas de vejiga. Pero en otras sólo provoca malos humores y fiebre. Es aconsejable que comáis un pepino, si habéis de comerlo, despojándolo de su piel y sus semillas, y aderezándolo con un poco de sal, aceite y vinagre".   

El gran libro de la agronomía española de todos los tiempos de Gabriel Alonso de Herrera titulado 'Agricultura General', editado por primera vez en 1513, encontramos en su libro Quarto, capítulo XIX, un estudio sobre los cohombros y pepinos harto interesante, ya que aparte de decirnos como deben de sembrarse y en que época, toda una lección de agronomía que pocos conocen, también hace referencia a sus propiedades terapéuticas, ya que la medicina hasta hace poco iba muy ligada a la alimentación, casi igual que hoy. Sobre los cohombros y los pepinos dice: "Los cohombros son mejores que los pepinos, que son de más ligera digestión, como pocos de ellos, y cuando chiquitos quitan la sed, más si en ellos se desordenan, son muy duros e indigestibles, y engendran largas enfermedades, resfrían el calor, quitan la sed, y no son tan dañosos a los que trabajan en el campo, como a los que están ociosos a la sombra holgando, y son muy malos para las personas flemáticas y húmedas. A los pepinos la sal les quita mucho de su maleza y acuosidad, y los cohombros se quieren comer con miel, y anís. Son mejores los pepinos y los cohombros de sequero, que de regadío, por no ser tan húmedos. Si algunos estuvieren desmayados que procedan de causa caliente, oliéndolos luego les hace tornar en sí; y si hay ardor de los ojos pongan unas tajadas de ellos encima, y se le quitará el ardor. Más porque con su gran frialdad no dañen, téngalas poco tiempo puestas. Las hojas majadas, y puestas encima de la mordedura del can rabioso, aprovecha. Plinio dice, que las mezclen con un poco de vino, y de la misma suerte aprovechan contra la mordedura de los ciempiés. Las hojas de ellos limpian mucho las manchas de la cara, y majadas, y mezcladas con buena miel, sana los empeines".

Investigando en distintos diccionarios del siglo XIX me llevé la desagradable sorpresa de encontrar un plagio del muy famoso Ángel Muro, tenido por muchos como un referente gastronómico de la época, toda una decepción que denuncio aquí porque siempre fui contrario al robo intelectual. El libro plagiado es el 'Nuevo diccionario de agricultura, teórico-práctica y económica y medicina doméstica y veterinaria' del muy famoso francés Abate Rocier que fue traducido en 1844 por Juan Álvarez Guerra; el libro que plagia, con comas incluidas, el 'Diccionario general de cocina', se editó en 1892, toda una vergüenza que ya desmerece y anula todo el valor que tenía, al menos para mi, Ángel Muro que sólo se molestó en poner un nuevo nombre a la obra de otro.

En dichos libros se hace una somera descripción sobre la forma de plantarlo: "Se siembra en Abril, Mayo y Junio, así como también los cohombros; la siembra de Abril es para temprana, y por lo mismo debe hacerse en sitio abrigado; la de Mayo es para temporada media, y finalmente, la de Junio es la tardía. Estas dos últimas siembras se verifican en el paraje más fresco y ventilado de la huerta para lograr frutos abundantes" y también su uso, que creo erróneo como consecuencia de una mala traducción, ya que dice: "Las pepitas de los pepinos son de las cuatro simientes frías. El fruto nutre poco, y cuando hay más del necesario, se puede dar á los bueyes y vacas, crudo ó medio crudo, con salvado.

El pepino blanco parece ser el más delicado.

El pepino crudo es menos nocivo si se come con su pellejo, y descargado de su agua el pepino antes de aderezarlo ó de condimentarlo es más fácil de digerir", cuando debería de decir que el pepino crudo es menos nocivo si se come sin su pellejo.

Lo importante del libro de Abate Rocier, que no de Ángel Muro (que también lo calca), es la serie de recetas que ofrece para hacer más agradable su ingesta y que en síntesis son estas:

Pepinos encurtidos y adobados.—Son los que vulgarmente se llaman pepinillos. Se preparan de varios modos; en ningún caso se deben emplear las vasijas de cobre, aunque estén muy estañadas.

El principal cuidado consiste en emplear vinagre de buen vino y no de heces ni de perada, sidra, etc.

Primer método.—Póngase vinagre y sal a la lumbre en una gran cazuela, y cuando vaya a hervir échense los pepinos, apártense del fuego, cúbranse con una tapadera que los mantenga enteramente sumergidos, y luego que hayan estado así durante algunos días, examínese si tienen bastante sal y buen gusto; después se colocan en tarros de vidrio ó barro sin vidriar, con pimientos, clavos de especia, granos de pimienta negra, hinojo, ajos, estragón, oruga ó hinojo marino, según el gusto de cada uno y luego se tapan y se acaban de llenar con salmuera.

Segundo método.—Se cogen los pepinitos más pequeños, se ponen sobre un lienzo blanco y se frotan para quitarles el vello ó pelusilla que tienen, después de lo cual se echan en agua hirviendo y se dejan en ella cosa de cuatro minutos. Se sacan y se echan en agua fresca, donde se dejan enfriar; se ponen a orear sobre un lienzo seco, y cuando han soltado el agua se colocan en una vasija, ordenándolos unos sobre otros, y poniendo de trecho en trecho algunas hojas de laurel y algunos granos de pimienta, después de lo cual se echa encima vinagre blanco, si lo hay, añadiéndole dos onzas de sal por azumbre de vinagre. Este método es preferible al anterior, porque el corto rato que cuecen los pepinos en el agua despoja su cáscara de la especie de acrimonia que tiene.

Tercer método.—Este es, sin duda, el más sencillo; consiste en lavar exactamente y en enjugar los pepinos y echarlos con vinagre bueno blanco. Se añaden dos onzas de sal por azumbre de vinagre, y se dejan las vasijas descubiertas, es decir, tapadas sólo con una tabla, porque el vinagre se pone más ácido cuando está en contacto con el aire. Esta tapadera sirve sólo para que no caiga porquería en la vasija, y es preciso que el vinagre cubra bien los pepinos, y aumentarlo de tiempo en tiempo, impidiendo, en fin, con un peso cualquiera, que los pepinos sobrenaden, porque la parte que queda fuera se pone negra y se enmohece. Si un mes después se prueba este vinagre se encontrará insípido, porque el fruto ha absorbido su acidez, o al menos una gran parte de ella, y en este caso es necesario echarle vinagre nuevo y quitarle el primero; los pepinos pueden de este modo conservarse dos años, y de esta manera se adoban también los pimientos, las panojitas tiernas del maíz, los meloncitos pequeños y toda clase de legumbres.

Método belga.—Tómense diez libras de pepinillos y con un cepillo límpiense bien y córteseles la punta; pónganse en una vasija con dos puñados de sal en polvo, mezclándola con ellos y dejándolos así veinticuatro horas, a fin de que suelten el agua que tienen, que es inútil y de mal sabor. Después que hayan escurrido algunos instantes pónganse en la misma vasija y écheseles encima vinagre bueno hirviendo en cantidad suficiente para que los cubra. Tápese la vasija y déjeseles en este estado veinticuatro horas para que tomen un color amarillento; quíteseles el vinagre y cuézase éste solo con mucho fuego. Cuando hierva mucho échense dentro los pepinillos y renuévense para que se pongan otra vez verdes; cuatro minutos de hervor bastan. Se apartan del fuego y se colocan como hemos dicho en el segundo método.

Pepinos guisados en su jugo.—Se cortan en ruedas; se ponen en una fuente bien lavados y escurridos; se humedecen con caldo de substancias, jugo de carne y vaca y una cucharada de salsa de perejil; se hace hervir lentamente, y cuando ya estén cocidos se colocarán en una fuente y se rociarán con más salsa.

Pepinos con nata.—Mondados y divididos en dos porciones los pepinos, para quitarles todo lo interior, se les corta en tamaño de dados para blanquearlos en agua con sal; se retiran cuando estén á medio cocer; se escurren y se enjugan en una servilleta; se sacan y se hace después una salsa de nata, que cuando está en punto se les echa por encima para calentarlos con ella sin que hiervan.

Pepinos rellenos.—Después de mondados los pepinos se les ahueca por ambos extremos con el cabo de un mediador o de una cuchara de cocina; se les echa relleno cocido, tapando la abertura con una rodajita de nabo en figura de corcho; se prepara una cazuela con lonjas de tocino y se ponen encima, mojándolas con caldo; se cuecen así á fuego lento, y al punto de servirlos se escurren y se echa encima la salsa, que se habrá pasado por tamiz. También pueden servirse con salsa de tomate.

Pepinos para vigilia.— Después de limpios, cortados y cocidos como se ha dicho, para pasarlos por manteca simplemente y sin que tomen color, se sazonan y se cuecen á fuego lento. Cuando estén en su punto se retiran y se sirven con una salsa cualquiera de vigilia pasada por tamiz.

Pepinos empanados.—Se cuecen lo mismo que para rellenarlos, y se les cubre con una salsa de nata para empanarlos y ponerlos al hornillo.

Pepinos en ensalada.—Se mondan los pepinos y se cortan en rodajas muy finas. Se colocan éstas en una tartera con mucha sal gorda y se tapa la vasija, escurriendo de cuando en cuando el agua que la sal les hace soltar.

Después de haber estado así durante cuatro o seis horas antes de comerlos se aliñan en ensalada, solos o con lechugas, escarola, tomates, etc.

El pepino, ¿una hortaliza sin valor y sin historia?.-

Desde el dicho español de 'Esto me importa tres pepinos', haciendo referencia de que algo no vale nada, hasta formar parte de una de las sopas frías más importantes del mundo, el gazpacho, donde es uno de sus componentes indispensables, pasando por el símbolo fálico que representa, el pepino acompañó a todos en la larga historia de la gastronomía sin ostentaciones, como un alimento para pobres y en el mejor de los casos como elemento discreto de otros guisos en los que otros alimentos han anulado su valor, como en las ensaladas causantes de las infecciones intestinales comentadas al comienzo de este trabajo.

Encontré tantas referencias históricas sobre el pepino que una vez recopiladas me quedé sorprendido, algunas no se publican en el trabajo que está leyendo al completo por no saturarle de información cuando la realidad mi intención era, en un principio, el informar someramente sobre un momento histórico fundamentando la importancia que tiene y tuvo en la historia de la humanidad, porque hasta reyes hubo que se llamaron Pepino, uno de ellos, el más importante, con el alias de 'el Breve'.

Bibliografía:

Anónimo: Antiguo Testamento, Libro de los números, capítulo XI.

Azcoytia Luque, Carlos: 'La recetas más antiguas de la humanidad... hasta hoy'; Historiacocina.com. Año 2008 y 'La historia del gazpacho'

Bottéro, Jean: 'La cocina más antigua del mundo'; Ediciones Los 5 sentidos, traducción de María José García Soler. Año 2002

Baso, Casiano: 'Geopónica o extractos de agricultura'. Cubero, José Ignacio; Sáez, Pedro, traducción de Meana, María José. Editado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno Español, edición del año 1998.

Diario La Vanguardia de fecha 26 de mayo de 2011. Noticia de Rafael Poch

Diario La Vanguardia del 12 de junio de 2011. Agencia de noticias EFECOM

Herrera, Gabriel Alonso: 'Agricultura general, que trata de la labranza del campo y sus particularidades'. Primera edición de 1513 y ésta bibliografía del año 1790. Editado en Madrid por Josef de Urrutia.

Moderato Columela, Lucio J.: 'Los doce libros de agricultura'; traducción de Carlos J. Castro. Editorial Obras Maestras, 1959.

Muro, Ángel: 'Diccionario de cocina'; Imprenta de José María Faquineto. Madrid 1892.

Oriol Ronquillo, José: 'Diccionario de materia mercantil, industrial y agrícola que contiene la indicación, la descripción y los usos de todas las mercancías'; Tomo IV, Imprenta José Tauló, Barcelona 1857.

Plinio Secundo, Cayo: "Historia natural"; Ediciones Cátedra, 2007

Praussols, José de: 'Pequeño diccionario ilustrado de los términos usuales en la cocina': Hernando y Compañía, editores libreros. Madrid, 1900

Pujol, Rosa: 'La alimentación en el antiguo Egipto'; Historiacocina.com. Año 2005

Rocier, Abate: 'Nuevo diccionario de agricultura, teórico-práctica y económica y medicina doméstica y veterinaria'; traducción de Álvarez Guerra, Juan. Boix Editor, 1844

Vinci, Leonardo da: 'Códice Romanoff'.

    

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