Historia de la gastronomía japonesa

A mi amigo Mitsuo Fuse con todo mi afecto

Observaciones previas:

No tendría sentido hacer este trabajo sin el concurso de mi compañera de años en el campo de la investigación gastronómica Cecilia Restrepo Manrique, de la que he aprendido tanto y a la que tanto le debo, como a mis otros compañeros que han pasado por este sitio, en especial a Martha Delfín Guillaumin, de modo que este estudio es un homenaje a la amistad que nos une pese a los miles de kilómetros de distancia que nos separan.

Allá por el año 2004, en unos de los primeros trabajos que me enviaba Cecilia, pude conocer los principios de la cocina japonesa y me supo enseñar el alma que ponen y el respeto que tienen por los alimentos los japoneses en un trabajo que tituló ‘Algo sobre la gastronomía japonesa’ y que se volvió a reeditar en el nuevo formato de esta revista en el año 2012. En ese mismo año un programa de radio muy bello uruguayo que se llama ‘Efecto mariposa’ me hizo una entrevista sobre la historia de una sopa de origen chino y que había evolucionado hasta hacerse ciudadana nipona, me refiero al ramen y de nuevo mi amiga Cecilia, que conoce muy bien el mundo oriental, me orientó sobre el espíritu que vive en las cocinas y ese algo más que no vemos cuando comemos algo y que nos lleva en las emociones, aún sin conocer su historia, a vidas y momentos muy difíciles de explicar, como si nuestro ADN reconociera ese sabor, porque en el fondo los alimentos o las recetas forman parte de la historia de la humanidad.

No me gustaría que siguiera si antes no leyó los dos trabajos reseñados y del que si cliquea sobre ellos podrá acceder sin salir de esta página, porque este estudio es hijo de ellos.

También existe otro trabajo escrito por el que suscribe del año 2007 que trata sobre la historia de los palillos para comer, muy simple porque entonces Internet iba tan lento que se tardaba en cargar varios minutos la página, pero que le puede ayudar, en parte, a entender todo el trabajo que se expone.

Historia de la gastronomía de Japón vista por los europeos

Escribir de una forma completa y veraz sobre la historia de la gastronomía del Japón es tan arriesgado como complejo por varias razones. En primer lugar hay que saber la producción general de alimentos, en segundo las exportaciones y las importaciones, en tercero la sacralización de dichos alimentos, en cuarto lugar hay que distinguir entre alimentos de clase y así un sin número de parámetros hasta completar todo el entramado que hace ver desde fuera el conjunto del todo, en especial porque aquella sociedad, tan alejada de Occidente, que había desarrollado usos, costumbres y formas de vida que aún hoy nos pueden parecer ajenas y extrañas, aunque algunos, de una forma simplista, la tilden como una estructura feudal por su parecido de forma, no de fondo, con Europa.

No hay duda que existió un Japón hasta la llegada o el conocimiento de los europeos y otro bien distinto, que se fue adaptando lentamente gracias al comercio y a las costumbres o modas globales, hasta casi diluirse muy lentamente y ser el país que hoy conocemos.

El presente trabajo, creo que con pretensiones muy ambiciosas, va a incluir apartados complementarios para llegar a entender los estómagos dentro de los entramados políticos, económicos, industriales y de todo tipo, porque la historia de la gastronomía no es un hecho aislado en la vida de las personas, es la consecuencia o el reflejo de sus vidas, de ahí el erróneo aserto, al menos para mí, de ‘somos lo que comemos’, en lugar de decir: ’comemos lo que somos’, una muy sutil diferencia.

Recursos naturales

Producción de alimentos vegetales

Hasta el siglo XIX Japón era casi un país encerrado en sí mismo con un comercio exterior muy precario excepto con su vecina China y con contactos muy esporádicos con españoles, portugueses, holandeses y finalmente con una potencia en expansión muy agresiva, Estados Unidos de América del Norte, como explicaré más adelante.

El autoabastecimiento de alimentos quedaba reflejado en las actas y observaciones de los Occidentales, quedando anotadas, salvo los errores de nombres al trascribirlos, de la siguiente forma:

Las provisiones de subsistencia de los japoneses se llamaban ‘gokokf’ o su traducción como los cinco frutos de la tierra. Estos cinco ‘frutos’ formaban la base de su alimentación, supliendo en la mayoría de los casos a la carne, que estaba vedada por el uso y la religión.

La primera producción era la de arroz, la segunda la cebada, la tercera la del trigo, la cuarta y la quinta la componían dos especies de habas que crecían en el país y que junto con el arroz y el trigo constituían el alimento de sus habitantes.

Naturalmente existían distintas clases de arroz, pero en especial había uno de estructura muy menuda y muy blanco que era el considerado el mejor del mundo por ser muy nutritivo y exquisito de sabor. El gobierno japonés permitía exportar cantidades muy limitadas a los holandeses que lo llevaban a Batavia (Indonesia) en sus buques de la ‘Compañía de las Indias’, de la que hablaré más adelante.

Al igual que en Occidente el pan fue la base de la alimentación y de donde se elaboraba hasta la cerveza, en Japón lo era el mencionado arroz y, cómo no, un tipo de bebida que subsiste hasta hoy, el sake, y que cada vez tiene más auge dado que se internacionaliza el gusto por la gastronomía japonesa, siendo este un producto elaborado y no natural que le dedicaré su espacio al final de este apartado.

Otras cosechas que se obtenían eran las de alforfón o trigo sarraceno, lentejas denominadas sodsú, patatas (importante ese dato sobre las patatas porque es de 1840), melones, pepinos, naranjas, limones, higos, almendras, melocotones, cerezas y nísperos. Al contrario de los países Occidentales, como especialmente los del Mediterráneo, la vid se cultivaba poco, por el contrario por las granadas y los sicomoros tenían especial predilección.

Llama especialmente la atención el producto que sacaban de un árbol extremadamente venenoso, el taxus cuspidata del que obtenían de la baya carnosa de su fruto, única parte de dicha planta no mortífera, un aceite que era muy preciado.

Las plantas que se usaban a modo de especias eran el jengibre y la pimienta.

Siendo tan escaso el terreno para cultivar, y teniendo gran necesidad de alimentos, era costumbre que todo habitante estaba facultado para asentarse en cualquier terreno que estuviera inculto, siempre que tomara a su cargo la labranza, aprovechando incluso las laderas de los montes formando en ellas bancales, terrazas o andenes para cultivarlas. Cuando digo que lo tomaban a su cargo no debe de interpretarse que lo hacían en propiedad, ya que el verdadero dueño era el shogun que la repartía entre los señores feudales y que a su vez, en parte, era cedida a los colonos.

El sistema fiscal se regía por un sistema de contribución única por localidades o pueblos, siendo solidarios en su pago y estando obligados a cultivar sus tierras, de forma que estaban ligados a ellas indisolublemente, debiendo afrontar conjuntamente el pago, lo que llevaba a ejercer una permanente vigilancia de las conductas de sus integrantes (Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Show, Pág. 393-394).

Este estado eminentemente agrícola fue el caldo de cultivo ideal para implantar una religión que llegaba de China, el budismo, y que influyo decisivamente en la alimentación, basándose en el vegetarianismo, que unas veces por devoción y otras por obligación, al no tener otra cosa que comer, se generalizó entre la población, sacralizando los alimentos hasta límites insospechados para un occidental.

Alimentos preparados industrialmente y unas teorías

Un alimento de exportación, y también de consumo interior, era la salsa de soja o de soya que los Occidentales definían así: “Se exporta en barriles pequeños, es un licor, o quinta esencia de varios ingredientes aromáticos, propios para excitar el apetito, añadiendo una pequeña cantidad de él a las salsas”.

Sobre el sake, que no era vino al ser la fermentación de un cereal, al igual que la cerveza, debo de hacer un paralelismo que me parece importante, o como mínimo coincidente en el método de elaboración con otros lugares al otro lado del océano, que me deja pensativo.

Sin detenernos en el origen de esta bebida o en su antigüedad, de no menos de dos milenios (posiblemente haré un estudio más adelante), porque excedería con mucho este trabajo, me voy a detener en la forma de obtenerlo en sus comienzos y que consistía en utilizar la saliva humana en el proceso de trasformación de los cereales para conseguir una bebida alcohólica, de forma que las encimas de la saliva convertían el almidón del arroz en azúcares, lo que favorecía la fermentación.

Ahora bien, en Sudamérica se seguía el mismo método para la obtención de otra cerveza, la de maíz, y donde las ancianas eran las encargadas de dicho proceso, que pude observar en persona en algunos poblados hace años en las costas de Perú.

Es posible que un hallazgo pueda ser efecto de la casualidad en distintas partes del planeta, como también es posible que puedan existir historias que no conocemos y que a modo de fantasía, porque no las podemos demostrar o probar, si utilizamos la lógica encontremos que es posible que esos paralelismos no fueran tales, ya que Japón, desde siempre, fue un país de pescadores y su subsistencia dependía del mar principalmente, y de nuevo encontramos a ambos lados del Pacífico una gastronomía basada en comer pescado crudo y adobado con un agrio (me refiero al ceviche), cuando en el resto del planeta se hacía en salazón, por desecación, cocido o frito.

Los españoles cuando llegaron a Perú no prestaron atención a esa gastronomía de los pescadores que iban en totoras, ya que hasta se contradicen dependiendo del autor, no llegando a saber si dichas barcas, las más grandes, tenían una pequeña vela.

De todas formas queda la sospecha, la hipótesis o la fantasía de que algún naufragio llevara a algunos pescadores japoneses por la corriente del Ecuador hasta dichas costas o la corriente de La Deriva algún polinesio a Chile, algo que creo imposible de demostrar y este sitio no pretende ser sensacionalista.

El té, una bebida muy preciada 

Especial mención hay que hacer del té, bebida representativa de los pueblos de Oriente, y donde me detendré algo más extensamente.

El arbolito del té o Tnanoki tenía especial tratamiento, así como el modo de recolección de sus hojas, que se hacía desde el primer año de haberlo plantado. Los obreros que se contrataban eran especialistas, así que era mano de obra muy experta, de modo que el trabajo consistía en no arrancar las hojas a puñados, ya que debían ser cortadas de una en una con suma precaución y siendo selectivo, ya que no todas podían ser recogidas y debía de hacerse en dos o tres veces para no desmochar el árbol.

La primera cosecha se hacía en el primer mes del año en Japón (primeros días de marzo), cuando las hojas tan sólo tenían dos o tres días, por lo que eran muy pocas y muy tiernas y eran las más estimadas y raras y tan caras que tan sólo el Emperador y las clases más adineradas lo podían comprar; esa cosecha era conocida con el nombre de ‘Té Imperial’ o ‘Flor de Té’.

La segunda cosecha se hacía en arbolitos de más de dos años en el segundo mes (hacia finales de marzo o principios de abril), cuando las hojas estaban ya desarrolladas, separando las más tiernas de las más duras, de modo que se hacían diferentes clases de ellas. Las que no habían llegado a una maduración óptima se apartaban y se vendía casi al mismo precio de las de la primera cosecha.

La tercera cosecha era la más abundante y la que se destinaba a las infusiones del pueblo, ya que eran las hojas más groseras y duras e igualmente se hacía una selección, por si habían brotado hojas nuevas, y se dividía en tres partes, que se conocían con los nombres de  Ihisban, de Niban y de Sauban, es decir, de primera, segunda y tercera, siendo esta últimas la más grosera de todas y como he dicho las destinadas al pueblo llano.

Pero ahí no terminaba todo, ya que las de segunda clase a su vez se subdividían en otras dos, con la consabida diferencia de precios y que se denominaba Tootsjaa, es decir, té chino, porque lo preparan al modo chino.

El de las hojas de tercera clase se llamaba Bautsjea y como eran de hojas ya fuertes no se podían preparar al modo chino, es decir, que se me había olvidado, secadas sobre sartenes.

Otras plantas no comestibles y/o medicinales

En el siglo XIX, y supuestamente, al menos, dos siglos antes, se plantaba en algunos lugares un excelente tabaco, llevado por los Jesuitas españoles, de los que hablaré más adelante y que sufrieron crueles martirios, siendo este, el tabaco, una forma de socializar según qué clases sociales.

El algodón era motivo de comercio ya que se plantaba en grandes cantidades.

El cáñamo se recogía en abundancia en las provincias septentrionales de Nifon (Isla de Niphon o Nipón, de ahí el sobrenombre con qué algunos denominan a los japoneses y cuya capital era Jeedo).

Había grandes extensiones de moreras, las cuales eran de tres especies, la blanca, la negra y el moral, esta última era utilizada, su corteza, para hacer papel, cuerdas, mechas, estofas, etc.

Se usaban para los barnices el rhus vernix o zumaque venenoso que sólo crecía en la provincia de Yamatto, situada al sur de Nifón.

Los árboles para la construcción, tanto de barcos como de edificaciones, y que escaseaban en las islas y que debían ser importadas desde las isla de Yeso y las Curiles,  eran la encina, el pino, el pinabete, el laurel, la palma, el cocotero, el palo de hierro, el ciprés, el bambú y el Thuya dolabrata (hoy planta ornamental de jardín).

Entre las plantas medicinales estaban el corchorus japonicus, de la familia de las rosas, que era usado a modo de pulverización, como astringente y para contener las hemorragias y la artemisia vulgaris muy utilizada para los desarreglos menstruales de las mujeres entre otros beneficios.

Proteínas animales y fauna en general

Los animales domésticos y ganados eran poco comunes, excepto el perro y el gato. Entre los animales salvajes se encontraban el oso, el jabalí, una especie de cabra montés, el ciervo, la pantera, el leopardo, el lobo, cierto tipo de cánido que podría ser familia del chacal; la zorra, y el mono, que solo se hallaba en las partes meridionales. Las gallinas y los patos eran animales muy comunes en los corrales de los labradores; así como en las casas de campo de la gente rica los cisnes, los pavipollos y los pavos reales.

Entre las aves en libertad y salvajes se hallaban las tórtolas de varias clases, faisanes, perdices, cigüeñas, grullas, halcones y gavilanes.

El pescado, fuente principal proteica, era muy abundante, debiendo destacar una especie de narval llamado satsifoca (es un cetáceo); los corales y madréporas abundaban en todos ellos y una gran variedad de mariscos, y entre ellos se distinguía una especie de ostra que contiene perlas y la cual se pescaba o capturaba principalmente al S.O. de Nifon y en la bahía de Omusco. El ámbar gris era muy abundante, especialmente en las playas de Nifon.

Desde aquí, antes de terminar con el pescado, denuncio una práctica criminal por parte o anuencia de las autoridades niponas hoy día en lo relativo a la pesca del atún azul, que se intenta esquilmar y que desaparezca la especie, conservando todas las capturas en naves frigoríficas para, una vez desaparecida, especular con los precios y enriquecerse, al igual que los pescadores de ballenas y que las están haciendo ser especies en peligro de extinción.

Sobre los minerales no voy a tratarlos para no alejarnos demasiado del cometido de este trabajo.

Un comercio difícil y, a veces, exasperante

No deben de existir dudas que el socio comercial preferente, en cuanto a las exportaciones e importaciones, dada su localización geoestratégica, era China, como anuncié casi al comienzo del presente estudio, pero dadas sus riquezas y la gran fuente de negocios que podía ofrecer, otras potencias, esta vez coloniales, estaban interesadas en estrechar lazos comerciales con el Imperio Nipón, siendo al comienzo Portugal, que tenía casi el monopolio de las especias de Oriente, la primera en intentarlo, después fueron los españoles, que dominaban Filipinas y con fácil acceso desde México, y ambas fracasaron estrepitosamente, más adelante fue Inglaterra que al final tuvo que desistir en dicha empresa por el escaso lucro que sacaban, ya entenderemos más adelante las razones de la negatividad en la balanza comercial. Fueron los holandeses, por su perseverancia y paciencia, los que consiguieron una estabilidad en este ramo, estableciendo su base en el islote de Sima, casi inmediata a Nagasaki y separada de ella por un estrecho o foso. Dicho islote, que poseía un gran puerto, era en régimen de alquiler a pagar a la ciudad, incluidas las viviendas, a las que los holandeses debían proveerlas de ventanas, muebles e incluso techos, en definitiva todo un negocio para los japoneses, ‘permitiéndoles’, ahí estaba el chiste, enviar una vez cada tres años una embajada al cabo residente en Yedo con presentes para el emperador y sus oficiales.

A dicha base llegaban todos los años dos buques de Camboya y Siam para comerciar, recalando los barcos holandeses a principios de agosto, volviendo a zarpar de vuelta en octubre o noviembre, justamente cuando los inspectores japoneses les señalaban, no admitiendo demora de ningún tipo.

Una vez llegaba una nave holandesa, y se había descargado todo el material, el gobernador se lo anunciaba a todos los comerciantes japoneses, los cuales acudían para examinar las muestras de las mercancías, haciendo posteriormente una subasta pública de ellos, llamada kambang, haciéndola en maas como moneda (aconsejo leer el apartado dedicado a las monedas y medidas que están más delante de este trabajo, porque el tema es bastante complejo y que lleva por título Las monedas, pesos y medidas), de modo que voy a trascribir como lo explicaba un coetáneo del siglo XIX ese enredado mundo de las finanzas: “Las mercancías que se venden en almoneda pública, jamás se pagan en metálico, cuya exportación está vedada por leyes muy severas; todo se paga en moneda del Kambang, es decir, en asignaciones, o billetes a la orden. Aunque estos tengan su curso en las operaciones comerciales, es indudable que todo lo que se compra de este modo, se paga al doble de su intrínseco valor. Las pagas de consideración en tales billetes, no se hacen antes del año siguiente; es el plazo más rigoroso; porque todo lo que compran los holandeses, después del nuevo año, época en que sus embarcaciones se hacen a la vela para Batávia, se anota en la cuenta del año próximo. Al momento que los buques están para separarse de Nagasaki, las cuentas de los particulares que vuelven a Batávia, deben ser presentadas y aceptadas por los intérpretes, los mismos que mientras se hacen los cargamentos están fijos en los establecimientos con orden del Gobierno de velar sobre la conducta de los holandeses y dar cuenta de todo a él; así pues se hacen los finiquitos recíprocos de las cuentas”.

Estaba claro que aún no siendo ruinoso el comercio tampoco era rentable y algo arriesgado, algo que era motivo de controversias en la época entre los partidarios de abandonar dichas prácticas por ser servil y de poca utilidad, ya que todo se gravaba, como comenté anteriormente, con los grandiosos regalos que cada tres años había que hacer al Emperador y sus oficiales y que absorbían la mayor parte de las ganancias o beneficios. Por el contrario estaban, la dirección de la Compañía especialmente, los que opinaban que tenían la esperanza de qué habría una revolución en el Japón y que con ella se harían dueños de todo el comercio de Asia, de forma que aconsejaban paciencia a la espera de tiempos mejores, ya que los únicos países que tenían permiso para traficar con Japón eran China y Holanda, siendo el único punto de entrada el de Nagasaki.

Los chinos importaban sedas crudas, drogas, etc., exportando cobre en barra, alcanfor, trementina, etc.

Los holandeses importaban azúcar, especias, marfil, drogas, hierro (del que eran muy deficitarios), salitre, alumbre, colores, paños, cristales, relojes, espejos etc. y exportaban en trueque cobre, goma, laca, arroz, ámbar y porcelana (por cierto peor que la china pero que resistía mejor al fuego).

Curiosamente existían objetos vedados en las exportaciones japonesas, entre los que se encontraban las monedas del país, los mapas y los libros que pudieran dar idea o conocimiento sobre el interior de las islas. También estaba vedado exportar armas, en especial los sables por considerarlos de clase superior.

Algo con lo que no contaban los holandeses, y mucho menos los japoneses, era la competencia tan agresiva que le iba a hacer un estado como el norteamericano y que de una forma gansteril, en  1853, plantó sus naves de guerra frente a las costas de la bahía de Edo (la actual Tokio) obligando a abrir los puertos al comercio con su estilo ‘democrático’ característico.

Existe una anécdota, si se puede llamar así, muy poco conocida y que he tenido la oportunidad y la suerte de encontrar sobre el jefe de la armada estadounidense, el comodoro Matthew Calbraith Perry (1794-1858), que entre otras hazañas obligó al Japón a firmar el Tratado Kanagawa en 1854 y que también intervino durante la invasión norteamericana en México ocupando el puerto de Frontera y la ciudad de San Juan Bautista en el estado de Tabasco. Con los japoneses y con el fin de demostrar el poderío industrial de su país, y con la esperanza de venderles el ferrocarril, trasportó todo un tren en miniatura (ver imágenes) con raíles, traviesas, hilos eléctricos, postes, locomotoras y los empleados necesarios para asegurar el servicio.  La primera prueba de la locomotora se hizo delante de las primeras autoridades y de un inmenso grupo de curiosos pertenecientes a todas las clases sociales. Todos admiraron tan bella invención, y las autoridades japonesas dieron las gracias a los oficiales americanos por haberles hecho semejante obsequio.

Poco después de esta inauguración memorable, un mecánico japonés había construido una locomotora, usando ciertos procedimientos de fabricación desconocidos para los americanos, y que les llenaron de admiración.

Partieron persuadidos los norteamericanos de que en poco tiempo se viajaría por todo el imperio en tren, pero cuál sería la estupefacción de los oficiales de la expedición del comodoro Perry cuando tres años después, un capitán mercante de la marina americana, de vuelta de Nagasaki, les dio los siguientes detalles: “En vano he tratado de buscar las huellas de la expedición: al fin, a fuerza de investigar lo que había sido del material del camino de hierro, me confió muy secretamente un japonés que la locomotora y todo el tren habían sido cuidadosamente encerrados en un inaccesible subterráneo”.

Las autoridades japonesas habían mandado, a la salida de la expedición, la destrucción de los raíles y de los tres hilos telegráficos, y prohibido, bajo las penas más severas, tratar de imitar aquellas invenciones peligrosas y diabólicas.

Esta anécdota hoy puede parecernos extraña, me refiero a la concepción que tenían sobre los ferrocarriles, pero casi lo mismo pasaba en Occidente porque la iglesia igualmente condenaba aquellas terribles máquinas que caminaban sobre raíles de hierro cuando comenzaron a correr por los campos, tachándolas de infernales.

Celebrando ocasiones especiales

Un banquete muy especial y extraño con el emperador japonés y su familia

Se le debe a un magnífico observador, el médico alemán, naturalista y explorador,   Engelbert Kempfer (1651- 1716), la mejor descripción que he leído sobre la capital del Japón y del Palacio Imperial.

Sobremanera sorprende la Kafkiana entrevista que tuvo con la familia imperial y que transcribo en su integridad porque más parece ficción de humor que una realidad.

La visita al palacio se efectuó un jueves, 29 de marzo de 1690, y transcurrió de la siguiente forma: “Las preguntas que se me hicieron particularmente, son éstas: Cuáles eran las enfermedades externas, o internas, que tenía por más peligrosas, y difíciles de curar? Cuál era mi método para las ulceras, y postemas interiores?, si los médicos de Europa buscaban algún remedio para hacer inmortales los hombres, así como los médicos chinos lo estudiaban ya hacía muchos siglos? Si habíamos hecho algún progreso en esta averiguación, y cuál era el mejor remedio de Europa para alargar la vida? A esta última pregunta respondí, que nuestros médicos habían descubierto un licor espirituoso que podía mantener en el cuerpo la fluidez de los licores, y dar fuerza a los espíritus.

Habiendo parecido demasiado vaga esta respuesta, se me instó diere a conocer el nombre de este excelente remedio. Como yo sabía que a todo lo que se estima en el Japón se le ponen nombres muy largos, y enfáticos, respondí que se llamaba Sal volatile Oleosum Sylvii. Este nombre se escribió tras de la celosía, y se me hizo repetirlo muchas veces. Después se quiso saber quién era el inventor del remedio, y de qué país era. Respondí, que era el Profesor Sylvio en Holanda. Inmediatamente se me preguntó si podía componerlo, a lo cual me dijo el Embajador que respondiese que no, pero yo lo hice afirmativamente; añadiendo, sin embargo, que no lo podía en el Japón. Preguntóseme si en Batavia; y respondiendo que sí, mandó el Emperador, que se le enviase en los primeros navíos que viniesen al Japón.

Este Príncipe, que se había mantenido hasta entonces bastante lejos de nosotros, se acercó hacia nuestra derecha, y se sentó detrás de las celosías, lo más cerca que le fue posible. Mándanos sucesivamente quitarnos las capas, estar en pie, andar, pararnos, saludarnos unos a otros, saltar, hacer los borrachos, hablar la lengua del Japón, leer en holandés, pintar, cantar, bailar, y quitarnos y ponernos las capas. Ejecutamos esta orden; y yo, además de bailar, canté una canción amorosa en alemán. De este modo, y con otras monerías fue como divertimos al Emperador, y a toda su Corte.

Sin embargo, el Embajador está exento de esta cómica representación, porque la honra que tiene de representar a sus amos, lo liberta de toda especie de indecencias, y de proposiciones injuriosas; bien es verdad, que al mismo tiempo ostentó bastante gravedad en su aspecto, y conducta, para hacer conocer a los japoneses, que unas ordenes tan ridículas le agradaban poco”.

Esta escena se concluyó con una comida, que se sirvió en mesas pequeñas, “cubiertas de manjares al modo del Japón, con palillos de marfil, que nos sirvieron de tenedores”.

Sobre cada mesa se pusieron los platos siguientes: Dos panecillos huecos, sembrados de granos de alegría. Un pedazo de azúcar blanca, clarificada. Cinco Kainokis, confitados. Estos son huesos del árbol Kai, muy semejantes a nuestras almendras. Un pedazo de pastel cuadrado, y chato. Dos tortas hechas de harina de flor, y de miel, en forma de embudo, algo duras, que tenían a un lado impreso un Sol, o una rosa, y al otro las Armas de Dairi Tsiap, que son la hoja, y la flor de un grande árbol nombrado Kiri. La flor se parece bastante a la del Gluseron, y la hoja a la del Digitalis. Dos pedazos cuadrados de una torta hecha de harina de habas, y de azúcar, de encarnado oscuro. Otros dos pedazos de torta de harina fina de arroz, amarilla y dura. Dos pedazos de otra torta, cuya miga era de pasta enteramente diferente de la de la corteza. Un gran mangue, cocido y lleno de harina de guisantes, mezclado con azúcar, que se tendría por triaca. Dos mangues pequeños, de tamaño regular, compuestos del mismo modo. Los holandeses probaron de todo; después de lo cual se mandó al intérprete llevase lo restante, dándole a este fin papeles, y tablas.

No fue en el único lugar donde la delegación holandesa tuvo que hacer payasadas, que por hacer comercio todo estaba permitido, sino también en las casas de los ministros, los consejeros de estado, los intendentes y secretarios, donde los recibían con regalos de té, tabaco y dulces. Estaban sus casas, la de los que los invitaban, llenas de personas que “deseaban mucho ver hacer a los holandeses su ejercicio cómico. No siempre tuvieron esta complacencia, pero cantaron, y bailaron en muchas casas, cuando se hallaban satisfechos del acogimiento que se les hacía. Algunas veces los licores fuertes, que se les hacían beber con algún exceso, se les subían demasiado a la cabeza. Esta facilidad en servir como de juguete en casa de los grandes, y el embarazo en que se hallaban en las calles, para apartarse del tropel de la gente, dan una idea singular de su embajada. Sin embargo, manifestaban alguna impaciencia de retirarse, cuando les parecía notar que se les faltaba al respeto”.

Tenemos otra reseña del menú que le sirvieron en casa de un tal Señor Tsusimano Cami, donde les pusieron los platos siguientes: pescado cocido con una salsa muy buena ¿?; ostras cocidas, servidas con la concha, con vinagre; varios pedacitos de ánade asados; pescado frito, y huevos cocidos; el licor que se les dio a beber era exquisito (sin decir de qué tipo).

La vida cotidiana.

La costumbre común, entre otras cosas, era la de dormir en esteras en el suelo con “más, o menos ropa, según la necesidad, o posibilidad de cada uno”. Su comida se componía básicamente de pescado, arroz, fideos, u otros productos, que hacían del trigo; o alguna caza si querían más regalo; y del arroz, y el trigo hacen fortísimos vinos, o “beben agua cocida con chá, caliente, y a sorbos”.

Contaban los sacerdotes cristianos: “El pobre se ajusta con su pobre estado; pero sin perder el modo de comer político. Los ricos comen con tanta copia de manjares, de músicas, de comedias, y aparato de siervos, que (a modo de los chinos) consumen todo un día, y toda una noche, y aún mucho caudal, en un banquete costosísimo.

Administran la comida en sus mesillas, como se ha dicho, siendo la vajilla de los platos de porcelana, o de oro; porque la plata se acuña, para irla cortando, para el gasto ordinario. No usan en sus mesas aquel aparato, que en las de los europeos; ni manteles, o servilletas porque nunca tienen necesidad de limpiarse las manos: todo cuanto comen lo hacen (como los chinos) con dos palillos de ciprés, largos; los cuales juntos, como dos plumas, entre los tres dedos de la diestra mano, hacen como tenaza para todo, con tal curiosidad, y aseo, que jamás caerá la menor miga fuera del plato. En el agasajo de los huéspedes son liberalísimos, y curiosísimos: administran todos los manjares en forma de pirámides, al modo de los ramilletes nuestros, y todos salpicados de oro; y las aves enteras con picos y pies dorados; pero son en sus cortesías, y ceremonias tan prolijos, que tuvieran los huéspedes el ayuno por menos penoso”.

Antes de ser perseguidos, los sacerdotes dejaron constancia en sus escritos de algo que nunca llegamos a enterarnos en ninguna cultura, la comida de los pobres, tan importante porque esa era la alimentación del pueblo, de los desheredados y de donde nace la cocina tradicional.

Los sacerdotes reconocían que “en todas partes era su comida (la de los misioneros) al uso de los más pobres de aquella tierra” y que básicamente se componía de arroz cocido, rábanos, nabos y otras raíces y yerbas, crudas o mal sancochadas, pescados de extraordinario y en caso de grandes fiestas de filetes o algún tasajo de vaca.

Aprovechando que comían carne de vaca, los sacerdotes bonzos o budistas, acusaron a los misioneros de la siguiente forma: “Levantaron la quimera de que los Frailes de Luzón comían carne humana y que el haber fabricado hospitales, con el pretexto de curar la lepra, no era sino para quitar a los enfermos la vida y alimentarse con sus carnes hediondas, y con las que les sobraban, comerciar con Filipinas, aviándolas hechas polvo o saladas. Con esto publicaban que aquéllos religiosos eran sucios, y de costumbres asquerosas, para que ninguno comerciara con ellos, ni fuera a oír su doctrina”, como vemos, escudándose en religiones asoman las pezuñas los miserables, como podemos comprobar en la cotidianidad hoy día y donde la vida del ciudadano, que en nada se mete, no vale nada en nombre de un dios, sea el que sea.

Las bodas y la Luna de Miel.

Según me comenta Cecilia Restrepo, hasta entrado el siglo XX, los matrimonios eran concertados con anticipación y la madre del novio se encargada de buscar la mujer apropiada para su hijo.

La crónica de un viajero a mediados del siglo XIX, que decía que había visto celebrar varios matrimonios, contaba que los novios se consagraban al himeneo en el templo al que solían acudir con un sacerdote; la ceremonia tenía lugar de noche y consistía en oraciones y bendiciones hechas a la luz de las antorchas que sostenían los dos contrayentes. Al acto tan sólo acudían los parientes, esperando los convidados en la calle “a donde la ceremonia se acaba con pompa”.

La novia vestía de blanco, teniendo la cara tapada con un velo del mismo color y que le serviría el día que muriera de mortaja, siendo regalo este de su familia como un emblema alegórico cuyo significado es que ella había muerto para su familia.

Con este traje la desposada se sentaba en un rico palanquín y rodeada de todos sus parientes, seguida de todos los convidados en traje de ceremonia, atravesaban así lentamente algunos de los principales barrios de la ciudad. Después de un paseo que nunca duraba menos de dos o tres horas, llegaban por fin a casa del marido.

La desposada, siempre envuelta en su velo mortaja, entraba en la pieza principal de la casa o vivienda, seguida de dos de sus compañeras de juego, encontrando allí, sentado en el lugar de preferencia, al marido, rodeado de sus parientes, los cuales, como él, no habían formado parte del cortejo, volviendo directamente del templo a su casa. En medio de esta pieza se levantaba una mesa ricamente esculpida, cubierta de pinturas finas, representando un roble, una acacia en flor, grullas y tortugas; objetos que eran los emblemas de la fuerza del hombre, de la belleza y delicadeza de la mujer, y de una larga y feliz existencia.

Sobre otra mesa, mucho más sencilla que aquella, estaba colocado todo lo necesario para beber el sake, que junto con el tabaco y las confituras eran esenciales en todas las celebraciones.

La desposada, con todas las etiquetas que las circunstancias requerían, se separaba de sus compañeras de juego, y se colocaba al lado de la mesa en que se hallaba la bebida, “Entonces empieza el consumo del saki, con acompañamiento de interminables formalidades”.

Una vez tomadas las primeras copas se servía la comida, que básicamente estaba formada por arroz y pescado crudo, extrañando sobre manera a un occidental eso de comer pescado crudo cuando las ostras las preparaban cocidas.

Las amigas solteras, dentro del maniqueísmo de aquella sociedad, le expresaban a la desposada lo agradable que era la vida de soltera, perdiendo a sus amigas de juegos, y que desde ese momento tenía  la responsabilidad de dirigir una casa, siempre difícil y a veces fatal, de lo que en el fondo tenía algo de cierto, al no agradar a su marido, y donde podían ser repudiadas, terminando por darle ánimos deseándole felicidad en su nuevo estado.

A los tres días de la boda la pareja iba a saludar a la familia de los parientes de la esposa dentro de la comedia social en la que se vivía.

Mudarse de vivienda

Cuando un ciudadano deseaba cambiar de residencia el tema se complicaba, y a decir verdad que se debería hacer en occidente igual pese a la burocracia que existía, y que consistía en informar al oficial de policía de barrio donde deseaba ir a vivir, este se dirigía al sector o cuartel y se informaba a cada cabeza de familia de la calle si deseaban recibir al peticionario. Los habitantes interrogados respondían sí o no; necesitándose la mayoría de dos terceras partes para que el permiso fuera otorgado. Toda objeción basada en un defecto grave del carácter de este anulaba la demanda de la mudanza.

Ahí no terminaba todo porque antes de abandonar su antigua vivienda el hombre que se trasladaba debía obtener de todos los habitantes de su calle un certificado de buena vida y costumbres, con el permiso de partir, cuyo autorización era la prueba de que la persona que cambiaba de domicilio no había defraudado a nadie en su antiguo cuartel o barrio. Una vez en posesión de este certificado y de este último permiso, el solicitante debía remitir estos documentos al oficial superior de policía de su nuevo cuartel, que tomaba de ello conocimiento, y si no encontraba reparos instalaba al nuevo vecino en su residencia y desde entonces la policía responde de él.

Después de esto aún quedaban por cumplir algunas obligaciones si el trasladado era propietario y había vendido su casa para comprar aquella en que iba a vivir. El nuevo vecino debía en este caso ofrecer una comida a sus convecinos más próximos y si quería hacer las cosas en grande invitaba a todos los habitantes de su calle a dicha fiesta de bienvenida. Pero el protocolo dictaba que se le debería hacer una primera visita de las personas de las casas colindantes a la suya. A su llegada se les ofrecían pipas con tabaco, se les servía té y se comían confituras, donde naturalmente se asían con los palillos, haciendo notar que dichas confituras no se servían en vajilla de porcelana, como pudiera creerse, si no sobre papeles cuadrados.

Llegado el día del convite cada convidado se hacía acompañar por uno o dos sirvientes y atento a lo que contaba un observador occidental: “Estos se mantienen al lado de sus amos, y todo lo que ellos no pueden comer lo colocan en una cesta para conducirlo a su casa. Lejos de cometer una inconveniencia obrando así, se obedece a la etiqueta, que obliga a los convidados a llevarse en el bolsillo de su manga o en canastos cuanto no pueden comer en el acto”.

Una comida de lujo se componía ordinariamente de seis a ocho servicios y mientras se cambiaban estos, o en intermedio, el dueño de la casa deambulaba por la mesa deteniéndose con cada invitado, tomando una copa de sake con cada uno de ellos.

Ni qué decir tiene que el pescado era el manjar rey de dicha comilona y donde también había carnes, de jabalí y de aves, así como legumbres muy variadas y algas marinas condimentadas.

Al ser el pescado un plato principal no era raro que figuraran hasta de veinte especies distintas, entre ellos filetes de ballena o de tiburón, siempre tomándose crudo.

En este evento cada convidado le era servido el alimento en un plato de laca, poniendo al lado otro de arroz para mitigar o acompañar los platos más suculentos.

A manera de entremeses se hacía circular alrededor de la mesa salsas, jengibre, pepinillos y pequeños trozos de pescado salazonado, utilizando, como ya he dicho, los palillos, “de los cuales se sirven con una destreza y vivacidad maravillosas”.

Como ya he comentado todos los actos en la vida de Japón estaban reglados por el ceremonial, de modo que en toda comida de lujo asistiera un maestro de ceremonias que recordaba a los convidados lo que debían hacer, la forma de comportarse y lo que les estaba prohibido.

En dichas comidas las mujeres fumaban como los hombres y solían estar amenizadas con la música una orquesta de músicos ciegos, se bailaba e incluso se terminaba la velada con una función de teatro.

Todo no terminaba ahí, ya que, en cuanto a su antigua casa, no podía venderla sin el consentimiento de los habitantes de la calle en que se hallaba situada, es decir, que estos últimos tenían el derecho de oponerse a ello, si la persona que se presentaba a comprarla no les agradaba por cualquier motivo, de modo que, de esta forma, todos los habitantes del lugar se hacían solidarios ante la falta de cualquiera de ellos pudiera cometer.

Al igual que hoy debía pagarse impuestos por la venta de la vivienda, entre el 8 y el 12 por ciento, con la diferencia que este impuesto pasaba al tesorero de la calle y cuya cantidad era invertida en obras de ornato y reparos de esta.

Régimen penitenciario y alimenticio de los cristianos cautivos

Después de la persecución que en 1638 acabó de destruir el Cristianismo en todas estas Islas, estableció el Emperador, Príncipe Omura, entre muchas leyes nuevas ordenaba que el Puerto de Nagasaki fuera el único que quedase abierto para los extranjeros.

Sin entrar en consideraciones religiosas, de fe, ni morales y ni tan siquiera llegar a preguntarme qué hacían en Japón aquellos sacerdotes a los que nadie había llamado y que se entrometían socavando las raíces del sistema establecido, porque ‘gracias a Dios’ soy un ateo convencido, resulta aterrador conocer el maltrato que le daban a los católicos, a aquellos que se enorgullecían de serlo porque a los holandeses comerciantes nadie los castigaba.

Sobre los martirios ‘legitimados’ los podemos encontrar en pleno siglo XX, por testimonios directos que tengo, las fuerzas franquistas cometían las mismas crueldades con los presos demócratas tras la Guerra Civil española, los alemanes con los judíos, Stalin con los disidentes, los Jemenes Rojos en Camboya, Estados Unidos en Guantánamo, los terroristas del estado Islámicos con los presos o infieles y así un largo etc., y en pleno siglo XXI hasta un mal nacido como Joe Arpaio, indultado por el presidente estadounidense Trum, que se jacta de ser más bestia que quién lo indultaba en un triple casi salto mortal al borde de lo imposible, porque de criminales que se creen amos de otros humanos y justicieros está la historia llena en todos los países sin excepción.

Entre los terrores que debían padecer aquellos que permanecían encarcelados estaban los que contaban los sacerdotes católicos en aquellas tierras como ya he comentado y que describieron las cárceles o campos de internamiento.

Sobre la cárcel de Omura decían que era tan espantosa que se componía de palos gruesos clavados en el suelo y tan estrecha, que era de tres brazas de largo por dos de ancho, unos 4,50 por 3,30 metros, con una puertecilla que tan sólo se abría para meter a los presos, estando todo el día encerrados (eran celdas colectivas, no individuales).

La comida se componía de una escudilla pequeña de arroz cocido con agua salada por cabeza y algunos días, a modo de regalo, se les daban una sardina y siempre agua caliente para beber, “sin distinguir el sano del enfermo”.

Dicha cárcel tenía doble aislamiento que describían de la siguiente forma: “Y para negarles toda comunicación había a una braza de distancia otra cerca de palos gruesos, y entre ambas arrojaban muchos espinos, y zarzas, y en distancia de tres brazas había otra cerca, y entre ambas dos casillas para las guardas, que eran cinco, y los remudaban cada día, para evitar cualquier amistad, que con la comunicación pudiera establecerse entre los guardas, y presos”.

La cárcel de Yendo no era menos terrorífica, ya que según uno de los mártires de la congregación, Fray Diego de San Francisco, que estuvo en ella mucho tiempo, decía que se componía de cuatro aposentos cercados de maderos gruesos, sin más luz que la que entraba por una abertura, tan pequeña, que sólo podía pasar por ella una escudilla en las que les daban la comida. Las dimensiones era doce varas de largo por cinco de ancho (la vara tiene 0,836 mts.) y muy bajas de altura, añadiendo “no son ponderables los trabajos que en ella padecían, de mal olor y gusanillos, falta de sueño y de sustento, porque les embarazaba el descanso la multitud de presos, pues no bajaban de ciento cincuenta”, algo parecido sufrieron los presos tras la Guerra Civil española, que padeció mi padre, y donde en Córdoba en pleno verano, donde hace más de 40 grados a la sombra, metían a una gran cantidad de presos en una celda, tantos que debían hacer turnos para dormir en el suelo, sin darles agua ni comida, apostando fuera soldados moros con órdenes de disparar al primero que se asomara a respirar y así días de martirio donde muchos murieron.

Bajo ese estado muchos morían de hambre, siguiendo con los presos de los japoneses, sin que nadie los socorriese, metiendo otros presos cuando sacaban a los muertos, que “era necesario, que diese licencia por escrito el Gobernador, que solía dilatarla siete, y ocho días, no era soportable la hediondez, y horror que padecían los presos; originándoles muchas llagas en sus cuerpos, y apoderare de ellos tanto la lepra, que a algunos les consumía los dedos de pies, y manos”.

Tras el martirio que le infringieron, el emperador optó por desterrarlos a la isla de Zugaru o Zungaro, muy fría y poco habitada “en los confines de Japón, enfrente de la Tartaria”, sufriendo tantas privaciones de todo tipo que, para no hacer penoso y triste esto, tan sólo trascribo parte de una carta escrita por uno de los sacerdotes exiliado y que decía: “La comida es dos veces al día, unos rábanos cocidos, y un poco de agua, y sal, con un poquito de arroz; y cuando me dan algún pescado será de peso de una onza escasa. Y esto no es cierta exageración, sino pura verdad; y estoy tan contento, y satisfecho con ello, como si comiera gallinas, y capones: vino no llega aquí jamás”.

A modo de corolario

Según he ido escribiendo esta investigación, intentando unir lo que en principio podría parecer inconexo, me vino a la memoria, sin saber explicar el por qué, el primer regalo que me hizo mi padre siendo muy pequeño del que tengo memoria y que por haberme impresionado como niño de alguna forma subyace en mi recuerdo; dicho regalo fue un caleidoscopio, un tubo mágico que formaba figuras abstractas y aleatorias pero matemáticamente y perfectamente ensambladas, repitiendo una de sus partes ocho o diez veces, formando el conjunto, según lo iba girando, figuras sorprendentes. Algo parecido me pasó al profundizar en la historia de la gastronomía japonesa, de ahí que partiendo como un trabajo más se convierta este estudio en algo tan complejo y fascinante como aquellas figuras y su explosión de colores.

Notas complementarias

División de las clases sociales.

Los rangos de la sociedad japonesa se dividían en ocho grandes categorías:

La primera comprendía los príncipes y vasallos hereditarios.

La segunda la nobleza, hereditaria de un grado inferior a la de los príncipes.

La tercera, los sacerdotes y religiosos indistintamente.

La cuarta, el ejército.

La quinta, los médicos, los empleados del gobierno y ciertas profesiones liberales.

La sexta, los innumerables mercaderes que tenían establecimientos.

La séptima, los mercaderes ambulantes, los obreros, los artistas de todo tipo, los pintores, los músicos, los poetas, y en general, todos aquellos que, por su talento, su instrucción y su facultad especial, cultivaran un arte y vivían de él.

La octava y última era la formada de los aldeanos, agricultores y jornaleros.

Existía aún otra más baja, la de los cesteros, los curtidores o las prostitutas.

Las cuatro primeras categorías constituían la alta sociedad japonesa (por debajo del 20% de la población).

Las monedas, pesos, medidas y habitantes estimados

Las cuentas se llevaban en el Japón en thails o thayels de 10 maas, y el maas de 10 konderyms; el thail valía unos 29 reales (al cambio de la moneda española).

Las monedas de oro eran los kobanchs, de los cuales los había nuevos y viejos. Los primeros se parecen a una chapa de oro, redonda en sus dos extremidades, larga de dos pulgadas sobre una de ancho. Este oro es de un color desmayado. En una parte de ellas está grabada una barra trasversal y en cada extremidad, la impresión de un jtjib con varios caracteres y flores en relieve; en la otra parte y en su centro se ve una impresión circular con caracteres en relieve, y en cada extremidad un sello particular que varía en cada kobang. El valor de un kobang nuevo es de 6 maas o 90 reales de vellon y 42 maravedis españoles.

Los kobangs viejos son del oro más puro; son más largos y anchos que los nuevos: su grabado de un lado es perfectamente igual al de los nuevos, las figuras del otro son del todo diversas. El valor intrínseco del kobang viejo es de 100 maas; o reales 10, 20 maravedíes; en Batávia valía casi 158 reales vellón y maravedises.

Finalmente el oban es otra moneda de oro, que vale 5 kobangs.

Jtjib o haba de oro, es el nombre Japonés de una moneda en forma de paralelogramo aplastado; el oro es de color pálido; en una parte se ven varias figuras, en la otra varias flores todo en bajo relieve. El jtjib valía 45 maas; de consiguiente es 1/4 parte del kobang nuevo, o 22 reales 20 maravedises.

Las monedas de plata eran las siguientes:

Nandio-gin, es una moneda de una pulgada de largo, sobre seis líneas de ancho en figura de paralelogramo: lleva en una parte caracteres en relieve, en su gráfila o cordoncillo hay grabadas muchas estrellas; esta moneda tienía únicamente curso en la isla de Nifon, principalmente en la capital; valía 7 maas , 5 konderims.

Itagauné, es otra moneda de plata; las hay grandes y pequeñas. Las primeras tienen el espesor del dedo; son largas tres pulgadas con seis líneas de ancho; valían 62 maas. Los pequeños Itagaunés tienen dos pulgadas de largo sobre una de ancho; tienían un valor de 55 maas.

Hodama es moneda de plata de forma esférica y del grandor de un guisante; sobre un lado se repara la figura de una Diosa japonesa, con muchas letras en relieve: sobre la otra se nota la impresión de algunos timbres, que parecen los de diferentes comerciantes. Esta moneda variaba mucho tanto en la forma como en el valor; las había desde 5 konderyms, hasta 4 maas 5 konderyms

Gomome-gin, también moneda de plata usada antiguamente en Jeddo y Meaco; es de dos pulgadas de largo sobre una de ancho; sobre sus caras lleva muchas estrellas en relieve para impedir el que sea limada o raspada. Valía 5 maas.

Senis o caches es el nombre que daban los Japoneses a todas las monedas de hierro, de latón o de cobre; sus formas y valores eran diferentes, pero siempre ensartadas en un alambre. Las más comunes eran las conocidas bajo el nombre de Sjuman-seni: valían medio maas, o 40 senis comunes.

Simoni-senis del tamaño menor de un ochavo, valía cuatro senis comunes. Solo en la isla de Nifon tenía curso esta moneda; 60 componen un mass.

Doasa seni, difería de los senis comunes en que es de hierro; por lo demás tenían el mismo valor.

Los pesos son el picul, que se divide en 100 cattys; esto es en 46 thails; el thaíl en 10 maas, o 400 konderyms. El picul equivalía a 58 kilogramos y 960 gramos.

La medida de longitud se llamaba tallamy; era equivalente a 9 metros. El rí era el equivalente a la legua japonesa, de las cuales entran unas 50 en el grado.

La población de este Imperio si se comparaba con el de la China, “puede calcularse, proporción guardada, en 30.000.000 de individuos: algunos escritores la calculaban en 5.000.000, otros en 40.000,000 y los menos escrupulosos en 50.000.000”, esto es referido a mediados del siglo XIX.

Sobrevivir en tierras en la frontera del infierno

285 a.C. se hundió el suelo formando el lago Mitsu uni o Biva-no-numi en la provincia de Umi, que los cartógrafos occidentales identificaban con el nombre de lago de Oitz, formando la montaña más alta del Japón y representativa, el Fusi-yava en la provincia de Suruga.

799 erupción que duró 34 días; en el 800, en 863, en 864, en este último, con terremotos, material piroplástico y lava que llegó hasta la ciudad de Yedo con una altura de las cenizas de cinco o seis pies.

El volcán Sirayama (Montaña Blanca), situado en el mar de Corea tuvo dos erupciones memorables en los años 1239 y 1554.

El Nifon, situado al noroeste de la ciudad de Komoro en 1783 entró en erupción, con terremotos y abriéndose simas, hirvió  el agua del rio Yokogava, uno de los más caudalosos del Japón, matando a todos los peces y sepultando muchos poblados, siendo imposible saber la cantidad de muertos.

1703 ciudad de Jedo con más de 100.000 muertos

Monumento a Hasekura Rokuemon Tsunenaga en Coria del Río (Sevilla)

Unas relaciones muy delicadas con España

Casi desde la conquista de Filipinas por los españoles, historia pintoresca esta, las relaciones con Japón pasaron por momentos muy delicados y que sucintamente fueron cronológicamente así:

  • En 1590 el emperador de Japón reclama el derecho de vasallaje a los españoles en Filipinas. El embajador español eludió contestar y prometió favorecer el comercio pero poco después el emperador muere y el tema pasa al olvido.
  • En el año 1606 se sublevan los japoneses establecidos en Manila, intercediendo la iglesia al estar la mayoría convertidos al catolicismo.
  • Un samurái, Hasekura Rokuemon Tsunenaga (bautizado en España con el nombre de Felipe Francisco de Fachicura), inició una misión diplomática/comercial llamada Keichó, que hoy puede parecer imposible. Atravesó el Pacífico partiendo desde el norte de la mayor isla del archipiélago japonés, a 360 kms. al norte de Tokio, el 28 de octubre 1613, en el galeón Date Maru, con 180 personas a bordo y compuesta por 22 samurais, 120 comerciantes, marinos y sirvientes japoneses y sobre 40 españoles y portugueses, entre los que se encontraba Fray Luis Sotelo, para tras tres meses arribar a Acapulco (México), desde allí, tras dejar a parte de la comitiva a la espera de su regreso, de nuevo partió desde Veracruz, haciendo escala en La Habana, para llegar en octubre de 1614 a Sanlúcar de Barrameda en España, siendo recibida con honores por el duque de Medina Sidonia, el cual armó dos galeras para que continuaran viaje hasta Sevilla. Tuvieron que esperar diez días en Coria del Río, un pueblo a unos 8 kms de la capital, hasta tener autorización para ser recibidos por las autoridades. Desde Sevilla parte la comitiva a Madrid para ser recibido por el rey Felipe III que, el 30 de enero, en principio acepta la propuesta comercial, a expensas de la decisión del Papa Pablo V, de modo que tienen que volver a partir, esta vez a Roma, siendo antes bautizado el 17 de febrero de 1615, como ya indiqué. Parte de Madrid a Barcelona donde embarca en tres fragatas con destino a Nápoles, pero las inclemencias del tiempo hacen que tengan que refugiarse en el puerto de Saint-Tropez. Por fin logra entrevistarse con el Papa en noviembre de 1615, solicitándole el envío de misioneros para evangelizar Japón, algo a lo que el Papa accede, dejando la decisión de los acuerdos comerciales al rey de España y de camino nombrar al fraile Luis Sotelo Obispo de Mutsú. De vuelta a España vuelve a entrevistarse con el Rey y para su sorpresa este le deniega el acuerdo, con el pretexto de qué la misión no había sido enviada por el máximo gobernante de las islas, Tokugawa Ieyasu, advertido el rey que dicho gobernante había promulgado un edicto en enero de 1614 en el que se perseguía el cristianismo y ordenando la expulsión de todos los misioneros del Japón. Tras su fracaso Hasekura partió hacia México y después a su país en junio de 1617, pero parte de la comitiva, unos diez japoneses, expresaron su deseo de quedarse en Coria del Río para poder practicar el cristianismo y donde estos se integraron y mezclaron mediante matrimonios con mujeres de la localidad y qué al ser rebautizados tomaron el apellido Amarillo y Japón, donde hoy existen más de 650 vecinos con dichos apellidos, siendo esta la colonia japonesa más antigua de occidente y en el único lugar donde existe un monumento a un samurái japonés. 400 años después, el 14 de junio de 2013, el príncipe Naruhito visitó Coria del Río y plantó un cerezo junto a la estatua de Hasekura, conociendo a los descendientes de tan insignes tripulantes japoneses.
  • En 1629 el gobernador de Nagasaki envía una embajada a Manila y desde entonces, al estar prohibido el cristianismo, son expulsados todos los japoneses no convertidos.

Bibliografía consultada:

  • Alfonso Mola, Marina y Martínez Shaw, Carlos: ‘Historia moderna: Europa, África, Asia y América’. Edit. Universidad Nacional de Educación a Distancia. ISBN: 978-84-362-6965-9. Madrid, 2015.
  • Boy, Jaime: ‘Diccionario teórico, práctico, histórico y geográfico de comercio’, tomo III. Publicado bajo los auspicios de la Junta de Comercio de Barcelona. Imp. Valentín Torras. Barcelona, 1840
  • Comettant, Oscar: ‘Las civilizaciones desconocidas’. Edición del Siglo XIX. Imp. I. Cumplido, México 1874.
  • De Rienzi, M. L.-D.: ‘Historia de la Oceanía o quinta parte del mundo’, Traducción de ‘Una sociedad literaria’. Imp. Imprenta del Fomento. Barcelona. Sobre 1840
  • Granger, Ernesto; Dantin Cereceda, Juan y Izquierdo Croselles, Juan: ‘Nueva Geografía Universal’, Tomo I. Edit. Espasa Calpe, S. A., Madrid 1928
  • Malte-Brun, M.: ‘Diccionario Geográfico Manual, Tomo I. Edit. José Pérez. Madrid, 1832.
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  • San Antonio, Juan Francisco de: ‘Chronicas de la provincia de San Gregorio, de religiosos Descalzos de N. S. P. San Francisco, en las islas Filipinas, China, Japón, etc.’, parte tercera. Manila, 1744.
  • Sicardo, Joseph: ‘Persecución de la Christiandad, en el Japón, vidas y martirios de los Religiosos Agustinos en aquel Reino’.
  • Teracina, Miguel (no es el autor, es el traductor del inglés al español): ‘Historia general de los viajes o nueva colección de todas las relaciones que se han hecho por mar, y tierra, y se han publicado hasta ahora en diferentes lenguas de todas las naciones conocidas’ Tomo XVIII. Im. Juan Antonio Lozano. Madrid, 1778.
  • Una Sociedad de Literatos: ‘Diccionario Geográfico Universal’ (Dedicado a la Reina Nuestra Señora), Tomo VI. Imp. José Torner. Barcelona, 1832.
  • Wikipedia, artículo sobre Hasekura Tsunenaga. Documento el línea en https://es.wikipedia.org/wiki/Hasekura_Tsunenaga

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