La verdadera historia de la patata y la batata.

 

A Azucena Estefanía Muñoz Romero.

El autor en el lago Titicaca en la ciudad de Puno, Perú

Gran monográfico.

Pese a sus casi 8.000 años sirviendo como alimento de subsistencia entre los habitantes de los Andes no fue hasta épocas muy recientes cuando la patata, que hoy la tenemos y usamos como indispensable en cualquier cocina mundial, ocupó, no sin ciertas reticencias, el lugar que merece dentro de la cadena alimenticia. 

La patata llegó, en Europa, a pasar de ser un alimento para dar de comer a los cerdos a ocupar el cuarto puesto de los más consumidos, tras el trigo, el maíz y el arroz. Sin ella difícilmente se habría desarrollado la llamada Era Industrial porque el crecimiento poblacional y la alimentación de las clases proletarias dependía básicamente de las cosechas, que de forma cíclica se malograban como consecuencia de los cambios climáticos y las guerras, produciendo hambrunas entre los más desfavorecidos.

Gracias a las patatas, que llegaron a sembrarse de forma intensiva desde principios del siglo XIX como veremos, la gran masa de trabajadores que necesitaba la industria tuvo un alimento indispensable y casi inagotable, así, desde los mineros de Bélgica o los de las cuencas de Rhur, los obreros de las incipientes plantas de producción de maquinarias o incluso los trabajadores agrícolas desde Irlanda hasta Rusia, se les alimentaba con un tubérculo barato, de gran producción y casi exento de enfermedades o desastres climáticos. Gracias a ella, por exceso y decremento de producción, se gestaron los movimientos revolucionarios y también los separatistas como es el irlandés I.R.A. y que posteriormente imitó E.T.A. con otra base pero con la misma ideología guerrillera urbana.

Desde que los españoles la conocieron muchos fueron los que vieron sus grandes posibilidades como alimento salvador de la humanidad, aunque la mayoría de ellos clamaban en un mundo de sordos y ante una oligarquía que poco le importaba el padecimiento de las clases trabajadoras, siendo sólo aceptada en lugares puntuales donde el hambre hacía estragos, como fueron las islas Canarias, sureste español, Irlanda, parte de Alemania y posiblemente Galicia.

La historia está en parte supeditada a intereses nacionales y políticos, por eso no debemos creernos las informaciones interesadas de los supuestos profetas descubridores de la patata porque, como iremos viendo, su consumo se le debe a muchos, desde piratas a científicos, pasando por religiosos o médicos, hombres visionarios de los que poco se conoce.

En sus comienzos fue confundida con otro tubérculo en muchos escritos, me refiero a la batata, de ahí que existan momentos en los que no sabremos a que se refieren en los primeros momentos de su difusión por Europa, lo que sí es indudable es que la batata fue casi siempre precursora de las patatas en muchos lugares, posiblemente por ser más dulce y con más posibilidades gastronómicas según el gusto de la época.

La primera idea que tuvieron los europeos con respecto a la patata fue la de convertirla en sustituta de los productos cerealísticos, de los que tanta dependencia tuvo siempre nuestra civilización occidental, y así se quiso en todo momento hacer pan con ellas, de hecho casi todas las primeras fórmulas de aprovechamiento iban encaminadas a su elaboración, fracasando al no contener gluten, pero que suplieron mezclándolas, una vez trituradas, con trigo o avena, llegando a convertirse en el pan de los pobres o siendo motivo de estafas en el siglo XIX, según se desprende los estudios dedicados a los fraudes alimenticios y donde la patata, mucho más barata, era el sustituto ideal del trigo para hacer pan aunque fuera en pequeñas proporciones.

La patata fue utilizada como alimento de clase y su no ingesta denotaba un estatus social lejano al del proletariado, sólo siendo recomendada, a nivel público, como alimento en hospitales, comida de los campos de concentración, la marinería o los hospicios. Sólo cuando se socializó la cocina, tras la revolución francesa, los cocineros vislumbraron todas las posibilidades gastronómicas de dicho alimento, de cuyas recetas he hecho una recopilación rescatándolas y que podrá leer al final de este trabajo.

Denostada hasta el extremo de hacerla culpable de pestes o enfermedades venéreas o magnificada hasta ser alimento básico de todo un pueblo, el irlandés, la historia de la patata está jalonada de anécdotas, algunas jocosas y otras tristes, pero todas llenas de humanidad porque pertenecen al pueblo.

  1. Las leyendas andinas de la patata.

Según el periodista, ingeniero forestal y analista de temas ambientales peruanos y uno de los hombres que más han estudiado la flora y fauna peruana, Walter H. Wust, el origen de la patata en la mitología andina, por datos recogidos en las alturas Andahuailas de Apurimac, de los nativos que lo han transmitido de boca a boca por generaciones, es en síntesis la siguiente:

Hace miles de años los hombres cultivadores de quinua dominaban a sus congéneres que vivían en las tierral altas de los Andes y a los que castigaron con dejarlos morir de hambre lentamente, disminuyéndoles las raciones de alimentos que daban para ellos y sus hijos. Desesperados y cerca de morir de inanición imploraron a los dioses, los cuales le enviaron unas semillas redondeadas y carnosas para que las plantaran; pronto nacieron hermosas matas con flores azuladas en aquellos terrenos que nada podían producir como consecuencia de lo árido del terreno y de la altura.

Arte indígena hecho sobre una pequeña calabaza donde se explican las distintas fases de la plantación y recolección de la patata (propiedad del autor)

Mientras, sus enemigos no se opusieron a que se plantaran, con la idea de que cuando dieran fruto arrebatárselas. Cuando las plantas amarillearon y parecía que estaban maduras arrasaron los campos llevándose todo aquello que les parecía comestible. Desconsolados los vencidos, ya casi al límite de sus fuerzas por la falta de alimentos, imploraron al cielo de nuevo y una voz les dijo: “Remuevan la tierra y saquen los frutos, que allí los he escondido para burlar a los hombres malos y enaltecer a los buenos”.

De esta forma los hambrientos escondieron la cosecha, de la que se alimentaban en secreto hasta que se hicieron fuertes, entonces atacaron a los invasores, que viéndose vencidos, huyeron para no regresar jamás a perturbar la paz de las montañas.

Curiosamente esa misma historia se repitió muchos años después en otro continente, Europa, durante la llamada Guerra de los Treinta Años, donde los alemanes plantaron las patatas en los campos que eran devastados por las tropas beligerantes en una política de tierra quemada y donde mermó a la población en un 30%. Sin saberlo, bajo los pies de los invasores, estaba el alimento que salvaba las vidas de muchos, las patatas, y donde Parmentie aprendió que aquel alimento era el que salvaría a toda la humanidad de las cíclicas hambrunas que se padecían.

Otra de las historias mitológicas que nos habla del regalo de las papas es quizá más antigua en el tiempo que el ya narrado y que cuenta como una mujer, única superviviente de la miseria de los primeros andinos que no tenían nada para comer, vagaba por las arenas secas del desierto malviviendo con lo que encontraba. Un día se quedó dormida, quizá extenuada, al calor del sol, entonces los dioses al verla en su dejadez le hicieron el amor, de este encuentro sexual nació un hijo, pero ante la falta de todo lo esencial el niño murió; sus restos fueron esparcidos sobre la tierra y de sus dientes, como un milagro, nació el maíz, de sus huesos largos creció la yuca, de sus glúteos los camotes y de sus testículos las patatas. Lo mismo ocurrió con sus ojos, cabeza y manos que se transformaron en otras plantas, los dioses premiaron así a los hombres para que nunca más pasaran hambre.

Mercado peruano y venta de patatas de los pequeños agricultores, foto del autor, obsérvese la gran variedad de ellas.

Hasta la llegada de los españoles se efectuaban ritos y sacrificios para obtener mejores cosechas, algo que cuenta en sus crónicas Pedro Cieza de León (1520-1554) cuando hace la descripción del intento de unos campesinos de bendecir las semillas de las patatas sumergiéndolas en la sangre de una llama joven y sin defecto, algo que los conquistadores, al mando de Diego Dávila Briceño, prohibieron por considerarlos actos de idolatría.

Pese a todo lo que se cuenta de la patata en las zonas andinas siempre fue un alimento depreciado y digno de los serranos u hombres de las montañas, llegándose a contar entre sus leyendas como un hombre andrajoso era llamado huatyacuri o comedor de patatas, incluso en otra leyenda recogida por Cabello Balboa (1534-1608), como cuenta John V. Murra en su libro ‘Organización económica del estado Inca’, el héroe se ocultó de sus enemigos entre ganaderos “a quien la pobreza en la que vivían le daba seguridad y que se sustentaban de las papas y ollucos y otras raíces y yerbas”. Lo que indica que incluso en su país de origen también este tubérculo era un alimento de clase, ya que la cultura alimenticia de los indios americanos estaba sustentada por el maíz, la carne, principalmente de llama, y de pescado, quedando la patata como alimento en zonas altas de los Andes que por el tipo de suelo y clima hacían imposible otro tipo de cultivo.

Plantando patatas al modo tradicional en Peru. Foto del autor

De todas formas no hay que despreciar la producción de patata ya que era un bien en época de escasez, aunque difícil de almacenar, al contrario que el maíz, excepción hecha de las zonas frías y altas donde el chuño, patata desecada, podía conservarse por largos periodos de tiempo.

  1. Un encuentro no esperado, el de los españoles y las patatas.

Poco podían imaginar los conquistadores españoles en el año 1537, cuando entraron en el valle de Grita, en la provincia de Vélez de la actual Colombia, según cuenta el cronista y conquistador Pedro Cieza de León (1520-1554), que se toparían con algo tan extraño para alimentarse como eran aquellas cosas que sacaban de debajo de la tierra los indios y que por el cierto parecido, que en nada se parecen en realidad, le llamaron turmas, criadillas o testículos de la tierra, que los tres nombres significan lo mismo. Este alimento, desde ese punto geográfico, y según iban conquistando más tierras, lo siguieron encontrando en Quito (hoy Ecuador), Popayan y en Pasto (Colombia), todo esto documentado por un hombre que jamás pisó las tierra americanas, Francisco López de Gomara (1511-1566) en su libro ‘Historia General de las Indias’.

Dibujo imposible del encuentro de los españoles y las patatas

Los españoles, en sus crónicas, pronto hacen referencias a la patata, encontrando la primera de Agustín de Zárate en su libro ‘Historia del descubrimiento y conquista de la provincia de Perú’, que curiosamente se editó en Amberes en 1555 y cuando éste personaje estaba en las postrimerías de su vida, murió en el año 1.560. Cronológicamente se le adelantó en la publicación el ya mencionado sevillano Pedro Cieza de León (1520-1554) en su ‘Crónica de Perú’ en el año 1553, una magnífica descripción geográfica e histórica del Nuevo Mundo, no muy conocida por el gran público, al contrario que el libro de Zárate que tuvo muchas ediciones.

Cieza de León nos cuenta en su capítulo LXVI, titulado: ‘De la fertilidad de los llanos y de las muchas frutas y raíces que hay en ellos, y la orden tan buena con que riegan los campos’, lo siguiente: “Por estos valles siembran los indios el maíz, y lo cogen en el año dos veces, y se da en abundancia, y en algunas partes ponen raíces de yuca, que son provechosas para hacer pan y brebaje a falta de maíz, y críanse muchas batatas dulces, que el sabor dellas es casi como de castañas y asimismo hay algunas papas y muchos frisoles y otras raíces gustosas”.

Preparando la patata para hacer chuño.
Foto del autor

En el inestimable libro del religioso de la Compañía de Jesús, el padre José de Acosta (1540-1600), en su libro ‘De la Historia Natural de las Indias’, escrito en 1590, cuenta como en las tierras altas del Perú no podía plantarse ni trigo ni maíz, en las provincias que llamaban del Collao, que era la mayor parte de aquel reino, donde el clima era tan frío y seco que los indios sólo plantaban un género de raíces que llamaban papas, que “son a modo de turmas de tierra, y echan arriba una poquilla hoja”.  Continúa Acosta diciendo: “Estas papas cogen y dejan secar bien al Sol, y quebrantándolas hacen lo que llaman chuño, que se conserva así muchos días, y les sirve de pan, y es en aquel Reino gran contratación la de este chuño para las minas de Potosí”.

Sigue Acosta especificando que también la comían cocidas o asadas y como en lugares más calientes había otro género de ellas con la que hacían cierto guisado, o cazuela, que llamaban locro.      

 También el carmelita de la Cartuja de Jerez, fray Antonio Vázquez de Espinosa, tras su viaje de catorce años por tierras peruanas, que concluyó en el año 1622, nos cuenta en su libro ‘Compendio y descripción de las Indias Occidentales’ lo siguiente, refiriéndose a la ciudad de Santa Fe y las cosechas: “… cantidad de trigo, maíz, garbanzos, habas y otras semillas de España y de la tierra, muy buenas legumbres y hortalizas. Hay papas que son mejores que criadillas de tierras, muchas diferencias de patatas, ingenios de azúcar…”, para seguir más adelante al referirse a Quito: “… y la tierra muy abastecida de trigo, maíz, papas, que son a modo de criadillas de tierra…” y continúa en su visita al valle de Guaylas: “Cuatro leguas al sur de Caucas está el pueblo de Requay, muy frío y destemplado, donde no se coge fruta, maíz ni trigo, sino sólo papas y quina” y de Cuzco lo siguiente: “… no se dan en esta provincia frutos, salvo papas, por ser de continuo muy fría”, para continuar contando: “El sustento principal de los indios son papas, que son como turmas de tierra, de las cuales hacen los indios chuño, que es poniéndolas al hielo para que en él se hielen y sequen, de que hacen un género de mazamorra que se estima mucho en aquel reino y es comida preciada”.

En el año 1586 Diego Dávila Briceño, corregidor de Huarochirí, recomendaba su consumo a los españoles de la metrópolis: “Y en lo alto de las haldas destos ríos se siembran y recogen las semillas de las papas, que requieren tierra frías, que es uno de los mayores bastimentos que los indios tienen en esta dicha provincia, que son turmas de tierra, y si en España las cultivasen a la manera de acá, sería gran remedio para los años de hambre”.

Pronto debió de ser enviada a la España para su estudio, aunque no se tenga constancia de su llegada, ni del origen de las primeras patatas, que por cierto, y para despistar más, durante mucho tiempo se llego a confundir con la batata, camote o boniato como he comentado, de ahí que las citas encontradas puedan dar lugar a confusión.

Como todo tipo de cosas traídas de las Indias debían pasar previamente por Sevilla, donde estaba situada la Casa de la Contratación, único punto de contacto final del comercio con las indias. He indagado, en primer lugar, en los trabajos  de un hombre, médico y biólogo, que se dedicó al estudio, con fines médicos y farmacológicos de todo lo que venía más allá del océano.

En una primera aproximación el único indicio de su llegada estaría en leer los tres libros y sus anexos de Nicolás de Monardes y Alfaro, pero en lugar de aclarar la situación aún la hace más turbia si cabe, ya que todo hace indicar qué era conocida antes de hacer dichos estudios porque más parece que habla más de la batata que de la patata, por lo que me he permitido trasladar o citar algunos párrafos de su obra titulada ‘Primera y segunda y tercera partes de la historia, medicinas de las cosas que se traen de las Indias Occidentales que sirve a la medicina’, aunque el título completo es más largo ya que también hace referencia a la nieve y su uso en la alimentación, un tratado sobre la piedra bezoar y un diálogo sobre las propiedades del hierro en la farmacopea, entre otros, que se editó en Sevilla en el año 1574.

El motivo de acudir a Monardes es consecuencia de que en su huerto, que estaba situado en pleno corazón de Sevilla, justo en plena calle Sierpes, centro geográfico de la ciudad, el laboratorio donde experimentaba con todas las plantas que se traían del Nuevo Continente, siendo el autor de la obra antes referenciada y que fue durante dos siglos base de estudio en toda Europa. 

Es difícil, como ya he comentado, saber si Monardes se refiere a la patata en su libro ‘Las cosas que se traen de las Indias Occidentales…’ ya que confunde, como todo el mundo en esa época, a las batatas y las patatas, como he comentado, de modo que cuando en su libro tercero hace referencia a una fruta que se críaba bajo tierra, a la que no da nombre, dice al describirla: “Enviáronme del Perú una fruta muy graciosa, que se cría debajo de tierra, muy hermosa de ver, y muy sabrosa de comer, esta fruta ni tiene raíz ni produce planta alguna, ni planta la produce a ella, sino que se cría debajo de tierra como se crían las turmas que llaman de tierra…” donde cabría preguntarse si ya para entonces eran conocidas las patatas, porque da por sabido que el lector debe de conocer las turmas o patatas. Pero si se sigue avanzando en la lectura de éste tercer libro se encuentra un poco más adelante, cuando habla del casavi o yuca, otro tubérculo, y donde escribe sobre la batata: “Las batatas, que es fruta común en aquellas tierras (se refiere a Perú), tengo yo por mantenimiento de mucha sustancia, y que son medias entre carne y fruta, verdad es que son ventosas pero esto se les quita con asarlas, mayormente si se echaren en vino fino: hacen de ella conserva muy excelente, como carne de membrillos y bocadillos y cubiertas, y rayadas, y hacen potajes, cocinas, torta de ellas muy excelentes: son cubiertos para hacer sobre ellas cualquier conserva y cualquier guisado: hay tantas en España, que de Vélez Málaga cada año aquí a Sevilla, diez y doce carabelas cargadas de ellas: siembra de ellas mismas puestas las chicas, o pedazos de las grandes en sus camellas de tierras labradas, y nace muy bien, y en ocho meses están las raíces muy gordas, que se pueden comer y usar de ellas: son templadas, y guisadas o asadas ablandan el vientre, crudas no son buenas de comer porque son muy ventosas y duras de digestión”.

La primera constancia escrita que se tiene sobre el cultivo de la patata en Europa, hasta el día de hoy, es de un acta notarial redactada en Santa Cruz de Tenerife (Canarias), fechada en 1567, donde se hace constar el embarque con destino a Amberes (Bélgica) de varios sacos, por lo que hay que deducir que se tenía que plantar varios años antes de dicho comercio en aquellas islas españolas, al menos tres, y donde se dice “Y así mismo recibo tres barriles medianos decis lleven patatas y naranjas e lemones verdes”.

En Galicia el Arzobispo de Santiago de Compostela y Notario Mayor del Reino de León, Francisco Blanco, entre 1574 y 1581 hizo plantar patatas en los alrededores de Padrón.

3.- El largo camino para que la patata fuera aceptada oficialmente en España

Pese a todo el conocimiento que se tenía sobre la patata, de ser alimento casi desde su redescubrimiento por los españoles en Canarias y Andalucía, sobre todo en la zona de Málaga, en el caso que no se refirieran a la batata, ya que en el libro ‘Tratado de materia médica’, editado en 1794, dice que sirven de sustento las batatas de Málaga, especialmente las de Torrox y otros lugares de la costa y en concreto: “En la costa de Málaga sirve de alimento diario a la plebe, y en España se consume grande abundancia de batatas en muchas y varias especies de dulces”.

El nombre ‘patata’ no fue reconocido oficialmente hasta el año 1832 donde aparece por primera vez en la séptima edición del Diccionario de la Lengua Castellana editado por la Real Academia de la Lengua, doscientos años después de su llegada.

Si por el sur de la península y las islas atlánticas la patata había progresado, gracias a ser lugar de paso o final del trayecto en el comercio con las Indias Occidentales, el norte del país permanecía casi ajeno a muchos de los productos nuevos que se desarrollaban, sólo siendo permeables a los productos y usos que les llegaban de Europa, de ahí que la patata no fuera conocida hasta bien entrado el siglo XVIII.    

La historia de las primeras plantaciones de patatas en Vascongadas y regiones limítrofes está muy bien documentada, gracias a los esfuerzos por introducirla en Vizcaya por parte de Enrique Doyle en el último cuarto del siglo XVIII, hecho este que tiene sus antecedentes en las primeras plantaciones de batatas, que como hemos podido comprobar siempre fueron las precursoras de la patata, de ahí que desde 1773, gracias militares de origen irlandés, que servían en el ejército español, como el capitán Lorenzo Mezque y también Ward, fueran los precursores de las plantaciones en Bilbao, proponiendo su cultivo a las clases trabajadoras tanto para la mesa como comida del ganado, por una parte, por ser alimento de emergencia en caso de sequías o desastres naturales, como sustitutivos de los granos como el trigo estaba exenta de los diezmos que tanto ahogaban al proletariado agrícola, al igual que el maíz.

Volviendo a Doyle encontré un delicioso trabajo publicado en 1784 en ‘Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País en la villa de Bilbao’ donde, en el número IL de dichos Extractos, comienza describiendo la utilidad del tubérculo con estas palabras: “Desde sus principios ha mirado la sociedad esta planta como una de las más importantes que se pudieran introducir en beneficio del pays”. Y así lo sentía este hombre, ya que le dedica siete capítulos desbrozando todo el proceso y utilidad del nuevo alimento y que por su importancia creo imprescindible extractar.

En dicho trabajo se encuentran pistas reveladoras de la historia de la patata en aquellas tierras, donde nos cuenta, a modo de preámbulo, como en el año 1772 se trajeron desde Irlanda y como fueron sembradas en diferentes caseríos de Vizcaya y Guipúzcoa, para, en 1774, traer otras de Málaga, que tenían merecida fama, y como con aquellas cosechas se hizo pan, “mezclándole cierta porción de harina de trigo y maíz, y salió tan bueno que se juzgó preferible al de centeno y al de maíz solo”.

En dicho informe se indicaba que no fue hasta el año 1776 cuando se introdujo su cultivo en Álava para, posteriormente, imprimir en los Extractos de 1777, las instrucciones para su cultivo, tomada del diccionario económico de Chomel, consiguiendo de esta forma duplicar la producción.

Conocer la historia de esas primeras patatas que se sembraron en 1776 forman parte de la historia no contada de España donde no aparecen políticos ni militares, de ahí su anonimato, y que tanto cambió para siempre nuestras vidas como pueblo, siendo el héroe un sacerdote, Rafael Garitazo Aldaeta, el que en Bergara, donde oficiaba como sacerdote de la iglesia de Santa María de Oxirondo, plantó doce patatas en su huerta, llegando en tres años, 1779, a recolectar 16 canastas y dos carros llenos con los que hizo pan. Con los sobrantes mantuvo a varios animales desde el 13 de diciembre de ese año hasta el 2 de mayo de 1780. 

En 1779 se extendió su cultivo y en el 80, aparte de repetir las pruebas de hacer pan, sirvieron aquellas patatas para engordar al ganado y a las aves, para terminar en el año 1881 perfeccionando el método de hacer pan siguiendo el método de Parmentier.

Es interesante leer, casi al final de la ponencia, estas reflexiones: “Este objeto, que a los ignorantes parece de poca consideración, ha merecido particular atención a nuestro compasivo Monarca, pues por medio del Excmo. Señor Conde de Floridablanca mandó pasar al consejo un papel con fecha 1º de mayo de 1784 en el que se decía, que enterado el Rey de la utilidad que en los países extranjeros se logra con el cultivo y uso de las patatas, le había mandado S. M. que su real orden recomendase al consejo el cuidado de que se propagase en todo el Reino. Y el consejo enterado de sus efectivas ventajas dispuso que se formase una instrucción por D. Enrique Doyle sobre su cultivo, uso y utilidades, la cual fue aprobada y se mandó imprimir y esparcir por todo el reino”.

No hay duda de lo excepcional del Decreto por ser la carta oficial de introducción de la patata en España, aunque ya hacía años que se plantaba y recolectaba, casi desde su llegada a Europa.

Doyle propone en su Instrucción la elección del tipo ideal de patata que debería ser plantada en el reino y que la define como: “La mejor de todas es la amarilla, redonda, unida a la cáscara, y de pocos ojos, por que sobre ser más suave y agradable al gusto, produce más que las otras en igual porción de terreno…”,  para seguir inmediatamente a explicar la forma de plantarla, el tipo de tierra, el abono, la forma de preparar el terreno, tiempo de la siembra, recolección y modo de conservarlas.

El capítulo VI está íntegramente dedicado al uso que puede tener, comenzando con estas palabras: “La patata es muy sana, y de mucho nutrimento. En Irlanda, en donde es el principal alimento del pueblo, se crían por lo común las gentes muy sanas y robustas”, para proseguir, y esto es lo interesante, con la forma como se deben de cocinar, lo que a mi juicio es bastante revelador en lo concerniente al uso y concepto gastronómico, en los comienzos, de las patatas.

En primer lugar hace un repaso en su preparación como alimento de los humanos, evidentemente se refiere a esos humanos que no pertenecen a las clases pudientes del país, por lo que se perfilaba la patata, desde sus comienzos, como un alimento de clase y así dice que se pueden preparar cocidas, asadas, guisadas, fritas, en ensalada y en potaje, tanto solas como mezcladas con otras legumbres, obsérvese que en ningún momento se habla de la carne o del pescado. También dice que se pueden consumir “Mondadas en crudo, y guisadas con sal, ajos, un poco de aceite y agua, son buen alimento y muy barato para los pobres”. Cocidas, mondadas, y amasadas con azúcar, según indica, sirven para hacer tartas, pudines y otras masas delicadas.

Pero quizá donde encontraba más utilidad era para la fabricación de panes, incluso dando las fórmulas para hacerlo: “Se hace buen pan de la patata con la mezcla de la mitad, tres partes, o cuarta parte de harina. A este fin se cuecen  y mondan las patatas, se amasan unidas con harina, o separadas de ella, después se mezcla y se trabaja bien esta masa, advirtiendo que la levadura ha de ser de la misma harina, porque la patata por sí sola no sube, ni esponja; y formados los panes se cuecen según el método ordinario. Algunos ponen la patata después de cocida a secar en un horno antes de amasarla; pero el primer método es el más breve y fácil”.

Como alimento milagro todo en la patata se podía aprovechar, ya que los vástagos y las hojas eran buenas para dar de comer al ganado vacuno, lanar y cabrío, incluso, esa patata que era buena para los desheredados y marginados igualmente era el mejor aporte alimenticio para las bestias, ya que si engordaba a los labriegos y los pobres era magnífica para los cerdos, ya que les “hace un excelente tocino”, el resto, las pieles y las sobras, para dar de comer a los pavos y las gallinas, incluso las ramas secas podrían ser muy útiles en donde hubiere escasez de leña o donde el señor feudal prohibía la tala de árboles a sus arrendatarios y obreros.

En su capítulo VII ya incide de forma rotunda en que es un alimento para pobres, incluyendo por primera vez a la soldadesca y la marinería para su elaboración en galletas, sin hacer mención de un uso generalizado a las otras clases sociales del país, dando por hecho que sería repudiado por la nueva y creciente burguesía y, sin dudarlo, por la nobleza.

A modo justificativo explica que sólo con el pan de patata sería suficiente para la contención de los precios de los granos de cereal, independientemente de los bajos precios y el mayor rendimiento de las plantaciones de los tubérculos, incluso comenta: “con la circunstancia, de que a principios de mayo, que es cuando regularmente se declara escasa la cosecha de trigo, aún es tiempo de plantar la patata, la cual tiene la ventaja de no estar expuesta a perderse por los malos aires, tempestades, granizo y langosta como los granos”.

Termina su informe recomendándola, aunque no hubiera servido para el alimento de las personas, para el engorde del ganado de cerda, cuyo consumo, según indica, era grande en España, y donde muchos años se perdían las cosechas de bellota, lo que hacía que se disparan los precios de otras semillas y consecuentemente el del tocino, lo que era “notable incomodidad y perjuicio de los pobres”.  

En Cataluña fueron tres caballeros que, como mosqueteros, defendieron el tubérculo de la abundancia con todas sus fuerzas, sus nombres, hoy olvidados por todos, deberían estar en letras de oro en la historia del país. Al primero de ellos se le llamó despectivamente ‘el Doctor Patata’ en un país miserable lleno de envidiosos que no podían soporta el triunfo de nadie. Su nombre era Manuel Barba y Roca, doctor en derecho por la universidad de Cervera, originario de Vilafranca del Penedés, donde también murió en el año 1.824. Fue miembro de la Junta Suprema de Cataluña y Secretario de Guerra en la Junta Superior del Principado durante la invasión francesa, hijo de una familia de médicos y terratenientes. Otro de los mosqueteros fue José Alberto Navarro Mas y Marquet, señor de Tudela y Caravás, doctor en derecho; en sus memorias, fechadas en 1787, escribió sobre la patata lo siguiente: “La patata podría ser el medio verdadero para que sin pensar en prados artificiales, para los cuales no tenemos la mejor proporción de un país tan montuoso, seco y árido, no nos viésemos otra vez en las angustias en que nos habemos visto este año en Barcelona con el arriendo de un abasto de carnes; para que sobre muy subido, no tuviésemos que comerlas siempre malas… y finalmente para que pudiésemos vernos algún día libres del gravoso y perjudicialísimo tributo de seis o siete millones de reales, que por este solo ramo tan precioso tenemos que pagar a Francia”, más adelante prosigue: “Las raíces de la planta de la abundancia tienen también la ventaja de ser un recurso admirable para los labradores y la gente pobre, particularmente en los años míseros”.

El último en liza era el canónigo de la catedral de Barcelona que escribió una memoria titulada ‘Ventajas y utilidades del cultivo de la patata’.

Todos ellos eran miembros de la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, fundada en 1764 con el nombre de Conferencia Físico-Matemática Experimental.

En el número 372 de la revista ‘Semanario de agricultura y artes dirigidos a los párrocos’ de fecha 16 de febrero de 1804 publicó un trabajo de Esteban Boutelou, titulado ‘Observaciones sobre el cultivo de algunas especies de patatas’, donde nos sigue dando pistas de cómo el cultivo de la patata fue progresando en España. En dicho trabajo cuenta como ‘La Sociedad económica de Madrid’ le envió doce patatas de Inglaterra de una variedad llamada Chinese-Kidney, con las instrucciones precisas para su cultivo, como lo hacían los ingleses y que, según el ponente, no era aplicable al clima de nuestro país.

Boutelou investigó cual tipo podía ser más rentable al sembrar igual cantidad de dichas patatas con otras ya conocidas en el país y que fueron las variedades manchegas, gallegas y de Añover.

Interesante resulta leer la descripción que hace de cada tipo o variedad y de los resultados de su investigación, así llegamos a saber que la variedad Chinese-Kidney, llamada también riñonada de la China, era pequeña, desigual, oblonga, riñonada, medianamente poblada de yemas someras, terminada en punta por ambos lados, siendo el más delgado de éstos encorvado; tenía el hollejo liso y de color amarillo claro. Los tallos son bajos, de color verde claro, bastante vellosos, echando flores blancas, cuya frutilla o tomatillo no llegó a madurar. Los brotes que salían de las patatas al entallecer en primavera eran blancos sin mancha de rojo o encarnado.

Sobre la patata manchega comenta que es la más antigua de las plantadas en España, siendo su configuración pequeña, larga, rolliza y con una longitud de tres a cinco dedos de punta a punta, sobre dos de grueso o de diámetro. Es tierna, de pronta cochura, y mediana fertilidad, muy poblada de yemas hundidas y profundas, cáscara colorada y pulpa con vetas encarnadas. Sus brotes suelen ser blancos, y echa flores moradas.

La patata de Añover, dice, es bastante gruesa, redonda, fértil, tierna, entre harinosa y aguanosa, y de la principal pululan otras muchas medianas y menudas, y entre todas forman una reunión monstruosa que suele pesar dos, tres o más libras.

Las gallegas o chonga cuenta que son originarias de la Habana de donde la trajeron a Galicia, y de Oviedo la enviaron a Aranjuez en el año 1775, dato importante para situar el consumo de las patatas en el norte del país. Se componen de un agregado monstruoso de patatas redondas de todos los tamaños y suelen pesar tanto como las de Añover. Comenta que tardan en cocerse y su gusto es harinoso e insípido, hace la aclaración de que eran feracísimas en los primeros años que se plantaron en Aranjuez, notándose posteriormente una producción mediana, notándose una notable degeneración.

Los experimentos que realizó se sintetizan en los siguientes cuadros comparativos:

Experimento primero: Patatas plantadas en cachos el 16 de abril.

Especies

Peso de las patatas

Golpes plantados

Golpes perdidos

Producto

Libras y onzas

Riñonada de la China

6 onzas

Cachos del centro 4; de las extremidades 6

3

0

3,3

2,9

Manchega

6 onzas

Cachos del centro 4; de las extremidades 4

1

0

18,6

16,11

De Añover

6 onzas

Cachos del centro 3; de las extremidades 2

0

0

20,10

19,2

Experimento segundo: Patatas plantadas en cachos el 18 de abril.

Riñonada de la China

5 onzas

Cachos del centro 4; de las extremidades 6

1

5,11

Manchega

5 onzas

Cachos del centro 5; de las extremidades 6

0

0

18,2

17,6

De Añover

5 onzas

Cachos del centro 1; de las extremidades 2

0

0

10,8

19,4

Gallega

5 onzas

Cachos del centro 1; de las extremidades 1

0

0

7,5

6,13

Es evidente que lo bueno para Inglaterra no lo era para España, de forma que hace la siguiente anotación: “Es este país no se puede adoptar el cultivo inglés: allí desechan los terrenos húmedos y eligen los secos para las patatas, y aquí no pueden prevalecer sino en regadíos o en sitios naturalmente húmedos: en secano es impracticable el cultivo, como tenemos experimentado; y necesita o lluvias o riegos cada quince días. Suele llover poco en este país desde mayo hasta octubre, y como por otra parte hace un calor de veinte a veintiocho grados desde julio hasta mediados de septiembre, se pierden los plantíos de patatas sino se les socorre con riegos. La helada tardía del 21 de mayo (cosa rara en este país) causó daño a las casta nuevas”.

Termina el estudio con una observación en la que aconseja renovar las castas para mantener una mayor fertilidad, contando como en el año 1775 se recibieron en Aranjuez seis patatas de la casta gallega que se plantaron en doce golpes, siendo tan considerable la producción que se recogieron veinticinco arrobas y como en 1803 la producción era muy exigua, sin especificar la cantidad.

De Cantabria no se tiene una fecha exacta del cultivo de la patata, sólo pude encontrar un libro de campo de un médico, el Dr. Antonio del Valle, que en diciembre de 1847 hizo un estudio de la alimentación del campesino asturiano y donde bajo el título ‘La alimentación de los habitantes jornaleros y labradores de Asturias’ cuenta la dieta del proletariado de esa provincia, tanto de los marineros como del campesinado y como, hablando de la patata, dice: “patatas de algunos años hasta el presente, pues hace cuarenta años se conocía poco en la mayor parte del principado”.

Darnos idea de lo desconocida que era la patata en España lo tenemos en un magnífico libro editado en Sevilla en el año 1788, escrito por el Abate de origen italiano Juan Ignacio Molina, y cuya traducción se le debió a Domingo Joseph de Arquella Mendoza y que llevaba el título ‘Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reyno de Chile’, donde para sorpresa comienza diciendo: “Las pomas de tierra o Solanum tuberosum, llamadas por otro nombre patatas, papas, batatas, etc. y cuya raíz sirve en la actualidad de objeto a las meditaciones de los Goergófilos franceses e ingleses en consideración a lo útil que podrían ser al género humano en el caso de una carestía excesiva de los granos de primera necesidad…”, para continuar contando como Parmentier había ideado la forma de hacer pan sin ser necesario agregarles harina de trigo, algo totalmente falso como sabemos.

De nuevo encontramos la confusión entre patata y batata en dicho libro, cuestión esta que se repitió durante siglos, incluso entre los botánicos de la época.

Lo importante es la cita que hace de Jacques-Christopher Valmont de Bomare (1731-1807) en lo referente al origen de la planta que la sitúa en Chile y que, según este científico, anota diciendo que allí brota espontáneamente y en gran abundancia, llamándola los lugareños Maglia, continuando así: “Hay dos especies distintas, y más de treinta variedades, que cultivan los labradores con utilidad, la primera de las cuales es ya común y ordinaria; y la segunda, que en consideración a su nombre patrio, podemos llamar Solanum cari, arroja unas flores blancas dentro de un nectario amarillo como de narciso, y cría unos tubérculos cilíndricos y dulces, que se comen asados”.

El libro agronómico más importante de la historia española, que estuvo en vigencia más de 450 años y que se fue modernizando con el tiempo, el llamado ‘Agricultura’ de Gabriel Alonso de Herrera, cuya primera edición fue de 1513, en su edición de 1819 fue ampliado con adiciones de la Real Sociedad Económica Matritense; en su tomo III, hace referencia a los nuevos productos americanos como la batata, la pataca, la patata y el tomate. Centrándonos en lo relativo a la patata es digno de leer el elogio que hace al tubérculo cuando comenta: “Esta es sin duda la producción más apreciable que nos ha venido del nuevo mundo, pues al mismo tiempo que suministra un alimento sano y agradable a los hombres, sirve también para el mantenimiento y cebo de toda especie de ganados”.

Explica, de forma pormenorizada, todo lo relacionado con su cultivo, enfermedades, tipos de patatas conocidas en Europa, no más de 20, y recolección, terminando con los usos gastronómicos diciendo: “Las patatas se comen asadas, cocidas, fritas, se condimentan de diversas maneras, y se mezclan en todos los guisos de carne y de pescado. Se echan en la olla en lugar de verdura, se mezclan en las sopas y en los potajes de toda especie de legumbres, y cocidas y convertidas en pasta seca pueden suplir al pan en los largos viajes. Se hace un pan bueno y de mucho sustento, mezclando una porción de harina de trigo con la masa de las patatas cocidas. Se saca almidón de las patatas, y sirve en las cocinas para toda especie de masas, pastas y otros usos domésticos. De la patata se saca también aguardiente.

Toda especie de ganados y de aves domésticas apetecen mucho esta raíz, y la comen cruda hecha trozos, o cocidas en agua; es un excelente cebo para el ganado de cerda”.

Toda la labor de estas personas, apoyada por la monarquía borbónica, de popularizar el consumo de la patata se vio, casi inmediatamente, recompensada con la expansión de su consumo en todos los estratos sociales, siendo muchos cocineros los que la introdujeron en sus menús, como podrá apreciar en la recopilación que he rescatado de recetas antiguas y donde la patata es el principal elemento.

Pero no sólo fueron los cocineros los defensores y difusores de la patata, otros que estaban relacionados con la gastronomía, como es el caso de Ángel Muro, en sus diccionarios de cocina la dan a conocer como el alimento del futuro y donde se pueden sacar conclusiones valiosas sobre su expansión a las colonias europeas o su desarrollo local.

Volviendo a Ángel Muro y su ‘Diccionario General de Cocina’, editado en 1892, podemos leer como la papa sólo era conocida como tal en Andalucía y Canarias y como nombre de los alimentos genéricos de los niños, siendo su nombre en el resto del país el de patata, dando por hecho que era muy conocida, haciendo un breve recorrido por su historia y donde dice, olvidando su introducción en Europa por los españoles, algo muy corriente que: “Consta que se cultivó en grande en el Lancashire desde 1684 y en Escocia y en Prusia veinte años después.

En 1710 empezó á generalizarse en Alemania; pero hasta el año del hambre no se conoció la gran utilidad de su cultivo. Desde luego vieron que podía suplir en parte al pan y los recursos que como sustancia alimenticia presentaba”.

Después hace una descripción de la planta comentando que las mejores que existían entonces eran las denominadas manchegas, las de Añover y las gallegas, para seguir explicando la forma de plantarlas, cuidado, recolección (entre octubre y noviembre) y termina con las enfermedades que padecía la planta, sin extenderse mucho y sin concretar nada revelador al respecto.

Antes de pasar a las recetas, que encontrará al final del libro, cuenta como un canónigo de Verona, llamado Pasquín, logró hacer aguardiente de patatas, añadiendo que la misma invención se le debe a Parmentier.

Siguiendo con el uso económico de la patata habla de un método sencillo, invención del gran investigador, amigo de Parmentier y de Franklin (futuro presidente de Estados unidos), Cadet de Vaux, para fabricar una pintura “muy útil para el interior de las paredes de las casas” o la elaboración de un engrudo más barato que el de almidón que se conserva durante muchos días si se le añade por cada libra media onza de alumbre en polvo.

Igualmente indica que se podía hacer con la patata un marfil artificial y sobre todo, también, una falsificación, que a finales del siglo XIX era muy común, del queso de Gruyere, incluso se llegó a utilizar para adulterar, con su fécula, el chocolate que vendían los fabricantes desaprensivos y si escrúpulos.

  1. De cuando la patata se hizo turista en Europa o como los europeos la conocieron.

En un principio, como casi todas las plantas que se traían de América, la patata fue objeto de regalos para adornar jardines exóticos o intercambio científico para su estudio.

Aunque pueda parecer casi una broma la primera patata que entró en Italia fue presentada al Papa como presente del rey de España, así que entre papas anduvo la cosa.

Pronto en Italia esta planta parecía que tomaba carta de inmigrante con derecho a legalizar papeles y convertirse en un ciudadano más; los nativos de ese país latino la llamaron ‘tartufoli’, por su parecido con las trufas, que ya es tener imaginación, palabra que se conserva, en versión vernácula, en Cataluña donde todavía se les llama, en algunos lugares, ‘trumfes’ o ‘trumfos’.

En 1587 un legado pontificio del Papa Pio IV llevó una de las plantas a los Países Bajos  y se las regaló a Philippe de Sivry, señor de Waldheim y gobernador de Mons, el cual se la envió al botánico flamencos Charles de L’Ecluse, que dirigía el jardín botánico de Viena. Este botánico, al servicio de Maximiliano II, bautizó la planta, en 1588, como ‘Papas peruviarum’. En 1593 ocupó la cátedra de Botánica en la Universidad de Leiden, y la introdujo definitivamente en Holanda. Existe en el Platin-Moretus Museum de Amberes un dibujo de la patata, que fue propiedad de L’Écluse, con la inscripción “Taratoufli a Philippº de Sivri acceptum Vienae 26. Ianuarii/1588/Papas peruänum Pietro Ciecae”.

El gran triunfo de L’Ecluse estuvo en su intensa correspondencia con los médicos sevillanos, que trabajaban con todas las plantas que venían de América, Juan de Castañeda y Simón de Tovar, los que le enviaban ejemplares para su estudio, siendo estos hombres discípulos del ya mencionado Nicolás de Monardes y Alfaro.

Haciendo un paréntesis, que todo no van a ser patatas, hay un correo entre Castañeda y L’Ecluse, fechado en 19 de abril de 1602, en el que le habla sobre una planta, que hoy no sabríamos distinguir, en la que Castañeda le escribe: “La que dixe a Vm. que me dio el capitán de la nao Santo Domingo, con cuyo conocimiento dice los Indios sanan las almorranas, que es de tanto grado lo que ha salido de la simiente, y en yervas, pues también se dá, y sin cuidado nace: no tiene nombre ni Indio ni Español, si no este del efecto que hace”.

Pero hay más, en 1596 el botánico de Basilea, Gaspar Bauhin, la describió y le puso el nombre de ‘Solanum tuberosum esculentum’. También el inglés John Gerardo habla de la planta. El famoso botánico y médico sueco Carlos Linneo (1707 – 1778) quitó el segundo apellido que le puso Gaspar Bauhin, así que se quedó sin el suculenta o ‘esculentum’, por lo que deduzco que no le gustaba la patata a este insigne prócer de la humanidad.

En 1600 el agrónomo Olivier de Serres dijo que la patata en Francia: “…vino de Suiza al Delfinado, hace poco tiempo de eso”, así que podemos hacernos idea del circuito o recorrido de las plantaciones en Europa en su expansión por el sur; de España pasó a Italia, de allí a Suiza y posteriormente a Francia.

En 1651 el emperador Federico Guillermo de Prusia proclamó un edicto, nada conciliador con su pueblo, en el que amenazaba a sus súbditos con cortarles la nariz y las orejas si se resistían a comerlas.

Según Montanari (ver bibliografía) un observador anónimo escribía en 1781 como en la montaña de Vivarise, en el Languedoc francés, desde hacía tiempo se comía la patata, la razón habría que encontrarla que todos los cereales que producía la región eran vendidos para procurarse sal o para pagar a los dueños de las tierras, supliendo el pan de grano con castañas y patatas, algo que también ocurría en otras partes de Europa como era en Lautebourg o en la comunidad francesa de Alsacia, donde, siguiendo con Montanari y haciendo referencia a un escrito de 1771, “La mitad de los habitantes pueden alimentarse con granos grandes, tres octavas partes con granos mezclados con trigo de Turquía, cebada, patata; la octava parte restante simplemente con patata”.

Fue la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648) la que hizo que la patata se convirtiera en alimento que quitó las hambrunas producidas por las consecuencias de la guerra. Se podría decir que la patata era un arma secreta que servía para alimentar a las tropas que ya habían devastado todo lo devastable. La patata se criaba bien en Alemania, era menos codiciada que los cereales, no tenía interés para los caballos que se comían todo y estaba oculta bajo tierra y podía ser trasportada y almacenada con facilidad y para colmo su preparación, hervida o asada, era menos complicada para elaborar o sustituir al pan.

Federico II de Prusia y los campesinos ofreciéndole patatas

A finales del siglo XVII la patata se cultivaba en toda Centro Europa, en Wesfalia, en Wurtemberg, en Sajonia y en Baden y a principios del siglo XVIII Federico II ‘El Grande’ fomentó su cultivo en Prusia, un acierto, ya que entre los años 1771 – 1772 salvó muchas vidas por el desastre de las cosechas, una de las muchas que Europa padeció en su historia. Se puede decir que en todo el continente se cultivaba la patata en aquella época, desde Lorena a Flandes, desde Inglaterra a Austria y Bohemia, siendo el alimento básico del campesino alemán.

Tumba de Federico II, acto diario en agradecimiento por enseñar al pueblo el plantar patatas, lo que le salvó de las hambrunas, y que fue enterrado con sus perros.(Foto de Rosa Fernández)

Francia, que era el espejo donde se miraba toda Europa en lo referente a la gastronomía, no introducía este alimento en su dieta por la sencilla razón de que era el rey el que imponía la moda en las mesas, hasta entonces, siglo XVIII, sólo el rey Luis XIII comió patatas en el año 1613 como una excentricidad gastronómica. La patata gozaba de una escasísima aceptación por parte de los franceses, hemos recogido la opinión de una publicación titulada ‘L’Ecole des Potages’ que decía textualmente: ‘He aquí el peor de todos los productos vegetales’, lo que da idea de lo poco apreciada que era. Pero, siempre existe un pero en cada historia, y emulando una vieja canción de la revolución cubana diremos: ‘Y en esto llegó Parmentier’.

Viñeta sobre la historia de la patata y la historia de Parmentier

Antoine–Augustin Parmentier, nacido en Montdidier en 1737 era un hombre de su tiempo, de familia venida a menos, con sentimientos filantrópicos y culto, que se alisto, o lo alistaron, como farmacéutico en la Guerra los Siete Años (1756-1763) entre FranciaPrusia. En esta guerra fue herido y hecho prisionero en Hannover (Alemania), en el campo de concentración pudo apreciar el valor del tubérculo como alimento y de cómo salvaba vidas, había encontrado un objetivo a sus sentimientos de darse al mundo. Cuando regresó a Francia, en el año 1763, todo su empeño fue el difundir el cultivo y consumo de la patata. Hay que aclarar que Francia, hasta la Revolución, era un país donde se abusaba en exceso del campesino, se daban casos de crueldad tanto por parte de la administración como por parte de los terratenientes, los recaudadores de impuestos (cobradores de la gabela) eran el blanco favorito de las iras en épocas de escasez. Las explosiones de violencia eran motivo de miserias y guerras, lo que me recuerda un hecho acaecido en un pueblo de Sevilla, llamado Morón de la Frontera, en el siglo XVI, en la que un recaudador de impuestos fue desnudado, previo linchamiento en público, embadurnado de brea y emplumado, el pobre hombre salió corriendo y no se le vio nunca más.

Seguimos con nuestro hombre, que junto, pero independientemente de otros, se

Viñeta que representa la presentición de la flor de la patata de Parmentier al rey de Francia.

afanaban en demostrar lo maravilloso que era comer patatas y como eso evitaría las hambrunas periódicas del país. Entre ellos estaban los botánicos Fresnau y Duhamel de Monceau, que escribió un tratado de economía rústica, y también  el obispo de Castres el cual ‘recomendó’ a los sacerdotes de su diócesis que plantaran patatas en sus huertos y las tomaran como alimento para que todos vieran, predicando con el ejemplo, que era bueno. Pero todo parecía que era clamar en el desierto, hasta que en el año 1772 la Academia de Ciencias, Artes y Bellas Letras de Besançon convocó un concurso sobre el tema ‘Productos alimenticios capaces de atenuar las calamidades del hambre’, al cual se presentó Parmentier y como diría un castizo: ‘Bingo!’, su obra fue premiada y publicada en el ‘Journal d’Agriculture’.

El artículo interesó a la Academia de Medicina de París y sobre todo despertó la curiosidad de dos personas importantes de su época, el joven embajador de los Estados Unidos, Benjamín Franklin y el químico Antoine-Laurent Lavoisier. Pero todavía la batalla no estaba ganada, la patata tenía detractores, que entraban en guerras bizantinas, como fue un abogado llamado Linguet, que creó una contra cruzada contra la patata, cosas absurdas se ven en la historia y en la vida y esta es una. Parmentier, aprovechando su popularidad, escribió una carta al rey Luis XVI pidiéndole que le cediera un terreno yermo cerca de París, una vez que lo obtuvo lo sembró de patatas ante la curiosidad de todos, hizo que fuera custodiado por la guardia real de día y de noche hasta que florecieron. El día de San Luis de 1785, ocho años antes que guillotinaran al rey, Parmentier hizo un ramo con sus flores y se dirigió al palacio de Versalles y esperó a ser recibido por su soberano. El rey tomó una flor y se la puso en su sombrero, Maria Antonieta tomó otra y se la puso en el corpiño y, como era de esperar, todos los nobles se pisaban por tener otra flor que ponerse, cosas de la ‘diplomacia’ que en todos los tiempos hubo, hay y habrá.

La patata había triunfado antes de ser cocinada pero todavía quedaba su recolección. En el mes de octubre hizo que, la noche antes de la recolección, se retiraran los guardias para que le robaran la cosecha en un gran acto de astucia. Llegó a decir que ‘Cada ladrón será un prosélito’. La cosecha, que fue de 621 sacos, fue donada a la Sociedad de Pobres de París. Desde ese día la patata fue un cultivo habitual en Francia, siendo la salvación de muchos por primera vez entre los años 1788 y 1789, cuando hubo una pésima cosecha de cereales. El rey le concedió el Cordón de la Orden de San Miguel.

La eficacia de la alimentación de la patata quedó demostrada años antes de su aprobación oficial en Francia cuando en la guerra de Secesión Bávara (1778-1879) fue el alimento básico de los soldados, en una guerra que llegó a conocerse como ‘La guerra de la patata’, y que sin duda ayudo al triunfo del proyecto de Parmetier.

Cuando llegó la revolución sus amigos de la Comisión de Agricultura y Artes le ayudaron a escapar a Ginebra donde se exilió, quedándole la satisfacción de ver como los jacobinos convertían el Jardín de Luxemburgo en una plantación de patatas, sus ideas también habían triunfado ante y sobre la revolución.

Gracias un estudio del cura de Linares de Riofrío (Salamanca), del que hablaré extensamente más adelante, editado el 26 de octubre de 1797 en el ‘Seminario de Agricultura y Artes dirigidos a los párrocos’, se pueden conocer las órdenes del gobierno francés dictadas el 13 de enero de 1793, emanadas del Cuerpo Legislativo, oído el informe de la Junta de Agricultura de dicho país, en lo referente al cultivo de la patata y que decía así:

Artículo 1.- Las autoridades constituidas estarán obligadas a emplear todos los medios posibles en los pueblos en que no se haya introducido todavía el cultivo de las patatas, hasta conseguir que todos los labradores planten una porción de ellas cada uno, según el terreno que tenga.

Artículo 2.- Los agentes nacionales de los distritos en que no se cultiven todavía, estarán obligados a avisar dentro de un mes a la Comisión de Subsistencias, dándole parte de las necesidades del país para promover éste cultivo.

Artículo 3.- La Junta de Agricultura formará una instrucción sobre el cultivo, las especies y usos de las patatas para extenderla en los Departamentos”.

Con dicho Decreto se aseguraba, y obligaba a los campesinos, la difusión del cultivo de la patata y se le daba estatus de prioridad nacional por su utilidad ante los desastre naturales, paliando de esta forma la escasez de grano.

Diversas variedades de patatas (foto del autor)

Gracias a este sacerdote, el cura de Linares, podemos conocer las variedades de patatas que se conocían hasta entonces en Europa, todas estudiadas y cultivadas por Parmentier y que no pasaban de la docena, siendo estas conocidas por los nombres:

1.- Blanca gorda, con manchas coloradas, conocida en algunas partes como patata de vacas, llamándose en Flandes silvestre y en otros sitios rústica. Aquel tipo de patata era la más vigorosa y se cultivaba en todo tipo de terreno.

2.- Blanca larga, era la patata que se plantaba en Irlanda por lo que era conocida, también, como la patata irlandesa.

3.- Amarillenta redonda aplastada, que era oriunda de Nueva York, la cual se cultivaba en terrenos ligeros y que, como contaba, era bastante farinácea muy delicada al paladar.

4.- Roxa oblonga, originaria de Long-Island y que crecía bien en terreno poco fuerte, siendo muy productiva.

5.- Roxa larga, con forma de riñón y en su interior tenía como un círculo encarnado. Este tipo de patata era la más apreciada en el mercado de París y era la más cara de todas.

6.- Roxa, también llamada ratón y cuerno de vaca. Era temprana y muy apreciada, su figura era puntiaguda por un lado y roma por el otro, tenía pocos ojos para germinar y su carne totalmente blanca.

7.- Casco de cebolla, también conocida como lengua de buey; era la más temprana de todas, aunque no florecía antes que las otras.

8.- Amarilla chica aplastada, también conocida como española; tenía la forma de una judía o haba y parecidas a las casco de cebolla.

9.- Roxa larga jaspeada, esta no difería mucho de la llamada blanca gorda, por lo que la consideraban como una variedad de la ya mencionada, su color era encarnado vivo que iba perdiendo el color hasta quedar al fin jaspeada. Tenía la particularidad de que no crecía, como las otras especies, en la punta de las raíces fibrosas, sino que tenían forma de racimo a casi flor de tierra y pegadas al tallo o caña, siendo su calidad poco apreciada.

10.- Roxa redonda, muy parecida a la roxa oblonga por lo que se sospechaba que procedía de ella.

11.- Violeta, que eran redondas cuando eran pequeñas y oblongas cuando crecían más, tenían manchas de color violeta, creyéndose que llego de América a Holanda y donde se cultivaba sólo allí por su poca producción.

 12.- Banquilla, conocida también por los nombres de chinesca chica y azucarada de Hanover, eran muy buenas de comer pese a ser pequeñas.

Preciosa información la que dicho sacerdote recopiló sobre los tipos de patatas que se plantaban en Europa.

En un libro anónimo de 1799 titulado ‘Agronome o dictionnaire portatif du cultavateur’ dice: “De todos los medios propuestos para multiplicar las buenas cualidades de la patata e impedir que degeneren no hay nada más eficaz que los semillero. Es necesario de vez en cuando renovar las especies por esta vía, recogiendo antes de la cosecha de estas raíces los frutos de la especie que se desee propagar, conservándolos durante el invierno, en arena o colgándolos mediante cuerdas, mezclándolos en primavera con la tierra y distribuyéndolos sobre camas o sobre mantillos”.

  1. Cuando la patata no tenía buena prensa en las artes, la literatura y la cocina.

¿Qué se puede esperar de un tubérculo que a poco de llegar a Europa viene acompañado, como si fuera el prospecto de un medicamento, con semejantes instrucciones escritas y procedentes de la cuna donde se cultivaba?:

Menos aplaudo los pedos/ de huevos duros y papas,/  por ser flojos y colados,/ sacadas por alquitaria.

Todos son muy provechosos/ más estos de que se trata/ no son célebres porque/ aunque aprovechan, enfadan.

Azulejo en fachada en el pueblo de Porcuna en recuerdo al poeta Juan del Valle Caviedes

El autor de semejante descripción es el andaluz, de Porcuna (Jaén), Juan del Valle Caviedes (1645-1697), seguidor y entusiasta de Quevedo, el cual pasó casi toda su vida en Perú donde murió arruinado y borracho, tras llevar una vida bohemia en 1697, a los 52 años de edad, y que en la actualidad se intenta rescatar toda su obra para mayor gloria de las letras españolas.

También Francisco de Quevedo (1580-1645) en su obra ‘Necedades y locura de Orlando el enamorado’ hace esta referencia: “Los andaluces, de valientes feos, / cargados de patatas y ceceos…”.

Llega a resultar raro que Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) no mencione a la patata en su obra ‘El Quijote’, ya que introduce muchos nombres americanos aceptados por el pueblo llano y sí otras en sus novelas como son las voces, bejuco, cacao, caimán Caribe y chacona, por lo que podemos deducir que no era alimento común para la población en el Siglo de Oro español.

En Inglaterra hasta Willian Shakespeare (1564-1616) nombra a la patata en sus ‘Alegres comadres de Windsor’ aunque sólo sea de pasada cuando escribe: “…mi ciervo, mi venado macho? Falstaff ¡Mi paloma de cola negra! Que lluevan papas del cielo, que truene una canción de amor”.

También el refranero español está repleto de citas a la patata como el de Hernán Núñez (1475-1553) que dice: “Más valen dos bocados de vaca que siete de patatas” o el de Gonzalo Correas (1571-1631) cuando escribe: “Que lo que tiene peligro y dificultad no se ha de estimar tanto como lo seguro, aunque valga menos; patatas son buenas; vinieron de Indias: ya las hay en Andalucía”.

Curioso resulta leer la correspondencia entre Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y la priora de su convento en Sevilla, sobre todo las fechadas el 26 de febrero de 1577 y la de 19 de diciembre del mismo año y donde le escribe la santa: “…y las patatas que vinieron a un tiempo que tengo harto mala gana de comer, y muy buenas llegaron” y “La suya recibí y con ellas las patatas y el pipote y siete limones: todo vino muy bueno…”, donde evidentemente, pese al interés de la priora de regalarle a la jefa patatas, no parece ésta muy contenta.

En la literatura francesa, ya entrado el siglo XIX, el escritor Víctor Hugo (1802-1885), pese a que los franceses se publicitan sobre lo que les debe el mundo por hacer de la patata casi un invento gastronómico, en su obra ‘El hombre que ríe’ escribe refiriéndose a uno de sus personajes, para dar idea de lo desastroso que es: “su aceptación del destino humano era tal que, como acabamos de ver, comía papas, una inmundicia con la que se alimentan los puercos y los presidiarios”; evidentemente la patata no era tan aceptada por el pueblo como nos quieren hacer ver, cosas de franceses.

Más escéptico era el filósofo, ideólogo y revolucionario renano Federico Engels (1820-1895), ya que la sitúa en el estadio superior de la barbarie cuando en su libro ‘El origen de la familia’ dice lo siguiente: “El progreso más inmediato nos conduce al estadio superior de la barbarie, periodo en que todos los pueblos cultos pasan sus tiempo heroicos: la edad de la espada, pero también del arado y el hacha de hierro. Con la adquisición de este metal, el hombre se había hecho dueño de las últimas y más importantes materias que representaron en el historial un papel revolucionario; la última… hasta la patata”.

Siguiendo el periplo europeo, para que no quede duda sobre lo infravalorada que estaba la patata hasta no hace mucho, me refiero a menos de dos siglos, que mejor ejemplo que el del escritor y ensayista inglés Thomas De Quincey (1785-1859) el cual escribió sobre la comida de su país: “Repleta de cosas bárbaras está la comida Inglesa, situación que no sería de lamentar, si no estuviéramos preocupados por la salud de los ex-alcohólicos, que al comer esas cosas, y como consecuencia, sufren el peligro de una recaída en la intoxicación, que tan comúnmente se presenta con la carga a la que han abjurado. Muchas son las víctimas del alcoholismo que después de enormes esfuerzos para emanciparse y logrando salir de él, han recaído en el vicio, forzados por la irritación nerviosa, producida por nuestra endemoniada comida tres artículos de los más comunes en uso de nuestra dieta: las papas, el pan y la carne”.

Para rematar Quincey desarrolla su experiencia con la patata de la siguiente forma: “El arte de preparar papas para uso humano, es absolutamente desconocido entre nosotros, si se exceptúa ciertas provincias del Imperio, y algunos grupos de la clase trabajadora.

Pelea a ‘patatazos’

En nuestras grandes ciudades, Londres, Edimburgo, las cosas que son ofrecidas, bajo la reputación y nombre de papas, son tales que, de estar acompañado de Centauros y Lápidos, o cualquier otro tipo de personas peleonas, siempre sería necesaria la intervención de la policía. Las papas en estas ciudades son proyectiles verdaderamente peligrosos, que lanzados por una mano certera, podrían abrirle la cabeza a cualquiera. En volumen y consistencia son parecidas a piedras de pavimentos, aunque yo diría que las ultimas tienen a su favor, una mayor suavidad”.

Para terminar de desmontar el invento europeo del descubrimiento de la patata, entre otras muchas cosas, con el pintor más cotizado de la historia, me refiero a Vincent Van Gogh (1853-1890), que, en su primera fase y la más lúgubre, pintó dos cuadros, los titulados ‘Los recogedores de patatas’ y el más célebre ‘Los comedores de patatas’ y del que tan mala prensa tuvo, no por el título, que nada tenía que ver en el mundo del arte, sino por la pésima perspectiva y la desproporción de las figuras, todo un ejemplo de lo que no se debe de hacer en la pintura y que no pienso entrar en detalles ya que escapa al cometido de éste trabajo.

Van Gogh, una vez terminada la obra le escribió a su hermano Theo, tratando de explicar el simbolismo de su obra, lo siguiente: “He tratado de poner en claro cómo el pueblo, comiendo sus papas a la luz de la lámpara, ha hurgado en la tierra con las mismas manos que lleva al plato, mostrando que con su trabajo ha ganado honradamente su alimento…”.

El más sorprendente descubrimiento, en éste trabajo, sobre el concepto que se tenía de la patata lo he encontrado en el libro ‘casi’ sagrado de la cocina antigua española que lleva por título ‘Nuevo arte de cocina sacado de la escuela de la experiencia económica’ de Juan de Altamiras, que se editó en el año 1758, el cual opina sobre las criadillas de tierra, que distingue de las patatas, lo siguiente: “Esta es una yerba muy regalada, criase como las patatas, debajo de la tierra las mondarás (SIC), y las podrás echar en remojo en pedazos, escáldalas, ponlas a cocer, y cocidas que sean, pon aparte el caldo con que se cocieron; vacíalas en una cazuela, échalas aceite con ajos fritos, componiendo una salsilla de caldo que apartaste, con todas especies, deja que de un hervor, y si te queda algo del mismo caldo, lo compondrás como de carne, y será tan bueno, que dudarás si es de carne, o pescado. Las patatas se componen del mismo modo; y si comes muchas te advierto, estarás de tan buen aire, y tan favorable, que con el aire que soples puedes componer embarcación para ir al Papa, si no es que sea tan fuerte, que por romper las velas sea necesario su reparo, que no se hace a costa de patacas”.

Existe un libro del que muchos hablan pero que pocos han leído que se puede considerar casi la Biblia de la gastronomía moderna, me refiero al publicado en el año 1825, de Jean Antelme Brillat de Savarin, traducido al castellano en 1869 por el conde de Rodalquilar, y que lleva por título ‘La Fisiología del gusto o meditaciones de gastronomía trascendental’ y que este cocinero dedica a los gastrónomos parisienses.

Hoy el libro puede resultarnos, como mínimo, anacrónico en muchos de sus pasajes y algunos contenidos fuera de lugar, como cuando habla de los sueños, pero que sí resulta  importante en lo referente a la patata, más por lo que no dice que por lo que cuenta y donde resume la poca importancia y el futuro prometedor que tenía en la sociedad parisina del primer cuarto del siglo XIX.

Son pocas las referencias que hace de la patata y que intentado sintetizar para poder encuadrarla dentro del campo gastronómico. 

Hablando del grado de madurez con el que se deben de usar los alimentos, en lo referente a, por ejemplo, los espárragos que se deben de comer antes de que alcancen el completo desarrollo u otros que deben de usarse cuando comienzan a descomponerse, como el faisán, llegando al final a recomendar: ”por último hay otras, como patatas, raíces de yuca y demás, que sólo se emplean después que operaciones artísticas les han quitado sus cualidades dañinas”, donde habría que preguntarse ¿a que cualidades dañinas se refiere?.

Haciendo referencia al osmazomo, que según la RAE es  la mezcla de sustancias azoadas procedentes de la carne, y continuando con las féculas, dentro del apartado que lleva por título ‘Meditaciones V’, hace especial mención a la composición de éstas: “Se entiende por fécula, el polvo ó harina obtenido de los granos de cereales, de las leguminosas, y de varias clases de raíces, entre las cuales hasta ahora ocupa la primera línea la patata”, haciendo inmediatamente una reflexión que no puede dejar de sorprendernos porque, tras indicar que es la base del pan, los pasteles y de las sopas, nos dice: “Se ha observado que dicha alimentación feculenta reblandece la fibra y asimismo el ánimo. Para demostrarlo, se cita á los indios (de la India), que manteniéndose exclusivamente con arroz, se han sometido á cualquiera que los ha querido dominar”.

En su ‘Meditación VI’ hace una reflexión sobre si las trufas son indigestas llegando a la conclusión que, tras sus cincuenta años de observación, no lo es, poniendo un ejemplo que personaliza en un tal doctor Malouet, que las comía ‘en cantidades capaces de producir indigestión a un elefante’, para llegar a la conclusión de que aquellas personas que dicen que les sientan mal tras comerlas es más consecuencia de que se atracan de comer en los primeros platos y que se encontraría aún peor si comieran la misma cantidad de patatas.

Sin salir de su ‘Meditación VI’ hace una referencia, aunque somera pero interesante, que bien podría entrar en otra historia, la del azúcar, en la que cuenta como en el año 1740 como Margraff descubrió que existían azúcares en la remolacha y como el profesor M. Áchard de Berlín demostró tales asertos, algo que, como consecuencia del bloqueo inglés a los puertos franceses motivó a la obtención de azúcar de otras planta que no fueran de caña, entre las que se encontraban las uvas, las castañas, la remolacha y de las patatas.

Siguiendo con sus Meditaciones, en la XXI, hay un diálogo ficticio entre Brillat y unos obesos que nos puede hacer idea de lo que pensaba sobre la patata en términos nutricionistas y donde escribió:

Yo. — Eso es; porque sigo un régimen especial.

EL OBESO. — ¡Malísimo régimen! El arroz me deleita, así como las féculas, pastas y cosas parecidas; no hay mejor alimento, ni que se tenga más barato, ni con menos trabajo.

UN OBESO (en grado superior). Hágame el favor de pasarme las patatas que tiene usted delante. Al paso que llevan, temo no llegar á tiempo.

Yo. — Ahí las tiene usted.

EL OBESO. — ¿Pero usted tomará también sin duda? Hay suficiente para nosotros dos y después, que venga el diluvio.

Yo. — No tomo; pues sólo veo en las patatas un preservativo contra el hambre canina, y fuera de eso nada existe más eminentemente desabrido.

EL OBESO. — ¡Herejía gastronómica! No hay cosa mejor que las patatas; las cómo de todas maneras, y si las traen con el segundo cubierto, sea á la leonesa, ó cocidas al vapor, desde luego protesto para que se me mantenga en mis derechos”.

Para terminar con Brillat-Savarin sólo resta dejar constancia de todo lo relacionado con la patata que obra en su famoso libro ‘La fisiología del gusto’ cuando dice: “Los herbívoros engordan poco, á lo menos mientras que la edad no les obliga á descansar; y por la inversa, engordan de prisa y en todas épocas cuando se les nutre con patatas, granos y harinas de todas clases”, rematando, en lo referente a la obesidad, que esta nunca se encuentra en tribus salvajes, ni en clases de la sociedad donde se trabaja para comer y sólo se come para vivir. 

6.- Desde médicos, científicos a piratas todos quisieron hacerse con la paternidad de las patatas.

No es sólo en la literatura donde la papa o patata tiene fama de flatulenta, insulsa o insana, ya que desde su llegada a Sevilla, en la primera mitad del siglo XVI, la clase médica, para sus clientes de pago, desaconsejaba la ingesta de semejante alimento, más propio para engordar cerdos, lo que no es óbice para que sí lo comieran los internados en el hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas de Sevilla en el año 1573, fecha en la que se tiene constancia, por primera vez, de su consumo documentado en España, lo que nos da idea de que entre la sanidad pública y la privada siempre hubo distinciones. Este dato viene reflejado en el libro de cuentas del Hospital de la Sangre de Sevilla obrante en el Archivo de la Excma. Diputación de Sevilla, dentro del apartado ‘Gasto estra hordinario, enero de 1.5.7.3’ y que lleva fecha del 27 de diciembre de 1573 y donde textualmente pone: “De dies y nueve libras de patatas ciento seis mrs”.

Más tarde, cuando la patata adquirió la merecida fama de salvavidas, ayudando a paliar las grandes hambrunas que se padecían cíclicamente en Europa, todos se apresuraron en decir que ellos fueron los primeros que la consumieron en un afán de falsificar la historia, algo que no sólo ocurrió con dicho tubérculo, sino también con el tomate, el cacao o incluso el descubrimiento del continente americano, ya puestos a mentir todo vale.

El caso más escandaloso de semejante tropelía se le deben a dos piratas, el famoso Francis Drake (1543-1596) y su colega Walter Raleig (1552-1618), posible amante de la reina Isabel I, ascendidos a la categoría de Sir por sus servicios a la Corona Británica por sus ataques, matanzas y ultrajes a las colonias españolas del continente americano, entre las que hay que destacar, entre otras muchas, la destrucción de Cartagena de Indias y Santo Domingo.

Viaje de Drake en su vuelta al mundo

Como un típico pirata no sólo robaba elementos materiales, sino que también otros como el arrogarse el haber dado, por primera vez, la vuelta al mundo, sesenta años después de la expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, y que figuraba en su escudo nobiliario. Pero, centrándonos en la patata, hay que destacar como sus paisanos reclamaban y reclaman a gritos que fue el introductor de dicho alimento en el mundo sajón (Inglaterra y Centro Europa), en el año 1565 para unos o en 1586 según otros, que no se ponen de acuerdo,  y para que no queden dudas sólo hay que admirar la estatua que la ciudad de Ofenburgo (Alemania) le dedicó y donde aparecía, como un hortelano, con un manojo de patatas bajo el brazo con la inscripción siguiente: “Como ayuda a los pobres contra la necesidad, este valioso regalo de Dios apacigua la amarga indigencia”, nada más emocionante teniendo presente que toda su vida se dedicó al saqueo, matar y torturar a inocentes para robarlos de forma despiadada o como un canalla puede ser transformado en héroe de la humanidad con tan sólo decir unas ‘pequeñas’ mentiras.

Foto de una postal de la época

Por cierto que la estatua de Drake de la que he hablado tiene una historia muy pintoresca ya que el encargo lo hizo la ciudad de Strasburgo, pero una vez terminada no quiso pagarla por lo que el escultor se la regaló, ya que no tendría sitio donde guardarla, a la ciudad de Ofenburgo con la única condición de que ésta debía dar la espalda a la ciudad que tan ingratamente se había portado con él.

Dibujo de la época de Drake y las patatas a sus pies (parte derecha de la imagen)

En un viaje de ida y vuelta la patata retornó a América, pero esta vez del norte, llevada por el inglés Thomas Hariot, un capitán de la flota del almirante Walter Raleigh, el que en 1586 llevó la patata desde Gran Bretaña a su regreso de Virginia, incluso describió la planta en una relación de sus viajes que tituló con el nombre de ‘Collectiones peregrinationum in Indiam orientales et occidentalem’.

Tanto en la profesión médica como en la creencia la popular no gozó la patata, durante un

Curiosa imagen del monumento al pirata Dake en una alemania nazi poco antes de ser destruido

tiempo no inferior a dos siglos, de mucho predicamento ya que le achacaban de ser la culpable de transmitir la peste, la sífilis, la tuberculosis, el raquitismo e incluso la obesidad, creencia que llaga hasta nuestros días. También, por su parentesco con la belladona, era tenida como planta sospechosa de contener atropina, un alcaloide venenoso que usaban las mujeres en la Edad Media para dilatar las pupilas y con ello embellecer sus miradas y que actualmente se usa con el mismo fin en la medicina ocular. También la atropina, según pensaban, era utilizada a modo de ungüento por las brujas, lo que les confería el poder de volar.

Pese a todo la patata pacientemente fue entrando en la alimentación de los europeos gracias a los esfuerzos de personas sensatas como ya hemos comprobado.

En un curioso tratado que lleva por título: ‘Del Régimen Alimenticio. Tratamiento Higiénico de los Enfermos’, escrito por German See y editado 1898 se puede leer: “En Europa, después del pan, constituye la patata la alimentación predilecta. Hay, sin embargo, en ella tal déficit de sustancia azoada, que no se comprende á primera vista que su uso se haya generalizado tanto; apenas si se encuentra, según Konig, 13 á 19 por 1.000 de sustancias albuminosas; la fécula misma no figura sino en la cantidad de 154 gramos por kilogramo. La causa de esto es la gran cantidad de agua que absorbe la patata, y muy poca los cereales y las leguminosas. En realidad debe considerarse como una sustancia alimenticia poco concentrada, lo que acaso es útil para la digestión, y muy rica en sustancia celular, lo que ciertamente es perjudicial. Añádase la patata á las carnes y será de gran utilidad; combínese con los pescados, según la práctica de los pescadores del Norte, y será también de buen efecto. El abuso peligroso de la patata en Irlanda no podrá corregirse más que por la leche y la manteca; á falta de estos correctivos, el hambre, que es la consecuencia, con el tifus de inanición, lo cual diezma las poblaciones de la verde Erín. El uso excesivo de esta fécula produce en todos los casos la distensión del estómago y del vientre, producida por la gran masa necesaria y usual de este alimento”.

También dice: “Mulder habla de jóvenes aldeanos que tomaban habitualmente cantidades considerables de patatas y se quejaban de la insuficiencia del régimen militar, que es perfectamente compuesto”.

Y sigue: “A estas nociones tan conformes importa añadir ésta: es costumbre de los obreros de algunos países consumir, además de los 130 a 140 gramos de albuminatos estrictamente necesarios, cantidades considerables de hidratos de carbono, destinadas sin duda a reemplazar el déficit de la grasa: un obrero irlandés consume 1.330 gramos de patatas (Smith); un cultivador lombardo 1.000 gramos (de hidratos carburados) de arroz, según Payen; un trabajador alemán 800 a 1.200 gramos de estas mismas sustancias, según las investigaciones de H. Ranke y del conde Lippe. En todas estas condiciones de trabajo no se trata sino de sustancias casi desprovistas de ázoe (patatas, arroz), y para encontrar en ellas la cantidad necesaria de albuminatos, el trabajador se ve obligado a sobrecargarse de alimentos feculentos, que se sabe son apenas utilizables, porque, como hemos indicado, se pierden en gran parte por los intestinos sin ser asimilados”.

Un estudio muy documentado de José Sievert Jackson, Médico Mayor graduado de Ejercito, Primer Médico de la Armada, condecorado con varias cruces de distinción por acciones de guerra, escribió un libro, editado en 1893, dedicado a la higiene militar, titulado ‘La alimentación del soldado’, donde cuentas las penurias que pasaban los soldados españoles en lo referente a la comida, ya que el presupuesto era escaso para el rancho y donde debían comer más vegetales que carne o pescado.

Refiere que el soldado prefiere la cantidad a la calidad de los alimentos, es decir, un rancho en que abunde el caldo, las patatas y los garbanzos y del que pudieran servirse dos o tres veces, dejándoles ahítos, sin meterse en averiguaciones de si podía ser más o menos nutritivo.

En lo referente, y esto es importante, a las raciones de alimentos dependiendo del momento o ejercicio físico al que era sometido el soldado dice: “Únicamente existen cifras exactas en las raciones que se suministran en las grandes maniobras, y á la que llaman Frieden Portion ó ración de paz, y que se compone de 750 gramos de pan; 250 gramos de carne; arroz 120 gramos; ó cebada perlada 150 gramos, ó legumbres secas 300 gramos; y dos kilos de patatas. Su valor nutritivo es de 22,5 de ázoe, 538 de H. C y 42 gramos de grasa”, existiendo una pequeña ración de guerra o ‘La Kleine Erieg Portion  donde el consumo de patata pasaba a 1,5 kilos o la gran ración de guerra o ‘La Grosse Krieg Portionque subía el suministro de patatas a 2 kilos, siendo muy generosa la alimentación en este caso y donde se incluía tabaco, aguardiente, vino, cerveza y café.

Para el ejército inglés estima que la ración es de 566 gramos de patatas en tiempos de paz para pasar en épocas de campaña a 453 gramos, siendo el soldado mejor alimentado que el español en términos generales.

El ejército austro-húngaro, para su ración de campaña, disfrutaba de una ración de 220 gramos de patatas.

El ejército belga en guarnición subía, con respecto a otros europeos, el consumo a un kilo a las que unía 10 gramos de tocino, aunque en términos generales su dieta era más pobre que el resto.

El ejército de Estados Unidos, que fueron los que nos ganaron las guerras de Filipinas y de Cuba, estaban espléndidamente alimentados, como reconoce el informante del trabajo y del que dice textualmente: “El régimen alimenticio del soldado de la gran República americana es sin disputa el mejor del mundo, así como el francés lo es de las europeas. Todo en él está calculado con largueza, y transcribimos íntegra la inversión correspondiente con todos los artículos que la componen, para que pueda apreciarse debidamente el valor nutritivo que representa y la variedad de elementos que la componen. Recibe el soldado americano 625 gramos de pan, 336 gramos de carne fresca o salada, 870 gramos de carne de puerco o de jamón; 413 gramos de patatas; 47 gramos de arroz; 60 gramos de azúcar; 85 gramos de habas; 42 gramos de vinagre; 21 gramo de sal y 9 gramos de pimiento. El rendimiento de esta ración se calcula próximamente, según Morache, en 25 gramos de ázoe, 370 gramos de carbono y 41 de grasa. Mucho sentimos no poder indicar cual es el haber del soldado federal, ni lo que se le retiene para el rancho, ni tampoco de si recibe en especie directamente estas substancias de la administración; pero si podemos decir de una manera cierta que la combinación que presentamos de albuminóideos, hidro-carburos y de grasa se encuentra perfectamente estudiada bajo el doble punto de vista del mejor régimen mixto, y en una proporcionalidad tal que contiene los principios nutritivos indispensables no tan solo para el sostenimiento de las fuerzas en las condiciones ordinarias de la vida del soldado, con exceso; sino también como ración de campaña para reparar con usura las experimentadas por las mas rudas marchas y los trabajos más penosos”.

Si hacemos un estudio comparativo del alimento del soldado español con el norteamericano llegaremos a comprender el por qué se perdieron las guerras de Cuba y Filipinas, ya que un soldado bien alimentado resiste mejor el estrés de las marchas y de la batalla.

Pero no podíamos quejarnos demasiado ya que el ejército holandés era aún más parco en alimentar a sus soldados, aunque de patatas no estaban faltos, ya que la cifra alcanzaba los 2 kilos.

En otros ejércitos del siglo XIX las cantidades de patatas variaban dependiendo del clima y de las costumbres alimenticias, pasando de largo en los de Italia, Portugal y el otomano, indicando que el sueco tenía una asignación de 80 centilitros.

Curioso resulta leer en el trabajo del que hago referencia el desorden que existía en aquella época en lo relativo a la alimentación de la soldadesca en momentos de paz y que define como “…se observa que en la generalidad de los cuerpos las tropas se alimentan según la inspiración de sus jefes”, pese a existir una Circular de la Dirección General de Infantería de fecha 10 de julio de 1869 que indicaba la composición de los distintos ranchos y que, respecto a la patata, era de 360 gramos en el rancho de la mañana y 342 en el cocido.

En el libro editado en 1899, escrito por el Doctor en Farmacia Filiberto Soria y Sánchez que lleva por título ‘Conservas alimenticias’, trabajo que por cierto lo supervisa el Ingeniero Químico F. Billon y que pertenecía al número 14 de una ‘Enciclopedia de química industrial Práctica’, podemos encontrar los experimentos que se hacían con la patata a finales del siglo XIX y su aprovechamiento máximo en la alimentación.

La primera referencia que hace al tubérculo es para decirnos la forma de evitar la putrefacción del producto, ya que se habían dado cuenta que tan sólo con la eliminación del aire no era suficiente y curiosamente aconsejaba la paja y las hojas de la patata, a modo de cubierta, para conservarlas, así como para otras raíces.

En un apartado dedicado a la industria de la pesca del bacalao hace una referencia importante a la cantidad de víveres que necesitan los pescadores para la campaña y donde contabaa que en Islandia, donde se encuentran los barcos de Paimpol (región de la Bretaña francesa en la Costa de Armor) y de Dunkerque, cada barco conduce 70 toneladas de sal, 10 de carbón, 5 de cerveza, 2 de galletas, igual cantidad de patatas, etc.

Respecto a los experimentos que se estaban haciendo para alimentar a los ejércitos con extracto de carne cuenta el del ruso como estaba experimentado con un compuesto de la siguiente forma: “Últimamente, otros no contienen carne y se componen sencillamente de harinas de trigo, garbanzos y judías mezcladas con grasa y especias, teniendo adoptada el ejército ruso una conserva semejante de patatas y avena”.

Dentro de la conservación de los alimentos explica la desecación y compresión de los alimentos, sobre todo del pan, extendiéndolo habla de los productos feculentos y donde augura que las harinas de cereales serán suplantadas por la patata, abundando en el tema con estas apreciaciones: “Tales son la patata granulada preparada por la casa Chollet. Los tubérculos, bien lavados, se cuecen por el vapor, se pelan mecánicamente y se transforman también mecánicamente en una especie de fideos gruesos que se desecan en estufa en una corriente de aire. De este modo se pueden tratar en veinticuatro horas 80 toneladas. Para emplear este polvo granulado se interpone en cuatro veces su peso de agua ó leche hirviendo”.

Contra la germinación dice: “Si, por ejemplo, se trata de la patata, un excelente procedimiento que impide que germinen consiste en sumergir los tubérculos durante diez horas en ácido sulfúrico al 1 por 100 para las variedades dé piel fina y al 2 por 100 las de piel gruesa; lavados luego con agua, se secan y conservan en un sitio ventilado. Esta operación debe hacerse con tubérculos bien sanos cuando los ojos comienzan á salir. El consumo de estas patatas peladas ó no, crudas ó cocidas, no ofrece el menor peligro. De pasada recordaremos que la solución sulfúrica debe prepararse vertiendo el ácido en el agua y no á la inversa, sin peligro de exponerse á graves quemaduras”.

Estos eran los estudios de laboratorio en lo relacionado con la patata al comienzo del siglo XX, nada alentadores y poco novedosos, sobre todo porque no se habían preocupado en investigar en su lugar de origen como los indígenas desecaban la patata y como la conservaban.

Según el neurocirujano Fernando Cabiesis, autor, entre otros, del libro titulado ‘Mi coca es verde y no blanca’, estudioso y defensor de la cultura indígena andina recopiló una serie de recetas ancestrales para curar ciertos males gracias a la patata que por lo desconocido y original no me resisto a contarlo:

Para sanar las úlceras gástricas y disolver los cálculos renales se utilizaba y utiliza el jugo de la patata cruda; para cicatrizar heridas y aliviar el dolor reumático se aplican máscaras calientes de puré; para reducir las hinchazones nada mejor que infusiones de las hojas de la planta; para aliviar las picaduras de los insectos aplicar rodajas de patatas crudas; para calmar el dolor de las quemaduras se aplica un emplaste de patatas rayadas y para prevenir las arrugas faciales nada mejor que una mascarilla de puré de patatas por la noche.

Según Cabiesiscuando los españoles llegaron y se internaron en los Andes, tardaron en descubrir el valor de la papa. Cegados por el oro y la plata que vislumbraron en sus sueños no se percataron de que los tubérculos que cosechaban los agricultores incas eran verdaderos tesoros y uno de los dones más maravillosos de la tierra”, algo con lo que discrepo y me remito a los datos históricos ya desarrollados y donde casi desde la conquista de Perú, que comenzó entre los años 1532 y 1533,  pasó a España con más fuerza, creo, que el mismo oro, de ahí el insertar las fechas en éste trabajo.

Un libro inglés de medicina editado en 1794, escrito por el británico Guillermo Cullen, titulado: ‘Tratado de materia médica’, que fue traducido al castellano por el galeno español Bartolomé Peñarat Siles, se refiere a la patata

En un suplemento del Diccionario de medicina y cirugía, editado por el profesor D. Antonio Ballano y escrito por Manuel Hurtado de Mendoza en 1823, hace una descripción de la patata y su uso terapéutico que en algunos párrafos merece citar, sobre todo cuando en su comienzo dice: “Las patatas son el regalo más sutil que ha hecho el Nuevo Mundo al viejo; y es, de las producciones de las dos Indias, aquella cuya adquisición debemos bendecir más, puesto que no ha costado crímenes ni lágrimas a la humanidad”.

Si creyó que ya todos aceptan en la actualidad a las patatas puede ser que se encuentre en un error ya que en 1972 dos científicos ingleses intentaron demostrar que las patatas afectadas por la enfermedad del tizón, si son ingerida por mujeres embarazadas, pueden afectar al feto produciéndoles graves malformaciones,  sin contar con la opinión de algunos dietistas que la consideran un alimento que engorda pese a no aportar más calorías que una manzana o una pera.

  1. Los ilustres científicos que comieron patatas: Humbold, Darwin y Vavilov.-

Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander von Humboldt (1768-1859) o Alejandro Humbold, como se le conoció en España, fue el más polifacético científico de su época, ya que su ciencia abarcó los campos de la etnografía, la antropología, la física, la zoología, la ornitología, la climatología, la mineralogía, la oceanografía, la astronomía, la geografía, la cartografía, la geología, la botánica, la vulcanología y el humanismo, lo que le permitió hacer los mejores estudios conocidos hasta la fecha de las colonias españolas en América, sobre todo de México; tan buenos fueron que a los norteamericanos les sirvió de guía para anexionarse Texas y otros estamos mejicanos, al igual que la Guía Michelín en la Segunda Guerra Mundial sirvió a las tropas alemanas para invadir Francia.

Las observaciones de Humbold en relación a la patata son tan importantes que difícilmente hoy se podría comprender el origen, desarrollo y expansión de éste tubérculo por el continente americano.

En su libro ‘Ensayo político sobre el reino de la Nueva España’, tomo II, libro IV, capítulo IX, editado en 1822, hace la siguiente reflexión histórica: “Parece cierto, como ya hemos dicho antes, que esta planta, cuyo cultivo ha tenido en Europa la mayor influencia en los progresos de la población, no se conocía en Méjico antes de la llegada de los españoles”, efectivamente, constata que en aquella época se cultivaba en Chile, Perú, Quito, Nueva Granada y en toda la cordillera de los Andes, en concreto desde los 40º de latitud austral hasta cerca los 50º de latitud boreal.

Aseveraba, junto a su compañero Aimé Jacques Alexandre Goujaud Bonpland (1773-1858), naturista, médico y botánico, que la patata incluso no era originaria del Perú, ya que no la encontró en forma silvestre, aseverando que habían herborizado las faldas de los Andes desde los 5º Norte hasta los 12º Sur, haciendo la salvedad de que no visitaron parajes pocos accesibles que los naturales llamaban ‘páramos de las papas’, insistiendo que se encontraba en todos los campos de Chile, apoyándose también en ‘La historia natural de Chile’ editada por Molina.

  Comentaba como los naturales chilenos sabían distinguir las patatas silvestres, pequeñas y amargas, de las cultivadas desde hacía muchos siglos; a la primera la llamaban ‘maglia’ y a la segunda ‘pogny’, indicando así mismo que también plantaban otro tubérculo, no conocido ni en Quito ni en Méjico ni en Europa que tenía forma cilíndrica y de sabor muy dulce que denomina ‘Solanum Cari’.

Teoriza sobre la expansión del cultivo de la patata desde las montañas de Chile hacia Perú, el reino de Quito y llano de Bogotá, coincidiendo con las conquistas y emigraciones de los incas, deduciendo lo siguiente: “Los pueblos montañeses de ambos hemisferios en todas partes han manifestado el deseo de acercarse al ecuador, o al menos a la zona tórrida, la cual a grandes alturas ofrece un clima suave y las demás ventajas de la zona templada”.

Razona igualmente que los soberanos de Quito no extendieron sus conquistas más allá del río Mayo (latitud 1º 34’ boreal) que pasa al norte de la villa de Pasto y que por lo tanto las patatas que encontraron los españoles entre los pueblos muyscas, en el reino de Zaque de Bogotá (latitud 4º6’ boreal) habían sido llevadas allí gracias a las relaciones que poco a poco iban estableciendo los indígenas.

Concluye, en lo referente a la expansión de la patata antes de la llegada de los españoles, diciendo que el cultivo entre los trópicos no se daba bien sino en mesas muy elevadas, en un clima frío y nebuloso, por lo que el indio de tierra caliente prefiriera el maíz, el manioc y el plátano, además el istmo de Panamá, cubierto de bosques espesos, habitado por aduares salvajes y cazadores, enemigos de todo cultivo, sirvieron de barrera infranqueable para la expansión hacia Méjico.

Confirma la teoría de la llegada de las primeras patatas a Irlanda  en 1586 y como Thomas Harriot, según Humboldt más célebre por ser matemático que navegante, como la describió con el nombre ‘openawk’, que era el que le dieron los indígenas de Virginia y que fue llevada allí para alimentar a los colonos ingleses, que pasaban muchas penurias, por Francis Drake.

Siguiendo con América del norte hace una referencia importante sobre la plantación de patatas en Alaska, en concreto en la isla de Kodiak en el año 1788, y donde cuenta que “El gobernador de la isla, el griego Iwanitsch, aseguró que pese a lo destemplado del clima, se daría bien trigo en las márgenes del río de Cook; y que él mismo había introducido en los huertos el cultivo de coles y patatas”.

Sobre la conservación de la patata cuenta que tanto en Perú como en Méjico la exponían a las heladas y las secaban al sol consiguiendo el llamado chuño, recomendando: “Sería muy útil en Europa el imitar esta preparación, pues muchas veces, un principio de germinación hace perder las provisiones del invierno”.

Recomienda igualmente que se plantaran por semillas, en concreto las de Quito y Santa Fé, ya que había visto algunas muy gustosas y con dimensiones de más de tres decímetros de diámetro, aclarando que si se multiplican mucho tiempo por las raíces o cortándolas acaban degenerando.

Hace referencia de un tipo de patata que se plantaba en Europa desde hacía mucho tiempo y que los agrónomos la conocían como colorada de Bedfordshire, cuyos tubérculo pesaba más de kilogramo pero que su sabor era desabrido y que sólo servía para alimentar al ganado, diciendo que la patata de Bogotá tenía menos agua, era muy harinosa, un poco dulce y con un sabor muy agradable.

Haciendo mención a John Sinclair (1754-1835), el primer hombre que introdujo el término estadística en Inglaterra, cuenta de sus cálculos en los que decía que un acre de tierra, 5368 m/2, podían alimentar a nueve individuos.

Termina su informe sobre la patata haciendo un panegírico al tubérculo diciendo: “Entre el gran número de producciones útiles que las emigraciones de los pueblos y las navegaciones lejanas nos han dado a conocer, desde el descubrimiento de los cereales, es decir desde tiempo inmemorial, ninguna planta ha tenido una influencia tan señalada sobre el bienestar de los hombres, como la patata”.

Importante es su descripción de donde era cultivada la patata en el mundo en esos momentos, así comenta que en Nueva Zelanda era muy común, así como en Japón, islas de Java, Boutan y Bengala, donde la patata, según M. Bockford, se consideraba más útil que el árbol del pan, terminando diciendo: “Su cultivo se extiende desde la extremidad africana hasta el Labrador, en Islandia y en Laponia. Es un espectáculo bien interesante el ver una patata que ha bajado de unas montañas que están bajo el ecuador, avanzar hacia el polo, y resistir a todos los hielo del norte, aún más que las gramíneas cereales”.

El otro científico que cambió la mentalidad de todos, Chales Darwin (1809-1882), también hace referencias a la patata, ya que en su memorable viaje que dio origen a su teoría de la evolución de las especies, en su diario, anotó el primer encuentro con el tubérculo en América el 7 de enero de 1835 en la isla de Guaiteca del archipiélago de los Chonos y de la que escribió: “Las papas silvestres crecen en estas islas en gran abundancia sobre suelos arenosos y conchíferos cerca de la playa del mar. La planta más alta era de 1,20 metros de altura. Los tubérculos eran generalmente pequeños, pero yo encontré uno que era de forma ovalada y de hasta dos centímetros de diámetro. Semejaban en cada detalle las papas inglesas, pero cuando son hervidas engordan mucho, son aguanosas e insípidas y no tienen ningún sabor amargo”.

Reanudado el viaje Darwin se sorprende de la adaptabilidad de la patata a todo tipo de terreno y clima, volviendo a escribir en su diario: “Es notable el hecho de que a la misma planta se la pueda encontrar tanto en las estériles montañas de Chile central, donde en más de seis meses  no cae una gota de lluvia, como en los bosques húmedos de las islas meridionales”.

Ficha policial de Nikolai Vavilov

El último de los notables científicos que estudiaron la patata fue el ruso Nikolai I. Vavilov (1887-1943), botánico y genetista, que identificó el origen de todas las planta tuberosas sudamericanas y que fundó en Leningrado el mayor banco de genes de la época.

El 1940 el dictador Stalin lo encarceló por oponerse a las teorías genetistas de Trofim Denisovich Lysenco, que representaba el pensamiento político en las ciencias del comunismo, así que fue confinado y murió en la cárcel de inanición, paradojas de la vida.

Su banco de genes de todas las plantas, entre ellas las patatas, vivió una autentica aventura de espionaje en la Segunda Guerra Mundial cuando un comando de las S.S. hitlerianas, al mando de Heinz Brücher, experto en genética vegetal, se apoderó de parte de los germoplasmas vegetales en 1943 y que fueron llevadas al castillo de Lannach en Austria, salvándose sólo las depositadas en el museo de Leningrado por no poder tomar la ciudad los alemanes, con lo que se tuvieron que contentar con las depositadas en Ucrania y Crimea, territorios ocupados por los nazis.

  1. Ensalada de patatas o las religiones y los patateros.

Si ya lo leído nos ha podido dejar sorprendidos ahora viene otra oleada de noticias del pasado que seguirán desmontando el saqueo del pasado español que se fomentó, gracias a los sajones de uno y otro lado del Atlántico, a finales del siglo XIX y la descolonización, que no eran colonias sino provincias españolas desde el reinado de Carlos III, de nuestras posesiones americanas con el único fin de neocolonizarlas como ha ocurrido con Estados Unidos en casi toda Sudamérica.

De todos es conocida lo sanguinaria que era la Santa Inquisición, que sí tuvo una época que lo llegó a ser, más con fines políticos donde se buscaba una integración de todo el territorio español y una identidad como nación que se aglutinaba en torno a la religión, pero cabría preguntarse si es cierta esa mala fama de intransigente y fundamentalista ateniéndonos a datos históricos. Hay que aclarar que la Santa Inquisición fue un invento francés en el año 1184 en el Languedoc, cosas del destino, aunque hoy quieran silbar la Marsellesa para despistar al personal, no pasando a España, sólo en el reino de Aragón, hasta el año 1249, instituyéndose en todo el país en 1478, siendo abolida en el año 1821, aunque también la abrazaron en Portugal en 1536 y en Roma en 1542, lo que quiere decir que nadie es perfecto o como dice el refrán: “Unos cardan la lana y otros se llevan la fama”.

No es mi intención justificar la barbaridad y la barbarie de unos individuos que arrogándose un poder divino llegaron a tener en sus manos las vidas y haciendas de otros que no pensaban como ellos, unos viles y miserables que, en ciertos momentos de nuestra historia, mataron, torturaron y desterraron a otros en nombre de Dios.

Todo esto que cuento tiene que ver con la patata porque, según cuenta Werner Thomas en dos de sus libros (ver en bibliografía), gracias a los acuerdos comerciales entre España e Inglaterra se llegó a levantar la presión de la Santa Inquisición en muchos momentos, dejando practicar otras religiones, sobre todo la protestante, a aquellos europeos que no abrazaban la fe católica, apostólica y romana. Esto trajo muchos conflictos, ya que no todo el mundo respetaba, incluso se llegaba a ultrajar, otras sensibilidades religiosas, como fue el caso acaecido en 1604 en Cádiz y perpetrado en público por un muchacho de 15 años llamado Ambrosio Guillermo, el cual hacía burlas del momento de la Consagración elevando una rodaja de patata mientras decía: “e aquí el cuerpo y sangre de Chisto como vosotros lo deçis, heríos los pechos como lo hazeis en la iglesia a la eleuación de la hostia”, tras esto se comía la patata y se tomaba una copa de vino. No contento con eso (según obra en Archivo Histórico Nacional, Inquisición, legajo 2073-15A; causas despachadas, Sevilla 30 XI 1604 a 30 XI 1605) cometía otros muchos actos sacrílegos que ya no vienen al caso.

Según el antropólogo norteamericano, Robert E. Rhoades, famoso por sus trabajos en National Geographic, el clero escocés prohibió que sus feligreses plantaran patatas por considerarla un alimento no digno para el consumo de los humanos ya que la Biblia no hacía mención de ella, como, por ejemplo, tampoco lo hacía de Escocia, lo que no quiere decir que se tuviera que matar a todo habitante de aquellas tierras, así fue siempre la iglesia de intransigente en todo. A tanto se pudo llegar que en la primera edición de la Enciclopedia Británica, editada entre 1768 y 1771, dice de ella que es un alimento desmoralizador, incluso se creó en el siglo XIX un grupo activista que tenía el fin de desterrar la patata del suelo británico.

Según José A. Ferrer Benimelli el abasto de los barcos que traían a España a los jesuitas expulsados desde Canarias se embarcaron para la alimentación de estos, entre otros alimentos 3 fanegas de patatas, algo a tener en cuenta si sabemos que la expulsión del reino de España de esta congregación se efectuó en el año 1767, 17 años antes que se dictara el Real Decreto firmado por Carlos III en el que la patata se aconsejaba como cultivo en todo el país.

En el ‘Seminario de agricultura y artes dirigido a los párrocos’, revista fundada por orden de Godoy, hombre aún no reivindicado en la historia de España, en concreto el tomo XV, donde se dan las órdenes superiores para que estos sacerdotes, a modo de un reciclado profesional, sirvieran a su feligresía no sólo espiritualmente sino también ayudando en las tareas cotidianas, aconsejando y dando apoyo técnico en una España eminentemente rural e inculta. De esta publicación no me resisto a citar íntegramente la primera carta que avisaba de la utilidad de las patatas en la alimentación humana al resto de la población y que estaba fechada el 5 de febrero de 1797 y firmada, con las misteriosas siglas de B. L. M., Capellán, y que firmaba con el seudónimo de El Cura de Linares (Linares de Riofrío), en el Obispado de Salamanca, citado anteriormente e importante para entender la mente de los españoles de la época y que literalmente decía: “Si las cortas luces de un párroco pueden contribuir en algo á que se verifiquen las grandes miras de nuestro amado Soberano en la instrucción de su pueblo por medio de impresos , que, superiores á la extravagante versatilidad de la política, y á las flores de la bella literatura, traten solo de aquellas útiles verdades que interesan efectivamente á los hombres; yo me atreveré á ser de los primeros que remitan al Semanario de agricultura y artes , que leo con mucho gusto, el siguiente artículo , que aunque no contiene cosa nueva, me he convencido prácticamente de su utilidad.

Habia yo leido en una gazeta (creo que el año pasado) que el Rey de Inglaterra hizo poner en su mesa pan de patatas con el deseo de introducirle en sus estados para alivio de los pobres en los años de Carestía; y deseando yo igualmente proporcionar el mismo beneficio á mis feligreses quise también tenerlo á mi mesa, y hacerlo conocer en mi parroquia, cuyo término abunda mucho en patatas, y poco en trigo: para esto (después de haberme informado) hice una prueba con seis libras de patatas blancas bien sazonadas que lavé y puse á cocer hasta que se les abrió el pellejo, que es quando están cocidas lo bastante: entonces les quité el agua, y despues de escurridas las mondé y puse en una artesilla en que las desmenuzó y deshice quanto pude con una paleta fuerte, sin machacarlas para que quedasen esponjadas: luego les eché tres libras de harina de trigo, y al mismo tiempo un poco de levadura desleída en cosa de quatro onzas de agua con la sal suficiente porque las patatas son por sí sosas: lo amasé bien todo para que se mezclasen é incorporasen entre sí estas sustancias, y formé una masa dura que no se diferenciaba á la vista de la harina de trigo solo, que se esponja mucho mas y se sazona para llevarla al horno tan pronto como la del mismo trigo. El horno debe estar algo mas caliente que para el pan regular. En suma me salió un pan esponjado, sabroso y de fácil digestión, que di á probar á mis feligreses, y á varios párrocos de estas inmediaciones, y le tuvieron por pan de trigo. El día que le comí por primera vez (porque yo nunca le habia visto hasta ahora) les confieso á Vms. Señores Editores , que fue el mas alegre para mi de quantos he tenido en mi vida, porque me pareció que veía desaparecer de sobre la tierra la hambre y la miseria, y que con el auxilio de esta excelente raiz ningún pueblo se debería quejar en adelante de falta de subsistencias, pues las patatas se crian en todas partes, su cultivo es facilísimo, pocos los riesgos de sus cosechas, y nunca se pierden del todo. La patata sola cocida con sal es por sí un pan natural que la inefable providencia nos ofrece, y que basta para nuestro alimento. Siempre me ha disgustado mucho el oir hablar con poco aprecio de esta benéfica raiz que desprecian solo aquellas personas inconsideradas que no aciertan á estimar sino lo que les cuesta mucho y viene de muy lejos: si traxesen las patatas de la costa de Bengala; navios ingleses, que las introduxesen de contrabando, á buen seguro que se tendrían por la cosa mas delicada, y no habría mesa de poderoso en que no se presentasen; pero hallándose en todas partes, las desprecian como comida vil de gente pobre. ¡Insensatos! allá os avengais con vuestros estudiados guisos y adobos, y recibid en pago de vuestra glotonería humores crasos, obstrucciones, melancolías, cólicos y gota, mientras mis feligreses con comidas sencillas y frugales , conservan alegría , robustez y vida larga.

Les he enseñado á hacer el pan de patatas; le sacan ya mejor que yo, y le comen con gusto, y no cambiaría el placer que me resulta de haberles dado á conocer este medio de evitar el hambre por toda la gloria de Alexandro, ni por quanto sabia su maestro.

Quando se hace el pan con las patatas que aquí llaman finas, y que son las encarnadas, que interiormente participan de este mismo color, ó son pagizas, no sale tan bueno, sino pegajoso y parecido al de centeno.

He repartido pan hecho en mi casa á todos los párrocos de estos contornos, que lo reciben como un don del cielo, que pone, á los pueblos á cubierto de las miserias que por aquí se han visto en años estériles, porque en muchos de estos lugares hay abundancia de patatas, y como he dicho, poco trigo. También les he enseñado el modo de escaldarlas para que no se entallezcan, y les enseñaré quanto se publique útil en el Semanario, que tengo por el papel público mas útil de quantos he visto; porque en los lugares nada nos importa saber si los Calmukos conquistan á la China; lo que queremos es saber los medios de mejorar la triste suerte de muchos infelices , que si les falta la labor, no saben un arbitrio para emplear sus brazos y su industria.

Por el artículo de xabon, que Vms. han publicado ya, voy á hacer varias pruebas para ver si con las cenizas puedo conseguir xabon blando, porque aquí no hay esas plantas marinas, que Vms. dicen, para hacerlo duro; daré á Vms. noticia de los resultados quando pueda, que en el oficio de párroco no suele sobrar mucho tiempo, si se ha de cumplir bien.

Si Vms. creen que mi método de hacer pan de patatas merece publicarse, publíquenlo en horabuena: sino les ruego que publiquen otro mejor, y que no dexen de repetir siempre que puedan la excelencia de tan preciosa raiz que nos ha dado la América, y que por ella sola se pueden dar por bien empleadas todas las fatigas de sus conquistadores.

Deseo á Vms. acierto en sus tareas, y que continúen correspondiendo á los benéficos deseos de nuestro incomparable Soberano , que despues de darnos la paz mas gloriosa que jamas hizo España, miró á los campos, y quiso fertilizarles para que su abundancia enjugase á lo menos las lágrimas del honrado labrador que perdió el báculo de su vejez en defensa de la amada patria. B. L. M. de Vms. su mas afecto Capellan. =. El Cura de Linares, en el Obispado de Salamanca”.

Nunca llegaremos a agradecer tanto a dicho sacerdote que introdujo en el medio rural la patata atrovechando la gran difusión de dicha revista que se truncón en 1808 con la invasión francesa, cerrando definitivamente.

La edición de esta recopilación de consejos y enseñanzas dirigidas al clero que estaban en contacto con el pueblo fue recogida en un libro editado en 1804 con todas las de dicho año, donde se hace una descripción de la patata y su uso que va variando según pasaban los meses, así nos encontramos con la misiva del 5 de enero en la que hablaba de la alimentación de los cerdos, que cuando eran de casta grande muchas veces morían por la carencia de alimentos adecuados, ya que la comida que les solían suministrar no pasaba de ‘forrajes desmejorados, granos en mal estado o de lo que resulta del fregadero de las cocinas’. La solución que se recomendaba era la de alimentarlos con patatas enteras o cocidas, método que no sólo los hacía robustos sino que también los cebaba.

El método de cocción que se aconsejaba era el siguiente: “Para cocer las patatas no hay cosa mejor que una caldera de hierro, porque cuando las ocupaciones no den tiempo para vaciarlas y limpiarlas, no hay inconveniente en dejar en ella las patatas por muchos días; pues en las de cobre habría en esto  mucho peligro”, es evidente que el envenenamiento por el óxido del cobre había que evitarlo.

La fórmula o receta para preparar el alimento era la siguiente: Se llenaba una caldera de tres cuartas partes de agua, se le añadía harina de cebada en la proporción de “tres celemines, para dos fanegas y cuatro celemines de patatas”, acabando de rellenar con patatas; luego agua hasta cubrir todo. De esta forma no bajaba la harina hasta el fondo donde se pegaría y quemaría.

Una vez que el agua cargaba la sustancia nutritiva de la cebada, y las patatas bien cocidas se deshacía todo formando con ello unas gachas. Con dicha sustancia no había necesidad de dar de beber a los cerdos, aconsejando dar el alimento tibio en invierno y aclarando que la harina de guisantes era mucho más barata que la de cebada y que podía ser sustituida por esta.

Tras estos consejos se hace un estudio económico del método que preconiza, siempre alimentando a los cerdos desde el primer año hasta los dieciocho meses, resultando que el negocio hoy día podría tildarse de ruinoso, ya que en el primer experimento, efectuado desde el 17 de marzo de 1785 sólo dieron un beneficio de 7 reales y 7 maravedises o el equivalente al 14 por ciento de lo invertido, debiendo pagar los jornales de ese beneficio.

Ruinas del monasterio Trapense en Maella (Aragón), foto gentileza para nuestra revista de D. José Roca

En Aragón la introducción de la patata se le debe a los monjes de la orden de la Trapa, a los que les fue cedido el monasterio semiderruido del siglo VI de Escarpe, en las inmediaciones de Maella y Fabra, siendo conocido, tras una vida monástica de tan solo 39 años, como el monasterio de Santa María de la Trapa de Santa Susana. En dicho monasterio los monjes trapenses introdujeron el cultivo de la patata, sabiendo de dicho cultivo gracias a una carta que dirige un fraile llamado Adelpho Autositos en 1805 a la publicación del ‘Seminario de agricultura y artes dirigido a párrocos’ bajo el título ‘Noticias económicas del Monasterio de la Trapa de Aragón’ y donde comienza haciendo una alabanza del cultivo de la patata por esta orden monástica con estas palabras: “Las patatas merecen su particular atención, con que encuentra en ellas la comunidad un alimento seguro para todo el año, comiéndolas preparadas de cuatro o cinco maneras distintas, y mezclándolas con partes iguales de harina de trigo y centeno sin cerner, para sacar un pan aún más sabroso que el que se hace sin patatas”.

Es evidente que la idea de plantar patatas les vino de Francia, lugar de origen de esta comunidad, pero el ingenio de estos frailes les llevó a perfeccionar un aparato destinado a molerlas, perfectamente descrito en el informe del fraile Adelpho y que consistía en un banco fuerte con un agujero en el que afianzaba una boca de cañón de hierro que no llegaba a un palmo de diámetro; en dicho cañón, cerrado y lleno de agujeros de línea y media a dos líneas de diámetro, se metían las patatas y se le aplicaba un embolo que ajustaba perfectamente, apretado con una palanca, asegurada a un pie derecho de tres cuartas de alto, que estaba en la extremidad del banco, lo que obligaba a salir por los agujeros las patatas deshechas, de forma que parecían fideos.

Una vez obtenidas las virutas de patatas se introducían en el horno, después de sacar el pan, en unas chapas de hojalata en forma de bandejas, consiguiendo, al cabo de tres horas, que se secaran, siendo su textura parecida al arroz y “de esta manera se guardan todo el tiempo que se quiere”.

Cuando las necesitaban para comerlas sólo las tenían que introducir en agua caliente por espacio de hora y media, quedando blandas, y según decía, con mejor gusto que antes, pudiéndose mezclar con arroz, judías, etc.

Dicho artilugio y método de conservación debió ser invento de los monjes porque aconsejaba: “Un medio tan fácil de conservar las patatas se pudiera adoptar en muchos países en que se hace cosecha de ellas a fin de asegurar este alimento para uno o muchos años; y también se pudieran llevar así en las embarcaciones con la ventaja de abultar menos”.

La producción anual de patatas o el gasto que tenían de ellas en el monasterio era de ochenta cargas, las cuales se recogían después del trigo sin merma para el grano, lo que hacía las tierras muy productivas.

De que fueron los primeros en plantar las patatas en aquellas tierras no nos queda duda porque cuenta que los monjes enseñaron a los campesinos su  cultivo, llegándolas, al comienzo, a repartir e incluso haciéndoles diferentes guisos para que los degustaran. Para terminar diciendo: “Hoy las plantan muchos, y hay quien recoge veinticinco cargas con mucho beneficio de su familia; y se han desengañado no solo de que no esquilman la tierra, sino que ven que la benefician para el trigo, lo mismo que las habas, y se complacen en que las tierras que antes dejaban descansar sin utilidad les produzcan ahora una cosecha casi tan útil como la del trigo”.

El único dato fiable sobre la producción que se tenía para dicho monasterio es del año 1803 donde se recogieron, entre otros muchos productos, 9.200 kilos de patatas, lo que dio para alimentar a los setenta monjes durante un año.

Aconsejo leer mi trabajo sobre esta Orden Monástica en España.

En 1888 Mariano Pardo de Figueroa, más conocido por el Doctor Thebussem escribía en su libro ‘La mesa moderna. Cartas sobre el comedor y la cocina cambiadas entre el Doctor Thebussem y Un Cocinero de S.M.’ lo siguiente: “Pío IX se desayunaba con caldo y café; comía sopa, legumbres y frutas, y cenaba patatas cocidas”.

Cuando por casualidad se descubrió la tortilla de patatas o tortilla española

Siguiendo con la lectura del ‘Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos’ núm. 85, de fecha 16 de agosto de 1798, encontré una noticia como mínimo curiosa y que bien podría ser un hallazgo del que tengo constancia que otros han sabido explotar convenientemente antes que yo, no pretendo ser descubridor de nada, sobre todo porque mi línea es la de la investigación gastronómica social, muy alejada ya de los tópicos o de la miopía de lo micro que nos puede mostrar una perspectiva deformada de la verdadera historia de la alimentación. Pues bien, bajo el título ‘Carta sobre el pan de patatas’, que desarrollaré más adelante, una vez que sepamos qué valor y uso tenía la patata en España a finales del siglo XVIII, intentaré mostrar un invento simple y cotidiano que se basa en la libertad del pensamiento, precursor de la ideas liberales que nos llevaron a la gran revolución científica en la que hoy nos apoyamos.

No existen dudas de que la patata era conocida en España desde la conquista de los pueblos que habitaban los Andes, en concreto su primer encuentro con el tubérculo se produjo en el valle de Grita, en la provincia de Vélez, en la actual Colombia, en el año 1537, por el conquistador Pedro Cieza de León, como ya he comentado, siendo desde entonces citada por múltiples autores que incitaban a su consumo en la metrópolis sin poder conseguirlo, pese a ser alimento de los nativos americanos y base alimenticia de los mineros del Potosí, eso sí, siendo un alimento de clase, algo que chocó frontalmente con la dignidad de aquellos desheredados de la metrópolis que la rechazaron por ser tenida como comida para cerdos.

tortilla1Es evidente que ante la debacle que produjo el conocer tantas nuevas plantas, algunas nombradas y conocidas por su ‘similitud’ con las ya conocidas, no sin cierta fantasía, entre ellas los higos chumbos, la piña, etc. y otras con nombres nativos, como el tomate, la batata o la papa, no es de extrañar la confusión a la hora de citarlas, principalmente en los tratados médicos que son los únicos sitios a donde podemos acudir, ya que ni se mencionan en los libros de cocina y mucho menos en los de agronomía, de forma que tras un análisis profundo, tengo escrito este pseudo libro sobre la historia de la patata y he dado conferencias al respecto, llego a la conclusión que hasta finales del siglo XVIII en España era normal citar a la batata con el nombre de patata, incluso de las dos formas. Por el contrario la aceptación por parte de los europeos de la patata está fehacientemente comprobada desde que un pirata, Francis Drake, la llevó a Inglaterra. Es esa patata nacionalizada en los países sajones y germánicos la que dio de comer a la población y fue sustento básico, teniendo su triunfo asegurado ya por el clima y por las guerras que asolaban el Continente, sustituyendo principalmente al pan, de hecho las primeras fórmulas para su consumo fueron siempre intentando suplir a los cereales, que por otra parte, ante las inestabilidades de las fronteras, eran arrasados, mientras, por el contrario, la patata era un alimento que no podían comer los caballos, ni hoyado por las tropas y resistente a los climas fríos, al estar bajo tierra.

En España, por paradójico que pueda parecernos, los primeros tratados que abogaban por el consumo de dicho tubérculo se le debe a los oficiales irlandeses que pertenecían a las tropas españolas, siendo Enrique Doyle el primero que habló de la necesidad de obligar a los pobres a comerla en el año 1773, doscientos cincuenta años desde su descubrimiento, siendo en 1782, con la ayuda de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País de Bilbao, cuando fuerza a las autoridades a enviar un edicto recomendando su plantación en toda la península, pero su popularidad se le debe a una serie de escritos aparecidos en ‘El Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos’ emitidos por el párroco de Linares de Riofrío (Salamanca) desde el 30 de marzo de 1797 en adelante que las popularizaron.

Valga esta sinopsis para entender la historia de la patata en España, pese a que es muy extractado, para comprender de forma somera el momento histórico del posible descubrimiento de la tortilla de patatas.

Menos de un año pasó desde el ‘redescubrimiento’ de la patata en España para que otros experimentadores gastronómicos mostraran sus artes al descubrir diversas formas de prepararla, siempre con la idea fija para hacer pan con ella mezclada con cereales, de lo contrario habría sido imposible por la carencia de levaduras.

Ahora vamos a comentar y trascribir dicha carta, que al igual que la de la morcilla de patatas hoy día son una revelación.

Comienza, a modo de presentación, diciendo lo siguiente: “Señores editores: a pesar de la oposición que todos los establecimientos útiles hallan en el común de las gentes, creo que logrará el Semanario vencer en breve todas las preocupaciones que pueden obstar al fin que su publicación se propone. No es sino para visto el desprecio con que en este país son miradas las nuevas semillas, los métodos nuevos, y las utilidades que se afirma poderse sacar de ellos. Sobre todo se ha la burla mayor de la fabricación del pan de patatas que se anuncia haberse fabricado en muchas partes: mas la experiencia ha hecho triunfar de la ignorancia a la verdadera ilustración”, creo que casi no merece un comentario, el escrito refleja la fatuidad de muchos compatriotas en su crítica que desprecian o despreciaban lo útil por lo banal en aras del qué dirán o, también, es la fotografía de toda una sociedad que vivía de las apariencias y que hasta hoy hemos heredado, donde se despreciaba la patata por ser considerada comida innoble, cuando los innobles eran aquellos incultos que por otra parte morían de hambre tras los muros impenetrables de sus casas.

Tras esta introducción pasa a explicar quienes fueron los actuantes y el experimento que hicieron a la hora de hacer pan, texto muy interesante de leer porque ratifica lo dicho en lo referente al uso de la patata como elemento panificable: “ En este territorio, en el que no obstante su gran fertilidad se suele usar en los años escasos del de centeno, cebada o panizo, ¿Cuánto se ahorraría con la fabricación del pan de patatas? Se sabe que el aumento de la cantidad de cualquiera primera materia parMi amigo el marqués de Robledo[1] y yo acabamos de fabricarlo con el éxito más feliz que pudiéramos desear; más porque nos apartamos en alguna cosa del método propuesto por el cura de Linares, referiré al que hemos usado, con los cálculos que podemos formar a cerca de sus ventajas y resultados de todo, por si Vms. juzgan conveniente publicarlo. Tomamos tres libras de patatas, (no teníamos de las bastas, y usamos de las finas pajizas sin que esta circunstancia hubiese perjudicado mucho al color del pan) lavadas, mondadas, desechas, y desleída la sal y levadura en más agua que la qué señala el dicho párroco, (con arreglo a qué las patatas finas tienen más consistencia y no son tan aguosas como las bastas) mezclamos dos libras de harina de trigo buena y bien cernida, se hizo la masa bien trabajada, y resultaron nueve libras y media de ella; puesta a ludiar quisimos ensayar si frita en aceite estaría digna de probarse: hicimos dos tortitas aplanadas entre las manos bastante delgaditas, y las mandamos freír. Yo no puedo ponderar a Vms. la admiración que causó a todos los que estaban presentes haber visto lo que crecía la masa en la sartén, y el gusto y delicadeza que sacó después de frita. Todas las señoras votaron que de esta masa, particularmente si se mezclaba con huevo, se haría la más excelente fruta de sartén, cuya experiencia reservamos para otra ocasión; pero la admiración creció cuando vieron que el pan no se diferenciaba del trigo solo, y aquella noche sirvió a nuestra mesa, en la que tuve algunos convidados, y fue repartido como pan bendito entre otros infinitos que ansiaban probarle: supongo que esto lo causaba la novedad, más no es menos cierto que la cosa merecía esta predilección; y es prueba de que no era sola la novedad la que incitaba, el hecho de haber ya sujetos que con este motivo han encargado ya patatas para sembrar, y otros que al instante comenzaron a discurrir cual tierra destinarían para lo mismo.Después calculamos que todo había tenido (suponiendo las patatas a doce reales, precio que tienen, pues cuando se siembren aquí no valdrán tan caras), y resultó que cada pan de dos libras de esta confección puede venderse cinco cuartos menos que el de la harina de trigo. Vean Vms. qué ventajas no se conseguirían, si se sembrasen las patatas, y la mezcla de harina fuese en menor porción, supuesto que el pan se hubiese de destinar para la gente más pobre!a bajar el precio de ella, y aún cuando fuese esta sola la ventaja que de esta sementera se espera sacar, ¿por qué no debería fomentarse? ¡ojalá su extensión sea tan grande como mis deseos, y cómo los que tengo de servir a unos hombres cuyas tareas van proporcionando al estado tantas felicidades! Así pueden Vms. creerlo de su más atento servidor.

Firma dicha misiva Joseph de Tena Godoy y Malfeyto, el día 27 de febrero de 1798 en La Serena (Badajoz) y del que poco más he llegado a saber, salvo de otra carta posterior en la que hace partícipe a dicho director del Semanario de la siembra de tres tipos de patatas, sin especificar de qué tipo.

Hasta aquí la anécdota histórica, ahora tocaría estudiar no sólo la fórmula que expone sino también el camino sociológico y económico recorrido hasta llegar al génesis de esta historia. En primer lugar hay que hacer notar que la patata no se plantaba en el territorio referido, Villanueva de la Serena, pero no sólo ahí era desconocida por los labradores si nos atenemos a otra carta del mismo semanario fechada el 25 de abril de 1798, escrita por un párroco del Arzobispado de Toledo, famoso anteriormente por publicar un ficticio diálogo con un imaginario labrador de nombre Coleto Panzacola de contenidos eminentemente sociales, y donde decía lo siguiente en dicha carta en relación a las patatas: “a cuyo fin busqué con cuidado patatas en estas cercanías, y como no las hallase, pues no sólo no las cogen, pero ni aún las habían oído nombrar hasta entonces, desistí de mi empresa; más viendo en los Semanarios siguientes el piélago inmenso de utilidades que ofrece el cultivo de esta fecunda raíz, envié por ella a doce leguas de este pueblo[2] con advertencia de que aunque costase una peseta cada patata no se dejasen de traer”.

Claro está que dicha excentricidad de hacer pan de patatas tenía una muy diversa interpretación, por un lado estaba ‘el pretexto’ y por el otro ‘el beneficio’, siendo el primero de ellos el utilizarlo como alimento de clase, algo que no se ocultaba, al menos si se sabe leer entre líneas, a tanto llegaba que en esta última carta dicho sacerdote decía: “con la mira de desterrar la miseria de estos infelices labradores y artesanos, y sacarlos de tan mísero estado, (que no puedo mirar sin lágrimas) nacido del atraso en que se hallan estos sustentadores del estado”.

Claro está que no todos eran tan mesiánicos como querían aparentar, ni tan desprendidos, porque si leemos a Enrique Doyle, del que hablé al comienzo del presente trabajo, el hacer pan de patatas entre los más desfavorecidos haría tener siempre excedente de cereales entre los ricos, asegurando el suministro en épocas de escasez y la contención de los precios, todo un negocio, así como para darla de comer a los cerdos por perderse la cosecha de bellota algunos años, lo que hacía que se dispararan los precios del tocino, algo que era una notable incomodidad y perjuicio de los pobres, así se calmaban las revueltas y los robos que tanto temían los ricos.

En cuanto a la fórmula empleada para la supuesta tortilla de patatas es evidente que el remitente de dicha carta no era el autor, porque ni tan siquiera hace mención que dichas patatas antes de reducirlas a masa debieron de estar cocidas y hace confusa la descripción del modo que en teoría las mujeres habían propuesto sobre la forma de hacerlas, bien podría haber sido bañando la masa con los huevos, a modo de bizcochos fritos, o de igual forma un tipo de pastel al mezclar con la masa el huevo, ya que no obviaba el trigo en su composición, lo que no le quitaba mérito al invento, siendo la primera aproximación a la posterior tortilla de patatas de la que nada sabemos y que entra a formar parte de los especuladores históricos, nada creíbles por cierto.

Buscando en Internet encontré la cita que hace Wikipedia de la tortilla de patatas que más merece ser motivo de espanto a algo parecido a la realidad, ya que dice, a lo bestia, que la tortilla de huevo era conocida tanto en Europa como en América en 1519, sin llegar a entender el motivo por el que Wikipedia no pasa un tamiz sobre las burradas que algunos intentan colarles y por la que tiene tanto desmérito. Es evidente que para entonces se conocía la tortilla de huevo, incluso cientos de años antes, con el agravante que en América hasta la llegada de los españoles no era el huevo objeto de consumo generalizado, por tanto desconocido a nivel alimenticio, y donde más parece que el que lo escribió intenta engañar a todos al asimilar huevos y patatas en un todo, que sería como hablar de las faldas escocesas y el baile flamenco, todo por estar en Europa, una perfecta estupidez que ofende a la inteligencia.

La importancia del descubrimiento de la tortilla de patatas queda eclipsada por todos aquellos hechos sociológicos que se produjeron en casi todo el mundo como consecuencia de la Revolución Francesa, donde, por la fuerza, se conquistó el pensamiento individual y donde todos podían opinar al serles arrebatado a la iglesia y a los nobles que las mantenían en un ejercicio de poder y que frenó de forma significativa el crecimiento filosófico de la humanidad y que hoy, de nuevo, se intenta privatizar en beneficio de ciertas élites, como muy bien profetizó el escritor de ciencia ficción George Orwell en su novela ‘1984’.

Aconsejo leer también mi trabajo dedicado a ‘Historia de la alimentación de los monjes trapensesen la España del siglo XIX’ ya que trata de la introducción de la patata en la zona de Aragón.

Igualmente aconsejo leer la fórmula de la tortilla de patatas líquida elaborada por nuestro compañero Sergio Fernández Guerrero en nuestra otra revista ciberjob.org


[1] Posiblemente se refiera al marqués de Robledo de Chavela, Lorenzo Mena y Dávalos

[2] Equivalente a lo que se podía recorrer en una hora de viaje y que según el Real Diccionario de la Legua Española eran 5.572,7 metros. 

  1. Irlanda y el hambre producida por una plaga en la patata.

Una de las mayores tragedias de la Era Moderna de Europa, incluidas las dos Guerras Mundiales, fue la que padeció el Continente desde 1830 y en especial Irlanda entre los años 1845 y 1949, cuando un hongo arruinó todas las plantaciones de patatas.

Para llegar a comprender semejante desastre en su conjunto he recurrido a lo que narra

Monumento a las hambrunas en Irlanda

el médico español Francisco Javier Agreda y Loraque en su libro escrito en 1877 y que lleva por título ‘Falsificación de los alimentos y bebidas o Diccionario de las sustancias alimenticias’, donde nos aproxima al origen y desarrollo de la tragedia que afectó especialmente a la clase proletaria.

La primera constancia de la enfermedad se presentó en Alemania en el año 1830 y que denominaron como ‘la gangrena seca’, que consistía en una transformación progresiva del tubérculo en una masa dura, con manchas oscuras por fuera y por dentro, atribuida a una especie de hongo, que, según los científicos, llamaron ‘Perisporium. Solani’.

No fue menos notable la que se declaró en 1845 en Holanda y Bélgica, desde donde se propagó a Inglaterra, Irlanda, Francia y de nuevo a Alemania; caracterizándola la presencia de unas manchas oscuras en las hojas de la planta, y la producción en los tubérculos de una materia amarilla, que ocupaba desde luego su circunferencia: siendo atribuida no sólo a un hongo microscópico, si no a una alteración de las materias azoadas del tubérculo referido.

El caso de Irlanda fue especial, ya que era casi monocultivo, por lo que sería bueno repasar la historia de dicho país, aunque sólo sea someramente, para hacer más comprensible todo el desastre que se vivió y donde la patata fue el eje en el que todo giraba como consecuencia de una catastrófica política social, biológica y económica del reino británico a la que se le llegó a acusar, por muchos estudiosos, de genocida.

La invasión inglesa de la isla por parte de Enrique II de Inglaterra en el 1171, gracias a una bula del Papa Adrián IV, fue el principio del fin de un pueblo de origen en principio español (celta) y vikingo después que vivía más bien que mal su vida y que desde el año 432 era católica gracias a los trabajos de San Patricio que los libró, según la leyenda, de las serpientes. Pero en el año 1536, tras la ruptura de relaciones entre Enrique VIII con el Papa, al abrazar el primero de ellos el protestantismo, las cosas se pusieron más difíciles para los irlandeses que tras luchar  junto a los españoles en 1601, y perder, vieron como sus tierras eran expropiadas y sus derechos mancillados, ocupándolas colonos ingleses y escoceses.

En el año 1800 los parlamentos de Irlanda y Gran Bretaña deciden la integración en la llamada Acta de la Unión, la cual estuvo salpicada de irregularidades como era la de comprar a los miembros de las dos cámaras prometiéndoles títulos de nobleza y tierras.

Cuando la integración fue sancionada por los irlandeses, bajo la falsa promesa de la abolición de las leyes penales que los discriminaban y el otorgamiento de la emancipación civil, el rey Jorge III dictaminó que aquello iría contra su juramento de defender la iglesia anglicana. Este estado de cosas hizo que se impusieran leyes que no sólo iban contra las costumbres y derechos de los ciudadanos, sino también contra  los elementales conceptos de la supervivencia de los irlandeses como pueblo. Entre ellas estaban las leyes de la herencia, donde anteriormente todo pasaba al primer varón de la familia para pasar a tener que ser repartida entre todos los varones, incluidos los no tenidos en el matrimonio, lo que hizo que las tierras, que eran en arrendamiento, fueran mermando en superficie por las reparticiones, llegándose al casi monocultivo para obtener cosechas que pudieran alimentar a tantas familias en sus mini granjas.

Apecto que presenta la patata infectada

En el año 1845 se estimaba que en Irlanda había ocho millones y medio de habitantes, hay que tener en cuenta que hoy sólo tiene cuatro millones, y donde el 24% de las fincas tenían una superficie que oscilaba entre 0,4 y 2 hectáreas y el 40% tenía entre 2 y 6 hectáreas, mientras otros grandes latifundios permanecían baldíos por sus dueños ingleses; esto hacía que para qué las tierras fueran lo suficientemente productivas para dar alimentos a las familias se tuvieran que plantar patatas, que era la única cosecha que podía dar tanto rendimiento para todo un año, con lo que el nivel de pobreza fue realmente alarmante y que se paliaba en parte con las ganancias del trabajo migratorio estacional en Inglaterra. Este estado de cosas se agravaba con una ley por la que si aumentaba el valor de las tierras, porque su arrendatario las hiciera más productivas, los alquileres, de por sí ya altos, también aumentarían, lo que posiblemente llevarían a sus arrendadores al desahucio y la ruina. 

Existe un proverbio sajón que dice que no se deben de poner todos los huevos en el mismo cesto y eso fue lo que ocurrió por desgracia para todos, ya que una extraña enfermedad, causada por el hongo ‘Phytophthora infestans’, comenzó a atacar los cultivos de la patata, cuyo patógeno no fue descubierto hasta el año 2004, y que hizo que todas las cosechas se pudrieran antes de su recolección. Debe de suponerse que con una economía tan frágil debió ser un gran mazazo en esta sociedad tan empobrecida; mal que bien, se pudo solventar gracias a los excedentes del año anterior, pero al año siguiente fue peor y entonces comenzaron las hambrunas que se prolongaron hasta casi 1850.

Un hecho importante a tener en cuenta es que sólo había cuatro variedades de patatas que se cultivaban, lo que hizo qué al no haber diversidad genética el desastre fuera mayor.

Los testimonios que dejaron aquellos que lo vivieron o fueron espectadores son aterradores y vergonzoso para aquellos ingleses que dejaron morir a tantas personas sin hacer nada para socorrerlas, pero que sí hicieron que se dieran casos de solidaridad en todo el mundo y que aún hoy enternecen, como las 14.000 libras que enviaron desde Calcuta los soldados irlandeses allí destinados o las 710 libras y el grano que enviaron los indios Choctaw de Oklahoma, los cuales apenas podían mantenerse gracias a la política americana contra los indígenas que permanecían encarcelados en las llamadas reservas.

El gobierno inglés mientras tanto permanecía pasivo ante la tragedia que se estaba desarrollando y sólo la reina María Victoria dio un miserable donativo de 100.000 dólares mientras morían más de un millón de personas de hambre y otros tantos emigraban a Estados Unidos, Australia y otros países sajones, uno de los grandes éxodos de la humanidad. Este estado de cosas hicieron renacer el espíritu independentista y el odio hacia los ingleses creándose sociedades secretas, como fue La Hermandad Republicana de Irlanda en Nueva York (Fenians), que recogían fondos para organizar la lucha armada con el fin de lograr la liberación del país y que fueron el germen del moderno grupo terrorista I.R.A.

Parece paradójico que un alimento que trajeron los españoles y que estaba destinado a evitar las grandes hambrunas que padeció Europa de forma cíclica fuera la causante de una de las mayores tragedias de la Era Moderna y todo por culpa del gobierno inglés que no le interesaba industrializar un país al que tenían marginado por sus creencias religiosas y étnicas.

A modo conclusión no se me ocurre nada mejor que transcribir algunas historias contadas por aquellos que vivieron aquel infierno:

«Recuerdo, escribe Josephine, una muchacha que vivió en los tiempos del hambre, el ser despertada por la mañana temprano por un ruido extraño, como el croar o el grito de pájaros, algunas voces eran roncas y casi extinguidas por la debilidad del hambre. Al mirar por la ventana recuerdo el jardín delante de la casa oscurecido totalmente por  los cuerpos de hombres, mujeres y niños en cuclillas llenos de harapos; sus miembros esqueléticos resaltaban por todas partes…»

«Recuerdo, prosigue Josephine, al caminar a través de los caminos y las aldeas el olor mórbido y extraño del hambre en el aire, como una muestra de la muerte que se acerca a aquellos que se arrastraban en una existencia desgraciada».

Álvaro Cunqueiro cuenta en su libro tituladoLa cocina cristiana de Occidentelo siguiente: “Un gentleman campesino había invitado, como parece ser costumbre irlandesa, cuatro veces más gente de aquella que buenamente podía alimentar y albergar. El cocinero entraba: ’Señoría, no hay carbón’. ‘Pues quemad turba’. ‘No hay turba’. ‘Entonces cortad un árbol’. No hay un árbol en cinco leguas a la redonda’. Se cocinó con paja. La oveja estaba dura; las patatas, deshechas; el conejo, chamuscado. Los invitados, al ir a acostarse, se encontraban con los criados bailando por sus habitaciones. En un corredor, a uno de los huéspedes le salió al paso un perro hambriento que saltó sobre la palmatoria, devoró la vela y lo dejó a oscuras».

Los científicos luchaban en sus investigaciones para parar la destrucción de las cosechas de patatas, encontrando un estudio que se editó en 1862 por un tal Dr. Lemaire el siguiente método para erradicar las plagas de la patata, invento que presentó en la Academia de las Ciencias de Perís el 9 de diciembre de 1861 y que consistía en utilizar alquitrán procedente de la destilación del carbón de piedra y que se conocía como galipote, chapapote o coal-tar y que también era utilizado entonces en aplicaciones quirúrgicas por sus virtudes desinfectantes.

Según Lemaire el compuesto debería ser, para que no afectara a la patata y su germinación, de agregar a la tierra un 2% del alquitrán, debiendo extender sobre el terreno en una capa de un centímetro de espesor, haciendo seguidamente las labores de arado, de esta forma se conseguía que el polvo alquitranoso penetrara en la tierra unos veinte centímetros.

Según defendió en su tesis el tubérculo si desarrollaba perfectamente y no presentaba la menor señal de la enfermedad, mientras que otras patatas sembradas el mismo día, y a pocos metros de distancia, si eran atacadas, perdiendo la mitad de la cosecha.

  1. Un veneno llamado patata.

No todo en la papa o patata es, o fue, beneficioso ya que contiene, sobre todo en los brotes tiernos, si dejamos que germinen las patatas viejas, un alcaloide denominado solanina, que también existe, aunque en menor cantidad, bajo la capa de piel verde de las papas nuevas, de ahí que se deba de pelar bien y nunca comerla cruda.

El primer caso documentado, al menos que yo haya investigado, se dio en el siglo XIX, según aparece en el libro titulado ‘Manual de medicina legal y toxicología clínica y medicina legal’ escrita por el Dr. Ch. Vibert, médico del Tribunal del Sena y Jefe de Trabajos Anamatopatológicos del Laboratorio de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de París. En dicho libro, al hablar del envenenamiento por causa de la patata, comienza diciendo: “A veces las patatas han originado envenenamientos colectivos más o menos numerosos…”, para continuar hablando de cómo se descubrió y donde.

El primer caso probado clínicamente se produjo en el año 1904 en un batallón alemán acantonado en la ciudad de Hammelburgo, al noroeste de Nüremberg, y donde cayeron enfermos por el veneno entre 150 y 180 soldados, todos ellos habían comido una ensalada de patatas hechas y adobadas 24 horas antes.

Tras este envenenamiento se hicieron experimentos y seguimientos clínicos para llegar a la conclusión, creo que errónea, que de los 800 casos estudiados no hubo ningún caso mortal, siendo sus síntomas, que aparecen al cabo de unas horas tras la ingesta, cefaleas, vértigos, vómitos y con más rareza delirio, aceleración del pulso, midriasis (dilatación anormal de la pupila con inmovilidad del iris), trismus (incapacidad para poder abrir la boca por inflamación de los músculos elevadores mandibulares) y convulsiones.

No sólo aparece la solanina en la patata, también en el tomate y la belladona, pudiendo estar presente en cualquier parte de la planta, incluidas las hojas, frutos y tubérculos, siendo un mecanismo de defensa natural de la planta contra los insectos, las enfermedades y depredadores, teniendo por tanto una función fungicida y plaguicida.

Estudios posteriores y más modernos  indican que la intoxicación producida por la solanina produce trastornos gastrointestinales y neurológicos. Los síntomas incluyen nauseas, diarreas, vómitos, calambres en el estómago, dolor de garganta, cefaleas y mareos; para en los casos graves producir alucinaciones, pérdida de sensibilidad exterior, parálisis, fiebre, ictericia, dilatación de las pupilas, hipotermia.

Para terminar sólo me resta decir que en grandes cantidades puede causar la muerte, a razón de 3 a 6 miligramos por kilo de peso corporal, presentándose los síntomas, generalmente, entre las 8 y 12 horas tras su ingesta, aunque se han dado casos de actuar tan sólo a los 30 minutos.

    11. La casi III Guerra mundial causada por la patata.

Como aportación a la historia de la patata quiero hacer mención a un hecho acaecido en plena Guerra Fría, qué más puede parecernos casi un chiste si no fuera por las consecuencias negativas que acarrearon entre la población de la República Democrática Alemana en unos momentos críticos, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la agricultura alemana, y de todo el Este de Europa, intentaba desesperadamente renacer tras el abandono de los campos y que atenazaba los estómagos de todos los contendientes europeos que tenían que partir de cero, sin semillas, y con el temor de los gobiernos a levantamientos populares sobre todo entre las poblaciones ocupadas.

Hay historias de los Servicios Secretos que bien merecerían un libro de humor porque lo que se denomina Inteligencia hubo veces, y las hay en la actualidad, que más parecen los ‘Inventos del Profesor Calabacete’, personaje del cómic español del TBO de los años 50 y 60 del pasado siglo y donde salen mal parados o nos hace preguntarnos qué significado tiene para ciertos gobiernos esa palabra, la de Inteligencia, y así nos va a todos.

Entre los inventos de dichos Servicios estuvo el de operar a un gato para poner dentro de su cuerpo un emisor con el que poder oír las conversaciones de los demoniacos comunistas en un parque y que murió atropellado por un coche el pobre animal antes de cumplir la misión asignada o ésta que les voy a narrar entre otras muchas y donde llegará a la conclusión que estamos en manos de lerdos faltos de imaginación.

Tras la Segunda Guerra Mundial toda Europa, incluida Rusia que también es europea, quedó devastada; los hombres útiles o estaban muertos, lisiados o, en el caso de los vencidos, en prisión, al menos su clase dirigente y técnicos, ya que habían estado comprometidos con el régimen fascista de Hitler, careciendo de todo lo básico para la supervivencia e inmersos en las reconstrucciones de sus países, algo que favoreció a uno de los aliados vencedores, Estados Unidos, que con su infraestructura intacta daba salida a todos sus productos y excedentes, hipotecando durante décadas a vencedores y vencidos pero reactivando de forma espectacular la economía de toda Europa, bueno, de la Europa que se acogió al conocido Plan Marshall.

El mencionado Plan de ayuda para reconstruir Europa por parte de los americanos, independientemente de ser el negocio de su vida, donde se consolidó como la primera economía mundial, tenía la doble vertiente de querer conseguir le hegemonía militar excluyendo a los países socialistas, a los que por cierto también se les propuso entrar en dicho Plan pero con condiciones leoninas que afectaban su soberanía nacional, tanto a la URSS cómo a sus países satélites, problema que llega hasta el día de hoy y que se refleja en la actual guerra de Ucrania.

En aquella guerra psicológica, previa a la que se conoció como Guerra Fría, cada potencia, Estados Unidos y la URSS, intentaban captar países que estuvieran dentro de su área de influencia o en el peor de los casos, como el de Finlandia, que se mantuvieran neutrales y es ahí donde entran los Servicios de Inteligencia y sus ‘sesudas’ estrategias para conseguir los fines marcados por sus respectivos países, al menos eso nos hicieron creer a todos.

Si en Europa, sobre todo en Alemania, se pasaba hambre, donde la gente moría por falta de alimentos o de frío de una forma real, pues nada mejor que doblegar voluntades que hacer creer a los que estaban al otro lado de las fronteras impuestas por los vencedores qué mostrarles lo maravillosamente bien que se vivía en los países capitalistas y así si pasas hambre que mejor aparentar que está ahíto para que sufras y nada mejor que rebuscar en el subconsciente colectivo y ¿qué es lo primero que nos viene al pensamiento?, pues una plaga tipo bíblica por ejemplo y poder mandar el mensaje subliminal de : ‘eso os pasa por ser comunistas’, algo parecido hicieron los católicos cuando apareció el SIDA y donde su mensaje fue: ‘eso os pasa por maricones y promiscuos, castigo de Dios’.

escarabajo4Puestos manos a la obra estudiaron cual era el alimento base de la población y sin quebrarse mucho ‘el coco’ llegaron a la conclusión que era la patata y dicho y hecho, al estilo de una guerra bacteriológica moderna, pero con bichos grandes, empezaron a bombardear los campos con escarabajos, eso sí, debidamente empaquetados y lanzados de forma discreta, tan discreta que los aviones militares volaban a baja altura, lo que hacía que los agricultores salieran de sus casas para ver cómo caían los regalos del Tío Sam, algo que no pasó desapercibido por las malignas autoridades comunistas que, por otra parte, no tenían sentido del humor; tampoco tenían que fue motivo para montar el ‘Telón de Acero’, por un lado para no impregnarse de la mierda capitalista y por otro para que sus habitantes no fueran en busca de ella como moscas, muy dadas a ese tipo de alimento.

Cómo toda plaga bíblica al final se vuelve contra los pueblos elegidos, ya que su dios es así de humorista, y en cuestión de años toda Europa quedó infectada por aquellos molestos bichos, que por otra parte no había forma de matarlos porque los venenos e insecticidas pasaban a los alimentos y así, en un mundo tecnificado y mecanizado, se tuvo que recurrir a la recolección manual, donde algunos se sacaron hasta un jornal con el que pagar sus deudas de las maquinarias agrícolas que compraban a los americanos.

La primera referencia que se tuvo en España, defensora de los valores de occidente y martillo contra los comunistas sin que nadie se lo pidiera al dictador Franco, apareció en un periódico hoy desaparecido, ‘El Pueblo Gallego’, que en 1948 daba la siguiente noticia:

noticiapatata

Ahora creo que es el momento de escribir algo sobre la historia de dichos escarabajos y su expansión  y digo que es ahora el momento porque soy el que os narro esta casi película, si hubiera sido otro a saber que ritmo llevaría esto.

Este tipo de escarabajo procede del continente americano y se especula que su entrada en el europeo fue en la Primera Guerra Mundial, en concreto en 1917 por el puerto de Burdeos, según se cuenta porque no encontré estudios serios para afirmarlo ni para negarlo de forma categórica, pero recomponiendo todos los trozos encontrados su historia queda así:

La primera descripción del escarabajo de la patata se le debe al entomólogo americano Thomas Say que en 1824 lo estudió; un inofensivo  animal, hasta que conoció la planta de la patata, que vivía al este de las Montañas Rocosas y se alimentaba de solanáceas silvestres, también conocido como el Escarabajo del Colorado y del que pocos podían imaginar que en poco tiempo sería casi una plaga bíblica tanto en América como en Europa.

Hay quien dice, yo no me lo creo, que entró en nuestro Continente por Irlanda en el año 1845, esto se habló en un libro editado por la Junta de Castilla-La Mancha, dentro de un congreso de historia, ver Bibliografía, todo un fallo de investigación porque está muy documentada la enfermedad de las patatas en Irlanda. Otros por contra, parece más lógico aunque no descarto que fuera antes, dicen que el escarabajo entró por el puerto Burdeos (Francia) como ya he comentado, seguramente como pasajero de un barco de abastecimiento para las tropas norteamericanas.

Recogida de escarabajos de la patata por niños en la alemania nazi

Ahora llega la noticia que pudo cambiar el mundo y eje del presente trabajo.

En un artículo publicado el 19 de julio de 1933 en La Vanguardia, pág. 5, miércoles por cierto, donde el corresponsal en Alemania comentaba que en cuestión de diez años “en Francia y en otros países, la guerra contra el escarabajo de la patata ha llegado a ser una verdadera cuestión económica. La mayor parte de los países, como Alemania, Inglaterra, Holanda, Suiza y España, prohíben la entrada de legumbres y frutos procedentes de las comarcas francesas infectadas por la plaga; pero a pesar de todas las medidas de defensa, y de todas las restricciones, el escarabajo continúa sistemáticamente su invasión. La comisión internacional reunida en París para tratar de esta calamidad ha considerado, como muy probables, los rumores según los cuales esta plaga ha pasado ya por encima de los Pirineos”, dato a tener en cuenta para saber en qué año llegó  España y tiempo aproximado de su propagación, ya que también decía que su avance estaba estimado en unos 140 kilómetros al año.

En dicho congreso se estimaba la llegada del escarabajo a Alemania, sin contar que fuera antes llevado accidentalmente en cualquier medio de trasporte, a mediados de 1934 (importante no olvidar las fechas).

La propaganda nazi donde se quería dar la imagen de un pueblo muy disciplinado y tecnológicamente avanzado casi llega a rozar el ridículo cuando se lee lo siguiente: “El Departamento de Estudios Biológicos del Reich, en su Sección de Agricultura, se dedica, actualmente, a la investigación de los medios defensivos. Los meses de junio y julio son considerados como los más propicios al desarrollo de la plaga del escarabajo. Numerosas organizaciones agrícolas que disponen de todos los medios necesarios, se hallan preparadas para actuar. Todos saben ya cómo aparece el escarabajo y donde pueden encontrarse sus huevos y larvas. Se reparten cientos de miles de hojas con instrucciones y grabados, y en todas las escuelas populares se fijan láminas representando el escarabajo de la patata y destinando a su estudio toda una semana. Durante esta semana, casi todas las conferencias versan sobre este calamitoso insecto. Los profesores señalan y describen las comarcas francesas infectadas, donde la plaga no ha podido ser contenida; en las clases de matemáticas, los alumnos deben de hacer operaciones relacionadas  con el número de huevos que ponen las hembras en un espacio determinado de días, y, entonces, los maestros demuestran la cantidad de retoños de patata que en medio año pueden devorar los insectos nacidos de una reducida cantidad de hembras”, hasta aquí todo parece perfecto, el gran estado fascista alemán pone a todos sus ciudadanos en estado de alerta ante una invasión de insectos, sus laboratorios preparados, su tecnología a pleno rendimiento; todo un país a punto para defender sus fronteras ante los invasores, lo malo de todo esto, el pequeño fallo, era que la más efectiva de las formas era coger animalito por animalito con la mano, meterlos en botes y al final de la jornada proceder a su destrucción, rustica forma de combatir un mal en un pueblo que quería sorprender al mundo al creerse una raza superior y que triunfaba en la mente de muchos por ser el primero que supo hacer propaganda.

Terminaba dicha información con estas heroicas argumentaciones: “Todos los campesinos y trabajadores del campo (se le olvidó poner los niños de los colegios) conocen ya al amarillo y pequeño escarabajo, con diez rayas negras en la espalda, sus huevos y sus larvas. Si apareciese la plaga (que apareció), en un momento se pondrían en función las medidas para combatirla. El problema es de la mayor importancia, pues corre peligro de ser aniquilado uno de los medios de alimentación de todo un pueblo: el tubérculo de la patata”, hecho (ojo que no es falta de ortografía) de menos en esta información del diario ‘La Vanguardia’ el célebre saludo ‘Heil Hitler!’, menudo papanatas era el periodista que escribió el artículo.Artículo de La Vanguardia anteriormente citado

Artículo de La Vanguardia anteriormente citado

Con estos antecedentes sobre la expansión por Europa del escarabajo de la patata, en el momento más inoportuno posible para ser combatido, en España por la Guerra Civil (o incivil) y en el resto por la Segunda Guerra Mundial llegamos a la historia más alucinante jamás soñada, la que cuenta la necedad  de los comunistas para defender su propia impotencia ante los acontecimientos, algo vergonzoso.

Antes de seguir quiero hacer referencia a un artículo publicado en la web de la BBC, firmado por Lucy Burns, de fecha 4 de septiembre de 2013 que nada más comenzar a leerlo nos llena de dudas porque hace referencia al primer lugar donde se decía que tiraban las cajas con escarabajos los norteamericanos y si se pone en Google dicha ubicación, Shoenfels bei Zwickau, sencillamente no existe, aunque sí la ciudad de Zwickau (que efectivamente estaba en la Alemania del este), lo mismo ocurre con el nombre del agricultor al que hace referencia, un tal Max Treger, por lo que no es fiable dicha información, ya que también carece de bibliografía, aunque las imágenes son muy atractivas. Hay varias webs que evidentemente se han copiado unas de otras, el mal de internet, pero eso es producto de otro insecto despreciable que se comen los derechos de autor y donde por más que se repitan las cosas nunca llegan a ser verdad.

Tras la Segunda Gran Guerra, Alemania, se quedó sin infraestructuras, sus fábricas habían sido bombardeadas y si quedaba algo los aliados se lo llevaban para reponer y cubrir las necesidades de sus países, entre otras cosas los fertilizantes y los insecticidas, lo que hizo que los campos alemanes se quedaran indefensos ante las plagas y, claro está, la principal era la del escarabajo, así que atento a lo que ocurrió, que esto es para tocarle la trompetilla a Joseph Stalin.

Volvemos a repasar la hemeroteca donde encontramos una crónica de fecha 12 de julioescarabajo3 de 1958 que no tiene desperdicio, tanto por la información como por el cambio de talante político del periódico y donde bajo el título ‘Gran política y pequeños insectos’ nos contaba algo que hoy podía causar risas entre los lectores pero que en aquellos momentos puso en peligro la recién alcanzada paz mundial.

El enviado especial en Fráncfort, Ramón Garriga, daba noticias de las manifestaciones que se habían producido en la parte comunista de Berlín por las Juventudes Comunistas Alemanas que se desarrollaron a finales de mayo de dicho año y que contaba de la siguiente forma: …denunció el jefe de la propaganda de la zona soviética, Gerhard Eisler, que aviones norteamericanos volaban sobre algunas regiones de la Alemania oriental para arrojar estos terribles escarabajos que estropean las cosechas de patatas”, algo que una mente sensata (en aquella época parece que nadie lo era, seguramente al estar aturdidos todavía por los ruidos de las bombas) debía preguntarse cuál era la razón para qué los norteamericanos arrojaban escarabajos de la patata, al puro estilo de los Hermanos Marx de ‘más madera’, si ya estaban inundados de ellos desde hacía más o menos veinticinco años.

Pero la cosa no terminó ahí, que para hacer el ridículo el ser humano no tiene límites, y así anunciaba el enviado especial que “El panorama ha cambiado de repente cuando con toda seriedad el Gobierno de la U.R.S.S. ha entregado al representante americano en Moscú una seria nota de protesta pidiendo que se castigue a los culpables de llevar a cabo este meditado plan de extender la peste sobre todos los cultivos de patatas de la Europa oriental. Esta protesta ha hecho comprender que el Kremlin inicia una gran jugada con Berlín como objetivo final. Manejando unos insectos muy pequeños quiere demostrarnos ahora Stalin que se puede realizar gran política internacional”.

No piense que la idea se tomó a la ligera, que fue algo muy bien meditado por las autoridades comunistas, la pena es que Stalin no escribiera un libro cuyo título bien podía ser ‘La Historia se reirá de mi’, al ejemplo del de Hitler con su ‘Mein Kampf’s de exterminios’ o el de Fidel Castro con su ‘La historia me absorberá’, si está atento a lo que lee se dará cuenta de unos sutiles cambios en los títulos que podrían ser más válidos que los que tienen, pero siguiendo con el tema y la ‘alta’ política de aquellos próceres de la humanidad, porque dichas quejas fueron hechas justo dos días después de que los comunista dejaran sin electricidad a la ciudad de Berlín y sin ferrocarril pretextando obras de modernización, algo que intentaron burlar con un puente aéreo por parte de los aliados para abastecerla de alimentos; el corte de luz que se produjo por no pagar la factura mensual de un millón de marcos revisada al laza, lo qué les hacía a los comunistas, cuando quisieran, prohibir los vuelos sobre su territorio por culpa del gracioso que tiraba escarabajos, aprovechando, eso sí, la debilidad norteamericana que estaba inmersa en la Guerra de Corea y los europeos tenían menos fuerza que el silbido de una vaca.

¿Hasta qué punto se creían los rusos dicho discurso?, pues para ser realistas ninguno, tanto es así que ese mismo año le compraron a los norteamericanos, que habían tenido excédete en sus cosechas, cincuenta mil toneladas de patatas a precio de saldo, un centavo los cincuenta kilos y así se escribe la historia.

Termina el corresponsal con estas palabras: “Ahora la única cosa que se tendrá que ver es si realmente Stalin realiza un nuevo y extraordinario golpe, como sería la ocupación total de Berlín, jugando simplemente con estos minúsculos insectos que son los escarabajos de la patata”.

escarabajo6

Ahora, a modo de anécdota, quiero contar la forma de combatir el escarabajo dichoso y que muy bien narra Anna Funder, ver bibliografía, donde hace referencia a la mano de obra encargada de eliminarlos y que no era otra que la de los niños. En dicho libro cuenta: “Por esa época todavía había racionamiento. El azúcar escaseaba y los caramelos eran un lujo. Pero había un plan para incentivar a los niños. Por cada escarabajo que cogíamos nos daban un penique. Por una larva, medio penique. Y por cada cien, nos daban tarjetas de diez raciones de azúcar. Así los niños nos íbamos a los sembrados cada vez que teníamos un minuto nos dedicábamos a buscar escarabajos y larvas, larvas y escarabajos. Los entregábamos y nos daban más caramelos de los que podíamos comer”.

Anteriormente a todo esto, en otra noticia encontrada en la hemeroteca de ‘La Vanguardia’ encontré la siguiente noticia de la agencia EFE, fechada el 6 de julio de 1950, con el título de ‘El escarabajo de la patata es instrumento inadecuado de la política exterior’ donde sucintamente decía: “Los Estados Unidos han rechazado la acusación del Gobierno de Praga de que sus aviones están arrojando sobre Checoslovaquia occidental escarabajos de la patata. En una nota entregada en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Norteamérica señala <lo poco adecuado que es el escarabajo de la patata como instrumento de política exterior> y expresa sus dudas de que el escarabajo de la patata pudiera aún en su fase de mayor voracidad, atacar el tejido de la amistad que une a los pueblos de Estados Unidos y de Checoslovaquia”, después de dicho esto más de uno debió sentirse descansado porque por más que lo leo no veo una coherencia en el mensaje, cosas que se le escapan a un inexperto como yo con respecto a la diplomacia internacional.

Ya el 11 de agosto de ese mismo año, 1950, los norteamericanos viéndose entre las cuerdas o mejor dicho viviendo dicha pesadilla hicieron un comunicado de prensa por medio del Alto Comisionado, John Mc. Cloy, negando tajantemente las acusaciones comunistas, no sólo de tirar escarabajos desde los aviones, sino también bombas incendiarias, que ya puestos se les acusaba de todo, y así llegó a decir lo siguiente en lo referente al escarabajo de la patata: “Pero el patrón es el mismo: la técnica hitleriana del empleo de una gran mentira.

Estoy seguro de que nadie cree estas ridículas afirmaciones y de que nadie puede decir que tema tratarán la próxima vez. Todo lo que puedo decir es que, si verdaderamente se ha encontrado alguna bomba incendiaria en la zona soviética, ha sido puesta por los comunistas porque los americanos no lo hicieron”.

Mientras tanto en España el bichito referido hacía estragos y así el sábado 14 de agosto de 1943 se daba la noticia de que había causado graves estrago en la cosecha en Almansa (Albacete), sobre todo en las grandes fincas, en concreto un tercio de ella y a saber cómo estaría el resto, que entonces con el hambre se comía de todo en el país y donde se debe de hacer notar el optimismo de los fascistas aunque todo fuera mal porque es para quedarse estupefacto al leer la noticia y su coletilla cuando decía: “Especialmente sensible el daño causado por esta plaga, cuanto que la patata es el principal producto de esta zona”, para agregar a continuación:En general las cosechas de cereales tampoco han sido lo magníficas que se esperaban a las condiciones meteorológicas. A pesar de ello, lo recogido es superior en varios quintales a lo del año pasado, a lo que hace preguntarse con cara de susto: ¿qué fue lo que se produjo el año anterior?.

Siguiendo investigando en las hemerotecas encontré una referencia al gran descubrimiento para combatir el escarabajo de la patata, el llamado D.D.T., con fecha 27 de mayo de 1945; el mejor invento no sólo para acabar con dicha plaga sino también con toda la vida en el planeta, como veremos más adelante, que ya puestos a matar el ser humano en eso es especialista. En concreto la noticia hacía referencia a un aviso de la Jefatura Agronómica a los agricultores catalanes sobre el nuevo producto y donde indicaba: “El agricultor debe comprobar previamente, por medio de análisis, la riqueza del insecticida a emplear, sin lo cual se expone a un fracaso y a un dispendio inútil”, para ello remitía a los interesados al Laboratorio Agronómico Provincial donde se harían los análisis pertinentes por “procedimiento de propia investigación”, lo que me causa terror el pensar que saldría de allí, teniendo presente que España, en aquellos momentos, era un erial de cultura de todo tipo.

Al margen de lo que estoy narrando añado otra noticia relacionada con el racionamiento de las patatas del mismo día y donde se decía que el día 28 de mayo de 1945 se pondría en el mercado el suministro de patatas extratempranas en el distrito décimo de Barcelona, los mercados de Pueblo Nuevo y Clot, en las poblaciones de Badalona, Hospitalet, San Adrián del Besós, Santa Coloma de Gramanet, Cornellá y Moncada-Reixach, también en la ciudad de Tarrasa, donde se darían dos kilos de patatas por ración al precio de 1,25 pesetas y entrega del cupón 19 de ‘Varios’.

También encontré referencias posteriores a las cosechas de patatas y cómo el escarabajo tenía en jaque a todos, más bien diría que casi en jaque mate, pero que omito para no cansar al lector, siendo mucha la información que me reservo, en especial, ya modernamente, me refiero en la era democrática, de la protección que hacía la Generalitat de Cataluña para salvar la patata temprana que se exportaba al mercado británico desde las comarcas del Maresme y Bajo Llobregat.

En el periódico ‘La Voz de Galicia’, en su web, encontré un divertido e interesante artículo firmado por Siro López Lorenzo, ver bibliografía, donde cuenta la llegada del escarabajo de la patata a Galicia y cómo los taimados labriegos gallegos decían que fueron los americanos que los tiraban por las noches desde aviones para venderles posteriormente los insecticidas.

Anuncio en La Vanguardia del DDT

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Sólo me resta decir que los insecticidas de la época, el ahora temido DDT, un invento demoniaco que mató a casi todos los pájaros insectívoros, entre ellos las golondrinas, y los peces de los ríos, era casi el único que podía contra los escarabajos de la patata, algo que se pagó en la población con efectos negativos, como puede ser infertilidad y a saber que más cosas a largo plazo.

Lo principal de todo esto es que he desvelado una parte de la historia casi desconocida y muy actual que estuvo a punto de crear una guerra atómica y que dejo al gusto del lector para que con los datos que ofrezco opinar si fue una plaga normal o inducida por los norteamericanos.

   12.Eclosión de la patata por el mundo y el nuevo Arca de Noé.

Ya Ángel Muro hace referencia, aunque sea de forma aproximada en 1858, a la expansión de la patata por la Tierra gracias a las potencias colonizadoras y así nos cuenta, haciendo referencia al naturalista alemán Alejandro de Humboldt, que de todas las planta útiles que las emigraciones de los pueblos y las navegaciones a países lejanos han dado a conocer no hay ninguna, después de los cereales, es decir, después de un tiempo inmemorial, que haya ejercido una influencia tan pronunciada sobre el bienestar de los hombres. En menos de dos siglos la patata ha penetrado en Nueva Zelanda, en el Japón, en Java y en Bengala. “En la actualidad se cultiva desde la extremidad de África a la Islandia y á la Laponia; es un espectáculo interesante, añade el ilustre viajero, el ver descender una planta de las montañas del Ecuador, avanzar hasta el polo, resistir más que todas las gramíneas los hielos del Norte”.

Igualmente Ángel Muro comenta en su diccionario las opiniones de un tal E. de Coulibeuf, el cual había publicado en el Moniteur de París: “Durante un viaje que hice desde 1863 á 1866, en el cual recorrí todos los estados de la gran república americana, me fue fácil averiguar que las batatas y patatas se cultivan especialmente en la Carolina, Georgia, Virginia, Ohio, Maryland y Kentucky, comarcas de donde son originarios estos tubérculos, y las enfermedades que destruyen este producto agrícola son allí desconocidas. 

Aun cuando la agricultura está poco cuidada en aquellas inmensas llanuras, se debe este buen resultado á la atención que aquellos labradores dispensan al cultivo de las patatas”.

Independientemente de lo expuesto, marcar las rutas de las patatas en su expansión por la tierra se convierte en una labor detectivesca porque es evidente que la entrada en ciertos países tiene todas las posibilidades de que fueran dispares, aunque en otras todo hace indicar que su llegada fue muy determinada y precisa en el tiempo.

Las potencias colonizadoras, como vencedoras, siempre han impuesto a los sojuzgados su forma de vida, religión, modas y sobre todo las costumbres alimenticias en un afán de implantar o imponer un modelo de vida que reafirme las señas de identidad del vencedor, de modo que los pueblos colonizados se sientan obligados a cambios sociales, estructurales y económicos, terminando su ciclo de independencia siendo tributarios y consumidores de aquellos que ejercen, por la fuerza, una labor de protectorado.

El consumo de la patata en Europa coincidió con el expansionismo imperialista de las potencias del momento con el consecuente dominio de las tierras del oriente y África y donde las grandes rutas necesitaban puntos de abastecimiento de las tropas y barcos mercantes, de ahí que se fueran plantando a lo largo de todos los recorridos plantas que pudieran ser útiles como alimentos frescos, incluso animales de reproducción rápida y que su mantenimiento no necesitara mucha dedicación, caso del cerdo.

Si tenemos presente las fechas en que cada país europeo incluyó la patata en su dieta es fácil de saber cuando se exportó esta por las rutas comerciales hacia los países o territorios invadidos y así podremos deducir, con un  muy pequeño margen de error, tan sólo décadas en algunos casos, como el cultivo de la patata iba invadiendo todo el planeta.

España, el primer conocedor del tubérculo, tardó bastante tiempo en implantar los cultivos en sus colonias de Filipinas, no antes del último cuarto del siglo XVIII; por el contrario los holandeses, que la incluyeron en su dieta mucho antes, la llevaron a toda la zona de Taiwán en la primera mitad del siglo XVII, de hecho existe constancia de que en 1650 ya existían en aquellos mercados y donde los nativos la llamaban ‘taro occidental’ y ‘taro cascabel de caballo’, llegando a Java occidental e Indonesia, también de la mano de los holandeses, en el año 1794.

Al igual que las enfermedades, como fue el caso de la sífilis que dependiendo el país se llegó a llamar el ‘mal español’ o el ‘mal francés’, etc., los alimentos tomaban el nombre de aquellos que los habían importado en sus posesiones de ultramar, de modo que cuando los franceses la plantaron en Vietnam en el año 1897 se le llamaba el ‘tubérculo francés’ y en el Himalaya, al ser llevada por los ingleses la conocían como ‘papa inglesa’.

La llegada de la patata a la India tuvo dos fases claramente diferenciadas, la primera de ellas fue implantada gracias a los marinos portugueses a finales del siglo XVIII, para en otra segunda fase ser introducida en todo el país por la potencia colonizadora inglesa, llegando su cultivo hasta Sri Lanka.

Los monjes budistas, gracias a las rutas comerciales inglesas de la ‘East India Company’, pronto la adoptaron y sembraron en el Himalaya, sobre todo en los monasterios de Nepal y Bután en el siglo XVIII o comienzos del XIX.

Tras esta invasión por el sur desde la India y Nepal, por el oeste desde Rusia y por el este desde Vietnam, China pronto sucumbió y adoptó como un producto autóctono a la patata, hasta tal punto que hoy es la primera productora mundial.

Todo parece lógico hasta que nos topamos con un gran enigma sin resolver y que cada día se hace más lejano el desentrañarlo, me refiero a las islas polinésicas, es ahí donde salta la sorpresa porque, pese a tener constancia de que la patata fue introducida en la segunda expedición, en 1773, por el capitán James Cook y posteriormente por los colonizadores, los tripulantes de los barcos de pesca de la ballena y otros aventureros, se topa con las viejas leyendas de los maoríes en las que hablan de cómo los dioses las trajeron a través del Pacífico, en concreto un tipo de patata negra a la que llamaron ‘peruperu’, lo que puede hacer pensar en la teoría del encuentro de los pueblos de ambos lados del Pacífico antes de la llegada de los españoles a América, según cuentan Christine Graves y Fernando Cabieses en su libro ‘La papa: tesoro de los Andes’.

Siguiendo con la apasionante idea del comercio de los pueblos americanos precolombinos hay que destacar las plantaciones de patatas de las tribus de los haidas, habitantes de la isla Príncipe de Gales en Alaska y en las islas Reina Carlota en la Columbia Británica (Canadá); estos amerindios comerciaban con los pueblos siberianos continentales y otros habitantes de las islas del Pacífico, entre otros productos, con un tipo de patatas de tubérculos delgados, aunque habría que preguntarse si no fueron llevados por el español Juan Pérez, que  los visitó en 1774, cuatro años antes de pertenecer a la corona británica tras la posesión de dichas islas por James Cook, son enigmas difíciles de resolver, sobre todo porque la viruela, el alcohol y los asesinatos de los nuevos colonos dejó aquellas islas casi desiertas de habitantes, llegando a bajar el índice demográfico en tan sólo cien años hasta casi su desaparición, pasando de tener en 1840 un poco más de 8.000 habitantes para, en 1940, a unos 1.000.

El continente africano conoció a la patata sobre 1830 en Sudáfrica al ser llevada por los colonos para en 1880 ser plantada por los misioneros alemanes e ingleses en el África oriental junto con el maíz terminando de aceptarse en todo el continente en la Segunda Guerra Mundial al cortarse muchas veces las líneas de abastecimiento desde las metrópolis.

Los últimos lugares donde se han sembrado patatas, por el clima, son las zonas desérticas de Oriente Medio a donde no llegó hasta pasada la mitad del siglo XX, siendo Israel y Jordania los artífices de las primeras plantaciones.

En la actualidad un gran proyecto se está desarrollando, el de preservar todas las plantas del planeta en un lugar seguro y así salvar de la extinción aquellas que por el poco interés comercial, el cambio climático, contaminación, plagas o ante una hipotética guerra nuclear están desapareciendo o pueden desaparecer. A tal efecto en Noruega y en pleno Ártico, tan sólo a 1.000 kilómetros del Polo Norte, en la isla de Svalbard, dentro de una montaña que mantiene una temperatura constante de 16 grados bajo cero, estará ubicado el mayor semillero que jamás existió y donde ‘El Centro Internacional de la Papa’, con sede en Perú, aportará 2.200 muestras de papas silvestres, 3.650 de papas cultivadas, 1.373 de camotes silvestres y 3.707 de camotes cultivados y que ya está operativo desde 2012.

Este lugar ya ha sido bautizado como ‘La cripta del día del juicio’ o ‘Bóveda global de semillas’ que será gestionado por el Departamento de Obras Públicas del gobierno noruego, algo que hace años podía pensarse que era ciencia ficción.

El proyecto lo apoyan más de 100 países firmantes del ‘Tratado Internacional sobre Recursos Fitogenéticos’, impulsado por la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de Naciones Unidas y donde varias instituciones privadas han donado dinero para el proyecto, entre los que se encuentra Bill Gates que participa con 30 millones de dólares.

Todo hace indicar que la patata, aunque la humanidad desaparezca, seguirá viva y quizá pueda alimentar, dentro de miles de años, a otras civilizaciones que visiten nuestro planeta.

NOTA: Para saber más sobre la hsitoria de la batata aconsejo leer nuestro trabajo Historia de la batata en España

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