Estudiando las Reglas de distintas hermandades de monjas de clausura encontré dos libros que mostraban otras, esta vez de los monjes guerreros de la Hermandad de los Templarios, que por su mezcla entre religioso y belicista, a modo de brazo ejecutor contra los infieles de la iglesia católica y la recuperación de lugares sagrados, me llamó la atención, porque a fin de cuentas lo que en ellas se dictan más bien son reglas cuarteleras más que religiosas y donde la alimentación, para mi sorpresa, tenía un valor mayor de lo esperado.
La magia que esconde dicha congregación, más novelada que real, hace que el gran público se interese sobre manera y hasta ciertos regímenes en la historia buscaran, no sólo su ‘tesoro’ escondido si no también piezas del ajuar de Cristo y herramientas de su crucifixión, llegando a encontrar en Roma hasta una iglesia consagrada, no es broma, a custodiar el Santo Prepucio de cuando le hicieron la circuncisión, o la cantidad de clavos encontrados que se puede montar una ferretería con ellos o hasta el misterioso Santo Grial, que ni se pueden poner de acuerdo que es.
Lo cierto es que estos monjes fueron los primeros en inventar el chiringuito de los bancos, casi como lo son hoy con sus cheques, lo que llegó a hacerlos temibles, porque en su poder estaba la economía de ciertos estado europeos, de modo que por orden real fueron perseguidos y eliminados, a la manera vaticana, algunos chamuscados en la hoguera.
Como lo nuestro es la investigación de la historia de la gastronomía y la alimentación pues me voy a ceñir, casi en exclusiva, a ella. Sigue leyendo